JOB CRISOL DE LA FE: 4. EL PAPIRO, LA TELARAÑA Y LA PLANTA TREPADORA 8,1-22 43
Comentario al libro de Job
Emiliano Jiménez Hernández
a) Dios no cambia las reglas del juego: 8,1-4 43
b) Los dos árboles: el malo y el bueno: 8,5-19 44
c) ¿Hechos o teoría?: 8,20-22 45
4. EL PAPIRO, LA TELARAÑA Y LA PLANTA TREPADORA
a) Dios no cambia las
reglas del juego
San Gregorio, con una comparación original, nos invita a no olvidar el
principio y el final de la historia, mientras asistimos al debate apasionado
de Job: "Cuando la mente del lector es agitada por las olas de los discursos
de Job, debe ponderar su peso atendiendo al comienzo y al final de la
historia. Pues el Juez eterno no pudo alabar al que iba a caer ni preferir
al que había caído. Por tanto si, sorprendidos por la ambigua tempestad,
consideramos el comienzo y el fin de la historia, la nave de nuestra mente
queda sujeta a proa y a popa con las cuerdas de su consideración y no
tropieza en escollos. No naufragaremos en la tormenta de nuestra ignorancia
si nos refugiamos en el puerto tranquilo del juicio celeste. Job dice cosas
que provocan preguntas graves, pero ¿quién no se atreverá a declarar recto
lo que suena recto en los oídos de Dios?".
La ambigüedad de algunas expresiones de Job, retorciendo textos venerables
de la Escritura, y su audacia al dirigirse a Dios con un interrogatorio
provocan el asombro y suscitan las preguntas a que alude San Gregorio. Job
nos describe al hombre como ser frágil, que se cansa cumpliendo el duro
servicio de su vida y reclama el descanso de sus fatigas. Si fuera un
mineral o una roca podría resistir sin descanso. Pero Job, aplastado por el
sufrimiento atroz que pesa sobre sus espaldas, no es una roca. Pide que cese
el dolor y le llegue el descanso. Su fragilidad ha llegado al límite. El día
pasa como un soplo y la noche es larga, pero angustiosa como una pesadilla.
Desea acostarse en la noche y no ver el amanecer. Con desesperación grita a
Dios, que le está apretando el cuello, que afloje un momento el peso de su
mano y le deje respirar, o que le apriete hasta ahogarlo, apresurando su
muerte. Dios lanza contra él sus flechas, como si fuera su enemigo (Sal
18,15; 64,8; 144,6): "Tus flechas se me han clavado, tu mano pesa sobre mí"
(Sal 38,3). Lo grita el salmista en su oración, confesando su culpa. Job lo
grita sin confesar su culpa, porque no se siente culpable y no puede elevar
a Dios una oración falsa.
Los tres amigos han llegado, tras un largo camino, para "compartir la pena
de Job y consolarlo" (2,11), pero "sobrecogidos de espanto", "se asustan".
Perciben que el abismo de la angustia de Job es demasiado vertiginoso como
para que, al intentar rescatarlo de la pendiente por la que se precipita, no
corran ellos el riesgo de precipitarse en el abismo con él. Job les implora:
"¡piedad, piedad de mí, amigos míos!" (19,21) y su grito no tiene eco. Los
amigos no están dispuestos a aliviarlo, sino que se distancian de él. El
hedor del aliento de Job es tan repugnante que hasta su mujer retrocede ante
él.
Job intenta llevar las aguas a su experiencia personal de sufrimiento, pero
Bildad se alza contra las experiencias personales, que no tienen
consistencia "pues nosotros somos de ayer y no sabemos nada" (8,9): "¿Hasta
cuándo estarás hablando de ese modo, y un gran viento serán las razones de
tu boca?" (8,2). Bildad, ante el huracán de palabras de Job, responde
enunciando un principio, para él incontrovertible: Dios es siempre justo,
castiga a los malos y premia a los buenos. Bildad se apoya en la tradición,
en la lección aprendida, donde encuentra el binomio fidelidad-bendición e
infidelidad-maldición, pues Dios, siendo plenamente fiel, no cambia las
reglas del juego: "¿Acaso Dios tuerce el derecho, Sadday pervierte la
justicia?" (8,3).
Desde sus principios aprendidos, Bildad desciende al caso particular de Job:
sus hijos han muerto por su infidelidad a la alianza. Con justicia ha
infligido el castigo final a tus hijos: "Si tus hijos pecaron contra él, ya
los entregó en poder de sus delitos" (8,4). A ti, en cambio, te ha castigado
dejándote un tiempo para pedir perdón y convertirte. La fuerza del principio
de Bildad revela la debilidad de su razonamiento. Con el principio quiere
explicar los hechos, pero los hechos cuestionan el principio. Para defender
la justicia de Dios, Bildad pronuncia un juicio injusto contra los hijos y
contra Job.
b) Los dos árboles: el
malo y el bueno
Bildad repite la teoría de la retribución hasta la monotonía, lo mismo que
se hace pesado y monótono el mal. Bildad siente el viento de pasión que
agita el alma de Job. Pero sus palabras le parecen viento por falta de
contenido. El le invita a que no se justifique porque, justificándose a sí,
condena a Dios, dando a entender que Dios condena sin culpa. Y como Dios no
es injusto, es necesario que Job se reconozca culpable, pues es evidente que
Dios le está afligiendo y azotando por sus culpas. Bildad desdobla el
principio en las dos vertientes clásicas de la retribución, para buenos y
malos. Mientras los malos son árbol que se seca, como los hijos, el bueno
puede disfrutar de nuevo del favor de Dios.
Afirmada su tesis, Bildad invita a Job a la conversión, fuente de bendición
y de transformación de la situación presente. Si Job acepta su palabra,
Bildad le promete que la alegría volverá a brillar en su vida. Para Bildad,
como para Elifaz, el hombre se gana la bendición de Dios con sus obras. Dios
es sólo el garante y ejecutor del premio o del castigo. Con este
razonamiento Bildad intenta meter a Job en el camino de la religiosidad
interesada. Está colaborando con Satán y con la mujer de Job. Esta decía:
"maldice a Dios y muere"; Bildad dice: "súplica a Dios y alégrate". Por
sendas paralelas quieren llevar a Job al mismo sitio. La doctrina
tradicional sobre la justicia de Dios en forma de retribución está más cerca
de Satán que del verdadero Dios. Al final, Dios concederá gratuitamente el
futuro de felicidad que Bildad promete como fruto de las obras que propone a
Job: "Mas si tú recurres a Dios e imploras a Sadday, si eres irreprochable y
recto, desde ahora él velará sobre ti y restaurará tu morada de justicia. Tu
pasado parecerá insignificante el lado de tu espléndido futuro" (8,5-7). El
continuo mensaje bíblico: "Dios te ama y se interesa por ti", Bildad lo
cambia en: "Interésate de Dios y él te amará".
Las palabras de Bildad nos traen el eco de la protesta de Abraham: "¡Lejos
de ti hacer tal cosa! Matar al inocente con el culpable, confundiendo al uno
con el otro, ¡lejos de ti! El juez de todo el mundo, ¿no hará justicia?" (Gn
18,25). Pero Abraham intercede por buenos y malos. Quiere que Dios salve a
toda la ciudad en atención a diez justos. Bildad, en cambio, no siente
compasión, busca defender el principio, sin que le importen las personas. Lo
único incompatible con Dios es condenar a quien no merece castigo, pero sí
puede salvar al culpable: "Tú eres justo, gobiernas el universo con justicia
y consideras incompatible con tu poder condenar a quien no merece castigo.
Tu fuerza es el principio de tu justicia y tu señorío sobre todos los seres
te hace indulgente con todos ellos. Ostentas tu fuerza a los que no creen en
la plenitud de tu poder, y confundes la audacia de los que la conocen. Dueño
de tu fuerza, juzgas con moderación y nos gobiernas con mucha indulgencia
porque, con sólo quererlo, lo puedes todo" (Sb 12,15-18).
Para convencer a Job, Bildad recurre a la tradición aureolada de lejanía y
acreditada con el pasar de los años: "Pregunta a las generaciones pasadas,
medita en la experiencia de tus padres. Nosotros somos de ayer y no sabemos
nada, nuestros días son una sombra en la tierra. Pero ellos te instruirán y
te hablarán con palabras sacadas del corazón" (8,8-10). Bildad ilustra la
tesis sacada de la tradición con tres bellas comparaciones vegetales: el
papiro, la tela de araña y la planta trepadora. Tanto el papiro, fuerte,
como el junco, débil, imágenes del malvado, mueren irremediablemente:
"¿Brota acaso el papiro sin marismas? ¿Crece sin agua el junco? Aún en su
verdor, sin ser cortado, se marchita antes que toda otra hierba. Tal es el
fin de los que olvidan a Dios, así fenece la esperanza del impío. Su
confianza es un hilo solamente, su seguridad una tela de araña. Se apoya en
su morada, y no le aguanta, se agarra a ella y no resiste. Bien regado ante
la faz del sol, por encima de su huerto salían sus renuevos. Sobre un majano
entrelazadas sus raíces, vivía en una casa de piedra. Mas cuando se le
arranca de su sitio, éste le niega: ¡No te he visto jamás! Y vedle ya cómo
se pudre en el camino, mientras que del suelo brotan otros" (8,11-19).
Sin el fluir continuo del agua del cenagal el papiro no puede crecer; sin
agua se vuelve amarillento y se seca. Así se seca el pecador, sin la linfa
del temor de Dios que lo alimentaba. La casa del impío se derrumba con la
misma facilidad de una tela de araña. Es la casa construida sobre arena,
frondosa como la planta trepadora, pero que se seca al querer transplantarla
a otro sitio. El pecador desarraigado de Dios no haya donde echar raíces. Su
vida se desploma.
c) ¿Hechos o teoría?
Y, para concluir, Bildad, encarándole directamente, insinúa que Job se halla
entre los impíos. El sentido religioso es savia para el hombre. Si el hombre
corta con Dios, con el olvido de él, se seca sin necesidad de castigo, sin
que lo arranquen muere. La telaraña de la morada del hombre se desgarra, al
no poder sostener por sí misma el peso de la vida. A la suerte de los
malvados Bildad contrapone el destino de los justos. Con ello recuerda a Job
que Dios, fiel en el castigo, lo es también en el premio, invitándole a
cambiar de bando: "No, Dios no rechaza al justo, ni da la mano a los
malvados. Puede aún llenar tu boca de risas y tus labios del clamor de
júbilo. Tus enemigos serán cubiertos de vergüenza, y desaparecerá la tienda
de los malvados" (8,20-22). Con palabras de la Escritura, también Bildad se
ha aliado con Satanás: "¿Acaso Job teme a Dios por nada?".
Sin necesidad de cambiar de bando, al final asistiremos al canto de Job,
semejante al de los cautivos de Babilonia volviendo a Sión: "Cuando Yahveh
hizo volver a los cautivos de Sión, nos parecía soñar: la boca se nos llenó
de risas, y nuestros labios de cantos de alegría. Hasta las naciones decían:
¡Grandes cosas ha hecho Yahveh con éstos!" (Sal 126,1-2).
Job y sus amigos no pueden entenderse. Job reconoce su finitud, como la de
todo hombre. Es el único punto en que concuerdan. Pero no puede aceptar que
deduzcan su culpabilidad de sus sufrimientos. Mientras los amigos le hablan
de transgresión, Job replica que es él quien es objeto de la agresión de
Dios. Mientras Job rechaza la teoría de la retribución en nombre de su
experiencia personal, los amigos, sin darle el mínimo crédito, están
dispuestos a sacrificar la evidencia de los hechos en aras de la coherencia
de su sistema. Su negativa a mirar al hombre en la verdad de su condición
los vuelve ciegos ante los designios de Dios.
Job, por un instante, se volverá a sus tres amigos para buscar en ellos la
simpatía que Dios parece negarle: "¡Piedad, piedad de mí, vosotros mis
amigos, que es la mano de Dios la que me ha herido!" (19,21). Pero es
difícil llegar al hombre y consolarle. Se pronuncian palabras, pero al final
el dolor sigue ahí. Los amigos empiezan sentándose en tierra con él, en
silencio. Pero después se pondrán a discutir con él y cuanto más hablan más
se distancian. Su palabra llega a los oídos de Job desde lejos. Llegan con
sus evidencias y sus certezas, con los argumentos de quienes saben de
antemano la respuesta a todo y proponen su consuelo sin haber escuchado las
quejas. Para ellos, el sufrimiento de Job se reduce a un caso particular del
principio general y no debe escapar a la conocida teoría de la retribución.
Si Job sufre es que ha pecado. Si es probado es porque ha sido reprobado.
¡Que se convierta y todo volverá a estar en orden!
Los tres amigos, en vez de ponerse ante Dios al lado de Job para entrar en
el sufrimiento como él lo vive, se sitúan de antemano al lado de Dios y se
arrogan el derecho de hablar en su nombre. "¡Máximas de ceniza son vuestras
sentencias, respuestas de barro!", les replica Job, "no hacéis más que
enjalbegar con mentiras, ¡matasanos! ¡Ojalá os callarais todos y
demostrarais así que sois sabios" (13,12.4-5). Caminar con Job hasta el
borde de la rebeldía, aceptar mirar con él la angustia cara a cara, sería
para los tres amigos arriesgar su fe cómoda, que poseen con demasiado
orgullo. Job tendrá que renunciar al espejismo de la amistad: "Me han
defraudado lo mismo que el lecho de torrentes turbios de aguas de hielo,
sobre los que se disuelve la nieve, pero que en tiempo de estiaje se
evaporan. En ellos esperan las caravanas del desierto. Pero se ve defraudada
su confianza; al llegar quedan confundidos. Así sois ahora vosotros para mí:
veis algo horrible y os asustáis" (6,15-21).