EL MAESTRO EN LA REFLEXIÓN TEOLÓGICA
DESDE LA ÉPOCA MODERNA HASTA NUESTROS DÍAS
por P. Bruno Forte
Sumario
1. Del
"objetivismo" al "subjetivismo" De la síntesis medieval a la emergencia
de la subjetividad (aquí en está página)
2. El
triunfo moderno del sujeto:
Cristo Maestro, modelo de subjetividad completa
3. El
retorno a la historia en las teologías del siglo XX:
Jesucristo, el Maestro viviente en nosotros -1.
1.
De la síntesis medieval
a la emergencia moderna de la subjetividad
(por la subjetivización de los valores y del relieve de la ejemplaridad moral del Maestro)
«El carácter peculiar de la edad moderna —escribe Joseph Lortz— puede comprobarse especialmente por sus diferencias con la edad precedente, el medievo, es decir, por sus tendencias disgregadoras: subjetivismo e individualismo, nacionalismo, laicismo y secularización. Su trascurso se caracteriza por la realización de las potencialidades contenidas en estos factores».(1) Si el mundo medieval se caracteriza por la síntesis en el plano político-religioso (Imperio-Papado) y en el del pensamiento (mentalidad ordenadora y métodos escolásticos), la edad moderna se caracteriza por la disolución de la síntesis a nivel político-religioso y socio-cultural. Las causas de este proceso son complejas y múltiples. Si entre las político-religiosas hay que señalar especialmente la formación de los estados nacionales de monarquía centralizada (Inglaterra, Francia, España) y la creciente resistencia antirromana, debida también al relajamiento del clero, en el plano más específicamente espiritual e intelectual el declive del medievo se anuncia de múltiples formas.
Por una parte, el humanismo, con su tendencia positiva y crítica, facilitada por la invención de la imprenta, permite un gran contacto personal y directo con los textos, casi imposible anteriormente y capaz ahora de estimular de forma nueva el discernimiento y el juicio individual; por otra, la "vía moderna", inaugurada por Guillermo de Occam, opone el saber crítico humano a la realidad religiosa positiva, relegada en un fideísmo de tipo voluntarista, al tiempo que el nominalismo produce una desconfianza difusa en la posibilidad de un conocimiento que tenga alcance real sobre las cosas. La inquietud psicológica del siglo XV, por otra parte, alimentada por la inseguridad social y política y favorecida por acontecimientos dramáticos, como la peste negra que en 1348 trastornó a Europa, se expresa en una mentalidad ansiosa y con frecuencia infantil, en una religiosidad a menudo supersticiosa, cuyo ejemplo lo tenemos en la caza de brujas típica de esta época y en la difusión del tema de la muerte y lo demoníaco en el arte. De este conjunto de factores será fruto y al mismo tiempo expresión original la Reforma, que evidenciará la disolución de la precedente síntesis crítica y la emergencia del sujeto en su dimensión histórico-concreta y en su existencia ante el Dios vivo de manera única y original.
En el ámbito teológico, la Escolástica —tras el gran florecimiento del siglo XIII— se había ido convirtiendo en un ejercicio dialéctico sobre sí mismo (recuérdense los sarcasmos de Erasmo en el capítulo 53 de Elogio de la locura, dirigido contra «los locos más locos, los teólogos»). Esto no dejará de tener consecuencias en el alejamiento progresivo de la espiritualidad respecto de la teología, por ir en busca de una experiencia de Cristo más subjetiva, intimista y concreta. Es justamente esta piedad intimista y subjetiva la característica de la "devotio moderna" del tardo medievo, dominada por el motivo de la "imitatio Christi". Como reacción al intelectualismo de la Escolástica tardía, favorecida por la separación nominalista entre fe y razón, la atención se concentra prioritariamente en la vida interior del sujeto, conforme a una necesidad de apropiación subjetiva de los valores, lo que enlaza también con el proceso de introyección de la figura de Jesús Maestro.
Es la lucha espiritual y el camino de perfección del alma lo que aparece en primer plano. Y Cristo es el Maestro interior, que habla al alma sedienta de Dios, presentándose sobre todo como modelo moral y espiritual al que imitar y seguir. Eso sucede, por ejemplo, en el extraordinario testimonio de experiencia interior que es la Imitación de Cristo, al igual que en los Ejercicios espirituales de Ignacio de Loyola, que en la confrontación con los misterios de la vida de Cristo conducen al ejercitante al discernimiento espiritual y a la decisión del corazón ante la alternativa suprema, de tal modo que la vida y las opciones del Maestro se reproduzcan en el seguimiento del discípulo.
Gran heredero de la piedad cristológica medieval y al mismo tiempo testimonio y artífice de los albores de la modernidad es Martín Lutero. Si el pesimismo nominalista y el individualismo exasperado se unen a los tonos dramáticos de la conciencia afligida del siglo XV, no es menos resplandeciente en su obra el principio cristológico paulino de la "theologia Crucis" y del "celo" por Cristo. "Crux probat omnia" expresa no sólo que la Cruz es la subversión y la confutación de todas las presunciones humanas, y por tanto la negativa más radical de todo posible pelagianismo que vea al hombre salvarse con sus solas fuerzas, sino también que únicamente por el camino dialéctico de la ruptura y no por el analógico de la continuidad, "per passiones et crucem" y "sub contraria specie", puede el hombre encontrar la revelación de Dios en Jesucristo. Para quien acepta la locura de la Cruz y no presume de tener más certeza que Cristo, Señor y Maestro, y Cristo crucificado, la vida en la muerte se hace posible, la "sola gratia" triunfa, la "sola fides" salva.
Lo que en Lutero resulta verdaderamente nuevo y moderno es que el punto de apoyo de su investigación es el problema existencial decisivo, el posicionamiento concreto y al mismo tiempo radical sobre el que se juega todo, la búsqueda de la salvación. Lutero «no es un sistemático. En consecuencia, se ve en gran medida determinado por la experiencia vivida (Erlebnis) y por la voluntad... Todo lo que escribió y dijo es confesión, es decir, reconocimiento, que es pagado con la vida vivida y con el propio sufrimiento y que debe participar a los demás».(2)
Por la vivencia de sus pruebas y tentaciones y por la experiencia consoladora de la gracia, anunciada por la Palabra de Dios, que él lee y medita asiduamente, se le plantean a Lutero los interrogantes que se encuentran en la base de su mensaje y sobre los que construye su camino hacia la salvación: Cristo es para él el Maestro sobre el que contrasta todos los bienes y todas las verdades. «Toda la confianza, la vida, la gloria, el poder y la sabiduría del hombre está sólo en Cristo. Pero Cristo está escondido en Dios, por lo que todo lo que aparece interna o externamente no es lo que puede ser supuesto por el hombre, con lo que afirmo que habernos convertido en necios, es decir, en saberlo todo, fuera de Cristo es no saber nada».(3) Esta afirmación exclusiva y casi celosa de Cristo, cargada de densidad existencial, es la que hace a Lutero afín a Pablo y Agustín y la que al mismo tiempo le convierte en signo de una edad nueva.
Su teología militante, fuertemente radicada en la experiencia, es imagen y al mismo tiempo factor determinante de los cambios que se anuncian, bajo el signo de una atención nueva a la subjetividad, de la que la doctrina del "libre examen" no será más que tematización refleja. Pero el subjetivismo de Lutero sigue estando s��lidamente ancorado en la fuerza del Objeto puro, en la victoria del Dios vivo revelado en Cristo sobre el pecado del mundo: «Ésta es la diferencia estable entre la ley antigua y la nueva. La ley antigua dice a los que son soberbios en su justicia: debes poseer a Cristo y su Espíritu; la ley nueva dice a los que se han humillado en su pobreza, en materia de justicia, y buscan a Cristo: mira, aquí está Cristo y su Espíritu. Por tanto, los que entienden por Evangelio algo distinto a anuncio gozoso, no comprenden el Evangelio. Hacen eso justamente los que lo han transformado en ley en vez de entenderlo como gracia; y son ellos los que han hecho de Cristo un Moisés para nosotros».(4) No obstante, la reivindicación del carácter intensamente personal de la experiencia de la gracia al acoger a Cristo, constituye la premisa decisiva para intensificar el proceso de subjetivización de la fe, que culmina en la referencia al Señor Jesús especialmente como Maestro y modelo moral del alma.
El triunfo moderno del sujeto: Cristo Maestro, modelo de subjetividad completa