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CON UN CORAZÓN HUMANO CAPITULO 7: CONTEMPLACIÓN COMPASIVA   Juan Flynn, M.S.C

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La contemplación

En la primera definición que nos da el diccionario Webster’s de la palabra "contemplar” se lee: 'Observar o mirar con continua atención'. Para los fines de la presente reflexión, la contemplación se puede consideran simplemente como un acto de mirar, escuchar y estar con algo.

En consecuencia, la contemplación es un acto de olvido personal, es decir, es poner el interés en algo fuera de nosotros mismos. No es éste un interés distraído, sino fijo; pero a la vez, no es un interés controlado, viendo sólo lo que “queremos ver", sino un interés abierto y amplio.

Las reacciones que surgen por este tipo de contemplación no se ‘experimentan en un primer instante como actos voluntarios. Por ejemplo, cuando uno m ira al ser querido y amado, la reacción de amor surge por el amado, no porque uno haya decidido amar.

 

La contemplación compasiva

Estas dos palabras se utilizan para indicar un tipo específico de acción contemplativa y la reacción evocada en los que se entregan al mismo. Quizá los siguientes ejemplos sirvan para clarificar el sentido de esto.

Mateo 9,36: Cuando vio a la multitud (activa contemplativa) tuvo compasión (reacción surgida).

Lucas 10,33: Cuando le vio y le tuvo compasión. Lucas 15,20: Su padre le vio, y le tuvo compasión.

Lucas 7,13: Cuando el Señor la vio, le tuvo compasión.

Juan 11,33: Cuando Jesús Ia vio llorando... quedó profundamente conmovido en su espíritu y preocupado... lloró.

Juan 19,37: Mirarán at que atravesaron y lo Ilorarán (Zac. 12, 10-13,1).

Misioneros del Sagrado Corazón, Documentos de Renovación No. 3: Mirando al que fue atravesado en la cruz, vemos el corazón nuevo que Dios nos ha dado.

Es muy específico en cada uno de estos textos el objetivo de la contemplación que estimula la compasión y la condolencia, y nos descubre el corazón nuevo que Dios nos ha dado. Las “multitudes" del Evangelio son los no educados, los trabajadores temporales, los campesinos sin tierra propia, los más débiles y vulnerables miembros de la sociedad "que no conocían la ley" (Jn. 7,49), los totalmente “inútiles”, los más pobres de los pobres, los enfermos como los leprosos, por ejemplo, quienes fueron los más miserables de todos los miserables debido a las rigurosas restricciones del Levítico (13,45-46).

El texto de Lucas 10 dice referencia at hombre que debo convertir en mi prójimo, aquel que es víctima de la injusticia violenta del hombre. Para hacer lo mi prójimo debo “verlo" —como Yahvé “vio” la aflicción del pueblo sufriendo la injusticia en Egipto (Ex 3,7), y como Moisés “vio” el tipo de vida dura que padecían los suyos (Ex 2,11)— a fin de que el “grito” si n voz de su miseria me mueva a compasión. Lucas 15 se refiere at caso de un hombre que, siendo totalmente consciente y responsable, como Jacob cuando engañó a Esaú, se encuentra en unas circunstancias adversas. Lucas 7 habla de una mujer que ha perdido los dos hornbres más importantes de su vida, una vida oscurecida ahora por la muerte.

Descubrimos aquí el dolor inconsolable que la muerte de los seres queridos puede producir posiblemente en cada uno de nosotros. Juan 11 cuenta Io mismo. El texto de Juan 19,37, y los Documentos de Renovación de los Misioneros del Sagrado Corazón, exigen un rechazo a cualquier escape de la realidad crucificante del mundo humano: Miremos to que nos hacemos unos a otros, hasta que nuestra mente y corazón se quiebren, y, superando la desesperación, la incredulidad y cualquier otra tendencia de huida, nos hallemos conmovidos por la respuesta de Dios a los hombres que nos crucificamos mutuamente: Pesar por el pecado, hambre y sed de justicia, solidaridad compasiva.

Mi experiencia es ésta: el compasivo “corazón nuevo”, que Dios derramado en nosotros para este mundo crucificante, ha sido impulsado y se aviva dentro de m í principal y directamente a través del contacto contemplativo con los pobres de la tierra. Necesito este tipo de contacto con este tipo de personas para convertirme y ser un hombre con un corazón fiel a Dios y al hombre.

Un Superior Mayor Religioso escribió recientemente a sus compañeros: “Si yo no creyera que tengo que aprender de las gentes con quienes trato, y que me van a dar algo mejor de lo que yo puedo darles, dejaría todo actividad y oraría pidiendo luz”. Lucas 6,38 dice: "Dad y se os dará: una medida buena, apretada, remecida hasta rebasar pondrán en el halda de vuestros vestidos". En las palabras “mirando at que fue atravesado en la cruz" hay un tipo específico de “dar” a los otros, en un tranquilo, silencioso y contemplativo compartir y entrar en el dolor y la tristeza del otro, antes de que exista algún intento de actuar, de hacer algo para remediar Io; es un compartir la experiencia de la impotencia de los pobres.

Recibimos en abundancia el don del Espíritu por medio de esta manera de "dar”. Al compartir la situación de los sin poder, en vez de salir de ella intentando rescatarlos, el interés divino y la respuesta a este mundo crucificante dada por el Espíritu de Dios en nosotros, inundará nuestra conciencia suscitan do el arrepentimiento del pecado, el hambre y sed de justicia y el espíritu de amor por el mundo.

Andrés Louf, Abad trapense, llama a este don de Dios la "superabundancia del corazón”. “Nuestro corazón está ya en un estado de oración", dice él, "de hecho, constantemente el Espíritu clama y ora dentro de nosotros: Abba-Padre, con súplicas y suspiros que no se traducen en palabras, pero que nunca, ni por un instante, cesan dentro de nosotros (Rom. 8,15; Gal. 4,6). Este estado de oración interior es algo que siempre poseemos, como un tesoro escondido del cual no somos siempre conscientes (o sólo lo estamos escasamente); to poseemos en alguna parte de nuestro corazón, aunque no lo sintamos. Estamos sordos ante el corazón orante, se nos escapa el sabor del amor... Porque nuestro corazón, nuestro verdadero corazón, está dormido; tiene que despertarse lentamente durante toda la vida” 1.

En mi experiencia, este “corazón orante" (“el corazón nuevo que Dios nos ha dado"), la presencia viva del gran amor de Dios y el empeño por este mundo que vivimos, ha sido y está siendo estimulado principal y directamente por el contacto con los pobres sin poder. Como plantea Helder Cámara, "sus gritos son la voz de Dios; las súplicas no expresadas en los que no tienen voz ni esperanza", hacen añicos nuestra satisfacción y mantienen viva dentro de nosotros la sensibilidad de Dios a la injusticia y al sufrimiento en este mundo 2.

Ellos son Palabra de Dios para nosotros. Palabra de Dios que irrumpe en nuestros corazones, hiere, molesta, penetra, lo divide; nos sacude bruscamente a fin de despertar nuestro corazón. A través del contacto con los pobres sin poder nuestros ' 'corazones de piedra" se rompen (Joel 2, 12) y recibimos un "corazón de carne" en su lugar (Ez. 36,25—27). Por el sacramento del encuentro contemplativo con ellos descubrimos "el hombre escondido en el corazón" (2 Ped. 3,4).

 

Siempre, por todas partes... (2 Cor. 4,1 0)

En un Sue Ryder Hume de Inglaterra, en 1969, viví con algunas personas sin patria y mutiladas irreparablemente en mente y cuerpo por la Segunda Guerra Mundial. Fueron los primeros "pobres" que me conmovieron a fondo; personas que conocían el sentido de la inutilidad, de la incapacidad e impotencia, incluso de nuestra ayuda y de su capacidad de superarse. Fue la primera vez que o í el "grito de los oprimidos": el grito de la imposibilidad. Un hombre quería que le adormecieran permanentemente con inyecciones; una mujer salió una noche a la calle para morir de frío; otro hombre se negó a bañarse o a usar la ducha por miedo al recordar incoherentes experiencias policiales,

Elie Wiesel cuenta que en Kovel, donde los nazis habían congregado en la sinagoga a todos los judíos antes de ser descuartizados, se encontró un escrito en la pared: "Oh tierra, no cubras mi sangre y deja que mi grito no tenga lugar de descanso". Este "grito" estaba en las mentes y en los cuerpos de estas personas. Las toqué físicamente: las lavé, les di de comer, caminé con ellas... y fui "tocado" por ellas. Experimenté que este contacto fue el inicio de mi salvación, el rescate de mis prejuicios, la liberación de mi apatía, de mi egoísmo, de mi cerrazón, de mi cinismo; fue el despertar de la conciencia que contenía muy oculto el ansia real de hacer ' 'justicia".

Los últimos años he estado trabajando en dirección espiritual y predicando retiros espirituales. Las personas de quienes más me acuerdo son aquellas que, en este mundo crucificante, viven sin deseo de vivir, sintiéndose incapaces de ayudarse y de recibir ayuda de otros. Originalmente amaban la vida, pero ahora, habiendo sufrido la traición, el fracaso y la desilusión ya no pueden amarla; su deseo de escapar de la vida y de su dolor se transforma en ellos en desesperación: "La tribulación sufrida nos abrumó hasta el extremo, por encima de nuestras fuerzas, hasta tal punto que perdimos la esperanza de conservar la vida" (2 Cor 1,8).

Recurren a Dios y al sacerdote en su angustia: "Señor, sálvanos que perecemos". Esta gente me inquieta; preferiría que no me molestasen; no puedo hacer nada por ellos, no porque no sea un consejero profesional sino porque el refugio que buscan nadie puede dárselo. Me recuerdan con demasiada viveza la pena y el sufrimiento de la vida, de la que yo mismo deseo escapar. Me recuerdan el miedo a la muerte que constantemente amenaza mi libertad para abrazar por completo la vida. Me recuerdan la tentación constante de mirar la vida como un palacio lleno de ilusiones donde, finalmente, la muerte tiene ta última palabra.

Pero, también me recuerdan al hombre que, cuando se encontró con este tipo de gente, preguntó sin miedo: " ¿Qué quieres? (Jn. 1, 38).

Era el hombre que se dejaba conmover por esta gente, por los que viven la penosa realidad de no poder conseguir lo que anhelan, recordándonos que todos deseamos lo que no podemos alcanzar.

Era el hombre que no colaboró en el empeño colectivo de escapar; al contrario, se esforzó por entrar más en la realidad. Et hombre que infundía a sus seguidores un respeto reverencial cuando les reprochaba su actitud de huida y les exigía que, por la fe, se convirtieran del miedo y de la auto-compasión; que en vez de buscar refugio en "Dios", se enfrentasen a la realidad crucificante de la vida humana hasta que, más allá de toda estrategia huidiza  --autocompasión, hipocresía, cinismo, amargura, odio, apatía, desesperación— quebrasen su corazón por el verdadero arrepentimiento que viene sólo de Dios y que nace dentro como espíritu de paz y de amor con y para este mundo.

En 1977 experimenté por primera vez el grito mudo de la situación de los aborígenes australianos. Era semejante a la situación de una persona inmersa en las palabras del profeta Isaías

"intentando sin cesar romper la indiferencia". Lo que en realidad importa no es el hambre de la gente de comida, dinero, salud educación, sino su hambre por la vida, la libertad y la cultura.

Tomás Cullinan dice que "vio la forma más profunda del subdesarrollo y de la opresión en el estado moral de los hombres que han experimentado la incapacidad ante cualquier deseo propio para forjar su propia historia, y no tienen ya ninguna aptitud interior para llamar "mía" a su vida. Han sido tratados por tanto tiempo como objetos de decisiones ajenas, que han perdido la habilidad espiritual de poder decir: "Yo soy importante, voy a forjar mi vida, mi mundo".

Vio que esto es el culmen de la injusticia del hombre contra el hombre, y que sólo se puede expresar en lo que los pensadores y teólogos latinoamericanos llaman: ' 'Liberación" 3.

La experiencia me cuestiona de esta manera, (que no es necesariamente igual a la de otra persona que viva una experiencia idéntica): ¿Qué ocurre al hombre que ' 've" y ' 'oye" el grito mudo por la liberación dentro de la apatía del pueblo? ¿Qué sincera respuesta surge en su interior al ver una pobreza que les arrebata toda reacción personal, dejándoles únicamente esperando que otros resuelvan sus problemas y les ofrezcan soluciones? Es normal encontrarnos con gente así.

El libro del Éxodo no sólo presenta al hombre llamado por el Señor Dios al doloroso empeño para conseguir su libertad, sino que también describe, y con mucho detalle, el enorme desinterés del pueblo para liberarse. Casi hubo que sacarles a la fuerza —por la mano de Yahvé— de Egipto. La respuesta es un "trato amable" ya que también él fue "probado en todo" y tentado con el deseo de huir del peso de la libertad (Heb. 4,14—15). El Éxodo describe también la respuesta obtenida de Moisés; él, por el don de Dios, desea ante todo la liberación de este pueblo renuente. Moisés, en su esfuerzo creativo para estimular al pueblo hacia la libertad interior y a forjar nuevas estructuras sociales justas, llega a clamar en su angustia y en el Espíritu: "No puedo..." (Núm. 11, 4-15)

La tentación de Moisés, ante la renuencia habitual del pueblo a tomar parte activa en su liberación y su actitud de preferir continuar acomodados a las antiguas seguras y conocidas estructuras antes de que otro dirigiese sus vidas, fue la de conformarse a algo menos que una liberación, a algo menos de la exigencia (Palabra) y de deseo (Voluntad) de Dios. (ver Mt. 4,1—11). Cuando Moisés se sintió tentado a compadecerse de sí mismo, le dijo Dios: "Ponte en pie, hijo de hombre, te quiero hablar", y le invitó de nuevo a compartir su deseo por y su compromiso con la liberación; no es a una conformidad para ayudar al pueblo, sino a un compartir la opresión y el caminar por la difícil ruta hacia la libertad interior.

Desde entonces, Moisés, y cada seguidor de Dios, está llamado a "asemejarse en todo a sus hermanos, para ser misericordiosos y sumo sacerdote fiel en lo que toca a Dios" (Heb. 2,17), sintiendo pesar por el pecado, estando hambriento y sediento por la justicia, e incondicionalmente preparado para asumir el sufrimiento ajeno, a fin de liberar al prójimo del miedo al dolor y a la muerte y viviendo creativamente en este mundo.

Bienaventurados los que lloran

No debemos nunca acostumbrarnos a la injusticia. En mi opinión, el significado básico de esto es que: "El verdadero amor descubre que es injusto que nuestro hermano sufra. Sólo el amor auténtico puede sentir que cualquier sufrimiento de nuestro hermano es una injusticia intolerable". Dios es amor. Dios nunca está indiferente ante la injusticia, nunca puede resignarse a ella, ni dejar de conmoverse por ella. Para sentir nosotros la respuesta de Dios a la injusticia, es necesario que dejemos la indiferencia y el resentimiento por el trato injusto, sintiéndonos inocentes: ' 'Señor, te doy gracias por no ser como los demás"

Es necesario percibir lo que nos sensibiliza a las estructuras de injusticia en las que vivimos y nos movemos, en las que poseemos pan mientras otros pasan hambre; la injusticia de la que somos víctimas y propagadores. No importa que la injusticia tenga la enormidad del holocausto o la pequeñez insensible de nuestra vida cotidiana. La respuesta de Dios en nosotros contra esto es un sentimiento de pesar; e: Espíritu de Dios en nosotros está siempre herido de nuevo por la injusticia, el sufrimiento y la muerte (por todo lo que tiene su origen en el pecado).

Conmoverse por el sufrimiento ajeno no es muy natural. Todo et mundo ha tenido experiencia de "ver" sin conmoverse; pasamos indiferentes al lado del que sufre. Conmoverse ante el sufrimiento es un don de Dios, de su Espíritu compasivo y consolador... es una bendición. La presencia de una persona que sufre es una bendición para la colectividad y ésta es bendecida con el don del "cuidado" divino. Esta palabra (care) "cuidado", nos dice Henri Nouwens, encuentra sus raíces en Kara, que significa: "sentir pesar". Esta es la experiencia humana que percibimos detrás de esta palabra 4•

En la primera literatura cristiana este "ciudadano" que surge desde dentro se especificó con la palabra splanchna, que quiere decir los órganos interiores del cuerpo, las entrañas; splanchna significa toda la personalidad humana en la medida en que se conmueve y se afecta profundamente. En San Pablo la misma palabra significa habilidad del hombre para conmoverse por el amor, o sencillamente, el hombre que ama. La palabra latina misericordia utiliza la imagen del corazón (cor) para indicar la calidad del "cuidado"

En esta imagen, una persona que "tiene cuidado" es la que posee un "corazón acogedor" del fracaso, la miseria y la desesperación de los demás. Según esta imagen, la persona que "cuida" abre su corazón, el centro más profundo de su personalidad, a la miseria y a sufrimiento del otro; y es tan fiel en esta actitud que se le convierte en una disposición permanente 5,

Me parece que estamos llamados a pedir y aceptar el don de conmiseración, que es el sentimiento de Dios por los que sufren de alguna forma. "Muchos desconfían de cualquier manifestación de los sentimientos en la oración y en el ministerio. Creen imperfecto el expresar los sentimientos en algún momento de la vida espiritual. Convierten la sequedad o dificultad en la oración y el ministerio en una prueba que hay que soportar con valentía, cuando lo más normal sería buscar sus causas y el remedio adecuado para esta situación.

No se pueden estimular los sentimientos por propia voluntad; eso es obra de la gracia. Pero por lo menos en su sequedad y abandono siempre puede el hombre gritar: " ¿Hasta cuándo esconderás tu rostro, Señor? No nos abandones a la dureza de nuestros corazones. Líbrame del mal oculto" 6.

Pablo pide que este amor del corazón acogedor crezca dentro de nosotros y considera que su fruto es saber responder a la gente como Dios quiere: "Lo que pido en mi oración es que vuestro amor siga creciendo cada vez más en conocimiento perfecto y todo discernimiento, con que podáis discernir lo mejor" (Fil. 1.9—10).

Tendemos a ver el "cuidado" como una inclinación a hacer algo, como condescendencia en una actitud del fuerte frente al débil, del poderoso frente al impotente, del que tiene hacia el que no tiene. El corazón interior del que "cuida" se aviva cuando alguien que sufre se nos acerca y nos sentimos impotentes e incapaces para ayudarlo. "Cuidar" es conmoverse para entrar en su sufrimiento en vez de tratar de curarlo. Esta es una obra de misericordia que nos exige mucho más que dar de comer al hambriento y dar de beber al sediento. Exige que compartamos la impotencia de alguien que sufre.

Ahí está la historia de la joven "entre las tumbas" (Cf. Mc. 5,5), a quien se le preguntó gentil y persistentemente, "Mujer, ¿por qué lloras? ". Se lo preguntó un hombre sin miedo a entrar en el dolor ajeno; un hombre capaz de quedarse quieto y silencioso ante la imposibilidad de hacer algo por el otro en su inconsolable dolor (Jn. 20,15). Realizó lo que este mundo denomina la tontería de no tener "poder" permitiendo que la impotencia ajena llenara su alma, dejando oscurecer su vida por la oscuridad de la pena ajena (Is. 53,14), entrando en el lugar secreto del encuentro entre Dios y el hombre. Sólo esta libertad de los hijos de Dios —libertad ante el miedo a la muerte, al sufrimiento, a la impotencia y a lo que éstos nos hagan— puede traer consuelo a los que viven en la tierra y en sombra de muerte.

 

Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia.

Las palabras de Shakespeare nos pueden servir de estímulo para comenzar a despertar nuestro corazón afligido:

"La ruina me ha enseñado a reflexionar así, llegará el tiempo y se llevará a mi amor. Este pensamiento es como la muerte, no puede escoger sino llorar al tener lo que teme perder". (soneto 64).

De un modo constante nuestro corazón en lo secreto "experimenta el dolor de lo transitorio, el hecho de poder perder el objeto querido, el que la belleza viva esté siempre en un estado pasajero, el que la muerte sea vecina de lo bello. Pero, en completa oposición a esto, está el deseo por lo eterno, lo infinito, lo absoluto. Este anhelo por lo absoluto se enlaza con la profunda conciencia de incapacidad... resultando un inquieto estado que no se tranquiliza... como un líquido que penetra todo, como un sabor agridulce mezclado en todo. Es básicamente un anhelo por el amor. Este profundo deseo

 afecta no solamente una parte de nuestro ser, sino que procede de su centro, y no se restringe a unas relaciones y momentos particulares sino que invade la totalidad” 7.

La espiritualidad del corazón de San Agustín enfoca esta experiencia: “En uno de los Salmos alguien dice a Dios, ‘seré colmado cuando se manifieste tu gloria’. Entonces nos enseñará su rostro y seremos saturados, él nos será suficiente. Pero, hasta que esta suceda... estamos alejados de E\, teniendo hambre y sed de justicia y anhelando con pasión más allá de las palabras la belleza de la forma de Dios" 8.

Existe una espiritualidad individual y privada que considera al hombre en su vida espiritual interior como esencialmente relacionado con Dios y no con la totalidad de su existencia humana y social. Si se lee desde dentro de esta espiritualidad “la pasión más allá de las palabras” del corazón que ora y anhela dentro de nosotros, se con- vierte en una huida sentimental. Tiene que leerse desde el prisma del que encuentra la respuesta a la pregunta “¿Quién soy yo? no por la introspección, sino por la escucha contemplativa de los más débiles y vulnerables de sus hermanos. Ciertamente, ésta es la única forma en que el hornbre puede encontrar su propio corazón.

Para comenzar a captar la “pasión más allá de las palabras” dentro de nuestro corazón, necesitamos “hacernos el hermano de todos... de un viejo abandonado, de un hijo natural que sufre indebidamente las consecuencias de un pecado ajeno, de una persona hambrienta que aguijonea nuestra conciencia” 9. Necesitamos dejar que el mundo entero se convierta en un “pueblo global", o en palabras de Bárbara Ward, en un “vecindario sicológico”; y es un vecindario en el que una tercera parte de la gente comparte cuatro—quintas partes de la riqueza, mientras dos terceras partes comparten una quinta parte de la misma.

Necesitamos tomar medidas para hacernos conscientes y estar informados “sobre las serias injusticias que atropellan y oprimen a hornbres y mujeres, sobre las groseras desigualdades entre naciones y entre individuos, sobre el desperdicio irresponsable de los recursos del mundo —perjudicando probablemente a las futuras generaciones— y sobre las estructuras socio-económicas en nuestra sociedad que favorecen la continuidad de estos males” 10.

Escuchándoles a “ellos" allá, en otros continentes, encontramos una respuesta dolorosa a la pregunta sobre “nosotros": Basta que nos enseñen lo que nosotros hemos hecho de ellos, para damos cuenta de lo que hemos hecho de nosotros. “Descubrimos hasta qué increíble punto el motor del mundo capitalista está orientado hacia su propio éxito para satisfacer sus propias necesidades; y que está oprimiendo cada vez más al otro mundo, no porque no trabaje para alcanzar el mismo nivel, sino porque nuestro crecimiento económico y nivel de vida aceptados sin cuestionar, lo impiden. Son las mismas estructuras económicas y sociales operadas por nosotros las que crean la profunda injusticia en contra de los desposeídos, y todos participamos en tales estructuras, nos guste o no” 11.

El hombre escucha la palabra de Dios hoy. "Dios es la voz interna que nos Ilama a soluciones auténticas... Pero no somos siempre capaces de hacer lo bueno, lo íntegro. Por eso Dios crea una constante inquietud dentro de nosotros que no nos permite estar tranquilos y satisfechos, que nos impulsa hacia mejores caminos para el futuro. En esta inquietud, en este deseo ansioso de Ilegar a soluciones auténticas, es como poco a poco Ilegamos a conocer al Dios en quien creemos. En palabras de un poeta español: “Te conozco, Señor, cuando siento todo el deseo y el anhelo que me sobrepasa. El vacío de mi descontento contiene las anchas dimensiones de tu inmensidad" 12.

 

Hemos señalado que el término “Sagrado Corazón" representa la realidad en la que el misterio sin nombre que nosotros llamamos Dios se nos hace presente como proximidad compasiva y auto-donante. (C. Rahmer, Investigaciones Teológicas.  Vol.  VI II,London,  Darton,  Longman   &  Todd,  1971, p. 226).

 

Esta Palabra de Dios —nuestro necesario “vecino global"— sacude bruscamente nuestro corazón, nos despierta y nos descubre que “la creación entera gime hasta el presente y sufre dolores de parto. Y no solamente ella, también nosotros gemimos en nuestro interior anhelando la redención de nuestro cuerpo” (Rom. 8,19—13). Y esta “esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado” (Rom. 5,5). Y as í se ha encendido en nosotros, a través del encuentro contemplativo con el prójimo y nuestras crucificantes personas, el deseo de transformar la tierra. Hemos sido salvados de nuestra tendencia a convertirnos en unos viejos, conformistas y cínicos frente a la injusticia. Ha surgido en nuestros corazones el hambre y sed por la justicia en la tierra según la imagen de Isaías (11,6—9).

Esta hambre y sed —y la llamada a convertirnos que encierra— es Dios-entre-nosotros. Este deseo en su amplia extensión a lo ancho, alto y profundo viene de Dios para llenar todas las dimensiones de nuestra existencia. Dentro de nosotros el deseo de Dios se expresa en las palabras de Jesús: “Que todos sean uno, como tú Padre en m í y yo en t í, que ellos también sean uno”. La oración que fluye del primordial “cuidado” en los corazones de los seguidores de Jesús y del Padre es: “Venga tu Reino”. Para empezar esta oración necesitamos entrar en contacto con nuestro hermano pobre y aceptar entonces la difícil pregunta: “¿Qué quieres? " (Jn. 1,38).

Teilhard sugiere que la respuesta radical de nuestro corazón a esta pregunta es la oración de Cristo en nuestros corazones, la oración sacerdotal: “Señor... en la profundidad de esta tierra has sembrado tú un deseo irresistible, que nos hace clamar tanto a creyentes como no creyentes: ¡Señor, que seamos uno! ", 13.

 

 Notas

 

1.    André Lous, Teach Us to Pray (Enséñanos a orar), Darton, Longman & Todd, Lon-don, 1974, p. 40.

2. Helder Cámara, The Desert Is Fertile, (El desierto es fértil) Shedd & Ward, London, 1974, p. 26

3. Thomas Cullinan. If the Eye Be Sound (Si el ojo está sano), St, Paul, Slough, 1975, p. 10.

4.       Henri Nouwens, Out of Solitude (Desde la Soledad). Ave María Press, Notres Dame, 1974, p. 34.

5.       Ladislao Boros, God Is With Us (Dios está con nosotros). Search, London, 1973, pp. 50—51.

6.       Todo el tema se trata bien en Prayer According to the Scriptures (La oración según las Escrituras) de J. Laplace,

7.                 Romano Guardini, The Focus os Freddom (El foco de la Libertad), Helicon, Baltimore, 1966, p. 81.

8.       Sermón 194, 3 —4.      ' '

9.       Vaticano II, Gaudium et Spes, No. 62.

10.     Marist Brother’s XV III the General Chapter: Poverty and Justice Document.

11.     Thomas Cullinan, op. cit., p. 117.

12.     Jg      Segundo, Our Idea of God, (Nuestra idea de Dios). Orbis, New York, 1974, p. 62

13.     Pierre Teilhard de Cliardin, Hymn of the  Universo (Himno del Universo), Fontana, New York, 1970, p. 20.

 

 

 

 

 

 

 











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