JOB CRISOL DE LA FE:
9. ¿POR QUE NO HE DE SER IMPACIENTE? 21,1-22,30
Comentario al libro de Job
Emiliano Jiménez Hernández
a) La vara de Dios no pesa sobre el malvado: 21,1-16
b) ¿Se apaga la lámpara del malvado?: 21,17-34
c) ¿Acepta Dios sobornos?:22,1-30
9. ¿POR QUE NO HE DE SER IMPACIENTE?
a) La vara de Dios no
pesa sobre el malvado
Durante la segunda rueda del diálogo los tres amigos se han turnado para
describir la desgracia del malvado. Ha sido un cerco triangular cerrado en
torno a Job, a quien ven como un inconsciente que no cae en la cuenta de su
situación. Tocado ya y herido gravemente, no se convence de que el desastre
se le viene encima. La desgracia final pende sobre su cabeza. Job, con su
paciencia proverbial, acepta seguir el diálogo con los amigos, entrando en
sus esquemas sapienciales. Con cortesía les invita a escucharle: "Escuchad,
escuchad mis razones, dadme siquiera este consuelo. Tened paciencia mientras
hablo yo, cuando haya hablado, os podréis burlar" (21,2-3) . Los amigos no
han sabido escuchar a Job, ni han querido. Si han escuchado ha sido
únicamente para cogerlo en las palabras, para refutar sus razones, para
encontrar en sus discursos la razón de sus sufrimientos. Job les pide que le
escuchen una vez y se verá si pueden burlarse de él. Llegaron para
consolarle y le han ofrecido para ello la doctrina de la retribución: ¡gran
consuelo para uno que se retuerce en el dolor decirle que se lo tiene
merecido! A Job le suenan sus palabras como una burla cruel. Mejor consuelo
sería el que callaran de una vez y escucharan sus desahogos.
Job se queja de los amigos y los acusa de insensibilidad respecto a su
sufrimiento. Está perdiendo la paciencia. Su estado justifica sus palabras.
Pero la queja dirigida a los hombres no supera el nivel humano; dirigida a
Dios, que está detrás de los acontecimientos, la queja adquiere su verdadera
dimensión. Job considera razonable quejarse de Dios, porque cree en él y se
ha fiado de él: "¿Acaso me quejo yo de un hombre? ¿Por qué entonces no he de
ser impaciente?" (21,4). Se queja de Dios porque tiene una idea muy alta de
él y no cree digno de Dios el trato que le está dando. Job, que tira por
tierra las imágenes de Dios que fabrican los amigos, también necesita
derruir su imagen de Dios. Su obra demoledora asombrará a los amigos y
asusta al mismo Job: "Atendedme, quedaréis espantados y pondréis la mano en
vuestra boca. Yo mismo me horrorizo al recordarlo, y mi carne es presa de un
escalofrío" (21,5-6).
Job se lanza a refutar directamente a los tres amigos. Toma sus temas e
imágenes y las deshace invirtiendo la perspectiva. En vez de describir la
desgracia de los malvados, canta su bienestar escandaloso, que los amigos
intentan negar: "¿Por qué siguen viviendo los malvados, envejecen y aún
crecen en poder? Su descendencia ante ellos se afianza, sus vástagos se
afirman a su vista. En paz sus casas, nada temen, la vara de Dios no cae
sobre ellos. Su toro fecunda sin marrar, sin abortar su vaca pare. Dejan
correr a sus niños como ovejas, sus hijos brincan como ciervos. Cantan con
arpa y cítara, al son de la flauta se divierten. Acaban su vida en la
ventura, en paz descienden al Seol" (21,7-13). Con ironía les devuelve la
pelota: Si es posible gozar de los dones de Dios sin buscar su amistad, ¿por
qué rechazar el camino de los impíos que lleva a una felicidad tan barata?
Es la conclusión que ya los malvados han sacado desde hace mucho tiempo: "Y
con todo, decían a Dios: ¡Lejos de nosotros, no queremos conocer tus
caminos! ¿Qué es Sadday para que le sirvamos, qué podemos ganar con
aplacarle?" (21,14-15). Los amigos repiten el principio que les parece
calmar todas las dudas: la muerte del impío será necesariamente cruel. Pero
Job sarcásticamente les replica: "¿Cuántas veces se apaga la lámpara de los
malos, irrumpe sobre ellos la desgracia? ¿Cuántas veces les hace morir por
su cólera?" (21,17).
Job, consciente de la gravedad de lo que dice, se estremece de espanto. Lo
terrible e impresionante no es que Dios castigue al culpable, sino que no le
castigue. Si la teoría de la retribución respondiera a los hechos, sería
cómoda y tranquilizadora. Si no responde a los hechos, todo es un caos
desconcertante y escandaloso. El proceder de Dios es absurdo para la
sabiduría humana y escandaloso para los hombres religiosos. Es el misterio
que inquieta y desconcierta a Jeremías al comienzo de su ministerio: "Tu
llevas la razón, Yahveh, cuando discuto contigo, no obstante, voy a tratar
contigo un punto de justicia. ¿Por qué prosperan los malvados, y son felices
los traidores? Los plantas, y enseguida arraigan, van a más y dan fruto.
Cerca estás tú de sus bocas, pero lejos de sus riñones" (Jr 12,1-2). Job,
como Jeremías, contraponen el idilio de su vida anterior, serena y llena de
bendiciones, con la vida actual en la enfermedad, la debilidad, el
desprecio, sin hijos, sin fiestas ni alegría alguna. Y lo escandaloso es ver
que el malvado goza de las bendiciones de que ellos han sido privados.
Este es el enigma que pone a prueba la fe del religioso orante, sintiendo la
tentación de perder la confianza en Dios: "Por poco mis pies se me
extravían, nada faltó para que mis pasos resbalaran, porque envidiaba a los
arrogantes, al ver la paz de los impíos. No, no hay para ellos sinsabores,
están sanos y está rollizo su cuerpo; no comparten la pena de los hombres,
ni son atribulados como los demás. Por eso el orgullo es su collar, la
violencia el vestido que los cubre; la malicia les rezuma de las carnes, su
corazón desborda malas ideas. Se sonríen, pregonan la maldad, hablan
altivamente de violencia; su boca se atreve con el cielo y su lengua se
pasea por la tierra" (Sal 73,2-9).
Job anticipa a Pablo que, asombrado pero con gozo, canta el misterio de la
cruz, de la muerte del inocente por los malvados: "Porque no me envió Cristo
a bautizar, sino a predicar el Evangelio. Y no con palabras sabias, para no
desvirtuar la cruz de Cristo. Pues la predicación de la cruz es una necedad
para los que se pierden; mas para los que se salvan para nosotros es fuerza
de Dios. Porque dice la Escritura: Destruiré la sabiduría de los sabios, e
inutilizaré la inteligencia de los inteligentes. ¿Dónde está el sabio?
¿Dónde el docto? ¿Dónde el sofista de este mundo? ¿Acaso no entonteció Dios
la sabiduría del mundo? De hecho, como el mundo mediante su propia sabiduría
no conoció a Dios en su divina sabiduría, quiso Dios salvar a los creyentes
mediante la necedad de la predicación. Así, mientras los judíos piden
señales y los griegos buscan sabiduría, nosotros predicamos a un Cristo
crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; mas para
los llamados, lo mismo judíos que griegos, un Cristo, fuerza de Dios y
sabiduría de Dios. Porque la necedad divina es más sabia que la sabiduría de
los hombres, y la debilidad divina, más fuerte que la fuerza de los hombres"
(1Co 1,17-25).
b) ¿Se apaga la lámpara del
malvado?
Con un esfuerzo de tolerancia, Job ha aceptado como hipótesis el principio
repetido por los amigos: el castigo cierto del pecador. Pero Job opone la
objeción: la experiencia dice lo contrario. La experiencia muestra todos los
días la prosperidad de los malvados. Como los amigos describen las
desgracias del malvado, Job canta la dicha del malvado. Ellos apelaban a la
experiencia, él también; ellos aducían la tradición, él aduce el testimonio
de los que han viajado y observado: "¿No habéis interrogado a los
viandantes? ¿no os han pasmado los casos que refieren?" (21,29). Los
viajeros ensanchan su propia experiencia: "Hombre que ha corrido mundo sabe
muchas cosas, el que tiene experiencia se expresa con inteligencia. Quien no
ha pasado pruebas poco sabe, quien ha corrido mundo posee gran destreza.
Muchas cosas he visto en el curso de mis viajes, más vasta que mis palabras
es mi inteligencia" (Qo 34,9-11). Con esta experiencia Job pregunta: "¿Por
qué siguen viviendo los malvados, envejecen y aún crecen en poder?".
La creación y la historia son el lugar de la manifestación de Dios. Con sus
bendiciones o maldiciones Dios muestra su rostro benévolo o airado para con
el hombre. A Israel, liberado, se le promete: "Te amará, te bendecirá, te
multiplicará, bendecirá el fruto de tu seno y el fruto de tu suelo, tu
trigo, tu mosto, tu aceite, las crías de tus vacas y las camadas de tus
rebaños, en el suelo que a tus padres juró que te daría. Serás bendito más
que todos los pueblos. No habrá macho ni hembra estéril en ti ni en tus
rebaños. Yahveh apartará de ti toda enfermedad; no dejará caer sobre ti
ninguna de esas malignas epidemias de Egipto que tú conoces, sino que se las
enviará a todos los que te odian" (Dt 7,13-15). Para Job se ha dado la
vuelta. Dios se le muestra en la historia, pero al revés. La palabra de Dios
para el justo no se encarna en la alegría, sino en el dolor. En cambio, los
malvados, que dicen a Dios: "Apártate de nosotros, que no nos interesan tus
caminos" (21,14), tienen la felicidad en sus manos, lejos de Dios
(21,15-16): "¿Cuántas veces la lámpara de los malvados se apaga, se abate
sobre ellos la desgracia o la cólera de Dios les reparte dolores? ¿Son como
paja ante el viento, como tamo que arrebata un torbellino?" (21,17-18). La
arrogancia de los malvados se burla de los fieles, a quienes gritan en la
cara: "¿qué sacamos con rezarle" (21,15). Blasfeman, desafiando a Dios, que
no responde a su desafío.
Job no acepta como válida la solución de una dilación del castigo, afirmando
que Dios le hace caer sobre sus hijos. Eso es una injusticia. Que pague el
culpable mismo: "¿Va a guardar Dios para sus hijos su castigo? ¡que le
castigue a él, para que sepa! ¡Vea su ruina con sus propios ojos, beba de la
furia de Sadday! ¿Qué le importa la suerte de su casa, después de él, cuando
se haya cortado la cuenta de sus meses?" (21,19-21).
Y tampoco es válido decir que la muerte es su castigo, pues la muerte del
impío no es una gran desgracia, dado que ya ha gozado de todas las alegrías
y placeres de la vida, mientras el desgraciado no disfruta de nada. La
muerte igualadora de ricos y pobres, dichosos y desgraciados, desmiente la
doctrina de la retribución: "Hay quien muere en su pleno vigor, en el colmo
de la dicha y de la paz, repletos de grasa sus ijares, bien empapada la
médula de sus huesos. Y hay quien muere lleno de amargura, sin haber gustado
la ventura. Los dos se acuestan juntos en el polvo, cubiertos de gusanos"
(21,23-26). Lo confirma también el Eclesiastés: "El sabio tiene sus ojos
abiertos, mas el necio en las tinieblas camina. Pero también yo sé que la
misma suerte alcanza a ambos" (Qo 2,14). "Una misma suerte toca a todos, al
inocente y al malvado, al puro y al impuro, al que ofrece sacrificios y al
que no los ofrece, al justo y al pecador, al que jura como el que se recata
de jurar" (Qo 9,2). Vuestros consuelos, puede concluir Job, son pura
impostura. Dejando el tono moderado, acusa a los amigos de estar fuera de la
dolorosa realidad existencial: "¡Oh, sé muy bien lo que pensáis, las malas
ideas que os formáis sobre mí! ¿Y me queréis consolar con vaciedades? ¡Pura
falacia son vuestras respuestas!" (21,27.34).
c) ¿Acepta Dios sobornos?
Los discursos de los amigos y las réplicas de Job se repiten, como se
asemeja el dolor de un día al del día anterior, el de una semana al de la
semana pasada, pero endureciéndose cada vez más. Elifaz, en su última
intervención, insiste en sus principios. Busca la conversión y salvación de
Job. Concede que Job tiene razón al afirmar que Dios no necesita del hombre:
"¿Acaso puede serle útil a Dios un hombre? ¡Sólo a sí mismo es útil el
sensato! ¿Tiene algún interés Sadday por tu justicia? ¿Gana algo con que
seas intachable?" (22,2-3). Para la Escritura no es importante el
conocimiento que el hombre tiene de Dios, sino el conocimiento y la
solicitud que Dios tiene del hombre. Este es el gran misterio: ¿por qué
Dios, creador del cielo y de la tierra, se debe ocupar del hombre? ¿Por qué
los actos de este pequeño ser son tan importantes para Dios?
Este desinterés de Dios, que no gana nada del hombre, es para Elifaz la
garantía de su imparcialidad, de su justicia: "¿Acaso por tu piedad él te
corrige y entra en juicio contigo? ¿No será más bien por tu mucha maldad,
por tus culpas sin límite?" (22,4-5). Elifaz, queriendo defender a Dios, en
realidad coloca en el centro al hombre. Su fe es interesada. El hombre
encuentra en su virtud los bienes y en sus culpas los males. Dios es
desinteresado pero el hombre es interesado. El hombre es religioso por
conveniencia, porque ha sacado provecho y porque espera seguir sacándolo. El
culto, en el que el hombre intenta aprovecharse de Dios, es intento de
soborno, contra lo que previene el Eclesiástico: "No lo sobornes, porque no
lo acepta, no confíes en sacrificios injustos" (Si 35,1). Es vana la
pretensión del hombre de hacer favores a Dios, para obligar a Dios a
recompensarlos. Pero, ¿no era éste el desafío de Satanás?
Elifaz, como si presidiera una liturgia penitencial, encaminada a la
conversión de Job, hace un examen de conciencia, dando por descontado los
delitos de Job, que pretende poner pleito a Dios, para probar su inocencia.
Elifaz, como representante de Dios, recoge el desafío y entabla el pleito
con Job. En su homilía parece que comentara el salmo 50, ocupando el lugar
de Dios: "Escucha, pueblo mío, que hablo yo, Israel, yo atestiguo contra ti,
yo, Dios, tu Dios. No es por tus sacrificios por lo que te acuso: ¡están
siempre ante mí tus holocaustos! Pero al impío Dios le dice: ¿Qué tienes tú
que recitar mis preceptos, y tomar en tu boca mi alianza, tú que detestas la
doctrina, y a tus espaldas echas mis palabras? Si a un ladrón ves, te vas
con él, alternas con adúlteros; sueltas tu boca al mal, y tu lengua trama
engaño. Te sientas, hablas contra tu hermano, deshonras al hijo de tu madre.
Esto haces tú, ¿y he de callarme? ¿Es que piensas que yo soy como tú? Yo te
acuso y lo expongo ante tus ojos. ¡Entended esto bien los que olvidáis a
Dios, no sea que yo arrebate y no haya quien libre!" (Sal 50,7-8.16-22).
Desde la consideración genérica sobre la condición pecadora del hombre,
Elifaz desciende a la acusación directa de Job. Si Job es castigado por Dios
es porque tiene culpas reales y concretas: "Porque exigías sin razón prendas
a tus hermanos, arrancabas a los desnudos sus vestidos, no dabas agua al
sediento, al hambriento le negabas el pan; como hombre fuerte que hace suyo
el país, y, rostro altivo, se sitúa en él, despachabas a las viudas con las
manos vacías y quebrabas los brazos de los huérfanos. Por eso los lazos te
aprisionan y te estremece un pavor súbito. La luz se hace tiniebla, y ya no
ves, y una masa de agua te sumerge" (22,6-11).
Normalmente la pena sigue a la culpa. Elifaz de la pena infligida a Job
deduce la culpa. A Dios, y a Elifaz, no se le oculta nada. Porque Dios esté
en el cielo, ¿cree Job que no lleva cuenta de sus pecados? ¿Cree que el velo
de las nubes le impiden ver sus acciones? En su carne tiene ahora las
consecuencias de ellas: "¿No está Dios en lo alto de los cielos? ¡Mira la
cabeza de las estrellas, qué altas! Y tú has dicho: ¿Qué conoce Dios?
¿Discierne acaso a través del nublado? Un velo opaco son las nubes para él,
y anda por el contorno de los cielos. ¿Vas a seguir tú la ruta antigua que
anduvieron los hombres perversos? Antes de tiempo fueron aventados, cuando
un río arrasó sus cimientos. Los que decían a Dios: ¡Apártate de nosotros!
¿Qué puede hacernos Sadday?" (22,12-17).
Dios, que está en lo más alto de los cielos ve los acontecimientos más
humildes de la tierra. Rige las estrellas y atiende a lo más mínimo del
mundo. Está presente y no se deja ver; no se deja ver y sus juicios
atestiguan su presencia. Sólo el impío "dice en su corazón: Dios se olvida,
tiene tapado el rostro, no ha de ver jamás" (Sal 10,11). Sólo el malvado se
pregunta: "¿Cómo va a saber Dios? ¿Se va a enterar el Altísimo?" (Sal
73,11), "el Señor no lo ve, el Dios de Jacob no se entera" (Sal 94,7). "En
mí no se fijará ni hará caso de mi conducta; si peco en secreto nadie me
verá, si miento a escondidas, ¿quién se enterará? ¿Quién le informa de las
obras de la justicia? ¿qué puedo esperar de cumplir mi deber? ¡Pues la
alianza está lejos! Esto piensa el ruin de corazón; el estúpido, el perdido,
que sólo piensa necedades" (Si 16,20-23; Cf 23,18). La nube vela y
manifiesta la presencia de Dios, pero nunca enturbia su mirada. Job no lo
duda. Pero Elifaz se saca esta acusación de la manga.
Para Elifaz, si Job niega la doctrina de la retribución, es porque niega el
conocimiento y providencia de Dios. En su lógica lo uno lleva a lo otro.
Negar la retribución y la providencia conducen a la conducta depravada y
ésta acarrea el castigo. Y hasta los beneficios de Dios se convierten en
agravantes del pecado, al no reconocerlos como dones de Dios ni llevar al
agradecimiento: "Decían a Dios: ¡Apártate de nosotros! ¿Qué puede hacernos
Sadday? Y era él quien colmaba sus casas de bienes, aunque como malvados no
contaban con él" (22,17-19). Caen en la tentación de atribuirse a sí mismos
cuanto Dios les ha dado: "Guárdate de olvidar a Yahveh tu Dios descuidando
los mandamientos, normas y preceptos que yo te prescribo hoy; no sea que
cuando comas y quedes harto, cuando construyas hermosas casas y vivas en
ellas, cuando se multipliquen tus vacadas y tus ovejas, cuando tengas plata
y oro en abundancia y se acrecienten todos tus bienes, tu corazón se engría
y olvides a Yahveh tu Dios que te sacó del país de Egipto, de la casa de
servidumbre; que te ha conducido a través de ese desierto grande y terrible
entre serpientes abrasadoras y escorpiones: que en un lugar de sed, sin
agua, hizo brotar para ti agua de la roca más dura; que te alimentó en el
desierto con el maná, que no habían conocido tus padres, a fin de humillarte
y ponerte a prueba para después hacerte feliz. No digas en tu corazón: Mi
propia fuerza y el poder de mi mano me han creado esta prosperidad, sino
acuérdate de Yahveh tu Dios, que es el que te da la fuerza para crear la
prosperidad, cumpliendo así la alianza que bajo juramento prometió a tus
padres, como lo hace hoy. Pero si llegas a olvidarte de Yahveh tu Dios, si
sigues a otros dioses, si les das culto y te postras ante ellos, yo
certifico hoy contra vosotros que pereceréis" (Dt 8, 11-19).
Job, según Elifaz, se ha unido a los impíos y, por ello, la ira de Dios ha
caído sobre él: "Y era él el que colmaba sus casas de bienes, aunque seguían
lejos de él. Al verlo los justos se recrean, y de ellos hace burla el
inocente:¡Cómo acabó nuestro adversario! ¡el fuego ha devorado su
opulencia!" (22,18-20). Elifaz supera a Satán respecto a Job. Satán admitía
que Job daba gracias a Dios cuando de él recibía bienes. Elifaz, en cambio,
al unir a Job con los malvados, da a entender que no ha sabido agradecer a
Dios los beneficios recibidos de su mano y por eso los ha perdido. La
justicia de Dios ha triunfado y con ella su teoría. Como "justo" se alegra
de la desgracia de Job y se burla de su adversario.
Pero Elifaz tiene buenas intenciones. No se queda en la condena del amigo.
Le exhorta a pasar de bando. A Job le queda una salida, reconciliarse con
Dios mediante una conversión existencial. No ha terminado todo para Job, aún
hay una esperanza. Dios, que lo ha castigado con justicia, le puede perdonar
con misericordia. Elifaz se lo anuncia como mensajero suyo: "Reconcíliate
con él y haz la paz: así tu dicha te será devuelta. Recibe de su boca la
enseñanza, pon sus palabras en tu corazón. Si vuelves a Sadday con humildad,
si alejas de tu tienda la injusticia, si tiras al polvo el oro, el Ofir a
los guijarros del torrente, Sadday se te hará lingotes de oro y plata a
montones para ti. Tendrás entonces en Sadday tus delicias y hacia Dios
levantarás tu rostro. El escuchará cuando le invoques, y podrás cumplir tus
votos. Todo lo que emprendas saldrá bien, y por tus caminos brillará la luz.
Porque él abate el orgullo de los grandes, y salva al que baja los ojos. El
libra al inocente; si son tus manos puras, serás salvo" (22, 21-30). De la
reconciliación con Dios se seguirán todos los bienes; la conversión le
conducirá a la restauración de su situación anterior, con su cambio de
conducta se ganará a Dios y disfrutará de su amistad.
Los tres amigos proponen a Job la misma vía para recobrar la felicidad:
volver a Dios. A ello Job no se cansa de responder que nunca ha abandonado a
Dios, a quien ellos le muestran tan alejado de él. Además, ¿por qué una
conversión momentánea va a traerle la felicidad si toda una vida de honradez
no ha bastado para garantizarla? Su problema no es aceptar la conversión a
Dios, sino saber qué es lo que Dios le reprocha. Lo que aflige a Job es el
silencio de Dios.
La fe de Elifaz sigue siendo utilitarista hasta el final: "Haz las paces con
Dios y, de este modo, tus rentas serán buenas" (22,21). Los bienes que
promete están ligados a unas condiciones de conducta. La conversión será la
fuente de la felicidad, que Dios se sentirá obligado a dar a Job. Job, con
su atormentada fe, busca, en cambio, la felicidad no en sí mismo, sino en el
corazón de Dios. Es lo que Pablo, embajador de Dios muy distinto de Elifaz,
anuncia: "Por tanto, el que está en Cristo, es una nueva creación; pasó lo
viejo, todo es nuevo. Y todo proviene de Dios, que nos reconcilió consigo
por Cristo y nos confió el ministerio de la reconciliación. Porque en Cristo
estaba Dios reconciliando al mundo consigo, no tomando en cuenta las
transgresiones de los hombres, sino poniendo en nosotros la palabra de la
reconciliación. Somos, pues, embajadores de Cristo, como si Dios exhortara
por medio de nosotros. En nombre de Cristo os suplicamos: ¡reconciliaos con
Dios! A quien no conoció pecado, le hizo pecado por nosotros, para que
viniésemos a ser justicia de Dios en él. Y como cooperadores suyos que
somos, os exhortamos a que no recibáis en vano la gracia de Dios. Pues dice
él: En el tiempo favorable te escuché y en el día de salvación te ayudé.
Mirad ahora el momento favorable; mirad ahora el día de salvación" (2Co
5,17-6,2).
La conversión tiene como término la persona de Dios, la comunión con él, y
no los bienes o dones de Dios. El deseo de Dios, invitando al hombre a
volver a él, es para ser él su lote, su heredad, como canta el salmista:
"Dios es mi lote perpetuo" (Sal 73,26). La comunión con Dios es la suprema
delicia (Sal 37,4). "Ahora te han visto mis ojos", exclamará Job satisfecho
al final.