CON UN CORAZÓN HUMANO CAPITULO 5: CORAZÓN DE CRISTO ENCUENTRO ENTRE DIOS Y EL HOMBRE José Lescrauwaet, M.S.C.
Hace poco, un autor bien conocido escribió en relación al
hombre: “el deseo de su mente es conocer, el deseo de su corazón es ser
conocido "1. Esta declaración no necesita ninguna confirmación. Nuestra
mente nunca deja de cuestionar el mundo y la existencia humana. A la vez
nuestro corazón está constantemente buscando un compartir que nos reafirme.
De hecho, ambos anhelos están entre-mezclados. Vivimos con un corazón que
razona.
La visión cristiana de nuestra existencia radica
profundamente en estas aspiraciones tan humanas. Y esto no sólo es en
teoría, sino también en un sentido muy concreto. Tan concreto y particular
como la vida de Jesús de Nazaret. En la vida de Jesús, nuestra percepción
cristiana intuye esta ambición humana fundamental en el más alto nivel de su
actividad. Y así en Jesús se ve que nuestros deseos humanos se realizan
plenamente
Sin embargo, su realización no fue sólo un logro para él,
sino también dice referencia a nuestra existencia. El realizó nuestros
deseos precisamente por ser el Mesías dado por Dios a nosotros y a toda la
humanidad. Por medio de su corazón que razona encontramos una solución a
nuestra ignorancia y soledad más profundas. Su Corazón abre un camino en la
vida que todo hombre puede seguir con todo su corazón. Esbozar este camino
es la meta de las siguientes siete tesis.
I.
La visión cristiana de la existencia humana comienza con la
convicción de que, en su realidad más profunda, nuestra vida es un don. Un
don de Alguien para alguien. Un don real, no un préstamo sino una donación.
Un don permanente que, consecuentemente, crea una relación constante. El
corazón que razona se vuelve agradecido por esta relación.
Ser conscientes de nuestra existencia es una
característica especifica de nuestro ser. No hay nada más precioso para
nosotros ni tan cerca de nosotros como nuestra propia existencia. Esto no
implica, sin embargo, que conozcamos todo Io que se puede saber sobre ella.
AI contrario, frecuentemente nos asaltan las preguntas más urgentes sobre
nuestra existencia.
Literal y figurativamente, nos miramos en el espejo desde
los años más tempranos, anhelando, indagando y preguntándonos. Emergen en
nosotros, sin necesidad de incitarlas, las preguntas vitales sobre el
sentido de nuestra existencia: ¿Por qué, de dónde, hacia dónde? Al crecer
dejamos de formularnos estas preguntas tan a menudo, pero las I levamos con
nosotros de una etapa a otra de nuestra vida. No nos hacemos estas preguntas
sólo porque estamos inquietos por el conocimiento; nos preocupan las
posibles respuestas, por to menos, por dos razones.
La primera razón es que, como hornbres libres, somos
responsables de todas nuestras decisiones y acciones. Tenemos que escoger y
comprometernos en una Iínea de conducta personal. La aguja del compás de
nuestro corazón que razona busca su dirección correcta. Sólo vivimos una
vez, y tenemos que trazar una ruta hacia un objetivo que este conforme con
las aspiraciones vitales de nuestro corazón.
La segunda razón la encontramos en la experiencia de
soledad de nuestra condición humana. Sentirnos esta soledad cuando tenemos
que escoger nuestro camino en la vida. La sentirnos de nuevo en las
situaciones fronterizas de la vida: el conflicto y la culpabilidad, el
sufrimiento y la muerte. Dentro de esta soledad existe un anhelo profundo de
algún intercambio con otra persona.
El cristiano percibe que tiene el principio de una
respuesta a su alcance. Es verdad que su conocimiento es imperfecto todavía,
como también su profecía: pero, sin embargo, se siente capaz de apreciar su
vida como un don, un don personal y permanente. Para él el hecho de su
existencia es esencial mente algo más que el producto de un proceso
impersonal de evolución. Es algo que hay que apreciar desde el corazón. Es
el fruto de un darse personal y permanentemente.
Porque un verdadero don supone un donante consciente y
libre, también supone la intención del donante que desea la aceptación de su
don. Quien recibe algo como un verdadero don se da cuenta at instante de que
es conocido. Sabe que no está solo y que alguien está bien dispuesto hacia
él. Su corazón que razona dice al invisible Creador y Dador de vida: “Yo te
doy gracias”.
En esta última frase el uso de los pronombres personales
es importante. Por un Iado sabemos que la idea humana de “persona” no es la
adecuada para expresar el misterio de Dios. Por otro Iado, discernimos en el
don de nuestra vida una invitación “personal” a una aceptación libre y a una
respuesta agradecida. Pues si nuestra existencia es realmente un don dado a
una persona, debe ser a la vez una Ilamada a la reciprocidad. Precisamente
en esta reciprocidad entre don y respuesta se manifiesta la relación
“personal” entre el misterio de Dios y el misterio de mi propio corazón.
Ya que el don de nuestra existencia es una gracia
permanente, las relaciones con nuestro Benefactor son duraderas. La
experiencia agradecida de esta relación fundamental nos conduce a confesar
con San Agustín: “Nos has creado, Señor, para tí, y nuestro corazón está
inquieto hasta que descanse en ti" 2
II. Agradecido por su vida, Israel atribuyó al Dios
invisible y al constante Dador, un corazón como el de una persona humana.
Los israelitas sin embargo estaban convencidos de que no podía haber ni
imagen ni definición de Dios. No obstante, no conocían ningún símbolo más
humano y más apropiado que el de “corazón” para expresar su experiencia de
la presencia personal de Dios.
La interpretación cristiana de la vida toma prestadas sus
principales convicciones de la experiencia religiosa de Israel sobre la vida
humana. Por este hecho, la visión cristiana enraíza en la historia de este
pueblo por to menos diez siglos antes de Jesucristo.
A través de un sinnúmero de acontecimientos y de sus
sentimientos sobre la forma en que estaban ligados por Dios, Israel se
convenció profundamente de que Dios era real y cercano. Esta convicción no
fue el resultado de una filosofía abstracta, ni de la enseñanza de un genio.
Madurando como la fruta a través de la experiencia común, y de la continua
interpretación profética, fue como este pueblo se dio cuenta del amor de
Dios hacia ellos.
Partiendo de esta experiencia, Israel no atribuyó a Dios
ninguna cualidad con más frecuencia que la de su bondad cariñosa. Bondad
unida siempre a la fidelidad y a la disponibilidad at perdón. Los israelitas
compararon su experiencia de la actitud de Dios hacia ellos con la conducta
de los padres para con sus hijos, o con las relaciones entre un novio y su
querida novia.
Es dentro de este contexto metafórico donde Israel
adjudica a Dios un corazón vivo. Los israelitas cantaban la eficacia de "los
proyectos de su corazón por todas las edades"’ (Salmo 32,11). De esta manera
expresaban su firme confianza en que Dios llevaría a cabo, durante el
transcurso de los siglos, Io que había comenzado con humanidad en sus
inicios.
Sin duda, Israel estaba profundamente convencido del
carácter absolutamente espiritual de Dios. Consecuentemente, no se referían
al corazón como una entidad física, sino en un lenguaje simbólico. Israel
tomaba prestado este símbolo de la experiencia humana de un “corazón para
pensar" (Sir. 16,16). Según las formas antropológicas de hablar de los
israelitas, el corazón no sólo simbolizaba las experiencias afectivas y
emocionales, como es el caso de nuestro lenguaje actual. La palabra
“corazón" en el lenguaje bíblico simboliza la totalidad de la vida interior
de una persona. Incluye sus más internos y personales pensamientos,
experiencias, sentimientos, intenciones, sabiduría, resoluciones y deseos.
Con la palabra “corazón” los israelitas simbolizaban el centro de la
existencia personal como tal, el núcleo decisivo de una personalidad. En su
corazón el hornbre posee su propia vida, asimila sus experiencias, guarda
sus memorias e inicia sus decisiones más importantes 3 .
De esta forma el libro de Job, a pesar de la experiencia
de tanta miseria, declara que "Dios es sabio de corazón” (Job 9,4). En un
relato del pecado humano, el libro del Génesis declara con referencia a Dios
que "le dolió en su corazón" (G n. 6,6). Para Israel el pecado significa
alejarse de Yahvé. Dios, sin embargo, impide que este proceso se torne
fatal, y dice: "¿Cómo voy a dejarte, Efraím, cómo entregarte Israel? ... Mi
corazón se me revuelve dentro a la vez que mis entrañas se estremecen"
(Oseas 11,8).
Después de la consagración del recién construido templo,
Yahvé, refiriéndose a este santo Iugar, asegura al Rey Salomón: "Mis ojos y
mi corazón estarán allí siempre” (I Reyes 9,3). Finalmente, en el Cantar
Dios compara la alianza entre él e Israel con los lazos de amor entre el
novio y la novia. Como el novio de su pueblo Yahvé declara: "Me robaste el
corazón, hermana mía novia mía, me robaste el corazón” (Cantar 4,9).
En la continuación de este Canto, Yahvé invita a Israel a
su Iado: "Ponme como sello sobre tu corazón" (Cantar 8,6). La historia de la
preocupación de Dios por Israel tiene dos aspectos. Dios no sólo manifiesta
el misterio de su corazón; también pide el corazón de la humanidad. En
distintas formas Yahvé está pidiendo: “Dame, hijo mío, tu corazón" (Prov.
23,26).
IIl. Israel entendió que la verdadera religión tiene que
ser más que una aceptación intelectual y una confesión verbal, más que una
obediencia externa y una liturgia ritual. Dios exige al hornbre en su
totalidad. El corazón es símbolo específico de esta totalidad humana. Israel
falló en su respuesta a la exigencia de Dios. Sin embargo, mantuvo la
esperanza de que en medio de ellos saldría, algún día, el Prometido "con
corazón de justo”.
Para Israel el primer mandamiento es esencial. Este
entraría muy pronto a formar parte incluso de su oración diaria. La versión
más antigua se lee así: “Escucha, Israel: Yahvé es nuestro Dios, sólo Yahvé.
Amarás a Yahvé tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu
fuerza. Queden grabadas en tu corazón estas palabras que yo te mando hoy"
(Deut. 6,5—6).
El uso bíblico de la palabra “corazón” es notable por su
frecuencia. Se usa más de seiscientas sesenta veces. Se emplea más
frecuentemente que las palabras que significan “Dios” o "Señor”. Su uso es
poco corriente en el sentido meramente físico. Casi siempre es empleada en
conexión con la vida humana, vista como una sola entidad de espíritu y
cuerpo. As í el hombre tiene ojos para ver, oídos para oír, pero un "corazón
para entender” (Deut. 29,4).
También el corazón es propiamente esa parte del hornbre
que recibe las palabras o señales que vienen de Dios. Es en el corazón de
los fieles donde se realiza el encuentro de Dios y el hombre. El israelita
reconoce: "Bien sé, Dios mío, que tú pruebas los corazones y amas la
rectitud; por eso te he ofrecido voluntariamente todo esto con rectitud de
corazón... Oh Yahvé, conserva esto perpetuamente para formar los
pensamientos en el corazón de tu pueblo, y dirige tú su corazón hacia ti” (I
Cron. 29,17-18).
Yahvé no se contenta con la apariencia externa, sino que
“El Señor mira at corazón" (I Sam. 16,7); Yahvé to dio a conocer varias
veces por boca de sus profetas: “Yo, el Señor, exploro el corazón” (Jer.
17,10; Cf. 29,13). La condición para que la alianza sea eficaz es la
siguiente: “Si os volvéis a Yahvé con todo vuestro corazón, quitad de en
medio de vosotros los dioses extranjeros .., fijad vuestro corazón en Yahvé
y servidle a él sólo" (I Sam. 7,3). Finalmente, el valor de todo culto
depende de un "corazón contrito y humiIIado" (SaImo 51,19).
La realidad es que, Israel no Ilegó muchas veces a este
nivel de pureza religiosa. El profeta declara de parte de Dios que “este
pueblo tiene un corazón traidor y rebelde...; no se les ocurrió decir:
Temamos a Yahvé nuestro Dios" (Jer. 5,23—24). Sus corazones no estaban
atentos a Dios y "procedieron según la pertinacia de su mal corazón" (Jer.
7,24). Se les advirtió: “no endurezcáis vuestros corazones", pero a ésta y a
otras advertencias no hicieron caso: “Son un pueblo que se equivoca en el
corazón" (Salmo 93,8—10). Los profetas culpan a su pueblo por sus "corazones
no circuncidados" y hasta por su "falso corazón" (Lev. 26,41; Oseas 10,2).
Los más fieles de Israel captaron el grito profético para
tender hacia "un corazón nuevo y un espíritu nuevo" (Ezequiel, 18,31). De
generación en generación pasaron esta súplica: "Crea en m í, oh Dios, un
corazón puro, renueva dentro de m í un espíritu firme" (Salmo 51,12; Cf.
Lam. 3,41).
Esta receptividad arrepentida corresponde exactamente a
las in- tenciones positivas de Dios para el nuevo y definitivo futuro. Yahvé
promete hacer en ellos to que ellos mismos no son capaces de realizar: "Os
daré un corazón nuevo, infundiré en vosotros un espíritu nuevo, quitaré de
vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne. lnfundiré
en vosotros mi espíritu" (Ezequiel, 36,26—27).
Esta promesa de un corazón nuevo y un espíritu nuevo, como
los dos componentes de la nueva vida de la humanidad con Dios, se extiende
más allá de la historia de Israel hacia la reconciliación final de todos los
hombres con Dios y entre sí. El cumplimentó de esta promesa comenzó en Jesús
de Nazaret, no sólo como representante de Israel, sino como el Cristo de
Dios para el mundo entero.
IV.
En Jesús de Nazaret Dios elaboró y entregó at hombre el verdadero
ideal del israelita. Como único "siervo de Yahvé", Jesús abrió sin reserva
su corazón humano a Dios y a los demás hombres. Aunque él era el Hijo de
Dios (ver tesis V), Jesús fue obediente hasta la muerte y se ofreció por el
Espíritu Eterno a sus hermanos. En el interior de su corazón Dios y el
hombre se encontraron perfectamente por primera vez y en una forma
definitiva para toda la humanidad.
Un salmo mesiánico, tal como se interpreta en la carta a
los Hebreos, nos expone la transición de la profecía de Israel hacia el
cumplimiento del Evangelio. Este salmo se lee as í: "Tú no quieres
sacrificios ni ofrendas, y, en cambio, me abr iste el oído; no pides
sacrificio expiatorio, entonces yo digo: "Aquí estoy —como está escrito en
mi libro— para hacer tu voluntad". Dios mío, to quiero, y llevo tu ley en
las entrañas" (Salmo 39,7—9).
La carta a los Hebreos cita estas palabras como
pronunciadas "cuando Cristo entrô en el mundo" y pudo realmente decir a su
Padre; "Me has preparado un cuerpo" (Heb. 10,5—7).
Esta cita tiene sentido en el contexto que trata del
significado único del auto-ofrecimiento de Jesús en la cruz. En boca de
Jesús estas palabras actúan como una declaración de su intencionalidad.
Revela esta declaración dos aspectos notables del sufrimiento mesiánico de
Jesús.
En primer lugar, revela que el valor único de la muerte de
Jesús no consiste en el sacrificio de su sangre como tal, sino en el
sometimiento de su voluntad at plan del Padre. En segundo lugar, afirma que
la conformidad de su corazón a la voluntad de Dios es realizada precisamente
por Jesús en y por su existencia humano corporal. Ambos aspectos se combinan
en las frases concluyentes: "En virtud de esta voluntad somos santificados,
merced a la oblación de una vez para siempre del cuerpo de Jesucristo".
(Heb. 10,8—10). Somos salvados por la libre sumisión de un corazón humano,
el corazón del Hijo de María, como verdadero siervo de Yahvé.
Un tercer aspecto se agrega en otro versículo de la misma
carta sobre la muerte de Cristo: "que por el Espíritu Eterno se ofreció a sí
mismo" (Heb. 9,14). Fue el Espíritu Santo el que facilitó al corazón de
Jesús el vaciarse y el amar hasta el fin. As í se realizó la profecía sobre
un corazón nuevo y un espíritu nuevo.
El corazón del Mesías se ve aquí como el símbolo natural
de la unidad de los componentes espirituales y corporales de su existencia
humana. La palabra "corazón" indica el núcleo más profundo de su existencia
humana en su integridad. Esta totalidad es tarnbién corporal, y la palabra
"corazón" incluye tarnbién al corazón con sus aspectos físicos y
sicológicos. En esta perspectiva, nunca queremos referirnos at corazón
corporal en sí o separadamente aislado, sino precisamente at propio centro
humano del ser personal y activo, con todo lo que implica en sus dimensiones
espirituales y corporales.
La base de este método se encuentra en la interpretación
de Israel de la existencia humana, como fue descrito anteriormente en la
tesis I I. En el caso de Jesús esta interpretación posee un mayor énfasis y
una aplicación más específica debido at misterio de la Encarnación. Puesto
que “la Palabra se hizo carne “, estamos invitados a una reverente reflexión
sobre el misterio del corazón de la Palabra Encarnada. (Jn. 1,14).
Ya que Jesucristo “nació como hombre", “en forma humana”,
creemos agradecidos que Él es el único mediador entre Dios y los hombres,
precisamente como “el hombre Jesucristo" (Filp. 2,7-8; I Tim. 2,5).
Reflexionando sobre el corazón de Cristo, los fieles
recordaron espontáneamente el salmo mesiánico:
"La ley de su Dios está en su Padre e hizo siempre lo que al Padre le
agradaba (ver Jn. 4,34; 8,29). La ejecución del plan de Dios le llevó a la
cruz y después de ser abierto su costado el Evangelio nos recuerda la
profecía que dice: “Mirarán al que atravesaron” (Jn. 19,37; Zac. 12,10; Rev.
1,7).
Desde la antigüedad la liturgia y la predicación
patrística se fijaron en el significado mesiánico del salmo que el Señor
empezó a rezar en la cruz: "Dios m i’o, Dios mío, ¿por qué me has abandona-
do? " (Salmo 21, 1). De hecho, los soldados que se repartían su ropa y los
sacerdotes que se burlaban de El al pie de la cruz, estaban cumpliendo la
profecía de este salmo (Cf. ver. 7-8; 18; Cf. Mc. 15,34; 31; Jn. 19,23-24).
En este salmo declara el Mesías también: “Han traspasado mis manos y mis
pies" y finalmente suspira: “Mi corazón es como cera, está derretido dentro
de mi pecho” (versículos 16;14). Con énfasis da testimonio el Evangelio:
"Uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza y al instante
salió sangre y agua. Lo atestigua el que Io vio y su testimonio es válido, y
él sabe que dice la verdad, para que también vosotros creáis” (Jn.
19,34—35).
Jesús, "se despojó de s í mismo tomando condición de
siervo” (Fil. 2,7). Fue as í el primero, a quien Dios pudo alabar como "el
justo, mi siervo” (Is. 53,11). En su corazón derramó el Padre el nuevo
espíritu prometido como “El Espíritu de su Hijo” (Gal. 4,6). En este corazón
humano pudo el Padre entrar sin encontrar resistencia alguna. Dentro de este
corazón que amaba totalmente, le halló el Padre como el Hijo amado. Así
servía este corazón como el lugar y el momento para el primer encuentro
perfecto entre Dios y los hombres. Aquí el Padre encontró el culto que
buscaba “un culto en espíritu y en verdad”. (Jn. 4,24).
En el momento de este encuentro el Padre se reveló como el
que toma la iniciativa en toda la historia humana de Jesús. En este m ismo
encuentro el Padre aceptó y glorificó por la toda-penetrante efusión de su
Santo Espíritu la existencia humana de Jesús. Desde el momento de este
encuentro el Padre entronizó en to alto a su derecha a Jesús, diciéndole “Tú
eres mi Hijo, hoy te he engendrado” (Heb. 1,5; 5,5).
El Padre fue el “motivo” de la historia humana de Jesús y
estuvo total mente dentro de la misma. Fue constantemente activo en el
proceso de su Hijo como "el siervo de Yahvé”. Y Jesús, “aunque era el Hijo”,
tuvo que “aprender la obediencia padeciendo". A través de su proceso de vida
con un creciente sometimiento, Jesús “se hizo perfecto” y fue "designado por
Dios Sumo Sacerdote” (Heb. 5,8-10). De esta manera se manifestó claramente
que fue el Padre el que original mente “amó al mundo de tal forma que nos
dio a su único Hijo" (J n. 3,16).
V.
En el misterio de la encarnación de su Hijo, Dios creó no sólo al
hornbre que to ama perfectamente, sino que cumplió, en el mismo misterio,
con su amor eterno hacia nosotros. Jesucristo en su existencia humana es el
reflejo, la mediación y la prueba de la cariñosa bondad de Dios hacia todos
los hornbres y hacia cada persona individual. Al mandarnos a su Hijo como
Salvador Universal, Dios nos revela plenamente que Él es nuestro Padre y
Pastor compasivo y misericordioso.
El Evangelio se puede reducir en una sola frase: El Padre
de Jesucristo es el verdadero amante de la humanidad. Jesús proclama y
realiza este misterio específico del amor eterno de Dios por medio de
su propia existencia de amor sin Iímites para todo el
mundo: “Por- que tanto amó Dios at mundo que dio a su único Hijo, para que
todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios
no ha enviado a su Hij o al mundo para condenar al mundo, sino para que el
mundo se salve por El” (Jn. 3,16-17).
En tres notables parábolas, Lucas nos ha descrito con las
propias palabras de Jesús cómo él caracteriza no sólo esta tierna actitud de
su Padre, sino también los sentimientos más personales de su propio corazón.
En estas parábolas: El pastor deja sus noventa y nueve ovejas para ir a
buscar la que se había perdido; la mujer que pierde una moneda, enciende la
Iámpara, y barre la casa hasta que la encuentra; el padre que había perdido
uno de sus dos hijos, está al acecho y descubriendo a distancia al hijo que
volvía "le tuvo compasión, corrió, le abrazó y le besó”. (Cf. Luc. 15,3—32).
Jesús el “buen Pastor" es la parábola viva y la imagen
activa del “Pastor de Israel” (Jn. 10, 11; Ez. 34, 1 1-13). O en palabras de
San Ireneo: “El Padre es to invisible del Hijo; el Hijo to visible del
Padre”, 4
Al ser enviado por el Padre, Jesús se dio cuenta de que El
era no sólo el testigo, sino tarnbién el instrumento del amor del Padre. Con
ocasión de uno de sus éxitos Jesús “se Ilenó de gozo en el Espíritu Santo, y
dijo: Te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado
estas cosas a sabios y prudentes, y se las has revelado a pequeños” (Lc.
10,21). Esta cita nos recuerda el salmo mesiánico: "Te doy gracias, Yahvé,
con todo corazón" (Salmo 9, 1). Resulta interesante en la narración de Lucas
no sólo la dependencia agradecida de Jesús hacia el Padre, sino también la
mención explícita del Espíritu Santo, que capacita su corazón para expresar
este júbilo. Casi paralela a esta narración es una de Mateo, que combina
este júbilo con la auto-presentación de Jesús como “manso y humilde de
corazón”. Este texto revelador dice to siguiente:
"Tomando Jesús la palabra, dijo: Yo te bendigo, Padre,
Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios y
prudentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu
beneplácito. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce bien al
Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce bien nadie sino el Hijo, y aquel a
quien el Hijo se lo quiera revelar.
Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados,
y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de m í, que
soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas.
Porque mi yugo es suave y mi carga ligera” (Mt. 11,25- 30).
En el mismo momento en que Jesús se declara como único
Hijo y único Mediador entre Dios y el hombre, se presenta corno el camino
hacia Dios precisamente por “ser manso y humilde de corazón". Así cumple la
descripción de la imagen del Mesías hecha por Isaías y que Mateo cita más
adelante:
“He aquí a mi siervo, a quien elegí, mi Amado, en quien mi
alma se complace. Pondré mi Espíritu sobre él, y anunciará el juicio a las
naciones. No disputará ni gritará, ni oirá nadie en las plazas su voz. La
caña cascada no la quebrará, ni apagará la mecha humeante, hasta que lleve a
la victoria el juicio: en su nombre pondrán las naciones su esperanza" (Mt.
12,17-21; Is. 42,1—4).
Esta descripción profética corresponde en forma notable
con la entrada mesiánica que Jesús eligió “seis días antes de la Pascua".
Los cuatro evangelios describen la entrada en Jerusalén unida a la profecía
mesiánica. La versión más corta es la siguiente: “Jesús, habiendo encontrado
un borriquillo, montó en él, según está escrito: No temas, hija de Sión,
mira que viene tu Rey montado en un pollino de asna". Esto no Io
comprendieron sus discípulos de momento; pero cuando Jesús fue glorificado,
cayeron en la cuenta de lo que estaba escrito sobre El, y qué era to que
habían hecho” (Jn. 12,14—16; Zac. 9,9). Jesús no se presentó montado a
caballo, como hacían los reyes y los poderosos de su tiempo; el caballo era
para Israel un símbolo importante del poder y de la disponibilidad a luchar.
Jesús escogió otro símbolo para su entrada, el símbolo de una modesta y
gentil forma de vivir, 5
Siguiendo la Iínea de este símbolo, el místico Jan van
Ruusbroec caracterizó a “Cristo que nos ama” con estas tres cualidades:”
humildad, amor y capacidad de aguante en la aflicción tanto interna como
externa”. En esta forma humana la Palabra Encarnada se hizo el icono vivo
del corazón de Dios, un icono vivo por el Espíritu. Ruusbroec agregó: "Su
amor nos es incomprensible en su origen, porque brota del Espíritu Santo
como fuente inacabable“ 6. Esta afirmación corresponde con la descripción de
Lucas del gozo de Jesús "en el Espíritu Santo” (Lc. 10,2 1). Corresponde
especialmente con la versión de Juan sobre la promesa repetida por Jesús de
comunicarnos su Espíritu a fin de que podamos participar de su visión y de
su misma vida.
VI. Jesucristo no es solamente nuestro Salvador como el
Siervo perfecto de Yahvé y como el instrumento personal del amor de Dios
hacia nosotros. Desde el acontecimiento de su Pascua Él siempre está vivo,
como nuestro Cristo, comunicándonos su Espíritu Santo a través de su humana
existencia glorificada a la derecha de Dios. Jesús prometió a los fieles el
don permanente del “agua viva " que manaría de su propio pecho al ser
glorificado.
Juan describió esta promesa del Espíritu Santo en el
contexto de la auto-manifestación de Jesús en medio de los peregrinos que
asistían a la fiesta de los Tabernáculos en Jerusalén: "El último día de la
fiesta, el más solemne, puesto en pie, Jesús gritó: Si alguno tiene sed,
venga a m í, y beba el que crea en mí. Como dice la Escritura: De su seno
correrán ríos de agua viva. Esto Io decía refiriéndose al Espíritu que iban
a recibir los que creyeran en El. Porque aún no había Espíritu, pues todavía
Jesús no había sido glorificado" (Jn. 7,37—39).
En este día de las festividades, Ios sacerdotes
circundaban el altar de los sacrificios, vertiendo sobre él el agua del pozo
de Si loé. AI mismo tiempo pedían por la Iluvia que necesitarían para el
futuro, recordando el acontecimiento en que Moisés hizo fluir agua de la
roca, y escuchando las profecías sobre el agua como imagen de la salvación
mesiánica. Las palabras de Jesús durante esta ceremonia recuerdan sus otras
auto-manifestaciones de este tipo. Una vez había dicho: “Yo soy el pan de la
vida, El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en m í, no tendrá
nunca sed" (Jn. 6,35). Y otra vez: "Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si
uno come de este pan, vivirá para siempre" (Jn. 6,51). En otra ocasión
afirmó: “Yo soy la luz del mundo; el que me siga no caminará en la
oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida" (Jn. 8,12). Y también: "Yo soy
la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo
el que vive y cree en mí, no morirá jamás" (Jn. 11,25—26).
Junto con estas otras auto revelaciones, frente at altar
saturado de agua, Jesús nos abre la profundidad de su propio ser. No declara
sencillamente quién es, sino que a la vez comunica su ser. Responde a las
inquietudes más profundas de cada hombre por la comida, bebida, luz,
felicidad, liberación de la muerte. Sus palabras van dirigidas a las
aspiraciones más íntimas y vitales del siempre-inquieto corazón humano. A
este corazón revela el misterio central de su propia vida: revela la misma
fuente oculta de su existencia y promete comunicar el Espíritu que da vida,
que habita en el centro de su propio corazón. Sin embargo, esta comunicación
no se realizará antes de que Jesús sea glorificado. En la víspera de su
Pascua Jesús aseguró a sus discípulos. “Os digo la verdad: Conviene que yo
me vaya: porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito; pero si me
voy, os lo enviaré" (Jn. 16,7). Tan pronto como la pasión de Jesús se
convierta en su Pascua gloriosa, “brotarán de su corazón ríos de agua viva”.
Su Pascua gloriosa se hará visible en nuestra participación en Pentecostés.
La Pascua triunfante de Jesús comenzó en el momento en que
dijo: "Todo está cumplido" (Jn. 19,30). Esta fue “la hora" de su
glorificación. Jesús habló sobre este supremo momento en términos de “ser
elevado”. “Cuando hayáis levantado al Hijo del hombre, entonces sabréis que
Yo soy” (Jn 6, 28). A Nicodemo había predicho: “y como Moisés levantó la
serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre"
(Jn. 3,14). Este “levantar” es en el evangelio de Juan algo más que un acto
técnico de los soldados que alzan la cruz. Es una revelación de que el Padre
eleva a Io alto a su Hijo y le nombra Señor universal y Cristo para la
humanidad.
Como cumplimiento de esta expectativa, el cuarto evangelio
pone especial atención al hecho de que el costado de Cristo fue
inmediatamente lanceado después de su muerte y que “al instante salió sangre
y agua" (Jn. 19,34). Este hecho se pasa por alto en los otros evangelistas,
pero Juan to introduce en la predicación de la Iglesia. Si fuera simplemente
una evidencia de que Jesús murió realmente, su información, a unos setenta
años después del hecho, no tendría significado. Pero no está informando,
sino dando testimonio, y une su testimonio a las antiguas profecías. Nos
recuerda a Zacarías y cita un texto en el que promete Dios: "Derramaré sobre
la casa de David y sobre los habitantes de Jerusalén un espíritu de gracia y
oración. Y mirarán a aquel a quien traspasaron" (Zac. 12,10). Juan también
se recuerda de otra frase de Zacarías en que se menciona la promesa de Dios:
"Aquel día habrá una fuente abierta para la casa de David y para los
habitantes de Jerusalén para lavar el pecado y la impureza” (Zac. 13,1).
Este es el relevante texto evangélico:
"Al
Ilegar a Jesús, como le hallaron ya muerto, no le quebraron las piernas,
sino que uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza y at
instante salió sangre y agua. Lo atestigua el que Io vio y su testimonio es
válido, y él sabe que dice la verdad, para que también vosotros creáis. Y
todo esto sucedió para que se cumpliera la Escritura: No se le quebrará
hueso alguno. Y también otra Escritura dice: Mirarán al que traspasaron”
(Jn. 19,33—17).
AI salir sangre y agua del costado de Jesús, Juan percibe
tres aspectos del Misterio de Cristo: el auto-sacrificio de Jesús, como el
Cordero de Dios; su elevación por el Padre y entrada a su gloria; el
resultado de la glorificación en el derramamiento del Espíritu Santo 7.
VII. Jesucristo, como Salvador del mundo que vive con
Dios, envía at Espíritu Santo a los corazones de los fieles. As í les
capacita para vivir plenamente el encuentro con Dios y entre s í. El
Espíritu de Cristo hace surgir en los fieles una forma de vida completamente
nueva, caracterizada por las cualidades del corazón de Cristo. Así se está
realizando la promesa de un corazón nuevo y un espíritu nuevo.
La primera afirmación de que Dios había nombrado a Jesús
crucificado como Señor y Cristo, se hizo a través de una experiencia
comunitaria por la infusión del Espíritu Santo en los corazones de los
fieles. Como única evidencia de su afirmación, Pedro señala la manifestación
del Espíritu Santo “que veis y oís” (Hechos 2,33). ¿Qué hay que ver? ¿Qué
hay que oír? Solamente un grupo de personas profundamente cambiadas, "no
borrachas" sino”llenas del Espíritu Santo " İb . La “fuerza del viento
poderoso" de Pentecostés, y la aparición de "llamas de fuego” pasaron, y los
hornbres y mujeres convertidos comenzaron su nuevo estilo de vida.
En medio de una ciudad asombrada, “todos los creyentes
vivían unidos y tenían todo en común; vendían sus posesiones y sus bienes y
repartían el precio entre todos, según la necesidad de cada uno. Acudían al
Templo todos los días con perseverancia y con un m ismo espíritu, partían el
pan por las casas y tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón.
Alababan a Dios y gozaban de la simpatía del pueblo. El Señor agregaba cada
día a la comunidad a los que se habían de salvar" (Hechos 2,44—47).
Es un acercamiento nuevo por completo a la realidad de la
vida cotidiana por personas que tenían "un solo corazón y una sola alma"
(Hechos 4,32). No sólo en la experiencia original de Pentecostés, sino
también poco tiempo después “acabada la oración, retembló el lugar donde
estaban reunidos, y todos quedaron Ilenos del Espíritu Santo y predicaban la
Palabra de Dios con valentía” (Hechos 4,3 1; Cf. 8,17; 10,47; 11,15: 19,6).
El "corazón nuevo" y el “espíritu nuevo" se manifestaron
en un tipo de comunidad notablemente fuera de Io común. Era un estar juntos
que superaba las fronteras tradicionales y fundamental mente sociales entre
hombres y mujeres, ricos y pobres, libres y esclavos, judíos y griegos,
ex-sacerdotes y publicanos.
Esta nueva y creciente comunidad no escapó a algunos
sonidos discordantes. La historia de Ananías y Safira, la distribución
diaria entre las viudas, el "no pequeño debate y discusión” acerca del tema
de la circuncisión son Io suficientemente ilustrativos (ver Hechos 5,1—11;
6,1-6; 15,1-35). Pero la nueva mentalidad de los que fueron “atravesados
hasta el corazón” y dotados con el “don del Espíritu“ resultó ser más fuerte
que la inclinación humana a la desintegración. (Hechos 2,37-38).
El crecimiento de esta comunidad y su habilidad para unir
las más diversas clases de hornbres, incluso a Ios incurables, fue
extraordinario no sólo durante algunos años y en algunos lugares, sino por
décadas y en todas las ciudades importantes de ese "primer siglo después de
Cristo”. Hasta el presente, no hay una explicación histórica adecuada sobre
el crecimiento de la pequeña comunidad cristiana de Jerusalén a través de
todo el imperio romano entre los años 30 al 100. Ciertamente, su
reclutamiento no fue por impulsos de una teoría irrefutable, ni por un libro
sobre un nuevo estilo de vida, ni por un esquema muy elaborado de revolución
social, ni por un equipo de expertos en propaganda. El movimiento cristiano
comenzó y fue mantenido por el estilo de vida personal y comunitario de las
personas con corazones nuevos, convertidos por el Espíritu: el Espíritu del
Corazón de Cristo.
Cristo prometió y envió su Espíritu a la nueva comunidad;
pero, ¿dónde habita en concreto este Espíritu? “Dios ha enviado a nuestros
corazones el Espíritu de su Hijo” (Gal. 4,6). Dios nos mantiene
permanentemente en una comunicación vital con su Hijo encarnado y
glorificado at "darnos el Espíritu en nuestros corazones" (2 Cor. 1,22). El
Espíritu es derramado en los corazones de los fieles y únicamente at I í; no
en los libros de la Iglesia como una garantía intelectual; el Espíritu
utiliza las instituciones como sus instrumentos. Pero el Espíritu vivo en
nuestros corazones es la única garantía. Consecuentemente, “si confiesas con
tu boca que Jesús es Señor, y crees en tu corazón que Jesús le resucitó de
entre los muertos, te salvarás. Pues con el corazón se cree para conseguir
la justicia, y con la boca se confiesa para conseguir la salvación" (Rom.
10,9—10). Pablo repite de esta manera el mandato de Jesús de mantener la
palabra de Dios “en un corazón honesto y bueno”, y la promesa del Señor de
que so lamente verán a Dios "los limpios de corazón" (Lc. 8,15; Mt. 5,8).
Jesús pide a sus discípulos que se perdonen “de corazón”,
y les advierte que mantengan sus corazones libres de la disipación y
preocupaciones de esta vida para que puedan estar más atentos a su
definitiva llegada (Mt. 18,35; Cf. Lc. 21,34). La conversación en Emaús
entre Cristo y los discípulos hizo "arder sus corazones", y poco después
reprendía a otros discípulos: “¿Por qué se suscitan dudas en vuestro
corazón? " (Lc. 24, 32 y 38).
Creer en Cristo y en su Padre significa “tener iluminados
los ojos del corazón" y vivir de tal manera que se haga visible que "Cristo
habita por la fe en el corazón” (Ef. 1,18; 3,17). Un cristiano tiene que ser
una persona que vive interiormente Io que expresa con su comportamiento
externo: “Que vuestro adorno no esté en Io exterior... sino en to oculto del
corazón, en la incorruptibilidad de un alma dulce y serena” (I Pedro 3,3—4).
La fe, como cualidad y actividad del corazón, es a la vez
esperanza y amor. La fe viva se convierte en alegría por la esperanza y en
comunicación por el amor. Este es el triple fruto de la gracia, que Dios “ha
hecho brillar en nuestros corazones, para irradiar el conocimiento de la
gloria de Dios que está en la faz de Cristo” (2 Cor. 4,6).
La fe, la esperanza
y el amor caracterizan al corazón cristiano, “pero, la mayor de todas ellas
es el amor” (1 Cor. 4,6). Pablo resume el triple don de Dios al escribir:
“El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu que
nos ha sido dado a todos” (Rom. 5,5). Ratifica así la afirmación de Jesús:
El mayor y el primer mandamiento es amar at Señor Dios con todo el
corazón...; el segundo es semejante a éste, amar al prójimo como a ti mismo
(Mt. 22,37).
Esta superioridad del amor incluye también una indicación
pastoral: si la fe de alguien no es fuerte todavía, o su esperanza no es
alegre, déjalo tratar de ir creciendo en el amor. Fue la experiencia
pastoral que el Obispo Policarpo describió: “La fe es la madre de todos
nosotros, la esperanza emana de ella, y el amor a Dios y al prójimo prepara
el camino para ella” .8
Final mente, es la alegría la que hace posible que el
corazón humano comunique esta vida. ‘"Corazones alegres y sencillos"
caracterizaban la primera comunidad cristiana (Hechos 2,46). Basado en su
experiencia, Pablo se motivó a escribir: “Llenaos del Espíritu Santo.
Recitad entre vosotros salmos, himnos y cánticos inspirados; cantad y tañed
en vuestro corazón a Dios” (Ef. 5,18—19). El gozo del corazón humano, al
estar seguro de que es conocido y amado por Dios y por los hijos de Dios, es
el mejor testimonio del Evangelio. Esta alegría fue contagiosa en el primer
siglo de la Iglesia, y puede serlo hoy. Sôlo tenemos que caminar
frecuentando su fuente.
EPILOGO
En su Constitución sobre la Iglesia en el mundo moderno,
el Concilio Vaticano II describe el misterio de la encarnación en esta forma
concreta: El Hijo de Dios “trabajaba con manos humanas, pensaba con mente
humana, actuaba con voluntad humana y amaba con un corazón humano" 9.
Estas últimas palabras constituyen un resumen. No sólo es
un resumen de un misterio pasado, es mucho más. Porque la entrada de Jesús
en la gloria de su Padre no significó la conclusión del misterio de su
encarnación: “Posee un sacerdocio perpetuo porque permanece para siempre. De
ahí que pueda también salvar perfectamente a los que por él se llegan a
Dios, ya que está siempre vivo para interceder a su favor” (Heb. 7,24—25).
Su corazón humano vive eternamente para amar: amar a Dios y a los hijos de
Dios.
La referencia de Pablo al corazón vivo de Cristo es clara
cuando, casi treinta años después de la Pascua de Jesús, escribió a los
Filipenses: “Os llevo en mi corazón...; testigo me es Dios de cuán to os
añoro a todos vosotros en el corazón de Cristo Jesús” (Filp. 1,8).
El comentario postconciliar sobre la renovación de la
Liturgia de las Horas es también claro cuando recuerda que, desde la
aceptación por Dios del sacrificio de Jesús: “la alabanza a Dios brota del
corazón de Cristo con palabras humanas de adoración, propiciación e
intercesión, presentadas al Padre por la cabeza de la nueva humanidad ”10.
El corazón de Cristo es eternamente el centro del
encuentro entre Dios y el hombre. Desde su Pascua y nuestro Pentecostés, el
corazón de Cristo no es solamente suyo. A partir de los acontecimientos
decisivos de la redención y de la renovación de la creación, su corazón es
también, de un modo cierto y real, nuestro corazón. La comunicación continua
de su Espíritu en nuestros corazones, nos permite unir nuestra oración con
el acto permanente de su orar, y nutrir nuestras energías para el amor y la
justicia.
Dijo una vez Agustín en un sermón a los fieles: “El cargó
tu corazón ”11. En este corazón
humano, el corazón del Hijo primogénito, se enraíza la redención de la
humanidad, “para que se convierta en justicia en los corazones de muchos
seres humanos, predestinados
desde la eternidad en el Hijo primogénito, a ser los hijos
de Dios, y llamados a la gracia, llamados al amor” 12.
De la plenitud del amor de Cristo recibimos ahora at Espíritu que nos
da vida y nos capacita para
creer en el misterio fundamental del amor activo de Dios
en nuestra historia.
Concluyendo, ¿será
verdad que, el deseo de conocer y el deseo de nuestro corazón es ser
conocido?
Si es así, debemos creer en la experiencia de muchas
personas como tú y como yo: “Ten confianza en Yahvé y obra el bien, vive en
la tierra y crece en paz. Ten tus delicias en Yahvé y te dará Io que tu
corazón desea" (Salmo 36,3—4).
1.
Cf. F.H. von MeyenfeIdt, Net Hart (leb, lebab) in het TOT, Leiden 1960; E.
Jenni C. Westermann, Diccionario teológico manual del AT, I Madrid 19 78,
feb, col. 1177.
2.
H. W. Wolff, Antropología del Antiguo Testamento, Salamanca 19 75, p. 63.
3.
Cf ) .B. Smith , Greek-English Concordances to the New Testament, Scottdale,
1955, Kardia, p. 192.
4.
Cf. Diccionario de la lengua española 19 Madrid 19 70, “corazón", pp. 360s.
5. “Coro”
viene de cor latino, corazón
6, Las expresiones “Decirle el corazón", "anunciarle el corazón” atribuyen
al corazón un presentimiento más que una actividad intelectual.
7.
Cf. Midrash Rabba, ed. por H. Freed man—M .
Simón , Eclesiastés, por A. Cohen , Soncino Press, Londres 19 39, pp. 46-49;
a cada predicad o le acompaña el texto bíblico correspondiente .
8.
J. Corominas, Breve diccionario etimológico de la lengua castellana, 3 ed .
Madrid 19 7 3, p. 17 1. Los términos “coraje” en español, "courage" en
francés, aun privilegian la acepción de “valor” expresada por “corazón ".
9.
H. Frisk, Griechisches Etymologisches Wörterbuch (I Heidelberg 19 60) da a
Kardia estas acepciones; “corazón” (Herz); en sentido traslaticio “alma,
espíritu" (Seele, Geist), y también
Dictionnaire étymologique de la langue grecque (Paris 1968): Kardia
“corazón”; a veces sede del pensamiento y de los sentimientos
(Homero , jónico-ático),
orificio superior deI estómago,
estómago, corazón de la madera
H.
Stephanus, Thesaurus linguae graecae, IV, col 9 60 -9 61 sub voce Kardia: en
sentido propio "corazón " (cor); en sentido metafórico, animo (sensus), por
ej., “embotar el corazón " es embotar los sentidos. Otras acepciones; os
ventriculi, el estómago, la madre (matrix), medula o corazón de los árboles.
J . Pokorny, Indogermanische Etymologisches W örterbuch I, S 79—S 80, sub
voce kard —: corazón; Kardia:
corazón , estómago, medula de las plantas; latín cor: “corazón
10. As I H.L. Ginsberg (Enc.
Judaica, VI, Jerusalén 1971, Heart, col. 7) aduce Jer 11,20; 17,10; Sal
7,10; 73,21 como referencias al corazón en sentido anatómico; en realidad
son referencias, al corazón y riñones en sentido figurado. También la
referencia Jer 17,9, que J. Sh. Licht considera probable referencia al
corazón físico por el contexto, es referencia al corazón figurado; cf. Enc.
Miqrait, IV, Jerusalén 962, cols 41 3s.
11, Sin embargo, la Misna, Tamid 4,3, menciona el corzón a una larga halaká
referente a las diversas partes de la víctima sacrificada.
12. I. Behm (TW NT III 614) interpreta estos textos, del corazón como órgano
central del cuerpo, asiento de la fuerza vital.