CON UN CORAZÓN HUMANO Capítulo 3: DEL CONTRATO A LA ALIANZA —UNA ESPIRITUALIDAD DEL CORAZÓN— Eugenio J. Cuskelly, M.S.C.
Inicio este capítulo con algunas reflexiones sobre el
discutido tema del matrimonio y la anulación del mismo. Quiero señalar
especialmente la reciente e interesante evolución que se vislumbra en
algunos tribunales matrimoniales. Se habla mucho menos que antes de contrato
matrimonial y mucho más de alianza matrimonial. A través de este cambio de
terminología, quieren enfatizar una calidad especial en el consentimiento
requerido para la validez del matrimonio cristiano. Quieren indicarnos
también, que el matrimonio se pue- de anular si los interesados no
hicieron, o fueron incapaces de hacer, una alianza real y personal; y esto
por ausencia del tipo de consentimiento exigido.
Se da entre los moralistas una interesante discusión
acerca del modo en que la ausencia de amor puede invalidar el consentimiento
matrimonial. Según ellos, el consentimiento necesario en su profunda
realidad, es un acto de libre voluntad mediante el cual dos personas se
entregan radical y totalmente uno al otro.
El verdadero amor significa una disponibilidad de entrega;
es un amor altruista, desinteresado, que se expresa en el acto de dar y está
dispuesto a perseverar en esta actitud. Por otra parte, existe un amor
egoísta, cerrado en s í mismo, incapaz de dar o poco inclinado a hacerlo.
Este amor busca gozar del otro, sin más. Cuando dentro de un matrimonio, los
interesados no buscan más que complacerse el uno al otro, este amor que no
es más que un gusto y ego ismo puede aparentemente ser suficiente para el
matrimonio. Pero no lo es.
Una alianza es más que un contrato porque está penetrada y
enriquecida por un amor real y sacrificado, donde sí mismo. Existen personas
que viviendo formas matrimoniales son incapaces de realizar una alianza.
Otras, tienen capacidad, pero son demasiado egoístas para hacerla. Estas
personas pueden respetar un contrato por un tiempo, hasta por muchos años,
pero nunca llegan a vivir una alianza. Por otra parte, hay quienes entran
realmente en una alianza matrimonial. Pero el ego ismo puede surgir; uno de
los dos puede convertirse a la mentalidad del matrimonio-contrato. Entonces,
cuando el amor ha desaparecido por completo del matrimonio, puede ser muy
difícil mantenerse en el contrato, y puede resultar imposible restaurar el
amor perdido.
En cada Eucaristía recordamos “la sangre de la alianza
nueva y eterna". La Iglesia es el pueblo de la Alianza, o por lo menos está
Ilamada a serlo.
¿Dónde se halla hoy la Iglesia? Esta es una pregunta
frecuente- mente planteada a personas que han visto algo de la lglesia en
muchos países distintos. Supongo que cada uno tiene su propia res- puesta a
esta pregunta. Yo pienso que hoy la Iglesia se sitúa entre el contrato y la
alianza; tiene una gran necesidad de aprender de nuevo a vivir esta nueva
alianza anunciada por los profetas y realizada en Cristo.
Siempre el Pueblo de Dios ha sido llamado a ser el pueblo
de la Alianza; Ilamado siempre pero muy pocas veces correspondido
con suficiente generosidad. La Alianza puede ser eternamente nueva,
pero la humanidad envejece continuamente y tiene necesidad de redescubrir al
Dios que renueva su juventud. Al maravillarse frente a los prodigios
realizados por Dios para sacarlos de Egipto, ante la novedad de la Ilamada
de Yahvé, el pueblo clamó Ileno de entusiasmo y alegría: “Sí, seremos tu
pueblo y tú serás nuestro Dios”. Pero conocemos bien que este maravilloso
capítulo inicial fue seguido por historias muy humanas, llenas de ego ismo,
pecado y abandono de la alianza un día vivida en el amor. Se olvidaron de su
Dios y de lo que habían prometido con tanta prontitud. Pero Dios no se
olvida y conocemos las nuevas promesas formuladas a través de los profetas.
“Vendrán días —palabra de Yahvé— en que yo pactaré con el pueblo de Israel
una nueva alianza. No será como esa alianza que pacté con sus padres, cuando
los tomé de la mano, sacándoles de Egipto. Ellos quebraron mi alianza,
siendo yo el Señor de ellos. Esto declara Yahvé: Cuando Ilegue el tiempo, yo
pactaré con Israel esta otra alianza: Pondré mi ley en su interior, la
escribiré en sus corazones, y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo. Ya no
tendrá que enseñarse mutuamente diciéndose el uno al otro: “Conozcan a
Yahvé". Pues me conocerán todos, del más grande al más humilde.
Porque yo habré perdonado su culpa y no me acordaré más de su pecado" (Jer. 31,31—34).
”Les daré un corazón nuevo, y pondré dentro de ustedes un
espíritu nuevo. Les quitaré del cuerpo el corazón de piedra y les pondré un
corazón de carne. Infundiré mi espíritu en ustedes, para que vivan según mis
mandatos y respeten mis órdenes. Habitaré en la tierra que yo día sus
padres. Ustedes serán para m í un pueblo y a m í me tendrán por su Dios".
(Ez. 36,26—28).
La Nueva Alianza se realiza en Cristo. En El, las palabras
del Salmo 39 encuentran su más perfecta aplicación: "Mira, aquí vengo, de m
i se dijo lo que está escrito en el libro; cumpliré, oh Dios, tu voluntad".
(Cf. Heb. 10). En Io más profundo de su corazón huma- no, un hijo de hombre
se eleva por encima de todos los contratos para vivir con amor gozoso en la
Iey de Dios, un perfecto amor de alianza. De ese corazón, traspasado en la
cruz y bajo el símbolo del agua que mana del mismo, se nos da su Espíritu
para que gocemos de la dicha de ser pueblo de Dios y de reconocer lo como
nuestro Dios.
Este gozo era característico en los primeros cristianos,
quienes, admirados por la original fe pascual, sellaban una nueva a lianza
con el Señor. Esta ha sido vivida con la misma, aunque nueva, respuesta en
cada época y en cada tierra donde la Buena Nueva se percibe como Iuz en
medio de nuestras ti nieblas, como esperanza en nuestra apatía, como
maravilloso don de amor. Pero la novedad se desluce al correr de los
tiempos, el paso de los años conduce al cansancio.
Existen muchas cosas en nuestro mundo que ocupan y dividen
nuestros corazones. Es cierto que para nosotros la nueva alianza envejece y
podemos fácilmente pasar de la alianza al contrato. Cuando ya no hallamos
alegría en el cumplimiento de la ley de Dios, nos preguntamos si vale la
pena mantenernos en el contrato. En realidad, seguirnos cumpliendo con los
deberes, seguirnos fieles a la ley y a los mandamientos, pero sin Espíritu y
con un corazón de piedra ; no es así como se vive una alianza.
‹Dónde se ubica la lglesia en la actualidad? En este
momento existen personas cansadas de reglas y observancias; algunos hacen lo
que tienen que hacer por estricto sentido del deber; otros aparecen
solamente en la iglesia para el bautismo, el matrimonio y el entierro. Hay
hornbres como Lefebvre y sus seguidores que dicen: volvamos a los contratos
claros con normas obligatorias y precisas que observemos cuidadosamente. No,
no puedo ver ah í una Ilamada del Señor. Tenemos que avanzar viviendo y
predicando una alianza con un corazón nuevo.
Como el Concilio Vaticano II anunció claramente, ha
llegado la hora, y Ilegó hace tiempo, en que se pide a los religiosos pasar
del contrato a la alianza, manifestando a la Iuz del día que están viviendo
con alegría en la Iey del Dios vivo. Según el Concilio, no deben mantenerse
estructuras anacrónicas, ni observar unas normas vacías de todo sentido sin
otro valor que el de haber sido redactadas en términos de antiguos
contratos.
¿Qué pasó cuando nos enteramos de esto? Algunos
percibieron esto como la oportunidad de revisar los contratos y posiblemente
renovar los. Otros rompieron Ios suyos y ya no están con nosotros. (Fue
cuando me dedicaba a leer sobre la anulación del matrimonio cuando caí en la
cuenta del porqué Roma, antes de dar dispensas de los votos y del
sacerdocio, indaga mucho sobre la vida y el carácter del interesado durante
sus días de seminario. Realmente lo que trata de percibir es si, en el
momento de su ordenación o profesión, el candidato realizaba un contrato o
sellaba verdaderamente una alianza con el Señor, a través de un
consentimiento motivado por un amor desinteresado, abierto y ansioso de
dar).
Serla un consuelo poder pensar que todos nosotros que nos
hemos quedado en la vida religiosa, lo hemos hecho por estar viviendo una
alianza personal con el Señor que nos ha Ilamado. Pero también aquí tenemos
casos paralelos a los matrimonios que no son un éxito. Al hacer su profesión
u ordenación, el religioso o el sacerdote le hacía eco a la oración de
David: "Con alegría, Señor, lo he dado todo".
En la ofrenda de las primicias está la alegría del don.
Esta alegría se mantendrá en nuestros corazones mientras permanezca en ellos
el amor que es la raíz del don. Por eso es necesario agregar a nuestra
oración aquella otra de David: “Domine Deus Israel conserva hanc voluntatem"
(1 Cron. 29,18), mantennos constantes en la alegría de la entrega. De lo
contrario, aunque perseveremos en nuestra profesión, la alianza realizada en
aquel tiempo puede degenerar en un puro contrato. Aguantamos buscando
consuelos en otras partes.
Afortunadamente para nosotros, hay una gran diferencia
entre los matrimonios que se han deteriorado y las alianzas personales con
el Señor que han perdido su frescor. El amor de Yahvé se nos ha dado para
siempre y su fidelidad permanece eternamente. Si lo deseamos, el Señor nos
dará un corazón nuevo y pondrá en nosotros su Espíritu. Escuchemos una vez
más a Ezequiel: "Libérense de todos
los pecados que han cometido en contra mía y fórmense un nuevo
corazón y un espíritu nuevo. Israel, ¿por qué buscas tu perdición? Mira que
yo no me alegro en la perdición de nadie, sea el que sea. Conviértete y te
salvarás, dice Yahvé". (Ez. 18,31—32).
Ha llegado el día en que la lglesia necesita religiosos y
sacerdotes que vivan su alianza personal con Dios en Cristo, y puedan as í
ayudar a los demás a ser un pueblo de la Alianza. Esto es válido para
nuestras reflexiones sobre el ministerio: ¿Estamos ayudando a las personas a
hacer y observar contratos, o a sellar alianzas?
Soy de la opinión de que en nuestros días se nos ha
bendecido de un modo singular, si hemos aprendido a examinar cuidadosamente
al Corazón de Cristo. Una “espiritualidad del corazón” es admirablemente
adecuada para ayudarnos, (como también para ayudarnos en la asistencia de
Ios demás), en estos momentos de transición que la Iglesia está viviendo.
Está centrada en el corazón nuevo y el Espíritu que los profetas intuyeron
como fuente de la vida y de la nueva alianza. Cuando entregó su vida por sus
amigos, cuando su costado fue traspasado, Cristo nos dio su Espíritu. Este
Espíritu pone amor en nuestros corazones y nos otorga la voluntad de
servirle. Todo esto, y mucho más, va incluido en lo que en otra parte he
denominado “una espiritualidad del corazón”.
a. — Tenemos que bajar a las inter interioridades de nuestras propias
almas, para la constatación de nuestras profundas necesidades personales de
vida, de amor y del genuino sentido de las cosas.
b. — Que tenemos que encontrar en el Corazón de Cristo, por medio de Ia fe y
de la reflexión, la respuesta a nuestros propios interrogantes; o sea, en
las profundidades de su personalidad, donde el anhelo del hombre y Ia
benignidad de Dios, se funden en una encarnación redentora.
c. — Y así, modelados por estas fuerzas, nuestro propio corazón será un
corazón comprensivo, que estará abierto, que vibrará y se entregará a
nuestros hermanos en Cristo.
d.- No nos descorazonaremos o desanimaremos delante de las dificultades.
Como nos recuerda el Vaticano II, somos seguidores de Cristo, el que “amó
con un corazón humano". El compartió nuestra humanidad, para que podamos
intuir que p r encima de nosotros está el infinito amor del Padre. En el día
escogido por Dios, su amor omnipotente triunfará. Es en “este" amor, en eI
que hemos aprendido a creer.
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CORAZÓN Y ESPÍRITU
“El Espíritu del Señor se nos ha dado aquí ahora como un adelanto, con el
que ya podemos saborear anticipadamente la victoria, la vida y la perfecta
armonía del futuro. Tal es el Espíritu que el Padre derramó primero en el
Corazón del Verbo hecho carne; el Espíritu que a través de ese Corazón
manifestó su primera luz y su primer fuego; el Espíritu que inspiró a Jesús
la palabra “Abba" en lo más profundo de su ser y que lo hizo llegarse a los
hombres como Hermano de todos. Tal es también el Espíritu que Jesús
glorificado comunica a los suyos desde el primer día de Pentecostés.
La presencia de este Espíritu en nuestros corazones es el vínculo entre
nuestra existencia presente y Ia elevación pascual de Jesús en el pasado.
Este Espíritu nos mueve a mirar hacia atrás, a lo ocurrido en la cruz, y a
ver, con la fe, aquella corriente que empezó a fluir del costado de Jesús
como comienzo de nuestra salvación.
Asimismo, el mismo Espíritu nos invita amar hacia delante y a levantar un
puente entre nuestra vida actual y la gloria futura. Nos invita a mirar
hacia adelante, es decir, a la Ciudad cruzada por el rio que fluye “después
de brotar en el trono de Dios y del Cordero".
Finalmente, la presencia del Espíritu nos induce a mirar a lo alto, al Señor
que está con el Padre y que, desde su ser profundo, nos comunica vida día a
día. El Espíritu Santo es el don del Co razón de Jesús a nuestros corazones.
Gracias a la encarnación del Hijo, el corazón del hombre es su morada. Al
morar en nosotros consuma nuestra unión con "el que es y era y ha de venir”.
(Ap. 1,4; 1 ,8; 4,8 y 11,17). El Espíritu que nos ha sido dado, está
inaugurando ya el futuro que se nos prometió por algo que ha ocurrido en el
pasado".
J. Lescrauwaet, M.S.C.
en Tríptico para una espiritualidad del Corazón.
Versión española, pág. 101