Emiliano
Jiménez Hernández
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9. PARÁBOLA DE LA VID
La vid es un
símbolo de la riqueza de Palestina. Los exploradores que envía Moisés
“cortaron un sarmiento con un racimo de uvas, que transportaron
con una pértiga entre dos” (Nm 13,22), como prueba de esa riqueza. “Vid
frondosa era Israel produciendo fruto a su aire” (Os 10,1). Para cantar
la canción de amor entre Yahveh y su pueblo Isaías entona la canción de
la viña (Is 5). “Cepa selecta” (Jr 2,21), llama Jeremías a Israel; “viña
deliciosa” (Is 27,2ss), le dice Isaías. Con cariño y solicitud la canta
el salmista (Sal 80,9-20). Ezequiel ha escuchado todos estos cantos a
Israel como “viña del Señor” en casa de su padre Buzi y en el templo de
Jerusalén. Pero retuerce la imagen y se enfrenta a quienes se sienten
orgullosos de ser esa vid de Yahveh.
Sí, es cierto que
Dios ha elegido a Israel, pero la elección no es ningún privilegio, sino
una misión. Dios no ha elegido a Israel porque sea un pueblo superior a
los otros pueblos, sino todo lo contrario, como les dice el Señor: “No
porque seáis el más numeroso de todos los pueblos se ha prendado Yahveh
de vosotros y os ha elegido, pues sois el menos numeroso de todos los
pueblos” (Dt 7,7). Se puede tergiversar la elección de Dios. Así algunos
van proclamando: “Dios elije lo mejor: de las plantas, la vid, de los
pueblos, a Israel”. Contra éstos lanza Ezequiel su alegoría de la madera
de la vid, más inútil que la de cualquier otra planta.
Ezequiel ya
comienza por no fijarse en el fruto de la vid, uvas y vino, sino en la
madera. Israel no es la viña del Señor ni una vid siquiera, sino la
madera de la vid. Y, como madera, la de la vid sólo sirve para el fuego
y no mucho. La palabra de Yahveh me fue dirigida en estos términos:
-Hijo de hombre,
¿en qué vale más el leño de la vid que el leño de cualquier rama que
haya entre los árboles del bosque?
(15,1-2).
Ya en la parábola
de Jotán, en la historia de Abimélec (Ju 9,7-15), la vid es la tercera
planta que rehúsa la corona de los árboles. Pero Israel se siente
orgulloso de ser esa planta deliciosa. Ezequiel, en nombre del Señor,
les replica:
-¿Se toma de su
madera para hacer alguna cosa? ¿Se hace con ella un gancho para colgar
algún objeto? (15,3).
¿Pueden acaso los
desterrados defender los frutos que ellos, como vid del Señor, han
producido? ¿No es cierto que sólo han hecho obras que les han llevado a
caer en el fuego? Y si antes de ser abrasados por el fuego no servían
para nada, ¿servirán ahora?:
-No, se tira al
fuego para que lo devore: el fuego devora los dos cabos y el centro se
quema, ¿sirve aún para hacer algo? Si ya, cuando estaba intacto, no se
podía hacer nada con él, ¡cuánto menos, cuando lo ha devorado el fuego y
lo ha quemado, se podrá hacer con él alguna cosa!
(15,4-5).
Los dos cabos,
devorados por el fuego, son Israel y Judá, y el centro, ya chamuscado,
es Jerusalén. El reino del Norte ha caído en el fuego del exilio,
deportado en el año 720 a Asiria; y la otra parte del pueblo, el reino
de Judá ha sido deportado en el 597 a Babilonia. Ahora el centro,
Jerusalén, la ciudad santa, está a punto de experimentar el fuego de la
ira de Dios:
-Por eso, así
dice el Señor Yahveh: Lo mismo que el leño de la vid, entre los árboles
del bosque, al cual he arrojado al fuego para que lo devore, así he
entregado a los habitantes de Jerusalén. He vuelto mi rostro contra
ellos. Han escapado al fuego, pero el fuego los devorará. Y sabréis que
yo soy Yahveh, cuando vuelva mi rostro contra ellos. Convertiré esta
tierra en desolación, porque han cometido infidelidad, oráculo del Señor
Yahveh (15,6-8).
Esta presentación de la imagen habitual de la vid aplicada a Israel es
realmente original. Ezequiel compara a Israel con la inutilidad de la madera
de la vid. Israel, viña
cultivada por Dios, comparado con los árboles del bosque -con las poderosas
naciones de le rodean- resulta inútil en cuanto viña no cultivada, ni
siquiera sirve para hacer un gancho para colgar objetos.
Sin el cultivo de
Dios, fuera de la fidelidad a Dios (15,8), Israel es totalmente inútil.
Jesús en el Evangelio dirá lo mismo de la sal desvirtuada (Mt 5,13) o del
sarmiento separado de la vid: “Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el
viñador. Todo sarmiento que en mí no da fruto, lo corta, y todo el que da
fruto, lo limpia, para que dé más fruto. Vosotros estáis ya limpios gracias
a la Palabra que os he anunciado. Permaneced en mí, como yo en vosotros. Lo
mismo que el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en
la vid; así tampoco vosotros si no permanecéis en mí. Yo soy la vid;
vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho
fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada. Si alguno no permanece
en mí, es arrojado fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen,
los echan al fuego y arden” (Jn 15,4-7).