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JOB CRISOL DE LA FE: 2. DIOS, JOB Y SATANAS 1,1-12

Comentario al libro de Job
Emiliano Jiménez Hernández

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a) La apuesta de Dios y Satanás: 1,1-9

b) ¿Acaso Job cree en Dios de balde?: 1,10-12

 

Job, Dios y Satanás

 

DIOS, JOB Y SATANÁS

a) La apuesta de Dios y Satanás

El hombre, ¡pobre Job!, es el campo donde se desafían Dios y Satán. Dios apuesta siempre en favor del hombre y Satán en contra. Dios y Satanás se colocan en dos planos distintos. Dios se fija en el ser, Satanás en el tener o poseer. Dios ve el ser de Job: "recto, justo, libre del mal"; Satanás se queda en las apariencias, en los bienes que posee: riquezas e hijos, dinero, afectos y fama. Satanás engloba hasta los hijos en las posesiones de Job. Esto ya es diabólico. Los hijos son prolongación del padre, pero no en el orden del poseer, sino del ser. El hijo no es nunca un objeto, sino un sujeto. Sólo como sujeto se puede relacionar con el padre en el amor o incluso en el rechazo.

Job aparece como un hombre justo y feliz, como Adán al salir de las manos de Dios, bendecido por Dios con una esposa, siete hijos y tres hijas. Feliz, se siente en paz en el paraíso de sus riquezas: "Job era un hombre justo y recto, que temía a Dios y se apartaba del mal. Tenía siete hijos y tres hijas. Tenía también 7.000 ovejas, 3.000 camellos, 500 yuntas de bueyes, 500 asnas y una servidumbre muy numerosa. Era, pues, el más rico de todos los hijos de Oriente. Sus hijos solían celebrar banquetes en casa de cada uno de ellos, por turno, e invitaban también a sus tres hermanas a comer y beber con ellos. Al terminar los días de estos convites, Job les mandaba a llamar para purificarlos; se levantaba de madrugada y ofrecía holocaustos por cada uno de ellos. Porque se decía: Acaso mis hijos hayan pecado y maldecido a Dios en su corazón. Así hacía Job cada vez" (1,1-5).

Job es el tipo del hombre que ha conseguido el logro humano y espiritual. Es rico, bien considerado, con hijos, y de una rectitud a toda prueba: "respeta a Dios y se aleja del mal" (1,1). Mas aún, se preocupa del honor de Dios hasta ofrecerle sacrificios en reparación de las culpas hipotéticas de sus hijos (1,5). Y no se trata de una piedad fingida. Por dos veces Dios le reconoce el título de "mi siervo" (1,8;2,3). Esta integridad de vida marca con toda su fuerza el problema del sufrimiento de los inocentes.

Job, temeroso de Dios, vive bajo la bendición de Dios, manifestada en las riquezas y en la paz familiar: "Dichoso el que teme al Señor y sigue sus caminos. Comerás del trabajo de tus manos, ¡dichoso tú, que todo te irá bien! Tu esposa será como parra fecunda en medio de tu casa. Tus hijos, como brotes de olivo, en torno a tu mesa. Esta es la bendición del hombre que teme al Señor" (Sal 128). Los banquetes que los hijos celebran indican la unión de la familia: "Ved, qué dulzura, qué delicia vivir los hermanos unidos" (Sal 133,1). Job, con los holocaustos ofrecidos por ellos, les protege de toda maldición.


Desde este cuadro paradisiaco en la tierra pasamos a la corte celeste. Dios, como soberano, está sentado al centro de su consejo celestial: "Dios se levanta en la asamblea divina, en medio de los dioses juzga". El Señor, sentado en su trono, rodeado de su corte celeste (1R 22,19; Sal 89,6), celebra su asamblea. Un día asistirá al consejo celeste Isaías y recibirá su vocación profética (Is 6). Ahora, al consejo de Dios se presenta, por su parte, Satán, el "acusador" (Za 3,1). Satán representa la oposición, goza criticando y procura que los hechos justifiquen sus críticas. Se dedica a recorrer la tierra, espiando las acciones de los hombres, incitándoles al mal, para luego denunciarlos ante Dios. Así acusa a Josué (Za 3,1s), incita a David (1Cro 21,1). Ahora le toca el turno a Job. Dando vueltas por la tierra se ha encontrado con él. "Vuestro adversario, el Diablo, ronda como león rugiente, buscando a quién devorar" (1P 5,8).

Satán es un personaje ambiguo, escéptico respecto a los hombres, espía sus defectos y desata sobre ellos toda suerte de males para empujarles al mal (1Cro 21,1). Distinto de los hijos de Dios, llega a la asamblea celeste por su cuenta. "Y Dios dijo al Satán: ¿De dónde vienes? Satán respondió a Yahveh: De recorrer la tierra y pasearme por ella" (1,7). Y Dios, que está satisfecho de su siervo Job, dice a Satán: "¿No te has fijado en mi siervo Job? ¡No hay nadie como él en la tierra; es un hombre cabal, recto, que teme a Dios y se aparta del mal!" (1,8). Esta es la ocasión que espera Satán para entrar en escena y provocar el drama. En realidad Satán no es más que un siervo de Dios, aunque trate de oponerse a él. Dios se sirve de Satán para probar al hombre y llevarlo a la plenitud de la fe. Satán entra en acción con toda su astucia, pero Dios se burla de la sagacidad de los astutos. Gracias a Satán y a sus pruebas, la fe ingenua e interesada de Job llegará a su madurez, a la fe desinteresada, totalmente gratuita. La descripción de Job como un hombre bueno, rico y feliz, es ingenua, sospechosa. Falta el paso por el crisol de la prueba para que Job llegue a la fe de Abraham (Gn 22) y de Israel a través del desierto (Dt 8,2-16). Job bendice al Dios que le bendice. ¿Le bendecirá en la prueba del sufrimiento?

Satán pone en duda la bondad de la obra de Dios. Se muestra cínico, con una ironía fría y malévola; es envidioso y adversario del hombre (Nm 22,22.32). Dudando del hombre, le gustaría que Dios compartiera sus dudas. Alejado de Dios, puesto que sospecha de su obra, no puede atacar a Dios más que buscando el mal del hombre inocente. Por ello, a los elogios de Dios sobre Job, Satán lanza la baba de su sospecha: "¿Acaso Job cree en Dios de balde?" (1,9). Satán suscita la duda, siembra la sospecha. Más que acusar abiertamente, insinúa la sospecha con alusiones veladas: "Quizás tú no conoces realmente a Job". Dios ha proclamado a Job como hombre recto, ajeno al mal, pero Satanás lo pone en duda con sus insinuaciones. Esa es su tarea: dar vueltas por la tierra expiando al hombre para presentarse "entre los hijos de Dios" con sus acusaciones e insinuaciones malignas.

b) ¿Acaso Job cree en Dios de balde?

Esta es la clave de toda la historia de Job. El misterio del sufrimiento no es el centro del libro, sino la gratuidad de la fe. El sufrimiento es sólo la ocasión y la vía para verificar la autenticidad de la fe. El corazón del problema esta en el interrogante: ¿Job bendice a Dios de balde, gratuitamente, sin mirar a la recompensa? Satanás no niega la rectitud moral de Job, pero pone en discusión sus motivaciones, sospechando que en sus manifestaciones de piedad hay un interés implícito: do ut des. Dios bendice al hombre que le bendice. Por ello Job le bendice.

Dios, que conoce a fondo el corazón del hombre con toda su fragilidad, no duda del hombre. Su confianza en la obra de sus manos le permite aceptar el desafío del Satán: "¿No has levantado tú una valla en torno a él, a su casa y a todas sus posesiones? Has bendecido la obra de sus manos y sus rebaños hormiguean por el país. Pero extiende tu mano y toca todos sus bienes, ¡verás si no te maldice en la cara!" (1,10-11). No, Dios no cae en la trampa de tocar a Job con sus manos, pero permite a Satán que lo haga: "Ahí tienes todos sus bienes en tus manos. Cuida sólo de no poner tu mano en él" (1,12). Dios acepta el riesgo de poner su honor en manos del hombre libre, como él le ha creado.


Dios acepta que Satán intervenga alterando la situación de bienestar de Job para ver si su piedad es fe en Dios o religión interesada. Comienza la prueba de Job. La prueba tiene la misión de poner al desnudo el corazón de Job, ver lo que hay en él (Dt 8). En el Deuteronomio se habla de humillación, de colocar al hombre en la verdad de su relación con Dios, que es una relación de total dependencia. En el desierto, como en la privación de todos los bienes, el corazón del hombre y sus intenciones quedan al descubierto. En el desierto el hombre experimenta la humillación de la prueba, de la impotencia, al no poder hacer nada por sí mismo y depender totalmente de Dios. En el desierto el hombre no puede cultivar el campo, no puede tejer sus vestidos, no puede proporcionarse el alimento ni el vestido, no puede asegurarse la vida. En esa situación el hombre descubre que todo depende de Dios. Es bello y cómodo recibir todo de Dios, pero es una humillación para el hombre, obligado a aceptar esta dependencia radical. En el desierto el hombre es obligado a vivir sólo de la fe, de cuanto sale de la boca de Dios. La fe es la prueba radical del hombre, la prueba de Job.

Es Satán quien desencadena el desafío de la fe. Pero, en realidad, el desafío de la fe es la vida misma del hombre. Vivir en relación con Dios es un desafío continuo para el hombre, porque vivir en la fe supone estar sometido a prueba continuamente. La fe es aceptar vivir en referencia continua a Dios, a su modo de pensar, de conducir la historia, por encima y diversamente de nuestras categorías y razonamientos. Vivir la fe supone aceptar que el actuar de Dios es mejor que lo que pretendería nuestro buen sentido. La fe obliga a abrirse constantemente al invisible, a la esperanza de la promesa, dejando la seguridad de lo visible, del presente. Sólo la prueba muestra la fe desinteresada. El testimonio supremo de la fe es el martirio: perder la vida por Dios. La vida con sus problemas, con sus dificultades y sufrimientos, con sus muertes diarias, es la prueba continua de la fe. También las alegrías y triunfos ponen a prueba la fe, pues en ellas el justo sabe a quien atribuirlas y dar gracias.

En toda tentación Satán pretende dos cosas: separar al hombre de Dios y obligar a Dios a rechazar al hombre, porque el tentador ha descubierto su pecado. La tentación de Job es el prototipo de toda tentación. Satán quita al hombre absolutamente todo, dejándolo desnudo e inerte. Pobreza, enfermedad, desprecio, rechazo de los hombres llevan a Job al fondo de las tinieblas. Satanás le quita todo lo que, como príncipe de este mundo, puede quitar a un hombre. Lo empuja a la soledad, donde no le queda más que Dios. Y ahí es donde tiene que demostrar que teme, ama, sirve a Dios por nada, de balde, que ama a Dios no por sí mismo, sino por Dios. El misterio de la cruz, del silencio y del abandono de Dios, es la piedra de escándalo, el lugar del rechazo de Dios o del abandono total en sus manos.


Por otra parte, Satanás intenta probar que Job ni teme ni ama a Dios por encima de todas las cosas ni se confía plenamente a él. De este modo, al desvelar el pecado del hombre, Satán pretende obligar a Dios a juzgar y condenar al hombre pecador. La serpiente antigua no descansa, se arrastra por la tierra, dando vueltas por el mundo, acechando la ocasión de morder el talón del hombre. Siembra en el hombre la sospecha sobre el amor de Dios y acusa al hombre ante Dios. Su nombre ya le define como el acusador. Satanás insinúa que si Job ama a Dios, lo hace sólo por interés, no por fe en él. Si Dios cambiase en relación a él, Job dejaría de amarlo. No existe el amor gratuito. Satanás quiere sembrar la duda en Dios acerca de Job. El sabe que si Dios dudase de Job, la duda brotaría también en el corazón de Job en relación a él. En medio de la relación amorosa entre Dios y el hombre, Satán se interpone, intentando separarles con el muro de la duda, de la desconfianza mutua. Pero, en realidad, Satanás está bajo el dominio de Dios. Dios no se deja vencer por las astucias del maligno y sigue amando, confiando en el hombre. Acepta poner a prueba la fe del hombre, pues confía en él. Y, con la prueba, la fe se purifica de toda escoria de intereses egoístas hasta llevar al hombre a aceptar a Dios sólo porque es Dios: "Aunque la higuera no echa yemas y las viñas no tienen fruto, aunque el olivo olvida su aceituna y los campos no dan cosechas, aunque se acaban las ovejas del redil y no quedan vacas en el establo, yo exultaré con el Señor, me gloriaré en Dios mi salvador" (Ha 3,16-19). Aunque Dios lleve a Cristo a la muerte en Cruz, Cristo entra en ella sabiendo que el Padre no le dejará en la tumba. Y, al final, al acusador se opondrá el Paráclito, el abogado defensor: "Cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, poniendo de manifiesto la justicia de Cristo y condenando al príncipe de este mundo" (Cf Jn 16,7-11).

San Gregorio dice que "el diablo no desafía a Job, sino a Dios; y la puesta de la pelea es Job. Si decimos que Job pecó en medio de los azotes, cosa impensable, decimos que Dios perdió la apuesta. Si Dios no supiera que Job mantendría su inocencia, no apostaría por él". Satán siempre desconfía del hombre, gozando por adelantado con su caída en las trampas que él le tiende. Dios, en cambio, permite la tentación, confiando en el hombre, esperando preocupado el desenlace. Así Satán tienta a Dios en el hombre. Dios acepta la tentación del hombre, porque confía en él. Pero Dios no juega a la tentación. No siempre sale victorioso en la prueba. Dios deja al hombre en la libertad, que él mismo le ha concedido. La libertad es el riesgo que Dios ha aceptado al crear al hombre. Para Dios la tentación del hombre es siempre una prueba de amor. Dios se juega el hombre de su amor en la apuesta con Satanás. Es el misterio de la libertad del hombre lo que está en juego. Dios confía en el hombre y le deja en su libertad, pero no es indiferente al dolor del hombre. Entra en él con el hombre. Sufre por el hombre. Sufre en lugar del hombre. Dios no es apático, sino simpático. Ama al hombre con pasión.


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