SAN ANTONIO DE PADUA ARCA DEL TESTAMENTO: NI SANTO NI ANTONIO NI DE PADUA - Índice e Introducción
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Autor: Emiliano Jiménez
Hernández
En tu palabra echaré las redes (Lc 5,5-7). En tu palabra, no en la mía
echaré las redes. Mientras las eché en mi palabra no pesqué nada. ¡Lástima!
Cuantas veces las eché en mi palabra, me lo atribuí a mí mismo y no a ti; me
prediqué a mí, no a ti; prediqué mis palabras, no las tuyas. Por eso no
pesqué nada; y si algo atrapé no fueron peces, sino ranas locuaces que me
alabasen, lo cual es nada. Pero en tu palabra echaré la red. Echa la red en
la palabra de Jesucristo quien nada se atribuye a sí mismo, sino todo a El;
quien vive en conformidad con lo que predica; si así lo hiciere, la captura
de peces será copiosa.
(De los Sermones de San Antonio)
INDICE
(Los números de páginas según la edición impresa)
INTRODUCCION 5
1. NI SANTO, NI ANTONIO, NI DE PADUA 9
2. CAMBIO DE NOMBRE 15
3. CAMBIO DE HABITO 21
4. CAMBIO DE DIRECCION 27
5. EN MONTEPAOLO 33
6. EL SERMON DE FORLI 37
7. PREDICACION EN RIMINI 41
8. ENSEÑANTE EN BOLONIA 47
9. EN FRANCIA CONTRA LOS HEREJES 53
10. MINISTRO PROVINCIAL 59
11. PADUA 65
12. EN ROMA 71
13. SERMONES 75
14. DOS SERMONES (Fragmentos) 83
15. HA MUERTO EL SANTO 89
INTRODUCCION
San Antonio de Padua es el santo más popular y, sin embargo, es el menos
conocido de todos. Su imagen está presente en todas partes; como dijo el
Papa León XIII, es "el santo de todo el mundo". "En efecto, dice Juan Pablo
II, es difícil encontrar una ciudad o un pueblo del mundo católico en el que
no se encuentre, al menos, un altar o una imagen del santo". La iconografía,
con numerosos artistas anónimos y otros más conocidos han popularizado su
imagen en estampas, pinturas o tallas, grabados populares...
En todo el mundo se le venera, pero sus innumerables devotos desconocen casi
todo de su vida. Por ello deseo presentar esta vida para mostrar su
verdadero rostro, como aparece en la historia, en sus escritos, en su
teología y en su espiritualidad. Pues Antonio, el "doctor evangélico", tiene
mucho que decirnos a los cristianos de hoy. En él encontramos una palabra
llena de gracia, proclamada a viva voz con la fuerza del evangelio, dirigida
a todos con el deseo de regenerar la vida cristiana, "porque la palabra es
semilla fecunda". El Papa Pío XII, en su bula Exulta, Lusitania felix,
escribe: "El que recorra atentamente sus Sermones, descubrirá en Antonio un
exégeta experto en la interpretación de las Escrituras... Y, puesto que
Antonio tenía el hábito de confirmar sus palabras con pasajes y sentencias
del Evangelio, con todo derecho merece el título de Doctor evangélico". Es
la confirmación de lo que ya en vida de Antonio dijo el Papa Gregorio IX, al
llamarle: "Arca del Testamento, en la que reposan las tablas de la Ley y los
tesoros de la Sabiduría".
Por ello, como decía Juan Pablo II, durante su visita al santuario de Padua
en 1982: "Los tiempos cambian, pero los principios fundamentales permanecen
inmutables. Es urgente anunciar al hombre de hoy el kerigma de la salvación
inalterado en su contenido, y el sacramento de la reconciliación". Es el
"binomio evangélico" de la predicación de Antonio. Ya Tomás Gallo, prior del
monasterio de Vercelli, dio este testimonio de él: "San Antonio, con el que
he tenido encuentros familiares, había penetrado los arcanos de la teología
mística. Y, a ejemplo de Juan Bautista, que era 'una luz ardiente y
brillante' (Jn 5,35), ardía con un fuego cuyo ardor iluminaba". Y en el
mensaje de Juan Pablo II en el VII Centenario del nacimiento de San Antonio
escribe:
Es necesario redescubrir con devoción sincera la persona de san Antonio,
estudiar su camino espiritual, saber comprender sus virtudes y escuchar
dócilmente el mensaje que brota de su vida... Toda su predicación fue un
anuncio continuo e incansable del Evangelio sin glosa. Anuncio verdadero,
intrépido, límpido. La predicación era su modo de encender la fe en las
almas, de purificarlas, consolarlas e iluminarlas. Construyó su vida en
Cristo. En efecto, enseñó de modo eminente a hacer de Cristo y del Evangelio
un punto de referencia constante en la vida diaria... De la sed de Dios y
del anhelo de Cristo nace la teología que, para Antonio, era irradiación del
amor a Cristo... Espero que toda la Iglesia conozca cada vez mejor el
testimonio, el mensaje, la sabiduría y el ardor misionero de un discípulo
tan grande de Cristo y del Poverello de Asís. Su predicación, sus escritos
y, sobre todo, su santidad de vida, ofrecen también a los hombres de nuestro
tiempo indicaciones muy vivas y estimulantes sobre el compromiso necesario
para la evangelización. Hoy, como entonces, urge una catequesis renovada,
fundada en la palabra de Dios, especialmente en los Evangelios, para hacer
comprender nuevamente al mundo cristiano el valor de la revelación y de la
fe. La comunidad de los creyentes debe renovar siempre su conciencia de la
perenne actualidad del Evangelio, reconociendo que, a través de su
predicación, la figura del Verbo encarnado reaparece ante nosotros, como
sucedió en la predicación de san Antonio, auténtica, actual, cercana a
nuestra historia, rica en gracia y capaz de suscitar una intensa efusión de
caridad sobrenatural en los corazones.
1. NI SANTO, NI ANTONIO, NI DE PADUA 9
Antonio, en su corta vida, en fidelidad sin reservas al Evangelio, supo
poner por obra las orientaciones del Concilio IV de Letrán. En ello es un
modelo para nosotros, llamados a llevar a las parroquias la renovación del
Vaticano II. Tras la estela de Antonio podemos adentrarnos con su amor a la
Escritura, para salir al mundo con esa Palabra hecha carne en nosotros y
darla en las catequesis populares, para arrancar a los hombres del mundo
estrecho y reducido de su vida, encaminándoles hacia la vida eterna,
mediante el anuncio de la conversión a Cristo. Como dice él mismo: "El
predicador riega el espíritu de los fieles con el agua de la palabra que
salta hasta la vida eterna (Jn 4,4)". Juan Pablo II afirma la actualidad de
san Antonio:
Antonio, durante todo el arco de su existencia terrena fue un hombre
evangélico; y si lo veneramos como tal es porque creemos que en él se ha
posado con una efusión particular el mismo Espíritu del Señor,
enriqueciéndolo con sus dones admirables y moviéndole "desde dentro" a
emprender una actividad tal que, siendo de gran intensidad en los cuarenta
años de su vida, lejos de haberse agotado en el tiempo, continúa también
vigorosa y providencial aun hoy en nuestros días.
Antonio es, ante todo, hombre de oración, franciscano que vive en humildad y
pobreza, en obediencia y castidad, estudioso apasionado de la Escritura y de
los Padres, infatigable predicador. Evangelizador itinerante, no duda en
marchar, primero, de Lisboa a Marruecos y, luego, todo el norte de Italia y
el sur de Francia conocen la medida de sus sandalias. Con su testimonio vivo
del Evangelio y de la fe en Cristo, nos invita a vivir "en la unidad de la
Iglesia, asamblea de los fieles". Pero también nos dice que los verdaderos
fieles son "los pobres de espíritu", los que "como la paloma, hacen su nido
en el agujero de la roca, ocultándose en el costado abierto de Cristo. Sus
cantos y melodía son las lágrimas y suspiros; y con las alas de la humildad
y de la paciencia vuelan hacia la realidades celestes".
La principal fuente de información sobre la vida y el mensaje de Antonio de
Padua son sus propios escritos: Sermones para los domingos y las fiestas de
los santos. Estos escritos, compuestos en Padua al final de su vida, no
contienen indicaciones autobiográficas, pero nos revelan su profundo
conocimiento y amor a la Escritura, su gran cultura teológica y de las
ciencias, su carácter y personalidad dotada de una gran sensibilidad y de
una fe firme, capaz de entusiasmos y de impulsos místicos. Los sermones
reflejan su pensamiento y su persona. La imagen de Antonio, dibujada por su
misma pluma, al darnos su vivencia personal de la Palabra de Dios, nos
llevará a amarle más y mejor, al encontrar en él un camino de conversión a
Dios. En el prólogo nos señala el espíritu y los deseos con que los escribe:
"Así, pues, para gloria de Dios, edificación de las almas y, a fin de que
quienes lo lean o lo oigan, hallen consuelo en entender la Sagrada
Escritura, echando mano de ambos Testamentos, he compuesto estos Sermones
con temor y pudor, sintiéndome incapaz de asumir una tarea tan grande; lo he
hecho instado por las oraciones y el afecto de los hermanos... He formado
una especie de cuadriga, para que por ella pueda el alma elevarse, como
Elías, de las cosas de la tierra y ser arrebatada al cielo, llevando ya aquí
vida celestial. Y como la carroza tiene cuatro ruedas, de igual manera esta
palabra se compone de cuatro elementos, relacionados entre sí: los
evangelios de los domingos, las historias del Antiguo Testamento, según se
leen en la Iglesia, los introitos y las epístolas de la misa dominical. He
reunido estos temas relacionándolos entre sí según la gracia que Dios me ha
concedido y mi pobre y limitada capacidad. Procedo como Rut, la moabita, en
el campo de Booz: voy detrás de los segadores, tímido y avergonzado,
recogiendo las espigas caídas".
De ellos dice Juan Pablo II: "los escritos de san Antonio, tan ricos en
doctrina bíblica, y en los que abundan las exhortaciones espirituales y
morales, son también un modelo y una guía para la predicación. Entre otras
cosas, muestran ampliamente hasta qué punto la enseñanza homilética, en la
celebración litúrgica, puede hacer experimentar a los fieles la presencia
operante de Cristo, que sigue anunciando el Evangelio a su pueblo para
obtener su respuesta en la oración y en el canto (Cf SC 33)".
En los Sermones, Antonio nos ha dibujado la realidad viva de su tiempo.
Ciencia, arte, costumbres, ambiciones, pasiones y vicios, en suma, la vida
de los hombres pasan como en una película ante nosotros. Pero hay en ellos
algo más: el amor apasionado de Antonio a los hombres, penetrado por el amor
de Dios, que no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva.
La palabra de Antonio, recia y, a veces, ásperamente profética, siempre
cálida y misericordiosa, es la voz de Dios en busca del hombre. Antonio
actúa con el Espíritu de Cristo y, con Cristo, lleva a los hombres al
encuentro con el Padre. Y este abrazo del pecador con el perdón del Padre se
da en la Iglesia, en los sacramentos de la Reconcicialicón y de la
Eucaristía. Cristo se halla vivo en la Iglesia. Cristo es cabeza viviente de
la Iglesia, su esposa amada. Con amor de Esposo sigue hablando a la Iglesia
en su Evangelio. Antonio se nutrió de la Escritura y vivió para la Iglesia.
Es lo que nos transmiten sus Sermones. Por ello tiene actualidad hoy y la
tendrá siempre. En él podemos hallar lo que el Concilio Vaticano nos dice:
La Iglesia introdujo en el ciclo anual el recuerdo de los mártires y de los
demás santos, que, llegados a la perfección por la multiforme gracia de
Dios, y habiendo ya alcanzado la salvación eterna, cantan la perfecta
alabanza a Dios en el cielo e interceden por nosotros. Porque, al celebrar
el tránsito de los santos de este mundo al cielo, la Iglesia proclama el
misterio pascual cumplido en ellos, que sufrieron y fueron glorificados en
Cristo, propone a sus fieles sus ejemplos, los cuales atraen a todos por
Cristo al Padre y por los méritos de los mismos implora los beneficios
divinos. (SC 104).
Además de los Sermones contamos con las biografías cercanas a los
acontecimientos, como la Assidua o Vita prima, escrita a los pocos meses de
su muerte, y la Vita secunda. La Assidua, punto de referencia de las demás
biografías de San Antonio, fue escrita el año mismo de la canonización, en
1232. Su autor, que dejó anónimo su escrito, aprovechó la presencia en el
acto de canonización de quienes habían conocido y tratado a Antonio para
recoger personalmente los testimonios de dichos testigos, entre otros del
obispo de Lisboa, Soeiro Viegas II. La Vita secunda escrita por fray
Giuliano da Spira antes del año 1239, presenta a Antonio como "insigne por
su doctrina y santidad". La Rigaldina, escrita por el franciscano Juan
Rigauld, natural de Limoges y Ministro Provincial en 1298, llena el vacío de
la Assidua en lo referente a la actividad apostólica de Antonio en tierras
de Francia. En cambio las otras, más tardías, son un canto a la gloria de
Antonio, y están recargadas de relatos maravillosos. Junto a estos escritos
contamos con la variada e innumerable iconografía. "Resulta difícil, dice
Juan Pablo II, encontrar una ciudad o un pueblo, donde no haya por lo menos
un altar o una imagen de San Antonio: su efigie serena ilumina con suave
sonrisa millones de casas cristianas, en las que la fe alimenta por medio de
él la esperanza en la Providencia del Padre celestial". Giotto, Donatello,
Rubens, Van Dick, Murillo, Tiépolo, el Greco, Carreó, Goya..., y un sin
número de artistas nos han transmitido su figura y sus obras en la pintura,
escultura, bajorelieves... Las primeras, que se remontan al siglo XIII, las
menos idealizadas, nos le muestran más bien bajo, fuerte y corpulento. La
imagen más antigua y la más cercana a la realidad le representa con el libro
en las manos, símbolo de su ciencia, de su predicación y de su enseñanza.
Antonio, "figura carismática, universalmente venerada e invocada", como dice
Juan Pablo II "supo hablar con el mismo lenguaje de sus oyentes, logrando
transmitir con eficacia los contenidos de la fe y de los valores del
Evangelio". Es el Santo de todo el mundo, conocido, amado e invocado
principalmente por el pueblo sencillo, que ve en él el protector de los
pobres. Antonio es un santo, en quien Dios se ha complacido, y en quien
nosotros podemos encontrar lo que encontró Juan Pablo II:
El testimonio de san Antonio fue tan luminoso que en mi peregrinación a su
santuario de Padua, el 2 de septiembre de 1982, también yo quise presentarlo
a la Iglesia, como ya había hecho el papa Pío XII, con el título de hombre
evangélico. En efecto, san Antonio enseñó de modo eminente a hacer de Cristo
y su Evangelio un punto de referencia en la vida diaria y en las opciones
morales, privadas y públicas, sugiriendo a todos que alimenten de esa fuente
su valentía para un anuncio coherente y atractivo del mensaje de la
salvación.
Con este libro uno mis deseos a los del Papa: "Quiera Dios renovar en
nosotros los sentimientos de auténtico fervor en el anuncio de la verdadera
fe, junto con el cuidado atento y diligente de la predicación, el
conocimiento y la estima de la palabra de Dios y la dedicación incesante y
esmerada a la nueva evangelización, ya en los umbrales del tercer milenio
cristiano".