CON UN CORAZÓN HUMANO CAPITULO 7: CONTEMPLACIÓN COMPASIVA Juan Flynn, M.S.C
La contemplación
En la primera definición que nos da el diccionario Webster’s de la palabra
"contemplar” se lee:
'Observar o mirar con continua atención'. Para los fines
de la presente reflexión, la contemplación se puede consideran simplemente
como un acto de mirar, escuchar y estar con algo.
En consecuencia, la contemplación es un acto de olvido personal, es decir,
es poner el interés en algo fuera de nosotros mismos. No es éste un interés
distraído, sino fijo; pero a la vez, no es un interés controlado, viendo
sólo lo que “queremos ver", sino un interés abierto y amplio.
Las reacciones que surgen por este tipo de contemplación no se ‘experimentan
en un primer instante como actos voluntarios. Por ejemplo, cuando uno m ira
al ser querido y amado, la reacción de amor surge por el amado, no porque
uno haya decidido amar.
La contemplación compasiva
Estas dos palabras se utilizan para indicar un tipo específico de acción
contemplativa y la reacción evocada en los que se entregan al mismo. Quizá
los siguientes ejemplos sirvan para clarificar el sentido de esto.
Mateo
9,36: Cuando vio a la multitud (activa contemplativa) tuvo compasión
(reacción surgida).
Lucas
10,33: Cuando le vio y le tuvo compasión. Lucas 15,20: Su padre
le vio, y le
tuvo compasión.
Lucas
7,13: Cuando el Señor la vio, le tuvo compasión.
Juan
11,33: Cuando Jesús Ia vio llorando... quedó profundamente conmovido en su
espíritu y preocupado... lloró.
Juan
19,37: Mirarán at que atravesaron y lo Ilorarán (Zac.
12,
10-13,1).
Misioneros del
Sagrado Corazón, Documentos de Renovación No. 3: Mirando al que fue
atravesado en la cruz, vemos el corazón nuevo que Dios nos ha dado.
Es muy específico
en cada uno de estos textos el objetivo de la contemplación que estimula la
compasión y la condolencia, y nos descubre el corazón nuevo que Dios nos ha
dado. Las “multitudes" del Evangelio son los no educados, los trabajadores
temporales, los campesinos sin tierra propia, los más débiles y vulnerables
miembros de la sociedad "que no conocían la ley" (Jn. 7,49), los totalmente
“inútiles”, los más pobres de los pobres, los enfermos como los leprosos,
por ejemplo, quienes fueron los más miserables de todos los miserables
debido a las rigurosas restricciones del Levítico (13,45-46).
El texto de Lucas
10 dice referencia at hombre que debo convertir en mi prójimo, aquel que es
víctima de la injusticia violenta del hombre. Para hacer lo mi prójimo debo
“verlo" —como Yahvé “vio” la aflicción del pueblo sufriendo la injusticia en
Egipto (Ex 3,7), y como Moisés “vio” el tipo de vida dura que padecían los
suyos (Ex 2,11)— a fin de que el “grito” si n voz de su miseria me mueva a
compasión. Lucas 15 se refiere at caso de un hombre que, siendo totalmente
consciente y responsable, como Jacob cuando engañó a Esaú, se encuentra en
unas circunstancias adversas. Lucas 7 habla de una mujer que ha perdido los
dos hornbres más importantes de su vida, una vida oscurecida ahora por la
muerte.
Descubrimos aquí
el dolor inconsolable que la muerte de los seres queridos puede producir
posiblemente en cada uno de nosotros. Juan 11 cuenta Io mismo. El texto de
Juan 19,37, y los Documentos de Renovación de los Misioneros del Sagrado
Corazón, exigen un rechazo a cualquier escape de la realidad crucificante
del mundo humano: Miremos to que nos hacemos unos a otros, hasta que nuestra
mente y corazón se quiebren, y, superando la desesperación, la incredulidad
y cualquier otra tendencia de huida, nos hallemos conmovidos por la
respuesta de Dios a los hombres que nos crucificamos mutuamente: Pesar por
el pecado, hambre y sed de justicia, solidaridad compasiva.
Mi experiencia es
ésta: el compasivo “corazón nuevo”, que Dios derramado en nosotros para este
mundo crucificante, ha sido impulsado y se aviva dentro de m í principal y
directamente a través del contacto contemplativo con los pobres de la
tierra. Necesito este tipo de contacto con este tipo de personas para
convertirme y ser un hombre con un corazón fiel a Dios y al hombre.
Un Superior Mayor
Religioso escribió recientemente a sus compañeros: “Si yo no creyera que
tengo que aprender de las gentes con quienes trato, y que me van a dar algo
mejor de lo que yo puedo darles, dejaría todo actividad y oraría pidiendo
luz”. Lucas 6,38 dice: "Dad y se os dará: una medida buena, apretada,
remecida hasta rebasar pondrán en el halda de vuestros vestidos". En las
palabras “mirando at que fue atravesado en la cruz" hay un tipo específico
de “dar” a los otros, en un tranquilo, silencioso y contemplativo compartir
y entrar en el dolor y la tristeza del otro, antes de que exista algún
intento de actuar, de hacer algo para remediar Io; es un compartir la
experiencia de la impotencia de los pobres.
Recibimos en
abundancia el don del Espíritu por medio de esta manera de "dar”. Al
compartir la situación de los sin poder, en vez de salir de ella intentando
rescatarlos, el interés divino y la respuesta a este mundo crucificante dada
por el Espíritu de Dios en nosotros, inundará nuestra conciencia suscitan do
el arrepentimiento del pecado, el hambre y sed de justicia y el espíritu de
amor por el mundo.
Andrés Louf, Abad
trapense, llama a este don de Dios la "superabundancia del corazón”.
“Nuestro corazón está ya en un estado de oración", dice él, "de hecho,
constantemente el Espíritu clama y ora dentro de nosotros: Abba-Padre, con
súplicas y suspiros que no se traducen en palabras, pero que nunca, ni por
un instante, cesan dentro de nosotros (Rom. 8,15; Gal. 4,6). Este estado de
oración interior es algo que siempre poseemos, como un tesoro escondido del
cual no somos siempre conscientes (o sólo
lo estamos escasamente); to
poseemos en alguna parte de nuestro corazón, aunque no
lo sintamos. Estamos
sordos ante el corazón orante, se nos escapa el sabor del amor... Porque
nuestro corazón, nuestro verdadero corazón, está dormido; tiene que
despertarse lentamente durante toda la vida” 1.
En mi
experiencia, este “corazón orante" (“el corazón nuevo que Dios nos ha
dado"), la presencia viva del gran amor de Dios y el empeño por este mundo
que vivimos, ha sido y está siendo estimulado principal y directamente por
el contacto con los pobres sin poder. Como plantea Helder Cámara, "sus
gritos son la voz de Dios; las súplicas no expresadas en los que no tienen
voz ni esperanza", hacen añicos nuestra satisfacción y mantienen viva dentro
de nosotros la sensibilidad de Dios a la injusticia y al sufrimiento en este
mundo 2.
Ellos son Palabra de Dios para nosotros. Palabra de Dios que irrumpe en
nuestros corazones, hiere, molesta, penetra, lo divide; nos sacude
bruscamente a fin de despertar nuestro corazón. A través del contacto con
los pobres sin poder nuestros ' 'corazones de piedra" se rompen (Joel 2, 12)
y recibimos un "corazón de carne" en su lugar (Ez. 36,25—27). Por el
sacramento del encuentro contemplativo con ellos descubrimos "el hombre
escondido en el corazón" (2 Ped. 3,4).
Siempre, por todas partes... (2 Cor. 4,1 0)
En un Sue Ryder Hume de Inglaterra, en 1969, viví con algunas personas sin
patria y mutiladas irreparablemente en mente y cuerpo por la Segunda Guerra
Mundial. Fueron los primeros "pobres" que me conmovieron a fondo; personas
que conocían el sentido de la inutilidad, de la incapacidad e impotencia,
incluso de nuestra ayuda y de su capacidad de superarse. Fue la primera vez
que o í el "grito de los oprimidos": el grito de la imposibilidad. Un hombre
quería que le adormecieran permanentemente con inyecciones; una mujer salió
una noche a la calle para morir de frío; otro hombre se negó a bañarse o a
usar la ducha por miedo al recordar incoherentes experiencias policiales,
Elie Wiesel cuenta que en Kovel, donde los nazis habían congregado en la
sinagoga a todos los judíos antes de ser descuartizados, se encontró un
escrito en la pared: "Oh tierra, no cubras mi sangre y deja que mi grito no
tenga lugar de descanso". Este "grito" estaba en las mentes y en los cuerpos
de estas personas. Las toqué físicamente: las lavé, les di de comer, caminé
con ellas... y fui "tocado" por ellas. Experimenté que este contacto fue el
inicio de mi salvación, el rescate de mis prejuicios, la liberación de mi
apatía, de mi egoísmo, de mi cerrazón, de mi cinismo; fue el despertar de la
conciencia que contenía muy oculto el ansia real de hacer ' 'justicia".
Los últimos años he estado trabajando en dirección espiritual y predicando
retiros espirituales. Las personas de quienes más me acuerdo son aquellas
que, en este mundo crucificante, viven sin deseo de vivir, sintiéndose
incapaces de ayudarse y de recibir ayuda de otros. Originalmente amaban la
vida, pero ahora, habiendo sufrido la traición, el fracaso y la desilusión
ya no pueden amarla; su deseo de escapar de la vida y de su dolor se
transforma en ellos en desesperación: "La tribulación sufrida nos abrumó
hasta el extremo, por encima de nuestras fuerzas, hasta tal punto que
perdimos la esperanza de conservar la vida" (2 Cor 1,8).
Recurren a Dios y al sacerdote en su angustia: "Señor, sálvanos que
perecemos". Esta gente me inquieta; preferiría que no me molestasen; no
puedo hacer nada por ellos, no porque no sea un consejero profesional sino
porque el refugio que buscan nadie puede dárselo. Me recuerdan con demasiada
viveza la pena y el sufrimiento de la vida, de la que yo mismo deseo
escapar. Me recuerdan el miedo a la muerte que constantemente amenaza mi
libertad para abrazar por completo la vida. Me recuerdan la tentación
constante de mirar la vida como un palacio lleno de ilusiones donde,
finalmente, la muerte tiene ta última palabra.
Pero, también me recuerdan al hombre que, cuando se encontró con este tipo
de gente, preguntó sin miedo: " ¿Qué quieres? (Jn. 1, 38).
Era el hombre que se dejaba conmover por esta gente, por los que viven la
penosa realidad de no poder conseguir lo que anhelan, recordándonos que
todos deseamos lo que no podemos alcanzar.
Era el hombre que no colaboró en el empeño colectivo de escapar; al contrario, se esforzó por entrar más en la realidad. Et hombre que infundía a sus seguidores un respeto reverencial cuando les reprochaba su actitud de huida y les exigía que, por la fe, se convirtieran del miedo y de la auto-compasión; que en vez de buscar refugio en "Dios", se enfrentasen a la realidad crucificante de la vida humana hasta que, más allá de toda estrategia huidiza --autocompasión, hipocresía, cinismo, amargura, odio, apatía, desesperación— quebrasen su corazón por el verdadero arrepentimiento que viene sólo de Dios y que nace dentro como espíritu de paz y de amor con y para este mundo.
En 1977 experimenté por primera vez el grito mudo de la situación de los aborígenes australianos. Era semejante a la situación de una persona inmersa en las palabras del profeta Isaías
"intentando sin cesar romper la indiferencia". Lo que en realidad importa no
es el hambre de la gente de comida, dinero, salud educación, sino su hambre
por la vida, la libertad y la cultura.
Tomás Cullinan dice que "vio la forma más profunda del subdesarrollo y de la
opresión en el estado moral de los hombres que han experimentado la
incapacidad ante cualquier deseo propio para forjar su propia historia, y no
tienen ya ninguna aptitud interior para llamar "mía" a su vida. Han sido
tratados por tanto tiempo como objetos de decisiones ajenas, que han perdido
la habilidad espiritual de poder decir: "Yo soy importante, voy a forjar mi
vida, mi mundo".
Vio que esto es el culmen de la injusticia del hombre contra el hombre, y
que sólo se puede expresar en lo que los pensadores y teólogos
latinoamericanos llaman: ' 'Liberación" 3.
La experiencia me cuestiona de esta manera, (que no es necesariamente igual
a la de otra persona que viva una experiencia idéntica): ¿Qué ocurre al
hombre que ' 've" y ' 'oye" el grito mudo por la liberación dentro de la
apatía del pueblo? ¿Qué sincera respuesta surge en su interior al ver una
pobreza que les arrebata toda reacción personal, dejándoles únicamente
esperando que otros resuelvan sus problemas y les ofrezcan soluciones? Es
normal encontrarnos con gente así.
El libro del Éxodo no sólo presenta al hombre llamado por el Señor Dios al
doloroso empeño para conseguir su libertad, sino que también describe, y con
mucho detalle, el enorme desinterés del pueblo para liberarse. Casi hubo que
sacarles a la fuerza —por la mano de Yahvé— de Egipto. La respuesta es un
"trato amable" ya que también él fue "probado en todo" y tentado con el
deseo de huir del peso de la libertad (Heb. 4,14—15). El Éxodo describe
también la respuesta obtenida de Moisés; él, por el don de Dios, desea ante
todo la liberación de este pueblo renuente. Moisés, en su esfuerzo creativo
para estimular al pueblo hacia la libertad interior y a forjar nuevas
estructuras sociales justas, llega a clamar en su angustia y en el Espíritu:
"No puedo..." (Núm.
La tentación de Moisés, ante la renuencia habitual del pueblo a tomar parte
activa en su liberación y su actitud de preferir continuar acomodados a las
antiguas seguras y conocidas estructuras antes de que otro dirigiese sus
vidas, fue la de conformarse a algo menos que una liberación, a algo menos
de la exigencia (Palabra) y de deseo (Voluntad) de Dios. (ver Mt. 4,1—11).
Cuando Moisés se sintió tentado a compadecerse de sí mismo, le dijo Dios:
"Ponte en pie, hijo de hombre, te quiero hablar", y le invitó de nuevo a
compartir su deseo por y su compromiso con la liberación; no es a una
conformidad para ayudar al pueblo, sino a un compartir la opresión y el
caminar por la difícil ruta hacia la libertad interior.
Desde entonces, Moisés, y cada seguidor de Dios, está llamado a "asemejarse
en todo a sus hermanos, para ser misericordiosos y sumo sacerdote fiel en lo
que toca a Dios" (Heb. 2,17), sintiendo pesar por el pecado, estando
hambriento y sediento por la justicia, e incondicionalmente preparado para
asumir el sufrimiento ajeno, a fin de liberar al prójimo del miedo al dolor
y a la muerte y viviendo creativamente en este mundo.
Bienaventurados los que lloran
No debemos nunca acostumbrarnos a la injusticia. En mi opinión, el
significado básico de esto es que: "El verdadero amor descubre que es
injusto que nuestro hermano sufra. Sólo el amor auténtico puede sentir que
cualquier sufrimiento de nuestro hermano es una injusticia intolerable".
Dios es amor. Dios nunca está indiferente ante la injusticia, nunca puede
resignarse a ella, ni dejar de conmoverse por ella. Para sentir nosotros la
respuesta de Dios a la injusticia, es necesario que dejemos la indiferencia
y el resentimiento por el trato injusto, sintiéndonos inocentes: ' 'Señor,
te doy gracias por no ser como los demás"
Es necesario percibir lo que nos sensibiliza a las estructuras de injusticia
en las que vivimos y nos movemos, en las que poseemos pan mientras otros
pasan hambre; la injusticia de la que somos víctimas y propagadores. No
importa que la injusticia tenga la enormidad del holocausto o la pequeñez
insensible de nuestra vida cotidiana. La respuesta de Dios en nosotros
contra esto es un sentimiento de pesar; e: Espíritu de Dios en nosotros está
siempre herido de nuevo por la injusticia, el sufrimiento y la muerte (por
todo lo que tiene su origen en el pecado).
Conmoverse por el sufrimiento ajeno no es muy natural. Todo et mundo ha
tenido experiencia de "ver" sin conmoverse; pasamos indiferentes al lado del
que sufre. Conmoverse ante el sufrimiento es un don de Dios, de su Espíritu
compasivo y consolador... es una bendición. La presencia de una persona que
sufre es una bendición para la colectividad y ésta es bendecida con el don
del "cuidado" divino. Esta palabra (care) "cuidado", nos dice Henri Nouwens,
encuentra sus raíces en Kara, que significa: "sentir pesar". Esta es la
experiencia humana que percibimos detrás de esta palabra 4•
En la primera literatura cristiana este "ciudadano" que surge desde dentro
se especificó con la palabra splanchna, que quiere decir los órganos
interiores del cuerpo, las entrañas; splanchna significa toda la
personalidad humana en la medida en que se conmueve y se afecta
profundamente. En San Pablo la misma palabra significa habilidad del hombre
para conmoverse por el amor, o sencillamente, el hombre que ama. La palabra
latina misericordia utiliza la imagen del corazón (cor) para indicar la
calidad del "cuidado"
En esta imagen, una persona que "tiene cuidado" es la que posee un "corazón
acogedor" del fracaso, la miseria y la desesperación de los demás. Según
esta imagen, la persona que "cuida" abre su corazón, el centro más profundo
de su personalidad, a la miseria y a sufrimiento del otro; y es tan fiel en
esta actitud que se le convierte en una disposición permanente 5,
Me parece que estamos llamados a pedir y aceptar el don de conmiseración,
que es el sentimiento de Dios por los que sufren de alguna forma. "Muchos
desconfían de cualquier manifestación de los sentimientos en la oración y en
el ministerio. Creen imperfecto el expresar los sentimientos en algún
momento de la vida espiritual. Convierten la sequedad o dificultad en la
oración y el ministerio en una prueba que hay que soportar con valentía,
cuando lo más normal sería buscar sus causas y el remedio adecuado para esta
situación.
No se pueden estimular los sentimientos por propia voluntad; eso es obra de
la gracia. Pero por lo menos en su sequedad y abandono siempre puede el
hombre gritar: " ¿Hasta cuándo esconderás tu rostro, Señor? No nos abandones
a la dureza de nuestros corazones. Líbrame del mal oculto" 6.
Pablo pide que este amor del corazón acogedor crezca dentro de nosotros y
considera que su fruto es saber responder a la gente como Dios quiere: "Lo
que pido en mi oración es que vuestro amor siga creciendo cada vez más en
conocimiento perfecto y todo discernimiento, con que podáis discernir lo
mejor" (Fil. 1.9—10).
Tendemos a ver el "cuidado" como una inclinación a hacer algo, como
condescendencia en una actitud del fuerte frente al débil, del poderoso
frente al impotente, del que tiene hacia el que no tiene. El corazón
interior del que "cuida" se aviva cuando alguien que sufre se nos acerca y
nos sentimos impotentes e incapaces para ayudarlo. "Cuidar" es conmoverse
para entrar en su sufrimiento en vez de tratar de curarlo. Esta es una obra
de misericordia que nos exige mucho más que dar de comer al hambriento y dar
de beber al sediento. Exige que compartamos la impotencia de alguien que
sufre.
Ahí está la historia de la joven "entre las tumbas" (Cf. Mc. 5,5), a quien
se le preguntó gentil y persistentemente, "Mujer, ¿por qué lloras? ". Se lo
preguntó un hombre sin miedo a entrar en el dolor ajeno; un hombre capaz de
quedarse quieto y silencioso ante la imposibilidad de hacer algo por el otro
en su inconsolable dolor (Jn. 20,15). Realizó lo que este mundo denomina la
tontería de no tener "poder" permitiendo que la impotencia ajena llenara su
alma, dejando oscurecer su vida por la oscuridad de la pena ajena (Is.
53,14), entrando en el lugar secreto del encuentro entre Dios y el hombre.
Sólo esta libertad de los hijos de Dios —libertad ante el miedo a la muerte,
al sufrimiento, a la impotencia y a lo que éstos nos hagan— puede traer
consuelo a los que viven en la tierra y en sombra de muerte.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia.
Las palabras de Shakespeare nos pueden servir de estímulo para comenzar a
despertar nuestro corazón afligido:
"La ruina me ha enseñado a reflexionar así, llegará el tiempo y se llevará a
mi amor. Este pensamiento es como la muerte, no puede escoger sino llorar al
tener lo que teme perder". (soneto 64).
De un modo constante nuestro corazón en lo secreto "experimenta el dolor de
lo transitorio, el hecho de poder perder el objeto querido, el que la
belleza viva esté siempre en un estado pasajero, el que la muerte sea vecina
de lo bello. Pero, en completa oposición a esto, está el deseo por lo
eterno, lo infinito, lo absoluto. Este anhelo por lo absoluto se enlaza con
la profunda conciencia de incapacidad... resultando un inquieto estado que
no se tranquiliza... como un líquido que penetra todo, como un sabor
agridulce mezclado en todo. Es básicamente un anhelo por el amor. Este
profundo deseo
afecta no solamente una parte de
nuestro ser, sino que procede de su centro, y no se restringe a unas
relaciones y momentos particulares sino que invade la totalidad” 7.
La espiritualidad del corazón de San Agustín enfoca esta experiencia: “En
uno de los Salmos alguien dice a Dios, ‘seré colmado cuando se manifieste tu
gloria’. Entonces nos enseñará su rostro y seremos saturados, él nos será
suficiente. Pero, hasta que esta suceda... estamos alejados de E\, teniendo
hambre y sed de justicia y anhelando con pasión más allá de las palabras la
belleza de la forma de Dios" 8.
Existe una espiritualidad individual y privada que considera al hombre en su
vida espiritual interior como esencialmente relacionado con Dios y no con la
totalidad de su existencia humana y social. Si se lee desde dentro de esta
espiritualidad “la pasión más allá de las palabras” del corazón que ora y
anhela dentro de nosotros, se con- vierte en una huida sentimental. Tiene
que leerse desde el prisma del que encuentra la respuesta a la pregunta
“¿Quién soy yo? no por la introspección, sino por la escucha contemplativa
de los más débiles y vulnerables de sus hermanos. Ciertamente, ésta es la
única forma en que el hornbre puede encontrar su propio corazón.
Para comenzar a captar la “pasión más allá de las palabras” dentro de
nuestro corazón, necesitamos “hacernos el hermano de todos... de un viejo
abandonado, de un hijo natural que sufre indebidamente las consecuencias de
un pecado ajeno, de una persona hambrienta que aguijonea nuestra conciencia”
9. Necesitamos dejar que el mundo entero se convierta en un “pueblo global",
o en palabras de Bárbara Ward, en un “vecindario sicológico”; y es un
vecindario en el que una tercera parte de la gente comparte cuatro—quintas
partes de la riqueza, mientras dos terceras partes comparten una quinta
parte de la misma.
Necesitamos tomar medidas para hacernos conscientes y estar informados
“sobre las serias injusticias que atropellan y oprimen a hornbres y mujeres,
sobre las groseras desigualdades entre naciones y entre individuos, sobre el
desperdicio irresponsable de los recursos del mundo —perjudicando
probablemente a las futuras generaciones— y sobre las estructuras
socio-económicas en nuestra sociedad que favorecen la continuidad de estos
males” 10.
Escuchándoles a “ellos" allá, en otros continentes, encontramos una
respuesta dolorosa a la pregunta sobre “nosotros": Basta que nos enseñen lo
que nosotros hemos hecho de ellos, para damos cuenta de lo que hemos hecho
de nosotros. “Descubrimos hasta qué increíble punto el motor del mundo
capitalista está orientado hacia su propio éxito para satisfacer sus propias
necesidades; y que está oprimiendo cada vez más al otro mundo, no porque no
trabaje para alcanzar el mismo nivel, sino porque nuestro crecimiento
económico y nivel de vida aceptados sin cuestionar, lo impiden. Son las
mismas estructuras económicas y sociales operadas por nosotros las que crean
la profunda injusticia en contra de los desposeídos, y todos participamos en
tales estructuras, nos guste o no” 11.
El hombre escucha la palabra de Dios hoy. "Dios es la voz interna que nos
Ilama a soluciones auténticas... Pero no somos siempre capaces de hacer lo
bueno, lo íntegro. Por eso Dios crea una constante inquietud dentro de
nosotros que no nos permite estar tranquilos y satisfechos, que nos impulsa
hacia mejores caminos para el futuro. En esta inquietud, en este deseo
ansioso de Ilegar a soluciones auténticas, es como poco a poco Ilegamos a
conocer al Dios en quien creemos. En palabras de un poeta español: “Te
conozco, Señor, cuando siento todo el deseo y el anhelo que me sobrepasa. El
vacío de mi descontento contiene las anchas dimensiones de tu inmensidad"
12.
Hemos señalado que el término “Sagrado Corazón" representa la realidad en la
que el misterio sin nombre que nosotros llamamos Dios se nos hace presente
como proximidad compasiva y auto-donante. (C. Rahmer, Investigaciones
Teológicas. Vol.
VI II,London, Darton,
Longman &
Todd, 1971, p. 226).
Esta Palabra de Dios —nuestro necesario “vecino global"— sacude bruscamente
nuestro corazón, nos despierta y nos descubre que “la creación entera gime
hasta el presente y sufre dolores de parto. Y no solamente ella, también
nosotros gemimos en nuestro interior anhelando la redención de nuestro
cuerpo” (Rom. 8,19—13). Y esta “esperanza no falla, porque el amor de Dios
ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha
sido dado” (Rom. 5,5). Y as í se ha encendido en nosotros, a través del
encuentro contemplativo con el prójimo y nuestras crucificantes personas, el
deseo de transformar la tierra. Hemos sido salvados de nuestra tendencia a
convertirnos en unos viejos, conformistas y cínicos frente a la injusticia.
Ha surgido en nuestros corazones el hambre y sed por la justicia en la
tierra según la imagen de Isaías (11,6—9).
Esta hambre y sed —y la llamada a convertirnos que encierra— es
Dios-entre-nosotros. Este deseo en su amplia extensión a lo ancho, alto y
profundo viene de Dios para llenar todas las dimensiones de nuestra
existencia. Dentro de nosotros el deseo de Dios se expresa en las palabras
de Jesús: “Que todos sean uno, como tú Padre en m í y yo en t í, que ellos
también sean uno”. La oración que fluye del primordial “cuidado” en los
corazones de los seguidores de Jesús y del Padre es: “Venga tu Reino”. Para
empezar esta oración necesitamos entrar en contacto con nuestro hermano
pobre y aceptar entonces la difícil pregunta: “¿Qué quieres? " (Jn. 1,38).
Teilhard sugiere que la respuesta radical de nuestro corazón a esta pregunta
es la oración de Cristo en nuestros corazones, la oración sacerdotal:
“Señor... en la profundidad de esta tierra has sembrado tú un deseo
irresistible, que nos hace clamar tanto a creyentes como no creyentes:
¡Señor, que seamos uno! ", 13.
1.
André Lous, Teach Us to Pray (Enséñanos a orar), Darton,
Longman & Todd, Lon-don, 1974, p. 40.
2. Helder Cámara, The
Desert Is Fertile, (El desierto es fértil) Shedd & Ward, London, 1974, p. 26
3. Thomas Cullinan. If the
Eye Be Sound (Si el ojo está sano), St, Paul, Slough, 1975, p. 10.
4. Henri Nouwens, Out of Solitude (Desde
la Soledad).
Ave María Press, Notres Dame, 1974, p. 34.
5.
Ladislao Boros, God Is With Us (Dios está con nosotros). Search,
London, 1973, pp. 50—51.
6.
Todo el tema se trata bien en Prayer According to the Scriptures (La
oración según las Escrituras) de J. Laplace,
7.
Romano Guardini, The Focus os Freddom (El foco de la Libertad),
Helicon, Baltimore, 1966, p. 81.
8.
Sermón 194, 3 —4.
' '
9.
Vaticano II, Gaudium et Spes, No. 62.
10.
Marist Brother’s XV III the General Chapter: Poverty and Justice
Document.
11.
Thomas Cullinan, op. cit., p. 117.
12.
Jg
Segundo, Our Idea of God, (Nuestra idea de Dios). Orbis, New York, 1974, p.
62
13.
Pierre Teilhard de Cliardin, Hymn of the
Universo (Himno del Universo), Fontana, New York, 1970, p. 20.