No entiendo la Misa
Lea con calma y entenderá
La Santa Misa es la celebración dentro de la cual se lleva a cabo el
sacramento de la Eucaristía. Su origen se remonta a los primeros tiempos de
la Iglesia, en donde los apóstoles y los primeros discípulos se reunían el
primer día de la semana, recordando la Resurrección de Cristo, para estudiar
las Escrituras y compartir el pan de la Eucaristía.
La Santa Misa es una reunión del Pueblo de Dios y es el medio de
santificación más perfecto, pues en él conocemos a Dios y nos unimos a
Jesucristo y a toda la Iglesia en su labor santificadora.
Durante la misa nosotros participamos estrechamente en la vida y misterio de
Jesucristo, por Él, con Él y en Él, ofreciendo nuestras obras, ofreciéndonos
nosotros mismos, pidiendo perdón por nuestros pecados y, con esto,
alcanzamos gracias para toda la Iglesia, reparamos las ofensas de otros y
rendimos una alabanza de valor infinito porque lo hacemos por medio de
Jesucristo.
El hombre con frecuencia tiene poco tiempo para dedicarse a las cosas de
Dios. Tiene poco tiempo para conocerlo y entenderlo. La Iglesia, consciente
de este problema y sabiendo que si sus miembros no conocen a Dios no podrá
cumplir con la misión que le ha sido encomendada, ha querido asegurar que se
le dedique un tiempo a la semana a este conocimiento de las cosas de Dios y
ha dado un mandamiento: Oír misa entera los domingos y días de precepto.
Con este mandamiento, la Iglesia asegura que sus miembros conozcan los
lineamientos del Fundador y de esta manera "no perderán el estilo", no
olvidarán su fin último y se esforzarán por cumplir su labor personal dentro
de la Iglesia.
Para disfrutar y aprovechar la Misa, es importante conocer el significado de
cada una de sus partes.
Partes de la misa y su significado
La misa se divide en dos partes principales:
la liturgia de la Palabra
y la liturgia eucarística.
La liturgia de la Palabra
Es con la que inicia la Misa y consta de tres partes principales: las
lecturas, la homilía y la oración de los fieles. En la primera parte de la
misa, la liturgia de la palabra, conocemos los pensamientos y líneas de
acción de Dios, escuchando su Palabra tomada de la Sagrada Escritura. Es el
mismo Dios quien nos habla de una manera personal y con un mensaje
específico para cada uno a través de las lecturas, el Evangelio y la
homilía. Es Cristo mismo el que nos marca el camino a seguir por medio de su
palabra y ejemplo.
La primera lectura
Se toma generalmente del Antiguo Testamento o de los Hechos de los Apóstoles
y nos sirve para entender muchas de las cosas que hizo Jesús. Es importante
escucharla con atención, pues Dios mismo nos está hablando. De acuerdo a la
simbología propia de la misa, esta actitud interna de escucha atenta, se
demuestra con la postura externa: el pueblo permanece sentado y mirando
hacia el frente. Después de la primera lectura se lee o canta un salmo
tomado del Libro de los Salmos del Rey David con el que alabamos a Dios.
La segunda lectura
Se toma del Nuevo Testamento, de las cartas que escribieron los primeros
apóstoles. Esta segunda lectura nos sirve para conocer cómo vivían los
primeros cristianos y cómo explicaban a los demás las enseñanzas de Jesús.
Esto nos ayuda a conocer y entender mejor lo que Jesús nos enseñó. También
nos ayuda a entender muchas tradiciones de la Iglesia. La actitud interna y
la postura externa son las mismas que en la primera lectura. Después de la
segunda lectura se canta el Aleluya, que es un canto alegre que recuerda la
Resurrección.
El Evangelio
Se toma de alguno de los cuatro Evangelios de acuerdo con el ciclo litúrgico
y narra una pequeña parte de la vida o las enseñanzas de Jesús. Es aquí
donde podemos conocer cómo era Jesús, qué sentía, qué hacía, cómo enseñaba,
qué nos quiere transmitir. Esta lectura la hace el sacerdote o el diácono.
El pueblo se pone de pie, demostrando una actitud interna de escucha atenta
y respeto hacia Jesucristo, la Palabra viva de Dios.
La homilía
En este momento de la Misa, el sacerdote explica el significado de las tres
lecturas y su aplicación en nuestras vidas. Nos exhorta a acoger esta
palabra como lo que es: Palabra de Dios y a ponerla en práctica. El pueblo
escucha la homilía sentado, demostrando una actitud interna de atención a
las palabras del sacerdote.
La oración de los fieles
En este momento nos ponemos de pie, con la actitud interna de súplica al
Padre y nos unimos a todas las personas que están en Misa para pedir juntos
y en voz alta a Dios por cosas que nos interesan a todos: el Papa, los
enfermos, las familias, los pobres, la paz del mundo, los gobernantes, etc.
Debemos aprovechar ese momento para pedirle a Dios interiormente también por
aquello que nosotros en particular necesitamos.
Dios verdaderamente escucha las peticiones que le hace su pueblo en la
Oración Universal, por lo que debemos participar en ella de una manera
activa, uniéndonos a la oración confiada por las necesidades de todos los
hombres.
El Credo
Después de la oración de los fieles, permanecemos de pie y recitamos juntos
en voz alta la proclamación de nuestros misterios de fe, el resumen de la fe
católica. En ella pronunciamos la palabra "Creo", con la cual demostramos
que hemos escogido libremente, desprendernos de cualquier duda o inquietud
humana, para confiar sólo en Dios y en todo lo que Él nos ha revelado.
La liturgia Eucarística
En la segunda parte de la misa, los miembros de la Iglesia revivimos la
Pasión y Resurrección de Cristo, aunque sin derramamiento de sangre.
El ofertorio
En esta parte de la Misa, se llevan las ofrendas, el pan y el vino al altar
y el sacerdote se las presenta a Dios ofreciéndose las para que se
conviertan en el Cuerpo y Sangre de Cristo. Debemos aprovechar este momento
para ofrecer a Dios nuestra vida, nuestros propósitos e intenciones, nuestro
amor, nuestras cualidades, para que Él las santifique y sirvan para el bien
de la Iglesia. Es el momento de ofrecerle interiormente un nuevo esfuerzo
por alcanzar aquello que me he propuesto espiritual y humanamente.
La consagración
Es el momento más solemne de la Misa; en él ocurre el misterio de la
transformación real del pan y el vino en el Cuerpo y Sangre de Cristo. Dios
se hace presente ante nosotros para que podamos estar muy cerca de Él. Es un
misterio de amor maravilloso que debemos contemplar con el mayor respeto y
devoción. Debemos aprovechar ese momento para adorar a Dios en la
Eucaristía. Hay pocos momentos en la vida en los que tenemos a un personaje
tan importante frente a nosotros, pues el pan y el vino realmente se han
transformado en el Cuerpo y la Sangre de Cristo.
En la consagración, Dios nos vuelve a manifestar su gran amor, ya que
nuevamente acepta el sacrificio de su Hijo por el perdón de nuestros
pecados, para que podamos alcanzar la felicidad. En cada consagración que
hay a lo largo y ancho del mundo, se renueva el sacrificio de la cruz y se
realiza nuestra salvación. En la Eucaristía, Cristo da el mismo Cuerpo y
Sangre que entregó en la cruz por amor a nosotros. El sacrificio de Cristo y
el sacrificio de la Eucaristía son un único sacrificio.
Es una misma víctima, Jesucristo, que se ofreció a sí mismo sobre la cruz y
que ahora se ofrece por el ministerio de los sacerdotes. Durante la
consagración expresamos nuestra fe en la presencia real de Cristo bajo las
especies de pan y de vino, arrodillándonos en señal de adoración al Señor.
La comunión
Ante la grandeza de este sacramento, antes de comulgar, los fieles repetimos
con humildad y con fe ardiente las palabras del centurión: "Señor, yo no soy
digno de que entres a mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme"
(Mt 8,8)
La comunión significa "común unión", pues al acercarnos a comulgar, además
de recibir a Jesús dentro de nosotros, nos unimos a toda la Iglesia, a todos
los cristianos en esa misma alegría y amor. Nunca hay que perder la
oportunidad de comulgar, pues en la comunión recibimos el alimento que nos
dará la vida eterna. Nuestra actitud corporal al momento de recibir la
comunión debe manifestar el respeto, la solemnidad y el gozo de ese momento
en que Cristo se hace nuestro huésped.
Silencio sagrado, bendición y despedida.
Después de la comunión, el sacerdote limpia los objetos sagrados y se guarda
un momento largo de silencio en el que los fieles deben adorar y agradecer
el don de la Eucaristía que acaban de recibir.
Al terminar el silencio, el sacerdote bendice al pueblo y lo despide con las
palabras:
"Podéis ir en paz, la misa ha terminado. Id y anunciad al mundo las
maravillas del Señor"
En este momento el pueblo se pone de pie en actitud de apertura a las
gracias recibidas y de prontitud a cumplir con la misión.
Estas palabras de despedida son el origen de la palabra "misa", pues el
sacerdote envía a los fieles ("missio") a cumplir con su misión de anunciar
al mundo la Buena Nueva de Jesucristo.