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Capítulo IV

Grandeza de las Prerrogativas que confiere a María la Maternidad Divina y el Título de Nuestra Señora del Sagrado Corazón

Antes de tratar esta cuestión, empezaremos por sentar un principio.

Cuando hablamos de los privilegios de María, de su encumbramiento, de sus grandezas, de su autoridad maternal y su todopoderosa intercesión ante el Corazón de su Hijo, no queremos decir que Ella extrae de Sí misma todas esas prerrogativas. Eso constituiría un grave error. Por lo demás, ya nos hemos explicado sobre esto en el capítulo precedente.

María, por perfecta que sea, no pasa de ser una simple criatura. Todo cuanto tiene, evidentemente, le viene de Dios... omne donum perfectum, desursum est, descendens a Patre luminum... (Sant, 1.17). "Todo poder, dice San Pablo, procede de Dios": Non est enim potestas nisi a Deo (Rom 13.1).

Y cuando ciertas dignidades como, por ejemplo, la de la Maternidad, conllevan algunos derechos, algunas prerrogativas, es Dios Quien ha ordenado y querido que así sea, adjuntando a tales dignidades esos derechos y prerrogativas. "Quae autem sunt, a Deo ordinatae sunt" (Rom 13,1). Y el encumbramiento de una criatura, por prodigiosa que sea, lejos de disminuir el poder del Creador, lo que, en realidad, hace, es realzarlo todavía más.

Así pues, la autoridad que María puede tener sobre Jesús y su Divino Corazón no es más que una autoridad conferida por bondad, por benevolencia, y por amor y que, en absoluto, debilita la suprema autoridad de Dios que todo lo ha otorgado y reconocido.

Sentada esta verdad, vamos ahora a examinar las prerrogativas de María.

I.- ¿Qué se le va a seguir a esta augusta Virgen de tal autoridad divina? Una grandeza inconmensurable, prodigios de gracia incomprensibles para los ángeles y los hombres y que solo Dios puede entender, como dijo Pío IX en la Bula de la Inmaculada Concepción. Ella se encuentra elevada a alturas que nadie sabría calibrar (San Máximo). Nada, en los seres creados, se aproxima a la plenitud de gracia que le fue deparada y es preciso remontarse, por así decirlo, hasta la Divinidad, exclama un Doctor de la Iglesia; y Suárez no teme ir más allá, descendiendo hasta la profundidad del misterio, al afirmar que la Maternidad divina pertenece, en alguna forma, al orden de la unión hipostática a causa de las relaciones tan íntimas que unirían María a Jesús. En efecto ¿quién más de la Madre que el hijo? ¿Quién se aproxima más al Verbo que Aquella que le dio el ser? Caro Christi, caro Mariae (San Agustín). Así, Jesucristo la asoció a todos sus sentimientos, a todos sus deseos; Él la hace partícipe de todos sus tesoros. "'Al contemplar este gran misterio de la Encamación, escribe San Bernardino de Siena, en que la Divinidad, toda entera, con sus atributos, se encierra en las castas entrañas de una Virgen, no temo decir que, en virtud de esa unión, María posee una cierta jurisdicción sobre la efusión de todas las gracias, puesto que, de su seno, como de un Océano divino, fluyen todos los arroyos y todos los ríos"' (Serm. de la Natividad, c. VIII). "De suerte que Ella tiene entre sus manos, dice San Alberto Magno, la universalidad de todas las gracias, sean las que fueren". '"Y de esa plenitud universal, añade San Bernardo, los hombres deben recibirlo todo".

¿Por qué tales inauditos privilegios? Porque entre la Madre y el Hijo todo llega a ser común. "Efectivamente, dice Ricardo de San Lorenzo, cuando el Verbo se hizo carne, la Santísima Virgen y la Sabiduría divina formaron, entonces, un solo espíritu y una sola carne; y he ahí por qué fue dicho: serán dos, a saber, Cristo y María, en una sola carne virginal; y cuanto se dice de la eterna Sabiduría casi puede afirmarse también de María y serle atribuido".

Así lo vemos nosotros. María, por medio de Jesucristo, a Quien Ella lleva en lo más profundo de su ser, pues es carne de su carne y sangre de su sangre, María está tan perfectamente unida a Dios como haya sido posible dar esa unión a una pura criatura. Su HIJO, que es sustancia suya, es, al mismo tiempo, sustancia de Dios (Símbolo Atanasiano). Y la Teología no tiene reparo en calificar a la Maternidad divina, de dignidad infinita en su género, por su unión íntima con una persona infinita y de enseñar, con Santo Tomás, que Dios no podía conferir a un ser creado una dignidad más alta. (Q. XXV, art. 6,4).

Asimismo, María forma como un orden aparte en el universo. Solo Ella constituye como una creación maravillosa hasta el punto de que nada se le aproxima, tanto en el cielo como en la tierra. Sin duda alguna, Ella no es Dios, pero su carne se ha convertido en la carne de Dios. Y San Agustín va más allá cuando opina que "el nacimiento une de tal manera a la Madre con el Hijo que no forman más que una sola cosa, un todo" -Nativitas unum effecerit Matrem et Filium-. Así, cuando la lengua pronunció estas palabras: MADRE DE DIOS, Mater Dei, la mirada en vano busca en torno a Cristo un encumbramiento más sublime, una más amplia inmensidad (Cornelio a Lapide, Prov XXXI,29).

II.- Y ¿qué le confiere tan sublime dignidad? Una autoridad maternal sobre Cristo: B. Virgo habuit dominium maternum seu potestatem patriam in Christum (Maldonado, Coment. al 2 c. de Lc). Como Hijo de Dios, engendrado desde toda la eternidad, Jesús no sobresaldría, ni sabría depender de criatura alguna, ni de María misma, como lo demuestra al quedarse en el templo sin Ella saberlo (Lc 2,49). Mas, según la naturaleza humana, Él es servidor de su Padre y está sometido a la autoridad de su Madre (Simb. Atanas. y Lc 2,51). Et erat subditus illis (Lc 2,51).

En efecto, conforme a las leyes de la naturaleza, el hijo está sometido a la madre, y la madre tiene derecho a la sumisión, al respeto y al amor de su hijo. Es una consecuencia lógica de nuestra naturaleza en virtud de la generación: dicha sumisión reside en el orden impuesto por Dios.

Y ¿de dónde procede esa autoridad de los padres sobre sus hijos? De que ellos son los autores de sus días. Porque Autoridad viene de Autor. Y cualquiera que sea autor tiene, naturalmente, autoridad sobre lo que ha hecho, y autoridad tanto mayor cuanto más haya dado a aquello de que es autor. Ese es el motivo de por qué Dios posee autoridad suprema sobre todas las cosas, dado que Él es autor de todas ellas.

Ahora bien, realmente y en verdad, María es autora de todo cuanto de humano hay en Jesús; Ella, y solamente Ella, es Quien ha provisto toda la sustancia que compone su sagrado cuerpo. En consecuencia, Ella es, y en exclusiva, la Madre y la Autora y, como tal, tiene la autoridad de una madre.

¿De dónde viene ese orden admirable por el que el hijo se somete a los padres? No del Verbo que es el orden por excelencia. ¿Qué se ha ordenado que no sea por Él? Omnia per ipsum et in Ipso creata sunt (Col 1,16). Omnia in Ipso constant (ib. 1,17).Omnia et in omnibus, Christus (ib.  III, 10) ¿Cómo, pues, el Verbo hecho carne habría de sustraerse a ese orden establecido por El mismo, cuando el resto de los hombres se someten, como tales, a todas las otras leyes que Él ha establecido como Dios? (Mt 5,17). Totalmente sometido, como cualquier otro hombre, a las leyes físicas, obedeciendo mejor que nadie a las leyes sociales ¿Cómo habría de sustraerse a las leyes de la familia y, sobre todo, a una ley que es todo amor, que somete el hijo a la madre en los asuntos de su competencia? Y más, teniendo en cuenta que Jesús es más Hijo de María que otro hombre cualquiera hijo de su madre, puesto que sólo de María extrajo El toda su sustancia y ninguna otra sangre que la de María corre por sus venas (Cornelio a Lapide, Coment., sobre S. Mateo). Y el docto Suárez escribe: "Entre la Virgen y Cristo, en cuanto hombre, existen las mimas relaciones, tan reales, tan perfectas, como entre las madres y sus hijos".

Igualmente, Cornelio a Lapide no duda en afirmar que María tuvo sobre Jesús un derecho maternal más amplio, más perfecto, que el del resto de las madres sobre sus hijos.

¡Cuántos testimonios podríamos aducir en apoyo de esta doctrina! "Por medio de María, dice San Ildefonso, el Cristo-Dios se hizo hombre, el Verbo se hizo carne, y el Hijo de Dios, el Creador de todas las cosas, se convierte en el Hijo de una Madre que El mismo había formado, de suerte que el Dominador quedó sometido, al nacer, a su esclava, a la que había creado y, así, la esclava adquirió poder y dominio sobre el Señor que le estaba sumiso" (Virginidad de María, c.8).

San Bernardino de Siena emplea el mismo lenguaje. Gerson exclama en su sermón sobre la Anunciación: "No podemos hacernos de María una idea más elevada que llamándola Madre de Dios, puesto que, por serlo, Ella tiene como una autoridad y un dominio natural sobre el Dueño de todo el Universo y, a fortiori, sobre todo aquello que está sometido al Señor". De manera que, dice, a su vez, Ricardo de San Lorenzo:" Ella no solamente puede, como los demás Santos, pedir a su Hijo por la salvación de sus siervos, sino que también puede imperarle con autoridad materna .

Es, por lo tanto, cierto, dice también Cornelio a Lapide, que María "tuvo sobre Cristo un derecho y una autoridad materna semejantes a las que poseen las demás madres sobre sus hijos. ¿Qué digo? Y bastante más que las otras madres, de acuerdo con las razones apuntas anteriormente. De donde se deduce que Ella extiende su dominio sobre todos sus bienes"[4]. 

De cuanto llevamos dicho es fácil concluir que la intercesión de María, en virtud de su Maternidad divina, es todopoderosa sobre su HIJO, por lo que se la puede denominar Nuestra Señora del Sagrado Corazón.

III.- Veamos, ahora, las relaciones de María con el Espíritu Santo que descendió sobre Ella para obrar el gran e insondable misterio de la Encamación. ¡Qué prodigio de grandeza y de gracia! "Este Divino Espíritu, dice San Amadeo de Lausana, al descender sobre María, se prodigó en abundancia, en pluralidad, en plenitud y en efusión, no sólo en su alma sino también en su carne" Por su parte, dice también San Alberto Magno, "María es el depósito de todas las gracias divinas que fluyen lentamente sobre el género humano".

"Por la presencia del Espíritu Santo que sobrevive en Ella, dice San Bernardino de Siena, María recibe toda la plenitud de la gracia que hay en Cristo, de modo que, por su mediación, son transmitidos a la Iglesia todos los tesoros espirituales" (Serm. IV sobre la Inmac. Concepc.). Y "así debe ser, dice Suárez, puesto que María, en virtud de su Maternidad, posee un derecho especial sobre los bienes de su Hijo". "Cuando el Espíritu Santo viene a Vos, ¡oh, María! escribe Ricardo de San Lorenzo, quedáis ya llena de gracia ¿qué más podía hacer.? Otorgaros una plenitud, una superabundancia, para repartir entre los hombres, pues sois el sagrado canal que, a partir de la Encamación del Verbo, de un lado está unido a Dios y por otro, a la humanidad".

"¡Oh, Virgen incomparable! Vos sois un océano, un abismo, que el Espíritu Santo ha llenado con sus divinas efusiones" (San Alberto Magno).

IV.- Si escrutamos el misterio de la Maternidad Divina ¿qué descubrimos en él? Dos nuevos prodigios... El Verbo, encerrado en el seno de María y uniéndose a la sustancia de esta Virgen Inmaculada, recibe del Padre Eterno dones inefables (San Bernardino de Siena, Sermón V sobre la Nativ. de la V.). 

"En ese sublime instante, dice Sto. Tomás de Villanueva, Dios derrama en su Corazón adorable en relación de la obra de la Redención y salvación de los hombres, todas las gracias divinas y todos los tesoros de virtudes, de sabiduría y de gloria de que ahora goza en el Cielo".

Entonces ¿cabría sorprenderse de que los Doctores nos digan que todas las gracias deben venirnos por medio de María? De ningún modo, pues parece justo que todos los dones que Jesús ha recibido de su Padre, en el seno virginal de María, para la Santa Madre Iglesia y para nosotros, pasan por María hasta llegar hasta nosotros. Así lo indican San Bernardo y San Bernardino de Siena y una docta exposición de San Cirilo ante el Concilio de Efeso, según consta en las Actas del mismo.

El segundo prodigio que contemplamos en la Maternidad divina es éste, según San Bernardino de Siena: El Verbo, engendrado de Dios Padre desde toda la eternidad, da origen también, desde toda la eternidad, con Él, al Espíritu Santo. Este divino fruto es sempiterno; y se produce por un acto ininterrumpido y permanente, de suerte que se continuó en el seno de María, una vez que el Verbo tomó vida en él. Y como María es el tabernáculo augusto donde operan esas maravillas inefables y Ella es la Madre del Hijo de Dios, producido por el Espíritu Santo, mediante una misma espiración con el Padre, es conveniente, añade ese gran Santo, que María tenga una cierta jurisdicción sobre las efusiones de ese divino Espíritu y que Ella distribuya sus dones y sus gracias a quien quiera, cuando quiera, como quiera y en cuanto Ella lo quiera (San Bernardino de S. Nativ., de la s.v.c.VIII).

¡Oh grandeza incomparable de la Maternidad divina! Vos sois un abismo sin fondo, un océano sin orilla. Nadie más que Dios puede conocer vuestra inmensidad. Ahora comprendo, más y mejor que nunca, que sois la fuente de todos los privilegios, de todas las prerrogativas de María. Es de Vos de Quien yo veo nacer y cobrar impulso de difusión el Título tan bello, tan consolador, de NUESTRA SEÑORA DEL SAGRADO CORAZÓN.

Nuestra Señora del Sagrado Corazón Abogada de las causas difíciles y desesperadas


 


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