Comentario al libro de Job
Emiliano Jiménez Hernández
a) El amor es la última palabra de Dios
b) Y la fe es la única palabra del hombre
ITINERARIO DE LA FE
a) El amor es la última
palabra de Dios
El epílogo del libro, tras el largo discurrir de discursos, enlaza con el
prólogo. El bien es más fuerte que el mal. El sufrimiento no es el destino
último del hombre, la esperanza siempre puede florecer, el amor de Dios es
siempre la última, la verdadera palabra de Dios. La carta de Santiago canta
este triunfo de la paciencia: "Mirad cómo proclamamos felices a los que
sufrieron con paciencia. Habéis oído la paciencia de Job en el sufrimiento y
sabéis el final que el Señor le dio; porque el Señor es compasivo y
misericordioso" (St 5,11) .
El libro de Job se cierra con un final feliz. Después de que Job hace su
confesión de fe pura, se vuelve al plano de la felicidad tangible. El cambio
interior de Job se muestra en su vida exterior. Este final muestra que Dios
no quiere los sufrimientos por sí mismos. Una vez alcanzado su objetivo y
ganada la apuesta mediante la fe de Job, Dios pone fin a la prueba.
Reafirmada su libertad, Dios puede desplegar su bondad sin riesgo de ser
tergiversada por la religión utilitarista de los amigos. Cumplido el deseo
de ver a Dios, renunciando a todo, Job puede recibir gratuitamente lo que no
ha pedido, lo mismo que Salomón: "Porque, en vez de pedir para ti larga
vida, riquezas, has pedido discernimiento para saber juzgar, cumplo tu ruego
y te doy un corazón sabio e inteligente como no lo hubo antes de ti ni lo
habrá después. También te concedo lo que no has pedido, riquezas y gloria,
como no tuvo nadie entre los reyes" (1R 3,11-13).
Los amigos no podrán cantar victoria pensando que Job ha recobrado sus
riquezas porque se ha convertido y que Dios les da la razón a ellos. Dios
critica el teísmo fundamentalmente ateo de los amigos, rechaza la visión
utilitarista de la salvación, en la que no hay cabida para la gracia y en la
que el amor de Dios es sustituido por la necesidad de garantía y seguridad
personal. Es la negación de Satanás que sospecha que toda fe en Dios es
interesada. Dios condena formalmente los discursos de los amigos.
Dirigíendose a Elifaz, el más anciano, les dice: "Mi ira se ha encendido
contra ti y contra tus dos amigos, porque no habéis hablado con verdad de
mí, como mi siervo Job" (42,7). En su búsqueda angustiada del rostro de
Dios, Job se había enfrentado duramente a los amigos: "Vosotros no sois más
que charlatanes... ¿En defensa de Dios decís razones mentirosas? ¿Así
lucháis en su favor y os hacéis abogados de Dios? ¿No convendría que él os
sondease? ¿Jugaréis con él como se juega con un hombre? El os dará una
severa corrección" (13,4.7-10). Ahora Dios le da la razón. El profeta
Zacarías nos ha descrito la replica final de la asamblea celeste del
prólogo, aunque Job ahora se llame Josué: "Yahveh me hizo ver después al
sumo sacerdote Josué, que estaba ante el ángel de Yahveh; a su derecha
estaba Satán para acusarle. Dijo el ángel de Yahveh a Satán: ¡Yahveh te
reprima, Satán, te reprima Yahveh, el que ha elegido a Jerusalén! ¿No es
éste un tizón sacado del fuego? Estaba Josué vestido de ropas sucias, en pie
delante del ángel. Tomó éste la palabra y habló así a los que estaban
delante de él: ¡Quitadle esas ropas sucias y ponedle vestiduras de fiesta. Y
colocad en su cabeza una tiara limpia! Se le vistió de vestiduras de fiesta
y se le colocó en la cabeza la tiara limpia" (Za 3,1-5).
Satán y los amigos se han equivocado en su juicio sobre Job. Dios es siempre
sorprendente. Los amigos se han quedado sin palabra desde el capítulo 27.
Suponiendo que han asistido al debate final, podemos imaginar que, al
escuchar las palabras de Dios y las respuestas de Job, piensan satisfechos:
hemos vencido, Dios nos ha dado razón. Pero, una vez más, se equivocan. Dios
zanja el debate condenando a los amigos, que "no han hablado rectamente de
mí, como lo ha hecho mi siervo Job". Comenta San Gregorio: "Oídos los
discursos de Job y conocidas las respuestas de los amigos, es hora de
dirigir nuestra atención a la sentencia del juez interior y decirle: Señor,
hemos oído a las dos partes discutir en tu presencia; sabemos que en el
debate Job ha repasado sus acciones virtuosas y los amigos han defendido el
honor de tu justicia. Sabes lo que pensamos de ello, que no podemos
reprender las razones de los que se han dedicado a defenderte. Están
presentes las partes, esperando tu sentencia. Siguiendo una regla invisible,
Señor, pronuncia el examen penetrante de tu discernimiento, muestra quien ha
hablado mejor en este debate... Oh Señor, tu sentencia revela qué lejos está
nuestra ceguera de la luz de tu rectitud. Vemos que declaras vencedor a Job,
el que pensábamos que te había ofendido con sus palabras".
El juicio de Dios es sorprendente. Los amigos han acusado a Job de dureza de
corazón (22,6-9) y, sin embargo, él es quien va a interceder por ellos. Los
amigos le aconsejaban que orara por sí mismo (5,8;8,5;11,13;22,27) y ahora
Dios le encomienda que rece por ellos. Consideraban como viento las palabras
de Job (8,5;15,2) y resulta que son ellas las que les van a alcanzar el
perdón. Dios incorpora a Job a la lista de los grandes intercesores de la
historia de la salvación: Abraham (Gn 20,7), Moisés (Nm 21,7; Dt 9,20),
Samuel (1Sm 2,25; 7,5; 12, 19.23), Jeremías (Jr 7,16;11,14; 14,11; 29,7;
37,3; 42,4.20). Como gran intercesor le recuerda Ezequiel (Ez 14,14.20),
"pues Dios perdonó su pecado" por consideración de Job. Como siervo de Dios
intercede por los amigos que le han hecho sufrir. Su intercesión sella la
reconciliación con Dios y con los amigos. Job es el modelo del verdadero
creyente que recorre con pasión y paciencia el itinerario oscuro de la fe.
Al final, como lo había hecho al comienzo, Dios le proclama de nuevo "mi
siervo", como Abraham, Moisés, Josué y los profetas. La cacareada fe de los
amigos no era, en cambio, más que ateísmo e idolatría, que hace que "se
encienda contra ellos la ira del Señor". Herir al hombre es herir a Dios,
matar a Dios es matar al hombre. Quien no acepta a Dios, rechaza también al
hombre, imagen de Dios.
Esta intercesión de Job por los amigos, expresión de su fe, es bendecida por
Dios con las bendiciones de los patriarcas: bienes, fecundidad y vejez. Para
Job retorna el esplendor del pasado duplicado por la nueva abundancia, que
Dios derrama sobre él. Termina la soledad: "Vinieron, pues, donde él todos
sus hermanos y todas sus hermanas, así como todos sus conocidos de antaño; y
mientras celebraban con él un banquete en su casa, le compadecieron y le
consolaron por todo el infortunio que Yahveh había traído sobre él. Y cada
uno de ellos le hizo el obsequio de una cantidad de plata y de un anillo de
oro" (42,11). La comunión es restablecida y la alegría se hace banquete
donde todos se complacen en llenar de dones a Job, el bendecido del Señor.
Es válida la esperanza de que el bien puede más que el mal, que el
sufrimiento no es el destino final del hombre, que el amor bondadoso de Dios
es la última realidad. Dios cumple con Job lo que implora el salmista:
"Sácianos de tu amor a la mañana, que exultemos y cantemos toda nuestra
vida. Devuélvenos en gozo los días que nos afligiste, los años en que
sufrimos desdichas. ¡Que se vea tu obra con tus siervos, y tu esplendor
sobre sus hijos! ¡La dulzura del Señor sea con nosotros! ¡Confirma tú la
acción de nuestras manos!" (Sal 90,14-17).
Dios manifiesta su gloria en Job duplicando sus alegrías y sus bienes.
Yahveh bendijo la nueva situación de Job más aún que la antigua: "llegó a
poseer 14.000 ovejas, 6.000 camellos, 1000 yuntas de bueyes y 1000 asnas.
Tuvo además 7 hijos y 3 hijas. A la primera le puso el nombre de Paloma, a
la segunda el de Canela y a la tercera el de Azabache. No había en todo el
país mujeres tan bellas como las hijas de Job. Y su padre les dio parte en
la herencia entre sus hermanos. Después de esto, vivió Job todavía 140 años,
y vio a sus hijos y a los hijos de sus hijos, cuatro generaciones. Después
Job murió anciano y colmado de días" (42,10-17).
b) Y la fe es la única
palabra del hombre
El largo itinerario, por la noche oscura de la fe, ha supuesto un cambio
profundo en Job. Su curación no ha sido sólo curación de las llagas del
cuerpo, sino sanación interior. Job ni menciona el deseo de sanación de su
enfermedad. Sus sufrimientos eran los signos que aparecen en su carne de la
muerte interior con que se enfrentaba. Por lo mismo, la curación física sólo
será a sus ojos la consecuencia de una salvación más profunda de su ser. Con
su carne entre los dientes, Job reclamaba un encuentro con Dios que le
devolviera el sentido de la vida. Job vive su prueba ante todo como una
cuestión sobre Dios y se la plantea a Dios. El hombre que sufre, ¿puede
seguir creyendo en su designio de amor? En caso afirmativo, Job puede morir
reconciliado. En caso negativo, todo es absurdo; es lo mismo la vida que la
muerte, haber nacido o no haber nacido. La respuesta sólo la puede dar Dios.
El drama está en cómo lograr ese encuentro con Dios. Los amigos y su misma
agitación interior se conjugan para hacer imposible este encuentro. A pesar
de ello, Job sigue adelante, sin perder la esperanza. Las sinrazones de los
amigos y el exacerbamiento de su angustia le van purificando la fe, sin que
él sea siempre consciente. Paso a paso van cayendo ante él sus ilusiones y
sus falsas imágenes de Dios.
En medio de su noche, Job no olvida la bondad de Dios, experimentada en su
vida anterior. El memorial es la roca firme donde encuentra un apoyo su fe
tambaleante. Job necesita gritar a Dios el escándalo de su dolor, pero
también evocar los años felices en que el amor de Dios sostenía su fe.
Aunque aparentemente desmentido por Dios, ese pasado de amor fue real y
sigue impregnando la realidad del sufrimiento. Por un efecto de contraste,
ensombrece más el panorama del presente; pero sigue siendo un punto de
anclaje de su fe. El rostro de Dios no se muestra sólo en el espejo del
desconsuelo. Si Job se obstina en reclamar que se reanude el diálogo es
porque, en el fondo de su fe, no puede aceptar que Dios haya cambiado.
Necesita que Dios le diga que no ha cambiado, que sigue siendo el Dios de
amor, aunque ese amor no quepa en su mente.
El largo silencio de Dios es también un don. Lo mismo que el amor invisible
de Dios le concede un tiempo, su silencio le abre un espacio de libertad
para el rechazo o el asentimiento, para la huida o la búsqueda. La locura de
Dios es sabiduría, más grande que toda sabiduría humana. Dios finge
retirarse, pero es para que Job pueda ir hacia él. Dios se muestra lejano,
pero es para que Job dé los primeros pasos hacia él. Dios calla, para que
Job pueda hablar. Y la pedagogía de Dios no falla. Job, sin saberlo, se
acerca a Dios y provoca su manifestación. A Job le faltaban las fuerzas para
atravesar definitivamente el escándalo de la cruz. Es el último trecho, que
recorre Dios. Dios sale al encuentro de su siervo y se sitúa ante él. Se le
muestra como compañero, acogiéndole en su libertad. Entonces Job acepta
entrar por la fe en la lógica del amor creador de Dios. Si Dios se muestra
tan solícito con los ciervos, si escucha el piar de los pajarillos, con
mucha más razón "ocultará en su corazón" pensamientos y sentimientos de
bondad para con el hombre. Es lo que dirá Jesús cuando desea que sus
discípulos vislumbren algo de la paternidad de Dios: "Mirad los lirios del
campo, mirad las aves del cielo" (Mt 7,25ss).
Para vislumbrar este misterio de Dios en su vida, Job necesitaba
desprenderse de su propia sabiduría y dejar de ver en el hombre la norma
última del mundo y de la historia. Renunciando a ese orgullo secreto, el
gran pecado del hombre, del que toma conciencia ante la deslumbrante
manifestación de Dios, Job encuentra su verdad. Perdiéndose, se encuentra en
Dios. San Pablo no se cansará de repetir que, en el planteamiento judicial,
el hombre saldrá siempre perdiendo, pues el hombre nunca lleva razón contra
Dios, y porque sus razones y méritos se basan en el cumplimiento de leyes.
San Pablo, con toda su fuerza de fariseo alcanzado gratuitamente por Cristo,
inculca que la gracia y la fe son el único camino de la justificación y
salvación. Job reanuda la vida colmada, feliz, pues ese es el designio de
Dios. Pero, si Dios decide callarse de nuevo, su silencio en adelante estará
cargado de significado. Habrá que aguardar ciertamente la nueva alianza,
Getsemaní, la cruz y la gloria de la resurrección para que los creyentes
descubran la apuesta maravillosa que Dios ha hecho desde siempre por el
hombre, pero ya Job supo vislumbrar una de las mayores paradojas de la
salvación. Comprendió que la herida abierta en nosotros por el silencio de
Dios no es más que la esperanza de la comunión con él.
En Ejá Rabá se presenta a Job como figura consoladora de Israel: "Cuando
cayó Jerusalén en manos de Nabucodonosor, Jeremías decidió quedarse en
Jerusalén. Cuando regresaba a la ciudad, Jeremías alzó los ojos y en la
cumbre de la montaña vio una mujer sentada, vestida de negro y con el
cabello desgreñado, que gritaba:
-¿Quién me consolará?
Jeremías se acerca a ella y le dice:
-Si eres mujer, habla conmigo; pero, si eres espíritu, quítate de mi
presencia.
-¿No me conoces? -le respondió- Yo soy aquella madre que tenía siete hijos.
Se fue su padre allende el mar y, mientras estaba llorando por él, vinieron
a decirme: "Se ha derrumbado tu casa sobre tus siete hijos y han muerto". Y
ahora no sé por quién llorar ni por quién arrancar mis cabellos.
-No eres tú mejor que la madre de Sión, que se ha convertido en pasto para
las bestias del campo.
-¡Yo soy la madre de Sión! De mí está escrito: ¡Desgraciada la que diera a
luz siete hijos! (Jr 15,9).
-Se parece tu herida a la de Job -le replicó Jeremías, expresando por su
boca las palabras de Dios-: A Job le quitaron los hijos y las hijas, como a
ti te han quitado hijos e hijas. A Job le quité su plata y su oro, como a ti
te he quitado plata y oro. A Job le arrojé en la inmundicia, como tú te has
convertido en un estercolero. Pero de la misma forma en que volví y me
compadecí de Job, así también volveré a compadecerme de ti. A Job le
multipliqué sus hijos y sus hijas, lo mismo haré contigo: te multiplicaré
tus hijos y tus hijas. A Job le doblé su plata y su oro, y lo mismo haré
contigo. A Job le sacudí de la inmundicia, y sobre ti está escrito: Sacúdete
el polvo y levántate, cautiva Jerusalén (Is 52,2). Los hombres te
construyeron, los hombres te han derruido, pero en el futuro Yo te
reconstruiré, pues está escrito: El Señor reconstruye Jerusalén, congrega a
los dispersos de Israel (Sal 147,2).
Job es figura de Israel, pero, sobre todo, es figura de Cristo. Dios ha
pronunciado su última palabra en Jesucristo. Cristo, en su misma persona, es
la palabra de Dios, que Job esperaba. Jesús ha descendido a la tierra del
hombre para entablar un duelo a muerte con Satanás. Desde el comienzo de su
ministerio inicia su combate contra él y no cesa en su lucha hasta vencerlo
en la cruz. Jesús, tomando la carne de Job, del hombre, bebe hasta las heces
el cáliz amargo del sufrimiento. No sólo sufre la indecible tortura
corporal, sino que padece el fracaso de su misión, el entenebrecimiento de
su identidad personal, el eclipse de Dios, la negación y el abandono de sus
amigos, el descrédito de su persona, el escarnio público... Hace suya la
historia de Job. En Getsemaní grita a Dios y busca el consuelo de los
discípulos. Dios calla y los amigos duermen. En la soledad de su agonía se
abandona a la voluntad de Dios, entregando su vida por los hombres; se
entrega por los que no pueden dar nada a cambio del amor que se les ofrece
gratuitamente. Jesús cree en Dios, no a pesar del mal, sino desde la
experiencia del mal. Confía en Dios, a quien en medio del sufrimiento,
invoca como Padre. Cristo vence el mal asumiéndolo y transformándolo en
semilla de resurrección. Creer desde la cruz es creer desde la esperanza de
la resurrección. Jesús, en lugar de buscar el porqué del sufrimiento busca
el para qué. Su sufrimiento se hace redentor, salvífico. El amor es la
respuesta al misterio del sufrimiento. Y el amor es más fuerte que la
muerte. Por ello Jesús puede entregarse a la muerte, sabiendo que el Padre,
que le ama, no le dejará en la muerte. Su amor es eterno y vivificador.
El Padre, en el bautismo, proclama la inocencia de Jesús, su total
complacencia en él. Hasta el final Satán pone a prueba la fidelidad de Jesús
al Padre. Llegada la hora, impulsa a Judas a traicionarlo y Jesús entra en
la prueba suprema. Acusado y condenado en el tribunal humano, el Padre lo
reivindica enviando su abogado, el Paráclito, que convence al mundo de
pecado, proclamando la inocencia de Jesús, sentado a la derecha del Padre, y
condenando al único culpable, el príncipe de este mundo, Satanás (Jn
16,7-11). Jesús, como Job por los amigos, intercede por los que le hacen
sufrir y condenan. Así Jesús carga y quita el mal del mudo, lo elimina
cargando con él: "He aquí el Cordero de Dios que carga y quita el pecado del
mundo" (Jn 1,29). (El airein griego del original como el tollere latino
significa las dos cosas).