El profeta Jonás: 4. 'SOY HEBREO'
Emiliano Jiménez Hernández
4. "SOY HEBREO"
En la historia de Jonás todo el mundo es simpático: los marinos paganos del
naufragio, el rey de Nínive, los habitantes y hasta los ánimales; todo el
mundo es simpático excepto el único israelita de toda la historia: ¡el
profeta Jonás! Las suertes le han señalado como culpable de la tempestad que
amenaza la vida de todos. Ahora le apremian con sus preguntas. Esperan su
confesión. ¿De dónde vienes? Tu prisa por embarcarte, ¿se debía acaso a que
estás huyendo por sentirte perseguido a causa de algún crimen cometido en tu
país? ¿A qué pueblo perteneces? Quizás tu pueblo es el culpable y su Dios te
persigue también a ti, aunque estés lejos de tus conciudadanos. En
definitiva, ¿cuál es tu Dios y qué pecado has cometido contra él? Es
probable que los marineros busquen empujar a Jonás a la conversión para que
se salve él y les salve a ellos.
Jonás les respondió: "Soy hebreo y temo a Yahveh, Dios del cielo, que hizo
el mar y la tierra" (1,9). Jonás se presenta como "hebreo", el nombre con
que se define al pueblo de Dios, en oposición a todos los demás. Así se
presenta José en Egipto: "Fui raptado del país de los hebreos" (Gn 40,15) y
así le llama la mujer de Putifar: "¡Mirad! Nos ha traído un hebreo para que
se burle de nosotros" (Gn 39,14). Dios mismo se define como el "Dios de los
hebreos" cuando envía a Moisés ante el Faraón para pedirle que deje salir al
pueblo (Ex 3,18). Después del exilio de las diez tribus del Norte, cuando la
tribu de Judá se convierte en la parte principal de la nación, el término
"judío" se hace sinónimo de hebreo en el lenguaje corriente.
El término hebreo aparece ya en el Génesis para definir a Abraham, cuando
habita junto a la encina de Mambré (Gn 14,13). Inicialmente con este término
se designa a los habitantes de "la otra orilla" del Eufrates. En efecto, la
palabra hebreo significa "del otro lado". El Midrash afirma, por ello, que
el nombre de hebreo subraya el hecho de que el mundo entero está de un lado,
mientras que Abraham y sus descendientes están "de la otra parte", es decir,
solo, elegido, separado del conjunto de la humanidad, consagrado al servicio
de Dios, mientras los otros pueblos se hallan inmersos en la idolatría.
Jonás se confiesa hebreo, hijo de Abraham, el hebreo. Jonás está siempre,
como hebreo, en la otra orilla. Es distinto de los demás profetas, distinto
de los marineros, distinto de todos. Es singular, único ante Dios y ante los
hombres. Jonás, como Jeremías (Jr 16,5-10 ), no ríe con los que ríen, ni
llora con los que lloran. Como el profeta, Cristo, es siempre un signo de
contradicción (Lc 2,34). Jesús también invita a sus discípulos a pasar a la
otra orilla. Nos invita a estar en el mundo sin ser del mundo. Ciudadanos
del reino de los cielos, pasamos por el mundo como peregrinos, como
forasteros, como sal en medio de los hombres, como levadura en la masa.
Siempre excéntricos, pues nuestro centro no está en la tierra, sino en Dios.
Según el Midrash el término hebreo tiene su origen en uno de los antepasados
de Abraham: Héber (Gn 10,25; 11,16-26). Pero no se llama hebreo a todos los
descendientes de Héber, sino sólo a los descendientes de Abraham, que
conservan la lengua hebraica. Los demás descendientes de Héber hablan arameo
y por ello se les llama arameos, como "Labán el arameo" (Gn 25,20). Sólo la
descendencia de Abraham, según la línea de Jacob, es designada con el nombre
de hebreos. Precisando aún más, los sabios de Israel dicen que el nombre de
hebreo se aplica únicamente a los descendientes de Héber por parte de padre
y madre, y que viven en la "otra ribera del río". Por ello Isaac es
considerado hebreo y no Ismael, aunque sea también hijo de Abraham, pues su
madre, Agar, era egipcia y no descendía de Héber. Sin embargo, para algunos
sabios, reciben el calificativo de hebreo sólo quienes tienen la fe de
Héber, descendiente de Sem.
Jonás, presentándose como hebreo, reconoce que es descendiente y discípulo
de Héber, pertenece a un pueblo sin oficio ni lugar de residencia fija, sino
que se traslada de ciudad en ciudad para aprender y enseñar, sin ser nunca
parte integrante de la población con la que vive. Jonás, presentándose como
hebreo, invita a que se le vea como representante del pueblo hebreo, lo
mismo que los demás son representantes de las naciones paganas. Su fe no
está ligada a un lugar determinado, pues el hebreo "teme a Yahveh, Dios del
cielo, que hizo el mar y la tierra" (1,9). La confesión de fe en Yahveh,
Dios del cielo, presenta a Dios como Señor y Juez de todos los pueblos.
Contra él ha pecado Jonás. Su confesión muestra el divorcio e incoherencia
entre fe y vida: proclama el dominio universal de Dios y cree posible
escapar de su presencia.
Sin embargo, incluso contra su voluntad, Jonás, interpelado por los
marineros, olvida su condición de profeta fugitivo y anuncia a los demás el
mensaje de Dios: el es Señor de la tierra de donde huyo y del mar a donde
huyo; desde el cielo gobierna el universo. Si Dios ha hecho el mar y la
tierra, él es quien ha suscitado la tempestad y sólo él la calmará cuando
desee hacerlo. Sólo entonces nos permitirá volver a tierra firme, obra
también de sus manos. Jonás usa el verbo hacer y no crear, pues aunque Dios
ha creado la tierra y el mar desde el primer día, les modeló dándoles una
forma definitiva, que sirviera al hombre, en el tercer día, cuando puso un
límite a las aguas (Gn 1,9). A esta acción se refiere Jonás. Dios, creador
de la tierra y de los mares, es Señor de las aguas. Su dominio se extiende a
todas partes. Con esta respuesta, Jonás reconoce implícitamente su estupidez
al haber pretendido huir de Dios, embarcándose a través del mar. También en
el mar le alcanza la mano de Dios. ¡Dios también ha hecho los mares! Es
inútil su pretensión de ocultarse en el mar para librarse de la misión
profética, que Dios le ha encomendado.
La confesión de fe de Jonás en el "Dios de los cielos y la tierra" introduce
a Yahveh en la historia, en los acontecimientos que están viviendo. Jonás,
huyendo de Dios, en realidad le está reconociendo presente en lo que pasa.
Irónicamente Jonás se hace testigo de la presencia de Yahveh allí en donde
en principio suponía que no estaría. Sin pensarlo, se hace profeta de Yahveh
para los marineros. A pesar suyo está dando testimonio de Dios ante los
paganos y su testimonio no será vano. Jonás, con su huida y su ida a Nínive,
con su canto agradecido y sus reproches irritados a Dios, está siempre ante
Yahveh. En diálogo con Dios o interpretando los acontecimientos, Jonás no
sale de la presencia de Yahveh. Y, mediante Jonás, Dios se hace presente en
el mundo y en la historia. Jonás, en su actuar desconcertante, es siempre un
profeta. Confiesa la soberanía de Dios sobre el cosmos, sobre las naciones y
sobre todos los hombres. Esta fe en la soberanía de Dios sobre la creación
le permite a Jonás comprender lo que está sucediendo. Es Dios quien actúa en
la tempestad.
La tempestad es una teofanía de Dios, que coloca al hombre ante su realidad.
Cada uno siente su impotencia de salvarse por sí mismo y, por ello, cada
tripulante invoca a su dios, no al Dios de Israel. Los marineros son
paganos, extraños a la elección divina, no son de su pueblo. No son hebreos.
Pero, con la tempestad, Dios coloca a Jonás, el hebreo enviado a un pueblo
pagano, ante los primeros paganos, ante los que él llama pecadores, indignos
de salvación. En el encuentro con los marineros paganos Dios prepara a Jonás
para su misión. ¿Son los paganos como él los imagina? ¿No merecen la
salvación? El capitán de la nave, que le saca del sueño, ha descubierto la
presencia de Dios en la tempestad. El se lo grita a Jonás, que se ha metido
en el mar para escapar de Dios. Lo curioso es que el capitán pagano repite
la orden de Dios a Jonás: "Levántate y grita". El profeta, que no ha querido
proclamar el mensaje de Dios, tiene que gritar ahora; el que rehusó ir a
predicar a los paganos, ahora es interpelado por un pagano. El nombre, que
da a Dios, es el de Elojim, reconociéndole como el ser supremo. Clemente de
Alejandría descubre en ello "el reconocimiento de todas las naciones, que
sin haber alcanzado la fe, habían elevado la inteligencia al Todopoderoso".
Su esperanza es respetuosa, "a ver si", como lo será la del rey de Nínive:
"quizás cambie".
Todo elegido de Dios necesita escuchar el grito de angustia de los alejados
de Dios, de los pecadores, para despertarse, reconocer su culpa y abrirse a
la voluntad salvífica de Dios y a la misión recibida de Dios. Los
tripulantes paganos siguen gritando a los creyentes: ¡Cómo! ¿Tú duermes?
¡Alzate e invoca a tu Dios! El único que conoce a Dios no le invoca mientras
el mundo se hunde en la tempestad. Los otros, que no le conocen, le invocan
a su modo y él que le conoce, a quien Dios ha marcado con el sello de su
predilección y amor, duerme y no ora. El no creyente llama al creyente a la
oración. Ser hebreo es ser descendiente de Abraham, el gran intercesor ante
Dios en favor de los pecadores (Gn 18,23-33). Según el Midrash, Abraham,
amigo de Dios, se conmueve en su interior, con sólo oír que Dios va a
destruir las ciudades de Sodoma y Gomorra. Desde su corazón, rebosante de
misericordia, implora a Dios:
Oh, Señor mío, tú has creado al hombre y has puesto ante él el camino de la
vida y el de la muerte. El camino de la vida si sigue la senda de la
misericordia, amando a su prójimo; y el camino de la muerte si sigue el
camino de la violencia y de la corrupción, pecando contra ti y destruyendo
la obra de tus manos... Pero, Señor, tú sabes muy bien que el corazón del
hombre, que has creado del polvo de la tierra, se siente todos los días
inclinado al mal; sus instintos le inducen a pecar, llenando la tierra de
violencia. Por esto te suplico: cambia el corazón del hombre, dándole un
corazón que ame la vida y no conciba planes de muerte. Si no cambias su
corazón y lo hieres con tu ira, acabarás con cuanto existe y que tú mismo
has creado. Aumenta tu misericordia, oh Señor mío, y reprende a los hombres,
pero hazlo como hace un padre con sus hijos, sin aniquilarles, trantándoles
según sus culpas.
Dios no ha olvidado esta súplica de Abraham. Jonás, en cambio, llamándose
hebreo, no siente en su corazón la misericordia de Abraham hacia las
naciones pecadoras, ni hacia los marineros en peligro. Jonás, en cambio, nos
evoca a Balaam, profeta de Dios contra su voluntad. Al adivino famoso,
llamado por Balaq, rey de Moab, para que maldiga a Israel, que ha invadido
su territorio (Nm 22-24), Dios le corta el camino, sirviéndose de su asna.
Así Dios convierte al adivino en profeta, poniéndole en la boca una palabra
de bendición, en lugar de la maldición que Balac le pedía. En el combate
interior de Balaam entre el adivino y el profeta triunfa el profeta:
"Respondió Balaam a Balaq: Mira que ahora ya he venido donde ti. A ver si
puedo decir algo. La palabra que ponga Dios en mi boca es la que diré" (Nm
22,38).
Entre Jonás y Balaam hay muchas analogías y muchos contrastes. Balaam es un
adivino que se comporta al fin como un profeta; Jonás es, en cambio, un
profeta que se comporta como un adivino, en cuanto que quiere controlar la
palabra de quien le envía. Los dos se hallan enfrentados con el binomio
obediencia-desobediencia. Balaam obedece, poniéndose al servicio de la
palabra. Balaam es un extranjero que va a hacer de profeta a Israel; Jonás
es un hebreo que debe llevar un mensaje a un pueblo extranjero. A los dos
les habla Yahveh a través de elementos de la naturaleza: la burra, la
tempestad o el ricino. Los animales son con frecuencia personajes invitados,
mediante los cuales se refuerza la plasticidad de la acción. En el relato de
Jonás está el pez que rescata al hombre de la muerte en las aguas del mar, y
también aparecerán los animales domésticos que hacen penitencia, igual que
sus dueños los ninivitas.
La sabiduría medita en los caminos de Dios, en el arte de conducir los
acontecimientos según sus designios. Jonás, intentando escapar de Dios para
eludir su misión, escoge la huida y la muerte. Pero no escapa de Dios ni de
su misión. "Dios desbarata las tramas de los astutos, y sus manos no logran
sus intrigas. Prende a los sabios en las redes de su astucia" (Jb 5,12-13).
El pecado de Jonás, su huida, el viento impetuoso, el mar y la tempestad
sirven a la salvación de los hombres. Dios se sirve de todo para la
salvación de quienes le buscan con sincero corazón: "Como advertencia se
vieron atribulados por breve tiempo, pues tenían una señal de salvación como
recuerdo del mandamiento de tu Ley; y el que a ella se volvía, se salvaba,
no por lo que contemplaba, sino por ti, Salvador de todos" (Sb 16, 6-7; Cf
todo el capítulo 16). Pablo proclama: "Por lo demás, sabemos que en todas
las cosas interviene Dios para bien de los que le aman; de aquellos que han
sido llamados según su designio" (Rm 8,28-29). Con exultación, Pablo bendice
a Dios por sus designios misteriosos:
En efecto, así como vosotros fuisteis en otro tiempo rebeldes contra Dios,
mas al presente habéis conseguido misericordia a causa de su rebeldía, así
también, ellos al presente se han rebelado con ocasión de la misericordia
otorgada a vosotros, a fin de que también ellos consigan ahora misericordia.
Pues Dios encerró a todos los hombres en la rebeldía para usar con todos
ellos de misericordia.¡Oh abismo de la riqueza, de la sabiduría y de la
ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus designios e inescrutables sus
caminos! En efecto, ¿quién conoció el pensamiento del Señor? O ¿quién fue su
consejero? O ¿quién le dio primero que tenga derecho a la recompensa? Porque
de él, por él y para él son todas las cosas. ¡A él la gloria por los siglos!
Amén (Rm 11, 30-35).
Mientras Jonás es arrojado al mar los marineros se salvan. Este es el
misterio de los caminos imprevisibles de la sabiduría de Dios.