EZEQUIEL, Parábolas, alegorías, cantos, enigmas y acciones simbólicas: 7. EL AJUAR DEL DESTERRADO
Emiliano
Jiménez Hernández
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7. EL AJUAR DEL DESTERRADO
Ezequiel se
encuentra entre los exiliados en Babilonia. Ha partido con el primer
grupo de ellos en el año 596. Ahora, con una acción simbólica, personal,
escenifica delante de los exiliados la segunda y definitiva deportación,
a la que sigue la destrucción del templo y de la ciudad de Jerusalén.
En esta nueva
acción simbólica, Ezequiel es invitado a representar la marcha
precipitada del pueblo al exilio y, en concreto, la huida nocturna de
Sedecías, el “príncipe” de Israel. La casa de Israel es una casa
rebelde, ciega y sorda: “tienen ojos para ver y no ven; tienen oídos
para oír y no oyen” (12,2). A esta casa rebelde, en medio de la que vive
Ezequiel, le manda el Señor para que represente la mímica del
desterrado:
-Ahora, pues,
hijo de hombre, prepara el ajuar del desterrado y sal en pleno día, a la
vista de todos ellos. Emigra del lugar en que te encuentras hacia otro
lugar, ante sus ojos, a ver si te ven, pues son una casa de rebeldía.
Prepara tu equipo como quien va al destierro, de día, ante sus ojos. Y
sal al atardecer, ante sus ojos, como salen los deportados. Haz a vista
de ellos un boquete en la pared, por donde saldrás. Carga ante sus ojos
con tu equipaje a la espalda y sal en la oscuridad; te cubrirás el
rostro para no ver la tierra, porque yo he hecho de ti un símbolo para
la casa de Israel (12,3-6).
Ezequiel es
constituido en palabra de Dios encarnada; su persona es un símbolo para
Israel. Con su mímica de desterrado busca que el pueblo, que no quiere
ver, vea. Dios insiste: hazlo a la vista de ellos, de día, que te vean.
Ante los ojos atónitos de la gente, Ezequiel carga con un simple hatillo
con lo mínimo indispensable para la marcha. Al atardecer, pero a la
vista de todos, abre un boquete en la pared y sale como quien huye, como
el fugitivo Sedecías y su ejército, que salió furtivamente por el sur de
la ciudad, camino del desierto, siendo capturado en Jericó por las
tropas de Nabucodonosor. El hecho de que se cubra la cara para no ver el
país es el símbolo del castigo de Sedecías, que será conducido a
Babilonia ciego.
Poco después
suceden los hechos que nos narra el libro de los Reyes: “En el año
noveno de su reinado, en el mes décimo, el diez del mes, vino
Nabucodonosor, rey de Babilonia, con todo
su ejército contra Jerusalén; acampó contra ella y la cercó con
una empalizada. La ciudad estuvo sitiada hasta el año once de Sedecías.
El mes cuarto, el nueve del mes, cuando arreció el hambre en la ciudad y
no había pan para la gente del pueblo, se abrió una brecha en la ciudad
y el rey partió con todos los hombres de guerra, durante la noche, por
el camino de la Puerta, entre los dos muros que están sobre el parque
del rey, mientras los caldeos estaban alrededor de la ciudad, y se fue
por el camino de la Arabá. Las tropas caldeas persiguieron al rey y le
dieron alcance en los llanos de Jericó; entonces el ejército se
dispersó. Capturaron al rey y lo subieron a Riblá donde el rey de
Babilonia, que lo sometió a juicio. Los hijos de Sedecías fueron
degollados a su vista, y a Sedecías le sacó los ojos, le encadenó y le
llevó a Babilonia” (2R 25,1-7; Jr 52,6-11)
Ezequiel ejecuta
la acción que le encomienda el Señor. Sale con los ojos tapados en señal
de vergüenza, dolor y desesperación (2R 15,3; Jr 14,4). A Ezequiel le
resulta fácil realizar esta acción, pues él ya la ha vivido en la
realidad. En la primera deportación del año 597, de la que él formaba
parte, los principales del pueblo emprendieron el camino del destierro,
cada uno con su hatillo al hombro, al atardecer seguramente, cuando el
calor es menos fuerte; salían sin mirar la tierra que abandonaban, por
la vergüenza que les embargaba. Quizás ni se daban plena cuenta de lo
que vivían; el Señor le dice ahora a Ezequiel que lo repita a ver si
ahora comprenden. Ezequiel hace cuanto le manda el Señor, quien al día
siguiente le pregunta:
-Hijo de hombre,
¿no te ha preguntado la casa de Israel, esta casa de rebeldía, qué es lo
que hacías? (12,9).
Le pregunten o no
le pregunten, Dios manda a su profeta a decir al pueblo:
-Este oráculo se
refiere a Jerusalén y a toda la casa de Israel que está en medio de
ella. Yo soy un símbolo para
vosotros; como he hecho yo, así se hará con ellos; serán deportados,
irán al destierro (12,11).
Tanto los
desterrados como quienes se quedaron en Judá creen que la situación del
exilio se resolverá en poco tiempo. Jeremías a los de Jerusalén y
Ezequiel, con esta acción simbólica, a los desterrados, intentan
convencerles de que están viviendo de ilusiones falsas. No sólo no está
para terminar el destierro, sino que es inminente el exilio de quienes
aún viven en Jerusalén. Y Ezequiel aplica además su acción simbólica al
rey Sedecías, poniendo de manifiesto su huida en la oscuridad, presagio
de su ceguera:
-El príncipe que
está en medio de ellos cargará con su equipaje a la espalda, en la
oscuridad, y saldrá; abrirá un boquete en la muralla para salir por
ella; y se tapará la cara para no ver la tierra con sus propios ojos. Yo
tenderé mi lazo sobre él y quedará preso en mi red; le conduciré a
Babilonia, al país de los caldeos, donde morirá sin verla (12,12-13).
Cuando tenía ojos
y luz no quiso ver, ahora cae en las tinieblas y en la ceguera (Jr 38).
Y con él su séquito:
-Y a todo su
séquito, su guardia y todas sus tropas, yo los esparciré a todos los
vientos y desenvainaré la espada detrás de ellos. Y sabrán que yo soy
Yahveh cuando los disperse entre las naciones y los esparza por los
países (12,14-15).
Extrañamente
Ezequiel realiza esta acción y la explica a los israelitas que ya están
en el exilio, “en medio de lo cuales habita” (12,2). ¿Qué sentido tiene
anunciar el exilio a quienes ya están en el exilio? Ezequiel, como hace
Jeremías con la carta que les manda (Jr 29), desea quitar a los
deportados la falsa ilusión de que el exilio será breve. Los falsos
profetas les engañan con la esperanza ilusoria de que el retorno a la
patria será inminente. Con este engaño les apartan de la urgente
necesidad de una conversión radical al Señor. Ezequiel destruye esta
falsa esperanza, anunciándoles que el exilio, no sólo no está a punto de
terminar, sino que está para ser aumentado el número de los deportados.
Pero Ezequiel
anuncia algo más que el nuevo exilio. Anuncia que Dios dejará un resto
para que proclame su justicia en medio de las naciones. Confesando el
pecado del pueblo, hacen que el nombre de Dios no sea blasfemado por las
gentes. Israel, hasta en el exilio, es el pueblo de Dios llamado a
anunciar a todos los hombres “que Yahveh es el Señor” (12,16). Dios
dispersa a los israelitas en medio de las naciones, librándoles de la
espada, del hambre y de la peste, no porque sean santos, sino para que
con su vida proclamen la santidad de Dios. Es algo que Ezequiel lleva
gravado en el corazón. Si Dios actúa, si Dios salva, si Dios lleva a
algunos al destierro, si les devuelve a la patria, lo hace para
manifestar su gloria, “para glorificar su santo nombre”:
-Y sabrán que yo
soy Yahveh cuando los disperse entre las naciones y los esparza por los
países. Dejaré que un pequeño número de ellos escapen a la espada, al
hambre y a la peste, para que cuenten todas sus abominaciones entre las
naciones adonde vayan, a fin de que sepan que yo soy Yahveh (12,15-16).
Quizás para
comprender el significado de la insistencia con que Ezequiel proclama
que Dios en su actuar busca su gloria sea conveniente recordar lo que
dice San Ireneo: “La gloria de Dios es el hombre vivo”. Afirmación a la
que corresponde la verdad correspondiente: “La vida del hombre está en
el revelarse de la gloria de Dios en él”.
Con el resto de Israel disperso entre las naciones, también queda un resto disperso en las aldeas y campos de Israel. También para ellos tiene Ezequiel una palabra de parte de Dios, precedida de su acción simbólica. La palabra de Yahveh me fue dirigida en estos términos:
-Hijo de hombre, comerás tu pan con temblor y beberás tu agua con inquietud
y angustia; y dirás al pueblo de la tierra: Así dice el Señor Yahveh a los
habitantes de Jerusalén que andan por el suelo de
Israel: comerán su pan con angustia, beberán su agua con
estremecimiento, para que esta tierra y los que en ella se encuentran queden
libres de la violencia de todos sus habitantes. Las ciudades populosas serán
destruidas y esta tierra se convertirá en desolación; y sabréis que yo soy
Yahveh (12,17-20).
La vida seguirá para el resto de los habitantes de Israel, pero será una
vida marcada por la angustia, sin los colores luminosos de la vida
auténtica. También ellos participarán de la maldición del exilio. La
infidelidad a la alianza tiene sus consecuencias inevitables, según proclama
el Deuteronomio: “No hallarás sosiego en aquellas naciones, ni habrá
descanso para la planta de tus pies, sino que Yahveh te dará
allí un corazón trémulo, languidez de ojos y ansiedad de alma. Tu
vida estará ante ti como pendiente de un hilo, tendrás miedo de noche y de
día, y ni de tu vida te sentirás
seguro” (Dt 28,65-66). Esta es la vida que Ezequiel anuncia a quienes quedan
en Palestina; la tierra de Israel será para los israelitas como una tierra
extranjera, que en vez de paz les procura miedo e inseguridad. El temor y la
angustia, la inquietud y ansiedad son el símbolo de la vida de quienes
quedan en Jerusalén después del destierro de sus compatriotas.