SAN ANTONIO DE PADUA ARCA DEL TESTAMENTO: 15. HA MUERTO EL SANTO
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Autor: Emiliano Jiménez
Hernández
Güelfos y Gibelinos están en lucha constante. Padua pertenece al partido de
los Güelfos; frente a ella está su rival Verona, regida por Ezzelino,
lugarteniente de Federico II. En la guerra entre ambas ciudades, el conde
Ricardo de Sanbonifacio, caudillo de los güelfos, cae prisionero de
Ezzelino, con muchos de sus partidarios. A primeros de mayo de 1231, las
autoridades de Padua encargan a Antonio una misión de paz ante el conde
Ezzelino, que retiene prisioneros a algunos notables de Padua. "El santo
hombre, confiando en la fuerza de Dios, se encaminó hacia Verona y, con gran
insistencia, pidió al conde y a sus consejeros que liberaran a los
prisioneros. Pero fue despreciado en todo y no se le concedió nada de lo que
pedía". Sin embargo, poco tiempo después, en 1232, Ezzelino libera a los
prisioneros; pero vuelve enseguida a las andadas, llegando a encerrar en
prisión durante dieciséis años al mismo obispo de Padua.
A su regreso de Verona, donde no ha sido escuchado, Antonio se siente
cansado y abatido. Sólo le queda refugiarse en la pasión del Señor, de la
que, según escribe, "hemos de servirnos como de un sudario para secar el
sudor de nuestras fatigas y la sangre de nuestra pasión". El ha aprendido a
no juzgar a nadie más que a sí mismo:
David maldecido por Semeí dice: Dejadle que maldiga, pues se lo ha mandado
el Señor (2Sam 16,7-13). Con estas palabras indica que cuando huía del hijo,
que se había rebelado contra él, se acordó del mal que había hecho pecando
con Betsabé (2Sam 11). Pensó que los insultos más que ofensas eran ayuda,
pues con ellas creyó poderse purificar y que Dios se compadecería de él.
Toleramos bien los insultos recibidos cuando recordamos, en el secreto del
corazón, los males que hemos cometido. Leve, en verdad, nos parecerá el ser
golpeados con injurias, cuando vemos que hemos merecido algo peor. Por ello
debemos agradecer las ofensas en vez de airarnos cuando las recibimos.
Si quieres reprender a alguien mira antes si tú eres como él. Si lo eres,
llora a la vez y no pretendas que te obedezca; ruega y exhorta que lo
procure juntamente contigo. Si no eres como él, pero lo fuiste o pudiste
serlo en otro tiempo, condesciende y reprende, no desde el odio, sino desde
la misericordia. ¡Ojalá el ojo que todo lo ve se viera a sí mismo!
Antonio no se queda en el convento de Santa María Mater Domini. Necesita
descanso y tranquilidad, porque las gentes no dejan de asediarle. Aunque,
por ser la época de cosechar los campos, donde la gente pasa el tiempo,
Antonio se siente más libre y cree conveniente retirarse a Camposanpiero,
buscando un poco de alivio al calor de la ciudad. El conde Tiso es un
convertido de Antonio, que posee el castillo de Camposanpiero y ha donado a
los Hermanos Menores un terreno de su propiedad, cercano a su castillo. Allí
ha construido para los frailes un eremitorio y una capilla, para que se
retiren cuando tengan necesidad de paz y descanso y para asegurar los
servicios religiosos de lo trabajadores de sus tierras. Como Antonio se
halla exhausto, allí es conducido, probablemente en una carroza del conde.
Rodeando el castillo hay un espeso bosque y en él un gigantesco nogal con un
tupido ramaje en forma de corona. En las ramas del grueso nogal encuentra
Antonio un poco de alivio durante el día. Sentado en ese nogal, en oración
con el Señor, en otras ocasiones ha preparado su predicación. Ahora prepara
su encuentro con el Señor. Por la noche se reúne con los demás hermanos.
Sobre el nogal Antonio pasa las horas en paz y oración. "Así, dice la
Assidua, elevándose a las alturas, mostraba que se aproximaba al cielo. Y
aquella fue su última mansión entre los mortales". Desde el nogal, a solas
con Dios, contempla la historia que Dios ha hecho con él y le parece todo un
milagro. Su vida ha sido una peregrinación continua y veloz. Desde la
infancia tranquila hasta la vida monástica, estudiosa y segura, para salir
de ella hacia la experiencia franciscana, vivida en una itinerancia casi
continua por los caminos de la tierra, pero sobre todo siguiendo un continuo
itinerario interior, que él no programaba. Siempre llevado en alas del
Espíritu, que como el viento no sabes de donde viene ni a donde te lleva,
aunque va dejando sus huellas en el corazón, como memoriales de su paso.
Antonio, con la luz del Espíritu, que le recuerda todo lo que Cristo le ha
dicho y hecho con él, va recordando esos memoriales: el combate interior de
su adolescencia con la victoria de la cruz de Cristo, los deseos de huir de
la tentación, el desgarrón de su corazón y la alegría interior al romper los
lazos de familia y amistades, las delicias de las horas pasadas con la
Escritura, las experiencias nunca borradas de las liturgias en los dos
monasterios agustinos, la turbación profunda de las intrigas de Coimbra con
sus noches oscuras antes de abandonar a los agustinos y pasar a la
simplicidad de los franciscanos, las ansias de martirio, la desilusión del
fracaso de su primera misión en Marruecos, la soledad y el anonimato al
desembarcar en Italia, la conmoción interior a la vista de Francisco, el
susto de la fama inesperada y repentina, el don inefable de haber consumido
su vida sin interrupción por los demás, el agotamiento suscitado por el
tumulto de las multitudes, sólo compensado por la alegría de ver a los
pecadores volver a la casa del Padre, la nostalgia de soledad, de retiro
para la contemplación del Señor, la alegría purificadora, como espina en la
carne, de su permanente enfermedad... Y aún le queda el final, que es ya su
único deseo: ver a su Señor.
Sufriendo de hidropesía -los tejidos acumulan demasiada agua- no puede
caminar con facilidad. Su persona aparece cansada y pesada. El aire de
Camposanpiero, más saludable que el de la ciudad, oscurece cada día más "su
piel aceitunada es común a la de tantos portugueses", pero arrugada por la
aspereza de las penitencias y como consecuencia de las altas fiebres que
sufrió en el norte de Africa.
Viste un saco que le cubre el cuerpo y dos tubos de la misma vasta estofa,
cosidos en la parte alta, formando una cruz, le cubren los brazos. Una vasta
capucha le cubre la amplia tonsura de la cabeza. Todo ello atado por el
cordón de esparto.
Hidrópico y asmático, apenas logra conciliar el sueño; respira mal y sufre
dolores continuos. En una de estas noches de insomnio, mientras ora y
reflexiona sobre su fin inminente, tiene la visión consoladora del Niño
Jesús. El amigo Tiso, yendo a ver cómo se encuentra, se siente atraído por
la luz que envuelve la celda y asiste conmovido a la escena. Hizo propósito
de no contarlo a nadie; pero, una vez muerto Antonio, se sintió libre de la
promesa y reveló el suceso. Murillo, y otros muchos artistas, han
representado a Antonio con el Niño Jesús, como el sello distintivo de la
vida de Antonio, gastada y gastada en el amor a Jesucristo.
Esta última estadía en Camposanpiero no dura más que unas tres semanas. La
"hermana muerte", a la que Francisco ha cantado, va a visitarle en la tarde
del viernes 13 de junio de 1231. No es una sorpresa para Antonio; la está
esperando. El ha escrito: "la vida humana es semejante a un puente. Y el
puente está hecho para pasar por él, no para quedarse en él". La muerte es
el final del puente, que le lleva al encuentro con el Padre:
Con la muerte todos volveremos a Dios, como el navegante entra en la
ensenada tranquila de un puerto; escapados de la tormenta del mundo, nos
encontraremos en la paz de la vida inmortal. Volveremos a Dios como el niño,
que llora, se dirige al seno de su madre, que, acariciándolo, le seca las
lágrimas; desde el llanto de este mundo los justos entrarán en la gloria,
donde Dios les secará todas sus lágrimas.
Sentado entre las ramas del nogal, Antonio se prepara para la muerte,
seguramente repitiendo la oración que escribe como conclusión del Sermón del
III domingo de cuaresma:
Oh Señora nuestra, esperanza nuestra, escucha esta plegaria. Tú, que eres la
estrella del mar, brilla sobre nosotros sacudidos por la tempestad y guíanos
al puerto. En la hora última de la muerte, confórtanos con tu presencia
protectora, para que podamos evadir sin temor la cárcel del cuerpo y subir
alegres al gozo inefable.
Hijo de Francisco, Antonio escucha la voz de Dios en las criaturas que le
rodean. Con ellas eleva su mente al Creador. El verdor del bosque, el canto
de las aves, los templados soplos de la brisa de primavera, los rayos del
sol, que se filtran entre las hojas del nogal, penetran su espíritu y le
unen con Dios. Así pasa las últimas horas de su vida, cuya delgada tela
estaba a punto de romperse, para gozar sin velos del encuentro con el Señor.
Como sintetiza Juan Pablo II:
Después de haberlo desarraigado de su tierra y de sus proyectos de
evangelización en ultramar, Dios lo llevó a vivir la experiencia franciscana
sólo durante once años, pero asimiló hasta tal punto su ideal, que Cristo y
el Evangelio se convirtieron para él en regla de vida encarnada en la
realidad de cada día.
El viernes, 13 de junio de 1231, a mediodía, la pequeña campana del
eremitorio llama a los hermanos a su modesta comida en común. Antonio con
dificultad desciende del nogal y, apoyado en sus dos compañeros, se dirige
al convento. Se sienta a la mesa con los demás, pero apenas comienza a
comer, siente un improviso malestar. Los hermanos le ven empalidecer y
reclinar la cabeza sobre el pecho. Socorrido y animado por los hermanos,
vuelve en sí, pero no tiene fuerzas ni para seguir comiendo ni para
levantarse. Los hermanos le colocan sobre una cama de sarmientos. La
enfermedad se agrava y, presintiendo su próximo fin, con voz apagada ruega a
los hermanos Lucas y Ruggero que le lleven a Padua. Desea morir en la
ciudad, en su convento. En el primer sermón para después de Pentecostés
había escrito: "Haz, Señor, que podamos morir en el pequeño nido de nuestra
pobreza".
Es trasladado en un carro de labranza, arrastrado por dos bueyes y conducido
por un labrador. Los saltos del camino de tierra y el sol abrasador son un
martirio, que se prolonga unas cinco o seis horas. Llegado a las cercanías
de la ciudad encuentran a fray Vinotto que, viendo el estado ya moribundo
del hermano, aconseja que se detengan en el convento de Arcella. Allí todos
comprenden que el final es inminente. Tumbado sobre una yacija, después de
un tiempo en que está adormilado, Antonio pide a un religioso que le
confiese y le dé la santa Unción. Con fervor sigue el "canto de los siete
salmos penitenciales". Por un momento parece arrebatado en éxtasis y
murmura: Video Dominum meum, veo a mi Señor. Antonio contempla a su Señor, a
cuyo servicio ha consagrado toda su vida. Después, mientras el sol se oculta
en el poniente, también él deja este mundo.
Un biógrafo nos describe el aspecto exterior del cadáver de Antonio: "Tenía
el color moreno, porque los españoles, vecinos de los moros, son todos de
color moreno. Su estatura era inferior a la mediana; pero corpulento e
hidrópico. Su fisonomía era delicada y tenía tal expresión de piedad que,
desde luego, sin conocerle, se adivinaba en él un carácter apacible y santo.
Su carne, que en vida era morena y rugosa por su origen español así como por
su austera vida y por razón de su estado enfermizo, se tornó blanca y
delicada después de su muerte. Esta, en vez de alterar sus rasgos y su
mirada, volvió más serena y beatífica su expresión, de forma que parecía no
difunto, sino vivo y dormido". Los frescos del Giotto, de fines del siglo
XIII y principios del XIV, reflejan también esta imagen.
Los hermanos, entristecidos, quieren ocultar a los extraños la muerte del
hermano, pero en un momento la noticia de la muerte corre toda la ciudad.
Los muchachos recorren las calles gritando: "Ha muerto el padre santo, ha
muerto San Antonio". Una multitud se precipita al oír la noticia para a ver
por última vez "al Santo"; muchos con la esperanza de poder, quizás,
llevarse a casa como reliquia un trozo del sayal.
Pronto se desencadenan también los intereses de las clarisas, de los
habitantes del barrio y de los frailes, divididos a su vez: por un lado los
de Arcella y por otro los de Santa María. Todos pretenden el cadáver del
Santo. Al final, según el deseo de Antonio, es trasladado a Santa María. El
obispo preside los funerales, bendice el ataúd y le encierran en una urna de
mármol.
Desde aquel mismo día, Antonio es venerado como santo por el pueblo. Y,
antes de que pase un año de su muerte, Gregorio IX, después de escuchar la
lectura de los milagros, inscribe a Antonio en el catálogo de los santos,
ordenando que su fiesta se celebre el 13 de junio de cada año, aniversario
de su nacimiento a la vida eterna:
Habiendo tenido ocasión de comprobar un día Nos mismo la santidad de su vida
y su agradable trato, pues que vivió honorablemente algún tiempo cerca de
Nos, a fin de que se le tributen en la tierra los honores al que es ya
honrado en los cielos, hemos decidido inscribirlo en el catálogo de los
santos. Y puesto que, según el evangelio, "nadie enciende una lámpara para
ocultarla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero para que
todos los que están en la casa vean la luz", y que Dios lo ha colocado, no
bajo el celemín, sino en el candelero, ordenamos celebrar su fiesta el 13 de
junio de cada año.
Santo de todo el mundo, le llamó el Papa León XIII. Y Pío XII en 1946 le ha
declarado Doctor evangélico de la Iglesia:
Por cuanto Antonio hizo un uso muy frecuente de textos y sentencias tomadas
del Evangelio, con toda justicia y derecho se le debe el título de Doctor
Evangélico. Y con tanta mayor razón cuanto que muchos Doctores en teología y
predicadores de la divina palabra, que siempre bebieron y ampliamente beben
hoy día su inspiración en ese manantial perenne de agua viva que es el
Evangelio, consideran a Antonio como maestro suyo y Doctor de la Santa
Iglesia, siendo los primeros los romanos Pontífices... No podemos pasar por
alto la alabanza de máximo peso e importancia, la que Gregorio IX le tributó
al oírle predicar y escuchar su conversación maravillosa, llamándole Arca
del Testamento y Archivo de las Sagradas Escrituras.
BREVE CRONOLOGIA
1188-1195: Nace en Lisboa. El año 1191 es la fecha probable; el 1195, la
fecha oficial.
1198: Frecuenta la escuela catedralicia.
1208-1210: Entra en el monasterio de San Vicente de Fora, de los canónigos
de San Agustín.
1212: Se traslada al monasterio de Santa Cruz de Coimbra.
1219: Probable ordenación sacerdotal.
1220: Deja los canónigos agustinos para hacerse franciscano y parte para
Marruecos.
1221: Desembarca en Sicilia y participa en Asís en el Capítulo de las
Esteras. Se retira al eremitorio de Montepaolo.
1223: Predica en Romaña y Rímini.
1224: Es nombrado maestro de teología. Enseña en Bolonia.
1224-1227: Predica en Francia y enseña en Montpellier, Tolosa y
Puy-en-Veley.
1226: Es designado Custodio de Limoges. Muere Francisco de Asís.
1227: Vuelve a Italia y, en el Capítulo General es nombrado Provincial de la
Romaña.
1230: Enviado a Roma, predica ante el Papa y los cardenales.
1230-1231: Enseña teología en Padua y compone los Sermones.
1231: Predica en Padua la cuaresma. Muere el 13 de junio.
1232: El 30 de mayo es canonizado en Espoleto por el Papa Gregorio IX.
1263: Se trasladan sus restos a la Basílica y se halla la lengua incorrupta.
1946: El 16 de enero, Pío XII le declara Doctor de la Iglesia, con el título
de Doctor evangélico.
1994: El 13 de junio, Juan Pablo II escribe el mensaje "San Antonio, hombre
evangélico", con motivo del VIII Centenario de su nacimiento.