EL MAESTRO EN LA REFLEXIÓN TEOLÓGICA
DESDE LA ÉPOCA MODERNA HASTA NUESTROS DÍAS: el retorno...1
por P. Bruno Forte
3.
El retorno a la historia
en las teologías del siglo XX:
Jesucristo, el Maestro viviente en nosotros -1-
La primera guerra mundial, desmontando las presunciones del "siglo largo", el burgués siglo XIX, y trastornando los equilibrios de conservación política y espiritual, que parecían indestructibles, abre lo que será llamado, por sus procesos acelerados y sus cambios traumáticos, "siglo breve",(19) e introduce en las conciencias una intensa percepción de crisis: mientras se apaga el mito liberal del progreso, el espacio se vacía y vuelve a plantearse de manera radical la cuestión del futuro, con una convicción renovada de la complejidad de la historia. El rechazo del monismo idealista-liberal da a esta conciencia un carácter abierto: contra un pensamiento que aprisione a la historia, se abre camino la posibilidad de que la historia acometa al pensamiento con nueva frescura, comenzando por la historia de la revelación.
«El destino de esta generación —escribe Gogarten— es encontrarse entre los tiempos. Nosotros no hemos pertenecido nunca al tiempo que hoy declina hacia el final. ¿Perteneceremos tal vez algún día al tiempo que está por venir? Y admitido que por nuestra parte seamos capaces de pertenecerle, ¿llegará tan pronto? Nos encontramos así en el medio. En un espacio vacío».(20) Pero este espacio está abierto a la novedad radical, a la pregunta sobre el Absoluto: «El espacio se ha hecho libre por la pregunta sobre Dios. Por fin. Los tiempos se han separado uno de otro y ahora el tiempo está en silencio».(21)
Si se abre camino la tentación de reconciliar lo real roto por medio de un pensamiento de la crisis, que sea superación ideológica de ésta y esté cargado de aspectos de violencia y de dominio (piénsese en las ideologías totalitarias), no es menos cierto que se perfila la crisis del pensamiento, la imposición en él de lo real con sus infinitas posibilidades y los riesgos innegables que comporta. La historia entra por este segundo camino en las venas del pensamiento teológico y las anima con nueva vida abriendo potencialidades antes insospechadas: se puede reconocer como un triple ingreso de la historia en la teología del siglo XX.(22)
El primer ingreso se identifica con la atención renovada prestada al Objeto puro de la fe cristiana, percibido en su dinamismo de acontecimiento o historia de revelación: contra lo estancamientos del pensamiento liberal, prisionero de sí mismo, es un sonido fresco y nuevo de la Palabra, una percepción renovada y profunda de la incapturabilidad y de la potencia del acontecimiento divino. Karl Barth es quien da voz a este nuevo comienzo: es preciso dejar hablar al acontecimiento descubriendo «en las palabras la relación de las palabras con la Palabra». Jesucristo es Maestro porque en él se realiza el encuentro subversivo y transformador de la tierra y del cielo, en él el nuevo Dios toca, juzga y transforma lo antiguo de los hombres: «Jesucristo nuestro Señor, he aquí el evangelio, he aquí el significado de la historia.
En este nombre se encuentran y se dividen dos mundos, se cortan dos planos, uno desconocido y otro conocido. El conocido es el mundo de la "carne", creado por Dios pero que ha perdido su originaria unidad con Dios, necesitado por tanto de salvación; el mundo del hombre, del tiempo, de las cosas, nuestro mundo. Este plano conocido es cortado por otro desconocido, el mundo del Padre, el mundo de la creación original y de la redención final... "Jesús", como indicación histórica, significa el lugar de ruptura entre el mundo que nosotros conocemos y otro mundo desconocido».(23) «En Cristo habla Dios, como es, y convence de mentira al no-Dios de este mundo. Él se afirma a sí mismo en cuanto nos niega a nosotros como somos y al mundo como es».(24)
Sólo a este Maestro se debe confianza y obediencia, y no a los falsos maestros de los diversos totalitarismos históricos, como afirma valientemente el manifiesto de la "Iglesia confesante", alma de la resistencia crisitiana contra el nazismo que escribió el propio Barth: «Jesucristo, tal como nos viene testimoniado por la sagrada Escritura, es la única Palabra de Dios que nosotros tenemos que escuchar y a la que debemos confianza y obediencia en la vida y en la muerte. Rechazamos la doctrina falsa según la cual la Iglesia, como fuente de su anuncio, puede y debe reconocer, además y junto a esta única Palabra de Dios, otros acontecimientos y potencias, figuras y verdades como revelación de Dios».(25)
Este intenso y denso realce del primado de Dios y de la exigencia para el hombre de situarse radicalmente en situación de escucha y de obediencia al único Maestro, alternativo a los falsos maestros producidos por las astucias de la razón totalitaria y violenta, encuentra una correspondencia significativa en la reacción católica antimodernista, así como en el amplio "retorno a las fuentes", bíblicas, patrísticas y litúrgicas, que caracteriza a la teología de este período. Con formas diversas y acentos diferentes, es la hora de un nuevo descubrimiento de la objetividad de la llegada de Dios frente al cual está el camino "exodal" del hombre y consiguientemente del carácter poderosamente antiideológico del cristianismo.
La reanudación refleja del valor del componente antropológico señala el segundo ingresode la historia en el pensamiento teológico del siglo XX: en continuidad con la moderna emergencia de la subjetividad, pero en relación también con el descubrimiento del Objeto puro, se evidencian la apertura del corazón y la mente del hombre, el carácter histórico de su razón y la seriedad radical de sus preguntas. Es la recuperación del valor del encuentro y de la interpretación existencial en Rudolf Bultmann, pero es también la más general exigencia hermenéutica, tendente a conseguir que los textos del pasado hablen a nuestro presente y lo subviertan o lo consoliden con su fuerza.
El Maestro no es alguien que confirma al sujeto humano en sus presunciones, sino alguien que llama a salir de uno mismo en el acto de libertad de la decisión existencial: «Por tanto, si nosotros encontramos en la historia de Jesús palabras, no debemos juzgarlas a partir de un sistema filosófico en relación con su validez racional, sino que las encontramos como interrogantes sobre el modo como queremos comprender nuestra existencia».(26) «Jesús ve al hombre como alguien que está en su hic et nunc, en la decisión, con la posibilidad de decidirse por medio de su acción libre. Sólo lo que el hombre obra ahora le da su valor. Y esta situación de la decisión resulta para el hombre del hecho de que el futuro del Reino de Dios caiga sobre él».(27)
El Maestro no propone una teoría sobre Dios, sino que anuncia y hace presente al Dios vivo ante el que debe jugarse toda la existencia: «Por Jesús Dios es la potencia que pone al hombre en la situación de la decisión, que se hace encuentro para él en la exigencia del bien, que determina su futuro. Por tanto, en modo alguno puede ser considerado Dios "objetivamente" como una naturaleza que descansa sobre sí misma; en cambio, sólo el hombre en la comprensión efectiva de su existencia puede comprender también a Dios. Si no lo encuentra aquí, no lo encontrará en ninguna naturaleza».(28)
El cambio antropológico en la teología católica y la reflexión sobre la autotrascendencia humana, especialmente en Karl Rahner, recuperarán, con ópticas diferentes, la mismas exigencias de pensar la condición del sujeto humano delante y en relación con el puro objeto divino, tematizando, en cierto sentido, las condiciones y las expectativas del éxodo ante el acontecimiento. El Maestro es el "portador absoluto de salvación" ("der absolute Heilsbringer"), alguien que, revelando el misterio de Dios, llama al hombre, "oidor de la Palabra", a situarse existencialmente en relación con esta revelación: «El hombre es el ente que, amando libremente, se encuentra ante el Dios de una posible revelación. El hombre está a la escucha de la palabra o del silencio de Dios en la medida que se abre, amando libremente, a este mensaje de la palabra o del silencio del Dios de la revelación».(29)
«Por tanto, mientras el hombre no participe de la visión inmediata de Dios, es siempre y esencialmente —debido a la constitución fundamental de su existencia— un oidor de la palabra de Dios, alguien que debe prever una posible revelación de Dios, que no consiste en la manifestación directa del contenido del objeto revelado en su propia esencia, sino en su comunicación mediante signos representativos que señalen lo que debe ser revelado, aun siendo diverso de aquellos».(30) «Jesús de Nazaret se comprendió como el Salvador absoluto y en la resurrección se cumplió y manifestó que él lo es realmente... Es en la relación con él donde se decide la salvación del hombre en general y es su muerte la que funda el pacto nuevo y eterno entre Dios y el hombre».(31)
Entre descubrimiento del advenimiento divino y descubrimiento del éxodo humano la síntesis se realiza con el tercer ingreso del pensamiento histórico de la conciencia refleja de la fe: aceptando el valor de una y otra exigencia, se trata de pensar propiamente el encuentro de los dos mundos, de Dios y de los hombres, en sus relaciones recíprocas y diversificadas. Se descubre así el primado de la escatología, no como un capítulo entre otros de la dogmática cristiana, sino como «la aurora del nuevo día esperado que da color a todo con su luz»,(32) y determina la reflexión de la fe como pensamiento de la esperanza: entre la tesis, que está en el pasado (el "ya sí" de la promesa), y la antítesis, que está en el presente, la síntesis debe buscarse en el futuro del Dios que viene, en aquel "todavía no" de la promesa, al que hay que abrirse con toda la tensión del compromiso y de la espera.
Al contrario de lo que ocurre en el apresamiento ideológico, donde es el presente el lugar del cumplimiento, y pasado y futuro son sólo antítesis agrupadas en el dominio incontrastado del acto de la razón, la razón teológica es percibida como razón abierta, por la que será el futuro de Dios el que decida lo que una cosa es, aunque esté ya en el advenimiento realizado la promesa y la anticipación del cumplimiento futuro. La verdad del éxodo está así unida a la verdad del advenimiento, en la tensión entre el "ya sí" y el "todavía no", que es constitutivo de la salvación experimentada en la historia. El Objeto puro entra en la subjetividad humana determinándola como estructura abierta al más allá de y a lo nuevo, siempre subvirtiéndola y vivificándola nuevamente; el sujeto histórico se relaciona con el Misterio que viene aceptándolo en el propio presente y respecto al propio pasado como poder de futuro, de anticipación y promesa siempre inquietas.
«El elemento escatológico —escribe Jürgen Moltmann— no es uno de los componentes del cristianismo, pero es en sentido absoluto el camino de la fe cristiana, es la nota sobre la que se acompasa todo lo demás, es la aurora del nuevo día esperado que da color a todo con su luz».(33) Jesús es el Maestro por cuanto en él se asoma el Reino que viene de Dios y este advenimiento abre el presente de los hombres al mañana de la promesa: «La escatología cristiana habla de "Cristo y de su futuro". Su lenguaje es el lenguaje de la promesa. Ésta entiende la historia como la realidad inaugurada por la promesa. En la promesa y en la esperanza presente, el futuro de la promesa, que todavía no se ha realizado, se encuentra en contradicción con la realidad dada. En esta contradicción se hace experiencia de la historicidad de lo real en la línea del frente que divide el presente del futuro que ha sido prometido.
La historia, con sus grandes posibilidades y peligros, se revela en el acontecimiento prometido de la resurrección y de la cruz de Cristo».(34) El Maestro es el testimonio de la promesa que cambia el corazón y la vida, más aún, es en persona esta misma promesa, que «punza como una espina en la carne cualquier presente y lo abre al futuro... Justamente esta promissio inquieta impide que la experiencia humana del mundo se convierta en una completa y autosuficiente imagen cósmica de la divinidad y hace que la experiencia del mundo se mantenga abierta a la historia».(35)