"Breve" Guía del Examen Diario de Conciencia
Para pasar de frente: "Breve" Guia
Nota:
Esta Breve
Guía del Examen va
principalmente destinada a todas aquellas personas que desde
varios años vienen practicando el examen diario de conciencia, y
experimentan las tentaciones de cansancio, tedio, desconfianza y ganas de
abandonarlo, porque creen que no lo saben hacer, ni sacan de él fruto
alguno, ni les sirve de nada porque se encuentran siempre iguales.
Complemento al libro del examen
por Eudaldo Serra Buixó, Pbro.
Segunda edición
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Breve guía
INTRODUCCIÓN
No se puede negar que el examen diario de conciencia, para muchos de los que
lo practican, probablemente para la mayoría^ resulta un ejercicio pesado y
de poco aliciente. Por una parte, un examen de conciencia siempre es una
cosa seria que reclama atención y recogimiento de espíritu, y esto exige un
esfuerzo que nosotros hemos de poner. Por otra parte, la recomendación
insistente de la Iglesia, nos obliga a practicarlo como elemento
imprescindible para la perfección en la vida espiritual, aunque nos cueste.
Pero la dificultad mayor proviene de nosotros mismos: ponemos demasiado la
fuerza del examen en la letra, y olvidamos en exceso el espíritu. Tomamos el
examen como medicina infalible para quitarnos toda clase de faltas en un
término de tiempo más o menas largo, pero seguro, y no viendo este resultado
en la práctica, llega el desengaño, el desaliento, y lo abandonamos por
inútil o no apto para nosotros. No atinamos a ver que nos sirve de incentivo
y renovación diarios de nuestro amor y de nuestra segura confianza en Dios.
El P. W. Fáber señala este mal o defecto de poner equivocadamente la
confianza en les medios o prácticas de devoción, en lugar de ponerla sólo en
Dios. "Tomemos otro ejemplo- dice en sus "Conferencias espirituales"- :
Queremos formarnos en ciertos hábitos de devoción; supongamos el examen
particular. Antes de haberlo ensayado, nadie es capaz de adivinar cuánta
violencia y enojo interminables hay en este ejercicio del examen particular.
Es necesaria una cierta dosis de mortificación para perseverar en él, de
buen grado o de mal grado. El resultado es que abandonamos nuestra
resolución como si fuera un compromiso indiscreto. Y abandonándolo, nos
perdemos innumerables gracias, simplemente por falta de confianza en Dios."
Si acertamos, pues, el camino de la confianza y del amor para practicar el
examen diario de conciencia, habremos hallado la solución de este problema
un tanto enojoso, y gustaremos la dulzura del trato humilde y confiado con
Jesús, estrechando cada día más los lazos de amor que a El nos unen, a pesar
de nuestras diarias faltas y* miserias.
En otro libro anteriormente publicado sobre el examen diario de conciencia
*, se explica la teoría y la práctica según la enseñanza tradicional del
Santo Fundador de la Compañía de Jesús y de sus hijos. A quien quiera
aprenderlo y estudiarlo le remitimos a las explicaciones allí escritas.
Esta Breve Guia del Examen va principalmente destinada a todas aquellas
personas que desde varios añas vienen practicando el examen diario de
conciencia, y experimentan las tentaciones de cansancio, tedio, desconfianza
y ganas de abandonarlo, porque creen que no lo saben hacer, ni sacan de él
fruto alguno, ni les sirve de nada porque se encuentran siempre iguales.
Efectivamente, a menudo se oyen quejas como éstas: "Yo no sé examinarme,
porque no me hallo faltas y tengo muchas. Me distraigo al hacerlo, quedo
encallado, y no recuerdo lo que he pensado ni lo que he dicho y hecho
durante el día." "A mí el examen no me sirve de nada; siempre me encuentro
las mismas faltas sin enmendarme de ellas, y aunque lo proponga, después
entre día ya no me acuerdo."
A aquellos que dicen que no saben examinarse, esta pequeña guía les enseñará
una manera fácil y dulce de practicarlo.
A los que dicen que no sacan fruto alguno de él porque no ven la enmienda,
les demostrará que aun cuando no vean adelanto sensible, eso no les priva de
santificarse y crecer cada día en el amor de Dios, si hacen el examen diario
con buena voluntad y constancia.
Unos y otros que repasen el antes mencionado Libro del Examen atentamente, y
verán que el examen no es para saber todas las faltas; ni solamente para
deplorarlas: ni tiene la virtud de curarlas todas; ni de hacerlas disminuir
cada día sensiblemente. Verán que el examen es para mantener el amor de Dios
en nosotros, fortificarlo y hacerlo crecer en nuestro corazón; es para
neutralizar el veneno de las faltas diarias y privar de sus fatales
consecuencias, dominándolas y evitando que crezcan y se arraigueti en
nosotros; oara humillarnos y mantenernos en el dolor constante de', nuestras
culpas y pecados; para ejercitar la confianza en Dios y desconfianza en
nosotros mismos. En una palabra, es un servicio de vigilancia o policía
espiritual. Y estos resultados se obtienen aunque no veamos brillantes
victorias, pues da positivos resultados en nuestra alma con el aumento
diario de grada y santidad, y por lo tanto de perfección espiritual.
Para no hacerse ilusiones sobre el examen diario de conciencia, conviene que
recuerden las ideas fundamentales allí expuestas:
Que tendremos faltas toda la vida porque es imposible evitarlas todas.
Que eso no nos dispensa de luchar contra ellas, antes bien, nos obliga, a
ser más vigilantes y cuidadosos combatiéndolas constantemente.
Que esto implica una lucha continua dentro de nosotros mismos que dura toda
la vida.
Que el arma propia para esta lucha es el examen diario de conciencia.
Que la presencia o persistencia de las faltas no nos priva de adelantar en
perfección y santidad.
Y teniendo presentes estas conclusiones, miremos de orientar la práctica de
nuestro examen de tal manera que nos sea más fácil y más provechoso. Para
eso precisamente se ha escrito esta Breve Guia del Examen diario DE
CONCIENCIA.
ESTUDIO PRELIMINAR
La perfección espiritual y nuestra humana imperfección
Un problema
Yendo por el camino de la santidad en cusca de la perfección se hallan
concurrencias que en la práctica son difíciles de solucionar prudentemente.
Y una de ellas, es el deber de procurar nuestra perfección espiritual a
pesar de saber que siempre seremos imperfectos. La exención de todo pecado,
falta e imperfección la Iglesia sólo lo asegura de María entre las puras
criaturas; Ella tuvo la impecabilidad más absoluta y la perfección de todas
las virtudes. La sana teología nos enseña a los demás que no nos es posible
evitar todos los pecados o faltas veniales por toda la vida.
Nos imaginamos que en los Santos la ausencia de toda falta es cosa normal;
es una deducción lógica y sentimental que sacamos de la lectura de su vida,
sin que nadie nos lo afirme concretamente. Pero aun cuando en casos
extraordinarios de santidad canonizada haya ejemplos maravillosos de
inocencia de espíritu y de vida, no nos pueden servir de modelo práctico
para nosotros, si Dios no nos da también unas gracias extraordinarias como a
ellos.
Por otra parte, es cierto también que todos somos llamados por Dios a la
perfección; nos lo dice en el Antiguo Testamento: ''Sed santos, porque Yo,
vuestro Señor, lo soy. Sabed que os escogí separándoos de todos los demás
pueblos, para que fueseis míos." (Lev. 11, 44-5; 19, 2; 20, 26.) En el
Evangelio de San Mateo (5. 48), nos dice lo mismo: "Sed perfectos ccmo lo es
vuestro Padre celestial." Y el apóstol San Pablo insiste en lo mismo (1.a
Thes. 4): "La voluntad de Dios es que seáis santos", y lo tomamos en el
mismo sentido de perfección cristiana.
Sentadas estas premisas que parecen contradictorias, ¿cómo hemos de resolver
nuestra conducta práctica? ¿Es que Dios nos exige una cosa imposible para
nosotros, o es que no sabemos comprender de qué perfección se trata? Que
Dios nos exija una cosa imposible, no cabe ni pensarlo sin incurrir en
injuria a su Divina Bondad y Justicia; sólo es posible el otro término: que
no penetramos bien qué cosa sea esta perfección y santidad que Dios nos pide
a todos.
En qué consiste la perfección espiritual
Una cosa perfecta es una cosa acabada, completa, que no le falta nada de lo
que por su naturaleza debe tener para cumplir su fin propio. Es evidente,
pues, que la perfección de un mineral, de una planta o de un irracional no
reclama las mismas cosas que requiere la perfección de un hombre o un ángel.
Es preciso, además, tener presente que la perfección absoluta sólo existe en
Dios, porque es el único que tiene todos los atributos y cualidades
inherentes a la suma perfección y santidad. Fuera de Dios, lo que 11a-
mamosi perfección entre nosotros nq pasa de ser una cosa relativa, es decir,
lo que cabe en una criatura, dentro la posibilidad humana.
Y con esta perfección relativa ya se contenta Dios de nosotros, que nunca
exige más de lo que podemos dar; y además cuenta con el desequilibrio y
flaqueza de nuestra naturaleza caida.
En el orden espiritual, la perfección y santidad del alma está en su unión
con Dios, por el amor de caridad. Esto requiere por parte de Dios su gracia
y por parte nuestra la cooperación de la voluntad. Cuanto! más perfectamente
unida esté nuestra voluntad con la voluntad divina, más perfecta en santidad
es el alma. San Alfonso M.a Ligorio, doctor de la Iglesia, compendia estos
conceptos en una breve fórmula: "Todo la santidad consiste en amar a Dios, y
todo el amor a Dios consiste en hacer su voluntad".
Ahora bien, esta unión de nuestra voluntad con la voluntad divina, el deseo
de cumplir perfectamente sus palabras, mandatos o consejos y de amarle con
todo el corazón sin reservas en esta vida está sujeta a flaquezas, olvidos,
distraccions y hasta claudicaciones, porque el hombre más santo del mundo
vive en una naturaleza corruptible, teniendo la triste libertad de obrar el
mal. Lo cual quiere decir que, aun teniendo su voluntad irrevocablemente
puesta en Dios, está sujeto a posibles caídas y miserias. Y cada una de
estas caídas o flaquezas son imperfecciones que desmerecen los actos en que
se mezclan o manifiestan.
Y se repite la contradicción desconcertante, humillante, de tener una
voluntad recta y resuelta a estar unida a Dios, y cometer a veces alguna
falta por flaqueza o debilidad que no compagina con aquella voluntad
habitual.
Todo esto lo sabe muy bien Dios que es nuestro Padre celestial, y, a pesar
de que quiere' formalmente nuestra perfección y santidad, y de que nos ama
entrañablemente y, nos da con generosidad su gracia, no ha querido librarnos
de nuestra miseria innata ni de nuestras caídas. Nuestra imperfección
subsiste, pues, por permisión divina.
Dies ha querido que nuestra perfección y santidad, más que con la supresión
de defectos y faltas, se labrara, en lucha continua contra ellas, y aun a
través de humillantes caídas. En el cielo le serviremos y amaremos sin falta
ni distracción ni interrupción; pero en este mundo tendremos que
luchar'siempre y sin cesar para sostener el imperio de nuestra voluntad
superior en los diversos trances de la vida que nos ponen en ocasión de
claudicar o fallar.
Nuestra situación en la lucha
Hay, pues, de nuestra parte dos elementos para concurrir a nuestra
perfección; el primero es nuestra voluntad resuelta y firme en permanecer
unida a la voluntad de Dios y cumplir en todo su beneplácito; y el segundo
es que vuestros actos deben ser conformes a esta voluntad de tali manera que
nuestra conducta sea conforme a la voluntad de Dios. Lo lógico y natural es
que los actos sigan la norma dictada por la voluntad racional o superior,
pero en la práctica la parte inferior o sensible falla miserablemente.
Debemos, por lo tanto, tener en cuenta la perfección de la voluntad, y en
esto podemos y debemos ser exigentes con nosotros mismos, no admitiendo
excepción ni excusa; y luego la perfección de los actos, y en esto segundo
nos vemos precisados a ser pacientes y a humillarnos cada vez que caigamos.
Recordemos que la perfección de los actos o de la conducta es imposible aun
a los más perfectos, mientras que la perfección de la voluntad se nos da
incluso a los más imperfectos.
Admitidos y bien entendidos estos principios, veremos claramente cómo
debemos procurar con todo esfuerzo nuestra perfección aun sabiendo que
seremos imperfectos toda la vida.
La Iglesia nos lo enseña con la doctrina de sus Doctores y Santos. "Para
alcanzar la perfección -dice San Francisco de Sales-? es necesario sufrir
nuestra imperfección. Lo primero que os encomendaré será que, teniendo una
general y universal resolución de servir a Dios de la mejor manera que
podáis, no os recreéis en examinar y escudriñar sutilmente cuál sea la mejor
manera de hacerlo. Siendo la santidad obligatoria para todos, ha de estar al
alcance de los más rudos e ineptos en saber humano; y por eso debemos
proceder con sencillez."
"Ser un buen siervo de Dios -continúa el Santo-- no es estar siempre
consolado, siempre en dulzura, siempre sin aversión y repugnancia para el
bien; porque en este concepto, ni Santa Paula, ni Santa Angela, ni Santa
Catalina de Sena habrían servido bien a Dios. Ser siervo de Dios es ser
caritativo con el prójimo, teñet en la parte superior del espíritu una
inviolable resolución de seguir la voluntad de Dios; tener una muy humilde
humildad y sencillez para confiarse a Dio& y levantarse tantas veces como se
cae; soportarse a sí mismo en sus abyecciones y soportar tranquilamente a
los otros en sus imperfecciones" (La vraie et solide piété.)
Lo práctico es mantener firme la voluntad de amar a Dios con la perfección
posible, y enfervorizarla con los medios que Dios nos c*a, que no son pocos
ni escasos, con la frecuencia de los Sacramentos, con la perseverancia en la
oración, con jaculatorias, con actos de sacrificio y de otras virtudes que
seamos capaces de practicar con buena voluntad; perseverar en la lucha
contra las faltas y no admirarse de las caídas, antes bien levantarse cada
vez con mayor confianza y hu-mildad. Esta es la perfección práctica al
alcance de todo cristiano de buena voluntad, por pocas o ninguna que sean
sus dotes.
Cómo se va labrando nuestra perfección y santidad
El cristiano práctico, mientras vive en estado de gracia aumenta
constantemente su santidad, porque todas sus acciones enderezadas a Dios son
meritorias y le aumentan la gracia cada vez más. Todo lo que hace con pureza
de intención y con voluntad de agradar a Dios es excelente y hasta
divinizado, toda vez que va informado por la gracia divina.
"Todo cuanto hacéis sea de palabra o de obra, hacedlo todo en nombre de
Nuestro Señor Jesucristo" (Col. 3, 17.) "Ora comáis, ora bebáis, o hagáis
cualquier otra cosa, hacedlo todo a gloria de Dios" (1.a Cor. 10, 31.) oHe
aquí las palabras del Apóstol divino, las cuales como dice Santo Tomás al
explicarlas, "se practican suficientemente cuanto poseemos el hábito de la
caridad", por el cual aunque no tengamos una explícita y atenta intención de
hacer cada obra por Dios, tal intención está contenida Implícitamente en la
unión y comunión que tenemos con Dios, por la cual todo cuanto podamos hacer
de bueno está dedicado, juntamente con nosotros mismos, a su divina Bondad.
No es necesario que un hijo, que está en la casa y bajo la potestad de su
padre, declare que todo cuanto adquiere es adquirido por éste, pues
pertenecíéndole su persona, también le pertenece lo que depende de él.
"Basta, pues, que seamos hijos de Dios por amor, para que todo cuanto
hacemos vaya enderezado a su gloria(San Francisco de Sales, Tratado del Amor
a Dios, lib. XII, cap. 8.)
Es lo que nos enseña la Teología, que no es necesario tener una intención
actual para el mérito y para la responsabilidad de todos nuestros actos en
general, bastando la intención habitual no retractada, para que nos sean
imputables para mérito o castigo. El ofrecimiento a Dios de las obras y
demás intenciones que hacemos por la mañana, perdura todo el día y abarca
todas las obras que hemos ofrecido, aumentando nuestra santidad y perfección
interior sin damos cuenta de ello, sin pensarlo y aun sin saberlo.
Si a esto añadimos que uno de los elementos para aumentar la gracia
santificante es la que actualmente poseemos al hacer un acto cualquiera,
comprenderemos claramente que la Comunión, la oración, ei cumplimiento de
los deberes, los actos* de virtud, las penas soportadas en el día de hoy,
nos han merecido mayor aumento de gracia santificante que las que
practicamos en el día de ayer, precisamente por esta razón, porque lasi
hemos practicado con más grados de gracia; ya que habíamos aumentado tales
grados de gracia mediante los actos practicados ayer.
Esto es muy consolador y confortante, pues muchas almas piadosas se
preocupan y apenan, creyendo que, si no practican los actos con una
intención actual o un especial fervor, no tienen ningún mérito o muy
menguado. Realmente, para esas almas y para todo cristiano, la muerte será
una sorpresa inefable al contemplarse tan hermoseadas por la gracia que
apenas se reconocerán, llenándolas de un gozo y alegría imponderables, pues
por sus defectos y miserias cotidianas no podían sospechar el gran caudal de
gracia y santidad, es decir, de belleza y gozo celestes, que habían merecido
con sus obras ordinarias hechas en estado de gracia y con su acostumbrada
devoción que les parecía tan defectuosa y escasa.
Las personas consagradas a Dios, como sacerdotes y religiosos, igual que las
personas piadosas que siguen un orden de vida devota en el mundo, de
cualquier estado que sean, verán, si bien lo examinan, verán que todos los
actos, ocupaciones, deseos, aspiraciones, contrariedades, van enderezadas a
Dios exclusivamente, pues en su orden de vida no hay cosa ni hora alguna
destinada a las vanidades. mundanas y concurrencias peligrosas; todo se lo
llevan los deberes del cristiano, de familia, de trabajo, y obligaciones
ordinarias de la vida. Aumentando cada día su caudal de santidad según sus
grados de gracia, y de fervor, más o menos, pero siempre en cantidad
ingente, ¿quién es capaz de calcular sus méritos sino sólo Dios? Sí, según
creen algunos autores, el alma que actúa con toda la amplitud de su gracia,
es decir, con todo su fervor, dobla su gracia santificante por cada acto así
practicado, al cabo de unos cuantos años de vida sacerdotal, religiosa o
devota en el mundo, ¿a qué altura de* santidad habrá llegado delante de
Dios?.
También la Teología nos corrobora esta creencia al asegurarnos que el pecado
venial no quita ningún grado de gracia al alma, aun siendo voluntario,
¡cuánto menos se lo quitarán sus faltas, defectos y miserias cotidianas! Es
cierto que el pecado venial voluntario entibia la caridad del quei lo comete
aun sin quitarle ningún grado de gracia. Pero esto se entiende del alma que
tiene afecto al pecado y a las ocasiones, y no las evita ni deplora sus
caídas, es decir, un alma tibia, y que por ser tal va camino de caídas
graves que, le harán perder el estado de gracia en un plazo más o menos
próximo. Pero en el a,lma de vida piadosa esas faltas y caídas son limpiadas
cada día .y recuperado el fervor con la contrición y otros actos; y si
alguna caída más voluntaria en pecado venial le ocurre, el arrepentimiento
le sigue tan de cerca, como dice un autor, que no tiene tiempo de cambiar su
corazón ni el de Dios.
¡ Qué devoción deberíamos tener ai estado de gracia que tan maravillosos
frutos causa en nuestra alma! ¡Cómo deberíamos cultivarlo con el máximo celo
y cuidado!
Por qué Dios no permite que veamos nuestro adelanto espiritual
Es evidente que no somos capaces de ver y contemplar nuestro estado
espiritual con sus grados de santidad y gracia, que es lo mismo, porque
deberíamos tener una luz espiritual que no se nos dará hasta el cielo con la
visión beatífica; en este mundo nadie podría sopor- ar la visión de la
belleza divina de un alma en estado de gracia ni, por tanto, de la suya
prcpia.
Pero, se dirá, a lo menos debemos deducir nuestro aprovechamiento espiritual
por los vicios que vamos curando, los defectos de que nos vamos corrigiendo,
las virtudes que pugnamos por adquirir, y, si no vemos estos indicios, hemos
de deducir que nuestro avance en la virtud es nulo.
Veámoslo. El crecimiento en virtud y santidad estará siempre sujeto a fallas
y retrocesos y aun a ruina completa; por santa que sea una persona puede
caer en pecado porque siempre tendrá la libertad que le hace responsable.
De manera que las pequeñas faltas en que las personas piadosas suelen caer
por sorpresa o por fragilidad, no demuestran en manera alguna que el alma
deja de avanzar en perfección y santidad; aun. alguna caída más advertida y
voluntaria, que suele ser más prontamente borrada y expiada, tampoco es
ninguna demostración segura en contra de la santidad y virtud general de
aquella persona.
Por otra parte, nuestra perfección interior no se hace de una manera tan
rápida y visible que se pueda comprobar tan fácilmente con estas señales
meramente- externas y materiales. Dos personas distintas pueden caer en una
falta exteriormente igual, pero con una responsabilidad y culpa muy
diferente una de otra, y esto "es precisamente lo que no se puede ver ni
comprobar.
Un cristiano que aplique un esfuerzo constante y verdadero en corregirse de
un defecto, al cabo de largo tiempo podrá comprobar que tiene más dominio de
sí en aquel punto, que le es más fácil practicar la virtud que él quería,
que no cae tantas veces. Según de qué defectos se trate podrá hacer una
comprobación a plazo corto con el examen particular. Pero en los defectos
morales y que tienen más arraigo en el carácter y temperamento de cada uno,
necesitará mucho más tiempo, y probablemente sin llegar a la extirpación
absoluta y radical de un defecto, tendrá la satisfacción de dominarlo
suficientemente.
Entre tanto, no dude que todo este tiempo de lucha perseverante con su vicio
o falta, ha crecido más en perfección y santidad que si no hubiere tenido
tal defecto con que combatir aunque él no vea mejora sensible.
Debemos tener en cuenta que un mismo vicio a defecto, aj una persona le es
relativamente fácil de curar o corregir, y a otra se le hace dificilísimo. Y
aun hay casos en que, prácticamente, un defecto resulta incorregible, sin
que por ello el cristiano pueda desentenderse de combatirlo, ni le prive de
perfeccionarse, pues Dios ha puesto nuestra santificación más en el trabajo
de la lucha constante que en la satisfacción del éxito triunfante .
Hay otra razón fundamental por la que Dios no quiere que podamos ver
nuestros adelantos en virtud. Si ahora, estando llenos de defectos, miserias
y caídas, nos cuesta tanto ser humildes, ¿cómo io podría ser aquel cristiano
que se viese libre de defectos y adornado con las virtudes que se ha
propuesto? Esto sería, no lo dudemos, nuestra ruina espiritual más profunda
y dificil de curar; esto nos apartaría de Dios muchísimo más que todas
nuestras faltas, que son piedras necesarias para edificar nuestra humildad,
pues nada hay que nos humille tanto. En la hora de la muerte, Dios nos
dejará ver el verdadero estado de nuestra alma, tan hermosa, que nos sería
difícil de reconocerla por su celestial belleza,, nosotros que nos vemos tan
afeados de culpas y miserias.
Y es que no reflexionamos bastante en el milagro continuo que la gracia
divina va obrando constantemente en nuestra alma durante teda la vida.
Ciertamente hallaremos lo que nos dice San Pablo: que^ no están en
proporción nuestros pequeños actos de piedad y de virtud con los méritos y
belleza de que está adornada nuestra alma. Y es que estos méritos
propiamente son de Jesús nuestro Redentor, que los ha ganado con su Sangre
preciosísima y nos los comunica con la gracia divina, y, a cambio de esta
peaueña cooperación de nuestra buena voluntad, nos los retribuye como si
fueran méritos nuestros ; Qué bondad y ternura tan paternal la de Dios para
con nosotros! "Después de nuestra muerte tendremos una multitud de
revelaciones -dice el P. Fáber-.
Me atrevo a creer que el secreto que envuelve nuestro crecimiento espiritual
en este mundo será para algunos una causa de elevación. ¡Cuál será la
sorpresa de una multitud de corazones humildes a la vista de la deslumbrante
belleza de sus almas cuando la muerte les habrá desprendido de los lazos del
cuerpo! Es cierto que estamos muy lejos de tener conciencia de todo lo que
se opera en nosotros."
A la luz de la doctrina expuesta nos será fácil, en las siguientes páginas,
ver cómo debemos practicar nuestro examen diario de conciencia, para no
desalentamos al chocar con la persistencia de las mismas faltas, y
practicarlo con más devoción y mayor provecho; y otro tanto para estimar
mejor nuestra oración, a pesar de los defectos en que Citemos al
practicarla.
Guía breve del examen diario de conciencia
Por voluntad divina, nuestra vida es una continua lucha
La verdadera vida del cristiano está en la gracia divina, que nos santifica
y nos da la vida espiritual; mas, para mantenerla y aumentarla, ha de estar
en continua actividad y lucha. En el Libro de Job se nos dice que la vida
del hombre en esta tierra es una lucha. Y lo corrobora el Divino Maestro en
su Evangelio al decirnos que no vino a traer la pas sino la espada. El Buen
Jesús no quiso significar en manera alguna la guerra material, sino moral y
espiritual, en la que el Buen espíritu lucha en nosotros contra el espíritu
del mal y contra sus acometidas, sugestiones y tentaciones.
Para entender bien el examen diario de conciencia y practicarlo debidamente,
debemos tener en cuenta y convencernos que este combate, en nosotros, es un
estado normal previsto y querido por Dios vara nuestra santificación. No
debemos hacer consistir la santificación en la ausencia absoluta de faltas,
ni en un estado privilegiado en el que nos sea imposible cometerlas.
Por consiguinte, si Dios vino a traer esta lucha y no quiso suprimir los
escándalos o tentaciones y ocasiones de pecar, nois debemos armar de tal
manera que sepamos sostener la lucha toda la vida con tanta humildad como
constancia. No debemos hacernos la ilusión de que luchando venceremos
siempre y en todo; pero mucho menos todavía nos hemos de creer dispensados
de luchar porque no veamos enmienda manifiesta. Tan firmes y constantes
debemos ser en luchar, como humildes y confiados al vernos continuamente
vencidos. Precisamente esta lucha de toda la vida es la que nos santifica y
perfecciona. Nuestra vida espiritual depende de nuestra conducta en este
punto, según aprovechemos nuestras faltas para humillarnos y perseverar en
la lucha confiados en Dios, o bien nos desanimemos y dejemos de combatir
abandonando las armas en manos del enemigo.
Desde un principio quitémonos de la cabeza la preocupación de que para
adelantar en perfección y llegar a la santidad conisumada debemos obtener
antes la victoria o enmienda de todos nuestros defectos y vivir sin falta
alguna.
Dios no nos exige la enmienda total; lo que nos manda es que lachemos para
enmendarnos. Por eso premia la lucha más que la victoria que depende muchas
veces, de un conjunto de causas que no está en nuestra mano el quitarlas ni
el ponerlas; tales son, el temperamento, las circunstancias, el tiempo, la
gracia de Dios, etc. Por esto podemos decir que la victoria depende más de
Dios que de nosotros; mientras que el combatir es cosa bien nuestra, al
menos con la buena voluntad secundando la gracia que nunca nos falta. A un
labriego que ha cultivado bu campo con trabajo y esmero, nadie le da culpa
de que la cosecha se pierda por la sequía, por el pedrisco, o por otras
causas, antes bien, es tenido por buen campesino y activo trabajador; y si
ha trabajado como jornalero, cobra íntegramente su paga, prescindiendo del
resultado de la cosecha.
Igualmente Dios nos pagará todo el trabajo que habremos empleado en la
enmienda, y la buena voluntad con que habremos perseverado en ella, aunque
no hayamos llegado a obtenerla como querríamos. Lo que quiere Dios de
nosotros es esta lucha para vencernos y mejoramos a fin de llevar nuestra
cruz en pos de Él. Bien claras son sus palabras: Aquel que quiera venir en
vos de Mí, to me su cruz y sígame... que se niegue a sí mismo... que
renuncie a todo cuanto tenga... hasta a su misma vida si es preciso... Que
si tu ojo... tu mano... tv pie... te escandalizan... quítalos de ti... En
una palabra, toda la doctrina evangélica está fundada en la renuncia' al
propio yo, a fin de hallarnos libres para unir nuestra voluntad a la divina
.
El examen diario de conciencia es el arma propia para esfa guerra vital; y
el dejarlo, es tanto como abandonar las armas en manos del enemigo.
Abandonar la lucha es abandonar a Jesucristo, dice el P. Fáber. Y si dejamos
de cumplir la voluntad de Dios, ¿cómo nos podremos santificar y
perfeccionar?
Dos ideales distintos de perfección
Hay personas para quienes el ideal de perfección consiste en la propia
perfección personal, es decir, en verse libres de toda falta y defecto, y
llenas de virtudes manifiestas; y, en consecuencia, ser la admiración y
edificación de los demás. Pero como no llegan nunca a tal altura, porque es
imposible llegar a ella, están en conístante inquietud y se desalientan por
cada caída o fracaso; per-manecen tristes al verse tan lejos de aquella
perfección soñada, viviendo en realidad una vida sin paz ni alegría.
Evidentemente no puede ser éste el ideal de perfección que nos propone el
Evangelio.
En cambio, hay otras personas que ponen la perfección y todo su cuidado y
afán en unir amorosamente su voluntad con la voluntad de Dios, sabiendo
adaptarse a todo, incluso a las inevitables faltas y defectos, fracasos y
humillaciones, acudiendo en todo tiempo y circunstancia al Corazón de Jesús
con entera confianza especialmente para Jas faltas de cada día, mirando a
Dios como a un Padre que no se cansa jamás de sus hijos porque siempre los
ama, y más cuando los ve caídos; y hasta les manifiesta un gozo particular
cada vez que acuden a Él con aquella humildad y confianza que llega a serles
connatural.
El examen diario de conciencia resulta muy diferente según que el alma se
proponga uno u otro de estos dos ideales de perfección. Para aquel que se
propone únicamente buscar la voluntad de Dios para unirse a ella
amorosamente, el examen es un tranquilo ejercicio de humildad y confianza,
ungido de amor, y lleno de gozo por comunicarse con Dios, Rondad infinita.
Para aquel que pone m ideal en su propia perfección, el examen suele ser un
martirio, porque las faifas no acaban nunca de marchar, ni, las virtudes
llegan nunca, a arraigar de una manera segura. Este fracaiso diario le
entristece, le inquieta y le desanima, porque la obsesión ele su perfección
personal le tiene absorbido de tal manera, que, espiritualmente hablando,
podríamos decir, se paisa el día delante del espeje mirando si se
perfecciona.
Evidentemente no es éste el espíritu que ha de vivificar el examen de
conciencia; atendiendo casi exclusivamente a las faltas, es como si nos
quedásemos en la letra que mata, dejando de-masiado olvidado el espíritu que
vivifica.
Renunciemos a este ideal engañador de vernos sin faltas ni imperfecciones y
llenos de virtudes, y pongámoslo en cumplir amorosamente la voluntad de
Dios, uniéndonos a ella" tan perfectamente como nos sea posible, y con esto
nos habremos puesto en el camino seguro de la perfección y santidad, y
habremos sentado una piedra fundamental de nuestro examen diario de
conciencia .
No nos es dado ver nuestro adelanto en perfección y santidad
Es un grave error y un contrasentido tener la pretensión de ver claro o de
saber de modo seguro el grado o elevación de nuestra perfección espiritual.
Si realmente llegáramos a creernos y tenernos por almas perfectas, por este
solo hecho ya dejaríamos de serlo, demostrando con ello que no lo somos.
El Santo que haya podido llegar al más alto grado de perfección y santidad,
no está contento de sus virtudes, ciertamente; muy al contrario, cuando más
unido está con Dios, y recibe por lo tanto mayor luz espiritual, más ve* y
conoce también lo que le falta para corresponder á Dios como se merece, y
más distante se ve de ello, no porque en realidad lo esté, sino porque ve y
comprende más claramente el abismo infinito que media entre el Criador y la
criatura. Al principio de su conversión o de su fervor, propuso adquirir la
virtud de la humildad, y no obstante haber alcanzado una gran perfección en
esta virtud, él no se ve ni se siente más humilde. Propuso mortificarse y
sacrificarse en todo, y habiendo llegado a un muy alto grado de abnegación,
él se encuentra y se siente lleno de amor propio y de sensualidad. Propuso,
sobre todo, amar a Dios como un serafín y orar como un espíritu celestial, y
a pesar de tener una oración muy elevada y estar muy unido con Dios, él se
halla frío de corazón, distraído en la oración, enjuto de fervor. Y así de
todo lo demás. Es evidente que un Santo no puede estar contento de si mismo
ni de sus progresos en la virtud, precisamente porque cuanto más avanza en
ella, más ve lo poco que vale lo que ha adelantado, si es que cree haber
adelantado algo.
Si conservamos claro el juicio, y ¡sano el criterio espiritual, hemos de
comprender que no puede llegar nunca este triunfo tan completo que nos haga
exclamar: "ya soy bastante humilde; ya tengo oración perfecta; ya domino
todas mis pasiones; ya no falto en nada; ya amo perfectamente a Dios". El
día que tal cosa creyéramos (Dios nos libre) habríamos caído en la más
profunda y estúpida fusión. Nos ha de suceder, proporcional- mente, como a
los Santos: cuanto más nos acerquemos a Dios, más distante de Él nos
veremos. O sea, dicho de otra manera., cuanto más hayamos avanzado en el
camino de la virtud, veremos cuanto más nos falta andar todavía, para llegar
a la suspirada cumbre. Aun cuando llegáramos a un grado muy perfecto de
humildad, por ejemplo, como toda la vida sentiremos vivo en nosotros el amor
propio y el orgullo, por fuerza nos h.a de parecer y hemos, de sentir que no
somos humildes. Igualmente, por mucho que amemos a Dios y con un amor muy
perfecto, siempre hallaremos que no le amamos como es preciso amarle, cosa
muy verdadera. Y así de todo lo demás .
Este descontento de nosotros mismos y este deseo de amar más perfectamente a
Dios, y la pena consiguiente de ver que no lo conseguimos son una pura
gracia de Dios, que nos demuestra que andamos por el buen camino y
adelantamos espiritualmente. Y si llegáramos a morir de pena y sentimiento
de ver que no amamos bastante a Dios, seríamos muy dichosos, porque eso
sería ya morir d.e amor. Pero todos estos piadosos sentimientos no nos hacen
perder la paz del alma., esa paz que es toda de Jesús y .sin la cual no hay
gozo posible en la vida espiritual.
Por qué Dios deja subsistir nuestras faltas
Con el examen diario de conciencia constatamos tristemente como nuestras
faltas e Imperfecciones, aun cuando sea en pequeña escala, perseveran
mezcladas con nuestros buenos actos. Si Dios nos deja en tal estado de
miseria toda la vida, no es por cierto sin razón alguna, ni mucho menos para
nuestro daño; ai contrario, es para mayor bien nuestro y para mayor gloria
suya. ¿Cuál es, pues, el fruto práctico que Dios quiere que saquemos de
nuestras faltas e imperfecciones? Que seamos humildes sinceramente; que no
cesemos, de luchar y que acudamos a Él con mayor confianza y amor.
1. ° Que nos ejercitemos en la humildad. De hecho, no hay nada que nos
humille tanto como el pecado, las faltas y las imperfecciones. Aceptar de
corazón la humillación que nos causan, es un acto de humildad perfecta.
Toáoslos demás actos de humildad que podamos practicar, o son puramente
teóricos, de imaginación, de sentimiento, o bien, si son reales y efectivos,
nos atraen la estimación y la alabanza de los demás. Tal sería, por ejemplo,
sufrir una afrenta públicamente con serenidad y mansedumbre; escoger el
último lugar que todo el mundo rechaza; lavar los pies a los pobres y
enfermos! en ei hospital u otros servicios semejantes. En todos estos actos
hay una compensación a la humillación recibida o practicada, no solamente en
la Intima Satisfacción de haber practicado un acto de virtud, sino también
en la alabanza y estimación de todos aquellos que lo han presenciado.
Mas en los pecados propios, en nuestras miserias y faltas, ni hay
satisfacción alguna por haberlas cometido ni tampoco se recibe gloria alguna
de que otros lo hayan presenciado: todo es pura humillación. Aceptar
dulcemente, pacíficamente, digamos humildemente, esta humillación de nuestra
falta, es un acto de humildad superior a todos los otros, porque en él no
hay más que pura humillación.
Si lo que forma y hace crecer la virtud son los actos que de ella se
practican con frecuencia, ¡cómo no deberá crecer nuestra humildad al
practicar cada día', con devota perseverancia; unos actos tan puros y
verdaderos en el exa men de conciencia!
2. ° Que perseveremos en continua lucha. Con la aceptación pacifica de la
humillación por nuestras faltas diarias, va también inseparablemente el
propósito de no volverlas a cometer y de trabajar para dominarlas. Esto
implica necesariamente una lucha continua que dura toda la vida. No es el
cxito lo que nos perfecciona en la virtud y santidad, sino* el esfuerzo que
ponemos para conseguirlo, aun cuando en está vida no veaimos nunca cumplido
nuestro deseo. Sólo la perseverancia es coronada: Aquel que persevere hasta
el fin, será salvo.
Esto no es extraño, porque Dios no ha dejado nadá inactivo en la Creación,
ni cosa alguna en reposo absoluto. Todo tiene vida o movimiento, o al menos
movimiento interno de lentísimas transformaciones que duran miles de años,
ya era la profundidad de la tierra, ya en las esferas inconmensurables de
los astros. Si Dios, pues, no ha querido dejar inactiva ni en reposo cosa
alguna en el mundo material, mucho menos lo permite en el mundo espiritual
de las almas. Es una ley de nuestro perfeccionamiento; poner nuestro trabajo
y esfuerzo. Dios ñas ha señalado como lugar de reposo y felicidad completa
la eternidad del Cielo; y nos ha puesto en esta vida para que lo merezcamos
con nuestro esfuerzo y trabajo: No olvidemos la sentencia bíblica de que la
vida del hombre sobre la tierra es una lucha.
A fin de ejercitarnos forzosamente en esta lucha, y esfuerzo, tan
provechosos y sanos para nuestra alma, Dios ha querido dejarnos con nuestros
defectos y caldas. Así como son necesarios perseguidores y verdugos para que
haya mártires, así también son necesarios los escándalos y tentaciones para
que un cristiano pueda luchar y vencerse a si mismo."El hombre que no es
tentado -nos dice la Biblia-¿qué puede saber?" (Eccli. 34,11, 9.) Procuremos
comprender bien el fin amoroso y glorioso que pretende Dios dejando
subsistir las faltas y las luchas consiguientes. Este ejercicio de caer y
levantarse cada vez con más valor, por sí solo santifica y perfecciona al
hombre. "Bastaría con esta sola práctica -dice San Juan Eudes- para hacer
negar un alma a la más alta perfección".
3. ° Que acudamos cada vez con mayor confianza al Buen Jesús. Cuando en esta
lucha sostenida dentro de nosotras mismos, nos vemos tantas veces derrotados
y humillados, instintivamente buscamos una tabla segura de salvación que nos
sostenga y dé confianza, y no la hallamos sino en Dios. ''¿Dónde iremos,
Señor, si Vos tenéis palabras de vida eterna?" es la. exclamación que nos
sale espontáneamente del corazón, como a San Pedro. ¿Quién sino Él puede
darnos fuerzas superiores a nosotros mismos? ¿Quién, sino sólo El, puede
perdonarnos y alentarnos? ¿Quién nos ama mis que El? Tanto nos ama Dios que
nos cierra todos los caminos menos el que a El conduce. Todos los demás que
podríamos libremente seguir, no nos sostienen, y nos llevan a perdición.
Entonces es la hora de practicar este acto de confianza pura y absoluta en
El, que tanto lo desea. Para hacerlo no podemos apoyarnos en ninguna otra
cosa; ni en nuestras fuerzas que fallan, ni en nuestra voluntad que
claudica, ni en nuestros propósitos que no cumplimos. Solamente Dios nos
puede salvar; ni nuestras buenas obras, tan menguadas, ni, las virtudes que
no tenemos pueden apoyamos y mucho menos hacer firme nuestra confianza. Sólo
Dios puede salvarnos del naufragio y \solamente en El podemos y debemos
confiar; es éste un acto de la más pura confianza, porque no se apoya, más
que en su Amor, Bondad y Misericordia.
Estos tres actos: aceptar de corazón la humillación de nuestras faltas,
confesarlas confiadamente y con todo amor a LOS pies de Jesús y querer
perseverar en la lucha toda la vida, son los que constituyen la parte más
esencial del examen diario porque incluyen la confesión hu-milde y confiada
de nuestras culpas y el reafirmarnos en el amor de Dios proponiendo la
perseverancia infatigable en la lucha.
Si consideramos bien el examen así practicado, veremos cómo de él sacamos un
tesoro incalculable de santidad y perfección a pesar de que subsistan faltas
e imperfecciones. Por una parte, ni los pecados veniales ni las faltas
disminuyen grado alguno de gracia en nuestra alma; y de otra parte hacemos
con plena conciencia unos actos de perfecta, humildad y sincera confianza y
propósito de permanecer en el amor de Dios luchando aunque sea toda la vida.
Todo esto nos merece muchos más grados de gracia y nos aumenta en gran
manera la unión con Dios. ¡Ciertamente vale la pená de sufrir las faltas
toda la vida si sacamos de ella tales frutos! Y depende de nosotros que lo
obtengamos.
El examen diario es propiamente la oración de la noche
El examen diario debe ser la oración ordinaria de la noche y, por lo tanto,
un rato de intimidad con Jesús, como lo es Ja meditación de la mañana. Pero
si se da la importancia máxima y casi exclusiva a las faltas, pierde este
dulce carácter y se convierte en una obligación pesada y enojosa.
Por eso, de hecho, se encuentra una gran mayoría de personas piadosas que
van a buscar a Jesús llenas de confianza y devoción en la oración o
meditación y Comunión por la mañana, y de una manera "semejante en la Visita
al Santísimo por la tarde. Pero llegada la hora del examen por la noche,
parece que este ejercicio les estorba y les causa enojo; y como si hubiesen
cambiado de espíritu, de una m: uñera quizá inconsciente, no saben ver
j.quel mismo Jesús lleno de amor y de fcsndad que con tanto gozo y afán han
ido a encontrar en la oración y Comunión de la mañana; y vagamente
presienten un Jesús, si no enfadado o irado, a lo menos entristecido por las
faltas diarias, casi siempre iguales, incorregibles. ¡Qué anomalía más
extraña! ¿Por ventura en la oración de la mañana, al expresar nuestros
afectos y sentimientos, no le confesamos esas mismas faltas nuestras y aun
pecados pasados mucho más graves, llorándolos sosegadamente a sus pies,
llenos de amor y confianza? ¿No le recomendamos nuestros propósitos de
enmienda, no le pedimos el auxilio de su gracia para no volver a caer? ¿Por
quét*pues, en el. examen de la noche no hacemos lo mismo? ¿Por ventura Jesús
o nosotros somos diferentes por la mañana? Se dirá que hay las faltas de por
medio con su pertinacia incorregible.
Es cierto; pero esto no cambia en lo más mínimo los sentimientos y el amor
del Corazón de Jesús para con nosotros, mientras acudamos a El humildemente
con amor y entera confianza. El no se cansa nunca de perdonar, por grandes y
repetidos que sean los pecadas, y faltas que tengamos, antes bien, tiene
especial complacencia, por su oficio de* Redentor, en aplicarnos el fruto de
sus dolores y de su preciosísima Sangre. El siemprei nos ama, por miserables
que seamos, y nuestras miserias cuanto mayores sean, más fuertemente
solicitan la misericordia de su Corazón.
Mientras no ncs quitemos de la imaginación esta figura equivocada del Jesús
triste y enfadado, o disgustado, y hagamos entrar en nuestro corazón la
verdadera del Jesús amabilísimo y bondadoso que nos espera con los brazos
abiertos, por muchas faltas y pecados que tengamos, no haremos nunca a gusto
ni con mucho fruto el examen d!ario de conciencia. Repitámoslo a menudo;
Jesús nos ama siempre, y aunque deteste nuestras faltas y pecados, a
nosotros no nos detesta nunca mientras vivimos en este mundo. Por pecadores
que seamos siempre nos convida amorosamente a su gracia y misericordia.
Nunca nos mira con cara triste, sino cuando huimos de El voluntariamente.
Además, como nuestras faltas también subsisten por permisión de Dios, que
nos quiere en este estado de humillación continua. El tiene uná complacencia
particular en recibirnos cada día, llegada la noche, en la intimidad, y oír
de nuestra propia boca la confesión de las faltas diarias; en ver nuestro
espíritu contrito . y humillado, que es siempre para El un sacrificio
aceptable; y, sobre todo, en contemplar nuestro corazón con un gran deseo de
amarle y una voluntad resuelta y decidida de perseverar en su amor, a pesar
de todas las faltas y fracasos.
Jamás Jesús nos recibe con cara triste ni malhumorado cuando volvemos a El;
al contrario siempre sonriente y con los brazos abiertos como el Padre del
hijo pródigo y por cada falta detestada celebra un convite con sus ángeles
llenos de alegría.
Su corazón no cambia por muchos pecados que hayamos cometido. Suponiendo un
cristiano de buena voluntad que se presenta a Jesús a la hora del examen con
mil faltas cada' día, que las confiesa humildemente confundiqio, arrepentido
con sincero amor, lleno de buena voluntad para enmendarse, perseverando en
este trabajo y confesión durante cincuenta años; jamás Dios, Padre
bondadoso, dejará de recibirlo ni un solo día, con una sonrisa de
complacencia ni le negará el completo perdón amorosamente, antes bien, le
esperará con gozo en aquella hora feliz del examen en la que aquella alma
humilde y perse- varante se acerca a El en busca de consuelo y fortaleza.
Qué poco cuesta practicar el examen y confesar las caídas con un Dios que es
Padre tan amoroso, tan bueno y misericordioso, teniendo seguro el perdón y
sabiendo que le da gran gozo y alegría! Ciertamente, ¡la hora del examen por
la noche es una hora de intimidad y amor con Dics, tanto como pueda serlo la
meditación más fervorosa de la mañana!
La letra: el examen de las faltas del dia
Las faltas cometidas durante el día son la materia necesaria del examen, y
es preciso repasar en nuestra memoria en (jué y cuánto hemos faltado. Pero
este examen no ha de ser minucioso y deta-llado, ni debe hacerse con
ansiedad o inquietud para saberlas todas, ni ir a buscar las causas remotas;
basta con hacerlo sobriamente sin violentarnos, antes bien contando de
antemano con lo que naturalmente nos venga a la memoria, puesto que todas
las personas que practican este ejercicio son personas de vida ordenada, de
modo que con un solo vistazo ven las faltas en que han caído aquel día, si
son debidas a una causa externa; y si son debidas a su temperamento o
disposiciones interiores, ya por adelantado casi las saben de memoria. De
manera que en este examen propiamente dicho no se debe emplear demasiado
tiempo.
Aquellos que para examinarse quieren seguir una pauta cronológica del dia
examinando hora por hora, ocupación por ocupación, se pierden con fatal
facilidad porque se les evocan todas las distracciones del día, haciéndolas
revivir inconscientemente, y tantas veces como lo empiezan otras tantas se
distraen. Es preferible reducir el examen de faltas a tres o cuatro puntos
en los cuales entren las faltas en que suele caer cada uno.
Nosotros propondríamos cuatro capítulos que suelen comprender toda la
actividad de la vida devota o sencillamente cristiana.
1. Los actos de religión y piedad: puntualidad en levantarse, oración,
meditación, Misa, Comunión, visita, rosario, lectura, examen y demás.
2. Caridad con el prójimo. Obras de misericordia, bondad de corazón,
afabilidad de trato, igualdad de carácter.
3. Ejemplariidad de conducta y de vida. Las obligaciones del propio estado,
de familia o de comunidad, el trabajo u ocupaciones de su cargo u oficio,
cumplidas honradamente a conciencia, con espíritu cristiano.
4. Dominio de sí mismo, sobre las pasiones y sentimientos interiores de
soberbia, vanidad, ambición, sensualidad, ira, envidia y pereza,,
practicando la mortificación y penitencia necesaria y conveniente que cada
uno sea capaz de hacer.
Cada uno por experiencia sabe sobradamente los puntos en que suele caer o
que le cuesta más vencer, y no le hace falta mucho examen para encontrarlos
en seguida. Pero conviene no entrete-nerse demasiado en este examen; basta
con lo que le vendrá a la memoria fácilmente, con naturalidad. Si tuviere
algo extraordinario, sin necesidad de tenerlo que recordar, se le haría
presente. Prácticamente, un minuto puede bastar.
Hay muchas personas piadosas, principalmente entre las que ya cuentan
algunos años, que, llevando una vida metódica, siempre igual, cuando hacen
el examen de conciencia no encuentran falta alguna. Esto es debido a su
misma conducta, ordenada y cristiana, a la falta de tentaciones y ocasiones,
al estar libres de obligaciones familiares o sociales a no tener grandes
contradicciones que perturben su espíritu; y en tales circunstancias nada
tiene de particular que carezcan de faltas positivas. Y asi resulta que el
examen propiamente dicho se les hace difícil y enojoso.
Será preciso que estas personas simplifiquen aun más su examen, y que en vez
de buscar sus faltas, miren si se han aplicado a tener su espíritu
íntimamente unido a Dios, haciendo actos de conformidad y aceptación amorosa
de la voluntad divina, levantando su corazón a Dios, cuando les venga al
pensamiento, con una mirada interior, o con cualquiera aspiración de virtud.
Vean si son fieles en aprovechar los pequeños sacrificios que se les
presentan durante el día, para ofrecerlos al buen Jesús, como floréenlas de
amor para darle gusto, consolarle y ganarle almas. Pueden examinar también,
si mantienen el espíritu de sacrificio y la abnegación necesaria para
afianzarse y adelantar en el camino de la perfección y santidad; o pueden
ha- cer alguna mortificación voluntaria, sencilla y oculta, para avivar su
celo y devoción. Este examen ha de ser, como hemos dicho, igualmente breve y
sin preocupaciones, sencillo y afectuoso.
El espíritu: el examen general de conciencia
Puesto que el examen de las faltas es simplemente ia letra, o materia de
este ejercicio, estudiemos su espíritu y fruto principal.
1. Lo primordial del examen no es buscar las faltas y deplorarlas, sino que
es mantener en nuestro corazón el amor a Dios bien vwo y puro, y para ello
nos será preciso antes que todo, examinarnos cada día cómo estamos de firmes
y decididos en nuestra resolución de amarlo tan perfectamente como podamos,
uniendo nuestra voluntad a su voluntad divina y cumpliéndola amorosamente.
La primera pregunta' que nos haremos en este examen sobre nuestras
disposiciones de espíritu será: ¿Mantenermos una voluntad firme y resuelta
de perfeccionar- nos y santificarnos, deseando cumplir perfectamente y
amorosamente la voluntad de Dios? ¿Deseamos amar a Dios con amor perfecto?
Mientras tengamos la voluntad puesta firmemente en^ Dios,* démonos por
seguros y amados de Dios, que se comolace en nosotros. Y nuestras faltas ¿no
están en contradicción con esta voluntad? Ciertamente; pero no la destruyen.
Por esto es preciso distinguir y entender claramente que una cosa es la
voluntad habitual de buscar la unión con Dios y otra los actos de esta
voluntad, que a intermitencias, son unas veces generosos y otras
humillantes: y estos actos humillantes o .caídas no nos privan de tender de
todo corazón a la perfección y unión con Dios (Card. Mercier, La vida
interior, conf. 3.a).
Aunque nuestras faltas ofendan y desagracien a Dios, no le cambian el
Corazón, que continua amándonos ardientemente, sobre todo cuando nos
arrepentimos, las confesamos humildemente a El mismo y luchamos con buena
voluntad para enmendarnos.
San Francisco de Sales recomienda especialmente esta disposición de mantener
en la parte superior del espíritu una inviolable resolución de seguir la
voluntad de Dios, teniendo la humildad y sencillez de confiarnos a Dios,
soportamos a nosotros mismos y a los otros, levantándonos tantas veces como
caigamos.
Nos dice el Santo Doctor: "Mientras vuestra voluntad y el fondo de vuestro
espíritu esté bien resuelto a ser todo de Dios, nada hay que temer, puesto
que eso son imperfecciones naturales?, y más bien enfermedades que pecados o
defectos espirituales. No obstante, conviene excitar y provocar el valor y
la actividad del espíritu, tanto como os sea posible" (Collot, La vraie et
solide piété, part. 2.a, cap. 4).
Al hacer el examen de conciencia, arraiguemos esta voluntad cada día, y
procuremos fortalecerla y enfervorizarla; y así estaremos seguros de nuestra
disposición fundamental de espíritu. "Lo importante - dice Santa Teresa del
Niño Jesús - es guardar el corazón para Jesús, y esto se hace, a despecho de
nuestras caldas y de nuestra fragilidad, por lá pureza de Intención renovada
cada día."
(Vide A l'école de Sainte Thérése de VEnfant-Jésus, pág. 29.)
2. En segundo lugar, examinaremos si esta nuestra voluntad se demuestra en
la práctica perseverando en combatir nuestros defectos y faltas,
permaneciendo fieles en practicar lo,s ejercicios de piedad y actos de
virtud de que nos vemos capaces. Si perseveramos en el orden de vida¡ devota
que nos hemos impuesto. estemos contentos: nuestra voluntad es sincera y
verdadera.
El alma que se encuentra árida y distraída en la oración, seca y fría en la
Comunión y acción de gracias, insensible en la confesión de sus pecados y
faltas, así como indiferente en la Santa Misa casi como si no tuviera fe;
con todo, si persevera en sus actos de piedad con buena voluntad, ante Dios
es un alma fervorosa que adelanta mucho en el camino de la santidad.
Un alma que luch# para ser humilde, queriendo pasar por la última de todas,
y no obstante a menudo le escapan palabras de vanagloria y de propia
estimación; si es constante en combatir su amor propio y vanidad, al fin
obtendrá el premio de los humildes.
Una que hace guerra, a su temperamento iracundo, y trabaja para obtener una
paciencia imperturbable, que soporta un rato la contrariedad, pero al fin un
golpe de genio le hace quedar mal. con desedificación de los otros y con
pena y confusión suya; si persevera en este trabajo, Dios le dará ai fin el
premio de los mansos y pacientes.
Otra que quiere ser caritativa, y bondadosa de corazón, para mantener la
afabilidad de trato y amabilidad con todos, se encuentra, sin darse cuenta,
contestando con mal humor o con brusque-dad, aunque procura' enmendarlo y
pedir perdón; si es fiel en combatir, obtendrá el premio de¡ los caritativos
y buenos de corazón.
Y así de todas las virtudes: trabajar sinceramente para practicar una
virtud, en cierta manera, es ya haberla conseguido; y los que así lo hacen,
aun cuando no hayan pasado de la categoría de aprendices, en el cielo serán
colocados junto a los maestros en el gremio de aquella virtud, Y bien podría
ser que uno que no ha pasadd®de aprendiz en e.ste mundo, pero ha trabajado
mucho para obtener una virtud, en el cielo tenga más gloria que otro que fué
maestro de ella en la tierra con muy poco trabajo y esfuerzo.
Por lo tanto, la segunda pregunta que nos haremos en este examen de espíritu
será: ¿Sostenemos. la lucha constante contra pecados y faltas, siendo fieles
en poner los medios y ejercicios de piedad que nos hemos propuesto y los
actos de virtud que nos vemos capaces de prac-ticar? Si podemos darnos lsf
respuesta afirmativa, debemos estar contentísimos, pues nos da la seguridad
y corrobora la primera pregunta sobre la firmeza' y resolución de nuesta
voluntad. Agradezcámoslo a Dios, pues es gracia suya.
Recordemos lo que nos dice Santa Teresita sobre este punto: "Esperando que
Jesús mismo, el divino Ascensor de los pequeños, os levante hasta El, en la
cima de la escala de la perfección, continuad simplemente levantando el
piececito, y no creáis que podréis subir el primer escalón siquiera, no;
pero el buen Dios no os pide más que la buena voluntad"
(A l'éccole de Ste. Thérése de l'Enfant- Jesús.)
3. Después de examinar estos üo&r puntos y reafirmar nuestra voluntad,
debemos mirar cómo reacciona nuestra alma ante las faltas cometidas; y esto
ya es más costoso de1 enmendar.
Al contemplar cada día rotos nuestros propósitos y recayendo en las mismas
faltas, sin enmienda aparente, nuestro amor propio se extraña y admira
primero, y luego decae y se desanima, cuando no se enfada y quiere
abandonarlo todo. La vanidad y presunción sobre nuestras fuerzas morales, se
sienten confusas y humilladas al comprobar con nuestra innata flaqueza, y el
alma abatida y avergonzada se siente sin aliento para continuar.
Esta es la reacción vulgar del alma humana ante sus propias miserias y
faltas, y sus interminables reincidencias. Pero todo esto no pasa de ser un
sentimiento puramente natural, nacido únicamente de nuestro amor propio,
orgullo y presunción; y si nos dejamos llevar de estos sentimientos,, caemos
en una serle de faltas mucho peores que las que han determinado esta vulgar
reacción.
Pero si queremos mantener el espíritu del examen de conciencia y sacar de él
el fruto debido, debemos elevarnos) al orden sobrenatural para contemplar
nuestras repetidas caídas y faltas diarias, y reaccionar en el orden
espiritual humillándonos sinceramente y confesando de buen grado nuestra
debilidad y miseria. No nos debemos admirar de nuestras caídas diarias,
antes bien debemos juzgarlas muy naturales y propias de nuestra flaqueza,
sin desanimarnos nunca, por años que dure la lucha y por muchos fracasos que
tengamos que sufrir. Esto es importantísimo y esencial para sacar fruto del
examen diario y mantener la paz de espíritu.
Por lo cual, la tercera pregunta que nos haremos en este examen de nuestras
disposiciones será: ¿Aceptamos dulcemente y con paz de espíritu la
humillación de nuestras caídas y fracasos diarios, aunque no veamos adelanto
ni enmienda? Sin esta* aceptación no podemos aspirar a ser agradables a Dios
y entrar en su dulce intimidad y unión.
Santa Teresita, con aquella transparencia y ungida sencillez suyas, resumie
en una frase esta doctrina clásica cristiana: "Basta con humillarsa soportar
dulcemente sus imperfecciones: he aquí la verdadera santidad para nosotrosY
explicándolo más detalladamente a una determinada persona, dice: Ofreced a
Dios, si es preciso, el sacrificio de no recoger nunca frutos. Si El quiere
que toda la vida sintáis repugnancia a sufrir, a ser humillada; si permite
que todas las flores de vuestros deseos y buena voluntad caigan al suelo sin
producir nada. En un abrir y cerrar de ojos, cuando llega el momento de
vuestra muerte, El sabrá muy bien hacer madurar hermosos frutos en el árbol
de nuestra alma. (A l'école de Ste. Thérése de l'Enfant-Jesús.)
Aquellas personas que no tienen faltas positivas, como se ha dicho al hablar
del examen diario de las faltas, tienen también motivo de humillarse,
pensando que el no tener faltas no es de gran mérito cuando no se tienen
ocasiones ni tentaciones para luchar, razón por la cual ha de considerarse
una cosa en cierta manera negativa. La Iglesia no canoniza a nadie por
el mero hecho de no tener faltas, sino que reclama las virtudes positivas y
en grado heroico. La Iglesia, para otorgar el honor de los altares a un
cristiano, prescinde de que haya tenido algunas faltas o imperfecciones,
pero no puede prescindir de tener la seguridad. de que practicó las virtudes
en grado heroico. De modo que nadie puede tener vanidad de esta ausencia de
faltas, que no es muy difícil cuando Dios ayuda; en cambio, se hallan tan
pobres de virtudes (no digamos heroicas, pero ni, tan sólo ordinarias), tan
débiles en el amor a Dios, tan cobardes ante el sacrificio.
Que se humillen al ver cómo corresponden con tan poca generosidad a los
continuos beneficios innumerables que Dios les hace, y sobre todo al amor y
predilección con que les concede dichos beneficios. Piensen lo que hubieran
hecho otras almas si Dios les hubiese concedido las gracas que a ellas
concede de continuo. y vean lo que sería un alma generosa y encendida en el
amor a Dios con tantas gracias, comparada con otras del nivel espiritual en
que ellas se encuentran. Que sepan, sin embargo, humillarse dulcemente en
paz y confianza, y hasta alegres y agradecidas al amor que D\c.s Ies
manifiesta y a lá providencia especial con que las guarda.
4. Examinadas las faltas y reconocidas humildemente, en paz y quietud, es
preciso ir con plená confianza a, Jesús y volcar a sus pies no solamente las
faltas, sino todos los afectos de nuestro corazón con toda nuestra voluntad.
Este es el punto más esencial del examen: confesar a Dios nuestras faltas
humildemente y hablarle con entera confianza de todas nuestras miserias,
completamente seguros de su amor, de su perdón, de su consuelo y de su
gracia. No creamos jamás, en este acto, que hallemos a Jesús triste y
disgustado; al contrario, nos abraza lleno de gozo como al hijo pródigo y
nos festeja con todos sus ángeles.
Podemos haberle apenado y ofendido cuando hemos pecado y le hemos
abandonado; pero cuando volvemos a El nos recibe siempre contento y gozoso,
ha olvidado nuestros pecados, y "los ha echado todos al fondo del mar", como
dice el profeta Micheas (7, 19), pará "no acordarse de ellos nunca más"
según el profeta Jeremías (31, 34). Y también, según la expresión del
profeta Isaías, como si "se hubiera echado a la espalda todos nuestros
pecados" (38, 17). No es hora, pues, de estar tristes, sino expresivos y
animados al ver la efusión de amor, el gozo y la alegría' de Jesús.
No gastemos, por lo tanto, todo el rato en hablarle sólo de nuestros pecados
y falta.s; hablémosle también de nuestro amor y buena voluntad; de nuestros
buenos deseos, sobre todo del más grande de todos, que es el de amarle
perfectamente y tenerle contento; démosle gracias por el amor que nos tiene
y por los beneficios y gracias que nos hace continuamente; pidámosle que nos
hagá más generosos y valientes para el sacrificio, y más piadosos y fieles a
su amor.
Con esta conversación confiada y amorosa con Jesús, se cumplen los dos
últimos puntos de los cinco que propone San Ignacio en el examen: la
contrición y el propósito. Todo va junto en esta efusión íntima de nuestra
alma a ios pies de Jesús. Tengamos siempre presente, con vivo recuerdo, que
en este acto tenemos a Jesús propicio y amable, contento y complacido por
nuestra humildad y confianza. No nos imaginemos jamás que, por la
reincidencia en las mismas faltas, Jesús se canse y fastidie de nosotros,
que eso es gran injuria que inferimos a su Corazón de Padre. Hermano, Amigo
y Salvador.
Cada perdón que nos concede Jesús es una nueva prueba de amor que nos tía; y
tiene tantas ganas de darnos pruebas de su amor, que espera cada día y a
cada momento que le pidamos perdón para podérnoslo manifestar. Sabe que
aquel a quien más se le perdona, más ama; y Jesús quiere que, a fuerza de
perdones, le amemos cada día más.
Después de haber reconocido humildemente nuestras culpas y miserias y
pedirle perdón de ellas; después de reiterarle la sinceridad y buena
voluntad de nuestro amor; después de pedirle que nois lo aumente y
purifique, renovémosle también nuestros propósitos de perseverar en la lucha
toda la vida', tal como es su voluntad, y de poner los medios que a El place
que pongamos: vigilar y orar, porque no nos podemos fiar de nosotros mismos,
que por esto nos advierte que aun cuando el espíritu se halle dispuesto y
decidido, la carne es flaca. Prometámosle que no dejaremos de vigilar con
este examen diario, y que le pediremos la perseverancia y fortaleza con la
oración diaria y continua.
¡Qué dulce paz y tranquilidad nos ha de dar el examen hecho así
amistosamente con Jesús! ¡Qué refuerzo y aliento es para nuestro espíritu!
Este intercambio de1 afectos con Jesús, el Esposo enamorado de nuestras
almas, nos santifica y nos hace avanzar en el camino de la perfección y
unión con Dios, a pesar de todos nuestros pecados y faltas. Pensemos a qué
grado de santidad y unión con Dios ha de llegar un cristiano después d."3
tener cada día este rato* de plática amorosa con Jesús, durante años y años,
toda la vida, aunque sea luchando y combatiendo siempre con los mismí;®
defectos y faltas. ¡Ojalá que seamos uno de ellos!
Advertencia y exhortación final
Toda la resistencia que muchas almas oponen para aceptar esta fórmula más
dulce y amorosa del examen diario, en el fondo gira alrededor de los mismos
prejuicios. El primero y más fundamental es no querer aceptar el estado de
humillación en que nos colocan nuestras faltas. Nuestro amor propio se opone
de un modo tan apasionado, que cegándonos nos priva de ver la razón lógica
que tenemos de admitirlo resignada f pacíficamente, como dice Santa Tere-
sita. En modo alguno están dispuestos a ver caer a tierra cada día las
flores de nuestros buenos propósitos sin dar fruto alguno. No escuchan y
entienden a la Santa cuando nos dice que basta con humillarse, con
sobrellevar dulce- fnente las propias imperfecciones. Esta és la santidad
para nosotros, Naturalmente, mientras no modifiquen su criterio en tal
situación de espíritu, no pueden hallar aliciente alguno en el examen, ni
sacar abundante fruto; antes bién, se colocan en camino de dejarlo tarde o
temprano, por tedio y desaliento.
En segundo lugar, persisten en querer ver unos resultados materiales, que
ellos se habían imaginado fruto seguro del examen, y en un plazo más o menos
próximo. Para ellos no existe otra, comprobación demostrativa* del fruto del
examen diario que la que resulta dei los hechos visibles y palpables; es
inútil que se les diga que el orden espiritual tiene otras comprobaciones
muy distintas, y que siendo espirituales no caen tan fácilmente bajo el
dominio de nuestros sentidos.
Finalmente, en su estrecha y errónea ideología, sacan una consecuencia que á
ellos les parece natural y lógica, y que en realidad es del todo injuriosa a
Dios y contraria á su amor y bondad infinita y es, de pensar que Dios ya
está cansado de perdonarles tantas veces las mismas faltas sin ver enmienda
alguna; de lo cual se origina un aborrecimiento entrañable al examen, y se
marchita la piedad en general.
Cuando somos fieles a Dios nuestro Señor, le damos gusto y Él, se complace
en nuestra fidelidad. Cuando somos infieles a la gracia, le desagradamos en
aquello en que faltamos. Pero siempre y en todos los casos, nos ama y desea
que hagamos la pequeña reparación de confesar humildemente nuestra, culpa, y
que la borremos mediante un nuevo acto de amor y confianza. Y es así como
hemos de ver y tratar al buen Jesús, que siempre está tranquilo, inmutable,
bondadoso, pacífico, condescendiente', lleno de amor y misericordia.
No conviene, bajo ningún aspecto, que el alma mantenga una atención excesiva
sobre sus defectos y virtudes; y es un camino peligroso, el de buscar la
santificación y perfección, poniéndola en la ausencia de faltas y en las
virtudes visibles. Este camino es pesado, costoso y muy desalentador; es
preferible el de la humildad y confianza, tal como lo enseñan San Francisco
de Sales, Santa Te- resita y todos los Santos en general. El hombre sencillo
y humilde dte corazón siempre encuentra a Jesús, y esto le aumenta
constantemente su amor y unión con Dios. Siempre es más fácil y suave
alcanzar las virtudes por el amor a Dios, que no alcanzar el amor a Dios por
las virtudes.
Procuremos cada día amar más a Jesús, y unir nuestra voluntad divina del
modo más perfecto í}ue sepamos y podamos, y no nos espanten nuestras faltas,
pues a medida que aumentamos en el amor divino, las faltas tienen cada vez
menos alcance y nos mantienen suavemente en la humildad' en que nos quiere
ver siempre Dios.
Consideremos el examen tal como es y como debe: ser; un acta de amor y
reparación, un acto de humildad y confianza, una renovación de nuestra buena
voluntad y amor, un aumento de fervor en nuestros deseos de santidad; y no,
en manera alguna, un juicio estricto y riguroso, y mucho menos,
condenatorio; ni tampoco una fría relación y cuenta de los actos del día,
antes bien, una conversación íntima con Jesús, intensamente afectuosa por
ambas partes, sobre nuestra innata flaqueza, debilidades y miserias; pero
muy particularmente una renovación del amor puro y verdadero, de nuestra
buena voluntad, de nuestros sinceros deseos de perfección y unión con Dios.
¡Qué dulce y santificador es el examen hecho con ¡amor, confianza,
humildad y paz! Qué importan nuestras faltas, por numerosas y repetidas que
sean, si no pueden estorbar, antes bien, como consecuencia, pueden favorecer
esta renovación de buena voluntad y amor entre Dios y nuestra alma!
Práctica del examen diario de conciencia siguiendo los cinco puntos
propuestos por San Ignacio de Loyola
Conviene, y es lo mejor, dejar hablar al alma con Dios espontáneamente, tal
como sienta en su corazón y de la manera que sepa expresarlo, puesto que
Dios la entiende perfectamente con cualesquiera palabras y también sin
palabra alguna. Sin embargo, hay días o momentos en que no sabemos coordinar
ningún pensamiento ni acertamos a expresar lo que querríamos; y en tales
ocasiones e! libro es un auxiliar y un descanso para el espíritu si dice
precisamente aquello que nosotros quisiéramos expresar y no acertamos a
decir. Para estos casos se han puesto estas fórmulas prácticas, y también
para aquellas personas que sientan devoción en expresarlas tal como están
En el primer punto están puestas con mayor extensión para aquellas personas
que tienen de regla emplear un cuarto de hora para el examen, y así, hallen
fácilmente temas abundantes para emplear mayor tiempo sin cansar el
espíritu.
Punto primero: Dar gracias a Dios por los beneficios recibidos
Os doy gracias, Señor, por todos los beneficios que me habéis otorgado hasta
ahora y en particular por los que he recibido en el día de hoy.
Gracias, primeramente, por haberme conservado la vida del alma, la gracia
santificante con las maravillas y beneficios que me trae: mi incorporación a
Jesucristo; mi filiación divina, reflejando la imagen viva de Jesucristo en
mi alma; haciéndome morada de la Santísima Trinidad y templo del Espíritu
Santo; dando valor sobrenatural a todos mis actos y divinizando mi vida
entera.
En todo instante habéis conservado para mí y renovado aquel amor eterno con
que me creasteis, el mismo con que me quisisteis después de redimir y
santificar. Ni por un sólo momento del día habéis dejado de amarme, y tener
providencia de mí; y (casi no me atrevo a decirlo) habéis tenido vuestra
delicia en estar conmigo. ¡Cómo debería derretirme de amor y de gratitud!
Gracias, Señor y Dios mío, por la Santa Misa que he podido ofreceros.
Por la Sagrada Comunión que he podido recibir.
Por la oración y comunicación con Vos que me habéis permitido.
Por el amor maternal, y constante patrocinio de la Virgen Santísima, vuestra
Madre que habéis constituido también Madre mía.
Por la continua guardia y asistencia de mi Ángel de la Guarda.
Por haberme hecho participante de la Comunión de los Santos, de los
Sacramentos, de las oraciones, penitencias, buenas obras, doctrina,
ejemplos, enseñanzas y virtudes de vuestra Santa Iglesia.
Por el deseo que me dais de santificarme, de amaros y de unirme enteramente
a Vos.
Por los actos de amor que he podido ofreceros y por todas las veces que por
gracia vuestra me he acordado de Vos.
Por todas las inspiraciones y ocasiones de hacer bien que me habéis
concedido.
Por tantas veces como me habéis perdonado y me perdonáis cada día, mis
pecados, ofensas y negligencias.
Por la vocación que me habéis dado, llamándome a una vida de mayor
perfección, más devota y piadosa y de mayor intimidad con Vos.
Por la disposición de vuestro dulcísimo Corazón a concederme cada día
mayores gracias.
Gracias también, mi Dios y mi Padre bondadosísimo, por todas las maravillas
de mi vida natural, conservándome el uso de las patencias de mi alma y los
sentidos de mi cuerpo para comunicarme con mis hermanos.
Por toda la Creación y en particular por todas las criaturas que Vos, Padre
amantísimo, sostenéis y destináis a servirme de alimento, de vestido, de
medicina, de recreo y de recurso a Vos.
Por la salud y fuerzas convenientes para cumplir mis deberes, y también por
la enfermedad que me priva de ello temporal o parcialmente, según los
designios de vuestra paternal Providencia.
Por los sufrimientos, privaciones y molestias de la cruz que me habéis
asignado.
Gracias por todos los males de que me habéis librado y que yo no sé.
Por todos los beneficios que me habéis otorgado y yo todavía ignero o no>
recuerdo y no sabré hasta llegar al Cielo.
Y, finalmente, mi agradecimiento por esta acción de gracias que ahora
sinceramente os quiero dar con todo eil amor de que es capaz mi corazón...
Punto segundo: Pedir luz y gracia para examinar la conciencia
En la fórmula siguiente, más que saber y conocer de una manera cierta y
absoluta las faltas y las imperfecciones cometidas, se pide el saberlas
mirar con los mismos C'ios que Jesús y juzgarlas según su mismo juicio
divino, a lin de evitar el peligro de perder la paz y la confianza que Jesús
quiere que conservemos a todo trance. Así como El sabe detestar nuestras
faltas y amarnos sinceramente a un mismo tiempo, así también, sepamos
nosotros amarle cada día más, por encima de nuestras faltas, miserias e
imperfecciones.
Dadme, Señor, luz y gracia para examinar sinceramente mi conciencia, sin
engaño ni presunción. Hacedme ver y conocer mis faltas tal como Vós, Dios y
Señor, las véis y conocéis; y que juzgue todos mis. actos, palabras,
pensamientos, intenciones y afectos conforme al juicio que merezcan ante
vuestra Santidad, Justicia y Misericordia' infinitas.
Yo os pido, mi buen Jesús, que nunca mis faltas y pecados, me sean ocasión
ni motivo de desconfianza, ni me hagan olvidar el am,or que me tenéis; antes
bien, siendo para mí, motivo y ocasión de humiMad y de contrición, me una
más íntimamente a Vos y os ame cada día más.
Tercer punto: Examinar la conciencia
Esta fórmula comprende dos puntos : el primero es la letra del examen. y el
segundo es el espíritu del mismo, y por lo tanto el más importante, pues es
más necesario mantener firmes las disposiciones del espíritu, que saber y
contar las faltas del día. No es necesario examinar minuciosamente todos los
actos del día, ni hacer un esfuerzo violento paira recordar las faltas; en
la práctica será mejor hacer brevemente y con sencillez el examen de las
obras; y con paz y sosegadamente el examen de las disposiciones de espíritu;
dos o otres minutos serán suficientes para ver aquello que se nos presentará
a la memoria sin gran esfuerzo ni violencia.
Ordinariamente, a toda persona de vida devota ordenada, se le presentan las
faltas o desórdenes del día por sí solos, sin necesidad de tenerlos que
examinar o buscar expresamente.
Examen sobre las ocupaciones y actos del día
1. Cómo cumples tus ejercicios de piedad: Oración; ejercicio del cristiano.
Meditación. Comunión; preparación y acción de gracias. Bendición y acción de
gracias, en las comidas. Lectura espiritual. Visita al Santísimo. Rosario,
recogimiento interior y aspiraciones piadosas entre día. Examen de
conciencia. Actos semanales que ocurran: Confesión. Visita a los pobres.
Catequesis, etc.
2. Cómo es tu caridad con el prójimo. Bondad de corazón. Igualdad de
carácter. Afabilidad de trato, particularmente en familia y comunidad. Obras
de misericordia que has tenido ocasión de practicar, especialmente la
paciencia con el prójimo presente y en hablar bien del ausente.
3. Cómo se manifiesta tu ejemplaridad de vida, cumpliendo a conciencia y con
espíritu cristiano las obligaciones de tu estado y tus ocupaciones, evitando
sobre todo la ociosidad y la pérdida de tiempo.
4. Cómo estás de abnegación y dominio de ti mismo para vencer o dominar los
movimientos de orgullo, soberbia. vanidad y amor propio; de sensualidad,
avaricia, envidia, ira, pereza; de odio, aversión, antipatía y de cualquier
otro afecto o pasión desordenada. Qué mortificación y prácticas de
penitencia haces para vencerte. Cómo es tu, espíritu de sacrificio y
humildad. Examina' finalmente el tema de tu examen particular.
Examen sobre las disposiciones de espíritu
1. ¿Mantienes firme y resuelta la voluntad de santificarte más y más, de
amar a Dios con amor perfecto, cumpliendo total y amorosamente su voluntad?
¿Guardas tu corazón vara Jesús?
2. ¿Eres fiel a las prácticas de piedad propuestas y a los actos de virtud
que te sientes capaz de hacer, para luchar contra pecados, faltas y
defectos? ¿Levantas el pie para subir el primer escalón? Dios te pide sólo
buena voluntad. ¿Se la demuestras?
3. ¿Aceptas dulcemente y en paz de espíritu la humillación de tus faltas y
fracasos diarios, aunque no veas ningún adelanto ni enmienda? "Esta esi la
verdadera santidad para nosotros." ¿Ofreces a Dios el sacrificio de no
recoger nunca frutos, si Él permite que todas las flores de tus deseos y de
tu, buena voluntad caigan al suelo sin producir nunca nada?
4. ¿Mantienes la confianza en Jesús por encima de tus faltas y miserias?
¿Crees en el amor que Él tiene por ti y en el gozo que le das con este acto?
¿quieres perseverar en la lucha contra faltas y defectos, renovando los
propósitos y manteniendo la buena voluntad toda la vida, por años que dure?
Arrodíllate, pues, a sus pies, confiésale tus culpas y habíale de su amor
para contigo y de tu amor para con Él prometiendo una vez más tu fidelidad y
renovando tus propósitos, cosa que practicarás en los últimos puntos del
examen, o sea, con la Contrición y el Propósito.
Si ves que te mantienes firme en estas disposiciones de espíritu, alégrate y
da gracias a Dios por ello, porque tu santificación avanza, no obstante las
apariencias contrarias que muestra la persistencia en tus faltas. De todos
modos, arraiga y aviva cada día estas disposiciones, afirmándolas en los;
dos puntos siguientes.
Cuarto punto: Contrición de las culpas
Confesión humilde de faltas y pecados
En vuestra amorosa presencia confieso sinceramente todos mis pecados,
ofensas y negligencias, aceptando de buen grado y como bien merecida, la
humillación de mi culpa, de mi flaqueza y de mi miseria; reconociendo y
detestando mi ingratitud y mezquindad para con Vos, y. declarando que soy
indigno de que me sostengáis.
Si- alguna vez no hallo en mi conciencia ningún pecado ni falta determinada,
tampoco estoy contento de mi fidelidad y comportamiento con Vos. Y aun
aquellas mismas cosas que llego a cumplir y que quiero hacer con el mayor
fervor y devoción, las hallo manchadas de tibieza y negligencia; no las
cumplo, ni de mucho, como debería. Y lo que es más de sentir es, que este mi
proceder tan miserable, no es debido solamente a la impotencia o flaqueza
humana, sino que siento claramente que yo tengo culpa en ello; podría hacer
más de lo que hago.
Confianza en pedir perdón a Jesús
Si yo no supiera cuán grande e infinito es vuestro amor, mi buen Jesús, no
me atreverla a presentarme cada día ante Vos, cargado con las mismas faltas.
El maligno espíritu quiere espantarme, haciéndome creer que es un injurioso
atrevimiento pediros cada día perdón sin acabar de enmendarme jamás. Pero yo
sé que Vos, buen Jesús; no os cansáis nunca de compadecer nuestras flaquezas
y miserias (y por lo tanto, las mías); sé que halláis grandísimo gozo en
perdo-narnos, {en perdonarme). Yo os haría la injuria mayor, si llegara a
dudar, por poco que fuese, de vuestro amor por mí, de vuestra misericordia y
paciencia infinitas y de vuestra incansable voluntad de perdonarme. Con esta
absoluta certeza, no dejaré pasar día alguno de mi vida sin pediros perdón,
arrepentido y humilde, pero confiado, de todos los pecados y faltas que
cometa, por grandes, numerosos e incorregibles que sean.
Deseo de amar más a Dios
Vos, Dios mío, me amáis; "Sagrado Corazón de Jesús, creo en el amor que me
tenéis". Yo no sé cómo expresaros mi agradecimiento al sentirme amado de
vuestro dulcísimo Corazón, a pesar de ser yo tan ingrato pecador. Entre las
dulcísimas maravillas de vuestro amor, se cuenta ésta', que a pesar de
detestar nuestras culpas y pecados, nos amáis a nosotros, culpables
pecadores. También yo quiero amaros pcv encima de mis faltas y pecados, que
detesto vivamente. Es cosa misteriosa para mí, que Vos hayáis preferido
antes sacar bien del mal, que privar el mal enteramente; y que para gloria
vuestra y para nuestro bien, queráis sacar provecho de nuestras mismas
caídas tan humillantes. Es que preferís la humildad a todo, y queréis que mi
amor por Vos vaya creciendo cada día con el perdón, como dijisteis de
Magdalena. Quien conoce que le han perdonado mayor deuda se siente más
amado, y también ama más. Y a quien más ama, más se lé perdona. ¡Qué
ingenioso y magnánimo es vuestro amor, que aun de las mismas ofensas
recibidas, sacáis motivo más apremiante para, haceros amar de nosotros!
Haced, Señor, que de tal manera os ame, que no sea ya posible que os ofenda
jamás. Y si cayere nuevamente, la humillación de mi caída, la con-fesión
sincera de mi culpa, y el agradecimiento por vuestro perdón, me aumentarán
el amor a Vos. Así sea. "Dulce Corázón de mi Jesús, haced que os ame CADA
DÍA MÁS."
Punto quinto: Propósitos
De luchar y orar
Vos manifestáis, buen Jesús, que conocéis nuestra flaqueza y al mismo tiempo
nos enseñáis el remedio que debemos usar, al advertirnos: Velad y orad para
que no entréis en la tentación. El espíritu está pronto en verdad, mas la
carne es dépiL (Mat. XXVI, 41.) Quiero y propongo cumplir fielmente vuestra
advertencia: vigilaré continuamente mis inclinaciones y pasiones, las
ocasiones, y peligros de caer en que me he de encontrar. Lucharé para
vencerme y así complaceros. También oraré; por nada del mundo quiero dejar
la oración diaria ni las prácticas de piedad, insistiendo sobre todo en
pediros vuestro amor y vuestra gracia. A,sí cumpliré en verdad vuestro
precepto de vigilar y orar. Perseverando en ello cada día, obtendré
indefectiblemente la perseverancia ñnal.
De perseverar, a, pesar de los diarios fracasos
Veo claramente que he de corregirme; estoy resuelto a trabajar en mi
enmienda durante toda la vida sin desanimarme. No sé si veré el éxito de mis
esfuerzos y de mi trabajo; quizá veré cada día caer al suelo las flores de
mis propósitos y de mi buena voluntad sin dar ningún fruto de virtud; no
importa. Yo no me desalentaré al ver que exterior- mente no me enmiendo;
continuaré luchando todos los días de mi vida, porque así estoy cierto de
que al menos interiormente me santifico; y en la hora de mi muerte, buen
Jesús, me daréis la victoria definitiva, que no puede faltarme en manera
alguna, pues se cumplirá vuestra palabra evangélica: Bienaventurados
aquellos siervos a quienes, al lie- gar, el señor hallare velando. (Luc.,
XII, 37.)
Renueva tus propósitos particulares, determinando concretamente en qué
pondrás tu esfuerzo.
Pero, por mucho que proponga, de nada me servirá si Vos, Sieñor, no me
ayudáis; por eso os pido que bendigáis mis propósitos y con vuestra gracia'
me ayudéis a cumplirlos fielmente, a mayor honra y gloria vuestra y para
bien de mi alma. Asi sea.
Buen Jesús, ayudadme, porque sin Vos nada puedo hacer.
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1. La caridad perfecciona los actos virtuosos
El motivo de Ja divina caridad ejerce un influjo de particular perfección
sobre los actos virtuosos de los que están especialmente consagrados a Dios,
con el fin de servirle para siempre. Tales son los obispos y los sacerdotes,
que por la consagración sacramental y el carácter espiritual, que no puede
ser borrado, se ofrecen como siervos estigmatizados y* marcados al servicio
perpetuo de Dios. Tales los religiosos, que por sus votos, solemnes o
simples, se inmolan a Dios en calidad de hostias vivas y razonables.
Tales son todos los que forman parte de las asociaciones pia-dosas dedicadas
para siempre a la gloria divina, Tales son los que, a propósito, hacen
profundas y firmes resoluciones de seguir la voluntad de Dios, haciendo con
este fin retiros de algunos días para excitar sus almas con diversas
prácticas espirituales a la entera reforma de su vida...
Sé que algunos no creen que esta consagración tan general de nosotros mismos
extienda su virtud y deje sentir su influencia sobre todos los actos que
después practicamos, sino a medida que en su ejercicio aplicamos en
particular el motivo del amor, dedicándolos especialmente a la gloria de
Dios. P-ero a pesar de ello, todos reconocemos, con San Buenaventura, tan
alabado por todos en esta materia, que si yo he resuelto en mi corazón dar
cien escudos por Dios, aunque después distribuya esta suma a mi antojo con
el ánimo distraído y sin atención, no por ello dejará de hacerse toda la
distribución por amor, pues procede de la primera resolución que el amor
divino me ha hecho hacer de dar esta suma.
Dime ahora, Teótimo: ¿qué diferencia hay entre el que ofrece a Dios cien
escudos y el que le ofrece todas sus acciones? Ciertamente no hay ninguna,
sino que el uno ofrece una suma de dinero y el otro una suma de actos. ¿Por
qué, pues, no hay que creer que tanto el uno comoi el otro, al hacer Xa
distribución de las partes de sus sumas, obran en virtud de sus primeros
propósitos y de su fundamentales resoluciones? Y si el uno, a'i distribuir
sus escudos sin atención, no deja de gozar del influjo del primer designio,
¿por qué el otro al distribuir sus acciones no ha de gozar del fruto de su
primera intención? El que dei intento se ha hecho esclavo de la divina
Bondad, le ha consagrado, por lo mismo, todas sus acciones.
San Francisco de Sales., Tratado del Amor a Dios, Lib. XII, cap. 8.
2. Hay cosas incurables en la vida espiritual
Acusaré esta falta, de realidad en gran número d© libros espirituales. Dan
por cosa -establecida, que cada enfermedad espiritual tiene su curación; no
os ofrecen solamente un alivio parcial, un derivativo, detener el mal en un
punto, sino una curación absoluta un remedio radical. Los libros y sermones
en que veo semejantes afirmaciones me ponen rojo de enfado. Es,
sencillamente, una falsedad.
De hecho, en la medicina corporal es sabido que hay males que no se curan,
llagas que nos dejan desfigurados o estropeados por toda la vida,
enfermedades constitucionales que pueden dominarse o detenerse hasta un
cierto punto. En estos casos, nos hemos de contentar con .lo que buenamente
se pueda obtener bajo la dirección de un médico y con los innumerables
remedios y la sujeción a un régimen y a otras tiranías* de este género.
c,Por qué nos hemos de admirar si encontramos casos análogos en la vida
espiritual? Suponerlo contrario nos llevaría a un absurdo como el de creer
que podemos llegar a la completa perfección en esta vida, obtener una
absoluta exención de todo pecado venial, alcanzar la incorruptibilidad de
nuestra naturaleza corruptible er> este mundo, cosas c.ue niega la teología.
Si no quremos negar el dogma y la razón, ¿a qué viene esta impaciencia que
sentimos al ver aue nuestras enfermedades espirituales no obtienen su
curación absoluta?
Hay enfermedades espirituales- que son incurables porque proceden de nuestra
misma naturaleza.; tal es la facilidad a cegarnos sobre nosotros mismos y
las otras formas de amor propio. ¡Qué parciales, injustos y ciegos somos en
juzgarnos a nosotros mismos! Otras enfermedades son. incurables por causa de
ciertas circunstancias individuales, tales como el carácter, los pecados
pasados, una posición que no podemos cambiar. Hay casos en que todo lo más
que podemos hacer, es llegar a conocer bien el mal o enfermedad que
sufrimos. Otras veces podemos pretender mitigarla y nada más. Esto es lo que
c>ioe el sentido común. Y la doctrina contraria, a más de ser absurda, nos
conduce al desaliento, a las fantasías y a las ilusiones. Incluso con gran
número de autores espirituales hay quei andar con cautela en este punto.
¡Hay aigo tan tentador en ser sistemático, en señalar remedios para cada
llaga, antídoto para cada veneno, en mostrar su botica completa, en dar
alientos, en popularizarse, en exagerar sus intenciones, en gloriarse de su
bálsamo! Es lo que llamamos charlatanería cuando se trata del cuerpo; pues,
¿por qué hemos de darle otro nombre más fino cuando se trata del alma?
Los Santos nos dicen que debemos tener paciencia con nosotros mismos hasta
el fin; y tener paciencia quiere decir sufrir. Esto quiere decir que más o
menos cosas permanecerán en nosotros y nos ejercitarán hasta el fin; o dicho
en otras palabras, que hay cosas incurables. Nos dicen que debemos tener
paciencia, no con nuestros pecados, sino solamente ccn nuestras
enfermedades, esas enfermedades del alma que nos hacen hallar la
santificación en el combate y no en la curación. El hombre práctico es el
que hace lo que buenamente puede o lo mejor que sabe, según las
circunstancias.
Incurable no significa irreparable
Hay que distinguir; cuando decimos que en la vida espiritual no hay nada que
sea irreparable, no queremos dar a entender por esto que no haya males que
realmente sean incurables. No olvidemos esta distinción, a fin de no
engañarnos sobre un punto tan interesante.
Un director espiritual es un médico. ¿Creéis que podéis pasar sin él
siempre? Si pensáis que tendréis necesidad de él hasta el último día, es que
contáis estar hasta aquel día en estado de enfermedad. Y esto es
precisamente lo que debemos admitir: que no hay nada en la vida espiritual a
que no podamos llevar algún remedio, aunque hay un número de casos
ciertamente incurables. De hecho, en la vida espiritual, el estado normal
más floreciente no pasa del de un enfermo crcnico que l* a conservado el
vigor y la vida, pero que se ve obligado no solamente a cuidarse para continuar su trabajo y negocios y guardarse de mil pequeños accidentes,
sino también sufrir y soportar muchas cosas, a despecho de sus cuidados.
P. W. Fáber. (Conférenees spirituelles: Monotonie de la piété.)
3. Los defectos incorregibles
No se desconsuele el varón contemplativo por aquellos defectos que en
ninguna manera puede acabar de vencer en sí; mas resignándose en Dios, no
haga más caso de ellos que de un poco de estiércol que derramado por el
campo de su alma, la fertiliza para que dé más fruto.
Porque muchas veces suele Dios dejar algunos defectos espirituales y algunas
culpas pequeñas en sus especiales amigos... para que, conociéndose a sí
mismos y dándose a conocer a otros, se humillen más; y la gracia que
recibieron de Dios esté escondida como el fuego debajo la ceniza y se
conserven mejor.
Ruegue, pues, a Cristo, el varón contemplativo, que supla todas sus
imperfecciones. Al fin, si tuviere paciencia, merecerá oír interiormente al
mismo Cristo que le dice: Te doy gracias, hijo, porque has llevado conmigo
mi cruz, sufriendo con paciencia hasta el cabo, tus defectos.
Venerable Blasio, Espejo del alma, capítulo VIII, pág. 88.
4. D os puntos de vista sobre nuestro adelanto espiritual
Hay dos puntos de vista desde los cuales puede mirarse nuestro avance
espiritual: el de nuestro perfeccionamiento personal, y el de la voluntad de
Dios. Es cosa importante y decisiva el colocarse bien en el punto de vista
verdadero, puesto que de él dependen los errores o los aciertos en esta
materia.
Si un hombre se propone su perfeccionamiento personal como el objeto supremo
de su vida, cada nuevo paso lo dará en falso. Trabajará sobre sí mismo como
un escultor que acaba su estatua; a cada golpe de cincel malbaratará las
proporciones de su obra, o pondrá a la vista una nueva falla. No tendrá ni
rectitud, en sus móviles ni exactitud en sus apreciaciones. Si toma su
examen par-ticular, su regla de vida y las penitencias que regularmente se
impone, como otras tantas pociones medicinales, si se encierra en una
escuela reformista de su invención, si monta su vida espiritual según las
complacientes teorías de la perfección personal, su espiritualidad irá a
parar en erigir un sistema y glorificar su propia voluntad. Bajo tales
auspicios, jamás llegará a ser un hombre ascético, todo lo más será un
hombre moral. Y, sin embargo, {cuántas personas se colocan en este miserable
punto de vista! ¡Y estas personas viven en el seno de un sistema tan
eminentemente sobrenatural como el de la Iglesia Católica!
Por el contrario, el hombre que se coloca en el punto de vista de la
voluntad de Dios, todo lo refiere al Señor, cuidando solamente de la
diligencia y buena voluntad con que corresponde a la divina gracia. No busca
hacerse un camino a fu gusto, sino que sigue la guía de Dios. Todo lo mide y
lo regla según el modelo de Jesús, que procura imitar con todo empeño.
Pretende dar gusto a Dios, y el amor es su único móvil. Las contrariedades
que encuentra en su camino, las imperfecciones de su conducta, no le
admiran ni le entristecen.
La imperfección le aflige, no por la fealdad que cause en. él, sino porque
contrista al Espíritu Santo. Los Sacramentos, las ceremonias, las
devociones, todo halla en su espíritu su lugar y su afecto; en él, el mundo
natural y el sobrenatural se confunden. Dics está siempre contento de un
alma que busca agradarle por los medios aprobados por la Iglesia. De ahí
proviene que este hombre toma sus faltas con tranquilidad y continúa lleno
de gozo y de esperanza. El gozo que le da un éxito sin fin hace palpitar su
corazón. Dios es para él un Padre.
El hombre, en cambio, que sólo busca su perfeccionamiento, no llega a
hacerse mejor, o llega muy tarde a su fin propuesto, pues pierde por un lado
lo que gana por el otro. Para las personas de esta categoría la edificación
es el zenit de la virtud, y si no llegan a edificar, ya creen que todo está
perdido. Por esto, la vista de sus faltas les vuelve inquietos, morosos y
tristes. En el fondo de su corazón se encuentra esta amargura que deja tras
sí un largo fracaso, un monumento penosamente construido que se derrumba
cayendo piedra por piedra.
P. W. Fáber. Progrés de 1'ame dans ?a vie spirituelle, cap XX.
5. No examinemos jamás si somos perfectos
No examinéis ni un momento tan cuidadosamente si estáis o no en la
perfección; he ahí dos razones. Una, es inútil que examinemos esto, puesto
que aun cuando fuéramos los más perfectos del mundo, no debiéramos saberlo
ni conocerlo nunca, antes bien estimarnos siempre imperfectos; nuestro
examen no debe jamás tender a conocer si somos imperfectos, no debiendo
dudar de ello. De ahí se sigue que no debemos admirarnos en lo más mínimo de
vernos imperfectos, puesto que no debemos vernos nunca de otra manera en
esta vida; ni entristecemos por ello, puesto que no hay remedio; pero sí,
humillarnos profundamente, porque así repararemos nuestros defectos y nos
corregiremos suavemente; por eso nos son dejadas nuestras imperfecciones,
para ejercitamos ; y, por tanto, ni somos excusables si no procuramos la
enmienda, ni tampoco inexcusables de no enmendarnos enteramente; puesto que
no es lo mismo tratándose de imperfecciones que tratándose de pecados.
La otra razón es que este examen cuando se hace con esta ansiedad y
perplejidad, es una pura pérdida de tiempo; y los que así lo hacen, se
parecen^ a aquellos músicos que enronquecen a fuerza de ensayarse a cantar
un motete; porque el espíritu se cansa de este examen tan fijo y tan
continuo, y cuando llega el tiempo de la ejecución ya no puede más...
"Si tu ojo es sencillo todo tu cuerpo lo será", dice el Salvador.
Simplificad vuestro juicio; no hagáis tanta" reflexiones ni réplicas, sino
marchad con sencillez y eficacia; para vos no hay más que Dios y vos en este
mundo. Todo lo demás no os debe preocupar sino a medida que Dios os lo manda
y tal como os lo manda.
Os recomiendo que no andéis mirando aquí y allá; tened vuestra mirada
recogida en Dios y en vos, y no veréis jamás a Dios sin bondad, ni a vos sin
miseria; y veréis su bondad propicia a vuestra miseria y vuestra miseria
objeto de su bondad y misericordia. No miréis, pues, nada más que esto,
quiero decir con mirada fija y atenta, y todo lo demas, de paso.
Collot, La vraie et solide píete exphquee par Saint Frangois de Sales.
6. El provecho de las faltas y de la obediencia humilde
Rogaba Santa Gertrudis al Señor para que corrigiera Él mismo un defecto de
sus Superiores; y recibió esta respuesta: "¿Ignoras tú que no solamente esta
persona, sino también las que están a la cabeza de esta Congregación tan
amada, tienen todas algunos defectos? Nadie aquí bajo está exento ae ellos.
Esto es un efecto de la bondad, de la dulzura y de la ternura excesiva con
que yo lie escogido esta Congregación. Sus méritos adquirirán por ello
maravillosos aumentos, porque precisa mucha más virtud para someterse a una
persona de la cual se conocen los defectos, que a otra que parece
irreprochable en sus acciones" Ella contestó:) "Si bien experimento un
extremado gozo, oh Señor, al ver aumentarse los méritos de los inferiores,
yo también desearía no obstante que los su- neriores no se encontrasen con
falta, y me temo aue¡ esto les ocurre alguna vez por fra-gilidad." El Señor
le respondió: "Yo, que conozco todos sus defectos,, .permito que en los
diversos trabajos de su cargo se manifieste algo de ellos; sin esto no
llegarían quizá jamás a poseer una gran humildad. De esta manera, por el
contrario, los méritos de los súbditos se aumentan por los defectos y las
cualidades de los superiores, y los méritos de los superiores aumentan tanto
por los defectos como por los progresos de los inferiores, como todos los
miembros de un mismo cuerpo contribuyen a su bienestar general.
La Santa comprendió entonces la bondad y la sabiduría infinitas del Señor,
que prepara con tanto cuidado el triunfo de sus elegidos, sirviéndose
maravillosamente de los defectos para hacer progresar las virtudes. Si la
radiante misericordia de Dios no se hubiese mostrado a ella más que: en esta
sola circunstancia, aun así, todas las criaturas- no podrían alabar bastante
al Señor.
Revelacions de Santa Gertrudis, lib. III, cap. 83.
6 bis. Las faltas nos hacen ejercitar en la virtud
Preparándose para la fiesta de Navidad, Santa Gertudis, deploraba una falta
de impaciencia en que había incurrido. El Padre celestial la consoló
dulcemente y le dijo: "He aquí que Yo envío otra vez a tu alma el mismo amor
que envié ante la faz de mi Hijo para reparar todos los defectos de la
frágil naturaleza humana: este amor corregirá al mismo tiempo todas las
imperfecciones que hay en ti, las cuales no pueden causarte provecho
ninguno. En efecto, hay ciertos defectos que al verlos uno en sí mismo le
mantienen en la humildad y en la compunción, y por lo tanto le hacen
adelantar en los caminos de la salvación. Estos defectos los dejo subsistir
a veces en mis amigos más íntimos para ejercitarles así en la virtud.
Hay'-también otros defectos que se detestan tan pronto como se les conoce,
pero que a veces se les defiende como se defendería la justicia, porque uno
no quiere corregirse de ellos : éstos son los defectos que ponen al hombre
en peligro y en riesgo de condenación. Tu alma está ahora completamente
purificada de ellos."
(Revelaciones de Santa Gertrudis, libro IV, cap. 2.°)
7. Lo que pueden significar las tres caídas
Refiere la tradición que nuestro divino Maestro cayó tres veces al subir al
Calvario. Se nos quiere manifestar con este número misterioso que Jesús
expía todos los pecados a los que el hombre es arrastrado por las tres
concupiscencias: concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos y
soberbia de la vida.
Nos enseña Jesús en cada una de las caídas cómo debemos levantarnos de las
nuestras, volver a tomar nuestra cruz y continuar nuestra dolorosa ascensión
a la montaña de la perfección, que no es otra que la del Calvario. Imponíase
la necesidad de esta lección; porque tan natural es al hombre debilitado por
el pecado caer a cada paso, como a su orgullo admirarse y desanimarse de sus
caí-das. ¡La primera le sorprende, la segunda le desconcierta, la tercera le
abate y ya no sabe levantarse.
¿Qué hace Jesús? Cae a los ojos de todos, levántase al momento, vuelve a
tomar su cruz y continúa su camino. La segunda caída no le desconcierta, se
levanta de ella con la misma prontitud; después de la tercera, lejos de
dejarse abatir, prosigue con nuevo ardor su marcha hacia la cima del
Calvario.
En lugar de contar tristemente nuestras caídas y de lamentarnos sin: fin y
sin provecho, ejercitémonos en levantamos cada vez con más valentía y
pronitud, ya que con tanta frecuencia lo hemos de hacer. Bastaría esta sola
'práctica para hacer llegar a un alma a la más alta perfección. El demonio
lo * sabe ; por eso toda su táctica tiende a hacer que nos levantemos más
flojamente para que pronto terminemos por no levantarnos. Desconfiemos de
esta trama: después de cada una de nuestras caídas echemos una mirada sobre
Jesús, que penosa, pero generosamente, se levanta con el peso de su cruz y
levantémonos a una con Él con humildad y' 'confianza.
Jesús, Meditaciones sacadas de las obras de S. Juan Eudes, t. II.
8. Asidos de la mano de Dios' *
Guardaos mucho de caer en desconfianza ¿e cualquier clase que fuere, porque
esta celestial Bondad no os deja caer en estas caídas para abandonaros, sino
para humillaros, y hacer que os cojáis más estrecha y firmemente a la mano
de su misericordia.
Portaos como los niños pequeños; mientras sienten que su madre les tiene
asidos por los andadores, andan atrevidamente, y corren por todo alrededor y
no se, admiran de los pequeños tambaleos que la debilidad de sus piernas les
hace dar. Así también, mientras os apercibáis de que Dios os sostiene por la
buena voluntad y resolución que os ha dado--dé servirle, andad
atrevidamente, y no os extrañéis, de estas pequeñas sacudidas que
experimentamos; y no os habéis de enfadar por ello, -con tal que a ciertos
intérvalos os echéis en sus brazos y le beséis con el ósculo de la caridad.
Id gozosamente y con el corazón abierto lo más que podáis; y si no siempre
vais gozosamente, id siempre valerosamente y confiadamente.
Gbllot. La vraie et solide piété. I parte, cap. 2 y II parte, cap. 1.
8 bis. Utilidad de la tentación
Santa Gertrudis regaba^ un día al Señor por una persona asaltada de
tentación, y recibió la siguiente respuesta: "Yo permito esta tentación para
hacerle comprender y de- plorar su defecto; en seguida ella se esforzará en
vencerlo, y quedará humillada de no poderlo conseguir, y esta humillación
borrará casi enteramente a mis ojos otros defectos que ella todavía no ha
notado. El hombre que ve una mancha en su mano, no lava solamente la mancha,
sino las dos manos. Así las purifica de todas las manchas que él quizá, no
hubiera quitado, si esta mancha más visible no le hubiera dado ocasión para
ello"
Revelaciones de Santa Gertrudis, libro III.
9. Confesión humilde y confiada
El orgullo, he ahí el grande obstáculo para la unión perfecta.
La humildad, las lágrimas del arrepentimiento, la penitencia y sobre todo
una ye inquebrantable en el amor de nuestro Dios, de nuestro ainado y fiel
Jesús, que a pesar de nuestras debilidades de un día, no desmaya, sino que
espera pacientemente que nosotros le admitamos de nuevo bajo nuestro techo
hospitalario", y consintamos, en la intimidad de la noche, después de las
preocupaciones, el ruido y la disipación de un día de trabajo, consintamos,
digo, a tomar parte en la misma mesa que Él, a recibir sus confidencias, la
luz de su doctrina y el calor de su vida: he aquí el secreto por excelencia
de la adhesión a Dios y del estado perfecto... Hay almas que, por no haber
conocido con claridad la distinción entre la voluntad habitual de tender a
Dios, y los actos, generosos unos, humillantes otros que por intermitencia
proceden de ella, se desaniman y llegan a creer, en su primer tropiezo, que
la perfección no es para ellas. Y esto es un prejuicio."
Cardenal Mercier, La vida interior, c. 3.a
10. Las faltas en las personas consagradas a Dios
Estoy del todo de acuerdo con usted en pensar que el Corazón de Jesús se
entristece mucho más de las mil pequeñas imperfecciones de sus amigos, que
de las faltas, aun graves, que cometen sus enemigos. Pero, hermano mío, me
parece que sólo cuando los suyos incurren habitualmente en sus descortesías
sin pedirle perdón, es cuando puede decir: 'Estas llagas que veis en medio
de mis manos, me las hicieron en la casa de aquellos que me amaban."
En cuanto a aquellos que le aman y después de cada faltita van a echarse en
sus brazos pidiéndole perdón, Jesús se estremece de gozo, y dice a sus
ángeles lo que eli padre del hijo pródigo decía a sus criados: "Ponedle u.n
anillo en el dedo y alegrémonos." ¡ Ah, hermano mío, cuán poco se conocen la
bondad y el amor misericordioso del Corazón de Jesús! Es verdad que para
gozar de estos tesoros, es preciso humillarse, reconocer la ptropia nada;
mas he ahí lo que no quieren hacer muchas almas...
Santa Teresa del Niño Jesús, Cartas a un Misionero, 13 de julio de 1897.
11. Oración y confianza amorosa
¿Meditar?..., Sí; ¿Orar?... Sí, Dad a vuestra sedienta alma lo más de esto
que podáis; pero no gastéis todo el tiempo en lamentar vuestras pequeñeces y
defectos, en remendarlas deshechas resoluciones y en recoger esos volanderos
ideales que, como nos lo ha enseñado una experiencia cotidiana los erigimos
hoy para que se derrumben mañana. En vez de esto, dad más y más lugar a
vuestra oración, al embeberos en la presencia de Jesucristo, fortificaros
con su compañía, enamoraros de la belleza del más hermoso de los hijos de
los hombres, alegrándoos de su amistad, interpretando sus sentimientos,
simpar tizando con las alegrías y tristezas de su Corazón...
¿Hemos de examinar nuestra conciencia? Ciertamente; pero no convirtamos el
examen en un continuo regañar y atormentar nuestra alma, cosa bien poco
recomendable, como nos Jo enseña una larga experiencia. Dejemos en su lugar,
que Jesús nos mire con sus divinos ojos; mirémonos a nosotros mismos a
través de esos ojos suyos; veamos la alegría que le causamos, para
animarnos; la tristeza, para nuestra contrición confiada; la sonrisa que
brota de su faz al vernos en su presencia, o el entristecido dolor de
compasión que le causamos... y, cosa extraña sería que esta constante vista
de Jesús no produjese un efecto perdurable.
P. A. Goodier, S. J., Arzobispo de Bombay, Un mejor camino de santidad,
págs. 36-37.
12. Mérito de los propósitos
Examinándose detenidamente una noche Santa Gertrudis, halló que tenía el
defecto de decir con frecuencia: "¡Sábelo Dios!".
Decía esto por rutina, sin reflexión y sin necesidad. Después de reprocharse
esta imperfección, rogó al Señor la corrigiera de ella y le concediera la
gracia de no pronunciar nunca su adorable nombre en vano- Entonces le dijo
el Señor con ternura: "¿Por qué quieres privarme a Mí dejl honor que saco y
privarte tú misma de la recompensa que mereces, cuando al reconocer éste u
otro defecto tomas la resolución de evitarlo? Porque, cada vez que un alma
se esfuerza en vencer sus malas inclinaciones por mi amor, me demuestra
tanto honor y fidelidad como los que demuestra a su jefe un soldado cuando
resiste vigorosamente a sus enemigos en el combate, a fin de vencerlos y
abatirlos con su valor y con la fuerza de su brazo." Después de esto se vió
la Santa reposando dulcemente sobre el pecho del Señor y sintió al mismo
tiempo su profunda indignidad. Entonces dijo al Señor: "He aquí, oh
amadísimo Señor, que os ofrezco mi pobre corazón para que tengáis en él
vuestras delicias como mejor os plazca." A lo que respondió el Señor:
*oSiento más alegría en aceptar tu débil corazón, ofrecido con tanto anwr,
que la que hubiera tenido en aceptar un corazón lleno de valentía y de
vigor"
Revelaciones de Sta. Gertrudis, lib III. c. 58.
13. Los buenos deseos nos hacen agradables a Dios
Si cediendo a alguna mortificación, comete una falta, que gima y suspire,
pero que no se desanime en manera alguna, aun cuando cayera cien o mil veces
cada día. Que invoque a Dios en estos términos: "Ah, Señor Dios, que
miserable pecador soy yo que tengo los vicios tan vivos! ¡ Qué débil y
frágil me siento! Creía extinguida y sepultada toda mortificación, y he aquí
que de nuevo siento una fuerte rebelión; una vez más he sido herido y he
pecado; sin embargo, no desespero de vuestra misericordia y con vuestra
gracia no desesperaré jamás. Tened piedad de mí y ayudadme, porque por amor
vuestro, estoy presto a renunciar a mí mismo y a todas- las cosas, y ya
desde ahora renuncio a ellas."
Una plegaria así, le ayudará a reanimarse. Por lo demás, no ha de creer que
desagrada a Dios porque sea todavía imperfecto; al contrario, le es
agradabilísimo, si en el fen- do de su corazón desea ser más perfecto y si
tienden a ello todos sus esfuerzos; y sería una dicha para él dejar esta
vida con tales disposiciones"
V. L. Blosio. Directorio espiritual, c. II, § 5.
13 bis Cuáles son los buenos deseos que merecen premio y cuáles son los
inútiles
Hay dos clases de buenos deseos; una, es de aquellos deseos cjue aumentan la
gracia y la gloria de los siervos de Dios; otra, es de aquellos que no obran
nada. Les de la primera clase se expresan así: Desearía, por ejemplo, dar
limosna; pero no la doy porque no tongo con qué; y estos deseos acrecen en
gran manera la caridad y santifican al alma. De esta manera, las almas
piadosas desean el martirio, Jos oprobios y la cruz, cosas que sin embargo
ellas no pueden obtener. Los deseos de la segunda clase se expresan así:
Desearía dar limosna pero no la quiero dar; y estos deseos no son pecado por
imposibilidad sino por cobardía, tibieza y falta de valor; por esto son
inútiles y no santifican en absoluto el alma, y no dan ninr gún aumento de
gracia; y estos son los deseos de los cuales dice San Bernardo, que está
lleno el infierno.
La vraie et solide piété. Expliquée par Saint Francois de Sales. I part.
cap. 2.
14. Que no se debe omitir la Comunión cuando se han cometido faltas ligeras
Rogaba la Santa por una persona que se había abstenido de la santa Comunión
por el temor de escandalizar a los que la hubieren visto comulgar. El Señor
le respondió con una comparación; Cuando uno nota una mancha en sus manos,
las lava en seguida. Entonces no solamente ha desaparecido la mancha, sino
que las manos enteras han quedado más limpias. Es lo que sucede algunas
veces a mis elegidos: permito que caigan en faltas ligeras a fin de que su
arrepentimiento y su humildad los hagan más agradables a mis ojos. Pero los
hay que contrarían este designio de mi Amor, no apreciando bastante la
belleza interior que se adquiere por la penitencia y hace agradable a mis
ojos, y buscan una rectitud enteramente exterior, únicamente basada en el'
juicio de los hombres. Esto sucede cuando ellos se privan de la inmensa
gracia que les aporta la Sagrada Comunión, por el temor de ser censurados
por aquellos que han sido testigos de sus ligeras faltas y no han visto el
arrepentimiento que las ha lavado.
Revelaciones de Sta. Gertrudis,, 1. III, c. 18.
15. Confianza en el deseo perseverante
Que el principiante en el arte espiritual se ejercite cada día de la manera
dicha en la unión divina; que se esfuerce sin cesar en coloquios interiores
y amorosos deseos de unirse a Dios; que persevere con constancia en la
abnegación y en la mortificación; sin que ni las caídas frecuentes, ni las
innumerables divagaciones del espíritu le hagan abandonar su santa
resolución; él llegará con certeza a la perfección y a la unión mistica, si
no en su vida, al morir. Y si no hubiere llegado a ella en este momento
supremo, la obtendrá después. Porque en el Cielo su felicidad será más o
menos perfecta, según que en la tierra sus deseos y su aspiración a la
perfección hayan sido mas o menos intensos.
Efectivamente, Dios reserva a las santas aspiraciones una eterna recompensa,
aun en el caso de que durante su peregrinación terrestre no hubiere
conseguido jamás su objeto.
Ven. L. Blosio, Directorio espiritual, c. 1-2.
16. Dios premia la buena voluntad
For más imperfecto que seas, en ninguna manera has de desconfiar ni perder
el ánimo. Porque no es posible que Dios deseche de sí al hombre de buena
voluntad. Él sabe muy bien tu flaqueza y te consuela suavemente en el
Evangelio, donde dice que naciendo Cristo cantaron los Angeles santos estas
muy delicadas palabras: Paz a los hombres de buena voluntad. (Luc., II, 14.)
No di-jeron: "Paz a los hombres de grande o perfecta santidad (aunque si
esto dijeran mucha verdad dijeran) mas para que los flacos y pequeñitos que
son de buena voluntad se consolasen, alegres dijeron: Paz a los hombres de
buena voluntad.
Si razonablemente haces lo que es de tu parte y deseas de veras agradar a
Dios, es cierto que Él premiará algún día excelentísimamente tu buen ánimo,
tu trabajo, tu deseo y buena voluntad, aunque tus buenas obras, ejercicios y
oraciones tengan mucha desigualdad y estén mezclados con muchos defectos.
Porque mientras no apartas tu voluntad de Dios, y te pesa y lloras muchas
veces por tu imperfección y por tus muchas faltas, el mismo Señor por su
inefable Bondad, juzga que tus obras merecen premio eterno.
Otra vez te digo, que mientras sostienes la buena voluntad y te ocupas en la
humildad y en las demás verdaderas virtudes y con diligencia te apartas de
los pecados, estás en gracia de Dios y puedes morar y descansar alegremente
en tu buena conciencia como en un paraíso ameno y deleitoso.
Venerable L. Blosio, Espejo del alma, c. VII.
17. Utilidad de nuestras faltas
"Es provechoso que caigamos y lo constatemos. Efectivamente, si no
tuviéramos jamás ninguna caída, no sabríamos hasta qué punto somos débiles y
cuán poco valemos por nosotros mismos; además, tampoco conoceríamos el
extraordinario amor que Dios nos tiene. En el Cielo, durante toda la
eternidad, ciertamente conoceremos los graves pecados que habernos cometido
aquí bajo; pero también veremos que jamás nuestras faltas, por enormes que
hubieren sido, no nos habrán he-cho bajar en el amor de Dios; que jamás en
momento alguno habremos tenido menos valor ante sus ojos. Y el recuerdo y )a
vista de estas caídas, eternamente nos revelarán las sublimes maravillas del
amor divino. Cuan fuerte ha sido, cuan maravilloso, este amor que no puede
ni quiere ser roto cuando se le ofende, y que hasta en nuestras faltas nos
hace hallar provecho. Otro provecho es la humildad que adquirimos a la vista
de una de nuestras caídas, pues nos valdrá ser colocados más. alto en el
cielo, a una altura a la cual sin duda no habríamos jamás llegado sin ella.
Julienne de Norwich. Révélations de YAmGur de Dieu. LXI.
18. Las faltas y la perfección
"Sí, para un alma resuelta es posible, con la gracia de Dios, elevarse
rápidamente hasta las cimas de la perfección.".
"Al desgraciado que en un momento de imprudencia grave o de debilidad, ha
llegado a ofender mortalmente a Dios, Le es un gran consuelo, el pensar que
la perfección no está ligada a un acto pasajero, sino que radica en vna
disposición viril de la voluntad, formada por la gracia; y que una falta,
seguida de arrepentimiento, no es de ninguna manera un obstáculo, antes
muchas veces es un estímulo para la vida perfecta. Recordad estas paternales
palabras estimulantes de San Francisco de Sales: "Hay una perfección que es
imposible aun a los más perfectos, escribe a Santa Chanta!, si es que ellos
no han sido confirmados en gracia; esta es la perfección de la conducta. Y
hay en cambio otra perfección que es inmediatamente realizable aun para las
almas más imperfectas, y esta es la perfección del corazón... Un alma que
busque sinceramente a Dios solo, es paciente en cuanto a la imperfección de
la conducta y es severa en lo que afecta a la imperfección del corazón."
''Algunas caídas en pecados graves, escribe en otra parte el Santo Obispo,
con tal que no sean con el deseo de permanecer en ellos y con un
endurecimiento en el mal, no privan el progresar en la devoción."
Cardenal Mercier, La vida interior, c. 3.a
19 La paz del alma
El mejor medio para tratar del perdón con Dios es guardar con Él una actitud
toda llena de amor, y no andar malhumorados y abatidos por nuestras faltas,
y no perder el tiempo en indagaciones demasiado rigurosas de una
culpabilidad que ordinariamente no es más que ligera y venial .
Iré todavía más lejos. No solamente por el hecho de pecados veniales y de
faltas diarias, el alma debe ir a Dios por la vía de la dulzura, de la
confianza y del amor; es también por las ofensas más graves, si nuestro
Señor permite que alguna vez caigamos en ellas. Y aun cuando hubiéramos
pecado muchas veces, y no solamente por negligencia o por debilidad, sino
también por malicia, tampoco habríamos de portarnos de otro modo. La sola
contrición, salida de un corazón asaltado de temores, afligido por
turbaciones y escrúpulos no pondrá jamás a un alma en estado de nerfección.
si no hav además una amorosa confianza en la bondad y misericordia de Dios.
Y esta doctrina se aplica bien particularmente a aquellas personas que
desean no solamente salir de sus miserias, sino también avanzar en el camino
de la virtud y del amor divino. Muchas de ellas no obstante, no llegan a
comprenderla; arrastran su espíritu por el abatimiento y la desconfianza;
apenas si pueden concebir un buen pensamiento; llevan una vida que da
lástima; no tienen más que un deseo: seguir su propia imaginación, mas bien
que dar la mano cogiéndose a la verdadera y saludable doctrina.
Regla final. Guarda esta regla para todas las veces en que te habrás dejado
caer en una flaqueza, sea grande, sea pequeña, aun cuando la hubieses
cometido más de mil veces en un día, y esto no solamente empujado por la
ocasión, sino de propósito deliberado.
Esta regla debes aplicarla sin excepción alguna. Y es que viéndote caído en
algún pecado o defecto no te detengas ni un momento en inquietarte, ni en
perturbarte, ni fantasear sin fin en ello. Al contrario, tan pronto como te
habrás apercibido de lo que has hecho, considera tu flaqueza con humildad y
confianza, y al mismo tiempo dirige tu mirada a Dios con grande amor. Y dile
de corazón o de palabra la siguiente plegaria:
"Señor, he pecado, y de mí no se podía esperar más que estas faltas y otras
todavía. Yo no daría un solo paso- sin caer, si me abandonarais a mí mismo.
También os doy infinitas gracias por haberme concedido el arrepentimiento.
Me pesa de haber pecado contra Vos. Os suplico que me perdonéis y me deis la
gracia de jamás ofenderos y de volverme vuestra amistad."
Terminada esta plegaria no pierdas el tiempo en afligirte de nuevo; ni te
preguntes ya más si Dios te ha perdonado. Antes bien descansa en la buena,
voluntad de que Dios está animado hacia ti. Prosigue tus prácticas
ordinarias de devoción y tus ejercicios acostumbrados de la misma manera, y
con la misma calma que si no hubiese caído en defecto alguno.
Bonilla. La paz del alma, cap. XIV.)