La ordenación sacerdotal de mujeres
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Sacerddotalis (Juan Pablo II)
Ordenación de la mujer: Reflexión
bíblico-teológica
Importancia de la mujer aunque no sean sacerdotisas
El problema de la admisión de las
mujeres al sacerdocio ministerial es uno de los problemas más candentes en
los países con tradición anglicana y allí donde los autores del progresismo
católico han tenido o tienen fuerza particular. Así, por ejemplo, E.
Schillebeeckx O.P. dice: "...Las mujeres... no tienen autoridad, no tienen
jurisdicción. Es una discriminación... La exclusión de las mujeres del
ministerio es una cuestión puramente cultural que ahora no tiene sentido.
¿Porqué las mujeres no pueden presidir la eucaristía? ¿Por qué no pueden
recibir la ordenación? No hay argumentos para oponerse al sacerdocio de las
mujeres... En este sentido, estoy contento de la decisión [de la Iglesia
anglicana] de conferir el sacerdocio también a las mujeres, y, en mi
opinión, se trata de una gran apertura para el ecumenismo, más que de un
obstáculo, porque muchos católicos van en la misma dirección". (E.
Schillebeeckx O.P., Soy un teólogo feliz. Entrevista con F. Strazzati,
Sociedad de Educación Atenas, Madrid 1994, pp. 117-118).
Por parte católica, dos documentos
han tocado explícitamente el tema:
· Instrucción
de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, Inter insigniores, La
cuestión de la admisión de las mujeres al sacerdocio ministerial, 15 de
octubre de 1976. Enchiridion Vaticanum, Volumen 5 (1974-1976), nnº
2110-2147.
· Carta
Apostólica de Juan Pablo II, 22 de mayo de 1994. A lo que hay que
añadir: Card. Ratzinger Ordinatio Sacerdotalis, "Respuesta a la duda sobre
la doctrina de la Carta Apostólica Ordinatio Sacerdotalis", del 28 octubre
de 1995.
¿Cuál es el motivo último por el
que la mujer no puede acceder al sacerdocio ministerial?
1. A partir de la Tradición
El Magisterio apela a la Tradición,
entendida no como "costumbre antigua" sino como garantía de la voluntad de
Cristo sobre la constitución esencial de su Iglesia (y sacramentos). Esta
Tradición se ve reflejada en:
1) La actitud de Jesucristo.
Históricamente Jesucristo no llamó a ninguna mujer a formar parte de los
doce. En esto debe verse una voluntad explícita, pues podía hacerlo y
manifestar con ello su voluntad. Jesucristo debía prever que al tomar la
actitud que tomó, sus discípulos la interpretarían como que tal era su
voluntad.
Objeción. La objeción más común es
que Jesucristo obró de este modo para conformarse con los usos de su tiempo
y de su ambiente (el judaísmo) en el que las mujeres no desempeñaban
actividades sacerdotales.
Respuesta. Precisamente respecto de
la mujer Jesucristo no se atuvo a los usos del ambiente judío. Su actitud
respecto de la mujer contrasta fuertemente con la de los judíos
contemporáneos, hasta el punto tal de que sus apóstoles se llenaron de
maravilla y estupor (cf. Jn 4,27). Así:
· Conversa
públicamente con la samaritana (Jn 4,27)
· No
toma en cuenta la impureza legal de la hemorroisa (Mt 9,20-22)
· Deja
que una pecadora se acerque en casa de Simón el fariseo (Lc 7,37)
· Perdona
la adultera, mostrando de este modo que no se puede ser más severo con el
pecado de la mujer que con el del hombre (Jn 8,11)
· Toma
distancia de la ley mosaica para afirmar la igualdad de derechos y deberes
del hombre y la mujer respecto del vínculo matrimonial (Mt 19,3-9; Mc
10,2-11).
· Se
hace acompañar y sostener en su ministerio itinerante por mujeres (Lc 8,2-3)
· Les
encarga el primer mensaje pascual, incluso avisa a los Once su Resurrección
por medio de ellas (Mt 28,7-10 y paralelos).
Esta libertad de espíritu y esta
toma de distancia son evidentes para mostrar que si Jesucristo quería la
ordenación ministerial de las mujeres, los usos de su pueblo no
representaban un obstáculo.
2) Actitud de los Apóstoles. Los
apóstoles siguieron la praxis de Jesús respecto del ministerio sacerdotal,
llamando a él sólo a varones. Y esto a pesar de que María Santísima ocupaba
un lugar central (cf. Act 1,14). Cuando tienen que cubrir el lugar de Judas,
eligen entre dos varones.
Objeción 1. Puede ponerse la misma
objeción: también los apóstoles se atuvieron a las costumbres de su tiempo.
Respuesta. La objeción tiene menos
valor que en el caso anterior, porque apenas los Apóstoles y San Pablo
salieron del mundo judío, se vieron obligados a romper con las prácticas
mosaicas, como se ve en las discusiones paulinas con los judíos. Ahora bien,
a menos que tuvieran en claro la voluntad de Cristo, el ambiente nuevo en
que comenzaron a moverse los tendría que haber inducido al sacerdocio
femenino, pues en el mundo helenístico muchos cultos paganos estaban
confiados a sacerdotisas.
Su actitud tampoco puede deberse a
desconfianzas o menosprecio de la mujer, pues los Hechos apostólicos
demuestran con cuanta confianza San Pablo pide, acepta y agradece la
colaboración de notables mujeres:
· Rom
16,3-12; Fil 4,3
· Priscila
completa la formación de Apolo (Act 18,26)
· Febe
está al servicio de la iglesia de Cencre (Rom 16,1)
· Otras
son mencionadas con admiración como Lidia, etc.
Pero San Pablo hace una
distinción en el mismo lenguaje:
· cuando
se refiere a hombres y mujeres indistintamente, los llama "mis
colaboradores" (Rom 16,3; Fil 4,2-3)
· cuando
habla de Apolo, Timoteo y él mismo, habla de "cooperadores de Dios" (1 Cor
3,9; 1 Tes 3,2).
Objeción 2. Las disposiciones
apostólicas y especialmente paulinas son claras, pero se trata de
disposiciones que ya han caducado, como han caducado otras, por ejemplo: la
obligación para las mujeres de llevar el velo sobre la cabeza (1 Cor
11,2-6), de no hablar en la asamblea (1 Cor 14,34-35; 1 Tim 2,12).
Respuesta. Como es evidente, el
primer caso se trata de prácticas disciplinares de escasa importancia,
mientras que la admisión al sacerdocio ministerial no puede poner en la
misma categoría. En el segundo ejemplo, no se trata de "hablar" de cualquier
modo, porque el mismo San Pablo reconoce a la mujer el don de profetizar en
la asamblea (1 Cor 11,5); la prohibición respecta a la "función oficial de
enseñar en la asamblea cristiana", lo cual no ha cambiado, porque en cuanto
tal sólo toca al Obispo.
3) Actitud de los Padres, la
Liturgia y del Magisterio. Cuando algunas sectas gnósticas heréticas de los
primeros siglos quisieron confiar el ministerio sacerdotal a las mujeres,
los Santos Padres juzgaron tal actitud inaceptable en la Iglesia.
Especialmente en los documentos canónicos de la tradición antioquena y
egipcia, esta actitud viene señalada como una obligación de permanecer fiel
al ministerio ordenado por Cristo y escrupulosamente conservado por los
apóstoles (I.I., 2115).
Como testimonio unánime de la
Tradición eclesiástica tenemos los documentos oficiales arriba señalados.
2. A la luz de la teología
sacramental
La argumentación central es la
anteriormente reseñada; podemos, sin embargo, acceder a otra vía
argumentativa que pone más en evidencia que la tradición que se remonta a
Cristo no es una mera disposición disciplinar sino que tiene una base
ontológica, es decir, se apoya en la misma estructura de la Iglesia y del
sacramento del Orden. Los dos argumentos apelan al simbolismo sacramental.
1) El sacerdocio ministerial es
signo sacramental de Cristo Sacerdote. El sacerdote ministerial,
especialmente en su acto central que es el Sacrificio Eucarístico, es signo
de Cristo Sacerdote y Víctima. Ahora bien, la mujer es signo adecuado de
Cristo Sacerdote y Víctima, por eso no puede ser sacerdote ministerial.
En efecto, los signos sacramentales
no son puramente convencionales. La economía sacramental está fundada sobre
signos naturales que representan o significan por una natural semejanza: así
el pan y el vino para la Eucaristía son signos adecuados por representar el
alimento fundamental de los hombres, el agua para el bautismo por ser el
medio natural de limpiar y lavar, etc. Esto vale no sólo para las cosas sino
también para las personas. Por tanto, si en la Eucaristía es necesario
expresar sacramentalmente el rol de Cristo, sólo puede darse una "semejanza
natural" entre Cristo y su ministro si tal rol es desempeñado por un varón
(I.I., nº 2134).
De hecho, la Encarnación del Verbo
ha tenido lugar según el sexo masculino. Es una cuestión de hecho que tiene
relación con toda la teología de la creación en el Génesis (la relación
entre Adán y Eva; Cristo como nuevo Adán, etc.) y que, si alguien no está de
acuerdo con ella o con su interpretación, de todos modos se enfrenta con el
hecho innegable de la masculinidad del Verbo encarnado. Si se quiere, por
tanto, tendrá que discutirse el por qué Dios se encarna en un varón y no en
una mujer; pero partiendo del hecho de que así fue, no puede discutirse que
sólo un varón representa adecuadamente a Cristo-varón.
Objeción 1. La objeción de los
anglicanos proclives a la ordenación femenina es que, según ellos, lo
fundamental de la encarnación no es que Cristo se haya hecho varón sino que
se haya hecho "hombre". Por tanto, no es tanto el varón quien representa
adecuadamente a Cristo sino el "ser humano" en cuanto tal.
Respuesta. El problema está aquí en
el sentido de "representación adecuada". Los signos sacramentales tienen que
guardar una representación adecuada, es decir, lo más específica posible.
Desde este punto de vista, el "ser humano" (varón-mujer) es una
representación adecuada de Cristo pero en su sacerdocio común (el sacerdocio
común de los fieles), no de Cristo en su Sacerdocio ministerial de la Nueva
Alianza. El "ser humano" representa adecuadamente al Verbo hecho carne, pero
representa sólo genérica y borrosamente a Cristo sacerdote. De hecho, el
carácter sacerdotal (ministerial) es una subespecificación del carácter
general cristiano que viene dado a todo hombre (varón y mujer) por el
bautismo.
Objeción 2. Cristo está ahora en la
condición celestial, por lo cual es indiferente que sea representado por un
varón o por una mujer, ya que "en la resurrección no se toma ni mujer ni
marido" (Mt 22,30).
Respuesta. Este texto (Mt 22,30) no
significa que la glorificación de los cuerpos suprima la distinción sexual,
porque ésta forma parte de la identidad propia de la persona. La distinción
de los sexos y, por tanto, la sexualidad propia de cada uno es voluntad
primordial de Dios: "varón y mujer los creó" (Gn 1,27).
2) El simbolismo nupcial. Cristo es
presentado por la Sagrada Escritura como el Esposo de la Iglesia. De hecho
en Él se planifican todas las imágenes nupciales del Antiguo Testamento de
Dios como Esposo de su Pueblo Israel (cf. Os 1-3; Jer 2). Esta
caracterización es constante en el Nuevo Testamento:
· en
San Pablo: 2 Cor 11,2; Ef 5,22-33
· en
San Juan: Jn 3,29; Ap 19,7.9
· en
los Sinópticos: Mc 2,19; Mt 22,1-14
Ahora bien, esto resalta la función
masculina de Cristo respecto de la función femenina de la Iglesia en
general. Por tanto, para que en el simbolismo sacramental el sujeto que hace
de materia del sacramento del Orden (que representa a Cristo), y luego el
sujeto que hace de ministro de la Eucaristía (que obra "in persona Christi")
sea un signo adecuado, tiene que ser un varón.
Objeción. El sacerdote también
representa a la Iglesia, la cual tiene un rol pasivo respecto de Cristo.
Ahora bien, la mujer puede representar adecuadamente a la Iglesia; entonces
también puede ser sacerdote.
Respuesta. Es verdad que el
sacerdote también representa a la Iglesia y que esto podría ser desenvuelto
por una mujer. Pero el problema es que no sólo representa a la Iglesia sino
también a Cristo y que esto, por todo cuanto hemos dicho, no puede
representarlo una mujer. Por tanto, el varón puede representar ambos
aspectos, pero la mujer sólo uno, el cual no es el propiamente sacerdotal.
Conclusión
Los errores principales giran en
torno a dos problemas. El primero es no concebir adecuadamente el sacerdocio
sacramental, confundiéndolo con el sacerdocio común de los fieles. El
segundo, es dejarse llevar por los prejuicio que ven en el sacerdocio
ministerial una discriminación a la mujer y paralelamente un enaltecimiento
del varón en detrimento de la mujer; es una falta de óptica: en la Iglesia
católica, el sacerdocio ministerial es un servicio al Pueblo de Dios y no
una cuestión aristocrática; es más, esto último es, precisamente, un abuso
del sacerdocio ministerial, semejante al que contaminó el fariseísmo y
saduceísmo de los tiempos evangélicos. Finalmente, los más grandes en el
Reino de los Cielos no son los ministros sino los santos; y - excluida la
humanidad de Cristo- la más alta de las creaturas en honor y santidad, la
Virgen María, no fue revestida por Dios de ningún carácter sacerdotal.