EL ESPIRITU SANTO, DADOR DE VIDA, EN LA IGLESIA, AL CRISTIANO: 2.7 EL ESPIRITU SANTO EN LA LITURGIA
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2.7. EL ESPIRITU SANTO EN LA LITURGIA
a) El Espíritu
Santo, don pascual de Cristo a la Iglesia
b) En el bautismo
c) En la Confirmación
d) En la Eucaristía
e) En la Penitencia
f) En el Orden
g) En el Matrimonio
h) En la Unción de enfermos
i) En el Año litúrgico
2.7. EL ESPIRITU SANTO EN LA LITURGIA
a) El Espíritu, don pascual de Cristo a la Iglesia
La liturgia celebra la fe de los fieles con palabras y gestos. Ella
actualiza, en el tiempo, la gracia que Dios nos ha dado en su designio de
salvación y, sobre todo, en Jesucristo y su pascua. Esta actualización e
interiorización en el corazón de los fieles es obra del Espíritu Santo. Así
la liturgia realiza un movimiento de Dios hacia nosotros y de nosotros
hacia Dios, movimiento que parte del Padre por el Hijo en el Espíritu Santo
y asciende desde el Espíritu por el Hijo hasta la gloria del Padre, que nos
introduce en su comunión como hijos.
La visión trinitaria de la Iglesia, que nos ha presentado el Vaticano
II,[1]
hace de la Iglesia una comunidad de culto en espíritu y verdad, que recorre
el proceso señalado por C. Vagaggini con cuatro partículas
ab, per, in,
ad: Desde el Padre, por el Hijo encarnado, en el Espíritu, hacia el
Padre.[2]
La liturgia se realiza siempre en el Espíritu Santo o por virtud del
Espíritu Santo.[3]
No es posible la liturgia sin el Espíritu Santo; la liturgia sería una
simple evocación y no la actualización en el memorial de los misterios de
la salvación. La salvación, como vida del Padre en Cristo, nos es ofrecida
en el Espíritu Santo. El misterio pascual de Cristo nos llega a través del
Espíritu que es el don pascual de Cristo muerto y resucitado a su Iglesia.
La Iglesia, Cuerpo de Cristo, est�� animada por el Espíritu en todas
sus actividades y ,de modo particular, en el culto. La liturgia, como
respuesta de la Iglesia por medio de Cristo al Padre, brota de la fuerza del
Espíritu, que nos hace exclamar: ¡Abba, Padre!. Por tanto no hay acción
litúrgica que no tenga necesidad de ser vivificada por el Espíritu Santo: la
proclamación y escucha de la Palabra, la oración y la alabanza, la acción
santificante de los sacramentos:
La unidad de la Iglesia orante es obra del Espíritu Santo, que es el mismo
en Cristo, en toda la Iglesia y en cada bautizado...Por tanto, no puede
haber oración cristiana sin la acción del Espíritu Santo, que, uniendo a
toda la Iglesia por medio del Hijo, la conduce al Padre.[4]
La iniciación cristiana comienza en el agua sobre la que, como al
comienzo del mundo (Gén 1,2), el Espíritu aletea como si la incubara, en
expresión de los Padres. Por la invocación del Espíritu Santo, el agua del
bautismo adquiere la fuerza de santificar. El Espíritu mismo es simbolizado
por el agua: El es el agua viva que brota hasta la vida eterna. Y dado que
la liturgia traduce en ritos, acompañados por la palabra, lo que Dios
obra, la Iglesia consagra el agua bautismal invocando el Espíritu en una
solemne epíclesis. En la bendición del agua se evoca el lazo que, a lo largo
de la historia de salvación, une al Espíritu y al agua:
Oh Dios, cuyo Espíritu, en los orígenes del mundo, se cernía sobre las
aguas, para que ya desde entonces concibieran el poder de santificar.
Oh Dios, cuyo Hijo, al ser bautizado por Juan en el agua del Jordán, fue
ungido por el Espíritu Santo; colgado en la cruz vertió de su costado agua,
junto con la sangre; y después de su resurrección mandó a sus apóstoles: "Id
y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del
Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo".
Mira ahora a tu Iglesia en oración y abre para ella la fuente del bautismo.
Que esta agua reciba, por el Espíritu Santo, la gracia de tu Unigénito, para
que el hombre, creado a tu imagen y limpio en el bautismo, muera al hombre
viejo y renazca, como niño, a nueva vida por el agua y el Espíritu.
Te pedimos, Señor, que el poder del Espíritu Santo, por tu Hijo, descienda
sobre el agua de esta fuente, para que los sepultados con Cristo en su
muerte, por el bautismo, resuciten con El a la vida.
Y después de la triple inmersión en el nombre del Padre, del Hijo y
del Espíritu Santo, el bautizado es ungido con el crisma, mientras el
celebrante hace la siguiente oración:
Dios todopoderoso, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que os ha liberado del
pecado y dado nueva vida por el agua y el Espíritu Santo, os consagre con el
crisma de la salvación para que entréis a formar parte de su pueblo y seáis
para siempre miembros de Cristo.
El Espíritu Santo nos es dado, en primer lugar, en el bautismo. El
Espíritu, que resucitó a Jesús (Rom 1,4;8,11), hace que el cristiano entre
en la pascua del Señor; en él son bautizados los fieles para formar un solo
cuerpo, que es cuerpo de Cristo (1Cor 12,13). Y esto incluso para los niños
apenas nacidos, pues como dice Santo Tomás: "Si la fe de uno solo o, más
bien, la fe de la Iglesia sirve al niño, se debe a la acción del Espíritu
Santo que es el vínculo de la Iglesia por el cual los tesoros de cada uno
son comunes a los demás".[5]
El bautismo es el "nuevo nacimiento del agua y del Espíritu Santo"
(Jn 3,5). Para hacernos nacer de nuevo y poder entrar en el Reino del Padre
ha venido Jesucristo, "que bautiza con Espíritu Santo" (Jn 1,33), "en
Espíritu Santo y fuego" (Mt 3,11). Acogido el Evangelio, es preciso "que
cada uno se haga bautizar en el nombre de Jesucristo para remisión de los
pecados y para recibir el don del Espíritu Santo" (He 2,38). Pues el
bautismo es "el baño de regeneración y de renovación del Espíritu Santo"
(Tit 3,5-6);en él "hemos sido lavados, santificados y justificados en el
nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios" (1Cor 6,11).
El bautismo y el "sello del Espíritu" o "unción con el crisma" son
dos momentos de un mismo proceso sacramental. En la Iglesia antigua, los
dos sacramentos se realizaban en una sola celebración. Hoy, en cambio, están
separados. Pero tanto en la invitación a la oración, como en la oración que
acompaña la imposición de manos en el sacramento de la confirmación
aparece la unión entre los dos sacramentos:
Oremos, hermanos, a Dios Padre todopoderoso y pídámosle que derrame el
Espíritu Santo sobre estos hijos de adopción, que renacieron ya a la vida
eterna en el Bautismo, para que los fortalezca con la abundancia de sus
dones, los consagre con su unción espiritual y haga de ellos imagen perfecta
de Jesucristo.
Y, a continuación, el Obispo, imponiendo las manos sobre los
confirmandos, ora:
Dios todopoderoso, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que regeneraste, por
el agua y el Espíritu Santo, a estos siervos tuyos y los libraste del
pecado: escucha nuestra oración y envía sobre ellos el Espíritu Santo
Paráclito;llénalos de espíritu de sabiduría y de inteligencia, de espíritu
de consejo y de fortaleza, de espíritu de ciencia y de piedad; y cólmalos
del espíritu de tu santo temor.
Y, luego, mientras reciben la unción del crisma, que se hace con la
imposición de las manos, dice a cada uno: "Recibe el sello del don del
Espíritu Santo".[6]
El bautismo cristiano es bautismo en el Espíritu Santo; confiere la
regeneración, introduce en la vida de Cristo, en su cuerpo eclesial.[7]
¿Qué añade la confirmación? La confirmación sella el bautismo con el don
del Espíritu Santo:
Por el sacramento de la confirmación se vinculan más estrechamente a la
Iglesia, se enriquecen con una fortaleza especial del Espíritu Santo...para
difundir y defender la fe con sus palabras y su vida, como verdaderos
testigos de Cristo (LG,n.11).
Pentecostés es la culminación de la pascua, su consumación. El
bautismo nos asemeja a la muerte y resurrección de Jesús (Rom 6,3-11). La
confirmación da plenitud a esa nueva vida con el don del Espíritu del
Señor, fruto maduro de su pascua. En Cristo se dio un primer envío del
Espíritu Santo, que hizo que existiera en el seno de María, y después
recibió la unción del mismo Espíritu en el bautismo para su misión de
Mesías. La venida del Espíritu sobre María hace que nazca en nuestra carne
el Hijo de Dios; al salir del agua en el Jordán desciende de nuevo el
Espíritu y permanece en El, consagrándolo para su Misión de revelador del
Padre, como Siervo suyo.
Así el bautismo hace que seamos concebidos en el seno de la Iglesia y
nazcamos como hijos de Dios. Y la confirmación nos consagra para la misión
como testigos de Cristo y su Evangelio. Es lo que desde el principio hizo
Dios: primero crea un cuerpo y luego le dio el soplo, el espíritu (Gén
2,7;Ez 37).[8]
Cristo significa ungido. Los padres y la liturgia nos dicen que no
podemos ser plenamente cristianos sin que se exprese
sacramentalmente la unción del Espíritu.[9]
"Hemos sido sellados con el Espíritu Santo de la Promesa, como prenda de
nuestra herencia" (Ef 1,13-14). "Es Dios quien nos ungió y el que nos marcó
con su sello y nos dio en arras el Espíritu en nuestros corazones" (2Cor
1,21-22).
En el sacramento de la confirmación, con el sello del don del
Espíritu, el bautizado queda plenamente acogido en la Iglesia. Por ello la
confirmación está reservada al Obispo: se trata de la inserción plena en la
comunidad apostólica de la Iglesia. El Obispo, representante de la
apostolicidad de la Iglesia, marca al bautizado con el sello del Espíritu.
Es lo que ya hicieron Pedro y Juan con los samaritanos; evangelizados y
bautizados por Felipe, los apóstoles les imponen las manos (He 8,14-17). Lo
mismo Pablo, en Efeso, hace bautizar en el nombre del Señor a los discípulos
de Juan y él les impone las manos (He 19,1-6). La iniciación cristiana es
eclesial y la realiza el didáskalo o maestro, pero la sella el Obispo, que
preside la Iglesia como portador de la apostolicidad de la Iglesia y
representante de su unidad y catolicidad.[10]
En la renovación litúrgica es fundamental la importancia dada a la
Palabra y la introducción de la doble epíclesis en las nuevas Plegarias
Eucarísticas. Palabra y Eucaristía son las dos mesas en que se alimenta el
pueblo de Dios.[11]
En las dos mesas es invocado el Espíritu para que haga eficaz en los fieles
su alimento.[12]
La segunda Plegaria eucarística reproduce casi a la letra la Plegaria de
san Hipólito, que es el texto litúrgico más antiguo que existe.
La primera epíclesis es la invocación del Espíritu Santo sobre los
dones:
Santo eres en verdad, Señor, fuente de toda santidad; por eso te pedimos que
santifiques estos dones con la efusión de tu Espíritu, de manera que sean
para nosotros Cuerpo y Sangre de Jesucristo, nuestro Señor.
Y en la segunda epíclesis se invoca el Espíritu Santo para que
santifique, llene, reúna a los fieles en Cristo:
Te pedimos humildemente que el Espíritu santo congregue en la unidad a
cuantos participamos del cuerpo y Sangre de Cristo" (II). "...Para que,
fortalecidos con el Cuerpo y Sangre de tu Hijo y llenos del Espíritu Santo,
formemos en Cristo un solo cuerpo y un solo espíritu" (III). "...Concede a
cuantos compartimos este pan y este cáliz, que, congregados en un solo
cuerpo por el Espíritu Santo, seamos en Cristo víctima viva para alabanza de
tu gloria (IV).
La Eucaristía nos comunica sacramentalmente lo que Dios ha hecho por
nosotros en Jesucristo y por Jesucristo. La plegaria Eucarística, con sus
dos epíclesis, pide al Padre el Espíritu para que realice en el sacramento
el misterio de la salvación, actualizando e interiorizando en el cuerpo
eclesial la filiación-divinización que Cristo adquirió para nosotros por
medio de su encarnación, muerte, resurrección y glorificación por el
Espíritu.
La Eucaristía es, según el testimonio de los Padres, como un
engendramiento perenne de Cristo, carne y sangre. Así como la encarnación
fue realizada en el seno de María bajo la acción del Espíritu Santo, de
igual manera realiza la consagración y santificación de los dones, que
deben santificar a los fieles e incorporarlos a Cristo.[13]
La consagración de los santos dones es el acto de Cristo, sumo
sacerdote, obrando por su ministro, que pronuncia sus palabras, y a través
del Espíritu invocado en la epíclesis. La Palabra y el Espíritu actúan
juntos (Sal 33,6;Is 59,21). Por ello Jesús nos dejó, para actualizar su obra
de salvación, el ministerio apostólico y el Espíritu Santo (Jn 14-17). Bajo
la acción del Espíritu Santo, recibido en la ordenación, actúa el ministro
de la Eucaristía. La Plegaria eucarística, por ello, comienza con el diálogo
entre el sacerdote y los fieles: "El Señor esté con vosotros"-"Y con tu
Espíritu". Esto no significa solamente "y contigo", sino: con la gracia que
has recibido por la ordenación para utilidad común y cuya actualización
pedimos ahora, en esta celebración.[14]
De esta manera, se encontrarán unidos el "poder" recibido en la ordenación
y la actualidad del don del Espíritu, el celebrante ordenado y la comunidad
eclesial. La Epíclesis, como toda la plegaria eucarística tiene por sujeto
a la Iglesia, está siempre en plural, aunque la pronuncie el ministro solo:
Como el Icono, el sacerdote tiene que ser transparente al mensaje que
encierra sin identificarse con
él. Debe saber estar allí sin imponer su presencia. Si el sacerdote penetra
en el santuario, detrás del iconostasio, no lo hace en virtud de un derecho
ni de un privilegio, ya que sólo Cristo puede estar allí de pleno derecho.
El sacerdote está como un icono, in persona Christi.
En la Eucaristía se manifiesta continuamente en el tiempo el sacerdocio
eterno de Cristo. El celebrante, en su acción litúrgica, tiene un doble
ministerio: como icono de Cristo, actuando en nombre de Cristo para la
comunidad; y también como representante de la comunidad expresando el
sacerdocio de los fieles.
El celebrante actúa in nomine Christi por el poder del Espíritu que
se le ha conferido en el sacramento del orden; de este modo actúa
efectivamente in persona Christi para la consumación de la
oikonomia del misterio.[15]
En el rito oriental existe lo que llaman el "zeon". El
celebrante o el diácono derrama sobre el cáliz, antes de la comunión, un
poco de agua hirviendo, mientras dice: "El fervor de la fe, lleno del
Espíritu Santo". Los significados, que han dado a este rito son muchos.
Recojo dos: los fieles, al comulgar del cáliz caliente, reciben la sangre
caliente brotando del costado de Cristo (con el agua y el Espíritu: 1Jn 5,8)
y son llenados del Espíritu Santo, que es calor. Y Nicolás Cabasilas
explica cómo la liturgia, habiendo desarrollado simbólicamente la secuencia
de los misterios desde la encarnación hasta la pasión y la resurrección,
simboliza ahora Pentecostés:
El Espíritu Santo descendió al Cenáculo cuando fueron cumplidos todos los
misterios de Cristo. De igual manera, ahora, una vez que los dones sagrados
han alcanzado su perfección suprema, se les añade esta agua simbólica...En
el Cenáculo, la Iglesia recibió el Espíritu Santo después de la Ascensión de
Cristo al cielo. Ahora recibe ella el don del Espíritu Santo después que los
dones sagrados han sido aceptados en el altar celestial.[16]
La epíclesis segunda pide que el Espíritu Santo, que ha procurado la
consagración de los dones en cuerpo y sangre de Cristo, procure también los
frutos, en el fiel, al recibir en comunión el cuerpo y la sangre de Cristo.
Pues
Así como la virtud de la santa carne hace miembros de un mismo cuerpo a
aquellos que la reciben, de igual manera el Espíritu único que habita en
todos les conduce a la unidad pneumática.[17]
San Atanasio, glosando 1Cor 10,3-4, dice: "Imbuidos del Espíritu,
bebemos a Cristo".[18]
Nosotros comemos y bebemos al mismo Cristo por el pan y el vino
eucarísticos (1Cor 10,3-4). Pero, para que no nos pase como a los hebreos
del Exodo, es necesario ser del cuerpo eclesial de Cristo para recibir y
vivir del Espíritu que es para este cuerpo lo que el alma es para el cuerpo
humano. El cuerpo eclesial y el cuerpo sacramental se interrelacionan
necesariamente: "La Iglesia hace la Eucaristía y la Eucaristía hace la
Iglesia". Por eso, San Agustín se atreve a decir que la carne de Cristo,
sacramentalmente presente, no vale nada si está sola. Es necesario
que esté vivificada por la caridad en la manducación que hacemos de ella. Y
esto es lo que hace el Espíritu Santo, que vivifica a los que comulgan.[19]
El que come y bebe, no sólo materialmente, sino espiritualmente,
participa del Espíritu Santo por el que somos unidos a Cristo con una unión
de fe y caridad, convirtiéndonos en miembros vivos de la Iglesia. El
Espíritu Santo da, en la comunión, el don de la fe y de la caridad por la
que el creyente es unido, como miembro, a Cristo y a la Iglesia.[20]
Para hacernos miembros de Cristo, para consumar y santificar su
cuerpo, el Espíritu Santo actúa en las tres realidades que llevan el nombre
de "Cuerpo de Cristo" y que se encadenan dinámicamente:-> Jesús, nacido de
María, que sufrió, murió, fue resucitado y glorificado-> el pan y el vino
eucaristizados-> el cuerpo eclesial del que somos miembros. El mismo y
único Espíritu santifica el Cuerpo de Cristo en los tres estados.
El Espíritu vino primero sobre Jesús y lo llenó. De esta manera,
Jesús llenó el pan y la copa eucarística de Espíritu Santo, como dice la
liturgia de Santiago:
De igual manera, después de la cena, tomó la copa, hizo una mezcla de vino y
agua, levantó los ojos al cielo, la presentó a ti, Dios y Padre, dio
gracias, la consagró y la bendijo, la llenó del Espíritu Santo y la dio a
sus santos y bienaventurados discípulos, diciendo...
Llamó al pan
su cuerpo viviente, lo llenó de El mismo y del
Espíritu, extendió su mano y les dio el pan: Tomad y comed con fe y no
dudéis que éste es mi cuerpo. Y el que lo come con fe, por él, come el fuego
del Espíritu", dice san Efrén, que canta:
Fuego y Espíritu en el seno de tu madre;
Fuego y Espíritu en el río en el que fuiste bautizado.
Fuego y Espíritu en nuestro bautismo,
En el pan y en la copa, fuego y Espíritu Santo.
En tu pan está oculto el Espíritu que no comemos;
En tu vino habita el fuego que no podemos beber.
El Espíritu en tu pan, el fuego en tu vino,
Maravilla singular que nuestros labios han recibido.[21]
Y, finalmente, la plegaria eucarística concluye siempre con la
doxologia al Padre por Cristo en el Espíritu Santo:
Por Cristo, con El y en El,
a ti, Dios Padre omnipotente,
en la unidad del Espíritu Santo,
todo honor y toda gloria
por los siglos de los siglos.¡Amén!
El Vaticano II, fiel a la tradición de la Iglesia, nos dice:
En la sagrada Eucaristía se contiene todo el bien espiritual de la Iglesia,
es decir, Cristo en persona, nuestra Pascua y pan vivo, que, por su carne
vivificada y que vivifica por el Espíritu Santo, da vida a los hombres
(PO,n.5).
Cristo resucitado se aparece a los discípulos y les dice: "La paz con
vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío". Y dicho esto, sopló
sobre ellos y les dijo: "Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los
pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan
retenidos (Jn 20,21-23). Fiel al Evangelio, la fórmula del sacramento de la
Penitencia marca con fuerza la acción del Espíritu Santo en el perdón de
los pecados:
Dios, Padre misericordioso, que reconcilió consigo al mundo por la muerte y
la resurrección de su Hijo y derramó el Espíritu Santo para la remisión
de los pecados, te conceda por el ministerio de la Iglesia, el perdón y
la paz. Y Yo te absuelvo de tus pecados en el nombre del Padre, y del Hijo y
del Espíritu Santo.
Y quizá más marcado aún en la otra fórmula larga, menos conocida:
Dios Padre, que no se complace en la muerte del pecador, sino en que se
convierta y viva, que nos amó primero y mandó su Hijo al mundo para que el
mundo se salve por él, os muestre su misericordia y os conceda la paz. Amén.
Nuestro Señor Jesucristo, que fue entregado por nuestros pecados y
resucitado para nuestra justificación, que infundió el Espíritu Santo en
sus apóstoles para que recibieran el poder de perdonar los pecados, os
libre, por mi ministerio, de todo mal y os llene de su Espíritu Santo. Amén.
El Espíritu Consolador, que se nos dio para el perdón de los pecados,
purifique vuestros corazones y los llene de su claridad, para que proclaméis
las hazañas del que os llamó a salir de la tiniebla y a entrar en su luz
maravillosa. Amén.
Y yo os absuelvo...
La ordenación de un ministro -diácono, presbítero, obispo- se
desarrolla bajo la invocación del Espíritu Santo. El rito de la imposición
de manos para la ordenación es por sí mismo un gesto de comunicación del
Espíritu Santo, que practicaron ya los apóstoles y discípulos de Cristo.[22]
En la ordenación de un obispo, todos los obispos presentes son
ministros del Espíritu en el seno de la epíclesis de la asamblea
entera. Y en toda ordenación de obispo, presbítero o diácono, las plegarias
consacratorias imploran, para el nuevo ministro, una comunicación del
Espíritu Santo para su misión. Para la consagración de Obispo todos los
obispos consagrantes oran juntos al Padre:
Derrama ahora también sobre este siervo tuyo la fuerza que procede de ti: el
Espíritu Santo que comunicaste a tu Hijo Jesucristo, y que El transmitió a
los apóstoles, quienes fundaron en todo lugar la Iglesia, como santuario
tuyo, para alabanza y gloria de tu nombre.
El rito de la imposición de los evangelios sobre la cabeza del
elegido, -ahora sólo entrega-, significa las lenguas de fuego que, en el
primer Pentecostés, inauguraron la evangelización cristiana.[23]
Para la ordenación de presbíteros leamos la epíclesis del eucologio
llamado de Serapión:
Elevamos nuestras manos, soberano Dios de los cielos, Padre de tu Hijo
único, sobre este hombre y te suplicamos que lo llene el Espíritu de verdad.
Concédele la inteligencia y el conocimiento de un corazón recto. Que el
Espíritu Santo esté con él para que pueda gobernar a tu pueblo contigo, Dios
increado. Por el Espíritu de Moisés derramaste el Espíritu Santo sobre los
elegidos. Concede también a éste el Espíritu Santo, por el Espíritu de tu
Unico, en gracia de sabiduría, de crecimiento, de fe recta; para que pueda
servirte con una conciencia pura, por tu Unico Jesucristo. Por El te sean
dados gloria y honor por los siglos de los siglos. Amén.[24]
En las Iglesias orientales, la celebración del matrimonio culmina en
la coronación de los esposos por el sacerdote. Las coronas simbolizan la
venida del Espíritu Santo sobre los esposos. Y como escribe Juan Pablo II:
Deseo recordar que el matrimonio sacramental, 'gran misterio...respecto a
Cristo y a la Iglesia' (Ef 5,32), en el que tiene lugar, en nombre y por
virtud de Cristo, la alianza de dos personas, un hombre y una mujer, como
comunidad de amor que da vida, es la participación humana en aquel amor
divino que 'ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo'
(Rom 5,5). La tercera Persona de la Santísima Trinidad, que, según San
Agustín, es en Dios la 'comunión consustancial' del Padre y del Hijo, por
medio del sacramento del matrimonio forma la 'comunión de personas' del
hombre y de la mujer.[25]
La nueva versión del Ritual del Matrimonio, de 1990, en las tres
fórmulas de bendición nupcial, introduce la invocación explícita del
Espíritu Santo sobre los esposos:
...Envía sobre ellos la gracia del Espíritu Santo, para que, infundido tu
amor en sus corazones, permanezcan fieles en la alianza conyugal.
El cristiano, ungido con el Espíritu Santo a lo largo de su vida,
desde el bautismo, es de nuevo ungido para su entrada en el Reino de Dios.
La Iglesia, en la bendición del óleo, pide al Padre que "derrame desde el
cielo su Espíritu Paráclito sobre el óleo". Y en la unción del enfermo,
dice:
Por esta santa Unción
y por su bondadosa misericordia
te ayude el Señor con la gracia del Espíritu Santo.
Si miramos el ciclo del año litúrgico, tenemos que fijarnos al menos
en la fiesta de Pentecostés. No se trata de una fiesta del Espíritu Santo,
sino de la culminación pascual de Cristo. Pero la plenitud pascual de Cristo
se realiza con el envío del don del Espíritu Santo a la Iglesia. Me limito a
trascribir el himno Veni Creator (del s.IX) y la secuencia
Veni,
Sancte Spiritus (S.XIII):
Ven, Espíritu Creador
y visita nuestras mentes
llena de celeste gracia
los pechos que tú creaste.
Consolador te llamamos,
don del Dios altísimo,
fuente viva, fuego, amor
y espiritual unción.
Tú septiforme en tus dones,
dedo de la diestra de Dios,
Tú la promesa del Padre,
palabra nos da tu aliento.
Luz enciende en los sentidos,
amor en los corazones;
lo flaco de nuestro cuerpo
afiáncenlo tus dones.
Lejos huya el enemigo,
de la paz de ti gocemos;
llevándote a ti por guía
todo daño evitaremos.
Por ti conozcamos al Padre,
conozcamos también al Hijo,
y en ti, de los dos Espíritu,
en todo tiempo creamos.
+++
Ven, Espíritu divino,
manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre:
Don, en tus dones espléndido;
luz que penetra las almas;
fuente del mayor consuelo.
Ven, dulce huésped del alma,
descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas
y reconforta en los duelos.
Entra hasta el fondo del alma,
divina luz, y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre
si tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado
cuando no envías tu aliento.
Riega la tierra en sequía,
sana el corazón enfermo,
lava las manchas, infunde
calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito,
guía al que tuerce el sendero.
Reparte tus siete dones
a los fieles que en ti confían.
Por tu bondad y tu gracia,
da el mérito de la virtud,
da el logro de la salvación,
danos tu gozo eterno.
Sólo nos queda repetir en oración la antífona de las primeras
vísperas de Pentecostés:
Ven, Espíritu Santo,
llena los corazones de tus fieles
y enciende en ellos el fuego de tu amor,
tú que, por la diversidad de todas las lenguas,
has reunido los pueblos en la unidad de la fe.
[6]
Cfr.Constitución apostólica Divine consortium naturae del
15-8-1971 en AAS 63(1971)657-664, que dice: "El sacramento de la
confirmación se confiere mediante la unción del crisma, que se hace
con la imposición de las manos, y con las siguientes palabras:
Accipe signaculum doni Spiritus Sancti". Es la fórmula del rito
bizantino.
[10]
Cfr. SAN HIPOLITO, Tradición apostólica 22,23; SAN CIPRIANO, Ep.
73,9,2; VATICANO II, LG,n.26.AA,n.3.
[12]
San Buenaventura, refiriéndose a la Palabra, habla de que sólo
podemos comprender un saber cuando entendemos su lenguaje. Cuando se
trata de la vida eterna, "su lengua es el Espíritu Santo. El hombre
no la puede entender a no ser que el Espíritu Santo le hable al
corazón"(S.Andrea Sermo,1...).
[13]
SAN JUSTINO, 1ª Apol.66,2;SAN IRENEO, Adv.Haer. IV,18,5;V,2,2.SAN
CIRILO DE JERUSALEN, Cat.5,7; en la liturgia de san Basilio y en la
de san Juan Crisóstomo...