Domingo 17 del Tiempo Ordinario -C - 'Enséñanos a orar' - Comentarios de Sabios y Santos I : con ellos preparamos la Acogida de la Palabra de Dios proclamada durante la celebración de la Misa dominical
Recursos adicionales para la preparación
Falta un dedo: Celebrarla
A su servicio
Exégesis:
Alois Stöger - La nueva oración (Lc.11,1-13)
Comentario Teológico: Catecismo de la Iglesia Católica - SEGUNDA SECCION: LA
ORACION DEL SEÑOR: "PADRE NUESTRO"
Santos Padres: San Ambrosio - El amigo importuno Lc 11, 5-13
Aplicación: P. Alfredo Sáenz, S. J. - El Señor enseña a rezar
Aplicación: San Juan Pablo II - Señor, enséñanos a orar
Aplicación: R. P. Leonardo Castellani - PADRE NUESTRO El Señor nos enseña a
orar en común por todos nuestros hermanos
Aplicación: R. P. Raniero Cantalamessa OFMCap - Jesús orando
EJEMPLOS
Falta un dedo: Celebrarla
comentarios a Las Lecturas del Domingo
Exégesis: Alois Stöger - La nueva oración (Lc.11,1-13)
Hasta 13,22 no se vuelve ya a hablar del viaje. En el relato del viaje están
intercaladas enseñanzas de Jesús. Jesús trae el nuevo mensaje del Padre y
del Espíritu Santo, y con ello una nueva oración (11,1-13); se anuncia a sí
mismo como nuevo portador de salud, que es ciertamente otro y enseña de
manera distinta de lo que habían imaginado los dirigentes en Israel (11,
14-54); el seguimiento de este Mesías cobra nueva y propia forma, de la que
se habla en un conjunto de palabras y sentencias de Jesús (12,1-53). El
nuevo tiempo que aporta Jesús exige a todos la conversión (12,54-13,21).
a) La oración de los discípulos (Lc/11/01-04)
1 Un día estaba él orando en cierto lugar. Cuando terminó, le dijo uno de
sus discípulos: Señor, enséñanos a orar, como también Juan enseñó a sus
discípulos.
Por lo regular ora Jesús en la soledad (Mar_1:35; Luc_5:16; Mat_14:23.), en
un monte (Lc_6:12; 9:28.29), separado de sus discípulos (Lc.9:18). No se nos
dice cuándo y dónde oró Jesús en el caso presente; la mirada no debe
distraerse de lo esencial: la doctrina sobre la oración.
Juan Bautista había enseñado a orar a sus discípulos. La oración había de
corresponder a la novedad de su predicación, había de ser un distintivo que
uniera a sus discípulos entre sí y los separara de los demás. También los
discípulos de Jesús quieren poseer una oración que fluya de la proclamación
del reino de Dios y esté marcada por el hecho salvífico, cuyos testigos han
venido a ser ellos. La palabra de Jesús abría nuevas perspectivas, creaba
nuevas esperanzas, anunciaba una nueva ley. ¿No deberá también transformar
la oración? La oración es la expresión de la fe y de la esperanza, de la
vida religiosa.
2 él les dijo: Cuando vayáis a orar, decid: Padre, santificado sea tu
nombre; venga tu reino.
La oración[1] comienza con la invocación: Padre, abba. Así habló Jesús en la
oración a Dios (Mar_14:36), así podían también hablar a Dios sus discípulos
(Gal_4:6; Rom_8:15). Jesús introduce a sus discípulos en su relación con
Dios. La invocación abba, padre querido, empalma quizá con oraciones de los
niños judíos. Un judío no osaba nunca decir la palabra abba hablando con
Dios; caso que llamara a Dios Padre se servía de la palabra ab o abi (padre
mío), que no pertenecía al arameo corriente, sino que estaba tomada del
lenguaje solemne de la oración en la liturgia. La palabra abba ilustra la
singularísima relación de Jesús con Dios. El tiempo de la salvación aporta
también esto: «Yo me preguntaba: ¿Cómo voy a contarte entre mis hijos y a
darte una tierra escogida, una magnífica heredad, preciosa entre las
preciosas de todas las gentes? Pensaba yo que me llamarías «Padre mío» y no
volverías a apartarte de mí» (Jer_3:19). «Bienaventurados los pacificadores,
porque ellos serán llamados hijos de Dios» (Mat_5:9).
Santificado sea tu nombre. Estas palabras no son deseo, sino ruego. Se
invoca a Dios rogándole que santifique su nombre. Mediante la fórmula
impersonal se atrae la atención más al obrar de Dios que a la persona del
orante. El ruego es expresión de un anhelo ilimitado de la santificación
definitiva del nombre divino. El nombre es Dios, en cuanto él mismo se
revela, Dios en su obrar salvífico, Dios para nosotros. Dios se santifica
cuando mediante la revelación de su poder se manifiesta como el
completamente otro. «Yo santificaré mi nombre grande, profanado entre las
gentes, profanado por vosotros en medio de ellas, y sabrán las gentes que yo
soy Yahveh, dice el Señor, Yahveh, cuando yo me santificare a sus ojos por
causa de vosotros» (Eze_36:23). Dios se santifica cuando mediante la
revelación de su misericordia se manifiesta como Padre, cuando se revela a
los pequeños y los convierte en niños pequeños, cuando alborea el reino de
Dios.
Venga tu reino. La petición de que sea santificado el nombre es preparación
para esta otra petición. La petición de que venga el reino es la verdadera
petición del padrenuestro, así como la doctrina del reino de Dios ocupa el
centro de la predicación de Jesús. El reino de Dios es el señorío de Dios.
Cuando Dios se posesione de su reino, cuando imponga su señorío, quedará
vencido Satán y habrá comenzado el tiempo de salvación. Esta revelación ha
aparecido ya en Jesús. El «año de gracia del Señor» ha llegado ya (Lc.4:19).
Los discípulos son llamados dichosos porque están viendo lo que con tanta
ansia habían aguardado los profetas y los reyes (Lc.10:23 s). Sin embargo,
Jesús enseña a orar y a pedir que venga el reino, el señorío de Dios. Lo que
ha traído Jesús es tiempo de salvación pero a su vez no es sino comienzo de
lo que ha de venir. Lo que es el reino se puede ver por lo que Jesús trajo
con su vida; la vida de Jesús es, en efecto, la manifestación de la salud en
un determinado lugar en el transcurso de la historia de la salvación. La
magnificencia de lo que ya se ha descubierto hace que sea tanto más ardiente
el ruego de que venga el reino de Dios. El reino vendrá cuando venga Jesús
mismo. El ruego de que venga el reino se identifica con el ruego de que
venga Jesús. «Ven, Señor nuestro», Marana tha (1Co_16:22).
3 Danos cada día nuestro pan cotidiano; 4 y perdónanos nuestros pecados,
pues también nosotros perdonamos a todo el que nos debe; y no nos lleves a
la tentación.
Los discípulos viven en el período intermedio entre el tiempo de salvación,
inaugurado por Jesús, y su segunda venida. En este tiempo intermedio están
todavía oprimidos por la angustia de la existencia, por la culpa y por la
tentación. Cuando se inicie plenamente el tiempo de salvación con la venida
de Jesús, pasará toda angustia y toda aflicción. Así también estas
peticiones de la segunda parte del padrenuestro son, en definitiva,
peticiones de que venga el reino de Dios.
Danos cada día nuestro pan cotidiano. El pan significa todo lo necesario
para la vida en la tierra. Pedimos el pan, porque es un don de Dios. «En
gracia, amor y misericordia da él (Dios) pan a toda carne, porque su gracia
permanece eternamente... él da de comer y provee a todos, y otorga bienes a
todos, y prepara manjares para todas sus criaturas. Seas alabado, Señor, que
nos alimentas» (oración judía para antes de las comidas). El discípulo pide
nuestro pan, el pan que tanto necesita el hombre, él y la comunidad; no ora
en la estrechez del yo, sino en la amplitud de los hijos del Padre. El pan
cotidiano es el pan necesario para cada día. El discípulo sólo pide lo
necesario. «No me des pobreza ni riqueza, dame aquello de que he menester»
(Pro_30:8). Cada día: El discípulo ha de confesar cada día ante el Padre su
necesidad y pedirle cada día su pan cotidiano. Debe orar incesantemente
(Pro_18:1).
Perdónanos nuestros pecados. El discípulo sabe que es pecador. Aun cuando lo
haya hecho todo, no es todavía más que un siervo inútil (Pro_17:10). Tiene
que confesar: Tenga Dios misericordia de mí (Pro_18:13). E1 pecado es en la
Biblia desobediencia contra Dios: «Contra ti solo he pecado» (Sal_51:6). Por
eso también sólo por Dios puede ser perdonado. Dado que el tiempo de
salvación proclamado por Jesús, es tiempo de perdón y de misericordia, por
eso podemos pronunciar con confianza esta petición. Precisamente en el
Evangelio de Lucas, el gozo de Dios en perdonar es rasgo incomparable y
sumamente característico de la proclamación del reino de Dios por Jesús.
Jesús proclamó: Perdonad y seréis perdonados (Lc.6:37). Quien perdona a su
hermano puede esperar que también Dios le perdone a él. La voluntad de
perdonar al hermano es condición de la misericordia de Dios en el juicio.
Los discípulos son tales si están penetrados de la misericordia del Padre.
«Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso» (Lc.6:36). Por
eso, cuando el discípulo pide perdón de sus pecados, añade: pues también
nosotros perdonamos a todo el que nos debe. El que peca contra otro se carga
con una deuda que tiene que saldar. Tiene que reparar, restituir. Esto lo
hace perdonando a los que se han hecho culpables contra él.
No nos lleves a la tentación. En la explicación de la parábola del sembrador
habla Lucas de algunos que durante algún tiempo creen, pero luego decaen en
el tiempo de la tentación, cuando irrumpen tribulaciones y persecuciones por
la palabra de Dios (Lc.8:13). La tentación es amenaza para la fe, peligro de
apostasía. La petición brota del conocimiento de la propia debilidad y de la
prepotencia del mal. Las tres peticiones de liberación de la miseria humana
son también confesión de esta miseria. El hombre que confiesa su miseria
ante Dios, tiene la promesa de que le alcanzará el reino de Dios.
Bienaventurados los pobres, los hambrientos, los que lloran... El
padrenuestro es la oración de aquellos en quienes ha alboreado y alborea el
reino de Dios.
La entera existencia humana se presenta a Dios como una existencia
angustiosa. El presente: danos cada día; el pasado: perdónanos; el futuro:
no nos lleves a la tentación. El reino de Dios produce una gran mutación, y
ésta tiene su garantía en Dios, que se santifica y muestra su poder, que,
como abba, es Dios para nosotros.
b) El amigo importuno (/Lc/11/05-08).
5 Y les añadió: Supongamos que uno de vosotros tiene un amigo y acude a él a
medianoche para decirle: Amigo, préstame tres panes, 6 porque un amigo mío
ha llegado de viaje a mi casa, y no tengo qué ofrecerle; 7 y que el otro
desde dentro le responde: No me molestes; la puerta ya está cerrada, y mis
hijos y yo estamos en la cama; no puedo levantarme para dártelos. 8 Os digo
que, aunque no se levante a dárselos por ser amigo suyo, se levantará al
menos por su importunidad y le dará cuantos necesita.
En Palestina se viaja con frecuencia de noche, porque durante la noche hace
fresco. Cada día, antes de la salida del sol, la mujer cuece el pan (en
forma de delgadas tortas) para el consumo del día; por eso no hay allí
panaderías. Tres panes son la comida para una persona. En las pequeñas
aldeas se sabe quién tiene pan de repuesto. Atender al huésped es un deber
sagrado. El hombre al que se pide el favor se disgusta. Se le llama «amigo»,
pero él no responde en los mismos términos. La casa sólo tiene una
habitación. La puerta está atrancada con una gran viga. De lecho sirve una
estera que se extiende por la noche. Los niños duermen con los padres. Abrir
por la noche es muy fatigoso y ruidoso: todos tienen que levantarse. No sin
razón se habla varias veces de levantarse. El decir «no puedo» significa: no
tengo gana.
Al fin no tendrá más remedio que levantarse y dar lo que le pide el amigo.
Jesús da la razón de ello: Si ya no por la amistad, al menos por la molestia
y la importunidad. No por amor al vecino, sino por amor al descanso
nocturno. Así somos los hombres. Y Dios ¿cómo es? Si el discípulo reflexiona
sobre su propio comportamiento, se le ocurrirá cómo se comportará Dios con
él. Como el amigo, después de todo, acaba por atender al amigo que le pide
con insistencia e importunidad, así Dios también escucha al que le pide sin
cejar, importunamente. Un doctor de la ley dice: «El importuno vence al
Maligno, ¡cuánto más al Dios todo bondad!». Se ha prometido que será
escuchada la oración perseverante y confiada, que no cede aunque no sea
escuchada inmediatamente. Dios es bondadoso: no hay hombre que se le pueda
comparar. Da no sólo lo que se le pide, sino todo lo que uno necesite. De
esta manera procedió también Jesús con la mujer cananea (Mat_15:21 ss) y con
el ciego de Jericó (Lc.18:33 ss).
c) Certeza de ser escuchados (Lc/11/09-13)
9 Pues bien, yo os digo: Pedid y os darán; buscad y encontraréis; llamad y
os abrirán. 10 Porque todo el que pide, recibe, y el que busca, encuentra, y
al que llama, le abren.
Jesús asegura que Dios escucha la oración. Al pedir responde el recibir, al
buscar el encontrar, al llamar el abrir. Dios no se muestra sordo al hombre,
no se le esconde. Dios ama a los hombres.
El que ora pide, busca y llama. El hombre recurre a Dios como pobre, como
extraviado, como sin hogar. El que se sabe y se siente pobre, extraviado,
sin hogar, halla el camino de la oración y de Dios. El bien que, según la
predicación de Jesús, puede saciar todas las ansias del hombre, que ocupa el
centro de todas las promesas, es el reino de Dios. La primera condición para
entrar en el reino de Dios es la confesión de la propia pobreza. En la
oración se abre el reino de Dios.
En este pasaje no se dice qué es lo que se pide, qué es lo que se busca, por
qué y dónde se llama. Lo importante es la actitud de pedir, de buscar, de
llamar. Todo el que adopta esta actitud halla lo que pide, lo que busca y lo
que desea cuando llama. La oración pone al hombre en la actitud de
conversión, lo hace consciente de la propia insuficiencia, le hace poner su
esperanza en Dios. La oración convierte al hombre en un hombre que, por
razón de su consciente pequeñez, espera ser agraciado con lo mayor.
11 Pues ¿hay entre vosotros algún padre, que, si su hijo le pide un pescado,
en lugar de un pescado le dé una serpiente? 12 O, si pide un huevo, ¿le dará
un escorpión? 13 Y si vosotros, que sois malos, sabéis dar a vuestros hijos
cosas buenas, ¿con cuánta más razón el Padre que está en el cielo dará
Espíritu Santo a los que le piden?
Es inconcebible que un padre no responda con cosas buenas a los ruegos de su
hijo. Tanto más habrá que decir esto de Dios. Los hombres son malos, Dios es
bueno. Si un padre de la tierra es bueno con su hijo que le pide, ¡cuánto
más habrá de serlo Dios! Al fin y al cabo, el padre no se burla de su hijo
necesitado, no le hace un mal juego, no comete con él un atentado criminal.
Dar una piedra en lugar de pan es una burla, dar una serpiente en lugar de
un pescado es un mal juego, dar un escorpión en lugar de un huevo es un
atentado criminal. Un padre no abusa del desvalimiento de su hijo pequeño,
que no sabe distinguir todavía (a la vista) entre una piedra y un pan, entre
un pescado parecido a una serpiente (por ejemplo, una anguila) y una
serpiente, entre un escorpión apelotonado y un huevo. Precisamente porque el
niño es pequeño e indefenso, le prodiga el padre todo cuidado y cariño.
El buen don que da el Padre al que le pide, es el Espíritu Santo. Este don
lo envía el Padre desde el cielo. El Espíritu Santo es el presente
celestial. Por el actúa Jesús. Convierte a los discípulos en lo que deben
ser. Toma su pensar y su obrar bajo su dirección. Por él cumplen ellos la
voluntad de Dios. Según Mateo, da Dios cosas buenas (/Mt/07/11), los bienes
de salvación; según Lucas el Espíritu Santo. El don que se da a los
discípulos que viven en el período intermedio entre el tiempo de salvación
de Jesús y su venida al fin de los tiempos, es el Espíritu Santo. éste es el
don salvífico en el tiempo de la Iglesia. Para poder alcanzarlo se necesita
la oración.
Hay estrecha conexión entre oración, Padre (abba) y Espíritu Santo. Lo nuevo
que enseña Jesús sobre la oración está relacionado con su proclamación del
reino de Dios. Es Padre de todos los hombres, lo es para todo el que ora.
Pero esto nuevo está relacionado también con el carácter del tiempo de
salvación; éste es un tiempo que lleva la impronta del Espíritu Santo. El
portador de la salvación está ungido con el Espíritu Santo, su potente obra
es causada por el Espíritu; su don, que contiene todos los demás dones, es
el Espíritu Santo. La oración está sostenida por el Espíritu Santo, y como
oración así influida por el Espíritu, está marcada por la confianza en el
Padre. «El Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad. Porque no sabemos
cómo pedir para orar como es debido; sin embargo, el Espíritu mismo
intercede con gemidos intraducibles en palabras» (Rom_8:26).
(Stöger, Alois, El Evangelio según San Lucas, en El Nuevo Testamento y su
Mensaje, Editorial Herder, Madrid, 1969)
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Comentario Teológico: Catecismo de la Iglesia Católica - SEGUNDA
SECCION: LA ORACION DEL SEÑOR: "PADRE NUESTRO"
2759 "Estando él [Jesús] en cierto lugar, cuando terminó, le dijo uno de sus
discípulos: 'Maestro, enséñanos a orar, como enseñó Juan a sus discípulos.'"
(Lc 11, 1). En respuesta a esta petición, el Señor confía a sus discípulos y
a su Iglesia la oración cristiana fundamental. San Lucas da de ella un texto
breve (con cinco peticiones: cf Lc 11, 2-4), San Mateo una versión más
desarrollada (con siete peticiones: cf Mt 6, 9-13). la tradición litúrgica
de la Iglesia ha conservado el texto de San Mateo:
Padre nuestro, que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad en la tierra como en
el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas como también
nosotros perdonamos a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal.
2760 Muy pronto, la práctica litúrgica concluyó la oración del Señor con una
doxología. En la Didaché (8, 2) se afirma: "Tuyo es el poder y la gloria por
siempre". Las Constituciones apostólicas (7, 24, 1) añaden en el comienzo:
"el reino"': y ésta la fórmula actual para la oración ecuménica. La
tradición bizantina añade después un gloria al "Padre, Hijo y Espíritu
Santo". El misal romano desarrolla la última petición (Embolismo: "líbranos
del mal") en la perspectiva explícita de "aguardando la feliz esperanza" (Tt
2, 13) y "la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo"; después se
hace la aclamación de la asamblea, volviendo a tomar la doxología de las
Constituciones apostólicas.
Artículo 1 “RESUMEN DE TODO EL EVANGELIO”
2761 "La oración dominical es en verdad el resumen de todo el Evangelio"
(Tertuliano, or. 1). "Cuando el Señor hubo legado esta fórmula de oración,
añadió: 'Pedid y se os dará' (Lc 11, 9). Por tanto, cada uno puede dirigir
al cielo diversas oraciones según sus necesidades, pero comenzando siempre
por la oración del Señor que sigue siendo la oración fundamental"
(Tertuliano, or. 10).
I CORAZON DE LAS SAGRADAS ESCRITURAS
2762 Después de haber expuesto cómo los salmos son el alimento principal de
la oración cristiana y confluyen en las peticiones del Padre Nuestro, San
Agustín concluye:
Recorred todas las oraciones que hay en las Escrituras, y no creo que podáis
encontrar algo que no esté incluido en la oración dominical (ep. 130, 12,
22).
2763 Toda la Escritura (la Ley, los Profetas, y los Salmos) se cumplen en
Cristo (cf Lc 24, 44). El evangelio es esta "Buena Nueva". Su primer anuncio
está resumido por San Mateo en el Sermón de la Montaña (cf. Mt 5-7). Pues
bien, la oración del Padre Nuestro está en el centro de este anuncio. En
este contexto se aclara cada una de las peticiones de la oración que nos dio
el Señor:
La oración dominical es la más perfecta de las oraciones... En ella, no sólo
pedimos todo lo que podemos desear con rectitud, sino además según el orden
en que conviene desearlo. De modo que esta oración no sólo nos enseña a
pedir, sino que también forma toda nuestra afectividad. (Santo Tomás de A.,
s. th. 2-2. 83, 9).
2764 El Sermón de la Montaña es doctrina de vida, la oración dominical es
plegaria, pero en uno y otra el Espíritu del Señor da forma nueva a nuestros
deseos, esos movimientos interiores que animan nuestra vida. Jesús nos
enseña esta vida nueva por medio de sus palabras y nos enseña a pedirla por
medio de la oración. De la rectitud de nuestra oración dependerá la de
nuestra vida en El.
II “LA ORACION DEL SEÑOR”
2765 La expresión tradicional "Oración dominical" [es decir, "oración del
Señor"] significa que la oración al Padre nos la enseñó y nos la dio el
Señor Jesús. Esta oración que nos viene de Jesús es verdaderamente única:
ella es "del Señor". Por una parte, en efecto, por las palabras de esta
oración el Hijo único nos da las palabras que el Padre le ha dado (cf Jn 17,
7): él es el Maestro de nuestra oración. Por otra parte, como Verbo
encarnado, conoce en su corazón de hombre las necesidades de sus hermanos y
hermanas los hombres, y nos las revela: es el Modelo de nuestra oración.
2766 Pero Jesús no nos deja una fórmula para repetirla de modo mecánico (cf
Mt 6, 7; 1 R 18, 26-29). Como en toda oración vocal, el Espíritu Santo, a
través de la Palabra de Dios, enseña a los hijos de Dios a hablar con su
Padre. Jesús no sólo nos enseña las palabras de la oración filial, sino que
nos da también el Espíritu por el que éstas se hacen en nosotros "espíritu y
vida" (Jn 6, 63). Más todavía: la prueba y la posibilidad de nuestra oración
filial es que el Padre "ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su
Hijo que clama: '¡Abbá, Padre!'" (Ga 4, 6). Ya que nuestra oración
interpreta nuestros deseos ante Dios, es también "el que escruta los
corazones", el Padre, quien "conoce cuál es la aspiración del Espíritu, y
que su intercesión en favor de los santos es según Dios" (Rm 8, 27). La
oración al Padre se inserta en la misión misteriosa del Hijo y del Espíritu.
III ORACION DE LA IGLESIA
2767 Este don indisociable de las palabras del Señor y del Espíritu Santo
que les da vida en el corazón de los creyentes ha sido recibido y vivido por
la Iglesia desde los comienzos. Las primeras comunidades recitan la Oración
del Señor "tres veces al día" (Didaché 8, 3), en lugar de las "Dieciocho
bendiciones" de la piedad judía.
2768 Según la Tradición apostólica, la Oración del Señor está arraigada
esencialmente en la oración litúrgica.
El Señor nos enseña a orar en común por todos nuestros hermanos. Porque él
no dice "Padre mío" que estás en el cielo, sino "Padre nuestro", a fin de
que nuestra oración sea de una sola alma para todo el Cuerpo de la Iglesia
(San Juan Crisóstomo, hom. in Mt. 19, 4).
En todas las tradiciones litúrgicas, la Oración del Señor es parte
integrante de las principales Horas del Oficio divino. Este carácter
eclesial aparece con evidencia sobre todo en los tres sacramentos de la
iniciación cristiana:
2769 En el Bautismo y la Confirmación, la entrega ["traditio"] de la Oración
del Señor significa el nuevo nacimiento a la vida divina. Como la oración
cristiana es hablar con Dios con la misma Palabra de Dios, "los que son
engendrados de nuevo por la Palabra del Dios vivo" (1 P 1, 23) aprenden a
invocar a su Padre con la única Palabra que él escucha siempre. Y pueden
hacerlo de ahora en adelante porque el Sello de la Unción del Espíritu Santo
ha sido grabado indeleble en sus corazones, sus oídos, sus labios, en todo
su ser filial. Por eso, la mayor parte de los comentarios patrísticos del
Padre Nuestro están dirigidos a los catecúmenos y a los neófitos. Cuando la
Iglesia reza la Oración del Señor, es siempre el Pueblo de los "neófitos" el
que ora y obtiene misericordia (cf 1 P 2, 1-10).
2770 En la Liturgia eucarística, la Oración del Señor aparece como la
oración de toda la Iglesia. Allí se revela su sentido pleno y su eficacia.
Situada entre la Anáfora (Oración eucarística) y la liturgia de la Comunión,
recapitula por una parte todas las peticiones e intercesiones expresadas en
el movimiento de la epíclesis, y, por otra parte, llama a la puerta del
Festín del Reino que la comunión sacramental va a anticipar.
2771 En la Eucaristía, la Oración del Señor manifiesta también el carácter
escatológico de sus peticiones. Es la oración propia de los "últimos
tiempos", tiempos de salvaci ón que han comenzado con la efusión del
Espíritu Santo y que terminarán con la Vuelta del Señor. Las peticiones al
Padre, a diferencia de las oraciones de la Antigua Alianza, se apoyan en el
misterio de salvación ya realizado, de una vez por todas, en Cristo
crucificado y resucitado.
2772 De esta fe inquebrantable brota la esperanza que suscita cada una de
las siete peticiones. Estas expresan los gemidos del tiempo presente, este
tiempo de paciencia y de espera durante el cual "aún no se ha manifestado lo
que seremos" (1 Jn 3, 2; cf Col. 3, 4). La Eucaristía y el Padrenuestro
están orientados hacia la venida del Señor, "¡hasta que venga!" (1 Co. 11,
26).
RESUMEN
2773 En respuesta a la petición de sus discípulos ("Señor, enséñanos a
orar": Lc 11, 1), Jesús les entrega la oración cristiana fundamental, el
"Padre Nuestro".
2774 "La oración dominical es, en verdad, el resumen de todo el Evangelio"
(Tertuliano, or. 1), "la más perfecta de las oraciones" (Santo Tomás de A.
s. th. 2-2, 83, 9). Es el corazón de las Sagradas Escrituras.
2775 Se llama "Oración dominical" porque nos viene del Señor Jesús, Maestro
y modelo de nuestra oración.
2776 La Oración dominical es la oración por excelencia de la Iglesia. Forma
parte integrante de las principales Horas del Oficio divino y de los
sacramentos de la iniciación cristiana: Bautismo, Confirmación y Eucaristía.
Inserta en la Eucaristía, manifiesta el carácter "escatológico" de sus
peticiones, en la esperanza del Señor, "hasta que venga" (1 Co 11, 26).
Artículo 2 “PADRE NUESTRO QUE ESTAS EN EL CIELO”
I ACERCARSE A EL CON TODA CONFIANZA
2777 En la liturgia romana, se invita a la asamblea eucarística a rezar el
Padre Nuestro con una audacia filial; las liturgias orientales usan y
desarrollan expresiones análogas: "Atrevernos con toda confianza", "Haznos
dignos de". Ante la zarza ardiendo, se le dijo a Moisés: "No te acerques
aquí. Quita las sandalias de tus pies" (Ex 3, 5). Este umbral de la santidad
divina, sólo lo podía franquear Jesús, el que "después de llevar a cabo la
purificación de los pecados" (Hb 1, 3), nos introduce en presencia del
Padre: "Hénos aquí, a mí y a los hijos que Dios me dio" (Hb 2, 13):
La conciencia que tenemos de nuestra condición de esclavos nos haría
meternos bajo tierra, nuestra condición terrena se desharía en polvo, si la
autoridad de nuestro mismo Padre y el Espíritu de su Hijo, no nos empujasen
a proferir este grito: 'Abbá, Padre' (Rm 8, 15) ... ¿Cuándo la debilidad de
un mortal se atrevería a llamar a Dios Padre suyo, sino solamente cuando lo
íntimo del hombre está animado por el Poder de lo alto? (San Pedro
Crisólogo, serm. 71).
2778 Este poder del Espíritu que nos introduce en la Oración del Señor se
expresa en las liturgias de Oriente y de Occidente con la bella palabra,
típicamente cristiana: "parrhesia", simplicidad sin desviación, conciencia
filial, seguridad alegre, audacia humilde, certeza de ser amado (cf Ef 3,
12; Hb 3, 6; 4, 16; 10, 19; 1 Jn 2,28; 3, 21; 5, 14).
II “¡PADRE!”
2779 Antes de hacer nuestra esta primera exclamación de la Oración del
Señor, conviene purificar humildemente nuestro corazón de ciertas imágenes
falsas de "este mundo". La humildad nos hace reconocer que "nadie conoce al
Padre, sino el Hijo y aquél a quien el Hijo se lo quiera revelar", es decir
"a los pequeños" (Mt 11, 25-27). La purificación del corazón concierne a
imágenes paternales o maternales, correspondientes a nuestra historia
personal y cultural, y que impregnan nuestra relación con Dios. Dios nuestro
Padre transciende las categorías del mundo creado. Transferir a él, o contra
él, nuestras ideas en este campo sería fabricar ídolos para adorar o
demoler. Orar al Padre es entrar en su misterio, tal como El es, y tal como
el Hijo nos lo ha revelado:
La expresión Dios Padre no había sido revelada jamás a nadie. Cuando Moisés
preguntó a Dios quién era El, oyó otro nombre. A nosotros este nombre nos ha
sido revelado en el Hijo, porque este nombre implica el nuevo nombre del
Padre (Tertuliano, or. 3).
2780 Podemos invocar a Dios como "Padre" porque él nos ha sido revelado por
su Hijo hecho hombre y su Espíritu nos lo hace conocer. Lo que el hombre no
puede concebir ni los poderes angélicos entrever, es decir, la relación
personal del Hijo hacia el Padre (cf Jn 1, 1), he aquí que el Espíritu del
Hijo nos hace participar de esta relación a quienes creemos que Jesús es el
Cristo y que hemos nacido de Dios (cf 1 Jn 5, 1).
2781 Cuando oramos al Padre estamos en comunión con El y con su Hijo,
Jesucristo (cf 1 Jn 1, 3). Entonces le conocemos y lo reconocemos con
admiración siempre nueva. La primera palabra de la Oración del Señor es una
bendición de adoración, antes de ser una imploración. Porque la Gloria de
Dios es que nosotros le reconozcamos como "Padre", Dios verdadero. Le damos
gracias por habernos revelado su Nombre, por habernos concedido creer en él
y por haber sido habitados por su presencia.
2782 Podemos adorar al Padre porque nos ha hecho renacer a su vida al
adoptarnos como hijos suyos en su Hijo único: por el Bautismo nos incorpora
al Cuerpo de su Cristo, y, por la Unción de su Espíritu que se derrama desde
la Cabeza a los miembros, hace de nosotros "cristos":
Dios, en efecto, que nos ha destinado a la adopción de hijos, nos ha
conformado con el Cuerpo glorioso de Cristo. Por tanto, de ahora en
adelante, como participantes de Cristo, sois llamados "cristos" con justa
causa. (San Cirilo de Jerusalén, catech. myst. 3, 1).
El hombre nuevo, que ha renacido y vuelto a su Dios por la gracia, dice
primero: "¡Padre!", porque ha sido hecho hijo (San Cipriano, Dom. orat. 9).
2783 Así pues, por la Oración del Señor, hemos sido revelados a nosotros
mismos al mismo tiempo que nos ha sido revelado el Padre (cf GS 22, 1):
Tú, hombre, no te atrevías a levantar tu cara hacia el cielo, tú bajabas los
ojos hacia la tierra, y de repente has recibido la gracia de Cristo: todos
tus pecados te han sido perdonados. De siervo malo, te has convertido en
buen hijo... Eleva, pues, los ojos hacia el Padre que te ha rescatado por
medio de su Hijo y di: Padre nuestro... Pero no reclames ningún privilegio.
No es Padre, de manera especial, más que de Cristo, mientras que a nosotros
nos ha creado. Di entonces también por medio de la gracia: Padre nuestro,
para merecer ser hijo suyo (San Ambrosio, sacr. 5, 19).
2784 Este don gratuito de la adopción exige por nuestra parte una conversión
continua y una vida nueva. Orar a nuestro Padre debe desarrollar en nosotros
dos disposiciones fundamentales:
El deseo y la voluntad de asemejarnos a él. Creados a su imagen, la
semejanza se nos ha dado por gracia y tenemos que responder a ella.
Es necesario acordarnos, cuando llamemos a Dios 'Padre nuestro', de que
debemos comportarnos como hijos de Dios (San Cipriano, Dom. orat. 11).
No podéis llamar Padre vuestro al Dios de toda bondad si mantenéis un
corazón cruel e inhumano; porque en este caso ya no tenéis en vosotros la
señal de la bondad del Padre celestial (San Juan Crisóstomo, hom. in Mt 7,
14).
Es necesario contemplar continuamente la belleza del Padre e impregnar de
ella nuestra alma (San Gregorio de Nisa, or. dom. 2).
2785 Un corazón humilde y confiado que nos hace volver a ser como niños (cf
Mt 18, 3); porque es a "los pequeños" a los que el Padre se revela (cf Mt
11, 25):
Es una mirada a Dios nada más, un gran fuego de amor. El alma se hunde y se
abisma allí en la santa dilección y habla con Dios como con su propio Padre,
muy familiarmente, en una ternura de piedad en verdad entrañable (San Juan
Casiano, coll. 9, 18).
Padre nuestro: este nombre suscita en nosotros todo a la vez, el amor, el
gusto en la oración, ... y también la esperanza de obtener lo que vamos a
pedir ...¿Qué puede El, en efecto, negar a la oración de sus hijos, cuando
ya previamente les ha permitido ser sus hijos? (San Agustín, serm. Dom. 2,
4, 16).
III PADRE “NUESTRO”
2786 Padre "Nuestro" se refiere a Dios. Este adjetivo, por nuestra parte, no
expresa una posesión, sino una relación totalmente nueva con Dios.
2787 Cuando decimos Padre "nuestro", reconocemos ante todo que todas sus
promesas de amor anunciadas por los Profetas se han cumplido en la nueva y
eterna Alianza en Cristo: hemos llegado a ser "su Pueblo" y El es desde
ahora en adelante "nuestro Dios". Esta relación nueva es una pertenencia
mutua dada gratuitamente: por amor y fidelidad (cf Os 2, 21-22; 6, 1-6)
tenemos que responder "a la gracia y a la verdad que nos han sido dadas en
Jesucristo (Jn 1, 17).
2788 Como la Oración del Señor es la de su Pueblo en los "últimos tiempos",
ese "nuestro" expresa también la certeza de nuestra esperanza en la última
promesa de Dios: en la nueva Jerusalén dirá al vencedor: "Yo seré su Dios y
él será mi hijo" (Ap 21, 7).
2789 Al decir Padre "nuestro", es al Padre de nuestro Señor Jesucristo a
quien nos dirigimos personalmente. No dividimos la divinidad, ya que el
Padre es su "fuente y origen", sino confesamos que eternamente el Hijo es
engendrado por El y que de El procede el Espíritu Santo. No confundimos de
ninguna manera las personas, ya que confesamos que nuestra comunión es con
el Padre y su Hijo, Jesucristo, en su único Espíritu Santo. La Santísima
Trinidad es consubstancial e indivisible. Cuando oramos al Padre, le
adoramos y le glorificamos con el Hijo y el Espíritu Santo.
2790 Gramaticalmente, "nuestro" califica una realidad común a varios. No hay
más que un solo Dios y es reconocido Padre por aquellos que, por la fe en su
Hijo único, han renacido de El por el agua y por el Espíritu (cf 1 Jn 5, 1;
Jn 3, 5). La Iglesia es esta nueva comunión de Dios y de los hombres: unida
con el Hijo único hecho "el primogénito de una multitud de hermanos" (Rm 8,
29) se encuentra en comunión con un solo y mismo Padre, en un solo y mismo
Espíritu (cf Ef 4, 4-6). Al decir Padre "nuestro", la oración de cada
bautizado se hace en esta comunión: "La multitud de creyentes no tenía más
que un solo corazón y una sola alma" (Hch 4, 32).
2791 Por eso, a pesar de las divisiones entre los cristianos, la oración al
Padre "nuestro" continúa siendo un bien común y un llamamiento apremiante
para todos los bautizados. En comunión con Cristo por la fe y el Bautismo,
los cristianos deben participar en la oración de Jesús por la unidad de sus
discípulos (cf UR 8; 22).
2792 Por último, si recitamos en verdad el "Padre Nuestro", salimos del
individualismo, porque de él nos libera el Amor que recibimos. El adjetivo
"nuestro" al comienzo de la Oración del Señor, así como el "nosotros" de las
cuatro últimas peticiones no es exclusivo de nadie. Para que se diga en
verdad (cf Mt 5, 23-24; 6, 14-16), debemos superar nuestras divisiones y los
conflictos entre nosotros.
2793 Los bautizados no pueden rezar al Padre "nuestro" sin llevar con ellos
ante El todos aquellos por los que el Padre ha entregado a su Hijo amado. El
amor de Dios no tiene fronteras, nuestra oración tampoco debe tenerla (cf.
NA 5). Orar a "nuestro" Padre nos abre a dimensiones de su Amor manifestado
en Cristo: orar con todos los hombres y por todos los que no le conocen aún
para que "estén reunidos en la unidad" (Jn 11, 52). Esta solicitud divina
por todos los hombres y por toda la creación ha animado a todos los grandes
orantes.
IV “QUE ESTAS EN EL CIELO”
2794 Esta expresión bíblica no significa un lugar ["el espacio"] sino una
manera de ser; no el alejamiento de Dios sino su majestad. Dios Padre no
está "fuera", sino "más allá de todo" lo que acerca de la santidad divina
puede el hombre concebir. Como es tres veces Santo, está totalmente cerca
del corazón humilde y contrito:
Con razón, estas palabras 'Padre nuestro que estás en el Cielo' hay que
entenderlas en relación al corazón de los justos en el que Dios habita como
en su templo. Por eso también el que ora desea ver que reside en él Aquél a
quien invoca (San Agustín, serm. Dom. 2, 5. 17).
El "cielo" bien podía ser también aquellos que llevan la imagen del mundo
celestial, y en los que Dios habita y se pasea (San Cirilo de Jerusalén,
catech. myst. 5, 11).
2795 El símbolo del cielo nos remite al misterio de la Alianza que vivimos
cuando oramos al Padre. El está en el cielo, es su morada, la Casa del Padre
es por tanto nuestra "patria". De la patria de la Alianza el pecado nos ha
desterrado (cf Gn 3) y hacia el Padre, hacia el cielo, la conversión del
corazón nos hace volver (cf Jr 3, 19-4, 1a; Lc 15, 18. 21). En Cristo se han
reconciliado el cielo y la tierra (cf Is 45, 8; Sal 85, 12), porque el Hijo
"ha bajado del cielo", solo, y nos hace subir allí con él, por medio de su
Cruz, su Resurrección y su Ascensión (cf Jn 12, 32; 14, 2-3; 16, 28; 20, 17;
Ef 4, 9-10; Hb 1, 3; 2, 13).
2796 Cuando la Iglesia ora diciendo "Padre nuestro que estás en el cielo",
profesa que somos el Pueblo de Dios "sentado en el cielo, en Cristo Jesús"
(Ef 2, 6), "ocultos con Cristo en Dios" (Col 3, 3), y, al mismo tiempo,
"gemimos en este estado, deseando ardientemente ser revestidos de nuestra
habitación celestial" (2 Co 5, 2; cf Flp 3, 20; Hb 13, 14):
Los cristianos están en la carne, pero no viven según la carne. Pasan su
vida en la tierra, pero son ciudadanos del cielo (Epístola a Diogneto 5,
8-9).
RESUMEN
2797 La confianza sencilla y fiel, la seguridad humilde y alegre son las
disposiciones propias del que reza el "Padre Nuestro".
2798 Podemos invocar a Dios como "Padre" porque nos lo ha revelado el Hijo
de Dios hecho hombre, en quien, por el Bautismo, somos incorporados y
adoptados como hijos de Dios.
2799 La oración del Señor nos pone en comunión con el Padre y con su Hijo,
Jesucristo. Al mismo tiempo, nos revela a nosotros mismos. (cf GS 22,1).
2800 Orar al Padre debe hacer crecer en nosotros la voluntad de asemejarnos
a él, así como debe fortalecer un corazón humilde y confiado.
2801 Al decir Padre "Nuestro", invocamos la nueva Alianza en Jesucristo, la
comunión con la Santísima Trinidad y la caridad divina que se extiende por
medio de la Iglesia a lo largo del mundo.
2802 "Que estás en el cielo" no designa un lugar sino la majestad de Dios y
su presencia en el corazón de los justos. El cielo, la Casa del Padre,
constituye la verdadera patria hacia donde tendemos y a la que ya
pertenecemos.
Artículo 3: LAS SIETE PETICIONES
2803. Después de habernos puesto en presencia de Dios nuestro Padre para
adorarle, amarle y bendecirle, el Espíritu filial hace surgir de nuestros
corazones siete peticiones, siete bendiciones. Las tres primeras, más
teologales, nos atraen hacia la Gloria del Padre; las cuatro últimas, como
caminos hacia El, ofrecen nuestra miseria a su Gracia. "Abismo que llama al
abismo" (Sal 42, 8).
2804. El primer grupo de peticiones nos lleva hacia El, para El: ¡tu Nombre,
tu Reino, tu Voluntad! Lo propio del amor es pensar primeramente en Aquél
que amamos. En cada una de estas tres peticiones, nosotros no "nos"
nombramos, sino que lo que nos mueve es "el deseo ardiente", "el ansia" del
Hijo amado, por la Gloria de su Padre,(cf Lc 22, 14; 12, 50): "Santificado
sea ... venga ... hágase ...": estas tres súplicas ya han sido escuchadas en
el Sacrificio de Cristo Salvador, pero ahora están orientadas, en la
esperanza, hacia su cumplimiento final mientras Dios no sea todavía todo en
todos (cf 1 Co 15, 28).
2805 El segundo grupo de peticiones se desenvuelve en el movimiento de
ciertas epíclesis eucarísticas: son la ofrenda de nuestra esperanza y atrae
la mirada del Padre de las misericordias. Brota de nosotros y nos afecta ya
ahora, en este mundo: "danos ... perdónanos ... no nos dejes ... líbranos".
La cuarta y la quinta petición se refieren a nuestra vida como tal, sea para
alimentarla, sea para curarla del pecado; las dos últimas se refieren a
nuestro combate por la victoria de la Vida, el combate mismo de la oración.
2806 Mediante las tres primeras peticiones somos afirmados en la fe, llenos
de esperanza y abrasados por la caridad. Como criaturas y pecadores todavía,
debemos pedir para nosotros, un "nosotros" que abarca el mundo y la
historia, que ofrecemos al amor sin medida de nuestro Dios. Porque nuestro
Padre cumple su plan de salvación para nosotros y para el mundo entero por
medio del Nombre de Cristo y del Reino del Espíritu Santo.
I SANTIFICADO SEA TU NOMBRE
2807 El término "santificar" debe entenderse aquí, en primer lugar, no en su
sentido causativo (solo Dios santifica, hace santo) sino sobre todo en un
sentido estimativo: reconocer como santo, tratar de una manera santa. Así es
como, en la adoración, esta invocación se entiende a veces como una alabanza
y una acción de gracias (cf Sal 111, 9; Lc 1, 49). Pero esta petición es
enseñada por Jesús como algo a desear profundamente y como proyecto en que
Dios y el hombre se comprometen. Desde la primera petición a nuestro Padre,
estamos sumergidos en el misterio íntimo de su Divinidad y en el drama de la
salvación de nuestra humanidad. Pedirle que su Nombre sea santificado nos
implica en "el benévolo designio que él se propuso de antemano" para que
nosotros seamos "santos e inmaculados en su presencia, en el amor" (cf Ef 1,
9. 4).
2808 En los momentos decisivos de su Economía, Dios revela su Nombre, pero
lo revela realizando su obra. Esta obra no se realiza para nosotros y en
nosotros más que si su Nombre es santificado por nosotros y en nosotros.
2809 La santidad de Dios es el hogar inaccesible de su misterio eterno. Lo
que se manifiesta de él en la creación y en la historia, la Escritura lo
llama Gloria, la irradiación de su Majestad (cf Sal 8; Is 6, 3). Al crear al
hombre "a su imagen y semejanza" (Gn 1, 26), Dios "lo corona de gloria" (Sal
8, 6), pero al pecar, el hombre queda "privado de la Gloria de Dios" (Rm 3,
23). A partir de entonces, Dios manifestará su Santidad revelando y dando su
Nombre, para restituir al hombre "a la imagen de su Creador" (Col 3, 10).
2810 En la promesa hecha a Abraham y en el juramento que la acompaña (cf Hb
6, 13), Dios se compromete a sí mismo sin revelar su Nombre. Empieza a
revelarlo a Moisés (cf Ex 3, 14) y lo manifiesta a los ojos de todo el
pueblo salvándolo de los egipcios: "se cubrió de Gloria" (Ex 15, 1). Desde
la Alianza del Sinaí, este pueblo es "suyo" y debe ser una "nación santa" (o
consagrada, es la misma palabra en hebreo: cf Ex 19, 5-6) porque el Nombre
de Dios habita en él.
2811 A pesar de la Ley santa que le da y le vuelve a dar el Dios Santo (cf
Lv 19, 2: "Sed santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios soy santo"), y
aunque el Señor "tuvo respeto a su Nombre" y usó de paciencia, el pueblo se
separó del Santo de Israel y "profanó su Nombre entre las naciones" (cf Ez
20, 36). Por eso, los justos de la Antigua Alianza, los pobres que
regresaron del exilio y los profetas se sintieron inflamados por la pasión
por su Nombre.
2812 Finalmente, el Nombre de Dios Santo se nos ha revelado y dado, en la
carne, en Jesús, como Salvador (cf Mt 1, 21; Lc 1, 31): revelado por lo que
él ss, por su Palabra y por su Sacrificio (cf Jn 8, 28; 17, 8; 17, 17-19).
Esto es el núcleo de su oración sacerdotal: "Padre santo ... por ellos me
consagro a mí mismo, para que ellos también sean consagrados en la verdad"
(Jn 17, 19). Jesús nos "manifiesta" el Nombre del Padre (Jn 17, 6) porque
"santifica" él mismo su Nombre (cf Ez 20, 39; 36, 20-21). Al terminar su
Pascua, el Padre le da el Nombre que está sobre todo nombre: Jesús es Señor
para gloria de Dios Padre (cf Flp 2, 9-11).
2813 En el agua del bautismo, hemos sido "lavados, santificados,
justificados en el Nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro
Dios" (1 Co 6, 11). A lo largo de nuestra vida, nuestro Padre "nos llama a
la santidad" (1 Ts 4, 7) y como nos viene de él que "estemos en Cristo
Jesús, al cual hizo Dios para nosotros santificación" (1 Co 1, 30), es
cuestión de su Gloria y de nuestra vida el que su Nombre sea santificado en
nosotros y por nosotros. Tal es la exigencia de nuestra primera petición.
¿Quién podría santificar a Dios puesto que él santifica? Inspirándonos
nosotros en estas palabras 'Sed santos porque yo soy santo' (Lv 20, 26),
pedimos que, santificados por el bautismo, perseveremos en lo que hemos
comenzado a ser. Y lo pedimos todos los días porque faltamos diariamente y
debemos purificar nuestros pecados por una santificación incesante...
Recurrimos, por tanto, a la oración para que esta santidad permanezca en
nosotros (San Cipriano, Dom orat. 12).
2814 Depende inseparablemente de nuestra vida y de nuestra oración que su
Nombre sea santificado entre las naciones:
Pedimos a Dios santificar su Nombre porque él salva y santifica a toda la
creación por medio de la santidad... Se trata del Nombre que da la salvación
al mundo perdido pero nosotros pedimos que este Nombre de Dios sea
santificado en nosotros por nuestra vida. Porque si nosotros vivimos bien,
el nombre divino es bendecido; pero si vivimos mal, es blasfemado, según las
palabras del Apóstol: 'el nombre de Dios, por vuestra causa, es blasfemado
entre las naciones'(Rm 2, 24; Ez 36, 20-22). Por tanto, rogamos para merecer
tener en nuestras almas tanta santidad como santo es el nombre de nuestro
Dios (San Pedro Crisólogo, serm. 71).
Cuando decimos "santificado sea tu Nombre", pedimos que sea santificado en
nosotros que estamos en él, pero también en los otros a los que la gracia de
Dios espera todavía para conformarnos al precepto que nos obliga a orar por
todos, incluso por nuestros enemigos. He ahí por qué no decimos
expresamente: Santificado sea tu Nombre 'en nosotros', porque pedimos que lo
sea en todos los hombres (Tertuliano, or. 3).
2815 Esta petición, que contiene a todas, es escuchada gracias a la oración
de Cristo, como las otras seis que siguen. La oración del Padre nuestro es
oración nuestra si se hace "en el Nombre" de Jesús (cf Jn 14, 13; 15, 16;
16, 24. 26). Jesús pide en su oración sacerdotal: "Padre santo, cuida en tu
Nombre a los que me has dado" (Jn 17, 11).
II VENGA A NOSOTROS TU REINO
2816 En el Nuevo Testamento, la palabra "basileia" se puede traducir por
realeza (nombre abstracto), reino (nombre concreto) o reinado (de reinar,
nombre de acción). El Reino de Dios está ante nosotros. Se aproxima en el
Verbo encarnado, se anuncia a través de todo el Evangelio, llega en la
muerte y la Resurrección de Cristo. El Reino de Dios adviene en la Ultima
Cena y por la Eucaristía está entre nosotros. El Reino de Dios llegará en la
gloria cuando Jesucristo lo devuelva a su Padre:
Incluso puede ser que el Reino de Dios signifique Cristo en persona, al cual
llamamos con nuestras voces todos los días y de quien queremos apresurar su
advenimiento por nuestra espera. Como es nuestra Resurrección porque
resucitamos en él, puede ser también el Reino de Dios porque en él
reinaremos (San Cipriano, Dom. orat. 13).
2817 Esta petición es el "Marana Tha", el grito del Espíritu y de la Esposa:
"Ven, Señor Jesús":
Incluso aunque esta oración no nos hubiera mandado pedir el advenimiento del
Reino, habríamos tenido que expresar esta petición , dirigiéndonos con
premura a la meta de nuestras esperanzas. Las almas de los mártires, bajo el
altar, invocan al Señor con grandes gritos: '¿Hasta cuándo, Dueño santo y
veraz, vas a estar sin hacer justicia por nuestra sangre a los habitantes de
la tierra?' (Ap 6, 10). En efecto, los mártires deben alcanzar la justicia
al fin de los tiempos. Señor, ¡apresura, pues, la venida de tu Reino!
(Tertuliano, or. 5).
2818 En la oración del Señor, se trata principalmente de la venida final del
Reino de Dios por medio del retorno de Cristo (cf Tt 2, 13). Pero este deseo
no distrae a la Iglesia de su misión en este mundo, más bien la compromete.
Porque desde Pentecostés, la venida del Reino es obra del Espíritu del Señor
"a fin de santificar todas las cosas llevando a plenitud su obra en el
mundo" (MR, plegaria eucarística IV).
2819 "El Reino de Dios es justicia y paz y gozo en el Espíritu Santo" (Rm
14, 17). Los últimos tiempos en los que estamos son los de la efusión del
Espíritu Santo. Desde entonces está entablado un combate decisivo entre "la
carne" y el Espíritu (cf Ga 5, 16-25):
Solo un corazón puro puede decir con seguridad: '¡Venga a nosotros tu
Reino!'. Es necesario haber estado en la escuela de Pablo para decir: 'Que
el pecado no reine ya en nuestro cuerpo mortal' (Rm 6, 12). El que se
conserva puro en sus acciones, sus pensamientos y sus palabras, puede decir
a Dios: '¡Venga tu Reino!' (San Cirilo de Jerusalén, catech. myst. 5, 13).
2820 Discerniendo según el Espíritu, los cristianos deben distinguir entre
el crecimiento del Reino de Dios y el progreso de la cultura y la promoción
de la sociedad en las que están implicados. Esta distinción no es una
separación. La vocación del hombre a la vida eterna no suprime sino que
refuerza su deber de poner en práctica las energías y los medios recibidos
del Creador para servir en este mundo a la justicia y a la paz (cf GS 22;
32; 39; 45; EN 31).
2821 Esta petición está sostenida y escuchada en la oración de Jesús (cf Jn
17, 17-20), presente y eficaz en la Eucaristía; su fruto es la vida nueva
según las Bienaventuranzas (cf Mt 5, 13-16; 6, 24; 7, 12-13).
III HÁGASE TU VOLUNTAD EN LA TIERRA COMO EN EL CIELO
2822 La voluntad de nuestro Padre es "que todos los hombres se salven y
lleguen al conocimiento pleno de la verdad" (1 Tm 2, 3-4). El "usa de
paciencia, no queriendo que algunos perezcan" (2 P 3, 9; cf Mt 18, 14). Su
mandamiento que resume todos los demás y que nos dice toda su voluntad es
que "nos amemos los unos a los otros como él nos ha amado" (Jn 13, 34; cf 1
Jn 3; 4; Lc 10, 25-37)
2823 El nos ha dado a "conocer el Misterio de su voluntad según el benévolo
designio que en él se propuso de antemano ... : hacer que todo tenga a
Cristo por Cabeza ... a él por quien entramos en herencia, elegidos de
antemano según el previo designio del que realiza todo conforme a la
decisión de su Voluntad" (Ef 1, 9-11). Pedimos con insistencia que se
realice plenamente este designio benévolo, en la tierra como ya ocurre en el
cielo.
2824 En Cristo, y por medio de su voluntad humana, la voluntad del Padre fue
cumplida perfectamente y de una vez por todas. Jesús dijo al entrar en el
mundo: " He aquí que yo vengo, oh Dios, a hacer tu voluntad" (Hb 10, 7; Sal
40, 7). Sólo Jesús puede decir: "Yo hago siempre lo que le agrada a él" (Jn
8, 29). En la oración de su agonía, acoge totalmente esta Voluntad: "No se
haga mi voluntad sino la tuya" (Lc 22, 42; cf Jn 4, 34; 5, 30; 6, 38). He
aquí por qué Jesús "se entregó a sí mismo por nuestros pecados según la
voluntad de Dios" (Ga 1, 4). "Y en virtud de esta voluntad somos
santificados, merced a la oblación de una vez para siempre del cuerpo de
Jesucristo" (Hb 10, 10).
2825 Jesús, "aun siendo Hijo, con lo que padeció, experimentó la obediencia"
(Hb 5, 8). ¡Con cuánta más razón la deberemos experimentar nosotros,
criaturas y pecadores, que hemos llegado a ser hijos de adopción en él!
Pedimos a nuestro Padre que una nuestra voluntad a la de su Hijo para
cumplir su voluntad, su designio de salvación para la vida del mundo.
Nosotros somos radicalmente impotentes para ello, pero unidos a Jesús y con
el poder de su Espíritu Santo, podemos poner en sus manos nuestra voluntad y
decidir escoger lo que su Hijo siempre ha escogido: hacer lo que agrada al
Padre (cf Jn 8, 29):
Adheridos a Cristo, podemos llegar a ser un solo espíritu con él, y así
cumplir su voluntad: de esta forma ésta se hará tanto en la tierra como en
el cielo (Orígenes, or. 26).
Considerad cómo Jesucristo nos enseña a ser humildes, haciéndonos ver que
nuestra virtud no depende sólo de nuestro esfuerzo sino de la gracia de
Dios. El ordena a cada fiel que ora, que lo haga universalmente por toda la
tierra. Porque no dice 'Que tu voluntad se haga' en mí o en vosotros 'sino
en toda la tierra': para que el error sea desterrado de ella, que la verdad
reine en ella, que el vicio sea destruido en ella, que la virtud vuelva a
florecer en ella y que la tierra ya no sea diferente del cielo (San Juan
Crisóstomo, hom. in Mt 19, 5).
2826 Por la oración, podemos "discernir cuál es la voluntad de Dios" (Rm 12,
2; Ef 5, 17) y obtener "constancia para cumplirla" (Hb 10, 36). Jesús nos
enseña que se entra en el Reino de los cielos, no mediante palabras, sino
"haciendo la voluntad de mi Padre que está en los cielos" (Mt 7, 21).
2827 "Si alguno cumple la voluntad de Dios, a ese le escucha" (Jn 9, 31; cf
1 Jn 5, 14). Tal es el poder de la oración de la Iglesia en el Nombre de su
Señor, sobre todo en la Eucaristía; es comunión de intercesión con la
Santísima Madre de Dios (cf Lc 1, 38. 49) y con todos los santos que han
sido "agradables" al Señor por no haber querido más que su Voluntad:
Incluso podemos, sin herir la verdad, cambiar estas palabras: 'Hágase tu
voluntad en la tierra como en el cielo' por estas otras: en la Iglesia como
en nuestro Señor Jesucristo; en la Esposa que le ha sido desposada, como en
el Esposo que ha cumplido la voluntad del Padre (San Agustín, serm. Dom. 2,
6, 24).
IV DANOS HOY NUESTRO PAN DE CADA DIA
2828 "Danos": es hermosa la confianza de los hijos que esperan todo de su
Padre. "Hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e
injustos" (Mt 5, 45) y da a todos los vivientes "a su tiempo su alimento"
(Sal 104, 27). Jesús nos enseña esta petición; con ella se glorifica, en
efecto, a nuestro Padre reconociendo hasta qué punto es Bueno más allá de
toda bondad.
2829 Además, "danos" es la expresión de la Alianza: nosotros somos de El y
él de nosotros, para nosotros. Pero este "nosotros" lo reconoce también como
Padre de todos los hombres, y nosotros le pedimos por todos ellos, en
solidaridad con sus necesidades y sus sufrimientos.
2830 "Nuestro pan". El Padre que nos da la vida no puede dejar de darnos el
alimento necesario para ella, todos los bienes convenientes, materiales y
espirituales. En el Sermón de la montaña, Jesús insiste en esta confianza
filial que coopera con la Providencia de nuestro Padre (cf Mt 6, 25-34). No
nos impone ninguna pasividad (cf 2 Ts 3, 6-13) sino que quiere librarnos de
toda inquietud agobiante y de toda preocupación. Así es el abandono filial
de los hijos de Dios:
A los que buscan el Reino y la justicia de Dios, él les promete darles todo
por añadidura. Todo en efecto pertenece a Dios: al que posee a Dios, nada le
falta, si él mismo no falta a Dios. (S. Cipriano, Dom. orat. 21).
2831 Pero la existencia de hombres que padecen hambre por falta de pan
revela otra hondura de esta petición. El drama del hambre en el mundo, llama
a los cristianos que oran en verdad a una responsabilidad efectiva hacia sus
hermanos, tanto en sus conductas personales como en su solidaridad con la
familia humana. Esta petición de la Oración del Señor no puede ser aislada
de las parábolas del pobre Lázaro (cf Lc 16, 19-31) y del juicio final (cf
Mt 25, 31-46).
2832 Como la levadura en la masa, la novedad del Reino debe fermentar la
tierra con el Espíritu de Cristo (cf AA 5). Debe manifestarse por la
instauración de la justicia en las relaciones personales y sociales,
económicas e internacionales, sin olvidar jamás que no hay estructura justa
sin seres humanos que quieran ser justos.
2833 Se trata de "nuestro" pan, "uno" para "muchos": La pobreza de las
Bienaventuranzas entraña compartir los bienes: invita a comunicar y
compartir bienes materiales y espirituales, no por la fuerza sino por amor,
para que la abundancia de unos remedie las necesidades de otros (cf 2 Co 8,
1-15).
2834 "Ora et labora" (cf. San Benito, reg. 20; 48). "Orad como si todo
dependiese de Dios y trabajad como si todo dependiese de vosotros". Después
de realizado nuestro trabajo, el alimento continúa siendo don de nuestro
Padre; es bueno pedírselo, dándole gracias por él. Este es el sentido de la
bendición de la mesa en una familia cristiana.
2835 Esta petición y la responsabilidad que implica sirven además para otra
clase de hambre de la que desfallecen los hombres: "No sólo de pan vive el
hombre, sino que el hombre vive de todo lo que sale de la boca de Dios" (Dt
8, 3; Mt 4, 4), es decir, de su Palabra y de su Espíritu. Los cristianos
deben movilizar todos sus esfuerzos para "anunciar el Evangelio a los
pobres". Hay hambre sobre la tierra, "mas no hambre de pan, ni sed de agua,
sino de oír la Palabra de Dios" (Am 8, 11). Por eso, el sentido
específicamente cristiano de esta cuarta petición se refiere al Pan de Vida:
la Palabra de Dios que se tiene que acoger en la fe, el Cuerpo de Cristo
recibido en la Eucaristía (cf Jn 6, 26-58).
2836 "Hoy" es también una expresión de confianza. El Señor nos lo enseña (cf
Mt 6, 34; Ex 16, 19); no hubiéramos podido inventarlo. Como se trata sobre
todo de su Palabra y del Cuerpo de su Hijo, este "hoy" no es solamente el de
nuestro tiempo mortal: es el Hoy de Dios:
Si recibes el pan cada día, cada día para ti es hoy. Si Jesucristo es para
ti hoy, todos los días resucita para ti. ¿Cómo es eso? 'Tú eres mi Hijo; yo
te he engendrado hoy' (Sal 2, 7). Hoy, es decir, cuando Cristo resucita (San
Ambrosio, sacr. 5, 26).
2837 "De cada día". La palabra griega, "epiousios", no tiene otro sentido en
el Nuevo Testamento. Tomada en un sentido temporal, es una repetición
pedagógica de "hoy" (cf Ex 16, 19-21) para confirmarnos en una confianza
"sin reserva". Tomada en un sentido cualitativo, significa lo necesario a la
vida, y más ampliamente cualquier bien suficiente para la subsistencia (cf 1
Tm 6, 8). Tomada al pie de la letra [epiousios: "lo más esencial"], designa
directamente el Pan de Vida, el Cuerpo de Cristo, "remedio de inmortalidad"
(San Ignacio de Antioquía) sin el cual no tenemos la Vida en nosotros (cf Jn
6, 53-56) Finalmente, ligado a lo que precede, el sentido celestial es
claro: este "día" es el del Señor, el del Festín del Reino, anticipado en la
Eucaristía, en que pregustamos el Reino venidero. Por eso conviene que la
liturgia eucarística se celebre "cada día".
La Eucaristía es nuestro pan cotidiano. La virtud propia de este divino
alimento es una fuerza de unión: nos une al Cuerpo del Salvador y hace de
nosotros sus miembros para que vengamos a ser lo que recibimos... Este pan
cotidiano se encuentra, además, en las lecturas que oís cada día en la
Iglesia, en los himnos que se cantan y que vosotros cantáis. Todo eso es
necesario en nuestra peregrinación (San Agustín, serm. 57, 7, 7).
El Padre del cielo nos exhorta a pedir como hijos del cielo el Pan del cielo
(cf Jn 6, 51). Cristo "mismo es el pan que, sembrado en la Virgen, florecido
en la Carne, amasado en la Pasión, cocido en el Horno del sepulcro,
reservado en la Iglesia, llevado a los altares, suministra cada día a los
fieles un alimento celestial" (San Pedro Crisólogo, serm. 71)
V PERDONA NUESTRAS OFENSAS COMO TAMBIEN NOSOTROS PERDONAMOS A LOS QUE NOS
OFENDEN
2838 Esta petición es sorprendente. Si sólo comprendiera la primera parte de
la frase, –"perdona nuestras ofensas"– podría estar incluida,
implícitamente, en las tres primeras peticiones de la Oración del Señor, ya
que el Sacrificio de Cristo es "para la remisión de los pecados". Pero,
según el segundo miembro de la frase, nuestra petición no será escuchada si
no hemos respondido antes a una exigencia. Nuestra petición se dirige al
futuro, nuestra respuesta debe haberla precedido; una palabra las une:
"como".
Perdona nuestras ofensas
2839 Con una audaz confianza hemos empezado a orar a nuestro Padre.
Suplicándole que su Nombre sea santificado, le hemos pedido que seamos cada
vez más santificados. Pero, aun revestidos de la vestidura bautismal, no
dejamos de pecar, de separarnos de Dios. Ahora, en esta nueva petición, nos
volvemos a él, como el hijo pródigo (cf Lc 15, 11-32) y nos reconocemos
pecadores ante él como el publicano (cf Lc 18, 13). Nuestra petición empieza
con una "confesión" en la que afirmamos al mismo tiempo nuestra miseria y su
Misericordia. Nuestra esperanza es firme porque, en su Hijo, "tenemos la
redención, la remisión de nuestros pecados" (Col 1, 14; Ef 1, 7). El signo
eficaz e indudable de su perdón lo encontramos en los sacramentos de su
Iglesia (cf Mt 26, 28; Jn 20, 23).
2840 Ahora bien, este desbordamiento de misericordia no puede penetrar en
nuestro corazón mientras no hayamos perdonado a los que nos han ofendido. El
Amor, como el Cuerpo de Cristo, es indivisible; no podemos amar a Dios a
quien no vemos, si no amamos al hermano, a la hermana a quien vemos (cf 1 Jn
4, 20). Al negarse a perdonar a nuestros hermanos y hermanas, el corazón se
cierra, su dureza lo hace impermeable al amor misericordioso del Padre; en
la confesión del propio pecado, el corazón se abre a su gracia.
2841 Esta petición es tan importante que es la única sobre la cual el Señor
vuelve y explicita en el Sermón de la Montaña (cf Mt 6, 14-15; 5, 23-24; Mc
11, 25). Esta exigencia crucial del misterio de la Alianza es imposible para
el hombre. Pero "todo es posible para Dios".
... como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden
2842 Este "como" no es el único en la enseñanza de Jesús: "Sed perfectos
'como' es perfecto vuestro Padre celestial" (Mt 5, 48); "Sed
misericordiosos, 'como' vuestro Padre es misericordioso" (Lc 6, 36); "Os doy
un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Que 'como' yo os he
amado, así os améis también vosotros los unos a los otros" (Jn 13, 34).
Observar el mandamiento del Señor es imposible si se trata de imitar desde
fuera el modelo divino. Se trata de una participación, vital y nacida "del
fondo del corazón", en la santidad, en la misericordia, y en el amor de
nuestro Dios. Sólo el Espíritu que es "nuestra Vida" (Ga 5, 25) puede hacer
nuestros los mismos sentimientos que hubo en Cristo Jesús (cf Flp 2, 1. 5).
Así, la unidad del perdón se hace posible, "perdonándonos mutuamente 'como'
nos perdonó Dios en Cristo" (Ef 4, 32).
2843 Así, adquieren vida las palabras del Señor sobre el perdón, este Amor
que ama hasta el extremo del amor (cf Jn 13, 1). La parábola del siervo sin
entrañas, que culmina la enseñanza del Señor sobre la comunión eclesial (cf.
Mt 18, 23-35), acaba con esta frase: "Esto mismo hará con vosotros mi Padre
celestial si no perdonáis cada uno de corazón a vuestro hermano". Allí es,
en efecto, en el fondo "del corazón" donde todo se ata y se desata. No está
en nuestra mano no sentir ya la ofensa y olvidarla; pero el corazón que se
ofrece al Espíritu Santo cambia la herida en compasión y purifica la memoria
transformando la ofensa en intercesión.
2844 La oración cristiana llega hasta el perdón de los enemigos (cf Mt 5,
43-44). Transfigura al discípulo configurándolo con su Maestro. El perdón es
cumbre de la oración cristiana; el don de la oración no puede recibirse más
que en un corazón acorde con la compasión divina. Además, el perdón da
testimonio de que, en nuestro mundo, el amor es más fuerte que el pecado.
Los mártires de ayer y de hoy dan este testimonio de Jesús. El perdón es la
condición fundamental de la reconciliación (cf 2 Co 5, 18-21) de los hijos
de Dios con su Padre y de los hombres entre sí (cf Juan Pablo II, DM 14).
2845 No hay límite ni medida en este perdón, esencialmente divino (cf Mt 18,
21-22; Lc 17, 3-4). Si se trata de ofensas (de "pecados" según Lc 11, 4, o
de "deudas" según Mt 6, 12), de hecho nosotros somos siempre deudores: "Con
nadie tengáis otra deuda que la del mutuo amor" (Rm 13, 8). La comunión de
la Santísima Trinidad es la fuente y el criterio de verdad en toda relación
(cf 1 Jn 3, 19-24). Se vive en la oración y sobre todo en la Eucaristía (cf
Mt 5, 23-24).
Dios no acepta el sacrificio de los que provocan la desunión, los despide
del altar para que antes se reconcilien con sus hermanos: Dios quiere ser
pacificado con oraciones de paz. La obligación más bella para Dios es
nuestra paz, nuestra concordia, la unidad en el Padre, el Hijo y el Espíritu
Santo de todo el pueblo fiel (San Cipriano, Dom. orat. 23: PL 4, 535C-536A).
VI NO NOS DEJES CAER EN LA TENTACION
2846 Esta petición llega a la raíz de la anterior, porque nuestros pecados
son los frutos del consentimiento a la tentación. Pedimos a nuestro Padre
que no nos "deje caer" en ella. Traducir en una sola palabra el texto griego
es difícil: significa "no permitas entrar en" (cf Mt 26, 41), "no nos dejes
sucumbir a la tentación". "Dios ni es tentado por el mal ni tienta a nadie"
(St 1, 13), al contrario, quiere librarnos del mal. Le pedimos que no nos
deje tomar el camino que conduce al pecado, pues estamos empeñados en el
combate "entre la carne y el Espíritu". Esta petición implora el Espíritu de
discernimiento y de fuerza.
2847 El Espíritu Santo nos hace discernir entre la prueba, necesaria para el
crecimiento del hombre interior (cf Lc 8, 13-15; Hch 14, 22; 2 Tm 3, 12) en
orden a una "virtud probada" (Rm 5, 3-5), y la tentación que conduce al
pecado y a la muerte (cf St 1, 14-15). También debemos distinguir entre "ser
tentado" y "consentir" en la tentación. Por último, el discernimiento
desenmascara la mentira de la tentación: aparentemente su objeto es "bueno,
seductor a la vista, deseable" (Gn 3, 6), mientras que, en realidad, su
fruto es la muerte.
Dios no quiere imponer el bien, quiere seres libres ... En algo la tentación
es buena. Todos, menos Dios, ignoran lo que nuestra alma ha recibido de
Dios, incluso nosotros. Pero la tentación lo manifiesta para enseñarnos a
conocernos, y así, descubrirnos nuestra miseria, y obligarnos a dar gracias
por los bienes que la tentación nos ha manifestado (Orígenes, or. 29).
2848 "No entrar en la tentación" implica una decisión del corazón: "Porque
donde esté tu tesoro, allí también estará tu corazón ... Nadie puede servir
a dos señores" (Mt 6, 21-24). "Si vivimos según el Espíritu, obremos también
según el Espíritu" (Ga 5, 25). El Padre nos da la fuerza para este "dejarnos
conducir" por el Espíritu Santo. "No habéis sufrido tentación superior a la
medida humana. Y fiel es Dios que no permitirá que seáis tentados sobre
vuestras fuerzas. Antes bien, con la tentación os dará modo de poderla
resistir con éxito" (1 Co 10, 13).
2849 Pues bien, este combate y esta victoria sólo son posibles con la
oración. Por medio de su oración, Jesús es vencedor del Tentador, desde el
principio (cf Mt 4, 11) y en el último combate de su agonía (cf Mt 26,
36-44). En esta petición a nuestro Padre, Cristo nos une a su combate y a su
agonía. La vigilancia del corazón es recordada con insistencia en comunión
con la suya (cf Mc 13, 9. 23. 33-37; 14, 38; Lc 12, 35-40). La vigilancia es
"guarda del corazón", y Jesús pide al Padre que "nos guarde en su Nombre"
(Jn 17, 11). El Espíritu Santo trata de despertarnos continuamente a esta
vigilancia (cf 1 Co 16, 13; Col 4, 2; 1 Ts 5, 6; 1 P 5, 8). Esta petición
adquiere todo su sentido dramático referida a la tentación final de nuestro
combate en la tierra; pide la perseverancia final. "Mira que vengo como
ladrón. Dichoso el que esté en vela" (Ap 16, 15).
VII Y LIBRANOS DEL MAL
2850 La última petición a nuestro Padre está también contenida en la oración
de Jesús: "No te pido que los retires del mundo, sino que los guardes del
Maligno" (Jn 17, 15). Esta petición concierne a cada uno individualmente,
pero siempre quien ora es el "nosotros", en comunión con toda la Iglesia y
para la salvación de toda la familia humana. La oración del Señor no cesa de
abrirnos a las dimensiones de la economía de la salvación. Nuestra
interdependencia en el drama del pecado y de la muerte se vuelve solidaridad
en el Cuerpo de Cristo, en "comunión con los santos" (cf RP 16).
2851 En esta petición, el mal no es una abstracción, sino que designa una
persona, Satanás, el Maligno, el ángel que se opone a Dios. El "diablo"
["dia-bolos"] es aquél que "se atraviesa" en el designio de Dios y su obra
de salvación cumplida en Cristo.
2852 "Homicida desde el principio, mentiroso y padre de la mentira" (Jn 8,
44), "Satanás, el seductor del mundo entero" (Ap 12, 9), es aquél por medio
del cual el pecado y la muerte entraron en el mundo y, por cuya definitiva
derrota, toda la creación entera será "liberada del pecado y de la muerte"
(MR, Plegaria Eucarística IV). "Sabemos que todo el que ha nacido de Dios no
peca, sino que el Engendrado de Dios le guarda y el Maligno no llega a
tocarle. Sabemos que somos de Dios y que el mundo entero yace en poder del
Maligno" (1 Jn 5, 18-19):
El Señor que ha borrado vuestro pecado y perdonado vuestras faltas también
os protege y os gua rda contra las astucias del Diablo que os combate para
que el enemigo, que tiene la costumbre de engendrar la falta, no os
sorprenda. Quien confía en Dios, no tema al Demonio. "Si Dios está con
nosotros, ¿quién estará contra nosotros?" (Rm 8, 31) (S. Ambrosio, sacr. 5,
30).
2853 La victoria sobre el "príncipe de este mundo" (Jn 14, 30) se adquirió
de una vez por todas en la Hora en que Jesús se entregó libremente a la
muerte para darnos su Vida. Es el juicio de este mundo, y el príncipe de
este mundo está "echado abajo" (Jn 12, 31; Ap 12, 11). "El se lanza en
persecución de la Mujer" (cf Ap 12, 13-16), pero no consigue alcanzarla: la
nueva Eva, "llena de gracia" del Espíritu Santo es preservada del pecado y
de la corrupción de la muerte (Concepción inmaculada y Asunción de la
santísima Madre de Dios, María, siempre virgen). "Entonces despechado contra
la Mujer, se fue a hacer la guerra al resto de sus hijos" (Ap 12, 17). Por
eso, el Espíritu y la Iglesia oran: "Ven, Señor Jesús" (Ap 22, 17. 20) ya
que su Venida nos librará del Maligno.
2854 Al pedir ser liberados del Maligno, oramos igualmente para ser
liberados de todos los males, presentes, pasados y futuros de los que él es
autor o instigador. En esta última petición, la Iglesia presenta al Padre
todas las desdichas del mundo. Con la liberación de todos los males que
abruman a la humanidad, implora el don precioso de la paz y la gracia de la
espera perseverante en el retorno de Cristo. Orando así, anticipa en la
humildad de la fe la recapitulación de todos y de todo en Aquél que "tiene
las llaves de la Muerte y del Hades" (Ap 1,18), "el Dueño de todo, Aquél que
es, que era y que ha de venir" (Ap 1,8; cf Ap 1, 4):
Líbranos de todos los males, Señor, y concédenos la paz en nuestros días,
para que, ayudados por tu misericordia, vivamos siempre libres de pecado y
protegidos de toda perturbación, mientras esperamos la gloriosa venida de
nuestro Salvador Jesucristo (MR, Embolismo).
(Catecismo de la Iglesia Católica, nº 2759 – 2854)
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Santos Padres: San Ambrosio - El amigo importuno Lc 11, 5-13
87. Si alguno de vosotros tiene un amigo y viniere a él a media noche y le
dijere: Amigo, préstame tres panes... Este es un pasaje del que se desprende
el precepto de que hemos de orar en cada momento, no sólo de día, sino
también de noche; en efecto, ves que este que a media noche va a pedir tres
panes a su amigo y persevera en esa demanda instantemente, no es defraudado
en lo que pide. Pero ¿qué significan estos tres panes? ¿Acaso no son una
figura del alimento celestial?; y es que, si amas al Señor, tu Dios,
conseguirás, sin duda, lo que pides, no sólo en provecho tuyo, sino también
en favor de los otros. Pues ¿quién puede ser más amigo nuestro que Aquel que
entregó su cuerpo por nosotros? David le pidió a media noche, panes y los
consiguió; porque, en verdad, los pidió cuando decía: Me levantaba a media
noche para alabarte (Sal 118, 62); por eso mereció esos panes que después
nos preparó a nosotros para que los comiéramos. También los pidió cuando
dijo: Lavaré mi lecho cada noche (Sal 6, 7); y no temió despertar de su
sueño a quien sabe que siempre vive vigilando.
88. Haciendo caso, pues, a las Escrituras, pidamos el perdón de nuestros
pecados con instantes oraciones, día y noche; pues si hombre tan santo y que
estaba tan ocupado en el gobierno del reino alababa al Señor siete veces al
día (Sal 118, 164), pronto siempre a ofrecer sacrificios matutinos y
vespertinos, ¿qué hemos de hacer nosotros, que debemos rezar más que él,
puesto que, por la fragilidad de nuestra carne y espíritu, pecamos con más
frecuencia, para que no falte a nuestro ser, para su alimento, el pan que
robustece el corazón del hombre (Sal 103, 15), a nosotros que estamos ya
cansados del camino, muy fatigados del transcurrir de este mundo y hastiados
de las cosas de esta vida?
89. No quiere decir el Señor que haya que vigilar solamente a media noche,
sino en todos los momentos; pues El puede llamar por la tarde, o a la
segunda o tercera vigilia. Bienaventurados, pues, aquellos siervos a los que
encuentre el Señor vigilantes cuando venga. Por tanto, si tú quieres que el
poder de Dios te defienda y te guarde (Lc 12, 37), debes estar siempre
vigilando; pues nos cercan muchas insidias, y el sueño del cuerpo
frecuentemente resulta peligroso para aquel que, durmiéndose, perderá de
seguro el vigor de su virtud. Sacude, pues, tu sueño, para que puedas llamar
a la puerta de Cristo, esa puerta que pide también Pablo se le abra para
él, pidiendo para tal fin las plegarias del pueblo, no confiándose sólo en
las suyas; y así pueda tener la puerta abierta y pueda hablar del misterio
de Cristo (Col 4, 3).
90. Quizás sea ésta la puerta que vio abierta Juan; pues, al verla, dijo:
Después de estas cosas tuve una visión y vi una puerta abierta en el cielo,
y la voz aquella primera que había oído como de trompeta me hablaba y
decía: Sube acá y te mostrará las cosas que han de acaecer (Ap 4, 1). En
verdad, la puerta ha estado abierta para Juan, y abierta también para
Pablo, con el fin de que recibiesen los panes que nosotros comeremos. Y, en
efecto, éste ha perseverado llamando a la puerta oportuna e importunamente
(2 Tm 4, 2) para dar nueva vida, por medio de la abundancia del alimento
espiritual, a los gentiles que estaban cansados del camino de este mundo.
91. Este pasaje, primero por medio de un mandato, y después a través del
ejemplo, nos prescribe la oración frecuente, la esperanza de conseguir lo
pedido y una especie de arte para persuadir a Dios. En verdad, cuando se
promete una cosa, se debe tener esperanza en lo prometido, de suerte que se
preste obediencia a los avisos y fe a las promesas, esa fe, que, mediante
la consideración de la piedad humana, logra enraizar en sí misma una
esperanza mayor en la bondad eterna, aunque todo con tal que se pidan cosas
justas y la oración no se convierta en pecado (Sal 108, 7). Tampoco Pablo
tuvo vergüenza en pedir el mismo favor repetidas veces, y eso con objeto de
que no pareciera que desconfiaba de la misericordia del Señor, o que se
quejaba con arrogancia de que no había obtenido lo que pedía con su primera
oración; por lo cual —dijo— he rogado tres veces al Señor (2 Co 12, 8); con
eso nos enseñó que, con frecuencia, Dios no concede lo que se le pide por la
razón de que sabe que, lo que creemos que nos va a ser bueno, nos va a
resultar perjudicial.
SAN AMBROSIO, Tratado sobre el Evangelio de San Lucas (I), L.7, 87-90, BAC
Madrid 1966, pág. 386-88
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Aplicación: P. Alfredo Sáenz, S. J. - El Señor enseña a rezar
El domingo pasado hemos comentado el pasaje de Marta y María, tratando de
poner de relieve el valor de la oración. No hay duda de la importancia de la
oración y de la urgencia que tenemos hoy de ser más contemplativos, de
volver a la vida interior. En el pasaje evangélico de hoy contemplamos a
Nuestro Señor Jesucristo enseñando Él mismo a rezar a sus discípulos y a
todos aquellos que lo seguían. El mismo Hijo de Dios nos enseña a quién
debemos rezar, cómo hay que rezar y cuándo rezar. Una tradición que se
remonta al siglo IV dice que este episodio sucedió en el Huerto de los
Olivos, lugar donde se ha construido un monasterio de carmelitas que tiene
escrito sobre varias de sus paredes el Padrenuestro en cincuenta idiomas y
dialectos.
Antes de enseñarnos cómo deberíamos rezar, Jesús nos dio ejemplo con su
propia vida. Sobre la conducta y las palabras nos instruye sabiamente san
Gregorio Magno: "La manera de enseñar algo con autoridad es practicarlo
antes de enseñarlo, ya que la enseñanza pierde toda garantía cuando la
conciencia contradice las palabras".
1. A quién debemos rezar
En el Antiguo Testamento, los miembros del pueblo elegido aprendieron a
venerar a Dios y a temerle. No en vano se les había revelado como "el Dios
de los ejércitos", y también "el Altísimo". A Moisés se le manifestó
diciéndole: "Yo soy el que soy". Era el tres veces "Santo" del profeta
Isaías... Todo lo que se relacionaba con "el nombre de Dios" estaba
impregnado de misterio, de respeto, de secreto.
Cuando el Verbo se hizo carne nos reveló mejor los grandes misterios de
Dios, corriendo el velo para que lo conociésemos y amásemos más. Nos reveló
la paternidad divina y nos explicó en qué consiste nuestra verdadera
filiación. Dios es un Padre dispuesto a abrazar a su hijo, aunque haya sido
un gran pecador, como en la parábola del hijo pródigo. Cristo quiso
prolongar y expresar el espíritu paternal de Dios tocando con su mano al
leproso, dando la salud a la hemorroísa, sentándose a la mesa con los
pecadores, compadeciéndose de los miembros de su rebaño cuando vagaban como
ovejas sin pastor o cuando la multitud no tenía qué comer. Se compadeció con
el que sufría y fue capaz de devolver la vida a quien la había perdido.
Ningún nombre del Antiguo Testamento se puede comparar al revelado por
Jesús. Ninguno encierra todo lo que se dice en la palabra "Padre", la
primera palabra de la oración que nos enseñó el Señor.
Quizás sea ésta la revelación más trascendente que nos hizo Cristo, la que
nos permitió atrevemos a decir "Padre nuestro". Es verdad que somos hijos
adoptivos y no por naturaleza. ¡He aquí la gran prueba del amor de Dios! Los
padres por naturaleza aman a sus hijos porque son carne de su carne y sangre
de su sangre; hay un cierto "deber" de amar a los propios hijos. En el caso
de la adopción, el amor es mucho más meritorio, porque no hay obligación de
adoptar ni de amar. Dios nos ha amado y adoptado gratuitamente, por puro
amor, sin mérito alguno de nuestra parte.
Leía en cierta oportunidad que uno de los mayores dramas del mundo moderno,
es la llamada "muerte del padre". Miles de jóvenes ya no creen en sus
padres; muchos padres no tienen coraje para serlo; algunos, más que padres,
son abuelos o compinches de sus hijos. A veces también algunos sacerdotes
nos olvidamos que somos "padres", aunque nos llamen así, y cedemos a la
tentación de convertirnos en simples compañeros o amigos de nuestros
fieles...
Pero más grave que esto es la pérdida de la paternidad divina. En
consecuencia de ello, el mundo se va convirtiendo en un gran orfanato de
hijos que han dejado de creer y de amar a su Padre del cielo.
2. Cómo rezar
El mismo Cristo nos exhorta a rezar: "Pedid, buscad, llamad..." La necesidad
de la oración para nuestra vida espiritual, para la perseverancia en la fe,
para la santidad, es semejante a la que tenemos con respecto al aire o los
alimentos para seguir viviendo.
Rezar es reconocer lo que somos delante de Dios. Un auténtico acto de
humildad. No podemos todo, no tenemos todo. Santa Teresa decía que en el
juego del ajedrez hay muchas fichas, pero cada una tiene su valor, siendo la
Dama la más importante. Ella comparaba esta pieza con la humildad en la
oración.
Además debemos rezar con fe. Dios ha empeñado su palabra: "Pedid y se os
dará". La fe nos enseña que aquel a quien pedimos tiene entrañas de Padre.
Con la oración conmovemos el amor misericordioso de un Dios que cuida de
todos, buenos y malos, justos e injustos. Él mismo lo aseguró: "Si vosotros,
que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, cuánto más el
Padre del cielo os dará el Espíritu Santo a aquellos que se lo pidan".
3. Cuándo rezar
¿En qué ocasiones rezar? Siempre. Sin cesar. "Velad y orad", aconsejó Jesús.
La parábola que hemos leído en el evangelio de hoy nos enseña que debemos
rezar con insistencia hasta conseguir lo que pedimos. Hay que "cansar" a
Dios, como aquella viuda pobre de la parábola, quien acudió al juez tantas
veces que éste, para sacársela de encima, a pesar de ser inicuo le hizo
justicia.
Lamentablemente no somos perseverantes en la oración. Cuando no vemos frutos
inmediatos, con facilidad abandonamos la oración. Por otra parte, no siempre
Dios nos dará lo que le pedimos, sea porque Él sabe que no nos conviene, sea
porque solicitamos cosas malas. "No sabéis lo que pedís", respondió el Señor
a la demanda de aquellos que querían ocupar los cargos más importantes según
sus propios criterios y no los de Dios.
El secreto de la oración está en la perseverancia. Ciertamente que es lo que
más nos cuesta: somos muy impacientes, rezamos con poca fe... Además rezamos
muy poco, porque llevamos una vida muy desorganizada y extrovertida. A Dios
no le damos el lugar que le corresponde en nuestro día. Resulta
significativo que personas jóvenes o incluso ya mayores se limiten a rezar,
como los niños, un Padre Nuestro y un Ave María cuando se retiran a dormir.
Han crecido biológicamente, han madurado, son quizás profesionales
conocidos, pero no han dejado de ser "almas enanas", como las llamaba Santa
Teresa.
Recemos sin cansarnos. Aprovechemos la Santa Misa porque es el "lenguaje
divino", decía el Cura de Ars. Es el momento para glorificar a Dios y
también para pedirle lo que necesitamos, sabiendo que Dios nos lo dará si es
para nuestro bien, nos lo dará cuando Él así lo disponga.
ALFREDO SÁENZ, S.J., Palabra y Vida - Homilías Dominicales y festivas ciclo
C, Ed. Gladius, 1994, pp. 230-233
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Aplicación: San Juan Pablo II - Señor, enséñanos a orar
1- Oración
"Señor enséñanos a orar": estas palabras dirigidas directamente a Cristo y
que hoy nos recuerda la lectura del Evangelio, no pertenecen sólo al pasado.
Son palabras repetidas constantemente por los hombres, es un problema
siempre actual: el problema de la oración.
¿Qué quiere decir rezar? ¿Cómo hay que rezar? Por eso la respuesta que dio
Cristo es siempre actual. ¿Y qué respuesta dio Cristo? En cierto sentido, Él
enseñó, a los que le preguntaban, las palabras que debían pronunciar para
rezar, para dirigirse al Padre.
Cristo, pues, enseñó las palabras de la oración; las palabras más perfectas,
las palabras más completas; en ellas se encierra todo.
¿Qué quiere decir rezar? Rezar significa sentir la propia insuficiencia,
sentir la propia insuficiencia a través de las diversas necesidades que se
presentan al hombre, las necesidades que constantemente forman parte de su
vida. Como, por ejemplo, la necesidad de pan a que se refiere Cristo,
poniendo como ejemplo al hombre que despierta a su amigo a media noche para
pedirle pan. Tales necesidades son numerosas. La necesidad de pan, es en
cierto sentido, el símbolo de todas las necesidades materiales, de las
necesidades del cuerpo humano, de las necesidades de esta existencia que
nacen del hecho de que el hombre es el cuerpo.
2- Súplica de Abraham
A la respuesta de Cristo, en la liturgia de hoy, pertenece también ese
maravilloso pasaje del Génesis, cuyo personaje principal es Abraham. Y el
principal problema es el de Sodoma y Gomorra; o también, en otras palabras,
el del bien y el del mal, del pecado y de la culpa; es decir, el problema de
la justicia y de la misericordia. Espléndido es ese coloquio entre Abraham y
Dios, en que se demuestra que rezar quiere decir moverse continuamente en la
obra de la justicia y de la misericordia, es un introducirse entre una y
otra en Dios mismo.
Rezar, por tanto, quiere decir ser consciente de todas las necesidades del
hombre, de toda la verdad sobre el hombre y, en nombre de esa verdad, cuyo
sujeto directo soy yo mismo, pero también mi prójimo, todos los hombres, la
humanidad entera..., en nombre de esa verdad, dirigirse a Dios como al
Padre.
Ahora bien, según la respuesta de Cristo a la pregunta “enséñanos a orar”
todo se reduce a este singular concepto: aprender a rezar quiere decir
“aprender quién es el Padre”. Si nosotros aprendemos, en el sentido pleno de
la palabra, en su plena dimensión, la realidad “Padre”, hemos aprendido
todo. Aprender quién es el Padre quiere decir aprender la respuesta a la
pregunta cómo se debe rezar, porque rezar quiere decir también encontrar la
respuesta a una serie de preguntas ligadas, por ejemplo, al hecho de que yo
rezo y a veces no soy escuchado.
Cristo da respuestas indirectas a estas preguntas también en el Evangelio de
hoy. Las da en todo el Evangelio y en toda la experiencia cristiana.
Aprender quién es el Padre quiere decir aprender lo que es la confianza
absoluta. Aprender quién es el Padre quiere decir adquirir la certeza de que
Él no podrá absolutamente rechazar nada. Todo esto se dice en el Evangelio
de hoy. Él no te rechaza ni siquiera cuando todo, material y
psicológicamente, parece indicar el rechazo. Él no te rechaza jamás.
3- Conocer a Dios Padre
Por tanto, aprender a rezar quiere decir “conocer al Padre” de ese modo;
aprender a estar seguros de que el Padre no te rechaza jamás nada, sino que,
por el contrario, da el Espíritu Santo a quienes lo piden.
Los dones que pedimos son diversos como lo son nuestras necesidades. Pedimos
según nuestras exigencias y no puede ser de otro modo. Cristo confirma esa
nuestra actitud; sí, así es; debéis pedir según vuestras exigencias, tal
como las sentís. El Padre nos da el Espíritu Santo. Y lo da en consideración
de su Hijo. Por esto ha dado a su Hijo, ha dado a su Hijo por los pecados
del mundo, ha dado a su Hijo saliendo al encuentro de todas las necesidades
del mundo, de todas las necesidades del hombre, para poder siempre, en este
Hijo crucificado y resucitado dar el Espíritu Santo. Este es su don.
Aprender a rezar quiere decir aprender quién es el Padre y adquirir una
confianza absoluta en Aquel que nos ofrece este don cada vez más grande y,
ofreciéndonoslo, jamás nos engaña. Y si a veces o incluso frecuentemente no
recibimos directamente lo que pedimos, en este don tan grande -cuando se nos
ofrece- se hallan encerrados todos los otros dones; aunque no siempre nos
damos cuenta de ello.
El ejemplo que más me ha impresionado es el de un hombre que encontré en un
hospital. Estaba gravemente enfermo a consecuencia de las lesiones sufridas
durante la insurrección de Varsovia. En aquel hospital me habló de su
extraordinaria felicidad. Este hombre llegó a la felicidad por cualquier
otro camino, ya que juzgando visiblemente su estado físico desde el punto de
vista médico, no había motivo para ser tan feliz, sentirse tan bien y
considerarse escuchado por Dios. Y sin embargo había sido escuchado en otra
dimensión de su humanidad. Recordó el don en que encontró la felicidad, aun
siendo tan infeliz.
El hombre, defraudado de tantos programas, de tantas ideologías ligadas a la
dimensión del cuerpo, a la temporalidad, al orden de la materia, se somete a
la acción del espíritu y descubre en sí el deseo de lo que es espiritual.
Creo que, realmente, hoy pasa una revolución así por el mundo. Son muchas
las comunidades que rezan, rezan quizá como nunca se rezó antes, de modo
diverso, más completo, más rico, con una más amplia apertura a ese don que
nos da el Padre; y también con una nueva expresión humana de esa apertura.
Diría que con un nuevo programa cultural de la oración nueva. Deseo unirme
con ellas por dondequiera se encuentren.
Esta gran revolución de la oración es el fruto del don y es también el
testimonio de las inmensas necesidades del hombre moderno y de las amenazas
que pesan sobre él y sobre el mundo contemporáneo. Creo en la oración de
Abraham y su contenido es muy actual en los tiempos en que vivimos. Es tan
necesaria una oración así, para tratar con Dios por cada hombre justo; para
rescatar al mundo de la injusticia. Es indispensable una oración que se
introduzca, diríamos en el corazón de Dios entre lo que en Él es la justicia
y lo que en Él es la misericordia.
La respuesta de Cristo a la pregunta "enséñanos a orar" es siempre actual;
debemos descifrarla en su contenido original.
(Homilía de San Juan Pablo II en Castelgandolfo el día 27 de julio de 1980)
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Aplicación: R. P. Leonardo Castellani - PADRE NUESTRO El Señor nos
enseña a orar en común por todos nuestros hermanos.
Porque él no dice "Padre mío" que estás en el cielo, sino "Padre nuestro", a
fin de que nuestra oración sea de una sola alma para todo el Cuerpo de la
Iglesia
(San Juan Crisóstomo, hom. in Mt. 19, 4).
"Señor —me dijo el viejo—, perdón, pero Ud. yerra; la suerte de los hombres no es más o menos una:
reina desigualdad espantosa en la tierra
y nos marca un destino fatal desde la cuna".
Era en un hospital olvidado y antiguo
aunque con gran fachada y un buen portón helénico,
donde entre pobres sábanas y de color ambiguo
yacían pobres seres oliendo a ácido fénico.
Y era un extraño enfermo con unos ojos trágicos
que ardían de dolores, de fiebre y de misterio,
que conocía el mundo con sus placeres mágicos
y el dolor infinito de aquel otro hemisferio.
"Por aquella ventana... Pasan los automóviles
yo desde aquí los veo sin volver la cabeza
y los hombres gallardos, distinguidos, inmóviles
y mujeres radiantes de salud y belleza.
"Yo, Señor, no me quejo, pero yo nací enfermo;
mis deleites más hondos son los que el dolor no arrecie;
para ellos es el mundo jardín; para mí, yermo;
somos de dos distintas, no de una misma especie.
"Y así tiene que ser y así es... ¡Siempre fue!
Cierto que a veces ellos padecen y yo río;
pero sumado todo y hecho un balance a fe
¡qué enorme diferencia nos arroja, Dios mío!"
Delante aquel filósofo de voz humilde y grave
y triste, yo temblaba de lástima, y le digo:
"—No se abandone a ideas malas. ¡Ud. que sabe
lo que otros sufren! ¡Resignación, amigo!"
El me detuvo alzando la flaca mano: "¡No!
no me quejo —me dice— ni hay envidia en mi pecho.
Para juzgar el orden del mundo ¿quién soy yo?...
¡Señor, es que es un hecho, y yo constato el hecho!
"Es la desigualdad ante el dolor... ¡Qué cosa
fatal! ¡Los que prometen la igualdad que me sanen,
que me alegren, que saquen de la tumba a mi esposa
y mi hijo el asesino que lo enmienden y ganen!
"Pero yo no blasfemo, sé que hay un Infinito
Director de las cosas, que hay una Voluntad
que así como del caos las levantó de un grito,
no quiere que en la nada se vuelvan a tumbar...
"Yo sé que si padezco sin cesar, hay razón,
que si yo me retuerzo de tristeza, es por algo,
que si parece ciego, no es ciego el aguijón
y sabe por qué punza, dónde voy, cuánto valgo...
"Pero aquellos que pasan coronados de rosas
y aguzando su vista nuestro dolor siniestro
aquellos... ¿piensan mucho, Señor, en estas cosas?
y si piensan, ¿dirán, al rezar, Padre Nuestro?
"Padre de ellos será pues les da la guirnalda
que ellos solos se ciñen... Que arrimen al sombrío
fardo de sus hermanos afligidos la espalda,
o callen y no mientan...¡ o digan Padre Mío!
"Mas el pobre que aguanta su agonía suprema
se resigna y perdona de innumerables modos
ese sí es el que dice verdad y no blasfema
y al decir Padre Nuestro, ya es hermano de todos...
"¿Y no tiemblan, si creen que hay justicia, los otros
mientras tragan los bienes que Tú, Señor, les diste,
y pasan por la vida como jóvenes potros
pisoteando la sangre de nosotros los tristes?
"¿No hay una cosa en ellos misteriosa y helada?
¿No hay un vago, un incógnito temor en sus alcores?[2]
¿No sienten en sus cielos una nube cargada
con el rayo de todos los ajenos dolores?
“Yo pienso hace mil años en este enigma grande...
Da el dolor a los hombres cierta clarividencia...
Yo pido a Dios sus luces; y si no, que me mande
una ciega, infinita, dulce y triste paciencia...”
(Castellani, El libro de las oraciones, Cintra Buenos Aires 1951, 47- 49)
Aplicación: R. P. Raniero Cantalamessa OFMCap - Jesús orando
No es posible conocer al verdadero Jesús si se prescinde de la fe, si se
realiza un acercamiento a Él como no creyentes o ateos declarados.
El evangelio del domingo, XVII del Tiempo Ordinario, empieza con estas
palabras: «Un día Jesús estaba orando en cierto lugar; cuanto terminó, le
dijo uno de sus discípulos: "Señor, enséñanos a orar como enseñó Juan a sus
discípulos". Él les dijo: "Cuando oréis, decid: Padre, santificado sea tu
Nombre, venga tu Reino"».
Cómo sería el rostro y toda la persona de Jesús cuando estaba inmerso en
oración, lo podemos imaginar por el hecho de que sus discípulos, sólo con
verle orar, se enamoran de la oración y piden al Maestro que les enseñe
también a ellos a orar. Y Jesús les contenta, como hemos oído, enseñándoles
la oración del Padre Nuestro.
También esta vez queremos reflexionar sobre el evangelio inspirándonos en el
libro del Papa Benedicto XVI sobre Jesús: «Sin el arraigo en Dios –escribe
el Papa-, la persona de Jesús es fugaz, irreal e inexplicable. Éste es el
punto de apoyo sobre el que se basa este libro mío: considera a Jesús a
partir de su comunión con el Padre. Éste es el verdadero centro de su
personalidad».
Los evangelios justifican ampliamente estas afirmaciones. Por lo tanto nadie
puede contestar históricamente que el Jesús de los evangelios vive y actúa
en continua referencia al Padre celestial, que ora y enseña a orar, que
funda todo sobre la fe en Dios. Si se elimina esta dimensión del Jesús de
los evangelios no queda de Él absolutamente nada.
De este dato histórico se deriva una consecuencia fundamental, esto es, que
no es posible conocer al verdadero Jesús si se prescinde de la fe, si se
realiza un acercamiento a Él como no creyentes o ateos declarados. No hablo
en este momento de la fe en Cristo, en su divinidad (que viene después),
sino de fe en Dios, en la acepción más común del término. Muchos no
creyentes escriben hoy sobre Jesús, convencidos de que son ellos los que
conocen al verdadero Jesús, no la Iglesia, no los creyentes. Lejos de mí (y
creo que también del Papa) la idea de que los no creyentes no tengan derecho
a ocuparse de Jesús. Jesús es «patrimonio de la humanidad» y nadie, ni
siquiera la Iglesia, tienen el monopolio sobre Él. El hecho de que también
los no creyentes escriban sobre Jesús y se apasionen con Él no puede sino
agradarnos.
Lo que desearía mostrar son las consecuencias que se derivan de un punto de
partida tal. Si se niega la fe en Dios o se prescinde de ella, no se elimina
sólo la divinidad, o el llamado Cristo de la fe, sino también al Jesús
histórico tout court; no se salva ni siquiera el hombre Jesús. Si Dios no
existe, Jesús no es más que uno de los muchos ilusos que oró, adoró, habló
con su sombra o con la proyección de su propia presencia, por decirlo al
modo de Feuerbach. Pero ¿cómo se explica entonces que la vida de este hombre
«haya cambiado el mundo»? Sería como decir que no la verdad y la razón han
cambiado el mundo, sino la ilusión y la irracionalidad. ¿Cómo se explica que
este hombre siga, a dos mil años de distancia, interpelando a los espíritus
como ningún otro? ¿Puede todo ello ser fruto de un equívoco, de una ilusión?
No hay más que una vía de salida a este dilema, y hay que reconocer la
coherencia de los que (especialmente en el ámbito del californiano «Jesus
Seminar») la han tomado. Según aquellos, Jesús no era un creyente hebreo;
era en el fondo un filósofo al estilo de los cínicos; no predicó un reino de
Dios, ni un próximo final del mundo; sólo pronunció máximas sapienciales al
estilo de un maestro Zen. Su objetivo era despertar en los hombres la
conciencia de sí, convencerles de que no tenían necesidad ni de Él ni de
otro Dios, porque ellos mismos llevaban en sí una chispa divina. Pero éstas
son -mira por dónde- ¡las cosas que lleva décadas predicando la Nueva Era!
La mirada del Papa ha sido adecuada: sin el arraigo en Dios, la figura de
Jesús es fugaz, irreal; yo añadiría contradictoria. No creo que esto deba
entenderse en el sentido de que sólo quien se adhiere interiormente al
cristianismo puede entender algo de él, pero ciertamente debería alertar
respecto a creer que sólo situándose fuera de éste, fuera de los dogmas de
la Iglesia, se pueda decir algo objetivo sobre él.
Santa Mónica
La
leyenda de los dos jóvenes
La importancia de la oración
La importancia de la oración
Hay que trabajar mucho, pero hay que estar unidos a Dios en nuestros
trabajos por medio de la corriente de la oración y de la gracia.
Imaginemos las más hermosas instalaciones eléctricas; todo está a punto:
acumuladores, lámparas, cables, llaves. Pero no pasa la corriente.
De esta manera puede un hombre con la esmerada preparación de unos profundos
estudios filosóficos, teológicos, científicos, literarios. Todo está a
punto. Pero ¿para qué sirve todo eso si no se establece contacto con Dios
por medio del fluido vivificador de la oración? Orar es cargar los
acumuladores.
No lo olvidemos: los que confían demasiado en los medios humanos, deben
acordarse de que no valen nada sin los auxilios divinos.
(ROMERO, F., Recursos Oratorios, Tomo II, Editorial Sal Terrae, Santander,
1959, p. 101)
(Cortesía: iveargentina.org et alii)