¿Te cuesta entender lo que pasa en la Misa? Te lo
explicamos de forma sencilla (Parte 2: Liturgia de la Eucaristía)
Explicación sencilla parte 1
P. Juan José Paniagua
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Liturgia de la Eucaristía
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Cuando alguien quiere mostrarte su afecto y amistad, es
común que te invite a su casa. Y hay dos hechos importantes
que suceden: la conversación y la comida.
En la celebración de la misa es Jesús quien nos
invita a participar de su amistad, en la que
también encontramos estos dos momentos importantes: la
conversación, que es cuando Jesús nos habla a través de su
Palabra y nosotros le respondemos con nuestras oraciones; y
la comida, cuando Jesús nos ofrece el banquete de la
Eucaristía, nos da su Cuerpo y su Sangre.
La liturgia de la Eucaristía es la parte más importante de
la Misa. Esta tiene tres partes: El rito de las ofrendas, la
Gran Plegaria Eucarística (es el núcleo de toda la
celebración, es una plegaria de acción de gracias en la que
actualizamos la muerte y resurrección de Jesús) y el rito de
comunión. ¡Esperamos que esta explicación les sea de mucha
utilidad en su apostolado!
Presentación de dones:
Es el momento en el cual se lleva al altar el pan y el vino,
dos alimentos muy sencillos, que el sacerdote ofrecerá a
Dios para que Cristo se haga presente en la Eucaristía.
La sencillez de estos alimentos nos recuerda al niño que le
llevó a Jesús sus ofrendas, cinco panes y dos peces. Era
todo lo que tenía, pero esa pequeñez, puesta en las manos de
Jesús, se convirtió en abundancia y alcanzó para alimentar a
una multitud inmensa e incluso sobró.
Así nuestras sencillas ofrendas de pan y vino,
puestas en las manos del Señor, también se convertirán en
abundancia, en lo más grande, en el Cuerpo y la Sangre de
Cristo para alimentar a una gran multitud que está
hambrienta de Dios.
En cada misa, ¡nosotros somos esa multitud! Junto a este pan
y vino, le presentamos también a Dios, de manera simbólica,
algo de nosotros mismos. Le ofrecemos nuestros esfuerzos,
sacrificios, alegrías y dolores. Le ofrecemos nuestra
fragilidad para que Él haga obras grandes con nosotros. Para
que cuando Dios convierta el pan y el vino en el Cuerpo y al
Sangre, también nos convierta a nosotros, nos haga mejores,
más semejantes a Él.
Oración secreta:
Terminada la presentación de dones, el sacerdote se inclina
ante el altar y dice una oración secreta. Es secreta pero no
en el sentido que nadie la pueda conocer, sino en que la
dice en voz baja. Son varios los momentos en los que el
sacerdote dice una oración secreta.
En esta ocasión dice: “Acepta, Señor, nuestro corazón
contrito y nuestro espíritu humilde; que éste sea hoy
nuestro sacrificio y que sea agradable en tu presencia,
Señor, Dios nuestro”.
Es un momento importante
porque manifiesta que cuando el sacerdote celebra la misa,
está rezando, no simplemente repite gestos mecánicos, sino
está dialogando con Dios.
Prefacio:
Esta palabra viene de dos palabras en latín: pre – factum,
que significa literalmente “antes del hecho”. Y se llama así
porque está justamente antes del hecho más importante de
toda la misa: la plegaria eucarística, que son todas las
oraciones que rodean el momento de la consagración.
En el prefacio hay un diálogo con el sacerdote, que siempre
dice: “Levantemos el corazón. Lo tenemos levantado hacia el
Señor”. Es que en el prefacio hemos dado gracias a Dios,
hemos reconocido sus obras de amor y lo alabamos. Todo esto
verdaderamente eleva nuestro corazón.
Esa es la actitud interior a la que la liturgia nos
conduce, elevar el corazón para estar listos para el momento
más importante: cuando Cristo se haga presente con su Cuerpo
y su Sangre. Por eso el Papa Benedicto decía:
“Debemos elevar nuestro corazón al Señor no sólo como una
respuesta ritual, sino como expresión de lo que sucede en
este corazón que se eleva y arrastra hacia arriba a los
demás”.
Santo:
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El prefacio termina con este canto de alabanza a Dios. La letra está tomada
totalmente de las Sagradas Escrituras.
La primera parte, es un canto que hemos aprendido del coro de los ángeles,
que el profeta Isaías oyó que le cantaban a Dios junto a su trono. El tres
veces santo repetido, nos recuerda las tres personas divinas de la Santa
Trinidad.
Y la segunda parte es la aclamación que le dicen a Jesús cuando está
entrando montado en un burrito a Jerusalén el domingo de Ramos: “¡Bendito el
que viene en nombre del Señor, hossana!” Estaban felices aclamando Jesús, el
rey esperado, que entraba a su ciudad.
Nosotros en la misa también aclamamos a Cristo que está a las
puertas de hacerse presente ante nosotros. Por eso podemos decir que el
santo, es un canto de hombres y ángeles, que nos unimos para alabar a Dios.
Epíclesis:
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Es el momento en el cual se invoca al Espíritu Santo para que
santifique las ofrendas de pan y vino que hemos presentado. Por eso
en ese momento el sacerdote extiende e impone las dos manos sobre las
ofrendas.
Así como el Espíritu Santo descendió sobre la Virgen María para que
concibiera e hiciera presente a Jesús en su seno, ahora invocamos al
Espíritu Santo para que descienda sobre estos dones y también haga presente
a Cristo entre nosotros.
Relato de la institución y consagración:
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Hemos llegado al corazón de la plegaria eucarística, al momento más
importante de la misa. Siguiendo el mandato que Jesús le dijo a sus
apóstoles: “Hagan esto en memoria mía”, el sacerdote, actuando en la persona
misma de Cristo, pronuncia las palabras de la institución de la Eucaristía,
las mismas que Jesús pronunció el día de la Última Cena.
Y esas
palabras tienen el poder de transformar la realidad. Así
como cuando Dios dijo: “que se haga la tierra”, y la tierra se hizo.
Cuando Jesús le dijo al paralítico: “toma tu camilla, levántate y anda” y el
paralítico que nunca había podido caminar, se puso de pie y empezó a
caminar. O cuando le dijo a su amigo Lázaro que llevaba 3 días en la
tumba:“¡Lázaro sal fuera!” y Lázaro volvió a la vida y salió de la tumba.
Así como Dios, cuando pronuncia su Palabra, la Creación le obedece, en la
misa, cuando Dios pronuncia su Palabra a través del sacerdote: “tomen y
coman que esto es mi cuerpo…”, “tomen y beban que esto es mi sangre…”, su
Palabra, que es eficaz, transforma la realidad y las ofrendas de pan y vino
dejan de serlo y se convierten realmente, en el cuerpo y la sangre del Señor
Jesús. Verdaderamente Cristo, en su cuerpo, sangre, alma y
divinidad.
Padre nuestro:
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Antes de recibir la comunión, la Iglesia nos invita a rezar la oración que
Cristo nos enseñó. San Cipriano decía: “¿Qué oración podría escuchar el
Padre más gustosamente que aquella en la que escucha la voz de su Hijo
único, de Jesucristo?”.
Cuando rezamos el Padre nuestro, el Padre reconoce la voz de su
Unigénito en nosotros. Y es así, porque cuando rezamos el Padre
nuestro, estamos rezando no con nuestras palabras, sino con las palabras de
Dios, con las mismas palabras con las que Jesucristo nos enseñó a rezar.
La oración no es Padre mío, sino nuestro. Es una invitación al amor entre
nosotros, a la fraternidad, a la hermandad, a la reconciliación. El Papa
Francisco lo ha dicho muy claramente: “Esta es una oración que no se puede
rezar con enemigos en el corazón, con rencores con el otro”. Es una
oración que prepara nuestro corazón, porque nos invita a la comunión.
Comunión:
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Cuántas veces hemos dicho: ¡me muero de hambre! Tanto así nuestro cuerpo
rechaza la experiencia de tener el estómago vacío, que nos expresamos así.
Pero tenemos un hambre más profundo aún. El hambre de Dios. Cristo se hace
alimento, porque no quiere dejarnos vacíos, Él ha venido a traernos vida y
vida en abundancia.
Es el momento de la comunión. Es cuando el sacerdote se acerca a distribuir
el alimento de la Eucaristía. Se le llama también comunión porque al recibir
el cuerpo de Cristo, entramos en una íntima y profunda común – unión con Él.
Cuando alguien come algo, eso que ha comido se convierte en parte de tu
cuerpo y se hace uno contigo y ya nadie lo puede separar.
Cuando recibimos el Cuerpo de Cristo, con este alimento sucede algo
distinto, no sólo se vuelve parte de nosotros, sino sobre todo nosotros nos
volvemos en aquello que comemos, nos Cristificamos, nos hacemos más como el
Señor. Este es el verdadero alimento, el alimento de vida eterna,
que quien lo reciba, vivirá para siempre.
Bendición final y despedida:
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La misa termina como la empezamos, con la señal de la cruz. Podemos
ir en paz, porque hemos visto a Dios, nos hemos encontrado con Él y estamos
renovados para seguir en la misión que Dios nos encarga. Al
terminar la misa el sacerdote nos da la bendición final.
La palabra bendición viene de dos palabras: bien y decir. Decir bien de
alguien. Generalmente cuando alguien nos halaga, eso no nos hace ni mejores
ni peores personas. Pero cuando Dios dice bien de nosotros, su Palabra sí
nos hace distintos, nos da esa gracia para librar el buen combate de la fe.
Así termina la misa y estamos listos para seguir adelante con nuestra vida
cristiana.
Artículo publicado
originalmente por Catholic Link