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ABRAHÁN EL CREYENTE SEGÚN LA ESCRITURA Y EL MIDRASH (José Pons.-Emiliano Jiménez)

Páginas relacionadas

 

22. EL SACRIFICIO DE ISAAC

 

 


a) Las diez pruebas de Abraham

b) Satán acusa a Abraham ante Dios

c) Satán acusa a Dios ante Abraham

d) Satán tienta a Isaac

e) Aquedá

f) Isaac figura de Cristo

a) LAS DIEZ PRUEBAS DE ABRAHAM

isaac"Muchas son las pruebas por las que pasa el justo, pero de todas lo libra el Señor". Abraham, el justo a los ojos del Señor, pasa, según la tradición, por diez pruebas, como camino de la fe en el Señor, que de todas lo hace salir victorioso.

Desde el "sal de tu tierra", hasta la posesión de un trozo de tierra, como sepultura, la vida de Abraham es una vida llena de acontecimientos de muerte y de vida; es una vida llena de las paradojas de la fe, donde lo imposible se hace posible. Desde la aventura de Egipto, donde arriesga su vida y el honor de Sara, o la idéntica situación vivida con Abimélek, hasta el riesgo de perder el futuro, al que ha sacrificado todo, por fidelidad al Señor de la promesa, la vida de Abraham está jalonada de acontecimientos que sin la fe no tienen sentido ni salida, pero que la fe en el Dios de lo imposible da sentido y salida.

Su misma vida familiar, cotidiana, es una fuente continua de preocupaciones, de contrastes, de tensiones, de sufrimientos, como, por ejemplo, cuando se ve obligado a separarse de su sobrino Lot, debido a las disputas entre sus pastores y los de Lot. Aunque se halle en la tierra que le ha prometido Dios, Abraham deja a Lot elegir la parte que prefiera, es decir, la más fértil y mejor, aunque en realidad es la tierra corrompida por el pecado y destinada a la destrucción. En su retirada, Abraham da la sensación de que no quiere luchar; él quiere la paz; renuncia al presente por el futuro.
Pero la prueba y la lucha le siguen hasta dentro de su misma casa. En casa están los contrastes entre Sara y Agar, donde Abraham pareciera impotente y que se dejara manejar por la esposa, pero en realidad Sara no es más que el instrumento del Señor, que conduce a Abraham al cumplimiento de la promesa. Muriendo a sus sentimientos, Abraham realiza los designios del Señor, que le dice: "haz lo que Sara te dice".

Y, después de haber esperado contra toda esperanza, por tanto tiempo, el nacimiento de un hijo del seno seco de Sara, cuando le tiene, le ve, y en él ve el futuro de las promesas, he aquí la gran prueba, la prueba que alcanza el vértice de la fe, arriesgando la misma fe y su contenido: el sacrificio de Isaac y de todo el futuro. Esta increíble prueba es el resumen y culminación de toda la vida de Abraham. Y como hasta entonces Abraham ha entrado en todos los acontecimientos, que el Señor le ha puesto delante, también ahora entra en éste sin pedir explicaciones. Abraham ha entendido, antes que Job, que ante el Señor hay que guardar silencio y dejar que El actúe (Jb 40,4). En silencio caminará Abraham durante tres días, impulsado por la absoluta certeza de que "Dios proveerá". En la vía del Señor, el Señor abre una salida aunque sea a través de la muerte. El Señor es el Señor de la vida, no es un Molok.

La vida de Abraham no cabe en el esquema normal o vulgar de la vida humana; en un esquema común, la vida de Abraham resulta increíble, pero, ya lo dijimos al comienzo, "con Abraham nunca se sabe lo que puede ocurrir"; ni tampoco con quien se halla a merced del Espíritu de Dios, "que sopla donde quiere, y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va" (Jn 3,8).

Así, según el midrash, fue toda la vida de Abraham. Comenzó su vida con la sentencia de muerte, que dictó el malvado Nimrod el día del nacimiento, por lo que Abraham tuvo que pasar escondido en una cueva los 13 primeros años de su vida, sin ver sol ni luna. Pero, al cabo de los trece años salió de debajo de la tierra hablando la lengua santa, pues en su escondrijo un ángel le enseñó la lengua de la creación mientras le explicaba la Torá. Al salir, destruyó las estelas y convirtió en abominación a los ídolos, poniendo su confianza a la sombra de su Creador. Decía en su oración: "Yahveh de los ejércitos, dichoso el hombre que confía en ti" (Sal 48,13)

El mismo Nimrod, el experto cazador, intentó de nuevo dar muerte a Abraham, arrojándolo al horno ardiente de Ur de los Caldeos, de donde el Señor de la Gloria le sacó ileso y victorioso, como está escrito: "Y me dijo: Yo soy Yahveh que te he sacado de Ur de los caldeos" (Gn 15,7).
La tercera prueba es obra del mismo Señor: la partida de la propia patria hacia una tierra desconocida (Gn 12,1-2). ¿Es que Dios no podía cumplir todas sus promesas y todos sus planes en Ur, la patria de Abraham? ¿A sus 75 años podría sobrevivir en el exilio?

El hambre que golpeó al país de Canaán, donde vive Abraham (Gn 12,10), fue una prueba, más que física, espiritual. ¿No le había conducido el mismo Señor a esa tierra? Y si era la tierra prometida por el Señor, ¿cómo explicarse la carestía? Después de haber vagado desde Jarán a Siquén, de Betel a Ay, hasta el mismo Négued, en busca de una tierra fértil y tranquila, ¿qué significado puede tener el verse obligado a salir de la tierra prometida?

Y como consecuencia de la prueba anterior, la prueba de su corazón: el rapto de Sara en Egipto y las dudas sobre su conducta (Gn 12,14). ¡Sara, la compañera de sus esperanzas y de sus viajes, raptada por gente que él conoce como lasciva y de corruptas costumbres! ¿Cómo mantener, sin Sara, la esperanza y la fe en la descendencia prometida? Pero la noche en que Sara fue raptada era la noche de Pascua, que Abraham ya conocía (Sb 18,6). Por eso, el Santo, bendito sea su Nombre, mandó contra el Faraón y su casa terribles plagas, para anunciar que de la misma manera habría de herir en el futuro a Egipto con terribles plagas, como está escrito: "E hirió al Faraón con terribles plagas" (Gn 12,17).

La doble prueba del complot, primero, y la guerra, después, de los reyes, con la captura de su sobrino Lot, que envuelve a Abraham en lo que nunca hubiera querido: en la guerra (Gn 14,14). Pero Abraham desciende al campo de batalla, arriesgando su vida, su futuro y las promesas recibidas.
¡Ah! y la prueba del futuro, donde está su vida: la predicción de los cuatrocientos años de esclavitud que sus descendientes, de los que aún no se ve ni el germen, sufrirán en Egipto, donde serán atormentados y oprimidos antes de volver a la tierra de Canaán, que será entonces su tierra (Gn 15,13).
Y otra vez la prueba del corazón: la expulsión de Agar e Ismael (Gn 21,12). El tiempo pasa y el cumplimiento de la promesa no se ve por ningún lado, sino es en Ismael, el hijo de la esclava, el hijo con el que se encariña Abraham, porque en él toca, de algún modo, el cumplimiento de la promesa. Pero también esta certeza es sacrificada por otra nueva promesa, es decir, el anuncio de que el heredero no será el hijo ya nacido, sino otro hijo que le dará a él ya centenario la anciana Sara.

Y, finalmente, la prueba suprema, la que negaba el sentido a todas las pruebas anteriores: la orden de inmolar a Isaac (Gn 22,1). Una vida vivida en la espera, ¿concluiría en la soledad y en el dolor, sin heredero, sin continuidad, sin la alegría de Isaac? Su fe en el Dios único y su lucha contra la idolatría, ¿no recibirían otra recompensa que la persecución y el martirio continuo a que se vio expuesto? Toda la vida de Abraham está dirigida hacia algo contra lo que parece que todo se oponga irremediablemente. Es la prueba de su fe o la experiencia del Dios de lo imposible:


Por la fe, Abraham, al ser llamado por Dios, obedeció y salió para el lugar que había de recibir en herencia, y salió sin saber a dónde iba. Por la fe, peregrinó por la Tierra Prometida como por tierra extraña, habitando en tiendas, lo mismo que Isaac y Jacob, coherederos de las mismas promesas. Pues esperaba la ciudad asentada sobre cimientos, cuyo arquitecto y constructor es Dios. Por la fe, también Sara recibió, aún fuera de la edad apropiada, vigor para ser madre, pues tuvo como digno de fe al que se lo prometía. Por lo cual también de uno solo y ya gastado nacieron hijos, numerosos como las estrellas del cielo, incontables como las arenas de las orillas del mar...

Por la fe, Abraham, sometido a la prueba, presentó a Isaac como ofrenda, y el que había recibido las promesas, ofrecía a su unigénito, respecto del cual se le había dicho: Por Isaac tendrás descendencia. Pensaba que poderoso era Dios aún para resucitar de entre los muertos. Por eso lo recobró para que Isaac fuera también figura (Hb 11,8-19).

La fe de Abraham es "la certeza de lo que se espera; la garantía de las realidades que no se ven" (Hb 11,1). El amor del amigo de Dios (Is 41,8; 2Cro 20,7; St 2,23) le lleva a aceptar la prueba, arriesgándolo todo, sin dudar del Amado. Amar a Dios con todo el corazón, con toda la mente y con todas las fuerzas (Dt 6,5) quiere decir no dudar de El jamás, no desesperar jamás del futuro, aunque todo lo contradiga. El es fiel a su promesa y lo que dice lo cumple.

Muchas son realmente las pruebas por las que pasa el justo, pero de todas lo libra el Señor. Abraham, nuestro padre en la fe, nos ha dejado a todos sus descendientes un camino de luz y esperanza para atravesar la noche de la fe:

Recordad que Dios ha querido probarnos como a nuestros padres. Recordad lo que hizo con Abraham, las pruebas porque hizo pasar a Isaac, lo que aconteció a Jacob. Cómo les puso a ellos en el crisol para sondear sus corazones, así el Señor nos hiere a nosotros, los que nos acercamos a El (Jdt 8,26-27).


b) SATÁN ACUSA A ABRAHAM ANTE DIOS

En toda prueba, junto con Dios, interviene también Satán. Dios está presente apostando siempre por el hombre, porque piensa bien de él y confía en él (1Co 13,7). Satán, en cambio, apuesta siempre contra el hombre, porque piensa mal de él, ni le ama ni confía él. Por ello es siempre el fiscal acusador.

Isaac había crecido, y ahora, que no tenía la compañía de Ismael, estudiaba con Abraham las sendas del Señor. Abraham, que no había olvidado a Ismael, por dos veces había ido a buscarle al desierto, sin que nunca le encontrara en casa; sólo había podido hablar con su esposa y dejarle el recado de que le había ido a ver. Por eso, después de la segunda visita de Abraham, Ismael se decidió a hacer una visita a su padre.

 En los días que pasó en casa de Abraham, en una ocasión Ismael, conversando con Isaac, comenzó a vanagloriarse ante él:
-Piensa, tenía yo ya trece años cuando el Señor ordenó a mi padre que circuncidara a todo varón y yo obedecí inmediatamente, sin oponer ninguna resistencia a lo que el Señor había ordenado a mi padre. ¿Qué te parece?
-¡Bah, no sé a qué viene tu orgullo, total por un trozo insignificante de carne que has ofrecido al Señor. Si el Señor mandase a mi padre que me sacrificara, yo no dudaría ni un momento en obedecer. Lo haría con gusto.

Estas palabras, expresión de la devoción de Isaac, llegaron hasta el Señor, quien sintió un gran gozo con ellas. En verdad era hijo de su fiel servidor Abraham, que seguía difundiendo su fe. El Señor, en su gozo, convocó a los ángeles y les dijo:
-¿No me dijisteis un día que había creado inútilmente al hombre? Ahora, viendo a Abraham, podéis comprender que él solo ya justifica la obra de mis manos.

Los ángeles reconocieron que el Señor tenía razón. Pero con ellos se había presentado también Satán, que siempre goza acusando a los hombres ante el mismo Dios. Al verle el Señor, le preguntó:
-¿De dónde vienes?
-De dar vueltas por la tierra.
-¿Y qué es lo que has visto?
-He podido ver cómo los hombres te dan culto y te sirven mientras tienen necesidad de ti. Pero, apenas obtienen lo que desean, te abandonan y no vuelven a acordarse de tu nombre.
-¿Y qué me dices de Abraham? ¿Te has fijado en él?
-Sí, también tu amigo Abraham es como todos. Antes, cuando no tenía hijos, te erigía altares en todos los sitios por donde pasaba, ofreciéndote sacrificios de todas las especies. Sí, entonces, se acordaba de ti y anunciaba tu nombre a cuantos encontraba en su camino.
-¿Y qué hace ahora?
-Desde que le nació el hijo, también él se ha olvidado de ti. Quizás no te hayas dado cuenta; pero yo me he fijado bien; hace tiempo que quería decírtelo, pero he querido dejar pasar el tiempo; quería examinar bien su conducta, ya que tú le consideras como un fiel cumplidor de tus palabras.

-¿Y qué es lo que has descubierto? No me envuelvas con tus palabrerías engañosas; quiero hechos.
-Eso es lo que quiero decirte. Mira, desde que destetó a su hijo Isaac, Abraham no es el que era antes. En aquella ocasión dio un gran banquete, invitando a todos, ricos y pobres; te ofreció un holocausto de acción de gracias... Pero desde entonces, ¿te ha levantado algún altar? ¿Te ha ofrecido siquiera un ternero, un cabrito o un cordero, aunque sus majadas están repletas? Es más, ¿te ha ofrecido siquiera una tórtola o un pichón? Es lo que yo digo, mientras deseaba el hijo, se acordaba de ti, pero desde que no te necesita, porque ya tiene el hijo de sus deseos, ya se ha olvidado completamente de ti...
-Pero...
-No, si no he terminado; déjame decirte todo. Tú conoces lo solícito que era en acoger a todos los viajeros, que pasaban ante él, sobretodo si era eran pobres. Su fama había llegado a todos los confines. Y eso no lo niego, me tenía a mí mismo sorprendido. Pero eso era antes, no ahora.

-¿Qué pasa ahora?
-Mira, he querido proceder con cautela, informarme directamente antes de acusarlo ante ti. Así, en el último banquete que ha ofrecido en el cumpleaños de Isaac, me he presentado, bajo el semblante de un pobre, a la entrada de su tienda. Pero tu querido amigo, el santo Abraham, estaba demasiado ocupado en agasajar a los huéspedes ilustres para darse cuenta de mi presencia. Antes eso no hubiera ocurrido, pero ahora la presencia de un pobre ni la ha advertido; ni me ha mirado ni me ha ofrecido una gota de agua o un trozo de pan...
-¡Un momento! ¿Te has fijado bien en mi siervo Abraham? ¿No estás mintiendo? Mira, estoy tan seguro de la fidelidad y obediencia de Abraham que, aunque le propusiera el sacrificio de su hijo, no dudo que me obedecería, sin dudarlo un momento.
-Apuesto a que Abraham no hace una cosa semejante.

-Ahora lo verás.
-Quiero verlo ahora mismo. Veremos si hoy mismo no te traiciona una vez más.
"Y sucedió que Dios puso a prueba a Abraham, llamándole:
-¡Abraham! ¡Abraham!
Respondió Abraham:
-Heme aquí.
-Toma a tu hijo, ¡ea!, a tu único, al que amas, a Isaac, y ve al país de Moria y ofrécele allí en holocausto en uno de los montes, el que yo te diga" (Gn 22,1-2).

Hay un dejo de disgusto en las palabras del Señor, que acepta el juego maligno de Satán, aunque esté convencido de la victoria de la fe sobre la incredulidad. Más que una orden es una súplica: ¡ea!, Abraham, te suplico, demuéstrale a Satán su engaño. Es como un rey que, después de haber sostenido infinidad de batallas, se dirige al comandante que las ha vencido y le dice: Afronta, te ruego, una última batalla, sí, la más difícil, pero hazlo para que no se diga que has vencido las otras porque eran cosa de nada en relación a ésta. Así el Señor dijo a Abraham: "Te he sometido a muchas pruebas y has salido victorioso de todas, pero ahora, afronta también ésta para que nadie diga que las precedentes no valían nada".


c) SATÁN ACUSA A DIOS ANTE ABRAHAM

Se dirigió, pues, el Señor a Abraham, llamándolo por su nombre:
-¡Abraham!
-¡Heme aquí!- respondió Abraham solícitamente.
-¡Ea!, toma a tu hijo.
-¿A cual? Ya sabes que tengo dos: Isaac e Ismael.
-A tu hijo único.
-Con relación a sus madres, los dos son hijo único.
-Al que amas.
-Señor, yo amo a los dos.
-A Isaac.
-Está bien. ¿Y qué debo hacer?
-Ve al país de Moria y allí me lo ofreces en holocausto sobre uno de sus montes, sobre aquel donde se pose la nube de mi gloria. Allí donde Salomón construirá un día mi templo (2Cro 3,1).
-Señor, ¿acaso soy yo sacerdote para ofrecer un holocausto en tu templo? ¿No sería mejor que eligieras a Sem que es Sumo Sacerdote o a Melquisedec?
-No te preocupes, cuando estés sobre el Moria te consagraré sacerdote.

Abraham aceptó obedecer al Señor, pero estaba preocupado por Sara. Se decía para sí, dando vueltas en torno a la tienda:
-Si le digo a Sara esto, se me muere de pena. Y si me llevo al muchacho a escondidas, entonces le guardará luto por toda la vida. Sólo me queda mentirle por una vez; me repugna, pero no tengo otra salida. Sara es su madre e Isaac es su único hijo. Sí, me imagino el desgarrón de su corazón si le contase lo que voy a hacer.
Entró en la tienda, se acercó a Sara y comenzó a decirle:
-Escucha, Sara, pienso que sería bueno hacer una fiesta.

-¿Una fiesta? Hoy no es ni Sábado ni Principio de Mes.
-Sí, es verdad. Pero, Sara, nosotros somos viejos y tenemos un sólo hijo, ¿qué hay de malo si de vez en cuando nos sentamos a la mesa y nos alegramos con un banquete?
-Como quiera mi señor. Proveeré a todo.
Durante el banquete, Abraham intentó varias veces iniciar con Sara el diálogo que se había repetido durante toda la tarde. Finalmente dijo:
-Escucha, Sara, mi esposa bendita, tengo una gran preocupación.
-¿De qué se trata, mi señor?
-Mira, cuando yo era un niño, de muy pocos años, ya conocía al Señor y sus caminos. Ahora, nuestro hijo Isaac ya está crecido y aún no ha estudiado nada acerca del Señor y sus caminos. Llevo mucho tiempo dando vueltas a esto y creo que la solución mejor es llevarlo por un tiempo a casa de Sem para que estudie junto con su hijo Eber. Allí aprenderá los caminos del Señor. Sem le enseñará a conocer al Señor, nuestro Dios, a orar de modo que el Señor escuche sus súplicas, mostrándole sus planes y ayudándole a no desviarse ni a derecha ni a izquierda en sus caminos. Para no retrasar más su educación he pensado que podría partir con él mañana mismo.

Con lágrimas en los ojos, Sara le respondió:
-Esta bien si así lo cree mi señor. Sólo una cosa te pido, sólo eso deseo: que no lo tengas mucho tiempo lejos de mí. Lo sabe mi señor que mi alma está unida a la suya. Si él muere, de pena moriré yo también.
-Confía en el Señor, mi amada esposa. El ha actuado siempre en favor nuestro, lo mismo hará con nuestro amado hijo Isaac.

Terminada la cena, Abraham dijo a Isaac:
-Ve a dormir, hijo, que mañana hay que madrugar; partiremos temprano. Ya te diré dónde vamos.
Pero Sara tomó a Isaac de la mano y lo condujo a su tienda. Lo tuvo con ella toda la noche, dándole consejos. De vez en cuando lo abrazaba y lloraba sobre él. Al rayar el alba, presintiendo que estaba próxima la partida, a Sara se le estremecieron las entrañas y, llorando, exclamó:
-¡Hijo mío, hijo mío! ¿Cómo puedo estar lejos de ti?
Abraham, que preveía todo esto, se había levantado temprano. El mismo había aparejado su asno y preparado todo. Temía que Sara, por el dolor, cambiara idea y se opusiera al viaje. Cuando tuvo todo listo, entró a llamar a Isaac y lo encontró abrazado a su madre, que lloraba sin consuelo. Pero, apenas Sara vio a Abraham, se desprendió del hijo y se acercó al esposo. Le dijo:
-Señor mío, cuida al pequeño, no lo dejes solo. Piensa que no tengo otro hijo. No lo abandones y que no le falte nada: si tiene hambre, dale de comer; si tiene sed, dale de beber; que no le de mucho el sol; dale lo que te pida; piensa que es como si lo hicieras conmigo.

Abraham prometió todo lo que Sara le pedía, inclinando la cabeza, pues Sara no le dejó ni abrir la boca. Sara tomó el mejor vestido, uno de los que le había regalado Abimélek y se lo hizo vestir a Isaac. Le puso, luego, un turbante en la cabeza con una piedra preciosa. En un momento preparó para el marido y el hijo provisiones abundantes para el viaje. Cuando ya partían, Sara expresó su deseo de acompañarles por un tracto del camino. Pero Isaac le dijo:
-No, madre, es mejor que tú vuelvas a tu tienda.
Sara abrazó y besó de nuevo al hijo y, obediente, se dio media vuelta en dirección a la tienda, aunque repitiendo entre sollozos:
-¡Quién sabe si volveré a verte, hijo mío!

Con el asno ensillado, Abraham colocó sobre él la leña cortada para el holocausto y se puso en camino con Isaac y dos de sus mozos hacia el lugar que Dios le había dicho. Abraham e Isaac caminaban codo con codo, el uno al lado del otro. Marchaban en silencio, inmerso cada uno en sus propios pensamientos. Era un silencio pesado. Así por tres días, padre e hijo siguieron caminando hacia el Moria.

Satán se había adelantado a Abraham y en un cruce del camino se le presentó bajo el semblante de un viajero. Se acodó con Abraham y le preguntó:
-¿Dónde vas?
-A orar.
-¿Y entonces por qué llevas contigo el fuego, la leña y el cuchillo?
-Por si me quedo algunos días fuera de casa; así podré preparar la comida.
-¿Acaso no estaba yo allí, en el cielo, cuando el Señor te ordenó que le sacrificaras el hijo? ¿Y es posible que un viejo como tú sea capaz de sacrificar el hijo que le ha nacido a los cien años?
Abraham se dio cuenta de quién era el que le hablaba, pero no se incomodó; con calma respondió:
-Voy a hacer la voluntad del Señor, que me ha ordenado esto.
-¿Pero qué es lo que dices?
-Sí, voy a ofrecerle en holocausto el hijo.
-Pero no te das cuenta de que Dios lo ha dicho para desviarte del recto camino y perderte. De hecho está escrito en la Torá: "Quien vertiere sangre de hombre, por otro hombre será su sangre vertida" (Gn 9,6). Vas por mal camino si obedeces el mandato de Dios, te lo digo yo.
-No quiero escucharte una palabra más. Yo únicamente escucho lo que el Señor me dice.
Satán no se da por vencido, insiste de nuevo, ahora sirviéndose de la adulación:
-Un hombre realmente grande como tú, ¿cómo va a hacer una cosa tan monstruosa, sólo porque Dios se lo diga? Tú, que eres capaz de recoger a las gentes bajo las alas de la Sekinah, precisamente tú, que no tienes otro igual en toda la tierra, ¿vas a matar a tu hijo? Todos se alejaran, horrorizados de ti, llamándote el "asesino de inocentes".
-Repito: ¡no escucho ni escucharé jamás tus palabras!
-¡No escucho! ¡no escucho! Pues yo te digo que me escuches. Yo te conozco. Sé que tú te alegras al recibir personas en tu casa; pero te digo que desde mañana en adelante, te abandonarán todos, ni uno se acercará a ti. Quedarás solo con tu Dios, que te abandonará también si derramas sangre inocente. ¿O no sabes que El está celoso de ti?
Abraham callaba. Y Satán volvió a insistir de nuevo:
-Mira a tu hijo, al que quieres matar; es en todo semejante a ti, tu mismo retrato. ¿Y tú serás capaz de clavarle el cuchillo en el cuello? Y, cuando lo hayas degollado, ¿qué quedará de ti, viejo e impotente? Piénsalo, mientras aún estás a tiempo.

Abraham le volvió la espalda y siguió su camino. Pero Satán aún le lanzó otro de sus dardos:
-Estás viejo y no entiendes ya. Eres un viejo loco. Dios te dio un hijo al final de tus días, en tu vejez, y, ahora, tú lo vas a sacrificar, siendo él el depositario de las promesas divinas. ¿O acaso no sabes que Isaac es más hijo de Dios que tuyo, viejo impotente? Isaac es inocente y tú ¿te atreves a borrar su vida de la faz de la tierra, destruyendo los planes de Dios para toda la posteridad? ¿No te das cuenta de que esto no puede venir de parte de Dios, para quien es un abominio la muerte de cualquier hombre, cuánto más la de Isaac? Me voy a ver si Sara es más razonable.
En efecto, Satán se presentó ante Sara y le preguntó:

-¿Donde está tu marido?
-Se fue al trabajo.
-¿Y tu hijo?
-Está con él.
-Es extraño. Normalmente no lo dejas alejarse de la tienda. Me dices eso, pero tú sabes muy bien que no han ido al trabajo, ni el uno ni el otro. Han ido a orar y lo grave es que tú no volverás a ver a tu hijo.
-El Señor, bendito sea su nombre, hará con mi hijo según su voluntad. Pero de ningún modo el Señor hará nada malo a quien teme su nombre.
Y Sara se retiró dentro de la tienda.

Satán, dejando a Sara, volvió con Abraham. Experto en transformaciones, esta vez se presento bajo el semblante de sabio, anciano, modesto y con gran humildad. Hizo una profunda inclinación a Abraham y le dijo:
-Vivo en esta zona desértica. Me gusta su soledad para recogerme y meditar en los grandes problemas que angustian a todos los hombres. Pero, cuando veo pasar un caminante, me gusta acercarme a él y hacerle algunas preguntas acerca de lo que estoy meditando. Así, hoy, me alegro de haberte encontrado, pues llevo algunos días angustiado, dando vueltas en mi mente a un pensamiento, del que espero puedas darme tu opinión.
-¿De qué se trata?
-Mira, me estoy preguntando si el hombre debe seguir siempre la voz de la conciencia, que en realidad no es más que el eco de la palabra de Dios...
-Ciertamente, la palabra de Dios ha de seguirse siempre.
-Estoy de acuerdo. Pienso como tú. Pero, en la práctica esto no es tan fácil. Pongamos un ejemplo: si tu conciencia te sugiere hacer algo que va contra toda lógica y contra todo sentimiento humano...
-¿Cómo?, ¿qué quieres decir?
-Pongamos un ejemplo concreto; bueno es sólo un ejemplo para aclarar las ideas, no es que sea un ejemplo real de la vida. Pero, bueno, supongamos que alguien sienta una voz de lo alto, que le pida sacrificar a su hijo, en este caso, ¿tú qué harías?
-Si estoy seguro que es la voz de Dios, haría sin discusión alguna lo que me dijera.
-Está bien, claro; pero y si al día siguiente el Señor te preguntara ¿por qué has derramado sangre inocente?

Abraham comprendió de nuevo con quién estaba hablando y respondió:
-No me importa lo que mañana me diga el Señor; hoy hago, como lo estoy haciendo, lo que hoy me ha ordenado. Y ahora, ¡aléjate de mí, Satán!


d) SATÁN TIENTA A ISAAC

Abraham e Isaac continuaban su viaje juntos, codo con codo. Iban en silencio, inmerso cada uno en sus pensamientos. Era un silencio denso, cargado de resonancias. Hay momentos en que las palabras son innecesarias, inútiles; sólo la acción ritma el pensamiento y lo aclara, realizándolo. Así por tres días, padre e hijo siguieron caminando hacia el Moria, sin comunicarse una sola palabra entre ellos. Hasta Satán, que sigue con ellos, les deja rumiar en silencio sus pensamientos.

Pero, cuando el Moria apareció ante ellos, Satán, en las apariencias de un joven, se insinuó a Isaac, preguntándole:
-¿Dónde vas?
-A estudiar. Quiero prepararme para mi futuro.
-Pero dime, ¿cuándo estudiarás? ¿En vida o después de muerto?
-¿Qué dices? No sé de nadie que estudie después de muerto. Sólo se estudia durante la vida.
-Lo siento, muchacho, pero quiero abrirte los ojos, ya que parece que no te has dado cuenta de lo que te está sucediendo. Quiero decirte la verdad. El loco de tu padre quiere ofrecerte hoy mismo en holocausto. No escuches a ese viejo demente; no te dejes matar; no pierdas estúpidamente tu juventud. Y además, piensa en tu madre, que tanto te quiere. ¿No te ha contado ella las muchas plegarias que ha elevado a Dios, los sufrimientos que ha pasado para que tú nacieras? Y ahora ¿resultará todo ello inútil a causa de una locura de tu padre? ¿No se te ha ocurrido pensar que si tú mueres, también ella morirá de pena?
-Mi padre no hace nada que el Señor no le haya mandado.
-Un momento. Escúchame. Tú eres aún un muchacho; tienes toda una vida por delante si te libras de tu padre y de la muerte, que él quiere infligirte...
-Mi padre es justo y misericordioso. El sabe lo que hace...

A Isaac se le escapó un suspiro de angustia. Abraham le miró y leyó en sus ojos el combate que estaba sosteniendo su hijo. Con su mirada penetró en lo más hondo del espíritu de su hijo, diciéndole sin abrir la boca, sin interferir en el designio de Dios para con su hijo:
-¿No te das cuenta, hijo mío, que estás hablando con Satán y que su misión es alejar a los hombres de la voluntad de Dios? Echale lejos de ti.

Satán, que hurgaba en lo hondo de Isaac, sintió que Abraham deshacía sus trampas y huyó al momento. Isaac recobró la calma.

El grupo seguía caminando. Al poco tiempo, Abraham sintió una voz a sus espaldas, que le susurraba:
-Escondido detrás de una ventana, en el cielo, he oído que no será Isaac sacrificado, sino que, en su lugar, será ofrecido un carnero. Y entonces, ¿para qué toda esta comedia? Allá arriba ya se han dado cuenta de que has obedecido a cuanto te han ordenado. ¿No te parece suficiente? ¿Por qué no te vuelves ya a casa?
-Aunque fuera verdad lo que me dices, yo seguiría mi camino. Haré lo que el Señor me ha mandado. Y ahora, márchate de una vez. Eres siempre el mismo, insidioso Satán.
Viendo que con la palabra no lograba su intento ni tentando al padre ni al hijo, Satán trató de cerrar como fuera el camino del grupo. Así se adelantó a ellos y se transformó en un río de aguas impetuosas. Al llegar a él, Abraham, Isaac y los dos mozos, que seguían aún con ellos, intentaron vadearlo. Al principio el agua les llegaba al tobillo. Abraham entró en las aguas, pero en seguida le llegaron a las rodillas. Dijo a Isaac y a los siervos: "¡Animo, venid tras de mí!". Pero, cuando llegaron al medio, las aguas les llegaban al cuello. Abraham levantó los ojos al cielo y gritó:
-Señor, ayúdame, Tú me has elegido, te apareciste a mí y me dijiste: "Yo soy el único y tú eres mi siervo; a través tuyo mi nombre será conocido por todas las naciones en las generaciones futuras". Después me has pedido que sacrificara a mi hijo. No me he negado a ello y heme aquí dispuesto a cumplir tu voluntad. Pero, ahora, las aguas me llegan hasta el cuello(Sal 69,2). Si Isaac o yo nos hundimos, ¿quién cumplirá tus órdenes y quién anunciará tu nombre a las naciones? ¡Ayúdame, pues, te lo ruego!

El Señor agitó las aguas del río y, en aquel momento, Abraham reconoció el lugar y exclamó:
-¿Cómo es esto? Jamás hubo aquí ni una gota de agua. También esto debe ser obra de Satán.
Con fuerza, Abraham gritó:
-¡Satán, aléjate de mí! ¡Jamás lograrás que desista del cumplimiento de la voluntad de Dios!
Satán se asustó ante la voz potente de Abraham y huyó de su presencia. El lugar se volvió al instante seco y árido, como siempre había sido.


e) AQUEDA

Abraham seguía caminado en busca del lugar fijado por el Señor. El no lo conocía. Pero al tercer día, alzando los ojos, Abraham descubrió el lugar que sin duda el Señor había elegido. En efecto, una columna de fuego se elevaba desde la montaña hasta el cielo y una densa nube cubría la montaña, manifestando sobre ella la gloria del Señor. Se dirigió al hijo:
-Hijo mío Isaac, ¿ves también tú un monte allá a lo lejos como le veo yo?
-Sí, padre mío.
-¿Y qué más ves?
-Veo una columna de fuego que llega hasta el cielo y una densa nube que cubre la montaña como si la cobijara la gloria de Dios.
Abraham se dirigió entonces a los dos siervos y les preguntó:
-¿Veis vosotros un monte y algo sobre él?
-No, no vemos nada; sólo vemos el desierto, como aquí donde nos encontramos.
Abraham comprendió entonces que Isaac era la ofrenda agradable a Yahveh y que, en cambio, no le agradaba la presencia de los dos siervos. Por ello dijo a los siervos:
-Quedaos aquí con el asno (vosotros sois como el asno, veis tan poco como él, pensó para sí Abraham). Yo y el muchacho iremos hasta allí, haremos adoración y volveremos donde vosotros.
Un espíritu de profecía hizo a Abraham, decidido a sacrificar a su hijo, anunciar que él e Isaac volverían del monte:

Por la fe, Abraham, sometido a la prueba, presentó a Isaac como ofrenda, y el que había recibido las promesas, ofrecía a su unigénito, respecto del cual se le había dicho: Por Isaac tendrás descendencia. Pensaba que poderoso era Dios aún para resucitar de entre los muertos. Por eso lo recobró para que Isaac fuera también figura (Hb 11,17-19).

Los dos siervos se quedaron allí, como les mandó Abraham. Entonces Abraham tomó la leña para el holocausto, se la cargó a su hijo Isaac y él tomó el fuego y el cuchillo. Los dos caminaban juntos.

Isaac dijo a su padre Abraham:
-¡Padre mío!
Abraham sintió el frío del cuchillo en la invocación de su hijo y respondió solícito y trepidante:
-Aquí estoy, hijo mío.
Más helado, el cuchillo se le pegaba a las costillas. Isaac preguntó:
-Tenemos el fuego y la leña; pero, ¿dónde está el cordero para el holocausto?

Abraham respondió:
-Dios proveerá el cordero para el holocausto, hijo mío.
Y agarraba fuerte el cuchillo con su mano, mientras contestaba.
Y siguieron caminando juntos. Pero la pregunta del hijo seguía mordiendo el corazón de Abraham. Como si no la hubiera respondido, Abraham volvió a decir en un susurro:
-El Señor proveerá, si no... pienso que tú mismo podrías ser elegido como cordero del holocausto.

Abraham sintió un gran alivio al comunicar los planes de Dios, aunque sólo a medias, a su hijo. Isaac, que ya había vencido su lucha con Satán, confortó a su padre, diciéndole:
-Haré con gozo y alegría de corazón todo cuanto te ha ordenado el Señor.
Abraham, animado por la respuesta del hijo, se atrevió a decirle aún:
-Hijo mío, no me escondas tus deseos o pensamientos, dime si tienes alguna duda al respecto.
-Te aseguro, padre mío, que no siento nada en mi interior que me pueda desviar de cuanto te ha mandado el Señor. Ni un miembro, ni un músculo de mi cuerpo ni un hueso ni una pizca de mi carne, se ha rebelado ante el mandato del Señor. Es más, me siento contento de cumplir la voluntad del Señor, a quien se eleva mi alma: ¡Bendito sea el Señor que me ha elegido hoy como holocausto suyo! Sólo me queda una preocupación, ¿qué será de vosotros, de ti y de mi madre, viejos ya los dos? ¿Qué será de vosotros?
-¡Qué alegría me da, hijo mío, oír tus palabras! En cuanto a mí y a tu madre, cercanos ya ciertamente al final de nuestros días, no te preocupes. El Señor, que hasta hoy ha estado con nosotros y nos ha asistido con su gran bondad y misericordia, continuará haciéndolo durante los pocos días que aún nos quedan. Quien ha sido nuestro consuelo antes de que tu nacieras, nos consolará ahora y por siempre.

Cuando llegaron al lugar que le había dicho Dios, Abraham se puso a levantar el altar. Se trataba del mismo lugar en que Adán había construido un altar y que había sido destruido por el diluvio.

Reconstruido después por Noé, había vuelto a ser destruido por las generaciones malvadas que surgieron después del diluvio. Abraham erigía el altar ayudado por Isaac, que le acercaba las piedras para su construcción. Una vez levantado el altar, Abraham apiló la leña sobre él; luego ató a su hijo Isaac y le puso sobre el altar encima de la leña, mientras Isaac le decía:
-Aquedá, aquedá: Atame fuerte, padre mío, no sea que por el miedo me mueva y entonces el cuchillo no penetre como se debe en mi carne y no sea válido el sacrificio. Date prisa, padre mío, ¡cumple la voluntad del Señor! Desnuda tu brazo y ata más fuerte mis manos y mis pies, mira que soy un hombre joven de treinta y seis años y tú eres ya un hombre anciano. No quisiera que, cuando el cuchillo degollador esté sobre mi cuello, tal vez temblando ante su brillo, me alce contra ti, ya que el deseo de la vida es incontrolable. En el forcejeo podría herirme a mi mismo y hacer inválido el sacrificio. Te ruego, padre mío, date prisa, cumple la voluntad del Señor, nuestro Dios. Levanta tu vestido, cíñete los lomos, y cuando me hallas degollado, quémame hasta convertirme en cenizas.

Abraham desnudó su brazo, se remangó los vestidos, tomó el cuchillo y apoyó sus rodillas sobre Isaac con toda su fuerza. Sus ojos estaban fijos en los ojos de Isaac, que miraba y reflejaba el cielo, mientras ofrecía el cuello. Isaac dijo aún a su padre:
-Cuando me hayas sacrificado y quemado en holocausto al Señor, toma un poco de mis cenizas, llévaselas a mi madre y dile: "este es el suave aroma de Isaac".

Al escuchar estas palabras, a Abraham se le saltaron las lágrimas, bañando con ellas a su hijo Isaac, quien rompió también a llorar. Pero, sobreponiéndose, Isaac dijo a su padre:

-¡De prisa, padre mío, cumple ya la voluntad del Señor!
Abraham apretó el cuchillo y lo levantó para sacrificar a su hijo. Y Dios, sentado en su trono, alto y exaltado, contemplaba cómo los corazones de padre e hijo formaban un solo corazón. Entonces los ángeles se congregaron en torno al Señor y también ellos rompieron a llorar, diciendo:
-Santo, Santo, Señor del cielo y de la tierra, rey grande y misericordioso, que estás por encima de todos los seres y das vida a todos, ¿por qué has ordenado a tu elegido hacer esto? Tú eres llamado el compasivo y misericordioso, porque tu misericordia alcanza a todas tus obras. Ten compasión de Isaac, que es un hombre, hijo de hombre, y se ha dejado atar como un animal. Tú, Yahveh, que salvas al hombre y al animal, como está dicho: "Tu justicia es como las altas cordilleras, tus juicios como el océano inmenso. Tú, Yahveh, salvas al hombre y a los animales" (Sal 36,7). Rescata a Isaac y ten piedad de Abraham y de Isaac que están obedeciendo tus mandatos. Usa, Señor, tu misericordia con ellos.
Sacrificio de IsaacEl Señor, dirigiéndose a los ángeles, complacido, les dijo:
-¿Veis cómo Abraham, mi amigo fiel, proclama la unicidad de mi Nombre ante el mundo? Mirad y ved la fe sobre la tierra: un padre que sacrifica a su hijo querido y el hijo que le ofrece su cuello. Si os hubiera escuchado en el momento de la creación, cuando me decíais: "¿Qué es el hombre para que te fijes en él?", si entonces os hubiera escuchado, ¿quién hubiera proclamado la unicidad de mi Nombre en el mundo?
Los ángeles rompieron de nuevo a llorar. Sus lágrimas caían sobre el altar. Tres lágrimas de los ángeles cayeron en los ojos de Isaac; por eso, desde entonces, la vista de Isaac fue tan débil, como está escrito: "Sus ojos debilitados ya no veían" (Gn 27,1).

El Señor escuchó el llanto de sus ángeles y en el momento en que Abraham iba a descargar el cuchillo sobre el cuello de Isaac, el alma de éste, como un relámpago, subió al cielo al tiempo en que se oyó una voz potente, que descendía del cielo:
-¡Abraham, Abraham!
Abraham, reconociendo la voz, respondió como había hecho antes:
-¡Heme aquí!
El ángel del Señor le dijo:
-No alargues la mano contra el niño ni le hagas nada. Ahora ya sé que temes a Dios ya que no le has negado tu hijo, tu único hijo.
En aquel momento el alma de Isaac descendió del cielo y animó de nuevo su cuerpo. Isaac exclamó:
-¡Bendito eres Tú, Señor, que devuelves la vida a los muertos!
Abraham hizo descender a Isaac del altar, lo desató y, elevando los ojos al cielo, dijo:
-Oh Señor, Dios mío, no te he negado mi hijo, el único, el ser más querido de mi vida, por eso, ahora, te ruego: ten misericordia de todos los descendientes de Isaac, detén tu justa cólera cuando pequen, perdona sus pecados y sálvalos cuando se hallen en peligro.

El Señor le respondió:
-Ya sé que, por desgracia, los descendientes de Isaac no me serán siempre fieles como él y harán lo que está mal a mis ojos. Me sentiré obligado a juzgarles al comienzo de cada año. Pero en mi juicio, si ellos me piden perdón, elevando hacia mí sus súplicas y sonando el shofàr, el cuerno de un carnero, como el que está detrás de ti...

Abraham se volvió y vio un carnero trabado en un zarzal por los cuernos. Abraham contempló cómo cuando el carnero lograba liberar los cuernos de una zarza, se le enredaban en otra. El Señor continuó diciendo:

-Así sucederá a los descendientes de Isaac. Permanecerán trabados en muchos países, irán errando de un pueblo a otro, de una nación a otra, hasta el día en que yo coja el cuerno de este carnero y lo toque en señal de rescate, librándolos de todas las opresiones. Entonces ellos retornarán a su tierra.
El carnero, que entonces veía Abraham, era -según la tradición hebraica- el mismo que Dios había creado, con otras cosas, al final del sexto día de la creación del mundo, al atardecer, en la vigilia del Sábado, destinándolo a sustituir a Isaac. Le había hecho pastar en el Edén, bajo el árbol de la vida, había bebido el agua del Edén y su aroma se había esparcido por todo el mundo.

Este carnero, pues, comenzó a caminar hacia Abraham, pero entonces apareció de nuevo Satán, que lo agarró y lo enredó otra vez entre las zarzas para que no pudiera llegar hasta a Abraham, para que éste se viera obligado a sacrificar a su hijo. Pero el carnero se desenredó rápidamente y corrió hasta donde estaba Abraham. Sentía la alegría de ofrecerse en holocausto en lugar de Isaac. Para ello había sido creado.

Tomando Abraham el carnero lo sacrificó en lugar de su hijo. Con la sangre del carnero asperjó el altar, diciendo:
-Esta sangre la ofrezco en lugar de mi hijo, que sea considerada como el sacrificio de mi hijo que habría debido ofrecer.
El grato olor del carnero subió hasta el trono de la gloria de Dios y Dios aceptó el sacrificio del carnero, considerándolo como si hubiera sido el sacrificio del mismo Isaac y juró bendecirlo en este mundo y en el mundo futuro, como está escrito: "Bendecir te bendeciré y multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo" (Gn 22,17).


f) ISAAC FIGURA DE CRISTO

"Abraham recobró a Isaac para que fuera figura" (Hb 11,19) de Cristo. El Moria y el Gólgota están unidos en la mente de Dios. En el Gólgota Dios Padre lleva a cumplimiento pleno el sacrificio del Moria:


Isacc figura de Cristo

Sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman, de aquellos que han sido llamados según su designio. Pues a los que de antemano conoció, Dios los predestinó a ser imagen de su Hijo, para que El fuera el primogénito de muchos hermanos. A los que predestinó, los llamó; a los que llamó, los justificó; a los que justificó, los glorificó. ¿Qué decir a todo esto? Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? El que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó a la muerte por todos nosotros, ¿como no nos dará con El todo lo demás? ¿Quién se atreverá a acusar a los elegidos de Dios? Siendo Dios quien justifica, ¿quién podrá condenar? ¿Acaso Cristo Jesús, el que murió por nosotros? Más aún, ¿el que fue resucitado y está a la diestra de Dios intercediendo por nosotros? (Rm 8,28-34).

Cristo Jesús, después de celebrar, como Abraham, un banquete, salió con sus siervos, los apóstoles, hacia Getsemaní. Abraham, manda a sus siervos que se queden a las faldas del monte, Jesús también dirá a los apóstoles: "quedaos aquí, mientras yo voy allá a orar" (Mt 26,36). Isaac carga con la leña para su holocausto, Cristo carga con el madero de la cruz (S. Cirilo de Alejandría). Isaac pide ser atado de pies y manos, Cristo es clavado de pies y manos a la cruz. El verdadero cordero, que sustituye a Isaac, es Cristo, "el Cordero de Dios que carga y quita el pecado del mundo" (Jn 1,29; Ap 5,6):


Sabéis que habéis sido rescatados de la conducta necia heredada de vuestros padres, no con algo caduco, oro o plata, sino con una sangre preciosa, como de cordero sin tacha ni mancilla, Cristo, predestinado antes de la creación del mundo y manifestado en los últimos tiempos a causa vuestra, los que por medio de El creéis en Dios, que lo ha resucitado de entre los muertos y le ha dado gloria, de modo que vuestra fe y vuestra esperanza estén en Dios (1P 1,18-21).

Detrás -después- de Isaac, aparece Cristo, el cordero inmaculado, enredado en el arbusto de la cruz, con su frente coronada de espinas (S. Agustín). Dios Padre, que interrumpió el sacrificio de Isaac, "no perdonó a su propio Hijo, antes bien lo entregó por todos nosotros" (Rm 8,32). "Porque tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único" (Jn 3,16); "en esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su hijo único para que vivamos por medio de El" (1Jn 4,9). San Ambrosio concluirá: "Isaac es, pues, el prototipo de Cristo que sufre para la salvación del mundo".
Abraham, que "vio el Día de Cristo y se alegró" (Jn 8,56), llamó con razón aquel lugar "Yahveh provee", de donde se sigue diciendo: "En el monte Yahveh provee".

Pero, en realidad, no se llamó así aquel monte. Abraham quiso llamarle Hireh: Dios ve y provee. Pero el Señor se dijo: Si confirmo el deseo de Abraham, Sem, hijo de Noé, sentirá tristeza, pues él ya le ha llamado Shalèm: monte de la paz. Y si confirmo el nombre de Sem, quien sentirá tristeza será Abraham. Mejor será llamar a este lugar Jerushalàjm, es decir Jireh-Shalèm y, de este modo, los dos quedarán contentos. Así se llamó para siempre: Jerusalén. En Cristo cobraron sentido los dos nombres: Dios ha provisto en Cristo, el Cordero degollado, para todas nuestras pruebas, de aquí que Cristo sea nuestra paz.

Y en aquel día el Señor bendijo a Abraham y a toda su descendencia, diciendo:
-Juro por mí mismo que, por haber hecho esto, por no haberme negado tu hijo, tu único, te colmaré de bendiciones y acrecentaré incontablemente tu descendencia como las estrellas del cielo y como las arenas de la playa, y se adueñará tu descendencia de la puerta de sus enemigos. Por tu descendencia se bendecirán todas las naciones de la tierra, por haber obedecido tú mi voz.

"Te bendeciré", dijo el Señor, en este mundo y en el mundo futuro; "te multiplicaré": en este mundo y también en el mundo futuro multiplicaré "tu descendencia"; "como las estrellas del cielo": resplandecerán como las estrellas del cielo; "y como la arena de las playas de la tierra": así como la arena de las playas del mar, aunque sea pequeña, detiene las grandes olas del mar, así será la fuerza defensiva de las generaciones futuras. Está escrito: "Si los quiero contar son más numerosos que la arena" (Sal 139,18), es decir, si quiero contar tus obras, Señor, en favor del justo, son más numerosas que las arenas y si ya la arena, siendo pequeña, sirve de defensa, cuánto más lo serán tus obras en favor del justo, siendo como son más numerosas que las arenas.
Los Sabios, bendita sea su memoria, podrán decir:

Abraham, padre insigne de una multitud de naciones, no se halló quien le igualara en gloria. El guardó la ley del Altísimo, y con El entró en alianza. En su carne grabó la alianza y en la prueba fue hallado fiel. Por eso Dios le prometió con juramento bendecir por su linaje a las naciones, multiplicarlo como el polvo de la tierra, encumbrar como las estrellas su linaje, y darles una herencia de mar a mar, desde el Río hasta los confines de la tierra (Si 44,19-21).

Abraham, después de escuchar la bendición de Dios, alzó sus ojos al cielo e imploró:

-Oh Señor, prométeme que no me someterás ni a mí ni a mi hijo a más pruebas. Un hombre, se comprende que ponga a prueba a otro hombre, ya que no puede saber, de otro modo, lo que hay en su corazón. Pero Tú conoces de antemano lo que hay en el corazón de cada hombre; ¿acaso no sabías ya antes de darme la orden de sacrificar a mi hijo que no habría dudado en hacerlo?

Le respondió el Señor:
-Ciertamente, yo lo sabía, pero tú mismo no lo sabías. Y además, tú sabes muy bien que frecuentemente las solas palabras sirven bien poco, más aún, a veces no sirven de nada, como las buenas intenciones. En cambio, siempre sirven los hechos. Por ello yo he elegido el único modo válido para que el mundo entero, hoy y en el futuro, sepa que no por casualidad te he elegido entre todos los hombres de la tierra como mi fiel servidor. Así quedará escrito para siempre:

En la confusión que siguió a la común perversión de las naciones, la sabiduría conoció al justo, le conservó irreprochable ante Dios y le mantuvo firme contra el entrañable amor a su hijo (Sb 10,5).

Durante estos diálogos entre Dios y Abraham, el fuego iba quemando el carnero puesto sobre el altar. Pero el fuego no quemó todo el carnero; quedaron ilesos del fuego: diez tendones para el arpa de David, rey de Israel; la piel, para la cintura del profeta Elías (2R 1,8); los dos cuernos: el izquierdo para sonar sobre el monte Sinaí el día de la revelación de la Torá (Ex 19,19), y el derecho, que es más grande que el izquierdo, quedó escondido hasta el día en que el Señor llame con él a todos los exiliados para que vuelvan a Sión. En aquel día se oirá el sonido de este cuerno desde un extremo al otro del mundo y los hijos de Israel retornarán a su tierra. Entonces "sonará el gran cuerno y retornarán los que estaban a punto de perecer en Asiria y también los de Egipto y adorarán al Señor en la santa montaña de Jerusalén" (Is 27,13). Este cuerno es la trompeta de la liberación, que anuncia el Mesías y la resurrección final (Mt 24,30-31; 1Ts 4,16; 1Co 15,52).

Mientras descendían del monte Moria, Abraham con el corazón dilatado, comentaba con su hijo Isaac:
-Ya has visto todo el bien que nos ha hecho el Señor, bendiciendo las obras de nuestro corazón y de nuestras manos. Esto se lo debemos al hecho de que Sem me ha enseñado la Torá y, en particular, el modo de ponerla en práctica cada día. Por ello me parece conveniente que tu vayas un tiempo a casa de este justo y sabio a completar tus estudios de la Torá. Aprende con él cómo escuchar la Palabra de Dios y a guardarla en tu corazón, rumiándola dentro de ti, para que en todos los hechos de tu vida descubras la voz del Señor. Así serás bendito por siempre. De este modo podrás, además, transmitir la Torá fielmente a tus hijos de modo que la Palabra del Señor no se aleje jamás de la boca de tus hijos y de los hijos de tus hijos por siempre jamás.

Isaac acogió gustosamente el consejo de su padre. Abrazando al padre, se despidió de él y se fue directamente en busca de Sem. Por ello en la Escritura se lee: "Y luego volvió Abraham al lado de sus mozos y emprendieron juntos la marcha hacia Berseba, donde se quedó Abraham" (Gn 22,19). Isaac ya no es nombrado. Abraham podrá decir, con verdad, a Sara que le ha dejado en la escuela de Sem.





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