Suavísimo coloquio entre Jesús y Maria; consejos dados a santa Brigida, y cuántos han de aprovechar sus revelaciones.
REVELACIÓN 14

Tu eres Rey de la gloria, dijo la Virgen a su Hijo Jesucristo, tú eres Hijo mío, Señor sobre todos los Señores, tú creaste el cielo y la tierra, y todo lo que hay en ellos. Hágase, pues, todo cuanto deseas, hágase toda tu voluntad. Respondióle Jesucristo: Proverbio antiguo es que lo que se aprende en la juventud, no se olvida en la vejez. Así tú, Madre mía, como desde tan niña aprendiste a hacer mi voluntad y dejar la tuya por mi amor, de ello no te olvidarás jamás, y por eso, dices: Hágase tu voluntad. Eres, querida Madre, como el oro precioso, que se extiende y machaca sobre el duro yunque, porque tú eres afligida en toda las tribulaciones, y la que más padecías en mi Pasión; pues cuando por la vehemencia del dolor mi corazón se partía en la cruz, el tuyo era herido interiormente como con un agudo cuchillo, y de buena gana hubieras querido que te se despedazase, si esta hubiera sido mi voluntad. Y aunque hubieses podido estorbar mi Pasión y salvar mi vida, hubieras preferido conformarte con lo que yo quería, y así has dicho bien: Hágase tu voluntad.

Y vuelta la Virgen a santa Brigida, le dijo: Esposa de mi Hijo, ama a mi Hijo, pues él te ama; honra a sus Santos, que están en su presencia. Son estos innumerables como las estrellas, y su luz y esplendor no tiene comparación con ninguna luz material, pues como la luz del sol difiere de las tinieblas, de la misma suerte, y aún mucho más, difiere la luz de los Santos de la luz del sol. Ten por muy cierto que si los Santos pudieran ser vistos con su luz y claridad, no hubieran ojos que la pudieran sufrir, sino que quedarian ciegos. Luego dijo Jesucristo a la Santa: Esposa mía, conviene que tengas cuatro cosas, a saber: en primer lugar, has de estar preparada para las bodas de mi Divinidad, en las cuales no ha de haber resabio de carne sino un suavísimo deleite espiritual, cual conviene que Dios tenga con el alma casta, de manera que ni amor de hijos ni de padres, ni de bienes temporales te quite de mi amor, porque no te suceda lo que aquellas vírgenes necias, que estaban desapercibidas cuando el Señor las quiso llamar a las bodas y así fueron excluídas. Lo segundo que has de tener, es dar crédito a lo que yo te dijere.

Yo soy la misma verdad, y de mis labios nunca sale sino la verdad, ni nadie puede encontrar en mis palabras otra cosa que la verdad; porque unas veces se han de entender mis palabras espiritualmente, y otras como ellas suenan, y entonces no hay que interpretarlas; porque siempre son verdaderas y nadie puede argüirme de mentira. Lo tercero, has de ser obediente, y ninguna parte de tu cuerpo ha de quedar sin castigo de lo que pecó, porque aunque soy misericordioso también soy justiciero. Por tanto has de obedecer a tus superiores con humildad y alegría, de tal suerte que no hagas nada contra la obediencia, aunque sea buena, y seguir la de tu superior, por obediencia, a no ser que sea contra la salvación del alma, o contra la razón natural. Lo cuarto, has de ser humilde, porque estás ligada en matrimonio espiritual: debes, pues, ser humilde y muy recatada al llegar tu esposo.

Tu esclava ha de tener moderación y refrenarse; esto es, tu cuerpo ha de ser abstinente y bien regido, y con esto a muchos les serás de provecho espiritual; porque como se ingiere una púa en un tronco, y con ella comienza el tronco a florecer, así tú has de florecer y fructificar con mi gracia, que será tanta, que te embriagará, y con ella darás particular contento a todos los cortesanos del cielo. No desconfíes de mi bondad, porque como Zacarias e Isabel recibieron interiormente inefable gozo con la promesa que el ángel les hizo del hijo que habían de tener, así tú te regocijarás, y otros muchos, de la gracia y merced que quiero hacerte. A Zacarías y a Isabel les habló un ángel, pero a ti háblote yo, que soy Señor y Creador de los ángeles y tuyo. Ellos me dieron un hijo, que fué mi especial amigo Juan, y tú quiero que me des muchos hijos, no carnales, sino espirituales. En verdad, te digo, que san Juan era como una caña llena de dulzura y de miel, porque en su boca no entró nunca palabra vana ni torpe, ni tomó más de lo muy necesario para la vida, y por esto y por otras cosas bien puede llamarse ángel y virgen.