Benedicto XVI, Occidente y el Islam: Comentario 1 a su lección magistral en Ratisbona
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Dios, la
fe y ciencia (BenXVI, Ratisbona)
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- Una crítica a Occidente por su alejamiento de Dios, por la razón gélida que transmite su ausencia causada por el falso iluminismo que en nombre de la razón se opone a ella. Sin duda éste era uno de los temas centrales, si Al Jazira y la BBC no hubieran orientado las cosas en otro sentido. El laicismo vigilante y militante ya lo vio así y ha reaccionado. Por ejemplo, Arcadi Espada, uno de los promotores de un nuevo partido en Cataluña, publicaba en El Mundo un artículo paradigmático de esta forma de pensar. Sostenía que las reacciones antes el discurso del Papa son la mejor constatación de que el razonamiento del Papa Ratzinger es un error, dado que la religión siempre provoca enfrentamientos. Es importante retener este aspecto de la cuestión porque va a ser sistemáticamente utilizado en contra del derecho religioso, en general, en nombre precisamente de la defensa de la libertad.
- El segundo eje en importancia era subrayar el papel decisivo de la razón. En Ratisbona repite hasta cinco veces que “no actuar según la razón es contrario a la naturaleza de Dios”.
- Un tercer elemento que cabe señalar es que la única referencia directa al Corán es positiva: “ninguna restricción en las cosas de la fe” o, en otra versión “no hay apremio en la religión” (sura 2,256). Presenta una dimensión del texto sagrado de los musulmanes acorde con el proyecto de convivencia.
- Una crítica a la violencia ejercida en nombre de Dios y basada en una breve exégesis, ahora ya famosa, de una cita sobre el emperador bizantino Manuel II Paleólogo que imperó en 1391.
Por tanto, la dimensión de lo que nos dice el Papa es mucho más compleja que una mala interpretación de unas frases de 373 palabras sobre un total de 3.565 en el original alemán.
Precisamente, desde algunas perspectivas occidentales, habitualmente hipercríticas con el Papado, se ha señalado que el error radicaba en no usar una referencia de la violencia ligada con la religión cristiana en lugar del Islam. Es un grave error de juicio o mala intención formular este tipo de planteamiento, básicamente por dos razones.
En el Islam hay numerosas suras que tratan del enfrentamiento, la guerra y la violencia. Por ejemplo, la 2,189; la 2,214-217; la 9,42,44; la 47,4,5.
La posibilidad de interpretar el Islam a partir del Corán en términos convivenciales o violentos lo podemos encontrar precisamente en la “Jihad”, que normalmente es utilizada en los comunicados del islamismo radical en términos de “guerra santa”.
El texto coránico presenta una transición desde posiciones no violentas, suras 50,45; 109,1-6; a la guerra defensiva, sura 22,39-40 y preceptos ambiguos como la sura 9,22.
Esta “guerra santa” para algunos, “guerra legal” también puede ser utilizada en términos distintos, como defensa del Islam, o para extenderlo. Es incuestionable que, en su historia, este concepto ha representado uno de los medios más eficaces para su expansión y esta, digamos, memoria histórica es la que utilizan los radicales.
Pero la “Jihad” tiene un sentido más amplio: significa esfuerzo en el camino de Dios a fin de eliminar las malas inclinaciones que lo alejan de Dios. Es en este sentido un concepto espiritual.
Esta combinación de liberalidad y a la vez posibilidad de ejes interpretativos distintos debe unirse al extraordinario déficit cultural en que hoy vive la sociedad islámica. Aunque solo es una parte de la misma, disponemos de datos sobre el mundo árabe que señalan que gastan menos de cuatro millones de dólares anuales en la compra de libros contra los doce millones de Europa.
El periodista libanés Camille Eid explicaba en “Avvenire” que sólo en España se imprimen más libros cada año que todos los que se han publicado en el mundo árabe desde el siglo IX. Este déficit educativo ayuda a comprender también su retraso tecnológico y sus dificultades para el desarrollo económico.
El vacío cultural convierte a los dirigentes religiosos y la oración del viernes y, de manera más reciente, la televisión, Al-Arabiya o Al-Yazira, sobre todo esta última, en los elementos fundamentales para la formación del juicio y opinión del mundo musulmán.
Todas estas circunstancias ayudan a explicar el surgimiento de un fenómeno reciente, el del radicalismo islámico, nacido en Egipto en los años 20 y que pronto se extendió a otros países árabes de la mano del movimiento de los “Hermanos musulmanes”.
En los años 50 este movimiento desarrolló la teoría Gâhiliyyah (“ignorancia religiosa”) que sostiene que “quien no aplica el Corán es pagano”.
Esto conduce a la tesis siguiente: “puesto que Mahoma en el Corán ha combatido militarmente la Gâhiliyyah, el paganismo de entonces, también nosotros debemos combatir la Gâhiliyyah de hoy con las armas”.
Esta línea ideológica se realimenta en la violencia y evoluciona hasta llegar a considerar que un “Imam” puede afirmar que una persona es Kâfir, es decir infiel o apóstata para que esta pueda ser matada. Es lo que sucedió con Sadat, sucesor de Nasser, asesinado por el Tratado de Paz con Israel.
Existen, por tanto, problemas reales, objetivos, pero no por ello insolubles, si bien que para poder intentar resolverse han de ser reconocidos como tales, cosa que no hace una buena parte de la intelectualidad y la progresía europea. Es un dato verificado que el Islam tiene en su aplicación política, la “Shariah” que forma un bloque indisociable con la religión, importantes dificultades con el ejercicio de la libertad.
Un país cercano como Marruecos, que ha retirado escandalizado a su embajador en el Vaticano, castiga con penas de prisión cualquier proselitismo religioso que no sea musulmán y éste es el vecino –digamos- de la esquina.
Casos más extremos se dan, obviamente, en la Arabia Saudí, Pakistán, Afganistán, donde es imposible que exista el culto religioso ni tan solo en el ámbito privado, y cuyo régimen jurídico permite que un musulmán convertido al cristianismo sea condenado a muerte.
Muchos dirigentes islámicos alardean de que respetan y reconocen las religiones del Libro, judíos y cristianos, pero la triste realidad demuestra lo contrario. Sí es cierto que el Corán trata bien a los cristianos y mucho menos a los judíos (suras 5,82-86; 16,115-120).
Naturalmente todo esto tiene un reflejo en la emigración hacia Europa, un fenómeno inevitable y en expansión. Una numerosa población europea está en parte asumiendo, en su segunda y tercera generación, la ideología islámica en el doble sentido de rebelión contra unos padres que considera “fracasados” y acomodaticios, y como liberación en contra de Europa.
Existe, por consiguiente, un problema objetivo que en España se produce con retraso porque nuestra inmigración islámica es mucho más reciente. Esto plantea la realidad de la existencia de modelos distintos: el Europeo que presenta cada vez perfiles más borrosos, excepto en lo que se refiere a las políticas de permisividad y trasgresión pero que ignora cada vez más cuales son los fundamentos, por consiguiente, razones de las instituciones y la sociedad que ha construido; y el proyecto del Islam político que tiene en la autonomía cultural, la creación de comunidades cerradas, su primer paso.
Es un error olvidar, como parece que hace Europa, que el Islam siempre tiene una dimensión política y que no es posible que puedan coexistir proyectos globales de sociedad radicalmente distintos.
En este sentido la cobardía política de unos y el pensamiento malévolo del laicismo de la exclusión religiosa, de utilizar el Islam y los problemas que pueda acarrear como ariete contra la Iglesia, es un suicidio de la propia colectividad europea.
Pero planteadas así las cosas la pregunta es: ¿qué debemos hacer?
El Papa, precisamente, en el discurso de Ratisbona señalaba los fundamentos de la respuesta al indicar que el diálogo entre las culturas y las religiones en nombre del “logos” constituía el fundamento de la posibilidad de convivir fructíferamente.
Decía: Juan en su evangelio empieza con las palabras “al principio eran “logos”, es decir la palabra, la razón. Dios. Una razón creadora capaz de comunicarse pero como razón”.
Y hacía un llamamiento “hace falta valentía para comprometer toda la amplitud de la razón y no la negación de su grandeza: este es el programa con el que la teología anclada en la fe bíblica ingresa en el debate de nuestro tiempo”.
En ningún caso es una respuesta demostrar temor o aprensión ante la violencia del Islam radical, porque entonces ésta se crece y, al mismo tiempo, se deja sin argumentos a los musulmanes partidarios del diálogo y la convivencia.
En este sentido, y en el ámbito de la política exterior es vital, como ya apuntábamos en otro editorial, la presión para que se instaure en los países democráticos el ejercicio razonable de los derechos fundamentales.
Sin actuar en este plano se estará dando una ventaja enorme, como viene sucediendo, al Islam radical. La existencia de estos derechos, que también implica la libertad religiosa, es necesaria para que puedan operarse movimientos de reforma, debates culturales, en definitiva todo aquello que ha de permitir que la razón se introduzca en las sociedades islámicas.
Desde el punto de vista interno, europeo, es necesaria una concepción clara de que los inmigrantes, también los musulmanes, se han de adaptar a la tradición cultural y política del país, manteniendo la lógica apertura, garantizada por la existencia de los derechos y libertades constitucionales.
Un musulmán no debe tener ninguna dificultad para el ejercicio de su religión en España pero ha de entender que este ejercicio no puede comportar el incorporar su concepción política, la Sharia, y que no puede negarse a la reciprocidad de trato en sus países de origen, para con otras culturas y religiones distintas al Islam.
Claro que para que esto pueda ser eficaz, Europa, la propia España debería tener una idea clara de cuales son los componentes, las raíces que definen su identidad.
Saber qué somos y de dónde venimos es absolutamente necesario si no se quiere caer en el relativismo que tanto nos debilita, como bien ejemplifica Iniciativa per Catalunya al oponerse al reconocimiento institucional que el Papa tenga derecho a manifestar libremente su pensamiento.
Claro que si todo se redujera a tan minúsculo y poco significativo partido, no podríamos hablar de problema. Iniciativa es la muestra, la guinda que corona un pastel en el que intervienen instituciones tan importantes como el Gobierno español y el Parlamento europeo, tan atento a censurar a la Iglesia en nombre de las libertades y tan silencioso hasta ahora a la hora de defender precisamente la libertad y la razón.