JOB CRISOL DE LA FE: Índice y Prólogo
Comentario al
libro de Job
Emiliano Jiménez Hernández
¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él?
Salmo 8,5
¿Qué es el hombre para que tanto te ocupes de él?
Job 7,17
CONTENIDO
PROLOGO: 1,1-2,13
1. UN HOMBRE LLAMADO JOB: 1,1 7
a) Había una vez un hombre
b) Itinerario de la fe
c) "Me basta tu gracia"
Siguen las páginas:
2. DIOS, JOB Y SATANÁS: 1,1-12 11
3. DE LA FELICIDAD AL SUFRIMIENTO: 1,12-2,12 15
2. ESCÁNDALO DE LOS AMIGOS: 4,1-5,27
3. JOB HABLA DESDE LA ANGUSTIA DE SU ESPIRITU: 6,1-7,21
4. EL PAPIRO, LA TELARAÑA Y LA PLANTA TREPADORA: 8,1-22
5. LA AUSENCIA DE DIOS: 9,1-11,20
6. ¿POR QUE ME OCULTAS TU ROSTRO?: 12,1-15,35
7. DIOS: JUEZ, ACUSADO, TESTIGO Y DEFENSOR: 16,1-18,21
8. MI DEFENSOR ESTA VIVO: 19,1-20
9. ¿POR QUE NO HE DE SER IMPACIENTE?: 21,1-22
10. PODER Y SABIDURÍA DE DIOS: 23,1-27
INTERLUDIO: HIMNO A LA SABIDURÍA: 28,1-28
EL ENFRENTAMIENTO DE JOB Y DIOS 1. LA GRAN APELACIÓN DE
JOB: 29,1-31,40
2. VINO QUE REVIENTA LOS ODRES: 32,1-37,24
3. DESDE EL SENO DE LA TORMENTA: 38,1-39,30
3. AHORA TE HAN VISTO MIS OJOS: 40,1-42,6
EPILOGO: ITINERARIO DE LA FE: 42,7-17
1. UN HOMBRE LLAMADO JOB
a) Había una vez un hombre
"Había una vez un hombre llamado Job" (1,1). Job es un hombre, un hombre
cualquiera. Es Adán. Es Cristo, el nuevo Adán, que se hizo en todo semejante
al hombre (Flp 2,7). Job es contemporáneo nuestro, porque vive lo que
vivimos nosotros, se hace las mismas preguntas que nos hacemos nosotros. Job
pone en nuestros labios la pregunta acuciante: ¿Por qué? ¿Por qué el
inocente, por qué yo, que soy inocente, tengo que sufrir?
Cada día, al leer el periódico o ver el telediario, brota en nosotros el
grito de Job: "La tierra está en poder de los malvados y los jueces tienen
un velo en los ojos" (9,24). Job se rebela ante el sufrimiento de los
inocentes, y también ante la felicidad de los malvados, que cometen sus
crímenes impunemente: "¿Por qué los malvados viven en paz?"
Job es Adán. Job, podemos decir, no es un nombre propio, sino un nombre
común a todo hombre. Aparece en la narración sin ninguna referencia anterior
a él; no se da nombre al padre, como es común en la Escritura: "hijo de...".
No se conoce ni el nombre del padre, ni de la madre, ni del abuelo.
Solamente se dice: "Había una vez en el país de Us un hombre llamado Job".
Job es un hombre sin apellidos. Los rabinos, en sus comentarios, han situado
a Job en las más diversas y distantes épocas de la historia. Y es que Job
pertenece a toda época. Es de ayer y de hoy.
Ni Job ni los tres amigos son israelitas. Las preguntas y problemas del
libro de Job son preguntas y problemas de todos los pueblos, de todo hombre.
El hombre de todos los tiempos ha intentado penetrar, con la filosofía o la
religión, en el misterio del mal. A golpes de razonamientos ha abierto
diversas brechas en el castillo inexpugnable. Pero el sufrimiento sigue
siendo un misterio. Lo sigue siendo también para Job al final de su
historia. El mal es un misterio, fuente de desesperación y de muerte, que
puede transformarse en fuente de redención y de vida.
Todo creyente se puede ver en Job. Job se atreve a decir en voz alta lo que
todo hombre siente en la hora de la prueba. El choque del sufrimiento hace
vacilar las evidencias, las certezas fáciles y tranquilizantes de la
religión. El sufrimiento coloca al hombre ante Dios, para negarle o para
entregarse a él en la fe. Este combate de la fe, que Job vive y nos ayuda a
vivir, es el combate de todo creyente, que necesariamente pasa por el
momento de la prueba, por el momento del silencio de Dios. La ausencia de
Dios es el borrador de todas las falsas imágenes de Dios, que el hombre ha
dibujado en su mente. Job, con su testimonio, arrastra al creyente hasta los
márgenes oscuros de la fe, en donde se juegan las relaciones del hombre con
Dios. El camino de la fe abierto por Job pasa por la noche de la muerte, de
la renuncia de sí mismo ante Dios, que sólo responde al alba, como en la
mañana de Pascua.
El libro de Job es un poema sinfónico, en el que varias voces se unen para
penetrar en el misterio del dolor humano, en el misterio de Dios que permite
el sufrimiento del hombre. El mal y el dolor gritan con toda su fuerza
contra la mente del hombre. Pero Job integra el dolor en un designio
misterioso de Dios sobre el hombre. El absurdo se hace misterio. Y ante el
misterio caben dos actitudes, recorridas por Job: la desesperación y la
blasfemia o la esperanza y la alabanza. La fe vence la desesperación y se
hace canto de alabanza. La noche oscura de Getsemaní desemboca en el alba de
la resurrección.
b) Itinerario de la fe
Job nos ofrece el testimonio del atormentado itinerario de la búsqueda de
Dios a través del dolor de los inocentes. Es el itinerario de la fe, que no
se conforma con las respuestas formales de la tradición. Es el itinerario
desde la religiosidad natural a la fe. El libro de Job nos muestra ese
camino de la fe, camino del hombre en busca de las huellas de Dios en el
misterio de su actuación con el hombre. Las huellas que marca el paso de
Dios por la vida del hombre con frecuencia no coinciden con la imagen que el
hombre tiene de él. Los sabios tratan de ajustar las huellas a la imagen de
Dios que llevan en su mente. Job, el "siervo fiel del Señor", invierte el
proceso: busca la imagen de Dios a partir de las huellas dejadas por él en
su carne.
Job, "hombre perfecto, recto, que temía a Dios y se apartaba del mal" (1,1),
recibe el título honorífico de "siervo de Dios"(1,8). Dios le llama "mi
siervo" lo mismo que a los patriarcas Abraham, Isaac y Jacob (Dt 9,2-7), a
Moisés (Nm 12,7; Dt 34,5; Jos 1,1-2), a Josué (Jos 24,29; Ju 2,8), a David
(2Sam 7,5.8) y al Siervo de Yahveh. Con este título Job es un anillo en la
cadena de quienes Dios ha elegido para llevar a cabo la historia de la
salvación. Job, como palabra misteriosa de Dios, se coloca en la línea de
los testigos de Dios. En Job tenemos una etapa fundamental de la revelación
de Dios a los hombres y de la búsqueda de Dios por parte del hombre.
San Gregorio Magno, en la presentación de su comentario Moralia in Job, nos
dice que la virtud de Job, el siervo de Dios, no era conocida más que por sí
mismo y por Dios. Sin sus pruebas su virtud hubiese quedado para siempre en
el anonimato. Sólo gracias al sufrimiento se difundió su perfume. El
perfume, encerrado en el frasco, no perfuma. El incienso expande su aroma
sólo cuando se quema en el fuego. El grano de trigo sólo da fruto cuando se
rompe bajo la tierra. El santo se hace buen olor de Cristo en las
tribulaciones.
"Mirad cómo proclamamos felices a los que sufrieron con paciencia. Habéis
oído la paciencia de Job en el sufrimiento y sabéis el final que el Señor le
dio; porque el Señor es compasivo y misericordioso" (St 5,8). Esta visión de
la paciencia de Job, transmitida por el apóstol Santiago, es la única idea
que muchos tienen de Job. Pero, en realidad, sólo responde al comienzo y al
final de la historia. La impaciencia y protesta de Job ante el sufrimiento
ocupan la mayor parte del libro.
Job, en palabras de A. De Lamartine, narra, discute, escucha, responde, se
irrita, interpela, apostrofa, grita, insulta, canta, llora, ironiza,
implora, reflexiona, juzga, se arrepiente, se aplaca, adora... Desde el
fondo de su desesperación justifica a Dios contra sí mismo. Es la víctima
convertida en juez con la impersonalidad sublime de la razón, celebrando su
suplicio y arrojando las gotas de su sangre hacia el cielo, no como un
insulto, sino como una libación al Dios justo. Job no es un hombre, es la
humanidad. Es la humanidad digna de conversar con su creador.
Job, escribe el filósofo ruso Nicolaj Berdjaev, grita de dolor y su grito
llena la historia universal y resuena aún en nuestros oídos. En el grito de
Job oímos la suerte del hombre. Job arroja su grito a Dios y ese grito se
convierte en lucha con Dios. Sólo la Biblia conoce la lucha con Dios, la
lucha cara a cara de Job, de Jacob y de todo Israel.
En el libro de Job hay lamentos, gritos, sufrimientos, pero sobre todo hay
una lucha con Dios. Job, arriesgando su vida, se enfrenta con Dios. Apela,
acusa y desafía a Dios hasta obligarlo a responder a las preguntas que la
experiencia del mal suscita en el hombre. Job no tiene miedo de las palabras
atrevidas, sospechosas, inaceptables; llama a las cosas por su nombre,
poniendo en crisis todas las certezas de la sabiduría humana, de la
tradición sapiencial de la Escritura. Job se mide con Dios, sin abandonar
nunca su relación con él. Mientras le acusa de cerrar todos los caminos al
hombre, le reclama: ¡Manifiéstate! Acusa a Dios de que no se puede hablar
con él porque, al final, siempre tiene razón, pero Job sigue hablando a Dios
y le dice todo lo que tiene que decirle. Con críticas y desafíos provoca a
Dios a salir de su escondite y de su silencio, a manifestarse y a hablar. La
palabras parecen negar la fe, pero los hechos le muestran caminando en la fe
hasta la confesión final: "Ahora te han visto mis ojos".
Job no es como "el Siervo de Yahveh que maltratado no abría la boca". Job,
maltratado, abre la boca, quejándose e inquiriendo. Sólo al final se tapará
la boca con la mano y callará. Job está en camino hacia Cristo, quien "por
haber pasado la prueba del dolor, puede auxiliar a los que la están pasando
ahora" (Hb 2,18). Job, al principio, ofrece sacrificios de expiación por sus
hijos y, al final, intercede eficazmente por los amigos, o mejor, enemigos,
con quienes se reconcilia. Nosotros tenemos a Cristo "que está siempre vivo
para interceder por nosotros" (Hb 7,25).
Jesús se enfrenta al mal y al sufrimiento, suprimiendo a veces sus huellas a
través de sus milagros, como signo de la liberación total del hombre. El no
acepta la mecánica aplicación de la teoría de la retribución (Jn 9,1-3; L.c.
16,19-31; 1Cor 11,30-32). El "no ha venido para los sanos, sino a buscar a
los enfermos". Come con los publicanos y pecadores; se acerca y acoge a las
prostitutas y a los leprosos. El se presenta como el Siervo de Dios, como el
Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo cargando con él. Sufriendo el
dolor, el mal y la muerte, se hace uno de nosotros. Siguiendo sus huellas,
al cristiano "le es concedida la gracia no sólo de creer en él, sino también
de padecer con él" (Fil 1,29; 1Cor 4,9-13). Con Cristo, "a través de muchas
tribulaciones entra en el reino de Dios" (Act 1,22), donde "Dios secará toda
lágrima de nuestros rostros" (Ap 7,17). A la luz de la resurrección de
Cristo el cristiano sabe que "el grano de trigo echado en la tierra, si no
muere, no da fruto" (Jn 12,24). Mientras para el no creyente en Cristo el
dolor es una oscuridad incomprensible (Mt 8,12; 13,42-50; 22,13; 24,51;
25,30.46; Ap 9,5; 14,10-11), los creyentes "afrontamos con constancia la
prueba que se nos presenta, fijando nuestros ojos sobre la cabeza de nuestra
fe, que aceptó morir en la cruz" (Cf. Hb 12,1-2). La experiencia personal de
Dios en medio del sufrimiento se transforma en experiencia de fe pura. El
dolor aparece como el lugar privilegiado del diálogo entre Dios y el hombre.
c) "Me basta tu gracia"
El libro de Job es un drama con muy poca acción y con mucha pasión. Es la
pasión de Job que opone a la teoría tradicional de la retribución su
persona, que la contradice. Su grito de inocente aplastado por el
sufrimiento brota "desde lo hondo" de su ser en busca del misterio de Dios.
El dolor provoca el santo "desvarío de sus palabras" (6,3). En el desvarío
de la pasión de Job se estrellan, una tras otra, las olas de las razones
aprendidas y repetidas de los tres amigos. La debilidad de Job, su
sufrimiento aplastante, su angustia lacerante desarman las razones y
argumentos "de arcilla" (13,13) de los amigos.
Los amigos defienden la justicia de Dios como juez imparcial que premia a
los buenos y castiga a los malos. A Job le revuelve la bilis esa justicia de
Dios, que desmiente su experiencia personal. Por ello, rechazando a los
amigos, apela a Dios mismo. Entabla un pleito con Dios para probar su
inocencia, arriesgando en él su misma vida. Es el largo y lento diálogo del
libro. Al final Dios, como instancia suprema, zanja la disputa entre Job y
los amigos. La aparición de Dios, con sus interrogantes, condena a los
amigos, sin dar la razón a Job. A Job, al hombre, a nosotros, nos encamina a
romper las imágenes falsas, que todos hemos fabricado de él, mostrándonos su
auténtico rostro.
Un libro sobre Job, sobre el dolor del hombre, es siempre peligroso.
¿Merecerá el reproche de Dios? ¿Serán mis palabras más acertadas que las de
los amigos de Job? Para comprender el sufrimiento, ¿de qué parte colocarse?,
¿con Dios o con Job?, ¿acusar a Dios o acusar al hombre? ¿defender a Dios
contra las quejas del hombre o defender al hombre de las flechas de Dios,
que coloca al hombre como blanco de su juego? ¿Será posible colocarse
simultáneamente de la parte de Dios y de la del hombre? ¿No es acaso esa la
respuesta al mal que da Cristo, Dios y hombre?
San Jerónimo, al presentar su traducción del libro de Job, dice en la
introducción: "Explicar el libro de Job es como pretender retener en las
manos una anguila o una pequeña morena. Cuanto más se aprieta más velozmente
se escurre de las manos". Pero no se puede aceptar la actitud del avestruz,
ave a la que, según Job, "Dios ha privado de sabiduría y de discernimiento"
(39,17).
Es necesario arriesgarse, como Job, en el itinerario de la fe. El hombre
bueno, que da gracias a Dios por todo lo que le sale bien, no es aún el
creyente en Dios. Tampoco lo es el resignado con las desgracias. El creyente
es el que ve a Dios, Creador del mundo y Señor de la historia, presente en
su vida y eso le basta. El salto del Dios sabido, de oídas, al Dios
imprevisible, misterioso, rico de amor y ternura, es el itinerario de la fe.
Este itinerario es un combate cuerpo a cuerpo con Dios. Como Jacob en la
noche del Yaboc, Job es invitado al combate: "cíñete los lomos si eres
hombre" (40,7). Y, lo mismo que Jacob, Job será gloriosamente vencido.
Tocado por Dios en el talón de sus fuerzas, quedará para siempre cojo, sin
poder apoyarse en sí mismo. No es su inocencia la garantía del amor de Dios.
Sólo sin la confianza en su yo, se apoyará en Dios, gozará del amor gratuito
de Dios, confesando: "me basta tu gracia".