La auténtica participación en la Liturgia: Sobre la Exhortación apostólica Sacramentum Caritatis
LAS PALABRAS DE LA DOCTRINA
P. Nicola Bux
P. Salvadtore Vitiello
vea también: Elementos
fundamentales de la Liturgia
Hemos profundizado hasta ahora en el sentido
de la auténtica participación en la Liturgia. La Exhortación apostólica
"Sacramentum Caritatis" dedica a ello una parte importante, ya que con no
poca frecuencia el tema ha sido mal comprendido: "Conviene por lo tanto
poner en claro que con tal expresión no se quiere hacer referencia a una
simple actividad externa durante la celebración. En realidad, la activa
participación deseada por el Concilio debe ser comprendida en términos más
sustánciales, a partir de una mayor consciencia del misterio que se celebra
y su relación con la existencia cotidiana" (52). No se debe, por tanto,
entender la participación a la luz de un presunto 'giro antropológico' que
dar a la liturgia, pues éste, en sentido verdadero y sobreabundante, se dio
con la encarnación del Logos eterno, si se puede decir que la Liturgia tenga
real necesidad de un giro teológico y antropológico.
En su libro "Introducción al espíritu de la liturgia" el Cardenal Ratzinger,
hoy Benedicto XVI, la define como entrega de todo a Dios, de la historia y
del cosmos, a partir de uno mismo. De dicha impostación se pueden deducir
algunos aspectos prioritarios que restaurar:
1. Orientar de nuevo ad Dominum la oración de los fieles, hoy desorientada,
retomando la tradición apostólica de la orientación hacia el este de los
edificios cristianos y de la misma praxis litúrgica, al menos donde es
posible. Sería un gesto que nos acercaría ecuménicamente a los cristianos
orientales.
2. Poner nuevamente en relación el tabernáculo y el altar. La adoración no
se contrapone a la comunión, pero tampoco se coloca junto a ella. Esto debe
llevar a revisar las teorías acerca del conflicto de los signos, que ha
conducido a descentrar el primero y relegarlo a una posición secundaria o
incluso a colocar en su lugar la sede del sacerdote.
3. Representar la relación entre arte el arte cristiano y la encarnación de
Dios que se ha realizado para atraer al hombre en un proceso ascendente. Las
nuevas iglesias frecuentemente son funcionales pero rara vez capaces de
transmitir belleza.
4. Quitar a la música litúrgica del riesgo de disolver el hecho
acontecimiento cristiano en una suerte de mística general, convirtiéndose en
la puerta de ingreso a la gnosis y al New Age.
5. Comprender correctamente la participación en la liturgia promovida por el
Concilio. En la liturgia romana existe la expresión "facti participes", o
sea hechos partícipes de una acción que no es humana, aunque se realice
dentro de un discurso humano. Si la consciencia de ese ser hechos
partícipes, no puede haber participación litúrgica. A la participación
pertenece de manera eminente el arrodillarse o inclinarse profundamente,
principal actitud de adoración, que une entre otras los católicos a los
ortodoxos, aunque también a los hebreos y a los musulmanes. Esto significa
un retorno a la Biblia, en la que tiene una importancia central: sólo en el
Nuevo Testamento aparece 59 veces, de las cuales 24 en el Apocalipsis, el
libro de la liturgia celeste que es presentado a la Iglesia como modelo y
criterio para la liturgia terrena. Finalmente, eliminar el aplauso que
asemeja la liturgia a una especie de entretenimiento con fondo religioso.
Todo esto significa tener la valentía de ir contra la tendencia actual, pero
para poder permanecer en la línea de la milenaria tradición de la Iglesia,
sobre las huellas de los teólogos del movimiento litúrgico que pretendía
revivir el espíritu de la liturgia cristiana de adoración del Padre en el
Espíritu Santo y en la verdad de Jesucristo. Sin embargo, para realizar una
reforma de la reforma, no bastan las instrucciones, sino que son necesarios
lugares ejemplares de la liturgia, en los que la liturgia sea vivida con fe,
y por lo tanto celebrada con fidelidad. Las iglesias, que con el rito de la
dedicación son sacadas del uso profano y entregadas a Dios, no pueden
funcionar como salas para conciertos o ambientes museales en los que se
exhibe vanagloriosamente el pasado; además, se termina privando al hombre
contemporáneo de la posibilidad de encontrarse con lo divino y de
convertirse, lo que constituye el fin último de la liturgia. Favorezcamos
pues el debate, sin prejuicios ni exclusiones, para poder entender las
razones; ello es necesario en todas las generaciones para la recta
comprensión y la digna celebración de la liturgia cristiana.