Nuestra Señora del Sagrado Corazón Mejor Conocida (Julio Chevalier)
Capítulo X
Conveniencia y Oportunidad de la Devoción a Nuestra Señora del Sagrado Corazón
I.- "El mundo moderno, que no tiene a la Iglesia como punto de apoyo, ha llegado a su último grado de madurez por la muerte; lleva en sí un germen evidente de general aniquilación y, a menos que se convierta y de que, así, se opere en él una gran renovación religiosa, está abocado al final de los tiempos" .
Estas palabras son de Donoso Cortés y tal es igualmente el pensamiento de José de Maistre.
En efecto, tal vez, jamás, Jesucristo, la Iglesia, la Religión, la justicia y el derecho hayan sido más universalmente ultrajados
Ahora bien, Dios ha hecho a las naciones, curables (Sab 1,14): "Sanabiles fecit nationes". ¿Dónde está, pues, el remedio?
Un día, Santa Gertrudis, favorecida por una aparición de San Juan Evangelista, le preguntó por qué, habiendo reposado sobre el pecho de Jesucristo, durante la Cena, no había dicho nada para nuestro conocimiento, sobre los movimientos de su Corazón: "Yo estaba encargado, responde San Juan, de escribir para la Iglesia naciente la palabra del Verbo Encarnado; pero la elocuencia de la suavidad de los movimientos de ese Corazón Sagrado ha sido reservada para los tiempos modernos a fin de que el mundo, ya envejeciente y lánguido en el amor de Dios, se reanime escuchando sus adorables latidos".
Esos tiempos han llegado. Jesús mismo ha revelado al mundo la Devoción a su Divino Corazón. La ha dado como un remedio eficaz a todos nuestros males, como un último esfuerzo de su amor para salvar a las almas que se pierden, como un medio seguro de aplacar la cólera del Cielo y de volver a la gracia de Dios y como una fuente abundante de bendiciones (Vida de Santa Margarita Ma.)
Por lo tanto, la Santísima Virgen María que tan gran parte ha asumido en la obra de la Redención del género humano ¿estará al margen de ese gran movimiento de restauración? María, cuyo nacimiento fue la aurora de salvación de los hombres, ¿no será también la aurora de la renovación de los pueblos? Y, por eso mismo, Ella que, en el misterio de la regeneración del mundo, fue saludada con el augusto título de Madre de Dios ¿no debe recibir hoy, también, un NOMBRE que expresa su cooperación a tan grande Obra como es la resurrección de las almas y de las sociedades por medio del Corazón de Jesús?
Ese NOMBRE se nos antoja que es NUESTRA SEÑORA DEL SAGRADO CORAZÓN.
II.- Este nuevo Título dado a María ¿es oportuno? ¿Responde esta Devoción a Nuestra Señora del Sagrado Corazón a una necesidad de nuestro tiempo?... No dudamos en admitirlo así con los Señores Arzobispos y Obispos de Bourges, de Sens y de tantos otros Prelados tan distinguidos por sus luminosos escritos como por su piedad.
La Sociedad aparece profundamente ulcerada; se tambalea en sus cimientos; las pasiones están coaligadas contra ella, el infierno libra igualmente una guerra encarnizada con idéntico objetivo. Se intenta borrar en ella a Dios y a la Religión; triunfa la impiedad, los abismos se ensanchan y se pierden las almas... Mas, la justicia divina está en posesión de la copa de sus venganzas..., el Cielo se oscurece y se fragua la tempestad. . .
Sin embargo, no desesperamos; en medio de esas nubes que conllevan el rayo, un nuevo arco iris hace su aparición:
¡Es María!..., pero María adornada con uno de sus más ricos aderezos, con una de sus más brillantes diademas. María, con el signo de su poder y la fuente de sus infinitos tesoros, es decir, María con el Corazón de su Hijo adorable, o si lo preferís: NUESTRA SEÑORA DEL SAGRADO CORAZÓN.
Hasta el presente, se ha podido ofrecer a los pecadores, a los moribundos, a los débiles, a los desgraciados, a Francia, al mundo entero, María, bajo nombres tan dulces como Nuestra Señora de Gracia, del Buen Socorro, del Buen Remedio, del Buen Consejo, de la Paz, etc., etc., y, por fin, aparece hoy el de NUESTRA SEÑORA DEL SAGRADO CORAZÓN del que hemos venido dando en esta obra su conmovedor significado.
Mas, para que este nuevo Título y esta nueva Devoción tengan su razón de ser, se necesita que el Sagrado Corazón de Jesús sea nuestra única esperanza y nuestra salvación. De esto, no tenemos duda.
Debemos a un designio particular de la Providencia el que hoy este Divino Corazón tenga extendido su reino por todo el mundo y que se encuentre difundido en las almas.. . Evidentemente, es el astro que brilla en las tinieblas de nuestro siglo y que tiende a consolidarse en medio de tanta tempestad social que nos tiene alarmados. "He aquí este Corazón que tanto ha amado a los hombres", dice el mismo Jesucristo.. . "Encierra gracias de santificación y de salvación necesarias para sacarles del abismo de perdición" (Vida de Santa Margarita Ma. de Alacoque).
Las almas de nuestro tiempo, el siglo en que vivimos ¿están necesitados de bendiciones y de misericordias cuya fuente es este Sagrado Corazón? Esta es la cuestión y trataremos de resolverla.
Oigamos a Pío Ix. Él conocía los males de su época; tenía la misión de hablar de ello y decirnos dónde se encontraba el remedio. Y éstas son sus memorables palabras y que hemos tenido la dicha de oír de sus propios labios, en 1860, cuando bendijo los primeros comienzos de nuestro Instituto: ""La Iglesia y la Sociedad no tienen otra esperanza que en el Corazón de Jesús. Él curará todos nuestros males".
¿Quién Vendrá, pues, con sus súplicas todopoderosas a abrirnos ese Divino Corazón, fuente de la gracia y de la bendición, de la luz y de la vida?
María..., como ya hemos visto en el capítulo cuarto, n.2, y sexto y séptimo. Ella tiene la llave de ese tesoro (San Bernardo): "Decrevit nihil dare nisi per Mariam"'. Ella puede abrirlo a su Voluntad para quien quiera, cuando quiere, como quiere y en la medida que quiere (San Bernardino de Siena, sobre la Natividad de María): "Omnia dona."quibus vult, quando vult, quomodo vult et quantum vult, per manus ipsius administrantur".
"Sí, es a esta augusta Virgen, escribe San Bernardo, a quien corresponde la sublime misión de hablar en favor nuestro al Corazón de Jesús": "Quis tan idoneus ut loquatur ad Cor Domini Nostri Jesu Christi, ut tu, felix Maria?"
Pero la coyuntura de nuestro siglo es un caso de los más difíciles, es un asunto casi perdido y medio desesperado. El mundo corre hacia su perdición; las almas se alejan de Dios y parecen renunciar a su propia salvación. El error y la mentira triunfan, la corrupción no conoce límites y calamidades sin cuento recaen sobre el mundo en justa venganza del cielo ultrajado.
"¡No importa que el mal parezca incurable...! nos responde San Efrén. Ese es, precisamente, el motivo por el cual María tomará como suyo ese lance si se lo confiáis. ¿Acaso no sabéis que Ella es la esperanza de los que no la tienen, spes sperandorum, la esperanza de los que desesperan, spes desesperantium, y la esperanza misma de los que aquí, en la tierra, han perdido toda esperanza, spes desperatorum...!"
¿Por qué, se pregunta Pío IX, resumiendo la creencia universal de la Iglesia, por qué?: "Porque nada hay que la Madre de Dios no pueda obtener de su Divino Hijo": "Nihil est quod ab Eo impetrare non valeat"' (Bula del Jubileo, 1864).
"Ella tiene en sus manos todos los tesoros de la divina misericordia, dice San Pedro Damiano, se le ha dado todo poder en el cielo y en la tierra y nada le resulta imposible ya que María puede recuperar para la salvación a los que hayan perdido la esperanza de ella" (Serm., sobre la Nativ., de la Virgen María).
Pero nuestras reiteradas infidelidades y nuestros innumerables pecados, la violación pública y universal de las leyes de Dios y de la Iglesia, de la justicia y de la moral, todas estas iniquidades ¿no son, acaso, ya de suyo suficientes para indisponer a los hombres con María? Y, lejos de ayudarnos ¿no sería eso más bien justificante para que nos abandonara a la justicia divina? De ninguna manera, no olvidemos la misión providencial de Nuestra Señora del Sagrado Corazón. ¿No es, acaso, Ella la Abogada de los casos más desalentadores, spes desperantium (San Efrén); la única esperanza de los desesperados, única spes desperatorum (San Efrén)? Y otros autores abundan en lo mismo[18].
Ved ahora la razón de ese grito de esperanza que tiene eco en el seno de la Iglesia y que se va extendiendo por doquier:
¡NUESTRA SEÑORA DEL SAGRADO CORAZÓN, rogad por nosotros!
¡NUESTRA SEÑORA DEL SAGRADO CORAZÓN, socorrednos!
P. JULIO CHEVALIER, MSC