Oh María, Madre y Virgen de las vírgenes, dice santa Inés a nuestra Señora; con muy justa razón puedes llamarte aurora alumbrada por el verdadero sol Jesucristo. Mas no te llamo aurora por tu prosapia real, ni por riquezas y honores, sino por tu humildad, por la luz de tu fe y por tu singular voto de castidad. Tú eres la que anuncia y engendra al verdadero sol; tú eres la alegría de los justos; tú eres la que ahuyentas los demonios; tú el consuelo de los pecadores. Ruégote, pues, por aquellas bodas que a estas horas celebró Dios contigo, que esta tu hija pueda ser estable en honrar y amar a tu Hijo.
Declara por esta que nos oye, dijo la Virgen, cómo entiendes esas bodas.
Tú, Señora, dijo santa Inés, juntamente eres Madre, Virgen y esposa, porque a esta hora se celebraron en ti las bodas con gran solemnidad, cuando Dios se hizo hombre en tus entrañas, sin confusión ni diminución de su divinidad. También se juntaron en ti el ser Virgen y Madre sin lesión de tu virginidad, y a un mismo tiempo fuiste Madre e hija de tu Creador. Tal día como hoy engendraste temporalmente al que siendo desde la eternidad engendrado por el Padre, hizo con él todas las cosas. Pues el Espíritu Santo estuvo en ti, y fuera de ti, y a tu alrededor, y fué el que obró el misterio de la Encarnación, cuando diste tu consentimiento al mensajero de Dios; y el mismo Hijo de Dios que nació de ti, ya estaba contigo antes que llegara a ti su mensajero.
Por tanto, señora, te ruego tengas misericordia de esta tu hija que nos oye, que es como una pobre que vivía en una alquería al pie de un monte, la cual amó tanto al señor que habitaba en el monte, que lo poco que tenía, como una gallina o un ánade, lo ofrecía por amor al señor del monte, y éste le dijo: Tengo abundancia de todas las cosas y no necesito nada tuyo; pero quizá me ofreces lo poco para que yo te dé mayor retribución. No, señor, contestó la pobre; no os lo ofrezco por eso, ni porque tengáis necesidad de ello, sino porque me habéis dejado vivir a la ladera de vuestro monte, en vuestra compañía; y siendo yo tan pobre habéis querido que me honren vuestros criados, y así os ofrezco esto poco que me sirve de consuelo, para que veáis que si yo pudiese haría cosas mayores, y para no ser ingrata a vuestros beneficios. Pues me amas tanto, le dijo el señor, quiero que dejes el valle y ladera del monte y te subas a lo alto de él conmigo, y a ti y a todos los tuyos os daré con que os sustentéis. Lo mismo ha hecho esta tu hija; por amor tuyo dejó lo poco que tenía, que era el amor del mundo y de sus hijos. A tu piedad corresponde ahora mirar por ella.
Hija, persevera en lo comenzado, dijo la Virgen a santa Brígida, que yo rogaré a mi Hijo, el cual te proveerá de todo lo necesario y te subirá consigo al monte, donde le sirven millares de millares de ángeles; pues si se contaran todos los hombres nacidos desde Adán hasta el último que ha de nacer al acabarse el mundo, resultaría que para cada hombre se podrían contar más de diez ángeles. El mundo es como una olla: el fuego y la ceniza que están debajo de ella son los amigos del mundo; pero los amigos de Dios son la comida regalada que está dentro de la olla. Luego cuando estuviere dispuesta la mesa se le presentará al Señor ese grato manjar, y se deleitará con él; la olla se romperá; pero nunca se apagará el fuego.
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