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EL ESPIRITU SANTO,  DADOR DE VIDA, EN LA IGLESIA, AL CRISTIANO:  3.5 MAESTRO DE ORACION

 

 

Emiliano Jiménez Hernández
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El Espíritu Santo Dador de Vida, en la Iglesia, al Cristiano

         

 

 3.5. MAESTRO DE ORACION

a) El Espíritu nos incorpora a la oración de Cristo

b) El Espíritu hace eclesial la oración del cristiano

c) El Espíritu nos introduce con Cristo en el seno del Padre

d) Oración en el Espíritu

e) Invocación del Espíritu Santo

 


 3.5. MAESTRO DE ORACION

a) El Espíritu nos incorpora a la oración de Cristo

El Nuevo Testamento concluye con la oración del Espíritu y la Esposa suspirando por la venida de Cristo, con la que concluirá su obra de salvación: "Amén, ven, Señor Jesús, Maranathá" (Ap 22,20).

 

Esta es la Oración de la Iglesia y del cristiano en su peregrinación por la tierra. El Espíritu Santo se une al cristiano que implora entrar plenamente, cara a cara, en la relación del Hijo con el Padre. La inserción en Cristo, por obra del Espíritu Santo, nos hace partícipes de aquella rela­ción de amor que es la vida, más aún, que es el mismo ser del Hijo de Dios. La novedad de la oración cristiana, suscitada por el Espíritu Santo, está en el hecho de que la misma oración de Cristo se nos comunica a nosotros. Cristo, al comuni­carnos su Espíritu, se nos da El mismo, nos incorpora a El, como su cuerpo, ora con nosotros o nosotros con El, introduciéndonos de esta manera en el misterio de su relación personal, filial, con el Padre. El Espíritu nos une a Cristo y por Cristo llegamos al Padre.

 

Dios mismo se comunica a nosotros, actúa en nosotros para suscitar en nuestro interior los actos de la vida filial, los de "Cristo en nosotros" (Filp 2,5). Especialmente el grito, la invocación del Nombre de Dios en la forma en que lo hizo Cristo: "Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que grita: ¡Abba!¡Padre!". Así

 

El Espíritu Santo viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos orar como conviene, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inenarrables, y el que escruta los corazones conoce cuál es la aspiración del Espíritu, y que su intercesión a favor de los santos es según Dios (Rom 8,26).

 

La presencia del Espíritu de Cristo en el cristiano le garantiza el orar con espíritu de hijo.[1] Y mientras el Espíritu de Cristo inspira la oración del cristiano, Cristo mismo, a la derecha del Padre, intercede por el cristiano.[2] Y entonces el Padre otorga su favor en forma incomparablemente mejor de lo que podemos nosotros pedir o pensar (Ef 3,20).

 

El Espíritu Santo es el Paráclito, el Consolador que Cristo pide al Padre como don para sus discípulos y el Padre, escuchando la oración del Hijo, le envía para que esté siempre con ellos (Jn 14,16). Es el Espíritu que ha conducido la vida de Cristo y que El desea para los suyos. Cristo mismo lo pidió al Padre para sí: "Cuando Jesús estaba en oración, se abrió el cielo, y bajó sobre El el Espíritu Santo" (Lc 3,21-22).

 

Es la experiencia de la primera comunidad, reunida en el Cenáculo con María, la Madre del Jesús, cuando "todos ellos perseveraban en la oración, con un mismo espíritu" (He 1,14). Y "estando todos reunidos", descendió sobre ellos el Espíritu Santo (He 2,1).[3]

 

 

 

El Espíritu Santo Maestro de la Oración

 

 

 

 

b) El Espíritu hace eclesial la oración del cristiano

 

La presencia del Espíritu Santo en el cristiano, hace de éste "un templo de Dios" (1Cor 3,16). Habitando en él el Espíritu, el cristiano queda consagrado para el culto a Dios. Y si Cristo y el Espíritu son el apoyo y el impulso de la oración del cristiano, entonces esta oración es una oración eclesial. El cristiano que ora no está nunca solo; por el Espíritu está siempre orando con Cristo, cabeza y cuerpo, con el Cristo total. Por ello, la Iglesia es la gran orante ante el Padre (Ef 3,21). En la oración todos los creyentes están unidos ante el rostro del Padre, como si fuesen una sola persona: "Somos uno en Cristo Jesús" (Gál 3,28).

 

El cristiano, que ora, hace, pues, la experiencia de la comunión eclesial, ora con y por los demás4, participando en la oración de todos los demás y entrando así en esa circulación misteriosa de la "communio sanctorum": participación con los santos de las cosas santas. Así puede gozar de la experiencia a la que invita Pablo a los fieles de la comunidad de Efeso:

 

Dejaos llenar del Espíritu Santo, recitando entre vosotros salmos, himnos y cánticos espirituales, cantando y salmodiando con todo vuestro corazón al Señor, dando constantemente gracias por todo a Dios Padre, en nombre de nuestro Señor Jesucristo (5,19).

 

Es lo que los Apóstoles contemplaron en su Maestro: "En aquel momento, Jesús se llenó de gozo en el Espíritu Santo y exclamó: Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra" (Lc 10,21). Es la oración de exultación y alabanza al Padre, que brota en Jesús del gozo interior "en el Espíritu Santo". Esta misma oración la suscita el Espíritu en los discípulos en casa de Cornelio, cuando "los presentes recibieron el don del Espíritu Santo y glorificaban a Dios" (He 10,45-47).

 

Y esta es la oración de la Iglesia de todos los tiempos en la conclusión de cada salmo, de la plegaria eucarística y, según la recomendación de San Pablo, en la incesante oración de cada día: "Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén". Esta "breve, densa y espléndida doxología"5, es la vida, el respirar del cristiano en la Iglesia.

 

En medio de todas las tribulaciones, la Iglesia se siente sostenida por el Consolador, el Espíritu Paráclito:

 

Las Iglesias por entonces gozaban de paz en toda Judea, Galilea y Samaría; se edificaban y progresaban en el temor del Señor y estaban llenas de la consolación del Espíritu Santo (He 9,31).

 

 

 

El Espíritu Santo Maestro de la Oración

 

 

 

c) El Espíritu nos introduce con Cristo  en el seno del Padre

 

El Espíritu ora en nosotros. Y no es que nos sustituya, sino que nos infunde el poder orar como hijos de Dios, pues "todos los que se dejan guiar por el Espíritu de Dios, estos son hijos de Dios...Pues recibimos un espíritu de hijos adoptivos, que nos hace exclamar: ¡Abba!¡Padre!" (Rom 8,14-15).

 

Esto es lo que la tradición patrística, fiel a la Escritura, ha llamado "nuestra deificación". Este es el fruto propio del Espíritu, principio de nuestra vida escatológica (1Cor 15,44ss). El Espíritu que habita en nuestros corazones es nuestra unión con Dios. El es presencia, don, habitación de Dios mismo en esa profundidad, "intimior intimo meo", más interior que mi mismo interior. De esta manera, el corazón del fiel, habitado por el Espíritu Santo, es el lugar donde Dios se encuentra consigo mismo, donde se da la inefable relación de las personas divinas entre sí. Es lo que pidió Jesús al Padre para sus discípulos: "Padre, quiero que, donde yo esté, estén conmigo los que Tú me has dado...para que el amor con que Tú me has amado esté en ellos y yo en ellos" (Jn 17,24.26).

 

El cristiano, vivificado por el Espíritu del Padre y del Hijo, entra en comunión con la inefable oración de Dios en su vida trinitaria. Cristo por su Espíritu vive en nosotros y nos introduce con El, hijos en el Hijo, en el misterio de su relación personal con el Padre. De este modo, el cristiano, en su oración, entra en el diálogo de la Trinidad, contempla al Padre con la mirada de Cristo, lo ama con el amor de Cristo, que es el Espíritu Santo, que está en Cristo y habita en el corazón del cristiano. El cristiano, como familiar de Dios, hijo del Padre en Cristo Jesús (Gál 4,5), participa en el diálogo entre el Padre y el Hijo, es acogido en el seno de la vida que se desenvuelve entre las personas divinas, como partícipe de su naturaleza (2Pe 1,4;Ef 2,18).

 

En el coloquio inefable y eterno, el Padre dice una Palabra sustancial, engendrando al Hijo, y el Hijo se da incondicionalmente al Padre en el Espíritu y reposa en el seno del Padre (Jn 1,18). En esa comunicación inefable, que se da en el seno de la Trinidad, en ese flujo y reflujo, -pericoresis-, de conocimiento y de amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, en el lazo o beso del Espíritu Santo...ahí introduce el Espí­ritu al cristiano en su oración.

 

En la medida en que el Espíritu hace al cristiano uno con Cristo, según la oración misma de Cristo (Jn 17,20-21), la oración pasa de ser monoteísta a ser trinitaria, filial: diálogo de hijo en el Hijo con el Padre en la fuerza del Espíritu Santo, que sostiene nuestra debilidad (Rom 8,26).

 

 

 

 

El Espíritu Santo Maestro de la Oración

 

 

 

d) Oración en el Espíritu

 

El Espíritu es quien articula en nosotros la palabra: ¡Abba, Padre", para poder poner en práctica la invitación de Jesús: "Cuando vayáis a orar, decid: Padre nuestro" (Lc 11,2;Mt 6,9). En la carta de Judas leemos la exhortación "a orar en el Espíritu Santo" (v.20). Y Pablo nos exhorta a vivir "siempre en oración y súplica, orando en toda ocasión en el Espíritu" (Ef 6,18).

 

El Espíritu nos lleva a orar reconociendo a Dios como Dios. Hace que el deseo de Dios sea nuestro deseo, llevándonos a desear vivir en la voluntad del Padre y no que Dios haga la nuestra. El Espíritu educa nuestro deseo, lo dilata y ajusta al deseo de Dios. El Espíritu, que Dios ha derramado en nuestros corazones, dilata el corazón hasta hacerle desear nada menos que a Dios mismo, y solo a Dios. El Cántico espiritual de San Juan de la Cruz no expresa más que esto:

 

¡Ay!, ¿quién podrá sanarme?

Acaba de entregarte ya de vero,

y no quieras enviarme

de hoy más ya mensajero

que no saben decirme lo que quiero...

 

Apaga mis enojos,

pues ninguno basta a desacellos,

y veante mis ojos

pues eres lumbre dellos,

y sólo para ti quiero tenerlos6 . 

Como maestro de oración, el Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad, para introducirnos con Cristo en la intimidad del Padre. Por ello, la oración de la Iglesia y del cristiano se dirige, normalmente, al Padre, por Cristo en el Espíritu Santo. Las doxologías de la liturgia son siempre trinitarias, según este esquema: Al Padre por el Hijo en el Espíritu Santo. Por el Hijo en el Espíritu tenemos acceso al Padre. La Iglesia, "templo de Dios en el Espíritu", con "Cristo como piedra angular", entra en comunión "con el Padre en un sólo Espíritu"7. 

A. Hamman, después de su estudio de la oración en la Iglesia primitiva, puede concluir:

 

La oración cristiana es ante todo la expresión de la fe, comunión en el misterio de Cristo. Ella transciende todas las otras formas de oración, porque es la oración de los hijos de Dios en el único Hijo. Es la contemplación del misterio que Jesús vino a revelar a los hombres y en el que los introduce por la fe y la Iglesia (filii in Filio). Se centra y cifra en el grito que el Espíritu lanza en el alma del fiel y de la Iglesia: Abba, Padre. La comunidad de los fieles -y cada uno de sus miembros- percibe la invocación del Espíritu que confiesa el nombre del Padre y comulga a su vez por la oración y la confesión en el misterio percibido. Toda oración inmerge al discípulo de Cristo en pleno misterio trinitario. Esto es lo que le da su dimensión e interioridad. Este carácter teologal constituye la novedad de la fe de la Iglesia. Por esto la oración cristiana supone primeramente una aceptación del Señor y termina en contemplación reconocida de la gracia recibida por obra de Cristo y en el Espíritu8.

 

Todo ha partido del Padre, que se nos ha comunicado enviando a su Hijo y al Espíritu Santo, engendrándonos como hombres nuevos, partícipes de su ser, de su bondad y santidad. Y todo vuelve al Padre en alabanza de los labios (Heb 13,15), de la vida entera, ofrecida como culto en el Espíritu (Rom 12,1; Jn 4,24;1Pe 2,5) y vivida en el amor fraterno (Heb 13,­16s­s). Este culto asciende hasta el Padre por Cristo, sacerdote único de la nueva y definitiva alianza, porque somos miembros de su cuerpo, gracias al Espíritu Santo, el mismo en El y nosotros, pues "hemos sido bautizados en un solo Espíritu para formar un solo cuerpo" (1Cor 12,13;Ef 4,4).

 

 

 

El Espíritu Santo Maestro de la Oración

 

 

 

e) Invocación del Espíritu Santo

 

Al Padre mismo pedimos que nos envíe el Espíritu Santo. "Y si vosotros, que sois malos, sabéis dar a vuestros hijos cosas buenas, ¿con cuánta más razón el Padre que está en los cielos no dará el Espíritu Santo a quienes se lo piden?" (Lc 11,13). Pero, algunas veces, la oración sale del alma pidiendo directamente al Espíritu Santo su venida a nosotros: "Ven, Espíritu Creador", "Ven, Espíritu Santo". Nos dirigimos a El, como si El fuera la inclinación de Dios hacia nosotros.

 

A los himnos litúrgicos, se pueden añadir otras oraciones dirigidas al Espíritu Santo, pidiendo su venida, como las de San Simeón el Nuevo Teólogo (+1022):

 

Ven, luz verdadera. Ven, vida eterna. Ven, misterio oculto. Ven, tesoro sin nombre. Ven, realidad inefable. Ven, persona inconcebible. Ven, felicidad sin fin. Ven, luz sin ocaso. Ven, espera infalible de todos los que deben ser salvados. Ven, despertar de los que están dormidos. Ven, resurrección de los muertos. Ven, oh poderoso, que haces siempre todo y rehaces y transformas por tu solo poder. Ven, oh invisible y totalmente intangible e impalpable. Ven, tú que siempre permaneces inmóvil y a cada instante te mueves todo entero y vienes a nosotros, tumbados en los infiernos, oh tú, por encima de todos los cielos. Ven, oh Nombre bien amado y respetado por doquier, del cual permanece prohibido expresar el ser o conocer la naturaleza. Ven, gozo eterno. Ven, corona imperecedera. Ven, púrpura del gran rey nuestro Dios. Ven, cintura cristalina y centelleante de joyas. Ven, tú que has deseado y deseas mi alma miserable. Ven tú, el Solo, al solo, ya que tú quieres que esté solo. Ven, tú que me has separado de todo y me has hecho solitario en este mundo. Ven tú, convertido en ti mismo en mi deseo, que has hecho que te deseara, tú, el absolutamente inaccesible. Ven, mi soplo y mi vida. Ven, consuelo de mi pobre alma. Ven, mi gozo, mi gloria, mis delicias sin fin9.

 

Otra, de pocos años después, es la oración de Juan de Fécamp:

 

Ven, oh consolador buenísimo del alma que sufre. Ven, tú que purificas las manchas, tú que curas las heridas. Ven, fuerza de los débiles, vencedor de los orgullosos. Ven, oh tierno padre de los huérfanos. Ven, esperanza de los pobres. Ven, estrella de los navegantes, puerto de los que naufragan. Ven, oh gloriosa insignia de los que viven. Ven tú el más santo de los Espíritus, ven y ten compasión de mí. Hazme conforme a ti10.

 

¿Y cómo no recordar la oración de Sor Isabel, dirigida a "sus Tres": "¡Oh, Dios mío, Trinidad a quien adoro!", que, en la parte dirigida al Espíritu Santo, reza así:

 

        ¡Oh, fuego abrasador (Dt 4,24), Espíritu de amor!, descended a mí para que se realice en mi alma una especie de Encarnación del Verbo. Que yo sea para El una especie de humanidad complementaria en la cual pueda El renovar su Misterio.

 

Y el Espíritu viene y une su voz a la plegaria de la Iglesia y, de este modo, "el Espíritu y la Esposa dicen al Señor: '¡Ven!'" (Ap 22,17). Y el Esposo, Cristo, viene a actualizar su Pascua para nosotros en la Eucaristía, pasándonos con El al Padre. Y la vida se hace una eucaristía, un canto de alabanza:

 

La Palabra de Cristo habite en vosotros con toda su riqueza; instruíos y amonestaos con toda sabiduría, cantad agradecidos a Dios en vuestros corazones con salmos, himnos y cánticos inspirados por el Espíritu, y todo cuanto hagáis, de palabra y de obra, hacedlo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias por medio de El a Dios Padre (Col 3,16-17).



     [1] Rom 8,15;Gál 4,6;Ef 6,18.

     [2] Rom 8,34;Heb 7,25;1Jn 2,1.

     [3] Parakletos, literalmente significa "aquel que es invo­cado": de para-kaléin: llamar en ayuda.

     [4] Rom 15,16;2Cor 1,11;4,15...

     [5] JUAN PABLO II, Catequesis del 17-4-1991.

     [6] Y, comentando la canción 37, escribe: "El alma ama a Dios con voluntad de Dios, que también es voluntad suya; y así le amará tanto como es amada de Dios, pues le ama con voluntad del mismo Dios, en el mismo amor con que El a ella la ama, que es el Espíritu Santo, que es dado al alma según lo dice el Apóstol:Rom 5,5.

     [7] Ef 2,18-22; Heb 4,16;7,25;10,1;11,6; 12,18.

     [8] A. HAMMAN, La oración, Barcelona 1967,p.425.

     [9] SAN SIMEON EL NUEVO TEOLOGO, Oración que encabeza los himnos, transcrita por Y. CONGAR, El Espíritu Santo, Barcelona 1983,p.317.

     [10] Ibidem.

 

El Espíritu Santo Maestro de la Oración


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