CON UN CORAZÓN HUMANO CAPITULO 12: UN ESTUDIO SOBRE LA RENOVACIÓN Elizabeth Smith, R.S.C.J.
“Consagrada por
entero a la gloria del Sagrado Corazón de Jesús y a la propagación de su
culto”.
(De las
Constituciones de la Sociedad del Sagrado Corazón).
Examinando la
renovación de una congregación religiosa consagrada al Sagrado Corazón, es
posible discernir algo de las nuevas formas de expresión que se encuentran
en una experiencia del Corazón de Cristo.
Fundada en
Francia en 1800 en medio de los sufrimientos de la revolución francesa, la
Sociedad del Sagrado Corazón fue y está “consagrada enteramente a la gloria
del Sagrado Corazón de Jesús y a la propagación de su culto”. Para
comprender su misión, tanto en su época como en la actualidad, hay que
comprender cómo era en Francia durante 1800 y en años sucesivos, el culto
del Sagrado Corazón y la devoción at mismo. El trabajo de la hermana Jeanne
de Charry sobre la “Historia de las Constituciones” deja claro que la
fundadora, Santa Magdalena Sofía Barat, luchó tenazmente para que la nueva
Sociedad se consagrada at Sagrado Corazón en un momento en que políticamente
era imposible adoptar abiertamente este nombre.
El título
“Sagrado Corazón” se había convertido en un “nombre” para la persona de
Jesús en los aspectos de su corazón, era devoción a la vida interior de
Jesús, sus pensamientos, deseos, virtudes y sobre todo su incontenible amor
por todos los hombres. En un principio el corazón humano de Jesús se
consideraba como el Corazón Divino digno de culto y adoración en s í mismo.
Contenía dentro de s í el mensaje de la misericordia de Dios, de la sed
divina por la salvación de todos los hombres, encontrando en Él el amor de
Dios hacia ellos y sintiéndose atraídos a amarte como respuesta.
De esta devoción
surgió una imperiosa urgencia por la misión, por atraer a todos los hombres
al conocimiento de la salvación de Cristo. AI ser un corazón herido, se Ie
veía como suplicando a los hombres, sin escatimar nada, exhausto y
auto-consumido por el esfuerzo de comunicar su amor, y recibiendo, en
cambio, sólo la ingratitud, la frialdad y el desprecio de muchos; siendo de
hecho “ultraja- do” nuevamente. Los inclinados a esta devoción se sentían
impulsados a compartir la labor de la redención a través de la reparación y
de la consolación al corazón de Jesús con su adoración y amor, y, asumiendo
la misma urgencia de comunicar este amor a los demás a fin de atraer los a
Ia salvación, saciando de esta manera la sed de su corazón por las almas.
Era a la vez, pues, una devoción de reparación y de celo apostólico para
darle a conocer y para atraer a los demás hacia Él. El aspecto de adoración
y reparación se centró en Cristo presente en el Santísimo Sacramento,
existía aquí la presencia sacra- mental en tiempo y espacio donde su corazón
herido podía ser consolado por el amor-respuesta, y adorado en un espíritu
de reparación. Desde esa fuente de amor, quien lo adoraba obtenía más amor y
celo para la salvación de los demás.
En pleno auge de
esta devoción, la nueva Sociedad fue consagrada a la gloria del Sagrado
Corazón y a la difusión de su culto. La consagración era un acto de
separación, de hacerse santa en una orientación exclusiva hacia Dios, en
este caso a la gloria del Sagrado Corazón. As í, la primera consecuencia de
esta consagración era la obligación de cada miembro a trabajar por su propia
perfección, por su propia santificación Io que se interpretaba como unión e
identidad con el Sagrado Corazón, imitando sus virtudes y su vida interior.
Relacionado a esto existía una consagración posterior a la santificación de
los demás, “como la labor más querida de su corazón”. La misión de la
religiosa nacía de la concepción de que la gloria del Sagrado Corazón era la
santificación y santidad propia y de los de- más.
Esto determinaba
la naturaleza de la Sociedad en enteramente contemplativa y totalmente
apostólica, sin dicotomía ni distinción, y convirtió la misión co-extensiva
en la vida de las religiosas. El espíritu de la Sociedad estaba, pues,
basado esencialmente en la oración y vida interior. La manera de vivir los
votos, las virtudes y el amor emanaban de su Corazón. La unión con el
corazón de Jesús era el fin y, también, el medio para la santificación de
otros. Esto se enfatizaba a Io largo de las constituciones que buscaban una
congruencia entre la vida y las palabras de la religiosa, considerando esto
mucho más eficaz para lograr el fin que cualquier enseñanza. Estaba
contenida en esta idea la convicción de que las relaciones personales,
aunque no se utilizaba la palabra, eran la manera de comunicar el amor del
Sagrado Corazón, y gran parte de las constituciones estaban centradas en el
modo cómo las religiosas debían “tratar a su prójimo”.
De ahí se
concretó una vida orientada esencialmente a la educación para el
conocimiento y el amor de Jesús, el Único que podía santificar, y a la
formación de “devotos” a través de los medios que cada religiosa poseyese.
La palabra “devotos” en esa época se usaba por haberse centralizado la
devoción al Sagrado Corazón y la reparación en la adoración al Santísimo
Sacramento. La intuición original de Sta. Magdalena Sofía Barat para la
Sociedad incluía la adoración perpetua para la religiosa dedicada al
apostolado de la educación y formación de niñas a fin de que también ellas
tomasen parte en la adoración y por su medio extenderla más allá de las
limitadas posibilidades de las mismas religiosas.
“En oración, sola
delante del tabernáculo, en el aislado oratorio cerca de su habitación,
pensaba en las iglesias que se habían cerrado, las ignominias cometidas en
contra de Cristo en el Sacramento de su amor, el caos introducido por la
propaganda antirreligiosa, especialmente en las almas de los jóvenes.
Entonces se iluminó en su mente algo que luego reconoció como “la idea
original de nuestra pequeña Sociedad del Sagrado Corazón: establecer una
pequeña comunidad que, de día y noche, adorara al Corazón de Jesús violado
en su amor Eucarístico”. Tener veinticuatro religiosas sustituyéndose en un
“prie-Dieu” sería mucho, y sin embargo muy poco. Le nació entonces otra
idea: “Si tuviésemos jóvenes formándose en el espíritu de adoración y
reparación, que distinto sería! ”. Y veía los cientos, los miles de devotos
ante un altar eucarístico universal levantado por encima de la Iglesia”.
(“Historia de las
Constituciones”).
La hueva Sociedad
no se centró en una labor social o caritativa en particular. Las limitadas
ideas que se aceptaban en 1800 para las religiosas de clausura, fue el mayor
impedimento externo. Pero, a nivel interno un fuerte impedimento fue la
necesidad de trabajar eh armonía con la misión esencial del Instituto y un
aspecto indispensable del mismo consistía en la dimensión educativa
inherente a la consagración para la santificación de los detrás. Los medios
principales escogidos fueron escuelas, tanto a régimen de internado como de
externado, retiros y todos los contactos necesarios con los seglares. Aunque
esta elección coincidía con la percepción original, la adoración perpetua
nunca se convirtió en la obra más importante, pero su espíritu quedó muy
claro en el substrato de las constituciones.
Esta vida
enraizada en una teología y una espiritualidad mantenida relativamente
estable en la Iglesia durante más de siglo y medio, en los que el mundo
exterior cambió notablemente. Desde el Vaticano II muchas de las actitudes
básicas de la Iglesia han variado bajo el impacto producido al abrir sus
puertas a los avances del conocimiento humano en cada esfera de las ciencias
físicas, humanas y sociales. Se descubría al mundo con un valor propio en s
í, estando en un proceso evolutivo hacia su plenitud en Cristo. Ya no
poseemos una visión del mundo estática, sirio dinámica, en la que el hombre
asume la responsabilidad por su futuro.
La Iglesia, al
tomar conciencia de ser el sacramento de Cristo en el mundo, busca dialogar
con todos los hombres como una parte esencial de este proceso, proclamando
la dignidad propia del hombre. Toda organización política, social y
económica, hecha por el hombre, tiene que reflejar también su dignidad y
proteger los derechos humanos. El mismo hombre se concibe en términos de un
proceso dinámico de conversión del que es responsable. Este paulatino
desarrollo hacia la plenitud de la humanidad con todos sus dones materiales
y espirituales y la potencialidad actualizada de una relación con Dios y sus
hermanos los hombres, está en el corazón de una espiritualidad moderna. La
verdadera madurez humana se percibe como un producto de la santidad. El
hombre posee una vida más plena cuando es consciente de su dependencia del
Dios trascendente e inmanente que le salva y le llama a salir de s í mismo
en un amor sin ego ismo que transforma su persona y todas sus relaciones. En
la debilidad y fragilidad está llamado a ser hijo en Jesús por el Espíritu
como parte de la revelada liberación total de toda la creación que “espera
ser liberada de la servidumbre de la corrupción para participar en la
gloriosa libertad de los hijos de Dios" (Rom. 8,21). Es una visión que
abarca al hombre entero, cuerpo y alma inmersos en un mundo material, que
supera el dualismo subyacente en la espiritualidad tradicional. Subraya la
dimensión social del compromiso cristiano en la Iglesia que ahora presenta
el trabajo por la justicia como parte integral de la evangelización.
También se
transforma la espiritualidad moderna al retornar al Evangelio como norma del
compromiso cristiano en vez de los códigos morales. La palabra de Dios se
dirige at hombre de cada época en su situación concreta histórica que se
convierte en fuente de reflexión sobre su vida y en un medio de oír la
llamada de Dios. El evangelio se concibe como el fruto de la reflexión de
las primeras comunidades cristianas sobre la vida y palabras de Jesús y la
experiencia de su presencia resucitada entre ellos. La propia experiencia
histórica de Jesús se entiende como un paulatino crecimiento en su
conciencia humana con la que nos podemos relacionar. Su conocimiento sobre
quién es El y quién es su Padre, no es algo recibido, sino logrado en el
esfuerzo de completar su misión a la luz de la duda, la tentación y la
debilidad humana. Percibimos este crecimiento en relación a su Padre, como
un crecimiento que conduce a la naturaleza humana más allá de los Iímites de
su potencialidad natural hasta to divino, a través de un acto de amor que
manifiesta la naturaleza del Padre como amor. Jesús glorifica a su Padre al
revelar esa naturaleza esencial.
La Iglesia enseña
que todos los cristianos están llamados a la santidad dada en el bautismo
por la cual “verdaderamente se convierten en hijos de Dios y participantes
de la naturaleza divina” (Lumen Gentium, No, 5, par 40) pero que necesita
actualizarse en la vida de cada uno. Hoy existe una nueva respuesta a esta
llamada en el hambre por la oración y en una mayor formación espiritual que
se expresa con claridad en el movimiento carismático, pero también se
evidencia más allá de los Iímites de esa renovación en el deseo por la
“comunidad” cristiana. Se están experimentando, tanto dentro como fuera de
la Iglesia, muchos tipos de comunidad. El hombre moderno experimenta esta
gran necesidad por la comunidad en una variedad de razones que van más allá
del alcance de este trabajo, pero es importante notar la parte que esto
juega en conformar una espiritualidad moderna basada en la fe y la vida
compartida en el Espíritu. Las comunidades no buscan la santidad a través de
una separación del mundo, sino en una inserción con los demás a un nivel más
radical que se ofrece en las relaciones sociales normales en la Iglesia,
porque considera el compromiso cristiano como un compromiso a la comunión.
Las relaciones personales con Cristo y los otros se ven como una necesidad
básica en la búsqueda de la santidad, to que está muy lejos de la
espiritualidad individualista de la época anterior.
La Iglesia, ante
estos cambios del mundo y de sus actitudes, ha pedido una modernización y
renovación de su vida, enseñanza y culto a partir del Vaticano II. Cada
esfera de la vida está sujeta a un análisis y a una interpretación crítica.
También las Ordenes y Congregaciones religiosas han sido invitadas a
renovarse, volviendo al Evangelio y at Carisma original del Fundador,
reestructurando sus vidas a fin de dar una respuesta a las exigencias del
mundo actual. Para la Sociedad del Sagrado Corazón esta renovación ha
significado una reafirmación de su consagración a la gloria del Sagrado
Corazón. Todavía no ha sido renovad a ni reformulada por la Iglesia la
devoción en sí en un lenguaje, estilo devocional y misión que contenga la
nueva espiritualidad actual que se está desarrollando.
La espiritualidad
devocional surge de una cultura y de la necesidad de la gente, y se
experimenta y expresa en las vidas de las personas antes de organizarse y
formularse. La devoción at Sagrado Corazón, como producto de una expresión
de la teología y espiritualidad de una época pasada y preocupada por temas
muy distintos a los nuestros, puede parecer poco importante a las exigencias
de hoy. Hasta cierto punto esto es verídico, ya que el tiempo de su mayor
florecimiento coincidió con un período en que la Iglesia estaba en conflicto
con muchas tendencias que rompían las estructuras sociales, económicas y
políticas del siglo XIX y principios del XX.
La Iglesia se
enfrentó a estas tendencias y la devoción at Sagrado Corazón fue una de las
defensas poderosas en su fuerte mentalidad. Fue idónea en esta función con
su acento en la reparación por las violaciones perpetradas en contra del
amor de Dios, to que con demasiada frecuencia fue identificado con las
estructuras tradicionales, privilegios y estado de la Iglesia. Pero, sus
orígenes descansan en un nivel mucho más profundo, que los conflictos y
actitudes devocionales del siglo XIX, en la tradición y espiritualidad
cristiana. Se enraíza en las Escrituras, en la experiencia mística y en las
vidas de muchos santos.
Más aún, se
inicia en el mismo Corazón de Jesús y su amor salvador hacia cada persona
produciendo en el corazón humano la relación con Dios que abarca sus más
profundas necesidades. En Jesús, el Padre ha revelado esta relación como una
relación de amor gratuito. Por ello, aunque la expresión externa y la
celebración en términos humanos de este hecho increíble cambie, hasta
desapareciendo un tiempo, no tiene importancia esencial. No Io hará la
verdad de su realidad. La misma experiencia emergerá en formas más
apropiadas en las vidas humanas. Observando la renovación de una
congregación consagrada al Sagrado Corazón, es posible comenzar ya a
discernir algo de esa nueva forma.
¿Cómo propone la
Sociedad del Sagrado Corazón, vivir su consagración a la gloria del Sagrado
Corazón en el mundo de hoy?
En el Antiguo
Testamento, la imagen bíblica de la gloria se usaba como signo de la
presencia de Dios. Nadie podía ver a Dios, pero podían contemplar su gloria.
Para ser glorificado, Dios eligió un pueblo, una comunidad, el Israel del
Antiguo Testamento. En el Nuevo Testamento elige un pueblo en su Hijo. Serán
reconocidos por la manera cómo se aman, cómo se relacionan mutuamente en la
fe, en la justicia y en la verdad. Serán sacramento, signo de la presencia
de Dios. La búsqueda de la santidad propia y de la santificación de los
demás, exigida por las Constituciones originales de la Congregación, se
convierten en una búsqueda común. La santidad no se busca en el aislamiento,
no es un asunto privado.
A menudo la
comunidad se percibía como una ayuda para esta búsqueda, actualmente es una
parte esencial de la misma ya que la santidad es relacional. Es el amor. Es
la perfección en la unión con Dios a través de nuestra capacidad de amar. La
santidad es una relación con Dios que tiene un sentido intensamente privado,
pero que requiere el amor de la persona humana que sólo se engendra con el
esfuerzo humano de amar.
Es decir, es el
amor a los hermanos. “Si alguien dice, quiero a Dios y odia a su hermano, es
un mentiroso; porque el que no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a
Dios a quien no ve” (1 Jn. 4,20). El esfuerzo por amar a los hermanos es la
búsqueda de la santidad. Porque sin relaciones, la persona humana no puede
crecer hacia un amor no-egoísta. Por la necesidad que tenemos de él, el amor
comienza siendo posesivo; solamente un Iento proceso hacia la maduración con
la auto-donación incondicional, sin petición de respuesta, atrae la plena
potencialidad hacia el amor heroico, a la capacidad de dar la vida
libremente desde el corazón humano. Sin esta maduración a nivel humano, no
puede existir un salto en la fe hacia el amor que Dios nos ofrece en la
oración y que exige un abandono total antes de convertirse en una
transformadora unión con El.
Nuestra
experiencia de amor tiene que ser congruente interior y exteriormente. El
amor de Dios se derrama en nuestros corazones en la medida en que éstos se
capacitan para recibirlo. Parte de este proceso está en el reconocimiento
del amor de Dios por lo que es en sí reconocimiento que depende de la propia
experiencia de dar y recibir amor. Ya que con frecuencia no se siente el
amor, aprender a reconocerlo es un aspecto muy importante en el compromiso
de dar una respuesta. En nuestra experiencia de oración nos percatamos a
menudo de una sequedad y ausencia de Dios en nuestros sentidos; pero estamos
condicionados a perseverar puesto que nos han enseña- do a esperar esto como
parte del proceso de la fe y de la maduración del amor en la oración.
Con el mismo
decidido esfuerzo tenemos que aprender a perseverar en relacionarnos en el
amor. Es un aspecto que encontramos mucho más difícil ya que es más
doloroso, socava nuestro propio respeto y seguridad, revela más nuestra
pobreza y debilidad, y doblega nuestro orgullo más que en la oración, pues
en la medida en que la evitamos con las personas en esta misma medida la
estamos evitando en la oración. En lugar de una disciplina ascética de
propia mortificación, hallamos en la comunidad la disciplina del amor.
Pero también
descubrimos nuestra unión con el Señor. Si nuestras relaciones con los demás
forman parte de nuestra búsqueda de Dios, también son parte del
descubrimiento del mismo. En la unicidad de cada persona vislumbramos otro
aspecto de Dios cuando comparten el Dios que experimentan. Nuestra limitada
capacidad de conocernos se amplía por Io que los otros nos revelan de
nosotros mismos.
En realidad, con
el reconocimiento ajeno de nuestros dones y cualidades recibimos mucho de
nosotros; se abren dentro de nosotros áreas antes desconocidas creciendo y
encontrándonos más plenamente en ellas como quienes somos. Y orarnos
entonces más conscientemente.
De ahí que al
hablar de misión co-extensiva en la vida de las religiosas, estamos hablando
sobre la común interacción diaria de la vida comunitaria donde aprendemos lo
que San Pablo decía cuando escribió a los Colosenses: “Revestíos, pues, como
elegidos de Dios, santos y amados, de entrañas de misericordia, de bondad,
humildad, mansedumbre, paciencia, soportándonos unos a otros y perdonándonos
mutuamente, si alguno tiene queja contra otro. Como el Señor os perdonó,
perdonaos también vosotros. Y por encima de todo esto, revestíos del amor,
que es el vínculo de la perfección. Y que la paz de Cristo presida vuestros
corazones, pues a ella habéis sido llamados formando un solo Cuerpo”. (Col.
3,12—15).
Para divisar en
la vida comunitaria y en las relaciones el material para la santidad,
santificarnos y santificar, y para la misión, necesitamos una visión
contemplativa, ya que, con nuestro modo de relacionarnos, todo
lo
transformamos. Es decir, nuestra manera de estar presente a las personas,
las cosas y los eventos es una forma de la presencia de Dios en nuestras
vidas. El fruto de la oración contemplativa y de la disciplina es un don que
nos permite integrar nuestra historia pasada en una relación con su Señor,
liberando as í nuestra energía hacia esa calidad de conciencia, esa
capacidad de estar con, de acompañar, que encierra potencialmente el
encuentro de Dios en todas las cosas, y esto no por una búsqueda consciente,
sino como un don libre. Vivir con tal visión contemplativa implica primero,
un compromiso de vivir la fe en Cristo presente en el mundo, atrayéndonos a
descubrirlo en él; y, segundo, un disciplinado acercamiento a vivir cerca de
esta presencia.
Necesitamos
aprender a sensibilizarnos en este punto en y por los eventos ordinarios de
nuestra vida, reflexionando solos y con la comunidad sobre nuestra
experiencia interior, arreglándola y ordenándola para interpretarla desde la
fe y para discernir qué espíritu nos está moviendo. W capacidad de discernir
la acción continua de Dios en nuestros corazones y en nuestras vidas es
esencial en todo el proceso de vivir una vida contemplativa en el mundo y no
separados de él. Nos capacita para “ver” la presencia de Dios, vivir cerca
de ella en dependencia con el Espíritu Santo, haciéndola visible para los
demás.
Todo esto está
íntimamente conectado a la oración que debe caracterizar a una religiosa del
Sagrado Corazón. Una oración centra- da en el Corazón de Cristo y que sea
una búsqueda de nuestro corazón involucrando toda la persona en una relación
con él que nos dice quiénes somos y nos define el continuo crecimiento en el
amor y el conocimiento personal. Una relación que nos dice quién es Jesús en
relación a su Padre, nos conduce a su auto-donación y auto-vaciamiento ante
el Padre y encuentra en la adoración su liberación y plenitud. De este modo,
la conciencia de nuestra orientación unifica nuestros votos y consagración
en una sola misión, la de comunicar este amor para atraer a los demás a la
relación con la persona de Jesús.
La misión sigue
siendo esencialmente educativa, no importando las nuevas formas que tome su
expresión externa hoy, dada la más amplia variedad de ministerios al alcance
de las religiosas hoy día. La selección tiene que basarse en su calidad,
dentro del contexto de la Iglesia y del país, como canales efectivos para
una educación que tiene por meta el íntegro desarrollo de la persona en la
fe a fin de que sea liberada y esté capacitada para vivir plenamente su vida desde la
conciencia de su identidad y orientación. La clave a este auto-desarrollo
tiene que ofrecérseles a través de adecuados métodos para hacerles capaces
de entender la responsabilidad por su propio crecimiento continuo.
Esto significa
que hay que buscar las formas de hacer resaltar sus dones humanos,
espirituales e intelectuales, ayudándoles a asumirlos a fin de moldear su
futuro creativamente con las decisiones tomadas. Esto presupone de la
educadora-religiosa, una capacidad para reconocer estos dones, una visión
contemplativa sensible a la labor de Dios en el otro, a la “conformación”
que su presencia toma ah í ayudándole a hacerla más visible. Esto sólo es
posible si se establece una relación de mutuo respeto y de verdad, en la que
experimenten la alegría del auto-descubrimiento y ganen la confianza para
formar sus propias decisiones y juicios evaluándolos con otros. La relación
debe ser mutuamente educativa y sôlo será as í si está radicada en la
humildad y reverencia ante la personalidad emergente del otro. La
experiencia formativa básica que esta educación busca desarrollar y
patrocinar es, por supuesto, una relación con la persona de Jesús, de la que
puede crecer un compromiso maduro; un compromiso que será la base de su
comprensión de este mundo relacionándose con él.
En consecuencia,
un importante aspecto del trabajo es, primero, la formación de la dimensión
social del cristiano, en el sentido de comunidad, de Iglesia, y la más
amplia comunidad de todos los hombres; y segundo, la formación en las
responsabilidades inherentes de esta dimensión, basadas en el mandamiento de
Jesús de amar como él nos ha amado.
Tiene, pues, que
ser una educación hacia el amor cristiano, hacia la importancia de la
relación y la capacidad de formarlas creativamente y de un modo responsable
en el contexto inmediato de su familia, Iglesia, y trabajo, pero que va más
allá de esto participando de la preocupación de la Iglesia hacia todos los
hombres y por la justicia en el mundo. Una justicia fundamentada en la
presencia de Cristo resucitado en nuestro mundo, y, por Io tanto, como parte
integral del proceso de evangelización. Comienza con una conversión del
corazón que hace de Jesús y su mensaje el criterio para juzgar lo que el
hombre necesita para ser verdaderamente humano.
Sin negar el
aporte de las ciencias sociales, económicas y políticas al análisis de la
condición humana y los programas de desarrollo, el cristiano experimenta que
el Evangelio relativiza estos absolutos. Sabe que parte de una visión
distinta porque Jesús se ha identificado con todos los hombres y por Io
tanto su hermano se convierte en su sacramento. La urgencia de la justicia
desde esta visión nos Ilega muy cerca, a nuestro prójimo, a las personas con
quienes vivimos y traba- jamos, y se extiende a todos los hombres. En
términos bíblicos, se convierte en nuestra integridad. Toca entonces la
forma en que nos relacionamos y actuamos en la verdad de Dios y el meollo de
la misión de la Sociedad del Sagrado Corazón en comunicar su amor.
No es suficiente
agregar simplemente este aspecto a nuestra comprensión de la dimensión
educativa de la misión, Si va a formar parte auténticamente de ella, tiene
que asumirse en la contemplación donde experimentamos como única nuestra
consagración y misión. SóIo así la integraremos en nuestra vida
contemplativa del mundo y en nuestra realidad inmediata, como parte de la
búsqueda por la propia santidad y la de los demás. De esta forma será
inseparable de la dimensión educativa de nuestras vidas en comunidad y en
pastoral, y tendrá su efecto en nuestras decisiones apostólicas.
Observando la
renovación de la Sociedad del Sagrado Corazón, hemos visto que los elementos
esenciales de su finalidad y medios permanecen, pero expresados en formas y
lenguajes muy diferentes. Aunque es posible, y hasta necesario, descubrir
las raíces de estas expresiones, no buscamos aquí negar el cambio real de la
Sociedad del Sagrado Corazón. En 1967 reconocimos que no somos
fundamentalmente una orden monástica, sino un Instituto apostólico, y nos
salimos del claustro hacia el mundo. Este paso ha producido una
reinterpretación profunda de nuestras vidas y misión en el seguimiento de
nuestra meta de "glorificar al Corazón de Cristo". No debemos jamás
quedarnos ajenas a los temas que están cambiando a la Iglesia y a nuestro
mundo si queremos ser testigos en cada generación y país. Quizás apreciamos
ahora de verdad que el cambio y la adaptación son una parte necesaria en el
avance hacia su meta para cualquier religiosa consagrada a un fin apostólico
en un mundo en proceso de evolución. ¿Qué puede enseñarnos esta conclusión
de un estudio de la Sociedad sobre una renovación de la devoción al Sagrado
Corazón en los tiempos que vivimos? Su validez como medio hacia un amor
personal por Jesús no se cuestiona. El cuIto en sí no necesita ninguna
defensa, al haber mostrado ya su capacidad en integrar nuevas concepciones
espirituales que han alterado su enfoque y profundizado su espiritualidad
desde nuestro punto de partida en 1800, y que puede continuar haciéndolo hoy
en beneficio de la Iglesia. Es obvio que los aspectos devocionales y el
lenguaje como se expresaba ha tenido que cambiar. El enfoque se centra
claramente en la persona de Jesús, simbol izada en su corazón. Este símbolo
es todavía hoy en términos humanos una poderosa imagen del misterio que
permanece en el interior de la persona.
Está
particularmente adecuado al énfasis actual sobre la importancia de las
relaciones en el desarrollo de las personas maduras, capaces de amar y vivir
creativamente, primero porque habla con elocuencia de un amor que sobrellevó
la muerte hasta la vida, y segundo, porque invita a una profunda relación
personal con Jesús. Por Io tanto, puede verse hoy impulsándonos a amarnos
unos a otros como él nos ha amado; reconociendo que el deseo más grande de
su corazón no es solamente que los hombres se conozcan como amados por Dios
y llamados a amarle en respuesta, sino que también deben comprometerse en su
respuesta en la edificación de una comunidad cristiana en amor y hermandad.
Si antes la devoción en s í se centró en el Corazón herido del Señor en el
Santísimo Sacramento, siendo "ofendido" por la frialdad y la falta de
respuesta, generando todo un movimiento de reparación y adoración; hoy día
el énfasis se centra en el Corazón de Cristo herido en nuestros hermanos, en
la eucaristía de los pobres, los explotados y deshumanizados de nuestra
sociedad, integrando la devoción y dirigiendo su potencial de reparación
hacia una labor por un mundo más justo y fraterno como parte de la adoración
del Sagrado Corazón. Finalmente, su espiritualidad y su lenguaje necesita un
retorno a los Evangelios, a una reflexión de la vida y las palabras de Jesús
a la luz de nuestra experiencia de su presencia resucitada entre nosotros,
convirtiéndose en una relación entre nuestro compromiso cristiano y el mundo
en que vivimos.