Dice santa Inés a santa Brígida, que no se debe dejar la conversión para la hora de la muerte.
REVELACIÓN 5

Muchos hay en el día de hoy, dijo santa Inés a santa Brígida, que tienen estos pensamientos, de caminar gozando del mundo, para volverse a Dios a la hora de la muerte, y dicen: Cosa dura es meternos por camino tan estrecho, y dejar las honras y nuestra propia voluntad. Y se apoyan en una esperanza falsa y peligrosa, diciendo: Larga es nuestra vida, y grandísima la misericordia de Dios. El mundo está lleno de goces, y para ellos fuí creado; así, no importa que por algún tiempo use yo del mundo según mi voluntad, que al fin de mi vida quiero seguir a Dios, pues en este camino del mundo hay cierto atajo o vereda, que es la contrición y confesión, y si me acogiere a ella, me salvaré. Este deseo de pecar hasta el fin y pensar confesarse entonces, es una esperanza muy flaca, porque cuando ellos menos piensen, ya están en manos de la muerte, y suele ser tal el dolor y tan arrebatado el fin, que no pueden hacer confesión ni tener contrición que les sea de provecho. Y con muchísima razón se les niega eso, pues no quisieron prevenirse cuando pudieron, sino que quisieron atar la misericordia de Dios y guardarla para cuando ellos quisiesen aprovecharla, y no cuando Dios se la ofrecía; ni tenían pensamiento de dejar de pecar, sino hacerlo hasta más no poder, y se volvían a Dios porque el pecado los dejaba a ellos, y no podían ya gozar de sus deleites. La justicia, hace su oficio en juzgar, y la misericordia el suyo en atraer a sí y convidar.

Y la Madre de Dios dijo a santa Brígida: Aun cuando Dios puede hacer todas las cosas, no obstante, el hombre debe cooperar para salir del pecado y alcanzar el amor de Dios. Porque tres cosas hay para que el hombre salga del pecado, que son: perfecta penitencia, intención de no volver a pecar, y la enmienda, según consejo de los que han despreciado el mundo por Dios, y están autorizados para darlo. Otras tres cosas hay para alcanzar la gracia, que son: humildad, misericordia y deseo grande de amar mucho a Dios; pues cualquiera que con estas condiciones dijere aunque sea solamente un Padre nuestro por alcanzar la gracia de Dios, muy pronto sentirá los efectos de esta misma gracia.

Hasta que está el hombre debajo de la tierra, no me aparto de él; y si se anima a romper las cerraduras, le salgo al encuentro como su sierva para servirle, y como Madre para ayudarle. Y debo decirte, que como ves que la tierra produce plantas y flores de diverso género y especie, del mismo modo si desde el principio del mundo todos los hombres hubiesen permanecido en su justicia original, todos habrían obtenido excelente recompensa; porque todo el que está gozando de Dios pasa de una alegría a otra, no porque en ninguna haya hastío, sino porque se va aumentando el placer, y continuamente se renueva un gozo a otro, y todos tan grandes, que no se puede explicar.