Domingo 20 Tiempo Ordinario B: Comentarios de Sabios y Santos II - Preparemos con ellos la Acogida de la Palabra de Dios proclamada en la Misa Dominical
Párrafos del Catecismo de la Iglesia Católica sugeridos por el Directorio Homilético
Aplicación: P. Alfredo Saenz, S.J. - La Eucaristía, sacramento de
la unidad personal
Aplicación: P. Jorge Loring, S.J. - "Mi cuerpo es pan de vida eterna" Jn.
6:51-58
Aplicación: S.S. Benedicto XVI - Yo soy el pan vivo
Aplicación: P. Gustavo Pascual, I.V.E. - La verdadera vida
¿Cómo acoger la Palabra de Dios?
Falta un dedo: Celebrarla
Comentarios a Las Lecturas del Domingo
CEC 1402-1405: la Eucaristía: “anticipación de la gloria futura” CEC
2828-2837: la Eucaristía, nuestro pan cotidiano CEC 1336: el escándalo
VII LA EUCARISTIA, "PIGNUS FUTURAE GLORIAE"
1402 En una antigua oración, la Iglesia aclama el misterio de la Eucaristía:
"O sacrum convivium in quo Christus sumitur. Recolitur memoria passionis
eius; mens impletur gratia et futurae gloriae nobis pignus datur" ("¡Oh
sagrado banquete, en que Cristo es nuestra comida; se celebra el memorial de
su pasión; el alma se llena de gracia, y se nos da la prenda de la gloria
futura!"). Si la Eucaristía es el memorial de la Pascua del Señor y si por
nuestra comunión en el altar somos colmados "de toda bendición celestial y
gracia" (MR, Canon Romano 96: "Supplices te rogamus"), la Eucaristía es
también la anticipación de la gloria celestial.
1403 En la última cena, el Señor mismo atrajo la atención de sus discípulos
hacia el cumplimiento de la Pascua en el reino de Dios: "Y os digo que desde
ahora no beberé de este fruto de la vid hasta el día en que lo beba con
vosotros, de nuevo, en el Reino de mi Padre" (Mt 26,29; cf. Lc 22,18; Mc
14,25). Cada vez que la Iglesia celebra la Eucaristía recuerda esta promesa
y su mirada se dirige hacia "el que viene" (Ap 1,4). En su oración, implora
su venida: "Maran atha" (1 Co 16,22), "Ven, Señor Jesús" (Ap 22,20), "que tu
gracia venga y que este mundo pase" (Didaché 10,6).
1404 La Iglesia sabe que, ya ahora, el Señor viene en su Eucaristía y que
está ahí en medio de nosotros. Sin embargo, esta presencia está velada. Por
eso celebramos la Eucaristía "expectantes beatam spem et adventum Salvatoris
nostri Jesu Christi" ("Mientras esperamos la gloriosa venida de Nuestro
Salvador Jesucristo", Embolismo después del Padre Nuestro; cf Tt 2,13),
pidiendo entrar "en tu reino, donde esperamos gozar todos juntos de la
plenitud eterna de tu gloria; allí enjugarás las lágrimas de nuestros ojos,
porque, al contemplarte como tú eres, Dios nuestro, seremos para siempre
semejantes a ti y cantaremos eternamente tus alabanzas, por Cristo, Señor
Nuestro" (MR, Plegaria Eucarística 3, 128: oración por los difuntos).
1405 De esta gran esperanza, la de los cielos nuevos y la tierra nueva en
los que habitará la justicia (cf 2 P 3,13), no tenemos prenda más segura,
signo más manifiesto que la Eucaristía. En efecto, cada vez que se celebra
este misterio, "se realiza la obra de nuestra redención" (LG 3) y "partimos
un mismo pan que es remedio de inmortalidad, antídoto para no morir, sino
para vivir en Jesucristo para siempre" (S. Ignacio de Antioquía, Eph 20,2).
IV DANOS HOY NUESTRO PAN DE CADA DIA
2828 "Danos": es hermosa la confianza de los hijos que esperan todo de su
Padre. "Hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e
injustos" (Mt 5, 45) y da a todos los vivientes "a su tiempo su alimento"
(Sal 104, 27). Jesús nos enseña esta petición; con ella se glorifica, en
efecto, a nuestro Padre reconociendo hasta qué punto es Bueno más allá de
toda bondad.
2829 Además, "danos" es la expresión de la Alianza: nosotros somos de El y
él de nosotros, para nosotros. Pero este "nosotros" lo reconoce también como
Padre de todos los hombres, y nosotros le pedimos por todos ellos, en
solidaridad con sus necesidades y sus sufrimientos.
2830 "Nuestro pan". El Padre que nos da la vida no puede dejar de darnos el
alimento necesario para ella, todos los bienes convenientes, materiales y
espirituales. En el Sermón de la montaña, Jesús insiste en esta confianza
filial que coopera con la Providencia de nuestro Padre (cf Mt 6, 25-34). No
nos impone ninguna pasividad (cf 2 Ts 3, 6-13) sino que quiere librarnos de
toda inquietud agobiante y de toda preocupación. Así es el abandono filial
de los hijos de Dios:
A los que buscan el Reino y la justicia de Dios, él les promete darles todo
por añadidura. Todo en efecto pertenece a Dios: al que posee a Dios, nada le
falta, si él mismo no falta a Dios. (S. Cipriano, Dom. orat. 21).
2831 Pero la existencia de hombres que padecen hambre por falta de pan
revela otra hondura de esta petición. El drama del hambre en el mundo, llama
a los cristianos que oran en verdad a una responsabilidad efectiva hacia sus
hermanos, tanto en sus conductas personales como en su solidaridad con la
familia humana. Esta petición de la Oración del Señor no puede ser aislada
de las parábolas del pobre Lázaro (cf Lc 16, 19-31) y del juicio final (cf
Mt 25, 31-46).
2832 Como la levadura en la masa, la novedad del Reino debe fermentar la
tierra con el Espíritu de Cristo (cf AA 5). Debe manifestarse por la
instauración de la justicia en las relaciones personales y sociales,
económicas e internacionales, sin olvidar jamás que no hay estructura justa
sin seres humanos que quieran ser justos.
2833 Se trata de "nuestro" pan, "uno" para "muchos": La pobreza de las
Bienaventuranzas entraña compartir los bienes: invita a comunicar y
compartir bienes materiales y espirituales, no por la fuerza sino por amor,
para que la abundancia de unos remedie las necesidades de otros (cf 2 Co 8,
1-15).
2834 "Ora et labora" (cf. San Benito, reg. 20; 48). "Orad como si todo
dependiese de Dios y trabajad como si todo dependiese de vosotros". Después
de realizado nuestro trabajo, el alimento continúa siendo don de nuestro
Padre; es bueno pedírselo, dándole gracias por él. Este es el sentido de la
bendición de la mesa en una familia cristiana.
2835 Esta petición y la responsabilidad que implica sirven además para otra
clase de hambre de la que desfallecen los hombres: "No sólo de pan vive el
hombre, sino que el hombre vive de todo lo que sale de la boca de Dios" (Dt
8, 3; Mt 4, 4), es decir, de su Palabra y de su Espíritu. Los cristianos
deben movilizar todos sus esfuerzos para "anunciar el Evangelio a los
pobres". Hay hambre sobre la tierra, "mas no hambre de pan, ni sed de agua,
sino de oír la Palabra de Dios" (Am 8, 11). Por eso, el sentido
específicamente cristiano de esta cuarta petición se refiere al Pan de Vida:
la Palabra de Dios que se tiene que acoger en la fe, el Cuerpo de Cristo
recibido en la Eucaristía (cf Jn 6, 26-58).
2836 "Hoy" es también una expresión de confianza. El Señor nos lo enseña (cf
Mt 6, 34; Ex 16, 19); no hubiéramos podido inventarlo. Como se trata sobre
todo de su Palabra y del Cuerpo de su Hijo, este "hoy" no es solamente el de
nuestro tiempo mortal: es el Hoy de Dios:
Si recibes el pan cada día, cada día para ti es hoy. Si Jesucristo es para
ti hoy, todos los días resucita para ti. ¿Cómo es eso? 'Tú eres mi Hijo; yo
te he engendrado hoy' (Sal 2, 7). Hoy, es decir, cuando Cristo resucita (San
Ambrosio, sacr. 5, 26).
2837 "De cada día". La palabra griega, "epiousios", no tiene otro sentido en
el Nuevo Testamento. Tomada en un sentido temporal, es una repetición
pedagógica de "hoy" (cf Ex 16, 19-21) para confirmarnos en una confianza
"sin reserva". Tomada en un sentido cualitativo, significa lo necesario a la
vida, y más ampliamente cualquier bien suficiente para la subsistencia (cf 1
Tm 6, 8). Tomada al pie de la letra [epiousios: "lo más esencial"], designa
directamente el Pan de Vida, el Cuerpo de Cristo, "remedio de inmortalidad"
(San Ignacio de Antioquía) sin el cual no tenemos la Vida en nosotros (cf Jn
6, 53-56) Finalmente, ligado a lo que precede, el sentido celestial es
claro: este "día" es el del Señor, el del Festín del Reino, anticipado en la
Eucaristía, en que pregustamos el Reino venidero. Por eso conviene que la
liturgia eucarística se celebre "cada día".
La Eucaristía es nuestro pan cotidiano. La virtud propia de este divino
alimento es una fuerza de unión: nos une al Cuerpo del Salvador y hace de
nosotros sus miembros para que vengamos a ser lo que recibimos... Este pan
cotidiano se encuentra, además, en las lecturas que oís cada día en la
Iglesia, en los himnos que se cantan y que vosotros cantáis. Todo eso es
necesario en nuestra peregrinación (San Agustín, serm. 57, 7, 7).
El Padre del cielo nos exhorta a pedir como hijos del cielo el Pan del cielo
(cf Jn 6, 51). Cristo "mismo es el pan que, sembrado en la Virgen, florecido
en la Carne, amasado en la Pasión, cocido en el Horno del sepulcro,
reservado en la Iglesia, llevado a los altares, suministra cada día a los
fieles un alimento celestial" (San Pedro Crisólogo, serm. 71)
1336 El primer anuncio de la Eucaristía dividió a los discípulos, igual que
el anuncio de la pasión los escandalizó: "Es duro este lenguaje, ¿quién
puede escucharlo?" (Jn 6,60). La Eucaristía y la cruz son piedras de
tropiezo. Es el mismo misterio, y no cesa de ser ocasión de división.
"¿También vosotros queréis marcharos?" (Jn 6,67): esta pregunta del Señor,
resuena a través de las edades, invitación de su amor a descubrir que sólo
él tiene "palabras de vida eterna" (Jn 6,68), y que acoger en la fe el don
de su Eucaristía es acogerlo a él mismo.
Aplicación: P. Alfredo Saenz, S.J. - La Eucaristía, Sacramento
de la Unidad Personal
El evangelio de hoy, tomado del capítulo sexto de San Juan, nos presenta
datos fundamentales de la doctrina del Señor acerca de la Eucaristía. En un
domingo anterior hemos considerado a la Eucaristía como sacrificio, aspecto
al que hoy alude el Señor cuando nos dice: "El pan que yo daré es mi carne
para la vida del mundo"; al dar su vida, muriendo en la cruz, se hizo capaz
de comunicarnos esa misma vida por medio del sacramento. Es el respecto de
la Eucaristía que mira hacia atrás, hacia la Pasión de Cristo, por lo que la
Eucaristía es un verdadero sacrificio. Pero hemos considerado también a la
Eucaristía como prenda de la gloria, cosa que también el Señor nos recuerda
hoy cuando dice: "El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y
yo lo resucitaré en el último día... El que coma de este pan vivirá
eternamente"; el Señor, que es la Vida por antonomasia, al dársenos en
alimento, introduce su vida en nosotros, su vida que es eterna,
participación de la vida misma de Dios. Es el respecto de la Eucaristía que
mira hacia adelante, hacia la gloria, por lo que la Eucaristía tiene
carácter de viático, es decir, de alimento del que está en camino.
Nos detendremos hoy en un tercer aspecto de la Eucaristía. Porque la
Eucaristía no mira sólo hacia el pasado y hacia el futuro. Tiene también un
respecto al presente, en el cual realiza uno de sus efectos específicos, la
comunión, la unión con Cristo. Hoy nos une personalmente con Cristo. Nos
hace entrar en comunión con Cristo. "El cáliz de bendición que bendecimos
¿no es la comunión de la sangre de Cristo? —dice San Pablo—. Y el pan que
partimos ¿no es la participación del cuerpo del Señor?".
Nosotros estamos formados de cuerpo y alma. Pues bien, en la Eucaristía
tanto nuestra alma como nuestro cuerpo se unen estrechamente a Cristo.
Nuestra alma por la fe; nuestro cuerpo por la comunión sacramental. La unión
es total, de todo nuestro ser, que se hace uno con Cristo. Así como la
levadura que penetra en la masa la asimila por completo, de manera semejante
Cristo, al introducirse en nuestro interior, lo cambia y lo transforma todo
en su propia sustancia. Ponderemos, amados hermanos, el privilegio que tal
cosa significa. Cristo quiere hacerse una cosa con nosotros. Quiere bajar de
nuevo a la tierra, encarnarse en cada uno de nosotros, mezclarse con cada
uno de nosotros. Quiere identificarse, entretejerse conmigo. No tolera que
en adelante haya nada que se interponga entre El y yo.
Al comulgar, el cuerpo de Cristo, la sangre de Cristo, el alma de Cristo, la
inteligencia y la voluntad de Cristo, se vuelven, en cierto modo, cuerpo,
sangre, alma, inteligencia y voluntad nuestra. Cristo se entraña en
nosotros, se derrama por todas nuestras articulaciones, como si se tratase
de una transfusión de sangre, ocupa lo más íntimo de nuestro ser. Nos
hacemos, así, carne de su carne y sangre de su sangre. La fe debería
hacernos sentir en nosotros el fluir de su sangre, el palpitar de su corazón
y el aliento de su alma.
Los Padres griegos decían que por la Eucaristía nos hacíamos "concorpóreos"
con Cristo. Concorpóreos y consanguíneos. Uno de ellos, San Cirilo de
Jerusalén, escribió: "En la figura del pan te da su Cuerpo, y en la figura
del vino su Sangre, para que por esta comunión del Cuerpo y de la Sangre de
Cristo te hagas concorpóreo y consanguíneo con El. Nos hacemos
cristóforos—es decir, portadores, de Cristo— porque su Cuerpo y su Sangre se
difunden por nuestros miembros".
No sé si ustedes se habrán preguntado alguna vez por qué razón Cristo nos
habrá dejado la Eucaristía bajo forma de alimento, como El mismo no lo dice
hoy: "Mi carne es una verdadera comida, y mi sangre una verdadera bebida".
Según la ley general de los sacramentos, a cada simbolismo ha de
corresponder un efecto propio. Quiere esto decir, en nuestro caso, que la
Eucaristía debe producir algún efecto misteriosamente semejante al que se
realiza cuando alguien come un alimento. En el plano natural, un hombre que
come, asimila el alimento y lo incorpora a su cuerpo, a su propia sustancia.
Así sucede en la Eucaristía, donde al comer a Cristo, lo asimilamos a
nosotros. Pero debemos agregar que aquí sucede algo original, merced a lo
cual los papeles se invierten, aun cuando el efecto sea admirablemente
semejante. Aquí el alimento es muy especial, no es igual al alimento común,
sino infinitamente superior al que lo come, y por consiguiente el poder de
asimilación está en Cristo, quien es en cierto modo el que nos comulga, nos
asimila y nos incorpora a El. San Agustín pone esta expresión en boca de
Cristo: "No eres tú el que me convertirás a ti, como haces con el alimento
de tu cuerpo, sino que soy yo quien te convertiré a mí". Recibiendo, pues, a
Cristo, nos convertimos en lo que El es. Las dos cosas son verdaderas.
Cuando recibo la Eucaristía, yo lo asimilo a Cristo y Cristo me asimila a
mí. Cobran aquí todo su vigor las palabras del Señor que consigna el
evangelio: "El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en
él". O sea que hay una especie de mutua comunión: nosotros comulgamos a
Cristo, y lo hacemos sustancia nuestra; y Cristo nos comulga a nosotros, y
nos deifica.
"Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene vida, vivo por el
Padre —dice más adelante el Señor—, de la misma manera, el que me come
vivirá por mí". Así es, en verdad, porque el que come a Cristo comienza a
vivir una vida divinizada, como el sarmiento que vive de la vid, de la savia
del tronco. La unión eucarística implica un intercambio vital. Entre Cristo
y el que comulga se establece una comunidad de pensamiento, de voluntad, e
incluso de sentimientos. Pero Cristo no se impregna de ninguno de los
defectos humanos; al contrario, comunica su gloria a la debilidad del
hombre. El que comulga queda enraizado en la vida gloriosa de Cristo
resucitado.
Como puede verse, la Eucaristía realiza lo más sublime que es dable soñar en
la tierra: la unión con Dios en Cristo Jesús. Por eso es el sacramento de la
perfección, el sacramento que lleva a su plenitud la vida del alma, el
sacramento de la vida mística. Gracias a la Eucaristía, el alma reposa en el
Señor, en El se deleita, y en cierta manera se embriaga con la dulzura de la
bondad divina. Para expresar este efecto místico, Cristo no sólo se nos ha
entregado bajo forma de alimento, sino también bajo forma de bebida. La
Sangre de Cristo es el vino espiritual que embriaga a las almas. Esta
embriaguez significa esencialmente un éxtasis, una salida, la salida de sí y
del mundo del pecado, y la entrada en el mundo de la gracia, en el mundo
divino. San Gregorio de Nyssa decía que el éxtasis místico era, en cierto
modo, una prolongación del éxtasis eucarístico. Cristo, bajo la especie de
vino, comunicando la alegría sobrenatural, señala así el punto culminante de
la vida espiritual.
Prosigamos ahora el Santo Sacrificio de la Misa. En la primera lectura hemos
escuchado que la Sabiduría preparó un banquete, puso la mesa, e invitó a
comer el pan y a beber el vino escanciado. Hoy es Dios mismo quien tiende la
mesa de la Eucaristía para que nos unamos a Cristo, Sabiduría eterna de Dios
que se ha hecho carne. Entonces nos haremos carne de su carne y sangre de su
sangre. Entonces daremos un paso más en nuestra identificación con El, en
orden a que su voluntad se vaya haciendo nuestra voluntad, su inteligencia
se vaya haciendo la nuestra, sus afectos se nos contagien como por ósmosis.
Hasta que un día podamos decir con el Apóstol: "Ya no soy yo quien vivo sino
que es Cristo el que vive en mí".
(SAENZ, A., Palabra y Vida, Ciclo B, Ediciones Gladius, Buenos Aires, 1993,
p. 229-232)
Volver
Aplicación: S.S. Benedicto XVI - Yo soy el pan vivo
Queridos hermanos y hermanas:
Ayer celebramos la gran fiesta de la Asunción de María al cielo, y hoy
leemos en el Evangelio estas palabras de Jesús: "Yo soy el pan vivo, bajado
del cielo" (Jn 6, 51). No se puede permanecer indiferente ante esta
correspondencia que gira alrededor del símbolo del "cielo": María fue
"elevada" al lugar del que su Hijo había "bajado". Naturalmente este
lenguaje, que es bíblico, expresa en términos figurados algo que jamás se
inserta completamente en el mundo de nuestros conceptos y de nuestras
imágenes. Pero detengámonos un momento a reflexionar.
Jesús se presenta como el "pan vivo", esto es, el alimento que contiene la
vida misma de Dios y es capaz de comunicarla a quien come de él, el
verdadero alimento que da la vida, que nutre realmente en profundidad. Jesús
dice: "El que coma de este pan vivirá para siempre y el pan que yo daré es
mi carne para la vida del mundo" (Jn 6, 51). Pues bien, ¿de quién tomó el
Hijo de Dios esta "carne" suya, su humanidad concreta y terrena? La tomó de
la Virgen María. Dios asumió de ella el cuerpo humano para entrar en nuestra
condición mortal. A su vez, al final de la existencia terrena, el cuerpo de
la Virgen fue elevado al cielo por parte de Dios e introducido en la
condición celestial. Es una especie de intercambio en el que Dios tiene
siempre la iniciativa plena, pero, como hemos visto en otras ocasiones, en
cierto sentido necesita también de María, del "sí" de la criatura, de su
carne, de su existencia concreta, para preparar la materia de su sacrificio:
el cuerpo y la sangre que va a ofrecer en la cruz como instrumento de vida
eterna y en el sacramento de la Eucaristía como alimento y bebida
espirituales.
Queridos hermanos y hermanas, lo que sucedió en María vale, de otras
maneras, pero realmente, también para cada hombre y cada mujer, porque a
cada uno de nosotros Dios nos pide que lo acojamos, que pongamos a su
disposición nuestro corazón y nuestro cuerpo, toda nuestra existencia,
nuestra carne —dice la Biblia—, para que él pueda habitar en el mundo. Nos
llama a unirnos a él en el sacramento de la Eucaristía, Pan partido para la
vida del mundo, para formar juntos la Iglesia, su Cuerpo histórico. Y si
nosotros decimos sí, como María, es más, en la medida misma de este "sí"
nuestro, sucede también para nosotros y en nosotros este misterioso
intercambio: somos asumidos en la divinidad de Aquel que asumió nuestra
humanidad.
La Eucaristía es el medio, el instrumento de esta transformación recíproca,
que tiene siempre a Dios como fin y como actor principal: él es la Cabeza y
nosotros los miembros, él es la Vid y nosotros los sarmientos. Quien come de
este Pan y vive en comunión con Jesús dejándose transformar por él y en él,
está salvado de la muerte eterna: ciertamente muere como todos, participando
también en el misterio de la pasión y de la cruz de Cristo, pero ya no es
esclavo de la muerte, y resucitará en el último día para gozar de la fiesta
eterna con María y con todos los santos.
Este misterio, esta fiesta de Dios, comienza aquí abajo: es misterio de fe,
de esperanza y de amor, que se celebra en la vida y en la liturgia,
especialmente eucarística, y se expresa en la comunión fraterna y en el
servicio al prójimo. Roguemos a la santísima Virgen que nos ayude a
alimentarnos siempre con fe del Pan de vida eterna para experimentar ya en
la tierra la gloria del cielo.
(Castelgandolfo, Angelus. Domingo 16 de agosto de 2009)
Volver
Aplicación: P. Jorge Loring, S.J. - «Mi cuerpo es pan de vida
eterna» Jn. 6:51-58
1.- La Eucaristía es el gran milagro del amor de Dios.
2.- Dios ha querido instituirla para ser nuestro alimento y fortaleza.
3.- Por eso dice: «si no coméis de este pan no tendréis vida eterna»; «sin
Mí nada podéis hacer».
4.- La Eucaristía nos ayuda a vivir en cristiano.
5.- Cuando comemos un alimento lo trasformamos en nosotros. Cuando
comulgamos Cristo nos trasforma en Él y nos fortalece.
6.- Es admirable el amor que Cristo nos demuestra instituyendo la Eucaristía
sabiendo lo solos que iban a estar muchos sagrarios, y los sacrilegios que
iba a sufrir.
7.- La historia de los sacrilegios eucarísticos es enorme. Voy a detenerme
en uno. En tiempos de Felipe II, en tierras de Flandes, estando en guerra
los católicos con los protestantes, un hereje protestante, en el saqueo de
la Catedral de Gorkum, a 15 kilómetros de LA HAYA, abrió el sagrario y tiró
al suelo las formas consagradas dando un pisotón a una con su bota de
clavos. Al instante brotaron en ella tres gotas de sangre. Atónito se
convirtió al catolicismo y se hizo franciscano. Esa Sagrada Forma la trajo a
España por el P. Martín de Guzmán, Provincial de los Agustinos, y se
conserva incorrupta en el Monasterio de San Lorenzo del Escorial.
8.- Seamos muy devotos de la Eucaristía y recibámosla con enorme devoción,
recordando lo de San Pablo: «quien la recibe en pecado se traga su propia
condenación».
Volver
Aplicación: P. Gustavo Pascual, I.V.E. - La verdadera vida
Ustedes añoran mucho la salud. Muchos dicen: ¡mientras haya salud está todo
bien! Pero si no hay vida, no hay salud porque la salud es señal notoria de
vida, en cambio, la enfermedad es señal de deterioro de vida. Por eso es más
importante la vida porque hace que exista la salud. Jesús habla de vida pero
de una vida más profunda que aquella que se acaba al separarse el cuerpo y
el alma. Dice “Yo lo resucitaré en el último día”[3] y “el que cree en Mí,
aunque muera vivirá y también el que vive y cree en mí, no morirá jamás”[4].
Jesús habla de la vida eterna.
Y qué lindo es oír que quieren tener salud, porque Jesús es salud absoluta,
cuerpo y alma. Jesús significa Salud-dador o Salvador, el que da la salud y
una salud que hace imposible la enfermedad, pero Jesús también es Vida y
Vida eterna, vida divina. “Yo soy la Vida”[5], “Yo soy la Resurrección y la
Vida”[6].
Desear la salud y la vida natural está bien, pero es más elevado desear la
Salud y la Vida sobrenatural, que es Jesús. Teniendo a Jesús, la falta de
salud se hace llevadera porque “Él tomó nuestras flaquezas y cargó con
nuestras enfermedades”[7]. La muerte temporal, con Jesús, es deseable porque
nos abre la puerta a la vida eterna.
¿Qué diferencia hay entre un hombre muerto y un hombre dormido?
Exteriormente, si se notan algunas diferencias son casi imperceptibles y en
realidad la diferencia es abismal. Uno tiene alma y el otro no. Uno tiene
vida y el otro no.
El alma es inmortal porque es una participación de Dios que es Espíritu
¿Dónde va el alma después de la muerte? Permanece unida a Dios si así quedó
al separarse del cuerpo o queda separada de Dios si así lo encontró la
muerte. El alma unida a Dios ha llegado a la plenitud de la vida porque ha
vuelto al lugar de donde salió, la Vida por esencia. El alma separada de
Dios ha frustrado su existencia y está muerta porque se ha apartado para
siempre de la fuente de la vida.
Cuando recibimos la Eucaristía nos unimos a Cristo, cuerpo y alma, porque
nos unimos a Él por la fe. La comunión que se da con Cristo y con el Padre
por Cristo, es anticipo de la vida eterna, que es comunión con Dios para
siempre.
Jesús reafirma la verdad de sus palabras. Es necesario comer su Carne y
beber su Sangre para vivir eternamente. Lo reafirma ante el escándalo de sus
oyentes. Luego de estas palabras, muchos se irán y lo dejarán, porque sus
palabras eran duras. A Él no le importa tanto el número de sus seguidores
cuanto la fidelidad que muestran. Fidelidad a Él y a sus enseñanzas. Cristo
no quiere ser popular y aclamado, sino fiel a su misión y a la voluntad del
que lo envió.
Adán por su desobediencia comió del árbol de la sabiduría, vedado para él
hasta el tiempo en que Dios se lo daría y fue arrojado del paraíso para que
no comiese del árbol de la vida.
Ahora Cristo nos ofrece la vida eterna en la Eucaristía sin ninguna
restricción, salvo la necesidad de creer en Él, y a través de ella, nos da
la sabiduría[8].
El pan que nos da Cristo es diferente del maná en cuanto a la clase de vida
que trasmite, pero, es semejante en cuanto a su sabor: tiene todo deleite,
porque es anticipo de la eternidad. “A tu pueblo, por el contrario, le
alimentaste con manjar de ángeles; les suministraste, sin cesar desde el
cielo un pan ya preparado que podía brindar todas las delicias y satisfacer
todos los gustos. El sustento que les dabas revelaba tu dulzura con tus
hijos pues, adaptándose al deseo del que lo tomaba, se transformaba en lo
que cada uno quería”[9]. El maná producía gran placer y satisfacía todos los
gustos. Este sustento mostraba tu dulzura para con tus hijos, pues se
adaptaba al gusto del que lo tomaba[10]. La Eucaristía también es para todos
los hombres y ayuda a todas las necesidades, saciando todos los buenos
deseos. El cielo es la saciedad eterna del hambre y sed innata en el hombre
desde su concepción y llena completamente todos los buenos deseos que el
hombre ha tenido en su vida.
Jesús se entrega en la cruz, el árbol de la vida eterna. En la Eucaristía se
nos da la vida de Cristo y la vida del Padre, es decir, la vida divina, y se
establece una comunión de vida con Cristo y con el Padre. Comunión de vida
que Cristo ha comparado a la de la Vid y los sarmientos[11].
Notas
[1] De Tuya, M., Evangelio de San Juan, en Profesores de Salamanca, Biblia
Comentada, Tomo Vb, BAC, Madrid, 1977.
[2] De Tuya, M., ibídem.
[3] v. 54
[4] Jn 11,26
[5] Jn 14, 6
[6] Jn 11, 25
[7] Mt 8,17
[8] Cf. Pr 9, 1-6
[9] Sb 16, 20-21
[10] Jsalén. a Sb 16, 20. La liturgia cristiana
ha aplicado este pasaje a la Eucaristía.
[11] Jn 15, 1-8
(Cortesía: iveargentina.org y otros)