Dedicación de la Basílica Mayor de San Juan de Letrán - Comentarios de Sabios y Santos: con ellos preparamos la Acogida de la Palabra de Dios durante la celebración de la Misa parroquial
Páginas relacionadas
La Solemnidad y el Catecismo
Comentarios de Sabios y Santos
Catequesis preparatoria para los niños
Ejemplos que iluminan la participación
Recursos: Gráficos - Videos - Audios
A su disposición
Exégesis . Brown R. - Sección II: La sustitución de las instituciones
judías; la reacción a Jesús (Jn 2,13-4,54)
Comentario Teológico: Catecismo de la Iglesia Católica - Jesús y el Templo
Comentario teológico : P. Miguel de Burgos a las tres lecturas
Otro Comentario a la Palabra de Dios - El celo de tu casa me devora
Santos Padres: San Agustín - La paloma no se vende, se da gratuitamente. Su
nombre es gracia
Santos Padres: San Agustín - La dedicación, es decir, nuestra propia
santificación.
Aplicación: San Juan Pablo II - Fiesta de la Dedicación de la Basílica de
Letrán
Aplicación: P. José Antonio Marcone, I.V.E. - “Y el Verbo se hizo carne y
puso su Morada entre nosotros” (Jn.1,1-18)
Aplicación: Raniero Cantalamessa, OFM Cap - Meditación con motivo de la
Dedicación de la Basílica de San Juan de Letrán (2008)
Ejemplos
Falta un dedo: Celebrarla
Comentarios a Las Lecturas del Domingo
Exégesis . Brown R. - Sección II: La sustitución de las
instituciones judías; la reacción a Jesús (Jn 2,13-4,54)
La purificación del templo (Jn 2,13-22)
En el esquema de Juan, que prevé unidades interdependientes,
Caná es el último de los (¿siete?) días que clausuran la primera sección, y
el primero de los (¿siete?) milagros que marcan la vida pública de Jesús
(4,4: el hijo del oficial; cap. 5: el paralítico; cap. 6: la multiplicación
de los panes y el caminar sobre las aguas; cap. 9: el ciego de nacimiento;
cap. 11: Lázaro). Es también el primer caso en el cual se realiza la
sustitución de las instituciones judías por una realidad nueva.
El escenario cambia. Jesús va a la capital por la primera de
las tres pascuas de las cuales Juan hace mención explícita (los sinópticos
insieren la vida pública al interno de un solo año y hablan de una única
Pascua). En el patio externo del templo, donde Jesús encuentra un verdadero
y propio mercado (cf. Jn 6,4; 12,1; Mt 12,6; 27,51), donde los visitadores
pueden comprar los animales necesarios para el sacrificio y cambiar el
propio dinero en medios siclos de Tiro (monedas permitidas). Abalanzándose
contra este comercio, Jesús no se limita a eliminar un abuso; los animales y
las monedas eran indispensables para el culto del templo. En este gesto suyo
de purificación, Jesús hace un ataque al templo mismo. Él ya ha sustituido
las prácticas de purificación en Caná. Ahora muestra cómo cualquier centro
del culto judío pierde todo significado delante de Él. La gloriosa presencia
de Dios, antes circunscripta al templo, ahora ha llegado a ser carne en
Jesús (cf. 1 Re 9,1-3; Jn 1,14). La referencia en el v. 17 es al Sal 69,10.
Las autoridades del templo (“los judíos”) deben haber
entendido sus palabras: “Si vosotros destruís este templo en tres días, yo
lo haré resurgir”. Jeremías había dicho que sería lo que destruiría el valor
del templo a los ojos de Dios sería la impureza (Jer 7,11-14). Otros pasos
del AT habían afirmado que, con la venida del Mesías, habría aparecido sobre
la tierra un tiempo ideal, en el cual no se habría tolerado ningún comercio
y en el cual serían acogidas todas las naciones (Tb 14,5-7; Zac 14,20-21).
Si “los judíos” destruyeron el templo profanándolo delante de Dios, dentro
de poco Jesús reedificará el templo mesiánico (cf. Is 56,7).
“Los judíos” entienden su reivindicación solamente sobre el
plano material: ¿será acaso posible volver a poner en pie en tan breve
tiempo este magnífico edificio de ellos, para construir el cual se
requirieron cuarenta y seis años? (desde el 20-19 a.C. al corriente año 28
d.C.))? En Mc/Mt, durante el proceso llevado contra Jesús, los falsos
testimonios lo acusan de haber declarado: “Yo destruiré este templo” (Mt
26,61; Mc 14,58). La comunidad cristiana hizo uso de las palabras de Jesús
en varios contextos, para expresar la enseñanza de la fe (1Cor 3,16). Como
hace notar Marcos, el templo del cual hablaba Jesús no es hecho por manos
humanas –es la Iglesia, constituida por los creyentes, dice Pablo (2Cor
6,16; Ef 2,19-22; Col 1,24; Apoc 21,22). Pero Juan entrevé otro mensaje: el
templo es el cuerpo de Jesús que, como podrán constatar los discípulos
después de la resurrección, será hecho resurgir en tres días (Juan utiliza
deliberadamente ‘hecho resurgir’, en vez del ‘reconstruido’ de los
sinópticos. Estas dos interpretaciones cristianas de las palabras de Jesús
están en perfecta armonía, porque la Iglesia es el cuerpo de Cristo.
(Brown, R., Il Vangelo e le Lettere di Giovanni, Editrice Queriniana,
Brescia, 1994, p. 39 – 42. Traducción a cargo del equipo de Homilética)
Volver Arriba
Comentario teológico : P. Miguel de Burgos a las tres lecturas
La fiesta de la Dedicación de la Basílica de Letrán, que se celebra el 9 de
Noviembre, pasa normalmente bastante desapercibida, pero este año cobra
especial notoriedad al caer en Domingo. Este templo, la catedral del Papa
como obispo de Roma, es el primer gran templo cristiano construido en Roma
después de las persecuciones, en el siglo IV.
La Basílica de San Juan de Letrán es símbolo de la unidad de todas las
comunidades cristianas con Roma: por eso celebramos en todo el mundo la
fiesta de la que se llama “la madre de todas las iglesias”. La comunión con
la Iglesia de Roma nos recuerda que todos estamos construidos sobre el mismo
cimiento de Jesucristo.
El creyente no mira un edificio religioso sólo para contemplar, como un
turista, su belleza artística, sino que lo contempla desde una mirada de fe.
El templo de Jerusalén era un lugar central de la fe judía y remitía a la
presencia de Dios, a su salvación y a la alianza con el pueblo, que en él le
daba culto. Jesús habla del templo como “la casa de mi Padre” (Evangelio) y
de un nuevo templo para el encuentro con Dios y para el culto auténtico. San
Pablo (2ª lectura) dice que ese nuevo templo somos todos en quienes habita
el Espíritu. El mismo Espíritu que nos congrega en el templo para la
celebración dominical nos impulsa como un fuerte torrente que lleva vida y
todo lo sana, lo renueva y hace que fructifique (1ª lectura).
Iª Lectura: Ezequiel (Ez 47,1-2.8-9.12): La fuente de agua viva
I.1. Ezequiel es un profeta de visiones extraordinarias que mira al Templo,
la casa de Dios, como fuente de aguas que han de llegar hasta el abismo de
la Arabá, del Mar Muerto, para que vuelva a nacer un nuevo paraíso. El
manantial del templo que el profeta posexílico nos describe en este c. 47 ha
encendido una inspiración sublime. Los discípulos ordenaron su obra, sus
oráculos e inspiraciones y ésta es la última visión del profeta, antes de
ofrecer una lista final de las tribus (c. 48). Tiene esta visión unas
conexiones muy refinadas y particulares con el c. 37 sobre la efusión del
Espíritu. Agua y Espíritu vienen a vivificar al pueblo que vive “desierto” o
alejado de Dios. El desierto rodea al pueblo de la Biblia y las aguas del
paraíso (Gn 2,10-14) han sido siempre una nostalgia en la teología profética
del AT.
I.2. El agua que mana, al lado del altar, se hace un río hacia Oriente,
hacia el desierto de Judea porque es agua divina, regalo de Dios para el
desierto y el destierro de su pueblo. La imagen de que esta agua ha de
llegar a las aguas fétidas y mortíferas del Mar Muerto es todo un canto y
una inspiración de los dones divinos. Donde no hay vida, Dios donará vida;
donde no hay Espíritu, Dios suscitará algo realmente nuevo. Este profeta,
que tiene mucho de sacerdote, no podía menos que imaginar que la fuente
estaba en el Templo de la ciudad Santa, la Jerusalén poética que él siempre
se imaginó. Pero es, puede ser, un sacerdote profeta; eso significa que no
se contenta con ofrecer sacrificios a Dios en nombre del pueblo y que todo
siga igual. Propone la visión de un Dios que “ofrece” agua para la vida.
IIª Lectura: Iª Corintios (1Co 3,9c-11.16-17): La comunidad, templo de Dios
II.1. Si extraordinaria es la visión de Ezequiel, no es menos original la
teología del “templo” que nos ofrece Pablo en estos versos de 1Cor. Pero
¡qué diferencia! Ahora no hay templo, ni altar, sino el “cuerpo” y el
“espíritu”. Sobre estos símbolos bien significantes se carga todo el peso de
una teología cristiana que es un descubrimiento sin precedentes. En todo
caso sería una deducción de que el ser humano ha sido creado a imagen de
Dios. El hombre, la persona, es “un cuerpo”, material y espiritual a la vez.
El cuerpo nos identifica, nos personaliza, pero también nos lleva a la
muerte si es un cuerpo “sin espíritu”.
II.2. ¿Qué podemos inferir de la lectura? Que la presencia de Dios en el
mundo se realiza, sobre todo y ante todo, por nosotros, por nuestro cuerpo,
por nuestra historia. Somos nosotros, según esta teología –sin caer en
panteísmo alguno-, presencia viva del Dios vivo. Y como que Pablo está
hablando en sentido plural, de la comunidad que no es otra que la de
Corinto, podemos hacer la misma aplicación a la Iglesia. Los corintios están
llamados, pues, después de la “edificación” que hizo el Apóstol, poniendo
como fundamento a Cristo, a ser el templo o santuario de la presencia de
Dios por medio de su Espíritu. El edificio, la comunidad, es lo que es,
porque está fundamentada en Cristo. Pero son personas las que han hecho
posible este santuario de presencia divina. No obstante, la comunidad sin el
Espíritu de Dios tampoco sería nada.
Evangelio: Juan (2,13-22): Un nuevo templo: una religión más humana
III.1. El relato de la expulsión de los vendedores del templo, en la primera
Pascua “de los judíos” que Juan menciona en su obra, es un marco de
referencia obligado del sentido de este texto joánico. Este episodio viene a
continuación del relato de las bodas de Caná, donde el vacío de la boda lo
llena Jesús con el “vino” nuevo sacado del agua. Las tinajas estaban allí
para la purificación de los judíos. El relato de la expulsión del Templo se
encadena pues a lo anterior, porque se quiere insistir más en el vacío de
una religión, que aunque “celebre” y llene el templo, puede que haya perdido
su sentido verdadero y sea necesario algo nuevo. No olvidemos que este
episodio ha quedado marcado en la tradición cristiana como un hito, por
considerarse como acusación determinante para condenar a muerte a Jesús,
unas de las causas inmediatas de la misma. Aunque Juan ha adelantado al
comienzo de su actividad, lo que los otros evangelios proponen al final (Mc
11,15-17; Mt 21,12-13; Lc 19,45-46), estamos en lo cierto si con ello vemos
el enfrentamiento que los judíos van a tener con Jesús. Este episodio no es
otra cosa que la propuesta de Jesús de una religión humana, liberadora,
comprometida e incluso verdaderamente espiritual.
III.2. En el trasfondo también debemos saber ver las claves mesiánicas con
las que Juan ha querido presentar este relato, teniendo en cuenta un texto
como el de Zac 14,21 (el deutero-Zacarías) para anunciar el día del Señor.
Es de esa manera cómo se construyen algunas ideas de nuestro evangelio:
Pascua, religión, mesianismo, culto, relación con Dios, vida, sacrificios.
Jesús expulsa propiamente a los a animales del culto. No debemos pensar que
Jesús la emprende a latigazos con las personas, sino con los animales; Juan
es el que subraya más este aspecto. Los animales eran los sustitutos de los
sacrificios a Dios. Por tanto, sin animales, el sentido del texto es más
claro: Jesús quiere anunciar, proféticamente, una religión nueva, personal,
sin necesidad de “sustituciones”. Por eso dice: “Quitad esto de aquí”. No se
ha de interpretar, pues, como un acto político-militar como se hizo en el
pasado. Es, consideramos, una profecía “en acto”.
III.3. El evangelio de Juan, pues, nos presenta esa escena de Jesús que
cautiva a mentes proféticas y renovadoras. Desde luego, es un acto profético
y no podemos menos de valorarlo de esa forma. En el marco de la Pascua, la
gran fiesta religiosa y de peregrinación por parte de los judíos piadosos a
Jerusalén. Esta es una escena que no debemos permitir se convierta en
tópica; que no podemos rebajarla hasta hacerla asequiblemente normal. Está
ahí, en el corazón del evangelio, para ser una crítica de nuestra “religión”
sin corazón con la que muchas veces queremos comprar a Dios. Es la condena
de ese tipo de religión sin fe y sin espiritualidad, que se ha dado siempre
y se sigue dando frecuentemente. Ya Jeremías (7,11) había clamado contra el
templo, porque con ello se usaba el nombre de Dios para justificar muchas
cosas. Ahora Jesús, con esta acción simbólico-profética, como hacían los
antiguos profetas cuando sus palabras no eran atendidas, quiere llevar a sus
últimas consecuencias el que la religión del templo, donde se adora a Dios,
no sea una religión de vida sino de… vacío. Por eso mismo, no está condenado
el culto y la plegaria de una religión, sino que se haya vaciado de
contenido y después no tenga incidencia en la vida.
III.4. Aunque Juan es muy atrevido, teológicamente hablando, se está
anunciando el cambio de una religión de culto por una religión en la que lo
importante es dar la vida los unos por los otros, como se hace al mencionar
el «cuerpo» del Jesús que sustituirá al templo. Aquí, con este episodio
(aunque no sólo), lo sabemos, Jesús se jugó su vida en “nombre de Dios” y le
aplicaron la ley también “en nombre de Dios”. ¿Quién llevaba razón? Como en
el episodio se apela a la resurrección (“en tres días lo levantaré”), está
claro que era el Dios de Jesús el verdadero y no el Dios de la ley. Esta es
una diferencia teológica incuestionable, porque si Dios ha resucitado a
Jesús es porque no podía asumir esa muerte injusta. Pero sucede que, a pesar
de ello, los hombres seguimos prefiriendo el Dios de la ley, y la religión
del templo y de los sacrificios de animales. Jesús, sin embargo, nos ofreció
una religión de vida.
(Miguel de Burgos, OP)
Comentario Teológico: Catecismo de la Iglesia Católica - Jesús y el
Templo
583 Como los profetas anteriores a él, Jesús profesó el más profundo
respeto al Templo de Jerusalén. Fue presentado en él por José y María
cuarenta días después de su nacimiento (Lc. 2, 22-39). A la edad de doce
años, decidió quedarse en el Templo para recordar a sus padres que se debía
a los asuntos de su Padre (cf. Lc 2, 46-49). Durante su vida oculta, subió
allí todos los años al menos con ocasión de la Pascua (cf. Lc 2, 41); su
ministerio público estuvo jalonado por sus peregrinaciones a Jerusalén con
motivo de las grandes fiestas judías (cf. Jn 2, 13-14; 5, 1. 14; 7, 1. 10.
14; 8, 2; 10, 22-23).
584 Jesús subió al Templo como al lugar privilegiado para el
encuentro con Dios. El Templo era para él la casa de su Padre, una casa de
oración, y se indigna porque el atrio exterior se haya convertido en un
mercado (Mt 21, 13). Si expulsa a los mercaderes del Templo es por celo
hacia las cosas de su Padre: "no hagáis de la Casa de mi Padre una casa de
mercado. Sus discípulos se acordaron de que estaba escrito: 'El celo por tu
Casa me devorará' (Sal 69, 10)" (Jn 2, 16-17). Después de su Resurrección,
los Apóstoles mantuvieron un respeto religioso hacia el Templo (cf. Hch 2,
46; 3, 1; 5, 20. 21; etc.).
585 Jesús anunció, no obstante, en el umbral de su Pasión, la ruina de
ese espléndido edificio del cual no quedará piedra sobre piedra (cf. Mt 24,
1-2). Hay aquí un anuncio de una señal de los últimos tiempos que se van a
abrir con su propia Pascua (cf. Mt 24, 3; Lc 13, 35). Pero esta profecía
pudo ser deformada por falsos testigos en su interrogatorio en casa del sumo
sacerdote (cf. Mc 14, 57-58) y serle reprochada como injuriosa cuando estaba
clavado en la cruz (cf. Mt 27, 39-40).
586 Lejos de haber sido hostil al Templo (cf. Mt 8, 4; 23, 21; Lc 17,
14; Jn 4, 22) donde expuso lo esencial de su enseñanza (cf. Jn 18, 20),
Jesús quiso pagar el impuesto del Templo asociándose con Pedro (cf. Mt 17,
24-27), a quien acababa de poner como fundamento de su futura Iglesia (cf.
Mt 16, 18). Aún más, se identificó con el Templo presentándose como la
morada definitiva de Dios entre los hombres (cf. Jn 2, 21; Mt 12, 6). Por
eso su muerte corporal (cf. Jn 2, 18-22) anuncia la destrucción del Templo
que señalará la entrada en una nueva edad de la historia de la
salvación:"Llega la hora en que, ni en este monte, ni en Jerusalén adoraréis
al Padre"(Jn 4, 21; cf. Jn 4, 23-24; Mt 27, 51; Hb 9, 11; Ap 21, 22).
(CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA, nº 583 – 586)
Volver Arriba
Otro Comentario a la Palabra de Dios - El celo de tu casa me devora
Ez. 47, 1-2. 8-9. 12. Quien ha hundido las raíces de su vida en el Señor no
podrá permanecer estéril. Dar frutos abundantes de buenas obras es lo que se
espera del hombre de fe. La Vida de Dios en nosotros ha de llegar hasta lo
más profundo de nuestro ser para hacer que desaparezca toda clase de maldad.
¿Hemos oído hablar del Mar de aguas saladas, aquel que se dice dejó
sepultadas a las ciudades pecadoras Sodoma y Gomorra, y que tiene tanta sal
que es imposible que ahí prospere la vida? Dice hoy la Escritura que el agua
que mana del lado derecho del Altar del Santuario de Dios, llegará hasta él
y lo saneará y en él prosperará la vida. Quien viva tan lleno de maldad que
pareciera imposible retomar el Camino de la Vida, debe permitirle a Dios
hacer su obra de salvación en él y Él hará que quede sano y capaz de
resurgir como una digna morada del Señor. Permitámosle al Señor hacer su
obra en nosotros. Hagamos la prueba y veremos qué bueno es el Señor.
Sal. 45. Dios vela por los suyos para que no les alcance tormento alguno.
Sintámonos llenos de confianza en el Señor quienes en Él hemos puesto
nuestro refugio y fortaleza. Si en verdad está Dios con nosotros no hemos de
temer ningún mal, ni hemos de vacilar en el testimonio valiente de nuestra
fe. Sin embargo reflexionemos si en verdad nosotros estamos con el Señor y
vivimos y nos movemos en Él. Y para que esto sea realidad no sólo hemos de
orar en su presencia, sino que hemos de tener la apertura necesaria para
escuchar amorosamente su Palabra, meditarla en nuestro corazón y hacerla
vida en nuestra existencia diaria. Si acogemos al Señor en nuestro corazón,
Él habitará en nosotros e impulsará nuestra vida para que demos testimonio
de Él tanto con nuestras palabras, como con nuestras obras y nuestra vida
misma.
1Cor. 3, 9-11. 16-17. Somos templo de Dios porque Él habita en nosotros. Él
es quien edifica su casa en nosotros. A nosotros corresponde escuchar la voz
de Dios para no querer construir al margen de Él. Peor sería el que, en
lugar de construir, destruyéramos esa casa de Dios. y esa casa se destruye
cuando la dedicamos a otros fines: odiar, hacer la guerra, enviciar a los
demás, empobrecerlos ... En cambio, colaboramos no sólo en construir sino en
adornar dignamente la morada de Dios en nosotros cuando amamos, perdonamos y
nos inclinamos ante las pobrezas y fragilidades de nuestro prójimo para
darle una solución adecuada en Cristo, conscientes de la dignidad que todos
tenemos de ser hijos de Dios.
Jn. 2, 13-22. Cerca de la Pascua. No puede celebrarse con el corazón
manchado. Nuestro corazón, templo de Dios, debe ser purificado de toda
aquella basura que no deja espacio para Dios ni para el prójimo. Ante una
casa cargada de basura y pestilencias uno se retira, pues no quiere uno
sentarse junto a los focos de infección, ni ante las ratas que han hecho ahí
sus nidos. Cristo, mediante su muerte y resurrección, se ha convertido para
nosotros en fuente de perdón, de purificación, de salvación. Él no sólo se
ha convertido en el Siervo que nos lava los pies, sino en Aquel que limpia
la casa de toda inmundicia de pecado, pues Él mismo se convertirá en Huésped
de nuestra propia vida. Habrá cosas que nos duela abandonar, porque nos
hemos acostumbrado a vivir entre maldades y pestes. Sin embargo, si queremos
ser congruentes con nuestra fe, debemos actuar con pureza de corazón, libres
de todo afecto desordenado y no embotados por lo pasajero. Dejemos que
Cristo nos purifique de todo mal y haga de nosotros, no sólo templos suyos,
sino hijos de Dios por nuestra unión a Él, para gloria de Dios y bien
nuestro y de cuantos nos traten.
La Palabra de Dios y la Eucaristía de este Domingo.
En esta Eucaristía el Señor nos convoca para manifestarnos que, por amor a
nosotros y para purificación nuestra, Él ha entregado su vida. En verdad que
nadie nos ha amado como Él. Para nosotros no sólo está cerca la Pascua, sino
que celebramos el Memorial de la Pascua de Cristo continuamente. Con
humildad pedimos a Dios que perdone nuestros pecados. Y esa petición de
perdón no es sólo un rito hecho por costumbre y falto de sentido; sino que
es saber que hemos fallado, por lo que pedimos confiada y humildemente a
Dios que nos perdone teniendo la disposición de iniciar nuestro camino en el
bien, ayudados por la gracia que nos viene de Cristo. En Él vivimos nuestra
pascua personal, pues el Señor nos hace pasar de la muerte del pecado a la
vida de la Gracia, que Él ofrece a quienes se le acercan con un corazón
lleno de amor y con una fe sincera.
La Palabra de Dios, la Eucaristía de este Domingo y la vida del creyente.
Quienes participamos con sinceridad en esta Eucaristía debemos ser
constructores del Reino de Dios entre nosotros. Hemos de restaurar el amor
fraterno; Hemos de restaurar la justicia, la paz, la alegría. En nuestro
paso por esta tierra encontraremos muchos que se han deteriorado en su vida
a causa de las maldades y vicios; o que se ha derrumbado en su esperanza por
tratos injustos, por incomprensiones, por haber sido marginados a causa de
su pobreza, o de su edad avanzada, o de su raza y cultura. ¿Seremos capaces
de reconstruir al hombre que se ha de renovar en Cristo, para que nuestra
humanidad tenga en Él un rostro nuevo? Si en verdad estamos dispuestos a
ello hemos de expulsar de nosotros los egoísmos, las incomprensiones, las
envidias y rivalidades. Cuando nos veamos como hermanos y compartamos lo
nuestro con quienes nada tienen, entonces habrá llegado a nosotros el Reino
de Dios con toda su fuerza y, libres de todo mal, seremos el Templo Santo de
Dios desde el cual el Señor siga amando, perdonando, purificando y
entregando, incluso, su vida por el bien de todos.
Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra
Madre, que nos conceda la gracia de vivir de tal forma comprometidos con el
Reino de Dios que, unidos al Papa y a los Obispos, podamos hacer realidad
entre nosotros una Iglesia libre de la maldad, llena de Dios y siempre
esforzada a favor del Evangelio vivido tanto en el anuncio del mismo, como
en el servicio en favor del amor fraterno para convertirnos, así, en
verdaderos colaboradores de la construcción del Reino de Dios entre
nosotros. Amén.
Volver Arriba
Santos Padres: San Agustín - La paloma no se vende, se da
gratuitamente. Su nombre es gracia
Se aproximaba ya la Pascua de los judíos y Jesús subió a Jerusalén. El
evangelista pasa a relatar otro suceso, según él lo lo recordaba: Y halló en
el templo hombres que vendían bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas
sentados. Y habiendo hecho como un látigo de cuerdas, los expulsó a todos
del templo, las ovejas y los bueyes, y echó por tierra el dinero de los
cambistas, y derribó las mesas y dijo a los vendedores de palomas: Llevad
lejos de aquí estas cosas y no convirtáis la casa de mi Padre en casa de
contratación (Jn 2,13-15). ¿Qué acabamos de oír, hermanos? Observad que
aquel templo era sólo una figura y, a pesar de eso, el Señor arrojó de él a
cuantos buscaban sus bienes e iban a traficar. ¿Qué vendían allí? Las
víctimas necesarias para los sacrificios que tenían lugar entonces. Vuestra
caridad sabe que aquel pueblo carnal y de corazón todavía de piedra tenía
que ofrecer esta clase de sacrificios para que, como freno, le librara de
caer en el culto idolátrico. Por eso inmolaban allí bueyes, ovejas y
palomas.
Esto lo sabéis porque lo habéis leído. No era gran pecado el vender lo que
se compra para ofrecerlo en el templo; no obstante, los expulsó de allí.
¿Qué hubiera hecho el Señor si hubiera encontrado allí gente embriagada, si
arrojó del templo a los vendedores de cosas lícitas y que no son contrarias
a la justicia (lo que lícitamente se compra, lícitamente se vende) y no pudo
sufrir que se convirtiese en casa de contratación la casa de oración? Y si
no debe convertirse la casa de su Padre en casa de comercio, ¿estará bien
que se convierta en casa de bebidas? Cuando digo esto rechinan los dientes
contra mí, pero me consuela el salmo que acabáis de oír: Rechinaron sus
dientes contra mí (Sal 34,16). Nosotros sabemos también dónde está nuestra
salud, aun cuando se redoblen los azotes contra Cristo, al ser azotada su
palabra: Se multiplicaron los azotes contra mí y no se dieron cuenta (Sal
34,15). Se le flageló con los látigos de los judíos y se le flagela con las
blasfemias de los falsos cristianos. Multiplican contra el Señor sus azotes
y no se dan cuenta. Nosotros hagamos lo que podamos en la medida de su
ayuda. (Cuando me molestaban, me ceñía de cilicio y humillaba mi alma con el
ayuno (Sal 34,18).
¿Quiénes son los que venden bueyes? Busquemos en la figura el significado
del hecho. ¿Quiénes son los que venden ovejas y palomas? Son los mismos que
buscan en la Iglesia sus intereses, no los de Jesucristo. Todo lo venden
quienes no quieren ser rescatados; no quieren ser rescatados, sino vender.
¿Qué cosas, sin embargo, es mejor para ellos que ser rescatados con la
sangre de Cristo para llegar a la paz de Cristo? 1. En efecto, ¿qué
aprovecha en este mundo adquirir bienes temporales y transitorios, como es
el dinero o el placer del vientre o del gusto, o el humo de las alabanzas
humanas? ¿Es todo algo más que humo y viento? ¿No pasa y se va todo en veloz
carrera? Y ¡ay de aquellos que se adhieren a lo que así pasa, porque pasan
junto con ello! ¿No es todo como un río que en su carrera va a precipitarse
en el mar? ¡Ay de quien caiga en ese río: será arrastrado al mar! Luego
debemos apartar nuestros afectos de tales apetencias.
Quienes procuran tales cosas, hermanos míos, venden. Por eso aquel Simón
quería comprar el Espíritu Santo, porque quería venderlo. Creía que los
apóstoles eran como los mercaderes que el Señor arrojó del templo a
latigazos. Él, sí, era como ellos: quería comprar lo que quería vender. Era
un vendedor de palomas. El Espíritu se manifiesta en forma de paloma.
¿Quiénes son, entonces, hermanos míos, los que venden palomas, sino los
mismos que dicen: «Nosotros damos el Espíritu Santo»? ¿Por qué hablan así y
a qué precio lo venden? El precio son sus honores y dignidades. Como precio
de la venta reciben cátedras corporales. Así se parecen a los vendedores de
palomas. Eviten el látigo de cuerdas. La Paloma no se vende, se da
gratuitamente. Su nombre es gracia. ¿No estáis viendo como alaban sus
mercancías esos vendedores o, quizá, revendedores? ¡Qué diversidad de
sectas!... Cada uno encomia la mercancía según su secta. Aléjese vuestro
corazón de toda esta peste de mercaderes y venga donde se recibe
gratuitamente...
¿Quiénes son los que venden bueyes? Los bueyes son figura de los que nos han
transmitido las Sagradas Escrituras. Bueyes eran los apóstoles, bueyes los
profetas. Por eso dice el Apóstol: No pondrás bozal al buey que trilla. ¿Es
que Dios se preocupa de los bueyes? ¿No lo dirá por nosotros? Por nosotros
lo dice: el que ara debe arar con esperanza, y el que trilla con la
esperanza de tener su parte (1 Cor 9,9). Éstos son los bueyes que nos han
dejado el patrimonio de las Escrituras. No nos lo dejaron como si fuese suyo
propio; buscaban la gloria de Dios. ¿Qué acabáis de oír en este mismo salmo?
Los que quieren la paz de su siervo, proclamen sin cesar: Sea glorificado el
Señor (Sal 34,27). El siervo de Dios es el pueblo de Dios, es la Iglesia de
Dios. Los que quieren la paz de la Iglesia de Dios, alaben al Señor, no al
siervo, ni cesen nunca de decir: Sea glorificado el Señor...
Éstos, en cambio, se sirven de las mismas Escrituras para engañar a los
pueblos con el fin de recibir de ellos honores y alabanzas, no su conversión
a la verdad 2. Y si seducen a los pueblos con las mismas Escrituras, a fin
de recibir de ellos honores, venden bueyes y venden ovejas, que significa:
venden a los pueblos mismos. Y ¿a quién? Al diablo. Porque, hermanos míos,
si la Iglesia de Cristo es única y también una, todo lo que de allí se
desgaja, ¿quién se lo lleva, sino aquel león que ruge y da vueltas buscando
a quien devorar? (1 Pe 5,8). Ella permanecerá íntegra, pero ¡ay de los que
se desgajan! El Señor conoce a los suyos (2 Tim 2,19).
Notas
1. Se está refiriendo a los donatistas.
2. De nuevo se está refiriendo a los donatistas.
(San Agustín, Comentarios sobre el evangelio de San Juan 10,4-8)
Santos Padres: San Agustín - La dedicación, es decir, nuestra propia
santificación.
1. La fiesta que nos congrega es la dedicación de esta casa de oración. Esta
es, en efecto, la casa de nuestras oraciones, pues la casa de Dios somos
nosotros mismos. Si nosotros somos la casa de Dios, somos edificados en este
mundo para ser dedicados al fin del mundo. Todo edificio, mejor, toda
edificación, requiere trabajo; la dedicación pide alegría. Lo que acontecía
aquí cuando se levantaba este edificio, sucede ahora cuando se congregan los
fieles en Cristo. El creer equivale, en cierto modo, a arrancar las vigas y
piedras de los bosques y montes; el ser catequizados, bautizados y formados
se equipara a la tarea detallado, pulido y ajustamiento por las manos de los
carpinteros
y artesanos. Sin embargo, no edifican la casa de Dios más que cuando se
ajustan unos a otros mediante la caridad. Si estas vigas y estas piedras no
se unen entre sí dentro de un cierto orden, si no se combinan pacíficamente,
si en cierto modo no se amasen estrechándose entre sí, nadie entraría aquí.
Además, cuando veis que las piedras y las vigas se ajustan bien en algún
edificio, entras tranquilo sin temer que se caiga. Así, pues, queriendo
Cristo el Señor entrar y habitar en nosotros, como si estuviera
edificándonos, decía: Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a
otros. Os doy, dijo, un mandamiento nuevo. Erais viejos, aún no me
construíais esta casa, yacíais entre vuestras ruinas. Por tanto, para
libraros de la vetustez de vuestra ruina amaos los unos a los otros.
Considere, pues, vuestra caridad que, como fue predicho y prometido, esta
casa está aún en construcción en todo el orbe de la tierra. Cuando se
edificaba el templo después de la cautividad, se decía, según indica otro
salmo: Cantad al Señor un cántico nuevo; cantad al Señor toda la tierra. Las
palabras: un cántico nuevo, equivalen a las otras del Señor: un mandamiento
nuevo. ¿Qué tiene de peculiar el cántico nuevo sino un nuevo amor? Cantar es
propio del que ama. La voz de este cantor es el fervor del santo amor.
2. Amemos, amemos gratuitamente, pues amamos a Dios, mejor que el cual nada
podemos encontrar. Amémosle a él por él mismo y amémonos a nosotros en él,
pero por él. Ama verdaderamente al amigo quien ama a Dios en el amigo o
porque ya está o para que esté en él. Este es el verdadero amor. Si nuestro
amor tiene otras motivaciones, más que amor, es odio. Quien ama la maldad,
¿qué odia? ¿Tal vez a su vecino o a su vecina? Espántese: odia a su alma.
Amar la maldad y odiar el alma son la misma cosa. Por tanto, lo contrario
es; odio a la maldad y amor al alma se identifican. Quienes amáis al Señor,
odiad el mal. Dios es bueno, malo lo que amas, y te amas a ti mismo, que
eres malo. ¿Cómo puedes amar a Dios, si aún amas lo que odia Dios? Has
escuchado que Dios nos amó; y es verdad que nos amó; y, si miramos cómo
éramos cuando nos amó, enrojeceremos de vergüenza. Pero, si eso no se da, se
debe a que, al amarnos como éramos, nos hizo distintos de cómo éramos. Nos
avergüenza el recordar nuestro pasado y nos llena de gozo lo que esperamos
para el futuro. ¿Por qué, pues, avergonzarnos de lo que fuimos y no más bien
confiar en que en esperanza hemos sido salvados? Además, hemos oído:
Acercaos a él, y seréis iluminados y vuestros rostros no se ruborizarán. Si
se va la luz, caes otra vez en la confusión. Acercaos a él y seréis
iluminados. Él es luz, y nosotros, sin él, tinieblas. Si te alejas de la
luz, permanecerás en las tinieblas; pero, si te acercas a ella, darás luz;
pero no tuya, pues fuisteis en otro tiempo tinieblas, dice el Apóstol a los
fieles que antes fueron infieles: Fuisteis en otro tiempo tinieblas, pero
ahora sois luz en el Señor. Si, pues, sois luz en el Señor, sin el Señor
sois tinieblas. Por tanto, si sois luz en el Señor y tinieblas sin él,
acercaos a él y seréis iluminados.
3. Prestad atención al salmo de la dedicación que acabamos de cantar, al
edificio que se levanta de sus ruinas. Rasgaste mi saco: esto pertenece a
las ruinas. ¿Qué corresponde al edificio?
Y me ceñiste de alegría. El grito de la dedicación: A fin de que mi gloria
te cante y no sienta pena. ¿Quién habla? Reconocedlo por sus palabras. Si
trato de exponerlo, es cosa oscura. Por tanto, repetiré sus palabras, para
que al instante reconozcáis al que habla y lo améis. ¿Quién pudo decir:
Señor, libraste mi alma del infierno? ¿Qué alma ha sido librada ya del
infierno sino aquella de quien se dijo en otro lugar: No dejarás mi alma en
el infierno? Se trata de la dedicación y se canta a la liberación; se entona
con júbilo el cántico de dedicación de la casa y se dice, le exaltaré,
Señor, porque me recibiste y no alegraste a mis enemigos por causa mía.
Mirad a los enemigos judíos, que pensaban haber dado ellos muerte a Cristo,
haberle vencido como a un enemigo y haberlo hecho perecer como a un hombre
mortal y semejante a los demás. Resucitó al tercer día, y éste es su grito:
Te exaltaré, Señor, porque me has recibido. Fijaos en el Apóstol, que dice:
Por lo cual, Dios lo exaltó y le dio un nombre sobre todo nombre. Y no
alegraste a mis enemigos por causa mía. Ellos, ciertamente, se regocijaron
de la muerte de Cristo; pero, una vez resucitado, ascendido y anunciado,
algunos se arrepintieron. Al ser predicado y anunciado por la constancia de
los apóstoles, algunos se arrepentían y se convertían, mientras otros se
endurecían y confundían; ninguno, en cambio, se regocijaba de su muerte.
Ahora, cuando las iglesias se encuentran llenas, ¿hemos de pensar que los
judíos encuentran gozo en ello? Se edifican, se dedican, se llenan las
iglesias, ¿cómo pueden regocijarse ellos? No sólo no se regocijan, sino
hasta se sienten confundidos y se cumple el grito de alegría: Te exaltaré,
Señor, porque me has recibido y no alegraste a mis enemigos por causa mía.
No los regocijaste a costa mía; si me dan crédito a mí, los regocijarás en
mí.
4. Para no perdernos en muchas palabras, vengamos a lo que antes hemos
cantado. ¿Cómo dice Cristo: Rompiste mi saco y me ceñiste de alegría? Su
saco era la semejanza de la carne de pecado. No te parezca vil porque diga:
mi saco; dentro de él estaba tu precio. Rompiste mi saco. Hemos venido a
parar a este saco. Rompiste mi saco. Fue roto en la pasión. ¿Cómo, pues,
dice a Dios Padre: Rompiste mi saco? ¿Quieres saber por qué dice a Dios
Padre: Rompiste mi saco? Porque no perdonó a su propio Hijo, sino que lo
entregó por todos. Lo hizo por medio de los judíos, sin que ellos fueran
conscientes, para redimir a los que lo sabían y confundir a los que lo
negaban. Ellos ignoran, en efecto, el bien que con su mal obrar nos causaron
a nosotros. El saco fue colgado, y el impío pareció llenarse de alegría. El
perseguidor rompió el saco con la lanza, y el redentor derramó nuestro
precio. Cante Cristo, el redentor; gima Judas, el vendedor, y ruborícese el
judío, comprador. Judas hizo una venta y el judío una compra: hicieron un
mal negocio, ambos sufrieron pérdidas, y se perdieron a sí mismos tanto el
vendedor como el comprador. Quisisteis comprar;¡cuánto mejor os hubiera sido
ser rescatados! Judas vendió, el judío compró; ¡desdichado contrato! Ni el
primero tiene el precio ni el segundo a Cristo. A uno le dijo: «¿Dónde está
lo que recibiste?»; y al otro: «¿Dónde está lo que compraste?»A aquél le
dijo: «Tu venta fue un engaño a ti mismo.» Salta de gozo, cristiano; tú
saliste vencedor en el contrato entre tus enemigos. Tú adquiriste lo que uno
vendió y el otro compró.
5. Diga, pues, nuestra cabeza; diga nuestra cabeza muerta y dedicada por su
cuerpo; diga y oigámosle: Rompiste mi saco y me ceñiste de alegría; es
decir, rompiste mi mortalidad y me ceñiste de inmortalidad e incorrupción.
Vara que mi gloria te cante a ti y no me sienta triste. ¿Qué significa no me
sienta triste? Que el perseguidor no arroje su lanza contra mí para que me
sienta triste: Pues Cristo, resucitado de entre los muertos, ya no muere; la
muerte ya no tiene dominio sobre él, pues lo que ha muerto, ha muerto una
vez al pecado; más lo que vive, vive para Dios. De idéntica manera, dice,
considerémonos nosotros muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús,
nuestro Señor. En él, por tanto, cantamos; en él hemos sido dedicados.
Adonde nos precedió la cabeza, esperamos seguirle también los miembros. En
efecto, estamos salvados en esperanza; más la esperanza que se ve no es
esperanza, pues lo que uno ve, ¿cómo lo espera? Por tanto, si esperamos lo
que no vemos, por la paciencia lo esperamos, por la paciencia somos
edificados. Quizá encontremos allí también nuestra voz si nos fijamos bien,
si miramos con esmero, si aplicamos una mirada atenta, y no como suelen
hacer los ciegos amantes de los cuerpos; si, pues, aplicamos el ojo
espiritual, nos encontraremos a nosotros mismos en las palabras de nuestro
Señor Jesucristo. No en vano dijo el Apóstol: Sabiendo que nuestro hombre
viejo ha sido crucificado juntamente con él para anular al cuerpo de pecado
y para que ya nunca más sirvamos al pecado. Reconoce allí tu voz: Vara que
mi gloria te cante a ti y no me sienta triste. Ahora, mientras pujamos por
la carga de este cuerpo mortal, nunca faltan motivos de tristeza. Si el
corazón no se siente triste y compungido, ¿por qué se le golpea? Más cuando
llegue también la dedicación de nuestro cuerpo, precedida en el ejemplo del
Señor, entonces no nos sentiremos tristes. La lanza que lo atravesó fue un
símbolo de la tristeza que nos procura el pecado. Finalmente, está escrito:
El pecado tuvo comienzo en la mujer, y por ella mueren todos; recordad de
qué miembro fue creada y ved dónde hirió la lanza al Señor. Recordad,
repito, vuestra primera creación; como dije, no en vano nuestro hombre viejo
fue crucificado juntamente con él, para anular al cuerpo de pecado y para
que ya nunca más sirvamos al pecado. Eva, pues, de quien tomó comienzo el
pecado, fue formada del costado del varón. Cuando eso aconteció, él yacía
durmiendo; Cristo pendía muerto cuando lo otro sucedió. Sueño y muerte son
parientes; lo mismo un costado y otro costado: el Señor fue herido en el
lugar de los pecados. Pero de un costado fue creada Eva, que, pecando, nos
llevó a la muerte, y del otro fue hecha la Iglesia, que, engendrándonos, nos
dio la vida.
(SAN AGUSTÍN, Sermones (5º) (t. XXV), Sobre los mártires, Sermón 336, 1-5,
BAC Madrid 1984, 757-64)
Volver Arriba
Aplicación: San Juan Pablo II - Fiesta de la Dedicación de la
Basílica de Letrán
1. Permitid, queridos hermanos y hermanas, que este domingo en que la
Iglesia celebra el correspondiente aniversario de la Dedicación de la
Basílica Lateranense, exprese yo, junto con vosotros, la más profunda
veneración a nuestro Dios y Señor, que habita en este venerable templo.
¡Dios habita en el interior de su Iglesia!
Cuando el templo fue erigido en este lugar —y sucedió por vez primera en
tiempos del Emperador Constantino—, fue dedicado a Dios solo. En efecto, se
edifican las iglesias para dedicarlas a Dios, como para darle a Él solo su
particular propiedad y su habitación en medio de nosotros, que somos su
pueblo. Y de nuestros antepasados en la fe recibimos la certeza de la verdad
revelada, según la cual Dios quiere habitar en medio de nosotros. Quiere
estar con nosotros. ¿De qué otra cosa, si no de esto, es testimonio la
historia de los Patriarcas y de Moisés?
Y, ¿qué otra cosa testimonia, sobre todo Cristo Señor y Salvador nuestro
que, de modo especial, es desde el principio, Patrono de la Iglesia en
Letrán?
2. Sí, hace poco hemos escuchado sus palabras pronunciadas ante los
habitantes de Jerusalén y ante los peregrinos que habían llegado para
visitar el templo de Salomón: "Destruid este templo, y en tres días lo
levantaré" (Jn 2, 19). Cristo había subido al templo de Jerusalén junto con
los demás y —como hemos escuchado— había echado fuera a la gente que vendíabueyes, ovejas, palomas y a los cambistas sentados allí. Y entonces, ante la
reacción tan dura del Maestro de Nazaret, ante las palabras que había
pronunciado en esa ocasión: "no hagáis de la casa de mi Padre casa de
contratación", le fue hecha esta pregunta: "¿Qué señal das para obrar así?"
(Jn 2, 16. 18).
La respuesta de Cristo suscitó una sensación de recelo: "Cuarenta y seis
años se han empleado en edificar este templo, ¿y tú vas a levantarlo en tres
días?" (Jn 2, 20).
Solamente los más cercanos a Cristo eran conscientes de que en lo que había
dicho se había manifestado su "celo" filial por la casa del Padre, un celo
que lo devoraba (cf. Jn 2, 14). Y ellos, los discípulos, entendieron
después, cuando Cristo resucitó, que echando entonces a los comerciantes del
templo de Jerusalén, pensaba sobre todo en el "templo de su cuerpo" (Jn 2,
21).
Así, pues, en el día en que celebramos el recuerdo anual de la Dedicación de
la Basílica de Letrán, que es madre de todas las Iglesias, deseamos expresar
la máxima veneración a esta "morada de Dios con nosotros" (cf. Ap 21, 3),
profesando que ella representa al mismo Cristo crucificado y resucitado.
Cristo, nuestra Pascua; porque por Él, en Él y con Él tenemos acceso al
Padre en el Espíritu Santo; por Él, en Él y con Él, Dios mismo, en el
misterio inescrutable de su Vida Trinitaria, se acerca a nosotros para estar
con nosotros, para habitar en medio de nosotros.
3. De este modo, yo. Obispo de Roma, deseo hoy expresar mi veneración al
misterio de este templo al que estoy unido desde hace dos años, y deseo
expresar esa veneración juntamente con vosotros, que sois una parte peculiar
de la Iglesia de Roma. Sois, en efecto, la parroquia lateranense. ¡Queridos
hermanos y hermanas! ¡Es una gran distinción, verdaderamente singular, la
vuestra! Ella os impone el deber de captar, ante todo, de modo especialmente
perspicaz, el misterio del templo de Dios, que la liturgia de hoy pone tan
magníficamente de relieve, y os permite también vivirlo después con la
necesaria coherencia.
4. ¿Qué os diré, queridos fieles de la parroquia de San Juan de Letrán?
Permitidme seguir a San Pablo y proponeros una frase suya, sacada de la
liturgia de hoy: "Vosotros sois arada de Dios, edificación de Dios" (1 Cor
3, 9).
Dos comparaciones, cada una de las cuales habla en modo muy expresivo de
cada uno de vosotros y, al mismo tiempo, de toda vuestra comunidad.
Sois la "arada de Dios", que debe su buena cosecha sobre todo al agua del
bautismo. Aquí, junto a la Basílica, se encuentra una fuente bautismal muy
antigua. Y aquí, con el agua de la fuente bautismal lateranense, muchos de
vosotros han nacido a la vida divina en la gracia de hijos adoptivos,
viniendo a formar parte de esta comunidad parroquial. ¡Cuán elogiosamente el
Salmo responsorial de hoy exalta las "corrientes del río" que "alegran la
ciudad de Dios" (Sal 45 [46] 5)! Y el Profeta Ezequiel evoca la imagen de
los árboles que crecen a la orilla del torrente y gracias a ello producen
frutos. He aquí sus palabras: "En las riberas del río, al uno y al otro
lado, se alzarán árboles frutales de toda especie, cuyas hojas no caerán y
cuyo fruto no faltará. Todos los meses madurarán sus frutos, por salir sus
aguas del santuario, y serán comestibles, y sus hojas, medicinales" (Ez 47,
12).
Así también vosotros, queridos hermanos y hermanas, crecéis en virtud de la
gracia del bautismo y producís frutos de buenas obras, frutos que deben
durar para la vida eterna, si permanecéis fieles a esa gracia del bautismo.
Está después otra comparación: vosotros sois la edificación de Dios". Tal
imagen expresa la misma verdad respecto a nuestro vínculo orgánico con
Cristo, como "fundamento" de toda la vida espiritual: "Cuanto al fundamento,
nadie puede poner otro, sino el que está puesto, que es Jesucristo" (1 Cor
3, 11).
Así escribe el Apóstol Pablo en la primera Carta a los Corintios, y
seguidamente plantea a los destinatarios de su Carta —y también a nosotros—
la siguiente pregunta: "¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu
de Dios habita en vosotros?" (1 Cor 3, 16). Y añade todavía (son palabras
fuertes e incluso en cierto sentido severas y amenazadoras): "Si alguno
destruye el templo de Dios, Dios lo aniquilará" (1 Cor 3, 16). Para concluir
después: "Porque el templo de Dios es santo, y ese templo sois vosotros" (1
Cor 3, 17).
5. He aquí el metro con el que conviene medir vuestra vida cristiana: cada
uno de vosotros individualmente y todos juntos en el contexto de esta
comunidad parroquial.
Es un metro que debe estimular el sentido de responsabilidad de cada uno,
induciéndole a asumirse generosamente los deberes que derivan de su
inserción, mediante el bautismo, en el Cuerpo místico de Cristo. El formar,
pues, parte de esta parroquia, no grande pero especialmente significativa, a
la vez que constituye para todos vosotros un título especial de honor,
ofrece también a cada uno la justificación de especiales deberes. Vuestra
vida cristiana se desarrolla a la sombra de la catedral del Papa, a la que
vienen fieles de todas partes del mundo, para confirmar su adhesión a la
Cátedra de Pedro y renovar, en el contiguo baptisterio, el compromiso de sus
promesas bautismales.
¿Cómo no advertir el toque de atención que supone semejante contacto
habitual y su consiguiente e inevitable parangón? Vosotros podéis recibir
mucho de los testimonios de fe intensa y de fervorosa devoción que dan los
peregrinos procedentes de regiones a veces lejanísimas, consintiéndoos
experimentar cotidiana y directamente la dimensión católica de la Iglesia. A
vosotros os corresponde ofrecerles una acogida que les agrade y les haga
sentirse, aquí en el centro de la catolicidad, como "en su propia casa". A
vosotros os corresponde darles ejemplo de una comunidad dinámicamente
tendente hacia los demás, en el deseo de hacer partícipes a todos del gozo
que produce el haber descubierto el amor de Cristo. A vosotros os
corresponde, sobre todo, manifestaros, en cualquier aspecto de vuestra
conducta, dignos herederos de aquellos romanos, por los que San Pablo daba
gracias a Dios "porque la fama de su fe se había extendido por todo el
mundo" (cf. Rom 1, 8).
6. Al final de esta meditación, dirijamos una vez más la mirada de nuestra
fe sobre este maravilloso templo, que hoy celebra el aniversario de su
dedicación.
Y acompañen nuestro encuentro con la comunidad de la parroquia lateranense
estas solemnes y gozosas palabras de la liturgia de hoy: "He elegido y
consagrado esta casa para que mi nombre habite en ella perpetuamente (2 Cor
7, 16). Aleluya".
(Homilía de san Juan Pablo II en la visita pastoral de la parroquia del
Santísimo Salvador y de los santos Juan Bautista y Juan Evangelista en el
Laterano, el domingo 9 de noviembre de 1980)
Volver Arriba
Aplicación: P. José Antonio Marcone, I.V.E. - “Y el Verbo se hizo
carne y puso su Morada entre nosotros” (Jn.1,1-18)
“El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”. En esta frase del Prólogo
del evangelio de San Juan se resume todo el misterio de Cristo.
El sentido más directo y más obvio de esta frase es el
siguiente: el Hijo de Dios, segunda Persona de la Santísima Trinidad se hizo
hombre y vivió entre los hombres, haciéndose en todo semejante a nosotros
menos en el pecado (cf. Heb.2,17; Fil.2,7).
Sin embargo podemos considerar esta frase bajo dos
perspectivas que van a ayudar mucho a profundizar el sentido de ella.
1. Perspectiva teológica
En primer lugar una perspectiva teológica o dogmática. ¿Cómo
puede darse que Dios, la segunda Persona de la Santísima Trinidad, se haga
hombre verdaderamente? ¿Cómo es posible que lo haga sin dejar de ser Dios y
sin mezcla de naturalezas?
Cuando decimos que hay un solo Dios verdadero y tres
Personas distintas, estamos diciendo que hay una sola naturaleza divina que
subsiste en tres personas realmente distintas entre sí. Por lo tanto, la
segunda Persona posee una naturaleza divina, pero al mismo tiempo es una
persona distinta de las otras dos. La segunda Persona, y sólo la segunda
Persona asume, en su Persona, la naturaleza humana, alma y cuerpo. De tal
manera que, desde el momento de la encarnación, subsisten en la única
Persona del Hijo dos naturalezas: la divina y la humana. La unión de la
naturaleza humana de Cristo con la Persona divina del Verbo se llama unión
hipostática, porque se trata de una unión en la Persona del Hijo, e
hipóstasis, en griego, significa persona.
El Hijo, al hacerse hombre, no deja de ser Dios porque la
naturaleza humana de Cristo se une a la Persona del Hijo, que no sufre
inmutación en su naturaleza divina.
Y se da sin mezcla de las naturalezas porque la naturaleza
humana de Cristo toma la subsistencia de la Persona divina, pero continúa
siendo verdadera naturaleza humana.
2. Perspectiva exegética
En segundo lugar, podemos analizar Jn.1,14 desde una
perspectiva bíblica o exegética. “Y el Verbo se hizo carne y habitó entre
nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria como de Unigénito que está
junto al Padre, lleno de gracia y de verdad”.
La palabra Verbo traduce la palabra Lógos del original
griego. La palabra Lógos en el original griego traduce la palabra hebrea
Dabar, que significa palabra. También incluye la palabra Lógos la palabra y
el concepto hebreos de Hochmáh, que es la Sabiduría divina. Todo lo que se
dice en el AT acerca de la Palabra divina y de la Sabiduría divina se aplica
ahora al Verbo, pero en un sentido fuerte, es decir, el Verbo en cuanto
Persona divina y no solamente como atributo de Dios. “La expresión ‘el
Verbo’ (que ‘estaba en el principio en Dios’), corresponde a la palabra
hebrea ‘dabar’. Aunque en griego encontramos el término ‘logos’, el patrón
es, con todo, vétero-testamentario. Del Antiguo Testamento toma
simultáneamente dos dimensiones: la de ‘hochma’, es decir, la sabiduría,
entendida como ‘designio’ de Dios sobre la creación, y la de ‘dabar’
(Logos), entendida como realización de ese designio. La coincidencia con la
palabra ‘Logos’, tomada de la filosofía griega, facilitó a su vez la
aproximación de estas verdades a las mentes formadas en esa filosofía”.[1]
Así la Hocmá-Dabar (Sabiduría-Palabra) es preexistente a la creación, ejerce
una acción creadora, es enviada por el Padre, y viene al mundo; es enviada
para cumplir una misión; una vez cumplida la misión, vuelve al Padre. Esta
correlación se da exactamente en el Lógos en cuanto Persona de la Trinidad.
El texto del evangelio no dice literalmente que el Verbo se
hizo hombre sino que se hizo ‘carne’ (en griego sárx). La palabra griega
sarx corresponde a la palabra hebrea basar. Esta palabra tiene dos matices
importantes: 1. Es la palabra para expresar todo lo que no es Dios. Por eso
en el AT se repite a menudo la expresión ‘toda carne’ para expresar toda la
creación, por ejemplo como cuando se dice en el Génesis que ‘toda carne’
será aniquilada con el diluvio universal a causa del pecado (Gén.6,13, col
basar). 2. Es la palabra para expresar la fragilidad y la mortalidad del
hombre; la debilidad del hombre que culmina en la muerte, que es la suprema
debilidad. De esta manera se insiste sobre el realismo de la encarnación: no
se dice genéricamente que se hizo hombre sino concretamente se hizo un ser
que es realmente distinto de Dios y que asume completamente la fragilidad,
la debilidad y la mortalidad humanas.
Además, de esta manera, se está diciendo que Jesucristo
asumió la muerte y, por lo tanto, hay también en la palabra sarx una
indicación del misterio de la Redención. Es decir, que de alguna manera la
palabra sarx está señalando la misma finalidad de la Encarnación, que es el
morir por nosotros, para que nosotros tengamos vida.
La palabra ‘habitó’ traduce el verbo griego eskénosen. El
verbo skenóo significa ‘plantar una tienda’, ‘plantar una carpa’. Pero no
cualquier carpa o tienda, sino la tienda que Yahveh mandó construir en el
desierto para que sirviera de Santuario, de Templo. Esta tienda-Santuario
del desierto se convertirá con Salomón en el Templo de piedra donde habitará
la gloria de Dios en forma de nube, que significaba la divinidad. Por eso es
que algunas Biblias traducen: “El Verbo se hizo carne y puso su Morada entre
nosotros”, Morada con mayúscula, porque Morada era otro nombre con que se
designaba al Templo. Bien podría traducirse: “Puso su Santuario entre
nosotros”.
En el Apocalipsis se confirma el sentido de este verbo
cuando San Juan habla de la ciudad celestial y donde el Señor ‘extenderá su
Santuario’ (skenósei): “Oí una voz grande, que del trono decía: He aquí el
tabernáculo de Dios entre los hombres, y erigirá su tabernáculo (skenósei)
entre ellos, y ellos serán su pueblo y el mismo Dios será con ellos”
(Apoc.21,3, traducción de Nacar Colunga). Aquí no queda lugar para otra
interpretación, ya que en la ciudad celestial no puede haber ninguna tienda
material.[2]
Este modo de expresarse es, de alguna manera, una
reduplicación de la expresión que el Verbo se hizo carne. Y esto es así
porque con la palabra Santuario se expresa que la humanidad de Jesús
encierra la divinidad, la naturaleza humana de Jesús está inundada por la
divinidad del Verbo, al igual que el santuario del AT había quedado lleno de
la presencia de la divinidad de Yahveh, manifestada sensiblemente a través
de la nube. O, dicho de otro modo, con la palabra Santuario se expresa que
la divinidad del Verbo está en la humanidad de Jesús. Es otro modo de
expresar la encarnación del Verbo.
De esta manera se introduce también, y se resalta, la idea
de sacralidad de la humanidad de Jesús, en cuanto que es el lugar donde
habita la divinidad. Por eso, de algún modo, con el verbo eskénosen se está
indicando también el final de la religión judaica y el inicio de una
religión nueva, única y definitiva, válida para todos los pueblos de la
tierra. Con esta expresión se está diciendo que el único lugar donde debe
rendirse culto es en la humanidad de Cristo y que, por lo tanto, ninguna
otra religión puede tener el sello de autenticidad sino aquella que rinde
culto a Cristo dentro de la Iglesia Católica (cf. Jn.4,23).[3]
Luego dice el evangelista que ellos contemplaron su ‘gloria’
(dóxa). La gloria de Dios es su divinidad. Así queda claro cuando la
‘gloria’ de Dios llena el templo de Salomón. En el templo de Jerusalén
habita indistintamente la ‘gloria’ y el ‘Nombre’ de Dios. Pero con el
término ‘Nombre’ se designa la naturaleza de Dios, es decir, su divinidad.
Por lo tanto, la ‘gloria’ de Dios es su divinidad.
Estamos ante una expresión sumamente audaz: nos está
diciendo que contemplaron la divinidad de Jesucristo. Sin embargo, la
Sagrada Escritura dice que ‘nadie puede ver a Dios y seguir viviendo’.
Además, en esta vida, es imposible acceder a la visión beatífica. ¿Por qué
dice San Juan, entonces, que contemplaron su gloria? Contemplaron su gloria
en la medida en que la naturaleza humana lo permite. No al modo de la visión
beatífica, pero sí con un conocimiento que es participación de la ciencia
divina: la virtud teologal de la fe y los dones del Espíritu Santo,
especialmente los dones de Sabiduría e Inteligencia. Y fue posible que,
estando ellos todavía en su condición mortal, contemplaran la gloria de Dios
porque la gloria de Dios se manifestó.
En efecto, ellos pudieron contemplar la gloria de Dios a
través de los signos. En primer lugar, los milagros. Cuando Jesucristo hizo
su primer milagro en las Bodas de Caná, allí se dice que ‘mostró su gloria y
los discípulos creyeron en Él’ (Jn.2,11). El milagro fue un signo de su
divinidad y, a través de él, los discípulos creyeron en su divinidad, es
decir, contemplaron su gloria.[4]
Además, los discípulos creyeron en su divinidad
(contemplaron su gloria) cuando lo vieron resucitado después de su pasión y
su muerte: “¡Señor mío, y Dios mío!” (Jn.20,28).
Cuando San Juan escribe este evangelio ya había celebrado
durante décadas la Eucaristía. Por eso, a través de los velos sacramentales,
también creyeron en su Presencia, en la presencia real de Cristo en la
Eucaristía, es decir, en su divinidad.
Pero el término que se usa para expresar que ‘contemplaron’
(etheasámetha) es un verbo que tiene algunas particularidades. Se trata del
verbo theáomai. Su sentido genérico es ‘ver’. Pero tiene tres matices
importantes que le dan otra fisonomía. En primer lugar, significa ‘examinar
con atención’. Además, significa una consideración maravillada, con
admiración y deseo. Finalmente, “destaca más especialmente la atención de la
persona que contempla”,[5] es decir, hace mención más a la actividad del
sujeto que al objeto sobre el cual se posa la mirada. Otros verbos, como
horáo y hideîn, centran su atención en el objeto del mirar o ver. Así, horáo
significa la acción sensible de ver con los ojos; y hideîn indica el conocer
el objeto. De esta manera, podemos decir, como resumen, que verbo theáomai
“significa una contemplación más intensa que los verbos ordinarios para ver,
una mirada cuidadosa y deliberada que interpreta a su objeto”.[6] Por eso el
verbo theáomai expresa una actividad más espiritual e interior al sujeto. De
esta manera se está indicando que las cualidades del contemplar están dadas
por el hábito de la virtud teologal de la fe y por los hábitos de los Dones
del Espíritu Santo.
Por todo esto, podemos darnos cuenta que se trata de un
verbo muy audaz, ya que el objeto de esta contemplación es la gloria del
Verbo Encarnado, su divinidad. Pareciera que la lengua humana no puede ir
más allá, pareciera que ya no se puede hablar de algo más profundo y
expresado con tanto realismo como es el hecho de que Dios se ha hecho
hombre, y que no se puede decir nada más audaz como lo es el que se diga que
los discípulos vieron la divinidad del Verbo Encarnado.[7] Sin embargo, en
su Primera Carta, San Juan va a seguir hablando del mismo tema. Él dice: “Lo
que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto
(heorákamen) con nuestros ojos, lo que contemplamos (etheasámetha) y tocaron
nuestras manos acerca de la Palabra (Lógos) de vida, (…) lo que hemos visto
(heorákamen) y oído, os lo anunciamos, para que también vosotros estéis en
comunión con nosotros. Y nosotros estamos en comunión con el Padre y con su
Hijo Jesucristo. Os escribimos esto para que nuestro gozo sea completo”
(1Jn.1,1.3-4). San Juan sigue insistiendo sobre el mismo tema y con las
mismas palabras que en el Prólogo. Dice que ha contemplado al Lógos, es
decir, que ha contemplado la divinidad del Lógos a través de los signos de
su presencia: lo que vieron sus ojos, lo que tocaron sus manos, lo que
oyeron sus oídos. Y todo esto con una finalidad: para anunciarlo a los
hombres, para que los hombres entren en comunión con Dios, con los miembros
de la Iglesia y alcancen así el gozo completo.
Por lo tanto, este contemplar la gloria del Verbo Encarnado,
no es algo que pueda limitarse a los apóstoles. “ ‘La vida se manifestó
?dice Juan (v. 2)?, y nosotros la hemos visto y damos testimonio y os
anunciamos la vida eterna’. Ciertamente nosotros hoy, después de 2.000 años
de la presencia física de Jesús en la tierra, no podemos tener la misma
experiencia que tuvo de Él Juan y los otros Apóstoles; y sin embargo también
nosotros, hoy, podemos y debemos ser sus testigos. ¿Y quién es el "testigo"?
Es aquel que ha estado "presente en los hechos", que ?por decirlo así? "ha
visto y tocado" lo que testimonia. Ha tenido un conocimiento directo,
experimental.
“Pero nosotros, después de 2.000 años, ¿cómo podemos tener tal conocimiento
de Cristo? ¿Cómo podemos, pues, "testimoniarlo"?
“Se dan hoy y se darán siempre, hasta el fin del mundo, como sabemos y como
nos recuerda el Concilio, varias formas de presencia de Cristo entre
nosotros: en la liturgia, en su Palabra, en el sacerdote, en el pequeño, en
el pobre... Hay que saber ver en estas presencias, "tener ojos para ver y
oídos para escuchar": con un conocimiento directo que es verdadera comunión
de vida. Comunión de vida con Él”.[8]
A partir del dato revelado, de la revelación divina, debo contemplar al
Verbo partiendo de la verdad que me enseña la Escritura. Y luego lanzarme a
contemplar a Cristo en sus signos por la fe y los Dones del Espíritu Santo:
en la Eucaristía, en la Sagrada Escritura, en la Palabra proclamada en la
celebración litúrgica, en el sacerdote, en toda acción litúrgica, en la
comunidad (“donde dos o más se reúnen en mi Nombre, allí estoy yo”),[9] en
el pequeño (“lo que hicisteis a uno de estos mis pequeños, conmigo lo
hicisteis”), en los niños, en el pobre (“tuve hambre y me disteis de
comer…”), etc.
Pidámosle a la Virgen María la gracia de estar llenos de la virtud teologal
de la fe y de los Dones del Espíritu Santo para poder ser testigos de la
gloria de Cristo para anunciarla al mundo que se muere de tristeza para que
se llene de gozo.
( P. José Antonio Marcone, I.V.E.)
Notas
[1]B. Juan Pablo II, Prólogo del Evangelio de San
Juan, Audiencia General
del día miércoles 3 de junio de 1987, nº 6.
[2] Al hablar de este modo San Juan también está
insinuando que la Iglesia,
en cuanto Cuerpo Místico de Cristo, también es
ese Santuario en el cual
habita la divinidad. Y las palabras del Prólogo
para indicar que el Verbo
habitó entre nosotros (en hemîn, es decir,
literalmente en nosotros)
insinúan que también el cristiano se convierte en
templo de la divinidad. De
manera que tenemos los tres niveles de ‘templo’:
el Verbo Encarnado, la
Iglesia Católica y el bautizado que está en
gracia de Dios. Por eso dice S.
Pablo: “¿No sabéis que vuestro cuerpo es templo
del Espíritu Santo?”
(1Cor.6,19).
[3] Una confirmación escriturística de que el
templo del AT es reemplazado
por la humanidad del Verbo Encarnado la tenemos
en el discurso de San
Esteban ante el Sanedrín (Hech.7,44-50).
[4] También en la Transfiguración San Juan vio la
gloria de Cristo.
[5] Diccionario Vine del NT.
[6] Ibidem.
[7] Pareciera que no puede haber en la Biblia un
versículo más profundo y
más audaz que éste donde se afirma la encarnación
de Dios y la contemplación
de la divinidad por parte del hombre. Sin
embargo, hay unos versículos que
continúan explicando y profundizando lo que este
versículo ya dijo:
1Jn.1,1-5.
[8]B. Juan Pablo II, El Misterio de la
Encarnación, Audiencia General del
día 21 de diciembre de 1988, nº 2.
[9] Nunca debemos perder de vista que una
comunidad sacerdotal como es esta
es una ‘comunidad de salvación’, es decir, una
comunidad que tiene todos los
elementos necesarios para que en ella se consume
la salvación de cada uno de
los miembros. Por eso, cada comunidad cristiana,
especialmente la
sacerdotal, tiene una consistencia teológica y,
por lo tanto, allí está
Cristo. Debemos aguzar nuestra inteligencia de la
fe para no perder de
vista esta verdad. Así podremos anunciarla a los
demás y hacerlos partícipes
del gozo que de ella se sigue.
Volver Arriba
Aplicación: Raniero Cantalamessa, OFM Cap - Meditación con motivo de
la Dedicación de la Basílica de San Juan de Letrán (2008)
¡Esta es la casa de Dios!
Este año, en lugar del XXXII domingo del tiempo ordinario, se celebra la
fiesta de la dedicación de la iglesia-madre de Roma, la Basílica de San Juan
de Letrán, dedicada en un primer momento al Salvador y después a San Juan
Bautista. ¿Qué representa para la liturgia y para la espiritualidad
cristiana la dedicación de una iglesia y la existencia misma de la iglesia,
entendida como lugar de culto? Tenemos que comenzar con las palabras del
Evangelio: "Pero llega la hora (ya estamos en ella) en que los adoradores
verdaderos adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque así quiere el
Padre que sean los que le adoren".
Jesús enseña que el templo de Dios es, en primer lugar, el corazón del
hombre que ha acogido su palabra. Hablando de sí y del Padre dice:
"vendremos a él, y haremos morada en él" (Juan 14, 23) y Pablo escribe a los
cristianos: "¿No sabéis que sois santuario de Dios?" (1 Corintios 3, 16).
Por tanto, el creyente es templo nuevo de Dios. Pero el lugar de la
presencia de Dios y de Cristo también se encuentra "donde están dos o tres
reunidos en mi nombre" (Mateo 18, 20). El Concilio Vaticano II llama a la
familia "iglesia doméstica" (Lumen Gentium, 11), es decir, un pequeño templo
de Dios, precisamente porque gracias al sacramento del matrimonio es, por
excelencia, el lugar en el que "dos o tres" están reunidos en su nombre.
¿Por qué, entonces, los cristianos damos tanta importancia a la iglesia, si
cada uno de nosotros puede adorar al Padre en espíritu y verdad en su propio
corazón o en su propia casa? ¿Por qué es obligatorio ir a la iglesia todos
los domingos? La respuesta es que Jesucristo no nos salva por separado; vino
a formar un pueblo, una comunidad de personas, en comunión con Él y entre
sí.
Lo que es la casa para una familia, lo es la iglesia para la familia de
Dios. No hay familia sin una casa. Una de las películas del neorrealismo
italiano que todavía recuerdo es "El techo" ("Il tetto"), escrita por Cesare
Zavattini y dirigida por Vittorio De Sica. Dos jóvenes, pobres y enamorados,
se casan, pero no tienen una casa. En las afueras de Roma tras la segunda
guerra mundial, inventan un sistema para construir una, luchando contra el
tiempo y la ley (si la construcción no llega hasta el techo, en la noche
será demolida). Cuando al final terminan el techo están seguros de que
tienen una casa y una intimidad propia, se abrazan felices; son una familia.
He visto repetirse esta historia en muchos barrios de ciudad, en pueblos y
aldeas, que no tenían una iglesia propia y que han tenido que construirse
una por su cuenta. La solidaridad, el entusiasmo, la alegría de trabajar
juntos con el sacerdote para dar a la comunidad un lugar de culto y de
encuentro son historias que valdría la pena llevar a la pantalla como en la
película de De Sica...
Ahora bien, tenemos que evocar también un fenómeno doloroso: el abandono en
masa de la participación en la iglesia y, por tanto, en la misa dominical.
Las estadísticas sobre la práctica religiosa son como para echarse a llorar.
Esto no quiere decir que quien no va a la iglesia haya perdido
necesariamente la fe; no, lo que sucede es que se sustituye a la religión
instituida por Cristo por la llamada religión "a la carta". En Estados
Unidos dicen "pick and choose", toma y escoge. Como en el supermercado.
Dejando la metáfora, cada quien se hace su propia idea de Dios, de la
oración y se queda tan tranquilo.
Se olvida, de este modo, que Dios se ha revelado en Cristo, que Cristo
predicó un Evangelio, que fundó una ekklesia, es decir, una asamblea de
llamados, que instituyó los sacramentos, como signos y transmisores de su
presencia y de su salvación. Ignorar todo esto para crear la propia imagen
de Dios expone al subjetivismo más radical. Uno deja de confrontarse con los
demás, sólo lo hace consigo mismo. En este caso, se verifica lo que decía el
filósofo Feuerbach: Dios queda reducido a la proyección de las propias
necesidades y deseos. Ya no es Dios quien crea al hombre a su imagen, sino
que el hombre crea un dios a su imagen. ¡Pero es un Dios que no salva!
Ciertamente una religiosidad conformada sólo por prácticas exteriores no
sirve de nada; Jesús se opone a ella en todo el Evangelio. Pero no hay
oposición entre la religión de los signos y de los sacramentos y la íntima,
personas; entre el rito y el espíritu. Los grandes genios religiosos
(pensemos en Agustín, Pascal, Kierkegaard, Manzoni) eran hombres de una
interioridad profunda y sumamente personal y, al mismo tiempo, estaban
integrados en una comunidad, iban a su iglesia, eran "practicantes".
En las Confesiones (VIII,2), san Agustín narra cómo tiene lugar al
conversión al paganismo del gran orador y filósofo romano Victorino. Al
convencerse de la verdad del cristianismo, decía al sacerdote Simpliciano:
"Ahora soy cristiano". Simpliciano le respondía: "No te creo hasta que te
vea en la iglesia de Cristo". El otro le preguntó: "Entonces, ¿son las
paredes las que nos hacen cristianos?". Y el tema quedó en el aire. Pero un
día Victorino leyó en el Evangelio la palabra de Cristo: "quien se
avergüence de mí y de mis palabras, de ése se avergonzará el Hijo del
hombre". Comprendió que el respeto humano, el miedo de lo que pudieran decir
sus colegas, le impedía ir a la iglesia. Fue a ver a Simpliciano y le dijo:
"Vamos a la iglesia, quiero hacerme cristiano". Creo que esta historia tiene
algo que decir hoy a más de una persona de cultura.
Óptica y acústica
El cristianismo es cuestión de óptica y acústica. De óptica, para
descubrir el rostro de Dios, a pesar de todos los disfraces con que se
presenta. De acústica, para recibir su mensaje, en cualquier longitud de
onda, desde cualquier estación emisora. Como dice un maestro del hasidismo
hebreo, el hombre es el lenguaje de Dios.
Cuando el primer astronauta Yuri Gagarin dijo que en su paseo por el espacio
no había tenido la fortuna de toparse con Dios, un sacerdote de Moscú
replicó: "Es natural. Si no lo has encontrado en la tierra, no lo
encontrarás jamás en el cielo". El que no reconoce a Dios en el hombre de la
calle, no encontrará a Dios en el templo, ni en su corazón, ni en este
mundo, ni en el otro.
El país de la alegría
Un maestro oriental indicaba un día a sus discípulos las fases por
las que había pasado en búsqueda de Dios.
- Primero Dios me condujo al país de la acción. Después me llevó al país de
la aflicción para purificar mi corazón de todo afecto desordenado. Luego
estuve en el país del amor, y sus ardientes llamas consumieron lo que me
quedaba de egoísmo. Más tarde llegué al país del silencio, donde se me
desvelaron los misterios de la vida y de la muerte.
- ¿Ésa fue la fase final? -le preguntaron los discípulos.
- No -respondió el maestro-. Un día me dijo Dios: "Hoy voy a llevarte al
altar más escondido del templo, al mismo corazón de Dios". Y fui conducido
al país de la alegría.
Esto recuerda el grito de los ángeles a los pastores: "Os anuncio un gran
gozo, os ha nacido el Salvador". Y a la Virgen María la llamamos en las
letanías causa de nuestra alegría.
LA VIRGEN ESTA EN LA IGLESIA
En un templo protestante había la antiquísima costumbre que todos
los que entraban hacía una inclinación hacia la derecha antes de dirigirse a
las bancas. Nadie sabía por qué! Hasta que renovaron la iglesia y
descubrieron debajo una capa de pintura un hermoso cuadro de la Virgen
María.
Oración es Escuchar
Le preguntaron a una anciano que rezaba horas y hora en el templo
parroquial, de qué le hablaba Dios en la oración. "Dios no habla, sólo
escucha" era la respuesta. "¿Y qué le dices tú?" "Yo tampoco hablo, sólo
escucho."