De temporibus novissimis - De los Últimos Tiempos (José de Acosta): Libro Cuarto
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LIBRO CUARTO
El día del Señor vendrá de manera repentina o más bien de manera
vehementemente temida.
Capítulo I.
Se presenta la opinión del D. Agustín respecto a la pregunta analizada.
Capítulo II.
La exposición de la cuestión anterior: cómo es posible que el último día sea
incierto y, sin embargo, temido y hasta previsto.
Capítulo III.
Confrontación y armonización de los pasajes de la Escritura que se
contradicen. Se demostrará que para los malos la venida del Señor es
improvista pero para los buenos nunca lo es.
Capítulo IV.
Los santos y sabios deducen con certeza de la llegada del Anticristo y de
Elías que es inminente el juicio.
Capítulo V
Los impíos tampoco después de la supresión del Anticristo esperarán en modo
alguno el juicio.
Capítulo VI
Cuáles serán las circunstancias futuras del juicio inminente y cuáles los
signos celestes correspondientes.
Capítulo VII.
De los demás prodigios que sucederán entonces en la tierra y en los demás
elementos.
Capítulo VIII.
Algunos Padres opinan que la sustancia del cielo se consumirá por aquel
fuego extremo.
Capítulo IX.
La sustancia del cielo es perpetua. Sus elementos no perecerán en el último
incendio, más bien serán transformados.
Capítulo X.
Se dará la conflagración futura antes de la resurrección de los muertos.
Capítulo XI.
Respuesta a las razones aportadas respecto al fuego futuro ante la
resurrección.
Capítulo XII
El lugar del juicio futuro en el valle de Josafat según el profeta Joel.
Capítulo XIII.
El ilustre vaticinio de Zacarías sobre el lugar del juicio.
Capítulo XIV
Algunos opinan que Cristo vendrá a medianoche, otros piensan que vendrá de
madrugada.
Capítulo XV.
Del signo del hijo del hombre que aparecerá.
Capítulo XVI
DE LA TROMPETA FINAL
Capítulo XVII
Del ministerio de los ángeles en la resurrección general.
Capítulo XVIII
En el momento de la venida de Cristo para el juicio ¿se encontrarán algunos
que aun no han muerto?
Capítulo XIX
Habrá algunos sobrevivientes cuando Cristo venga. Se puede defender sin
peligro para la fe que sin morir serán transformados.
Capítulo XX.
Se ajusta más a la Escritura que también aquellos que encontrará Cristo en
vida, en el arrebatamiento mismo y no antes serán transformados
interviniendo la muerte.
Capítulo XXI.
El orden de las cosas que se dan en el último día, nadie definitivamente lo
puede saber ahora. Algo por mientras puede parecer muy probable.
Capítulo XXII
Cómo serán juzgados los hombres y abiertos los libros en el juicio.
Capítulo XXIII.
En el día del juicio se ha de publicar lo escondido de todos, también los
pasos de los justos.
Capítulo XXIV
Acerca de la problemática especial en el juicio respecto a las obras de
misericordia.
Capítulo XXV.
Aunque todos han de ser juzgado, algunos juzgarán y también algunos han de
ser juzgados antes que los demás.
Capítulo XXVI.
El día del Señor vendrá de manera
repentina
o más bien de manera
vehementemente temida.
Capítulo I.
Ya que la verdad no puede ser
contraria a la verdad y puesto que el principio de todas las palabras
divinas es la verdad inamovible, cuando ocurre en las sagradas letras, como
frecuentemente sucede, que parece que entre ellas se contradicen, entonces
es necesario que provoquen y ejercen nuestro estudio acerca de cómo es la
coherencia de las cosas que se creen contradictorias y, con la ayuda del
Espíritu Santo, encontramos enseñanzas con mayor abundancia y podemos
contemplarlas con mayor deleite. Es una característica la investigación de
la verdad que cuanto más difícil es mayor claridad brinda.
Respecto a aquel día supremo las
divinas escrituras nos transmiten muchas cosas. Con todo, parecen que se
contradicen.
En primer lugar
[p. 566] es cuestión
acerca de si el día del juicio vendrá de una manera repentina e inesperada o
si, más bien, es esperado y temido angustiosamente por los mortales. Luego
surge la pregunta si los encontrará vivos para que ellos, junto con los que
han muerto sean llamados ante el tribunal de Cristo, o que antes morirán
todos y luego viene el juicio. Además hay que dilucidar qué habrá que opinar
respecto a la conflagración del mundo, enseñada por
Es muy
laborioso desatar el nudo
de estas otras cuestiones
relacionadas a causa de una gran oscuridad en los escritos de los santos
Padres y a causa de lo variado de los testimonios de las Escrituras. Sin
embargo, pienso que Dios mediante podemos alcanzar el conocimiento de la
verdad respectiva. Realizarlo será bastante útil.
Pues existen muchos y muy claros
documentos que aquel día
terrible anunciado tantas veces con oráculos celestiales a causa de la
brutalidad inmensa de los
hombres avasallará de manera inesperada y súbita a los que no temen nada de
este tipo. En Mateo el mismo Cristo
habla de esta manera: Mas de aquel día y hora, nadie sabe nada, ni
los ángeles de los cielos, ni el Hijo, sino sólo el Padre. «Como en los días
de Noé, así será la venida del Hijo del hombre. Porque como en los días que
precedieron al diluvio, comían, bebían, tomaban mujer o marido, hasta el día
en que entró Noé en el arca, y no se dieron cuenta hasta que vino el diluvio
y los arrastró a todos, así será también la venida del Hijo del hombre[1].
Y en Lucas en el mismo discurso: Guardaos de que no se hagan pesados
vuestros corazones por el libertinaje, por la embriaguez y por las
preocupaciones de la vida, y venga aquel Día de improviso sobre vosotros,
como un lazo; porque vendrá sobre todos los que habitan toda la faz de la
tierra[2].
También Pedro en la segunda epístola y Juan en el libro del Apocalipsis
anuncian el día del Señor como que vendrá como ladrón a escondidas y de
improviso[3].
También Pablo añade una ejemplo característico a la comparación
con el
ladrón,
[p. 567] para subrayar aún más lo incierto de aquel
día. Dice: En lo que se refiere al tiempo y al momento, hermanos, no
tenéis necesidad que os escribamos. Vosotros mismos sabéis perfectamente que
el Día del Señor ha de venir como un ladrón en la noche. Cuando digan: «Paz
y seguridad», entonces mismo, de repente, vendrá sobre ellos la ruina, como
los dolores de parto a la que está encinta; y no escaparán[4].
No se ha podido demostrar con mayor
contundencia la venida inesperada de aquel día significado con tantos y tan
ilustres ejemplos como son el súbito dolor del parto o el silencioso robo
del ladrón o la trampa escondida para capturar los animales, finalmente las
comparaciones con el diluvio que
sorprendió a los hombres infelices en todas partes para que se ponga ante
nuestros ojos para vencer nuestra indolencia ignavia.
Sin embargo, otros testimonios no de
menor cantidad ni con menos claridad declaran que aquel día ha de ser
esperado y vehementemente temido y que vendrá sobre todos los mortales. Por
ejemplo, en el mismo discurso de Cristo de donde hemos sacado la anterior
leemos hasta algo que es contrario: Habrá señales en el sol, en la luna y
en las estrellas; y en la tierra, angustia de las gentes, perplejas por el
estruendo del mar y de las olas, muriéndose los hombres de terror y de
ansiedad por las cosas que vendrán sobre el mundo[5].
Pregunto: ¿Cómo puede ser inesperado el día que los aterrorizados mortales
esperan con tanto terror que hasta que se mueren de miedo y de expectativa
para que se desvanezcan por la ansiedad tan grande? Esto lo anuncia también
Isaías: Por eso todas las manos decaen y todo corazón humano se derrite.
Se empavorecen, angustias y apuros les sobrecogen, cual parturienta se
duelen. Cada cual se asusta de su prójimo. Son los suyos rostros llameantes.[6]
Enseguida añade para explicar por qué hay tanto dolor y amargura:
He aquí que el Día de. Señor viene implacable, lleno de arrebato, del ardor
de su ira[7].
Lo mismo se da en Mateo: Entonces aparecerá en el cielo la señal del Hijo
del hombre; y entonces se golpearán el pecho todas las razas de la tierra[8].
[p. 568] Eso mismo lo explica Jesús cargando la cruz a las mujeres que
se lamentan piadosamente:
Entonces se pondrán a decir a los montes: ¡Caed sobre nosotros! Y a las
colinas: ¡Cubridnos![9]
De este extrema conturbación ha escrito Isaías: Entrarán en las
grietas de las peñas y en las hendiduras de la tierra, lejos de la presencia
pavorosa de del Señor y del esplendor de su majestad, cuando él se alce para
hacer temblar la tierra[10].Proclaman
algo parecido Amos y Oseas[11].
Sería muy largo citarlo todo. En lugar de muchas será suficiente una
referencia tomada del libro de la Sabiduría[12]
de que todo el orbe luchará por el Señor, es decir, todos los elementos y
todas las regiones del cielo como los secuaces armados de su ira de juez
manifestarán de con nuevas y terribles presencias. Si esto es así, ¿cuál
podrá ser la seguridad para los infelices? ¿Cómo podría ser su ignorancia
cuando todas estas cosas horribles los atacan?
Se presenta la opinión del D. Agustín respecto a la pregunta analizada.
Capítulo II.
Ocupándose Agustín de esta cuestión y
tratando de conciliar los pasajes aparentemente contradictorias del
Finalmente todas aquellas cosas que
dice el Salvador en aquel discurso en parte se ha cumplido en la destrucción
de Jerusalén y parte también se cumple a diario en
Por eso no hay que admirarse que los
hombres, entregados a los placeres, no temen nada de todo ello y de repente
irrumpe sobre ellos la ira de Dios como en aquel entonces azufre y granizo
sobre Sodoma y Gomorra, el diluvio invadió el orbe[14]
como el ladrón inesperado la casa. Esta opinión, la de aquel bienaventurado
Padre (Agustín), la apoyan así los posteriores y sin embargo creen que tener
proponer otra que a lo mejor no están así de acuerdo[15].
A mí personalmente me inquietan muchas
cosas. En primer lugar,
Entonces aparecerán aquellos terribles
signos en el cielo, en la tierra y en los demás elementos antes que vengo de
Juez del cielo. Esto consta a partir del mismo contexto del evangelio y
también de otros muchos pasajes de la Escritura. Pues se manifestará la
conturbación de los cuerpos celestes ya que se predicen signos en el sol, en
la luna y en la estrellas. Por ello que las potencias de ellos se
conmoverán. En el mar habrá ruidos y una abundancia de las corrientes más
allá de lo acostumbrado. Pedro lo explica claramente que se trata de
fenómenos físicos: El Día del Señor llegará como un ladrón; en aquel día,
los cielos, con ruido ensordecedor, se desharán; los elementos, abrasados,
se disolverán, y la tierra y cuanto ella encierra se consumirá[21].
También el libro de
Esto los vaticina el profeta contra
los hipócritas y los falsos cristianos
[p. 571] en
la última calamidad del
orbe. Ahora bien, si queremos
aceptar todo como tropología referente a lo que se predice de la magnitud
de los signos y prodigios de aquel último cataclismo del mundo no
escuchamos a la historia tal como es narrada de manera histórica, entonces
sucederá simplemente que toda aquel recuerdo para compungir los ánimos de
los humanos –esto es acción del Espíritu Santo- lo enfría en un modo
admirable.
Por eso no se ha de mantener la
opinión común de los Padres respecto al acontecimiento real e histórico de
aquellas cosas terribles que se leen en el evangelio y en los profetas sino
también la convicción firmemente grabada en el corazón de todos los fieles.
Con esto no rechazamos la exposición
útil y piadosa de Agustín[24]
y de Orígenes, sino la abrazamos más bien y la veneramos mientras se
mantenga firme en su base el sentido histórico. Pues, lo que ha movido a
Agustín no creemos que sean los signos de la venida del Señor como algo
admirable e inaudito, lo que frecuentemente se encuentran en otros escritos
y los cuales, como él dice, se leen donde los paganos
cosas de mayor envergadura. Esto, digo yo, no me importa mucho y
pienso que todo aquello que verdaderamente ha sucedido o artificiosamente se
ha inventado serán muchísimo inferiores a los signos grandes y admirables
del último tiempo. De ello se encuentra descrito tanto
en el libro de
Capítulo III.
Para que entendamos llanamente cómo
será que el último día del juicio será oculto y irrumpa inesperadamente en
el mundo y que al mismo tiempo encontrará ante ese día a los hombres casi
exánimes de pavor y terror, es
menester tener presente que de esta misma manera las divinas letras hablan
de un incierto e inesperado final de esta vida de cualquiera de nosotros.
[p.
572] Por eso, conviene que estemos preparados para aquel extremo momento
del tiempo del cual depende la eternidad. Así
Cristo corrige y exhorta al ángel de Sardes, es decir, al obispo:
guarda la palabra y
arrepiéntete. Porque, si no estás en vela, vendré como ladrón, y no sabrás a
qué hora vendré sobre ti[25].
No hay duda, esto lo dice de su muerte y no de la destrucción del universo.
También Salomón habla de la misma manera: Porque, además, el
hombre ignora su momento: como peces apresados en la red, como pájaros
presos en el cepo, así son tratados los humanos por el infortunio cuando les
cae encima de improviso[26].
De estos pasajes se evidencia suficientemente que
la comparación del ladrón y de la red se puede acomodar igualmente a
la muerte de cada individuo como al juicio de todos y eso se acomoda en las
sagradas letras. De esta manera significa el fin inesperado de ambos.
No menos enseñó muchas cosas el mismo Cristo cuando hablaba del fin
del mundo y de su venida para el juicio; nos amonestó que todos deberíamos
vigilar ya que no sabemos ni el día ni la hora de su venida para que no nos
encuentre negligentes[27].
Nadie es tan inepto que no comprenda
lo que se dice del fin de cada uno. En otro pasaje Lucas lo explica de una
manera más detallado cuando presenta la parábola de los siervos en espera
del regreso de su amo y del cuidado del padre de familia que se cuida de las
malas intenciones del ladrón que intenta horadar. Al final dice: También
vosotros estad preparados, porque en el momento que no penséis, vendrá el
Hijo del hombre[28].
Creyó conveniente añadir además respecto a la venida de manera que pensemos
en nuestra muerte al responder a la pregunta de Pedro si lo dicho se refiere
a todos en común que ciertamente a todos aterrándonos con la parábola del
siervo comilón y flojo: … vendrá el señor de aquel siervo el día que no
espera y en el momento que no sabe, le separará y le señalará su suerte
entre los infieles[29].
Pero, ¿para qué me detengo en un
argumento tan evidente? ¿Qué más conocido lo del proverbio del vulgo:
[p.
573] nada más cierto que la muerte y nada más
incierto que la hora de la
muerte? ¿Acaso alguien ignora que aunque la hora de la muerte sea incierta,
con todo puede por ciertos indicios que de alguna manera pertenecen a la
muerte misma y por eso puede anticiparla? Cuando
hay frecuente hipo, la respiración entrecortada, los ojos errantes y
calurosos, el ronquido nasal contorsionado, el rigor de los pies y de los
huesos, los brazos caídos y, finalmente una gran agitación de todo el cuerpo
humano como de una máquina descompuesta. Y ciertamente el que
experimenta esto en su propia persona o lo ve en otro con todo
derecho puede pronunciarse sobre la certeza de la muerte. Puede angustiarse,
puede aterrorizado y sobrecogido esperar lo extremo. ¿Es posible decir lo
siguiente? ¿Acaso no es inevitable que se estremezca grandemente y tema
vehementemente si tiene algo de corazón, si es humano y no un animal o un
ángel revestido de carne superior al hombre? ¿Acaso no demuestran las
divinas Escrituras ese pavor de los impíos de cara a su final, la tormenta
gravísima de miedo y de angustia que les anuncia ese más repentino e
inesperado? También yo me reiré de
vuestra desgracia, me burlaré cuando llegue vuestro espanto, cuando llegue,
como huracán, vuestro espanto, vuestra desgracia sobrevenga como torbellino,
cuando os alcancen la angustia y la tribulación[30].
Pues, la repentina calamidad y la desgracia sobrevenida fulminantemente
habrá un momento tal de angustia y terror que antes han temido que entonces
invoquen a Dios pero no serán escuchados. No es otra cosa que lo que
recuerda el mismo autor en el Eclesiastés respecto al fragor de la muerte
instantánea y del estremecimiento de todo el domicilio humano en general
cuando recuerda el tiempo de
aflicción, los días odiosos, el oscurecimiento del sol, de la luna y de las
estrellas, cuando tiemblen los guardas de palacio y se doblen los
guerreros[31],
cuando temerán las alturas y tendrán miedo en el camino. De la misma manera
[p. 574] El día de la muerte es incierto y la hora desconocida. Sin embargo,
los mismos preanuncios del instante son tales que hasta aterren hasta al más
fuerte. No hay necesidad que atravesado por un lanza sucumban en el acto o
que sean destruidos por un mal apopléjico del
cerebro o la mole del techo aplaste al dormido o, en fin, ese sufra
algo de manera que aquel fenece
entrando al sopor de la muerte, para que real y claramente podamos afirmar
que para el hombre el día de la muerte sea incierto.
Pues, las causas de la misma muerte,
se la enfermedad sea heridas sea cualquier otra cosa causan incertidumbre.
Si acaecen de de esta manera de
manera que evidencian manifiestamente la muerte se entienden como
pertenecientes ya a la muerte.
Habiendo expuesto
esto, será fácil entender que aquellos signos horribles que preceden
el día del juicio habrán de golpear a todo el género humano con miedo y
perturbación. Sin embargo, el día del Señor no lo conocerá hombre alguno ya
que a los pecadores y a los que banquetean seguros ni temen algo inesperado
los afectará de manera súbita. La convulsión de toda la naturaleza y la
horrenda conmoción de la tierra y del mar que precede muy próximamente
vendrá totalmente inesperada. Y aunque todos estos portentos entrañan una
breve demora y
a partir de los cuales indudablemente se conoce el fin del universo,
se puede decir con todo derecho que la ruina de los impíos será repentina ya
que estas terribles cosas pertenecen ya a la destrucción misma y han de
considerarse a como en cierto sentido concomitantes a la venida del juez y
así se enumeran junto con la llegada del juez.
Capítulo IV.
Esta razón para explicar las divinas
letras aunque el renombre de muchos Padres ilustres hace que sea muy
probable, personalmente[32],
sin embargo, si no me equivoco, la misma Escritura
[ p.
575] lo demuestra.
Pues al proponer Pablo la símil de la
parturienta, Pablo demuestra abundantemente que los dolores y las
contorsiones asaltan a la parturienta de manera repentina y con seguridad
anuncian que el parto está ya inminente[33].
De la misma manera los hombres perturbados por la conmoción repentina de
todas las cosas, estarán en la expectativa de la pronta venida del Señor.
Sin embargo, los oprimidos por estas angustias estarán con una tal carencia
de inteligencia ya que han sido
confundidos por ese horror increíble que no estarán en capacidad de aplicar
ningún consejo saludable. Esto lo indica con suficiente claridad
el clamor aquel a medianoche que el esposo está llegando, también las
lámparas vacías de las vírgenes necias que no podrán estar a tiempo[34].
El mismo relato del diluvio de Noé ilumina el tema. Tampoco el diluvio en un
instante absorbió el orbe sino fue la irrupción de lluvias vehementísimas e
interminables que finalmente consumieron a los mortales que corrían de aquí
por allá y muy tarde buscaban como fugar.
De esta manera cuando se contemplen
estos atroces acontecimientos llenos de terror, Cristo nos dice que en ese
momento deberíamos saber que
está a la puerta. También hay que tener presente con precisión aquello que
aunque grandes terrores precedan el día del Señor, aterrarán a los impíos
y estarán sobrecogidos por esa misma expectación de su ruina, sin
embargo, ni entonces las divinas letras expresan que de ninguna manera ellos
saben de qué se trata ni esperan la venida del Señor.
En cambio, aquellos que se prepararon
para ir al encuentro del Señor que viene, y aunque no sepan ni el día ni la
hora y todo lo demás, las Escrituras creen que no son inconscientes ni
imprudentes de cara a la venida súbita y por eso estarán vigilantes como si
supieran al mismo tiempo que sucederá. Por eso Pablo
cuando enseña referente a la venida del Señor que vendrá como un
ladrón de manera inesperada añadió lo siguiente: Pero vosotros, hermanos,
no vivís en la oscuridad, para que ese Día os sorprenda como ladrón[35],
De esta manera sucede que para el
justo no habrá una muerte repentina y al impío no habrá muerte prevista.
Pues aquel que no se ha preparado, como conviene, de ninguna manera podrá
considerarse
[ p.
576] como quien haya sabido de antemano su muerto aunque a
diario y con angustia trate de encontrar la seguridad de la muerte que
amenaza. En cambio, aquel que realmente se ha preparado de manera tal que su
futura muerte ha anticipado haciendo el bien y vigilando, ciertamente, de
ninguna manera será inesperada
ni la recibirá como algo malo aunque fuera
quizás sacado de manera repentina de entre los humanos.
Como dice
Capítulo V
Aunque crea que se ha
logrado conciliar satisfactoriamente, como dijimos, los pasajes de
Admitamos que los días desde la
destrucción de aquel hasta el fin del siglo serán definidos como 45. Esto lo
opinan el D. Jerónimo[46]
y Ruperto Tuitiense[47].
Es más, las mismas palabras del profeta parecen expresarlo. Dice:
Contando desde el momento en que sea abolido el sacrificio perpetuo e
instalada la abominación de la desolación: mil doscientos noventa días[48].
Todos están de acuerdo que este intervalo de tiempo se refiere al reino del
Anticristo. Por eso dice seguidamente: Dichoso aquel que sepa esperar y
alcance mil trescientos treinta y cinco días[49].
Pregunto: ¿De qué bienaventuranza se habla aquí sino de la de aquel quien
[pg. 578] sobrevive los 45 desde la muerte de aquel pestífero si no es lo
que dice el Apóstol afirmando que los que sobrevivan tantos males serán
arrebatados al encuentro con Cristo en las nubes?[50]
No veo peligro alguno en conceder que sea verdad lo que tantos hombres
importantes afirman ya que no hay nada que contradiga a las letras
evangélicas o apostólicas.
Repito lo ya que dije anteriormente
que hay que analizar sobre los datos o la ignorancia acerca del día que es
el último para cada cual e igualmente acerca del último del universo mismo.
En cuanto si nos lo enseñan las
sagradas Escrituras de parte de Dios eso nadie puede arrogarse el
esclarecimiento de este tema. Sin embargo, si la muerte es inminente o
también acerándose, esto no sólo se puede deducir de aquellos síntomas
seguros cuando se exhala el alma, sino también de otros más ocultos pero
igualmente seguros a partir de los cuales los médicos expertos suelen
predecir algunos días antes el pronto deceso del enfermo.
Así pienso que dos tipos de signos me
parecen indicar el último día del mundo que ya es deficiente y se apresura a
su final. Uno es obvio y evidente para todos aunque no es tanto signo del
debacle sino más bien es signo seguro del comienzo del fin y de la muerte
incoada del mundo. De este tipo son, el oscurecimiento tristísimo aquel de
las lumbreras celestiales, el estruendo espantoso de las olas del mar y
además el intolerable furor contra el género humano y, más que todo, aquel
interior fuego rampante en todos; estas cosas, cuando las verán los
mortales, también los tardos de entendimiento y los impíos, no pueden
ignorar de manera alguna que ha llegado el día de la ira y del furor. Sin
embargo, esto, como ya lo dije, pertenece ya al mismo fin del mundo porque
no lo predice como futuro sino como instantáneo. El otro tipo forma parte de
aquellos signos que sólo los probos y los doctos prevén como son el reino
del Anticristo, la predicación de Elías
[pg. 579] y su asesinato salvaje.
Cuando estas cosas así se
cumplan de esta manera como son descritas en las
Sagradas Escrituras, pues no dudo que los ángeles ya pueden de manera segura
saber la llegada del día de la venida del Señor. Tampoco temo mucho en
atribuir también a los varones santos y apostólicos el mismo conocimiento.
Tampoco objetamos algo a partir del evangelio. Es cierto, niega la noticia
de la revelación y el conocimiento antelado a todos. En cambio no niega de
la misma manera el conocimiento a partir d los mismos signos y de la
evidencia del estado de las cosas sino que nos ha transmitido este
conocimiento saludable para los mortales con tantos signos enucleados porque
quiso que estuviéramos vehementemente atentos. Es cierto que no puede
reivindicar mortal alguno de manera absoluta y cierta la certeza infalible
de aquel día ni de aquella última hora para ningún mortal ni siquiera para
los ángeles por la razón que siempre está dentro de los prerrogativas
divinas de acelerar o postergar el asunto aunque de cara a la magnitud de la
enfermedad solemos pronunciarnos sobre su muerte.
Con todo, como ya lo dije muchas
veces, a partir de la evidencia de
295 de las cosas y por el testimonio no hay duda sin que los versados
en
Los impíos tampoco después de la
supresión del Anticristo esperarán en modo alguno el juicio.
Capítulo VI
Alguien[55]
objeta que no es verosímil que los impíos al ser eliminado el Anticristo
(cuyo caso acerbo no puede dejar de afectar con gran terror a todos sus
seguidores), vivirán en tanta seguridad de manera que ellos alegres ni
sospechando nada malo de repente
se vean sorprendidos por el día
del juicio. Me parece que no tenga mucho peso. Nada más aporto siguiendo a
la glosa y a la opinión de Tomás y Anselmo que prueban lo mismo que lo
rebaten[56].
Dicen estos Padres que luego de la supresión del Anticristo se concederán 45
días para la penitencia de los hombres. En ese tiempo lo que son
predestinados a la vida, espoleados por la ruina del Anticristo, se
convertirán a Cristo y borrarán los males pasados
con una renovada penitencia.
Los demás, en cambio, que serán una innumerable multitud,
no se preocuparán tanto
[pg. 581] por el desastre de su jefe
como de
depongan la libido y el fasto sino rápidamente olvidarán tal calamidad y se
dedicarán con mayor vehemencia a lujuria y la gloria humana y así, de nuevo,
irán a banquetes, contraerán matrimonio y construirán casa y edificios y
disfrutarán de las cosas
secundarias. Finalmente como en los días de Noé, considerarán para nada las
amenazas todas del futuro juicio, ridiculizarán la vida y las amonestaciones
de los santos y los afligirán protervamente. Entregados a estas cosas e
inmersos profundamente en el fango del vientre y de la lujuria, al final
como por una imprevista tempestad serán capturados como aves en la trampa.
Quien cree que por la caída del Anticristo o la de su gran ejército (no
recuerdo haber leído al respecto prueba alguna en las Escrituras) se admira
que se aterren los impíos
y luego vuelvan a sus acostumbradas impulsos y actividades inmorales y que
depongan rápidamente el miedo y no crea que pueda darle crédito, ese tal me
parece toma poco en cuenta las vicisitudes de la mente humana ni piensa en
la costumbre profundamente arraigada de la malvada vida viciosa. Pues
tanta es su fuerza o, más bien, su furor que fácilmente desprecia las cosas
del futuro y es llevado por la suavidad de lo presente especialmente. ¿Acaso
no se nos vienen a la mente las plagas del faraón y de los egipcios y su
estado de ánimo que tantas veces cambió que muy pronto dejaba del lado el
miedo del castigo divino hasta que las olas del mar embravecido sepultó la
vida y su despreocupación obstinadísima?[57]
¿Qué hay de los mismo hebreos que tantas veces fueron rebeldes ante Dios y
Moisés, tantas veces fueron golpeados y tantas veces se olvidaron de los
pactos estipulados?[58]
Cuando los castigaba lo buscaban; sin embargo, pronto volvían a la suyo.
¿Acaso, cuando el Señor estaba muriendo, no se oscureció el sol, no se
partían las rocas y no vieron muchos prodigios[59]
y, con todo, no se convirtieron de su maldad? ¿Cuántas veces Saúl y cuántas
veces los demás a la recta intención, aceptada
por miedo, a la brevedad la abandonaron?[60]
Grande es el desatino de la mente humana y cuán fácilmente vencen los
placeres atractivos del presente. Continuamente vemos como los hombres son
asediados por grandes tempestades o son aterrados por el movimiento violento
turbine del cielo
[pg. 582] o golpeados por un repentino terremoto y
mientras que estos duren, parecen recapacitar y congraciarse por medio de
votos con Dios a quien han ofendido. En cambio, cuando desparece en sentido
del terror al mismo tiempo desaparece aquella continencia y religión de las
almas y luego juegan y hacen mal y se prostituyen como solían hacer
anteriormente. Puesto que esa es la costumbre humana no conviene rechazar
como algo nuevo e increíble que los seguidores del Anticristo, aunque estén
golpeados quizás a la hora de su destrucción, se dediquen por costumbre
inveterada y sonriéndoles al momento la prosperidad del mundo, a los
placeres y a sus apetencias, hagan caso omiso del futuro
se prometen paz y seguridad. Es que vemos a las palomas y a otras
aves levantan vuelo en el acto cuando les alcanza algún ruido fuerte y
abandonan sata y el alimento. Sin embargo, a la brevedad olvidan ese susto
retoman el picoteo anterior y quedan ahí aunque algunas de ellas han caído
fulminadas. Pasa de la misma manera, así nos damos cuenta, que los ímprobos
proceden a diario de manera similar. Es lo hemos de suponer de aquella gente
que es grandemente infiel el mal. Tiene lugar allí también la enseñanza de
Salomón que igual que las aves son cogidas por la trampa así les sucede a
los impíos en tiempo de infortunio cuando
les sobreviene de improviso[61].
Bueno, no veo mucho provecho en
reflexionar sobre la destrucción del Anticristo ya que consta que todo el
orbe será seducido por él. Llegará a su culminación dentro de seis meses que
la fama de su desastre no podrá evadirse ni superar. De la misma manera
aunque supongamos el caso que como espectadores de la destrucción de la
bestia cruenta sus seguidores y los demás vecinos estén aterrados y
abandonen los placeres de la vida y de la fama –lo que de ningún modo
creería- con todo será seguro que la mayoría de los impíos, aquellos que
creen que hay paz y seguridad, serán destruidos por un repentino final. Por
eso es perspicuo que el día del Señor tan deseado y esperado por los hombres
justos y santos,
[pg. 583] para los impíos llegará totalmente de improviso.
Capítulo VII.
Está suficientemente confirmado que
habrá algunos pre-anuncios del juicio que los impíos no entenderán de
ninguna manera y que percibidos por los elegidos les serán para salvación.
Algunos de ellos de nuevo vendrán con terror para todos a estos y aquellos,
sin embargo su perversión será tan empecinada de manera que no le dan lugar
a Dios y el tiempo del juicio de aproximará. Y Juan narra que ha visto a un
ángel y lo ha escuchado, con las dos manos elevadas al cielo, jurar por el
que vive por los siglos de los siglos. Que ya no habrá demora. Sino en los
días cuando dé la voz el séptimo ángel y suene la tuba, se consumirá el
misterio de Dios[62].
Esto mismo lo insinúa el evangelio cuando dice que en seguida después de
aquella tribulación el sol se oscurecerá, etc.[63].
La tribulación a la cual sigue inmediatamente el juicio sin titubear lo
comprendí que se trataba de la ya mencionada persecución del Anticristo como
sostienen Agustín, Jerónimo, Ambrosio, Gregorio, Beda, Tomás, Buenaventura y
casi todos aunque nos contradigan Crisóstomo y Teofilacto y los que los
siguen como el Abulense o Jansenio que con una larga exposición contienden
que esa tribulación sería la destrucción de Jerusalén
de la cual había hablado anteriormente el Señor[64].
Pero de ahí ya pasa a los signos de la consumación de los siglos. No debe
admirar que diga que sucederá en seguida cuando se trata de un intervalo de
años y siglos. De acuerdo a la manera de hablar de las Escrituras muchos
siglos para nosotros para son representan un intervalo brevísimo. Con gusto
concedemos que es verdad pero no expresa la frase de
Tampoco la secuencia de la narración o
del enunciado permite otra cosa. Aparece muy bien que a continuación la
narración evangélica –y nadie está en desacuerdo- se compone de signos del
juicio final de lo que lo precede[65].
Las Escrituras lo llaman el día magno, el día propiamente del Señor cuando
Cristo reinará triunfando sobre los enemigos derrotados y vencidos.
Y para
expresar la realidad de
aquel día supremo
Esto es lo que suelen hacer los
emperadores cuando se presenta el supremo conflicto, cuando se lucha acerca
de lo que más importa. Entran en lucha todos los ejércitos, ellos mismos van
en primer lugar con tropas selectas, exhortan a sus soldados y enardecen sus
ánimos prediciendo una segura victoria y recuerdan las injurias de los
enemigos. Esto claramente todo lo hace aquel sumo Príncipe y es introducido
de manera egregia en las Escrituras divinas: Tomará su celo como
armadura, por coraza
vestirá la justicia, se pondrá por casco un juicio sincero,... tomará por
escudo su santidad invencible, afilará como lanza su cólera inexorable[69],
Escuchamos a nuestro rey correctamente armado como exhorta a los suyos
[pg. 585] a pelear. Esto lo narra otro profeta: El Señor de los
ejércitos
ordenó a la milicia guerrera, a los que vienen de lejos de la cima
del cielo, el Señor a los consagrados de su furor para que destruyan a toda
la tierra[70],
y un poco más arriba: Izad la bandera, levantad la voz, levantad la mano
y entren a las puertas los nobles,
yo he mandado a mis santificados y llamé a los fuertes en mi ira,
exultantes en mi gloria[71].
En otra parte
Luego consideremos lo siguiente, si se
puede en aquel día magno del Señor deducir las cosas de su secuencia.
Podemos pensar en la caballería como en una criatura noble que podría
ser angelical y celestial. No van a faltar los ángeles a su oficio ya que
son poderosos en virtud para llevar a cabo su palabra[73].
Esto explica como de manera insólita se conmueven las potencias de los
cielos, es decir, que ellos ya no sirven para salvación de los hombres sino
aportando certera destrucción. Los mismos cielos en un gran ímpetu
perecerán, como lo atestigua Pedro[74],
y necesariamente se conmoverá por la ira de Dios el estado de todos los
nobles. ¿Qué será de una porción clarísima del cielo, el sol, la luna y
todas las estrellas? Dice: Inmediatamente después de la tribulación de
aquellos días, el sol se oscurecerá, la luna no dará su resplandor, las
estrellas caerán del cielo[75].
Estoy muy de acuerdo con Agustín de que esto sucederá bajo Anticristo de
manera mística en la Iglesia[76].
Con todo, los cristianos no podemos dudar de ninguna manera que también
históricamente se manifestará el terror de estos cuerpos celestiales
[p. 586]
como
nunca antes[77]
ya que leemos que habrá signos en el sol, la luna y las estrellas y en la
tierra angustia de las gentes. Esto conocemos como claramente predicho en
Isaías, Joel y en la misma Sibila de acuerdo al testimonio de Agustín[78].
Los efusos sibilinos son estos:
Desvanece el esplendor del sol
Y el coro de los astros perece.
Se disuelve el cielo
El esplendor de la luna desaparece.
Tampoco, lo que en otro lugar quieren
los doctos y santos Padres como Hilarón, Crisóstomo y Jerónimo, será el
oscurecimiento aquel por la magnitud de la claridad de juez que viene así
cuando sale el sol se oscurecen las estrellas y será ofuscada la luz menor
por la mayor[79].
De ninguna manera quiere
De los demás prodigios que sucederán entonces en la tierra y en los demás
elementos.
Capítulo VIII.
La milicia celeste de tal manera
luchará contra los impíos y el aspecto del cielo que con su luz se ve tan
hermoso, estará velado de manera desconsolada y aportará una tristeza
vehemente. Sus movimientos y sus cambios tan ordenados, como un cuadro
disuelto, por su trayectoria desigual y dispareja forjarán el máximo pavor.
El mismo coro sideral tan hermoso por medio de uno nuevo alcance del furor
proyectará nada que no sea violento. Mientras que la parte superior del orbe
pugna de esta manera no será menos la acción
de la criatura de abajo como una ejército de infantería de a pie. Se
agitará la tierra con grande fragor y temblor como está escrito en el salmo:
… lo ve la tierra y se estremece. Los montes como cera se derriten ante
el Dueño de la tierra toda[85].
También Isaías: Por eso haré temblar los cielos, y se removerá la tierra
de su sitio, en el arrebato del Señor de los ejércitos, en el día de su ira
hirviente[86].
No habla de manera diferente Ageo que también anuncia que se conmoverán el
cielo, el mar y la tierra seca[87]
lo que Pablo interpreta como si se tratara de la segunda venida
del Señor aunque sea
también muy congruente con la primera venida[88].
Se celarán la tierra y sus diversas
partes, los montes y los valles y los túmulos su armazón en el escarmiento
provocado por el mar para los impíos. Su conturbación y los grandes oleajes
de las mareas y su calor y su
ruido predicen el Señor y que los hombres morirán por el terror[89].
Del elemento del agua que para el género humano es, por lo demás, agradable
y mayormente sin importancia pero entonces enfurecerá atrozmente leemos en
el libro de
Estando embravecidos de esta manera la
tierra y el mar, el mismo aire, bajo cuyo suplo vivimos no se presentará con
más mansedumbre. Además de una infección pestífera también de sumo terror
con maravillas inusuales funestísimos a todos. Y no sólo aterrerará con
cosas monstruosas sin también atacará con lanzas de fuego. De esto se habla
en el libro de Sabiduría un poco más arriba: Partirán certeros los tiros
de los rayos, de las nubes, como de arco bien tendido, saltarán al blanco,
de una ballesta se disparará furioso granizo[91].
El libro del Apocalipsis también habla así: Se produjeron relámpagos,
fragor, truenos y un violento terremoto, como no lo hubo desde que existen
hombres sobre la tierra, un terremoto tan violento. Y un poco más
adelante: Y un gran pedrisco, con piedras de casi un talento de peso,
cayó del cielo sobre los hombres. No obstante, los hombres blasfemaron de
Dios por la plaga del pedrisco; porque fue ciertamente una plaga muy grande[92].
Finalmente en esta lucha un terrible
fuego de todos los elementos irá al encuentro hasta de los confines
extremos, cerrando una pelea contra los malos como si fueran los elementos
luchando con ingente fuerza a favor de Dios, habiendo
hechos impacto hará licuación y persecución. Pedro nos dejó escrito
sobre esto: El Día del Señor llegará como un ladrón; en aquel día, los
cielos, con ruido ensordecedor, se desharán; los elementos, abrasados, se
disolverán, y la tierra y cuanto ella encierra se consumirá[93].
Y en el salmo: Delante de él avanza fuego y a sus adversarios en derredor
abrasa[94].
También Daniel: Un río de fuego corría y manaba delante de él[95].
También
Caerá a los cielos fuego y un río de
azufre.
Ya que se trata de un tema de especial
importancia habrá que
desarrollarlo más abundantemente con tal que tengamos firmemente presente
que hay que temer esta lucha que emprenderá
[pg. 589] todo el orbe de la
tierra y toda criatura al
mismo tiempo a favor de la justicia contra los
injustos. Ya que en todo pecamos, como dice Gregorio, en todo seremos
heridos y los ingratos que hemos ofendido al rey que todo nos lo ha
regalado, sintamos que todo se ha convertido en tela arma contra nosotros[96].
Con todo estos males superiores a todos que jamás han existido o que podían
imaginarse, explayarlas no tiene sentido y es ajeno a la intención de la
obra. Ciertamente, aquel en quien entró el temor de Dios podrá dentro de sí
cuáles son y cuantas veces quiera. Lo que hemos de pensar y aplicar nuestra
mente todos, es imitar al santo Job quien siempre cuando ha recibido tantas
cosas en sí mismo, sin embargo siempre tenía horror de ofender a Dios[97].
Sin embargo, el libro de Hipólito mártir
añade un pasaje de la consumación del siglo: Entonces, dice sonará la
trompeta y despertará a los que duermen en los abismos de la tierra, tanto a
justos como a pecadores, de toda naturaleza, lengua, nación y tribus
resurgen en un pestañar de ojos y estarán parados sobre la faz de la tierra
esperando el justo y terrible juicio que viene con temor y terror
inenarrable. Saldrá un río ígneo y como el mar en furor salvaje quemará
montes y collados y destruirá el mar y también el aire se disolverá
inflamado. Las estrellas caerán del cielo, el sol se convertirá en
tinieblas, la luna en sangre y el cielo como un libro se hojeará. Se
calcinará toda la tierra a causa de las obras que corruptamente realizaron
los hombres en ella[98].
Añadirá también un pasaje
de Lactancia Firmiano[99].
Dice: En aquel entonces existirá un tiempo detestable y abominable en el
cual no habrá vida agradable para ningún hombre. Arderán funditas
fundiéndose las ciudades y perecerán no sólo por el hierro y el fuego sino
también por continuos terremotos, diluvios de aguas, enfermedades pestes
frecuentes y terrible hambruna. El aire se viciará y
[pg. 590] será corrupto
y pestilente y la tierra no dará fruto al hombre. También la fuentes juntos
con los ríos se secarán que no quedará para beber y las aguas en convertirán
en sangre o amarguras. Por eso desaparecerán en la tierra los cuadrúpedos y
en el aire las aves y en el mar los peces. Prodigios extraordinarios en el
cielo llenarán la mente de los hombres con grandísimo terror junto con
destellos de los cometas, las tinieblas del sol, el color de la luna y la
caída de los astros candentes. Estas cosas no sucederán de manera
acostumbrada sino existirán de manera súbita, desconocida ostros
desconocidos e invisibles a la vista. La luna ya no se menguará
en tres horas sino cubierta permanentemente de sangre realizará un
derramamiento extraordinario.
Las estrellas caerán violentamente de manera que el cielo estará totalmente
ciego sin luz alguna. Caerán también los montes altísimos y serán igual que
una planicie y el mar será imposible de navegar. Y, para que no carezcan los
hombres y la tierra del mal, se escuchará del cielo la trompeta de manera
que todos temblarán y se estremecerán ante este sonido luctuoso.
Sean suficientes estas cosas que ha aportado un hombre elocuente. Con todo cualquier elocuencia humana es muy inferior a la simple manifestación de parte de Dios. Tampoco me parecen llegar los enunciados de Hipólito o de Lactancio lo expresado por el evangelio: …muriéndose los hombres de terror y de ansiedad por las cosas que vendrán sobre el mundo[100]; o a aquello expresado por el profeta: Por eso todos los brazos decaen y todo corazón humano se derrite. Se empavorecen, angustias y apuros les sobrecogen, cual parturienta se duelen. Cada cual se asusta de su prójimo. Son los suyos rostros llameantes[101]. También lo que profiere otro profeta: ¿…y todas las caras se han vuelto amarillas? ¡Ay! porque grande es aquel día, sin semejante[102]. [pg. 591]
Algunos Padres opinan que la sustancia
del cielo se consumirá por aquel fuego extremo.
Capítulo IX.
Ya que se ha mención de estos
prodigios que anteceden próximos el fin del mundo y se ha mencionado el
fuego entre los demás partes (elementos) del orbe que lucharán contra los
adversarios de Dios, parece oportuno indagar si
este precede la venida del juez o más bien le sigue; también si de
qué tipo será y si todos los cuerpos celestiales junto con los terrestres
serán consumidos en un incendio común. Partamos de aquí. Porque no hay
consenso acerca de la naturaleza del cuerpo celeste ni en los antiguos
filósofos ni los escritores eclesiásticos. Los Padres más antiguos,
especialmente los griegos, que aceptan más la doctrina de Platón que de
Aristóteles, afirman que aquellas celestes esferas son por naturaleza
corruptibles ya que son de sustancia elemental. Pero persisten por decisión
y orden de Dios hasta que llegue el fin del mundo y luego,
por su creador, se fabricarán
mejores y eternos cielos. O ellos mismos serán cambiados de manera
que ningún tiempo tan vetusto que sea pueda avejentarlos. Pues la quinta
esencia que introdujo Aristóteles no la aprueba Basilio[103],
Juan damasceno[104]
como tradición se adhiere y
también Ambrosio[105]
y Crisóstomo[106]
la rechazan, afirmando que es
contrario a la divina Escritura. Justino[107],
el filósofo también contradice porque repugna en muchos aspectos a la
filosofía. Porque la sustancia del cielo, del sol y de las estrella es ígnea
y por eso dan luz o también que son en parte de agua y por eso son
traslúcidas. Que realmente perecerán los cielos cuando este mundo acabará,
esto lo transmitiría claramente el profeta cuando dice: …fundaste
tú la tierra, y los cielos son la obra de tus manos; ellos perecen,
[¨pg.
592] mas tú quedas, todos ellos como la ropa se desgastan, como un
vestido los mudas tú, y se mudan. Pero tú siempre el mismo, no tienen fin
tus años[108].
Este testimonio lo utiliza también Pablo para establecer el carácter eterno
de Cristo[109].
Además Cristo dice que el cielo y la tierra perecerán[110].
Y Pablo afirma: La creación, en efecto, fue sometida a la vanidad, no
espontáneamente, sino por aquel que la sometió, en la esperanza de ser
liberada de la servidumbre de la corrupción[111].
Que con el nombre de creación también el apóstol incluye también los cuerpos celestes, esto lo demuestra largamente Crisóstomo afirmando que la misma sentencia de Pablo lo expresa suficientemente[112].
En el Apocalipsis
leemos también de cielos
nuevos y tierra nueva[113]
que el Señor promete por medio de Isaías[114].
De éste aportan también otro testimonio más:
Alzad a los cielos vuestros ojos y contemplad la tierra abajo, pues los
cielos como humareda se disiparán, la tierra como un vestido se gastará y
sus moradores como esta perecerán[115].
Finalmente Pedro parece confirmar su opinión.
Escribe de la siguiente manera:
y que
los cielos y la tierra presentes, por esa misma Palabra, están reservados
para el fuego y guardados hasta el día del Juicio y de la destrucción de los
impíos[116].
Luego, después de unas palabras: El
Día del Señor llegará como un ladrón; en aquel día, los cielos, con ruido
ensordecedor, se desharán; los elementos, abrasados, se disolverán, y la
tierra y cuanto ella encierra se consumirá[117].
Y un poco más adelante: …la venida del
Día de Dios, en el que los cielos, en llamas, se disolverán, y los
elementos, abrasados, se fundirán. Pero esperamos, según nos lo tiene
prometido, nuevos cielos y nueva tierra, en lo que habite la justicia[118].
Y una tercera vez repite la destrucción de los cielos producida por el
fuego en
la cual se quemará todo el aparato del mundo[119].
De ahí que Clemente en su disputa con
Simón Magno que arguye contra Pedro, transmite que el cielo en la
consumación del siglo habrá que ser destruido y quitado [p.593] como velo parecería
otro cielo más excelso y más exquisito[120].
Y
en otro libro de la misma obra dice que así como un nuevo pichón sale del
huevo al haberse quebrantado y haber removido las cáscaras, así, destruido
el aparato
del cielo y del
mundo, surgirá un estado celestial nuevo. Basilio magno dice que se dará la
destrucción del mundo por el fuego y que entonces tanto el cielo como la
tierra llevan inyectados un múltiple fuego que ahora temperado por una
extraordinaria masa de agua arriba y abajo que lo rodea. Sin embargo, al
final de los tiempos cuando las aguas han sido absorbidas todo será devorado
por un incendio común. Escribe: Tan fuerte es la naturaleza de la humedad
que Dios todo lo ha dispuesto, preparado y escondido para que pueda
resistirle al fuego hasta el final del mundo constituido mientras que poco a
poco es absorbida por las fuerzas del fuego. Pues, aquel que cuidadosamente
ha dispuesto toda medida (en la medida hay que incluir también según Job las
gotas de la lluvia) ese sabe totalmente cuánto tiene que fijar
para que dure el mundo y también cuánto fuera necesario ser absorbido
por el fuego como forraje almacenado, no ha ignorado nada de todo ello.
Y más adelante. Por la inenarrable
sabiduría del artífice que modera todas sus obras, se ha verificado
que el fuego no pueda consumir fácilmente el agua que se la opone por
naturaleza[121].
Esto sucederá cuando el universo será quemado por la conflagración del fuego como afirma Isaías: Quien dice al abismo: serás desierto y secaré todos tus ríos[122]. Hasta aquí Basilio quien abraza la doctrina de los estoicos y piensa que el cielo es por naturaleza fuego; por tanto, por su hoguera tanto el cielo como todo lo demás perecerá Esto enseñaron Zeno, Cleantes y Crisipo, de acuerdo a Eusebio, que finalmente todo perecerá por medio de un fuego de éter[123]. [pg. 594]
Capítulo X.
Respecto a
la esencia incorruptible de los planetas celestes y de toda la
transformación externa, la escuela teológica ya antes de la sentencia de
Aristóteles acerca de la opinión
que el agua o el fuego invaden el cielo –los antiguos se habían acostumbrado
a escucharlo así- la habían totalmente rechazado. Con todo, no sólo la
costumbre de escucharlo así sino también el peso de la razón defiende en
este punto la natural perpetuidad del cielo. Eso lo indica, pues, la figura,
el movimiento, la ubicación y, finalmente, el mismo orden del universo. Esta
sentencia la apropia también el teólogo y filósofo tres veces grande
Dionisio cuando escribe así de los cuerpos celestes[124]:
La causa tanto del principio como del fin de los cuerpos celestes es el
mismo bien. Puesto que no puede aumentar ni disminuir esa sustancia tampoco
puede variar de ninguna manera. Es que no puede haber otra causa de los
movimientos sin sonido ni estrépito, su estética (si se puede decirlo así)
del recorrido celeste ordenado amplísimo, su luminosidad y su estabilidad.
Por tanto, significa que por naturaleza la sustancia aquella celeste es
incapaz de disminución o aumento, de cualquier variación, tal como defienden
los peripatéticos y también lo afirme aquel gran autor. Grandes teólogos
creen que esto está atestiguado también por las Escrituras divinas cuando
separan estas esferas celestes de aquellos corruptibles[125]
y, a partir de las Escrituras, dicen que Dios los ha establecido como
eternas y por los siglos de los siglos[126].
Tampoco me parece que discrepa de los nuestros Platón, de acuerdo de cómo lo
interpreta Agustín a partir de Cicerón, sino que discrepa más bien por el
vocabulario que en el fondo, si es que hay una diferencia entre él y
nuestros peripatéticos. Pues, los nuestros dicen que el cielo por naturaleza
es inmortal e incorruptible.
[pg. 595]. Platón dice que es más bien por
naturaleza disoluble y corruptible. Aquí paree que mucho se contradice. Sin
embargo, los nuestros no presentan el cielo inmortal para que implique una
contradicción (así como suelen expresarse), el cielo no lo es. Eso
corresponde sólo como propio al primer ser que es de por sí simple de manera
que no repugna por no ser de
otros modos. Lo demás, es decir, los cuerpos
celestes y también los espíritus angélicos
son inmortales porque no llevan dentro de su ser la causa de su
destrucción. Pero no contradice en nada que, retirada la ayuda divina, dejen
de subsistir ya que todos estos seres son un compuesto de potencia y de
acto, es decir, de materia y forma o de existencia y esencia. De esta manera
hacen filosofía los nuestros y dicen, además, que no todo ser compuesto
puede dejar de existir. ¿Cuál es la
opinión de Platón cuya opinión le sigue aquí con gusto Agustín?
Piensa que aquellos cuerpos celestes son perpetuos e indestructibles y, a la
vez, de por sí disolubles porque son compuestos y combinados. Persisten por
la decisión y la voluntad de Dios. Nosotros, en cambio decimos que son de
por sí inmortales y a la vez concedemos que para
Dios es facilísimo reducir todo a la
nada. ¿Acaso no significa que más bien estamos
discrepando solamente en
cuanto a las palabras y no tanto
de acuerdo al sentido? Voy a referir las palabras mismas
de Agustín o, más bien, las de
Platón al respecto. Son de Platón estas palabras, tales como las traduce al
latín por las cuales presenta al sumo Dios de los dioses a los que hizo
explicando y hablando: Vosotros que habéis surgido por
la decisión de los dioses, atended cuyas obras soy yo el origen y el
hacedor. Estos son indisolubles
aunque todo trabado puede ser
disuelto. Sin embargo, no es bueno querer disolver lo que por una razón se
ha juntado. Con todo, ya que han surgido no podréis ser inmortales ni
indisolubles. Tampoco, sin embargo, jamás seréis disueltos ni los destinos
de la muerte los destruirán ni
habrá cosas más valiosas que mi decisión
que más grande es el vínculo de vuestra perpetuidad que aquellos
elementos con los cuales fuisteis compuestos cuando habéis sido engendrados.
En consecuencia, de la misma manera
los platónicos, los aristotélicos y nuestros teólogos opinan lo mismo aunque
los platónicos piensas que son
por naturaleza disolubles los que son compuestos mientras que los
aristotélicos creen que son por naturaleza indisolubles ya que carecen de un
principio de disolución. Los nuestros opinan que son por naturaleza
incorruptibles pero pueden no existir por voluntad de Dios. De esta manera
sucede que en el vocabulario seguimos mayormente a Aristóteles en cuanto al
sentido retendremos más bien el sentido de Platón. Pues, tampoco Aristóteles
jamás quiere aducir ni conceder que los cuerpos celestes y sempiternos
pueden ser reducidos a la nada por voluntad o poder de quien sea. Con todo,
sean de sustancia por naturaleza incorruptibles o corruptibles, es veredicto
de Agustín ciertamente y de Jerónimo junto con cualquiera de los mejores
autores que aquel fuego supremo que quemará al mundo, no serán de ninguna
manera aquellos cielos en los cuales el sol, la luna y las demás estrellas
perecerán[127].
Estos Padres piensan, de los cuales una escuela dependiente se aleja, surge
esta escuela, que por ese incendio extremo no se destruirán su sustancia ni
sus elementos, sino se convertirán en mejores en cuanto a género y
cualidades y que es eso lo que enseña el apóstol: Que pasará la figura de
este mundo[128].
Esto es lo que profetiza Isaías: Pues
he aquí que yo creo cielos nuevos y tierra nueva[129],
Esto lo dice también Juan de haberlo visto[130].
Puesto que la misma Escritura refiere que el futuro fulgor de la luna será
igual al del sol, el del sol será siete veces mayor[131]
y que el reino de Cristo permanecerá mientas que permanezca ese resplandor
del sol[132],
es evidente que la sustancia del sol, de la luna y de las estrellas
experimentará un cataclismo. Pero se trata de una renovación no de una
corrupción de la esencia anterior, de una conmutación, de la adquisición de
una cierta cualidad más perfecta. Así hay que entenderlo. Por tanto, cuando
David dice que los cielos perecerán y como paño de mudarán
[pg. 597] no
quiere decir otra cosa que percibirán cierta
renovación y un cambio para
mejor. Así dice el divo Jerónimo. Está de acuerdo con él Agustín y añado
perspicazmente: con el nombre de cielos, ya que el apóstol Pedro afirma que
están reservados para el fuego,
ha de comprenderse todo aquel espacio que contiene la región etérea cuyo
contenido está expuesto a varios sobresaltos. El otro, el más alto en el
cual se mueven el sol, la luna y las estrellas, de ninguna manera. Tampoco
por ello lo invada aquel fuego aunque sea máximo. La misma manera de
expresarse demuestra que esto es el verdadero sentido de lo dicho por Pedro[133].
Se expresa así y es escondido para que los que lo quieran, que antes los
cielos y la tierra eran de agua
y por la palabra de Dios su consistencia era de agua y por ellas en aquel
entonces el mundo pereció inundado por el agua. Los cielos que ahora existen
y la tierra han sido repuestos por la misma palabra y estos están reservados
para el fuego en el día del
juicio y de la perdición de los hombres impíos. Por tanto, así como sabemos
que los cielos aquellos y el mundo aquel han perecido por el diluvio del
agua, de la misma manera tenemos que pensar que estos cielos y este mundo
serán destruidos por el fuego. Y así consta satisfactoriamente que los
cielos supremos y verdaderos no son inundados de ninguna manera, por tanto,
hemos de aceptar la expresión de Pedro que arderán sólo los espacios
etéreos. Por eso, perecerán los cielo con gran ímpetu, como los dice
enseguida, ya que serán destruidos con suma celeridad por la fuerza del
fuego de repente estimulada por
voluntad divina también los
elementos por el vehementísimo
aquel incendio arderán no sólo
el aire sino también la misma mole de las aguas y la amplitud del mar casi
se quemará . La tierra y lo que en ella hay se quemarán.
Tampoco quedará como intocable algo
de lo que han hecho los hombres, ni de sus placeres ni de sus tamaños sino
que todo será rebajado fundido y será reducido a cenizas.
Ahora bien, cómo
seguirá la tierra calcinada (la tierra quedará eternamente) así y el
mismo aire y
[pg. 598]
el agua seguirán[134].
Tampoco lo que dice Juan: El mar ya no existe[135],
esto lo hemos de aceptar como si aquel elemento apenas se corromperá, ni
tempestuoso, ni hirviendo. Purificados por el fuego, todos estos elementos
se revestirán de cualidades mucho mejores para que se conviertan en adorno
de la nueva situación de de los hijos de Dios por medio también de un habito
renovado. Dice Pablo: Pues la ansiosa
espera de la creación desea vivamente la revelación de los hijos de Dios[136].
La misma criatura será liberada de la corrupción. Esto era la tarea, pues,
de aquel fuego. Así lo expone Agustín exquisita y brevemente. Por medio de
aquella conflagración del mundo las cualidades de los elementos
corruptibles, que eran adecuadas
para los cuerpos, serán destruidas por el fuego.
En cambio su misma sustancia tendrá aquellas cualidades que encajen
con los cuerpos inmortales por medio de una permuta admirable[137].
Es decir, el mundo renovado para mejor de manera idónea se acomodará a los
hombres que también han sido innovados para mejor en su carne.
Se dará la conflagración futura antes de la resurrección de los muertos.
Capítulo XI.
Ahora bien, se suele preguntar acerca
de la opinión si existe una sola sentencia de todos, respecto a la cuestión
en qué momento sucederá esta conflagración futura del mundo, si precede al
momento del juicio o más bien sigue después. Pues el mismo doctor de tanta
autoridad opina que sucederá cuando el juicio ya se ha realizado. Y esto no
lo dice de manera oscura ni sólo una única vez[138].
Luego de mucho disputar respecto a los últimos tiempos de este y de otros
muchos temas hace una especie de resumen y acopia todo ello en orden. En
aquel juicio o acerca de aquel juicio hemos aprendido sucederá lo siguiente:
lo de Elías el tesbita, la fe de los judíos, la persecución del Anticristo,
la venida de Cristo, la resurrección de los muertos, la separación de buenos
y malos, la conflagración del mundo y su renovación. Todas estas cosas
sucederán
[pg. 599]; eso lo hemos de creer.
En cuanto a la manera de cómo sucederán esto lo enseñará más bien la experiencia que ahora importa conseguir por medio de la inteligencia en cuanto al hombre perfecto. Yo pienso que ha de suceder lo que he enumerado ordenadamente. Con sus palabras explica satisfactoriamente que la conflagración del mundo seguirá y no precede a la resurrección. Pienso que no es una opinión cierta sino más probable y no, como unos en vano pretenden, sin valor. Ahora, el por qué piensa así existen razones importantes[139]. En primer lugar al incendio aquel le sigue la renovación del mundo en seguida de acuerdo a las Escrituras y luego la quema del oro y de la plata y la pureza del metal. Con todo es mundo no se renovará sino habiendo terminado el juicio. En consecuencia, cuando haya terminado el juicio y no antes se dará la combustión general. En segundo lugar, estando el mundo totalmente en llamas es necesario para el juicio que no quede lugar alguno que no experimente el fuego. En consecuencia, no sólo los impíos sino también los justos y los santos se encontrarán en estas esferas ígneas cuando el juez celestial presidirá el tribunal. Rechaza esta manera de pensar y la considera muy absurda. Finalmente si, de cara a la resurrección común el orbe entero arde y se consume en fuego, nadie escapara la muerte ni los piadosos ni los impíos. ¿Quién podría escapar si en todas partes el fuego está arrasando? En consecuencia no será verdad lo que afirma Pablo que muchos que quedan irán al encuentro de Cristo en los aires[140] y tampoco aquello que confesamos en el símbolo que profesamos todos los cristianos que Cristo vendrá a juzgar a vivos y muertos.
Es cierto, que estos pasajes ostentan
cierta penumbra de manera que parece que una vez realizada la resurrección
se da cierta fuerza de convencimiento como que, una vez terminado el juicio,
que será más bien aquel común incendio por el cual, implicados y envueltos
los inicuos
[pg 600] serán precipitados en el caos eterno según lo expresa
el evangelio del Señor[141].
Con todo, argumentando a favor o en contra en lo que depende de la voluntad
de Dios se ha de preferir a todos los razonamientos humanos la significación
de
Agustín defiende tenazmente su opinión
e interpreta el fuego del que
habla el salmo 49 no como el fuego del juicio final porque aquel fuego
vendrá después de su venida, sino es otro fuego de los paganos ardiendo en
ira contra
Personalmente me parece muy
convincente el argumento sacado de lo que dice Pablo. Es una cita un tanto
oscura pero muy acomodaticia: la obra
de cada cual quedará al descubierto; la manifestará el Día, que ha de
revelarse por el fuego. Y la calidad de la obra de cada cual, la probará el
fuego. Aquél, cuya obra, construida sobre el cimiento, resista, recibirá la
recompensa. Mas aquél, cuya obra quede abrasada, sufrirá el daño. Él, no
obstante, quedará a salvo, pero como quien pasa a través del fuego[146].
[601]Soy consciente que este pasaje es
contado por Agustín entre los más
difíciles de Pablo[147]
de los cuales Pedro dijera que se encuentran en sus epístolas muchas cosas
difíciles de entender. Exceptuando el error de los heréticos que han querido
sacar de este pasaje le justificación por la fe sin las obras –esto lo
rechazó clarísimamente y con abundantes argumentos el mismo doctor[148].
Con todo, los Padres católicos tienen varias explicaciones al respecto. Sé
que este mismo Padre habla más bien de un fuego de la tribulación, es decir,
de manera metafórica. Sin embargo, también reclama que hay que aceptarlo
como fuego verdadero en otros pasajes, como que este fuego precederá el día
del Señor y que también los justos lo experimentarán[149].
Así lo entiende correctamente. Oros Padres prueban esto más abundantemente y
la misma secuencia apostólica casi lo impone como necesario. Que otra cosa
es, dirá, el día del Señor ya
que se revelará por el fuego, sino el fuego del supremo preanuncio de que
todos los hombres serán probados. La prueba será más grave o más leve para
cada uno según su obra en Cristo fuera más sólida o más anodina. Entenderán
que cuando ese fuego comience a devastar a los habitantes del orbe, que ya
ha llegado el fin del mundo y todos sabrán que es el día del juicio. Eso es
lo que dice el apóstol que el día del Señor se revelará en el fuego. Anselmo
lo explica así: El día del juicio que ahora está oculto a todos, en aquel
entonces será notorio para todos. Cuando vean el fuego aquel ante delante
del juez que se difunde por todo el orbe, entonces sabrán que llegó el día
del juicio[150].
Tampoco hay que creer que sea otro fuego, distinto de este, que en otro
pasaje el mismo apóstol menciona
cuando escribe a los tesalonicenses: Porque
es propio de la justicia de Dios el pagar con tribulación a los que os
atribulan, y a vosotros, los atribulados, con el descanso junto con
nosotros, cuando el Señor Jesús se revele desde el cielo con sus poderosos
ángeles, en medio de una llama de fuego, y tome venganza de los que no
conocen a Dios y de los que no obedecen al Evangelio de nuestro Señor Jesús.
Estos sufrirán la pena de una ruina eterna
[pg. 602], alejados de la
presencia del Señor y de la gloria de su poder, cuando venga en aquel Día a
ser glorificado en sus santos[151].
Es patente que enseña que la futura revelación del día del Señor traerá
el castigo en la llama del fuego
y esto es el río ígneo y rápido
que sale de la presencia de Dios en el libro de Daniel[152].
Así lo entienden varios. Pero a Ruperto le parece más bien que significa el
Espíritu Santo. Con todo es coherente a las divinas Escrituras que en el
fuego se ha de revelar el día del juicio que a unos servirá de prueba y
purificación y a otros castigo y suplicio sempiterno. Esto asegura que ese
mismo fuego precede, pues, el día del juicio. Tampoco se extinguirá
antes del momento del juicio ya que convertirá al término del juicio
en castigo de los impíos. Por tanto, aquel fuego precede y le sigue al
juicio como lo expresa conspicuamente Joel:
Delante de él devora el fuego (Se
trata del ejército de los ángeles, como dice Pablo que acompañan a juez y lo
precede[153]),
detrás de él la llama abrasa. Como un
jardín de Edén era delante de él la tierra, detrás de él, un desierto
desolado. ¡No hay escape ante él![154]
Respuesta a las razones aportadas respecto al fuego futuro ante la
resurrección.
Capítulo XII
Ahora bien, no injustificadamente los
escolásticos distinguen la obra de ese fuego[155].
Ellos afirman que antes de juicio
aquel fuego por su fuerza natural aumentará de manera vehemente de
manera que todo lo caduco se perderá en brevísimo tiempo. [603] Al mismo tiempo
una fuerza celestial oculta
examinará
los méritos de los hombres para que aquellos predestinados por
voluntad divina a la salvación experimentan una purificación, y será tanto
más fuerte cuanto más grave será su culpa. No puede ser que el fuego calcine
a los hombres vivos y mortales todos de la misma manera, a no ser que la
brevedad del tiempo para purificar a los elegidos se compense por la
magnitud del dolor. Después del
juicio, cuando los hombres malvados han sido condenados por el juez Cristo a
la muerte sempiterna aquel mismo fuego quemará y llevará consigo a los
miserables involucrados a lo más profundo del tártaro. Luego, ya que el
infierno absorberá a todos los impíos devorará en eternidad entre sus fauces
esta infeliz pitanza, entonces el cielo, la tierra y los demás elementos se
verá libre de esta pesada carga y, revestido de un admirable atavío
alcanzarán la libertad de la gloria de los hijos de Dios que hasta entonces
gemían y suspiraban sujetos por la vanidad[156].
Siendo las cosas así y transmitiéndolo
grandes teólogos y al mismo insinuado suficientemente por las Escrituras
arcanas, es fácil darse cuenta que poco importan las razones aquellos
respecto al fuego que aparentemente parecían apremiar mucho. Es lícito el
pensamiento que la renovación del mundo no se dará antes de que termine el
juicio, y que el fuego ha de realizar su cometido. De esto no se puede sacar
la conclusión que el fuego aquel no surgirá antes del juicio ya que
permanecerá activo, antes purificando y después castigando, y de esta manera
ha de instaurarse la creación de Dios. La otra argumentación respecto al
lugar de los justos y de todos los hombres, ya que el fuego destruiría todo,
igualmente presenta dificultad sea antes sea después del juicio ya
que todos los hombres serán unidos a sus cuerpos. A eso Agustín responde de
dos maneras: Una explicación es, que los santos estarán en un lugar sublime
donde no llega el fuego ni el agua del diluvio; otra explicación podía ser
que por la intervención de Dios no serán heridos en medio del fuego como en
aquel entonces los tres jóvenes de Babilonia[157].
A mí se me ocurre una tercera posibilidad. No es absurdo pensar que Dios,
cuando el universo esté en llamas, ordene que exista un lugar libre del
fuego en el cual, como en un teatro confluya la reunión de todos los hombres
y, realizado el discernimiento evangélico, [604] los buenos serán premiados y los
malos recibirán el castigo correspondiente[158].
Bueno, esta manera de pensar es muy
vulgar, rusticana y muy alejada de la majestad de aquel juicio que
se llevará a cabo con tanta celeridad que en un pestañar de ojos, en
un veloz momento, todos las causas serán terminadas y esto de una manera más
expuesta y dilucidada de lo que suele ser
una sola causa tratada durante un día entero.
Por eso, no tengamos miedo al calor de
aquel fuego si somos rectos y de buena conciencia. Nada prohíbe que en el
mismo juicio los impíos sientan y sufran aquel fuego y sean arrebatados de
este mismo fuego eterno que ha sido preparado al diablo y a sus seguidores
de acuerdo a la sentencia del juez[159].
Ahora bien, Agustín confiesa que no sabe cómo será ese fuego que quemará el
mundo, y hasta cree que ningún humano lo puede saber[160].
Sin embargo Tomás y otros que siguen su escuela
predicen que
será ese mismo tipo de efecto que vemos y estimulado grandemente por la
potencia divina pero por medio del ministerio de los ángeles y de las causas
naturales[161].Por
eso no descenderá de la esfera de los elementos ni ascenderá del abismo
infernal sino en la región
terrestre surgirá de la materia sujeta a un máximo impulso y con increíble
celeridad se extenderá en el orbe entero[162].
Además, habiendo concluido el juicio las partes más groseras junto con la
turba de los infelices, ellos descenderán hacia abajo para que sean
mezclados con el fuego que allí está preparado. Basilio enseña que es
grosero y tétrico y no es claro[163].
Las partes más sutiles volarán hacia su esfera para que todo conserve su
orden en eterna estabilidad.
Precisamente esto lo discuten nuestros
escolásticos. Respecto a esto nada es de fe o contrario a la razón
irrefutable. Por mientras nada prohíbe que
se acepte la sentencia más probable. Aunque no me parezca improbable
aquel incendio último
[pg. 605] igual como se realizó el diluvio de Noé,
comparación hecha por el
apóstol Pedro[164].
Sobre el diluvio leemos lo siguiente:
el día diecisiete del mes, en ese día saltaron todas las fuentes del gran
abismo, y las compuertas del cielo se abrieron, y estuvo descargando la
lluvia sobre la tierra[165].
No veo por qué no deberíamos pensar más bien de manera parecida referente al
fuego del cielo y de aquel que está debajo de la tierra o, aceptar como
enseña Dionisio[166],
que en todas las dimensiones se presentará aquella máxima conflagración que
por medio del ministerio de los ángeles se realiza de manera súbita
y que invadirá todo el orbe.
En cuanto a lo que se ponía en duda en
último lugar: Si todos los mortales, igualmente los buenos y los malos,
morirán en ese incendio entonces la venida del juez no encuentra a ningún
sobreviviente. No es así, sino que todos serán unidos a sus cuerpos antes de
ser llamados al tribunal. Al final de la obra se tratará una magna y prolija
cuestión. En el entretiempo vamos a aplazarla mientras exponemos lo que
parece queda todavía por tratar acerca del lugar del juicio, del signo del
hijo del hombre y de la trompeta final.
El lugar del juicio futuro en el valle
de Josafat según el profeta Joel.
Capítulo XIII.
Puesto que el último juicio llevado a
cabo por un juez visible entre hombres visibles y corpóreos, es necesario
comprender el conocimiento del lugar cierto y definido en el cual todas las
causas de todos serán decididos. Pues como dijo la Verdad, se congregarán
todas las naciones cuando venga el hijo del hombre en majestad y todos los
ángeles con él[167].
En cuanto al lugar que deberá acoger una reunión tan grande de hombres al
cual el mismo juez celestial supremo descenderá para juzgar la causa máxima
de todos, el Espíritu Santo se ha dignado de insinuar algo al respecto. Ya
que se le ha visto en la tierra y ha convivido con los hombres
[pg. 606], no
sin razón pensamos que no se le asignará para el juicio otra región de la
tierra sino aquella que ha elegido para realizar el misterio de nuestra
salvación. (pdf 308 comienzo). Por eso será en la misma Palestina, en la
provincia de Judea de Palestina y ante todo en aquella parte de Judea donde
redimió a los hombres muriendo, o donde abrió el cielo en su ascensión
preparando el camino ante ellos[168].
Ahora bien, San Hilarión[169]
parece dar preferencia al lugar de la pasión cuando escribe: Para que no seamos ignorantes de su lugar en el cual estará, dice,
por donde está el cadáver allí se
congregarán los buitres[170].
Consideró al cuerpo de los
buitres como que fueran los santos que vuelan espiritualmente. Indica que
sus ángeles se reunirán y ese será la reunión en el lugar de la pasión. Y
con razón se esperará allí la llegada de la luz donde se ha obrado para
nosotros la gloria de la eternidad
por la pasión de la humillación corporal.
Otros prefieren más bien como lugar la
cumbre de la ascensión ya que leemos lo dicho de los ángeles a los apóstoles
que se quedan admirando la ascensión del Cristo: Act 1:11 que les dijeron: «Este
que os ha sido llevado, este mismo Jesús, vendrá así tal como le habéis
visto subir al cielo.»[171]
Ellos dicen que vendrá tal como ascendió, es decir, visiblemente en la nube
esplendorosa, volando hacia el mismo monte de olivos. Al pie del monte de
los olivos se encuentra el valle de Josafat, así lo enseñan los expertos en
geografía santa. Por eso el juicio será en el valle de Josafat y sucederá
cuando el Señor descienda sobre el monte de los olivos. Se realizará el
juicio de Dios en ese lugar y quieren hacerlo constar por la profecía de
Joel que dice así: «Porque he aquí que
en aquellos días, en el tiempo aquel, cuando yo cambie la cautividad de Judá
y Jerusalén, congregaré a todas las naciones y las haré bajar al Valle de
Josafat: allí entraré en juicio con ellas, acerca de mi pueblo y
mi heredad, Israel[172].
Y un poco más delante de nuevo: «
¡Despiértense y suban las naciones al Valle de Josafat! Que allí me sentaré
yo para juzgar a todas las naciones circundantes».[173]
Pues lo que se refiere
[pg. 607] a la
última discusión y al juicio con los
buenos y
los malos, cuando el Señor dirá: Tuve hambre y sed y me disteis o
no me disteis de comer[174],
las cosas que siguen lo aclaran patentemente. Metan la hoz porque está
madura la mies, venid y descended porque está lleno el lagar ya que se ha
multiplicado la malicia de ellos; pueblos y pueblos en el valle de la
división. El sol y la luna se oscurecerán. Las estrellas retiran su
esplendor y el Señor ruge desde Sión y desde Jerusalén levantará la voz; se
moverán los cielos y la tierra; el Señor es la esperanza de su pueblo, etc.
Que todo esto profetiza sobre el último tiempo es claro y no necesita de
argumentos. Pues, la mies, la hoz, el lagar que rebosa de la sangre de los
perdidos aparecen tanto en el evangelio como en la Apocalipsis donde leemos
que en el día del juicio los ángeles que cosechan meterán la hoz en
la mies por orden del Señor y
entregarán a los ímprobos al fuego como si fueran espinas y cizañas[175].
Leemos también que la hoz
afilada metida por el ángel en los racimos y de las uvas pisadas
en el lagar de la ira de Dios es sangre copiosísima[176].
Ahora bien, cuál será ese día del
Señor, cuál el detrimento del sol, de la luna, de las estrellas, qué la
división del pueblo, cuál será la voz y el rugido del león a quien nadie
puede dejar de temer y los demás elementos que indican el último día, el
mismo uso de
El ilustre vaticinio de Zacarías sobre el lugar del juicio.
Capítulo XIV
Este mismo sentido parece tener
también el ilustre vaticinio de Zacarías de quien provienen las siguientes
palabras: Saldrá entonces el Señor y combatirá contra esas naciones como el día en
que él combate, el día de la batalla. Se plantarán sus pies aquel día en el
monte de los Olivos que está enfrente de Jerusalén, al oriente, y el monte
de los Olivos se hendirá por el medio de oriente a occidente haciéndose un
enorme valle: la mitad del monte se retirará al norte y la otra mitad al
sur. Y huiréis al valle de mis montes, porque el valle de los montes llegará
hasta Yasol; huiréis como huisteis a causa del terremoto en los días de
Ozías, rey de Judá. Y vendrá el Señor mi Dios y todos los santos con él.
Aquel día no habrá ya luz, sino frío y hielo. Un día único será - conocido
sólo del Señor -: no habrá día y luego noche, sino que a la hora de la tarde
habrá luz. Sucederá aquel día que saldrán de Jerusalén aguas vivas[182],
Jerónimo dice que evidentemente esto es una profecía del día del juicio y
esto lo sugiere ya el comienzo del capítulo:
He aquí que vienen días del Señor.
Ni
[pg. 610] el mismo Jerónimo
desarrolla satisfactoriamente la interpretación del
día del juicio y, aunque
Teodorito se concentra más en el
día de la pasión – para él se habla allí manifiestamente del día del juicio
–, ni los demás consultados que ofrecen una interpretación (es un pasaje muy
oscuro) están suficientemente de acuerdo entre ellos. Con todo sin prejuzgar
a nadie diré lo que me viene espontáneamente a la mente. Pues, la suma de la
profesión es la posterior venida de Cristo. De esto se dice que saldrá el
Señor que vendrá del cielo y luchará contra las naciones ya que con él
luchará contra los insensatos todo el orbe de la tierra, ya que como espada
la ira y como lanza asumirá el escudo
inexpugnable la equidad[183].
Así ha luchado en el día de la
batalla, como dice la paráfrasis caldea, cuando echó al mar caballo y
caballero, guiando de esta manera a su pueblo a través del mar hacia la
verdadera tierra prometida, habiendo hundido como plomo todo el ejército
diabólico de los impíos como quien ingresa a las aguas vehementes de la
eterna condenación[184].
Pues entonces en aquel día se posarán
sus pies sobre el monte de los olivos de donde ascendió al cielo y así
volverá, lo anunció por los ángeles a los discípulos[185].
Y, puesto que al venir el Señor para el juicio se congregará ante él la
congregación de todos los pueblos[186], el mismo monte cederá ante la gloria
del que viene y se apartará
partido en cuatro partes lejanas para que al tribunal del juez
pueda asistir el teatro de todo el orbe.
Habrá entonces un temblór y un pavor
tal que los frenéticos huirán en medio del valle que será amplísima y se
unirá con los montes remotos todo el
campo que lo rodea. Así sucedió en el gran terremoto de Oseas: los hombres
aterrados por el fragor saltarán y buscarán seguridad para ellos[187].
Así sucederá en aquel día terrible porque la tierra temblará cuando se
levanta el Señor para juzgar y
[pg. 611] se observa, se conmueve la tierra,
los montes se deshacen como cera ante al Señor, ante el Señor de toda la
tierra. Al mismo tiempo brillarán relámpagos de él ya que se inmuta como
rayo que cae, y temblará la tierra. Vendrá también entonces con gloria y con
su majestad y todos los ángeles y santos con él. En aquel día no habrá luz
ya que será un día de oscuridad y de tinieblas, día de ira y de angustia[188].
Y temblarán de pavor los miserables humanos y, como transformados por un
hielo inmenso, descongelan así como lo hicieron en aquel entonces los
habitantes de Canaán.
Sucederá a aquel día del juicio que
para los justos será un día de eternidad ya que surge el sol de justicia y
la salud en sus plumas. Ese día,
es decir, el día del juicio el conocido por el Señor porque de ese día nadie
sabe ni los ángeles de los cielos. También en cuanto a la eternidad sólo la
puede no pecar de ignorancia Dios ya que sólo él puede comprenderla en lo
que es. Con todo, ese día no tendrá cambio entre tiniebla y luz y tampoco
hay que temer que en la tarde
vaya darse el ocaso. Es que habrá una luz perpetua en la cual brotarán
las aguas abundantes de la alegría eterna de
Esto lo decimos de manera
parafrástica. Aunque sea algo prolijo para nuestro propósito, sin embargo,
no es inadecuado, así pienso, ni se explica quizás el sentido propio e
histórico de otros pasajes de
Algunos opinan que Cristo vendrá a medianoche, otros piensan que vendrá de
madrugada.
Capítulo XV.
Ya que hemos hablado, de acuerdo a lo
que pudimos, del lugar a partir de lo que enseñan los antiguos, tampoco
debemos dejar de lado el momento del juicio. Sin embargo, que no se rían de
nosotros los astrólogos, ya que estamos buscando la hora del juicio, tenemos
que tener en cuenta de la ubicación de la urbe de Jerusalén donde será la
reunión futura del juicio. Sabemos, de otro lado, que en las diversas partes
del orbe puede darse al mismo tiempo la noche, el mediodía y la aurora.
Pues, la mayoría de los santos transmitieron en sus escritos que la futura
venida de Cristo será a medianoche. Esto lo dicen por la parábola de las
diez vírgenes que vienen a las bodas – y esto lo cuenta el Señor uno por uno
– y a media noche se oye el grito que el esposo está llegando[193].
A partir de eso escribe Jerónimo que emana en
Cuando vendrá aquel,
Habrá fuego
en las horrendas tinieblas
de la media noche.
Y esta es la noche que nosotros
celebramos a causa de la venida de nuestro Rey y Dios con una vigilia. La
razón para esta noche es doble: ya que en ella recibió la vida
cuando había padecido y luego recibirá el reino del orbe de la
tierra.
[pg. 614] Esto lo dice Lactancio. Lo mismo afirma Casiodoro[196].
Crisóstomo también recuerda que la resurrección futura será a medianoche[197].
En cambio, otros creen que las
pruebas se inclinan más hacia un crepúsculo futuro[198].
Verdad, que no hay que darle mucha
vuelta al asunto porque no llevan a gran cosa. Ni se puede afirmar como
cierto a partir de
Del signo del hijo del hombre que aparecerá.
Capítulo XVI
Pero en el momento que vendrá el Señor
aparecerá su signo en el cielo[199].
Ahora bien, gran parte de los Padres piensa de este signo de la siguiente
manera: Entre los demás signos aterradores que indican la ya cercana
consumación del mundo, aparecerá preclara en medio del cielo la figura de la
Cruz que iluminará con la magnitud de su resplandor a todo el orbe aterrando
a los impíos y consolando y favoreciendo a los piadosos. De este
acontecimiento habla el mártir Hipólito de la siguiente manera: ‘Saldrá de
oriente hasta occidente el signo de
Entonces las tribus de los hombres
llorarán a gritos ya que no quisieron creer en el crucificado, especialmente
los judíos que crucificaron al
Señor de los cielos, así como lo ha predicho Juan:
‘Mirad, = viene acompañado de nubes: =
todo ojo le verá, hasta = los que le traspasaron, = y = por él harán duelo
todas las razas = de la tierra. Sí. Amén’[201].
Sin embargo, estas lágrimas serán
demasiado tardías y estériles. Así las describe uno de sus propios sabios: ‘Luego vagamos fuera del camino de la verdad; la luz de la justicia no
nos alumbró, no salió el sol para nosotros’[202].
En cambio, el llanto de los piadosos
será muy distinto tal como lo refiere el profeta cuando dice: pg 615 mitad
En cuanto a aquél a quien traspasaron, harán lamentación por él como
lamentación por hijo único, y le llorarán amargamente como se llora
amargamente a un primogénito…Y se lamentarán todas las familia, familias y
familias aparte[203].
Todos
nosotros como ovejas erramos, cada uno marchó por su camino, y el Señor
descargó sobre él las iniquidades de todos nosotros[204].
En consecuencia todos y cada uno crucificamos a Cristo el Señor con nuestros
pecados. Por tanto, cuando se vea el signo de la cruz en el cielo todos
lloraremos.
Si lo entendemos de esta manera lo que se ha expuestos sucederán antes de la
resurrección general y la hora del juicio mientras que los portentos
celestes aterran a los ojos de los que ya esperan la suprema calamidad[205].
Sin embargo, Crisóstomo piensa que el signo de la cruz será llevado por los
ángeles como el estandarte regio de manera que esto indica a todos que se
trata de la insigne majestad de Cristo que lo precede. Esta interpretación
lo favorece también la voz de
Capítulo XVII
Con respecto a la resurrección general de los muertos y el descenso del juez
supremo a la tierra se dará celeste y admirable y en los siglos pasados
nunca fue oída una significación tal como lo reclama un hecho de tal
envergadura. Esto lo resaltan las Escrituras de varios modos. Pablo escribe
así: El Señor mismo, a la orden dada
por la voz de un arcángel y por la trompeta de Dios, bajará del cielo, y los
que murieron en Cristo resucitarán en primer lugar[209].
Y en otro lugar: En un instante, en un
pestañear de ojos, al toque de la trompeta final, pues sonará la trompeta,
los muertos resucitarán incorruptibles y nosotros seremos transformados[210].
Ese mismo sonido de la trompeta lo mencióna también el Señor en el
evangelio: El enviará a sus ángeles
con sonora trompeta, y reunirán de los cuatro vientos a sus elegidos, desde
un extremo de los cielos hasta el otro[211].
Por eso Sofonías llama aquel día el día de la trompeta:
Día de ira el día aquel, día de
angustia y de aprieto, día de devastación y desolación, día de tinieblas y
de oscuridad, día de nublado
[pg. 617] y densa niebla, día de trompeta y de
clamor, contra las ciudades fortificadas y las torres de los ángulos[212].
En cuanto a la trompeta, tenemos que aceptar este mismo sonido se da en el
evangelio a media noche avisando que el esposo viene a las nupcias y las
vírgenes, avisadas, corren al encuentro del que se acerca presurosamente[213].
También resuena su propia voz, así dice el Hijo de Dios:
En verdad, en verdad os digo: llega la
hora (ya estamos en ella), en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios,
y los que la oigan vivirán.
Y más adelante: No os extrañéis de
esto: les digo que llega la hora en que todos los que estén en los sepulcros
oirán su voz y saldrán los que
hayan hecho el bien para una resurrección de vida, y los que hayan hecho el
mal, para una resurrección de juicio[214].
Esta voz, o clamor o clangor o trompeta Job creó que habría que llamar el
trueno de Dios, como enseña Gregorio, donde habla preguntando:
Y el trueno de su potencia, ¿quién lo
captará?[215]
Abundantemente podemos aprender así cuál será aquella voz estupenda a la
que las divinas escrituras resaltan con esta amplia gama de palabras.
Pero la última trompeta, y por eso Pablo dice que habrá otras trompetas
anteriores, de esta sétima y última trompeta dice la Escritura: …
en los días en que se oiga la voz del
séptimo Ángel, cuando se ponga a tocar la trompeta, se habrá consumado el
Misterio de Dios[216].
Se suele investigar en las escuelas cuál será ese sonido y clangor de la
trompeta. ¿Será visible y corporal o más bien sólo en el entendimiento? Se
afirma, pues, que el reino de Dios se formará con la misma velocidad y
potencia que obró cuando Dios dijo: «Haya luz», y hubo luz[217].
Pues, parece a algunos que Gregorio[218]
no acepta ningún sonido externo sino tilda con el nombre de trompeta,
clangor, sonido por la vehemente y súbita eficiencia de la presencia del
Salvador querida por él mismo. Santo Tomás está de acuerdo con sus palabras
o más bien con su dictamen. A san
Anselmo y a otros les parece más probable lo contrario
[pag. 618], sentencia
que a mí personalmente me parece realmente cierta[219].
¿Qué es lo que pasa que dejan de lado a Pablo que habla de la trompeta y
repite que la trompeta sonará queriendo expresar que se tata del sonido real
y no a una metáfora? ¿Acaso no va en esa dirección también la insistencia
precisa: a la orden de Dios, a la voz del arcángel, al sonar la última
trompeta? ¿Acaso no hubiera sido suficiente si diría que era la orden de
Dios si fuera cierto que de esta manifestación de la voluntad no quiso
indicar otra cosa exterior? Todo esto lo relacionamos con la promulgación de
la ley cuando Dios trajo fuego y sonido de trompeta[220]
cuando sabemos que también durante la efusión del Espíritu de gracia de
manera similar le acompañaba fuego y sonido fuerte cuando bajaba el Espíritu
Santo[221].
De repente había un ruido como una ráfaga de viento. Si Dios lo creó en su
sabiduría oportuno añadir a la manifestación de la ley o de la gracia con
mayor razón hemos de pensar que la venida última y más grande que según la
Escritura está acompañada de fuego y del sonido de la trompeta,
no fue una cosa solamente perceptible por el entendimiento sino que
se ha de manifestar a todo el género humano por el fuego
exterior y el sensible sonido
y este fuertísimo, como se asigna con razón a la trompeta. ¿Cuál fue
la razón, para añadir un
argumento más, aquella voz potente con la cual llamaba para resucitar al
muerto: Lázaro, ven afuera, sino para que se manifieste el poder del hombre
y Dios también con un clamor exterior? Si fue necesario aplicar tanto
esfuerzo para llamar a un hombre a la vida mortal y caduca ¿cómo no vamos a
creer que no habrá que resonar la voz de la misma majestad divina para
llamar a todos los hombres a la vida eterna con excitación admirable? En
aquel entonces actuaba como hombre entre hombres por eso convenía que por
eso mismo uso de la voz se conozca el reino divino. Eso es cierto.
Pero no faltarán vivos y sobrevivientes, como lo vamos a demostrar en
seguida en cuyos oídos resonará la voz de Dios convocando a la vida a los
muertos, esa la misma voz que llamaba
[619]
desde el cielo a Saulo[222],
y manifestó la glorificación, tampoco la faltará la voz cuando lo reclama la
magnitud del evento. ¿Qué se puede pensar que sea más grande o sea más digno
de la voz de Dios que la convocación de la total naturaleza humana universal
para alcanzar su fin eterno?
Será, pues, la verdadera voz del Hijo de Dios que ordena que se presenten
todos los mortales: esta trompeta, como dije que se llamará así por lo
vehemente y potente sonido que
permeará todos los espacios de la tierra. Esa voz la escucharán todos los
que están en lo sepulcros y con una increíble
celeridad obedecerán las órdenes del rey eterno. Pero ¿por qué habla
Pablo de la voz del arcángel cuando Cristo
dice que es de él? ¿Acaso una la voz de Cristo que ordena como juez y
otra del arcángel como del voz del heraldo que llama? Pensar así no aporta
problema alguno porque una misma será la voz de Cristo que ordena y del
ángel, como es el mismo canto que canta directamente
y el que suena de la boca de un tubería. Ahora bien, los que en el
séptimo ángel que toca la trompeta parecen entender muy bien que se trata de
Cristo, esos mismos no
rechazarán a aquel arcángel como príncipe de todos los ángeles[223].Teofilacto
añade a un tercero[224].
La orden, dice de Dios, hará que la tierra devuelva los cuerpos
transformados para inmortalidad.
Para que todos sean reunidos en un lugar, los que están dispersos en
diversos lugares, esto lo hará la voz del arcángel ayudándole los ángeles.
Del ministerio de los ángeles en la resurrección general.
Capítulo XVIII
Aquí quizás me pida alguien que
trate de la resurrección de los muertos ya que así seguiríamos el orden de
la exposición. No creo que deba hacer eso que no me lo
impone ni la naturaleza de mi tarea ni
haga obligación al respecto. Nadie deseará evidentemente la tarea
cuando se trata de un argumento
[p. 620]
que ha
sido tratado abundante y
espléndidamente por tantos Padres. Pues, el mismo Pablo podría bastar ya que
no omite nada para persuadir e
ilustrar esta parte de la fe cristiana como una parte como de las más
importantes. Además está Ireneo contra los heréticos
marcionistas y seleucianos y contra otros que niegan la resurrección[225].
Están Epifanio y Jerónimo contra los origenistas que rechazan la
resurrección de la carne[226].
Está Teodorito para los griegos y de parte nuestra Agustín y entre todos,
exactísimo como suele ser, Tomás
contra los griegos y los sabihondos de este mundo que ridiculizan la
simplicidad de la fe cristiana en la resurrección de los cuerpos[227].
Sin olvidarnos que el mismo
Cristo enseñó la resurrección
con divina autoridad a los saduceos que la niegan[228].
Por eso en esta obra más bien hemos dicho que nos dedicamos a la exposición
de los hechos futuros en los últimos tiempos y no tanto el análisis de las
maravillas correspondientes. Por
eso no pensamos hablar ni de la naturaleza y característica de la
resurrección, ni del fuego de los condenados, ni de la gloria de los
bienaventurados. Estaremos contentos si podemos contribuir algo a la
comprensión de la historia.
Pues, Crisóstomo distingue muy bien
lo que hacen los ángeles y lo que hace Cristo en la resurrección
general. Es tarea de los ángeles de congregar a los hombres; el resucitar a
los que duermen pertenece exclusivamente
a la divina omnipotencia y majestad de Cristo. Escuchemos como narra
las palabras de Pablo: Lo que sucede en presencia de un rey así sucederá
entonces respecto al ministerio de los ángeles con ocasión de la
resurrección. Dirá que resucitarán los muertos. Dirá: resuciten los muertos.
Y sucederá pero los ángeles no tienen alguna intervención al respecto. Pero
las mismas palabras: Es como cuando algún rey lo ordena[229]
[pg. 621]
entonces saldrán los
encarcelados y los cautivos y los ministros los traen. Aquellos luego no lo
hacen por autoridad propia sino
por la orden recibida. Sin embargo, creemos que se trata de un arcángel que
está a la cabeza y ordena a los demás ángeles enviados al orbe y es que les
ordena: Preparad a todos porque
llega el juez. Y luego: ¿Cuando descenderá por cuya gracia somos llevados?
Una gracia y gran honor. Pues, cuando el rey ingresa a la ciudad los que son
ilustres saldrán fuera a su encuentro. En cambio los que son culpables y
reacios temen el juicio y
esperarán al juez en el interior. Por eso sucederá como lo tiene el
evangelio: enviará a sus ángeles con la trompeta y reunirán a sus elegidos[230].
En cuanto a la resurrección servirán como que intervienen cabalmente, así
trasmiten escritores de renombre, recogen la materia y la arreglan, es
decir, reúnen los polvos de todas partes y los juntan. La multitud de los
ángeles activos se ocupará de esta tamaña tarea. Con todo, para que el
espíritu ingrese a estos huesos secos y juntados, como dice Ezequiel, esto
sólo le corresponde a la voz de mando que dice: «Ven,
espíritu, de los cuatro vientos, y sopla sobre estos muertos para que vivan».[231]
En seguida, cada uno estará en pie premunido
con sus propios huesos, cubierto con su piel y vivificado con su
propio espíritu; lo que por lo demás le será ordenado se haga. Entonces será
tarea y misión de los ángeles el convocar y llevar a todos los hijos de Adán
a la reunión general, al lugar del juicio general designado por Dios. Esto
lo realizarán con una celeridad increíble, tal como el apóstol afirma que no
será más rápido un pestañar de ojos que la resurrección de todos[232].
La agilidad en llevar y reunir a los cuerpos resucitados
que tienen los ángeles lo demuestra claramente el ángel aquel que
tomando a Habacuc por la cabellera lo llevó desde Judea a Babilonia junto
con su comida[233].
Primero, pues, resuena la voz divina de Cristo ordenando la resurrección de
los muertos. Luego será misión del gran arcángel de avisar a los ángeles y
ordenarles para que realicen rapidísimamente lo ordenado.
[622]
Estos se reparten
expeditivos en la diversas partes del mundo,
las más vetustas y alejadas, y
cogiendo en todas partes el polvo aunque esté escondido y dispersado.
Entonces los muertos levantados por la fuerza divina escucharán la misma voz
del Hijo de Dios. Sucede al mismo tiempo que vivan y que escuchan la voz por
la cual viven... Así suele
suceder en el sueño. El que duerme se levanta al escuchar una voz impetuosa.
Es levantado y al mismo tiempo se levanta como le sucedió a
Samuel que escuchando la
voz respondió: Aquí estoy[234].
¿Qué espectáculo será aquel cuando la tierra devuelva sus muertos, el mar
los suyos[235]
y el género humano comenzará a reunirse desde las diversas regiones del
mundo en el valle del juicio? Todos estarán atónitos, todos con espanto, con
el rostro decaído, y no habrá diferencia de edad o de gloria o de falta de
nobleza anteriores. ¡Somos unos ciegos que no vemos estas cosas tan grandes
e ilustres y nos lanzamos con terca ineptitud a la vanidad de esta vida!
Pero viene a la mente la pregunta: ¿cómo es que, cuando todos los mortales
nos reunimos in aquella asamblea, el Señor dice que sólo los elegidos han de
ser reunidos por los ángeles?[236]
¿Acaso no se reunirán también los impíos? Ciertamente se reunirán ya que
En el momento de la venida de Cristo para el juicio ¿se encontrarán algunos
que aun no han muerto?
Capítulo XIX
Mientras tanto entre los vivos se da este gran
cuestionamiento, cuestión que de ninguna manera podemos dejar de
lado. Se pregunta si juntos esperarán al juez los que quedarán en ese
momento con aquellos que ya han sido resucitados. Con mayor precisión: si
quedan algunos vivos corporalmente en el momento de la resurrección general
o será realmente necesario que antes todos hayan dejado la vida para que sea
común la resurrección. Si todos estarán muertos, la cuestión ha sido
solucionada. Cuando todos juntos son llamados a la vida entonces también
juntos se reunirán en la espera del juez. En cambio, si a algunos la última
hora encontrará en vida ¿acaso no existe la duda que por ministerio de loa
ángeles también se reunirán en el mismo lugar ya que expresamente dice la
Verdad: Y serán reunidas ante él todas
las naciones[238]?
Se presente una doble pregunta: Una, si realmente algunos de los mortales
pasan sin morir a la inmortalidad; la otra, si la resurrección de todos los
que resucitarán se dará en el mismo punto. No da lo mismo. Hay, pues,
quienes que creen que todos juntos resucitarán, y hay quienes creen que
algunos nunca morirán. Finalmente hay quienes quieren que todos morirán y
resucitarán, pero no todos al mismo tiempo. Célebre y antigua es la opinión
de muchos varones grandes que creen que estarán vivos muchos hombres en el
momento de la venida del juez, quienes así como son encontrados vivos son
juzgados y según los diversos méritos serán transferidos a la vida eterna o
a la muerte y eso sin que haya separación de cuerpo y alma. Pues, los que
afirman que la cuestión sólo trata de los justos[239]
y
[pag. 624]
no de los impíos, así insisten, como si constara entre todos
que los impíos todos morirán. Aparentemente no han leído en la carta de
Jerónimo a Minerio y Alejandro tantas veces citada[240].
Ahí, antes de todos cita a Teodoro Herocleoto que transmite que a todos los
justos e inicuos que el día del Señor encuentra remanentes pasarán
a la incorrupción sin que medie la muerte. Esta es la misma opinión
de Apolinaris y de Diodorus. Tampoco esté muy lejos de ellos
San Ambrosio cuando escribe: No todos los que son encontrados en
cuerpo serán transformados ya que sólo los santos alcanzarán la gloria de la
bienaventuranza[241].
Eso quiere decir que el santo opina ciertamente que se encontrarán también a
los impíos en cuerpo. Tampoco veo porque algunos piensan que los justos sin
morir pasarán a la inmortalidad y rechazan la opinión que los impíos también
serán traspasados sin morir a los suplicios eternos de la muerte. Que esto
suceda así no trae contradicción y tampoco las Escrituras hablan más de la
muerte de los inicuos que la de los justos. Más bien hablan
de la muerte común de los hombres porque son hombres[242].
¿Acaso no leemos como se parte la tierra bajo los pies de Datán y Abirón y
abrió su boca y devoró a los impíos con sus tiendas y todas sus posesiones?
Descendieron vivos, dice
Pero la lectura verdadera y auténtica ya ha hecho saltar en pedazos antes la
duda ya que ha sido juzgado nuestra opinión, es decir, la Vulgata latina,
como cierta e inviolable de parte del Concilio Ecuménico[248].
Esto lo tienen también varios y muy corregidos códices de los griegos.
Testigo el muy docto Dídimo y también Arcacio de Cesarea que abundantemente
intentan convencer que todos han de morir ya que está escrito: Así como en
Adán todos mueren, así en Cristo todos serán vivificados. Lo demás de
nuestra interpretación
[pg. 626]
lo prueban otros y lo
prefieren como corresponde. Con todo creen que no todos sucumbirán
aludiendo a otro pasaje de Pablo en su carta a los Tesalonicenses
escribiendo de la siguiente manera: Os
decimos eso como Palabra des Señor: Nosotros, los que vivamos, los que
quedemos hasta
Comentando este pasaje Epifanío transmite un doble modo de la resurrección
futura. Uno sucede después de la muerte y otro sin muerte y por
arrobamiento. El que es arrobado, dice, no ha muerto aún[250].
Por eso, en otro lugar afirma que la profecía y el ejemplo de este tipo de
resurrección se encuentran en Henoc y Elías, opinando que estos nunca han
muerto sino que sin morir pasarán a la gloria de la inmortalidad. De la
misma manera piensa Jerónimo[251]
cuando Santa Marcela le preguntó
al respecto, por qué, aunque Elías y Henoc han de morir según el
Apocalipsis, Pablo afirma que
algunos de los santos nos morirán. A lo que responde a partir del mismo
contexto del Apóstol, o contenido como lo llama él, que de manera muy clara
consta que a los que la venida de Cristo encuentre vivos no gustarán la
muerte y serán arrebatados al encuentro de Cristo con el resto de los que
resucitarán. No está de acuerdo con la muerte de Henoc y Elías sino más bien
hay que buscar en el Apocalipsis algún sentido espiritual cuando habla de su
muerte[252].
Esto lo piensa aparentemente también Agustín[253],
citando el mismo pasaje de Pablo y afirmando que se les concederán a algunos
al final no sentirán la muerte por el cambio repentino sino que juntos con
los resucitados serán
arrebatados al encuentro con Cristo en las nubes[254].
Lo que en los
[pg. 627]
los libros de Civitate escribió, más tarde lo
corrigió o lo explicó.
En nuestros tiempos hay algunos varones doctos[255]
que piensan al respecto como los Padres. Su opinión recibe un fuerte apoyo.
Como lo dice Agustín en otro lugar donde señala que es la misma regla de fe
cristiana que nos hace afirmar: Cristo vendrá para juzgar a vivos y muertos[256].
Habrá, pues, hombres vivos a los que junta el juicio general con los
muertos, esos muertos como comprendemos serán entonces resucitados. En otro
lugar se habla sólo de vivos o de muertos pero no habrá un juez para ambos
al mismo tiempo. Es que las Sagradas Escrituras nos ordenan de esperar la
venida de Cristo e ir a su encuentro y hasta apurarnos[257].
Si no hay vivos en el futuro en el momento de su venida escuchamos esto es
en vano porque no puede
referirse a nadie nunca. ¿Por qué su venida es comparada a un ladrón? ¿Por
qué el diluvio de Noé? ¿Cómo los cogió a todos desprevenidos si nadie
quedará en el futuro? Diodoro utiliza este argumento y me parece que no
carece de fuerza. Es que excede
toda medida razonable el hablar de la espera del que ha de venir, si no se
encontrará a nadie que ha quedado. ¿A qué esta exhortación:
Como el rayo sale de oriente y brilla
hasta el occidente así será la venida del Hijo del Hombre[258]?
Realmente si todo antes han de
morir, entonces parece por gusto recordar esto y muchos otros pasajes para
prevenir la previsión de los fieles cuando para todos bastaría sólo una
cosa: Vean que no acojan ni veneren a nadie en lugar de Cristo. Cristo no
vendrá hasta que todos los mortales serán eliminados de la tierra. Pero no
exhorta de esta manera. Más bien quiere que los suyos lo esperen atentos y
preparados y en suspenso y no haya ofensa por estar entregados al vientre y
al lujo como los demás hijos de este siglo.
[pg.
628
Capítulo XX.
Por tanto, a partir del testimonio de las Escrituras y a partir de cierto
razonamiento que conste que no habrá terminado la humanidad antes del fin
del mundo. Cuando venga el juez de los hombres es necesario que también
entonces existan y queden
hombres cuando aquel vendrá para ello
a los que todavía no ha tocado hasta ese momento la condición de la
muerte. Constando eso y no se puede negarlo, parece
fácil dar un paso más, es decir, los hombres aquellos han pensar
nunca y de ninguna manera como que fallecerán. Pues, si estarán vivos hasta
el momento de la venida de Cristo, si también junto con los muertos en
Cristo que han sido devueltos a la vida, serán arrebatados al encuentro de
Cristo en los aires y estarán siempre con él, no es el momento de sentir la
amargura de la muerte, pues, ¿ para qué mueren si enseguida vivirán? Con
todo algunos, especialmente
muchos de los autores más recientes
rechazan violentamente esta opinión de los antiguos, algunos la
aceptan como piadosa y segura, sin embargo, rechazan como improbable y
frívola la opinión posterior de
otros Padres que se sufrirá la
muerte en el momento del rapto[259].
De esta manera piensan que todos los hombres, los piadosos y los impíos,
saldrán de la vida antes de la resurrección
general de los muertos. Pronto serán resucitados junto con los demás
y eso simultáneamente. Entonces finalmente los justos y los impíos irán al
encuentro de Cristo. Serán abandonados abajo los malvados donde esperarán un
final tristísimo.
Aquí afirman que una sola resurrección de todos es profetizada en las
Escrituras y en el mismo momento. Luego dicen que el fuego precede la venida
del juez y incendiará al mundo entero
y luego no quedará nadie de los mortales. No parece poder creerse que el
fuego lo va a devastar el universo y todavía quedaría tanta multitud de los
hombres.
Al respecto piensan que se da el caso que muchos de los justos
[pag. 629]
algo de mancha han adquirido en la convivencia humana ¿cómo podría ser que
los justos todos serán llevados al encuentro con Cristo arriba cuando gran
parte no ha sido purificada? ¿Quién te convencerá que entonces estarán
purificados? A partir de estas y otras razones concluyen que se dará la
muerte de todos antes que suene la trompeta de la resurrección en el mundo.
Sería probable esta opinión y se acomodaría bien a la inteligencia si Pablo
no diría lo contrario. Pues éste abiertamente
proclama y se apoya en la palabra del Señor afirmadno que habrán
quienes vivirán y quedarán los que permanecerán y entre ellos los muertos en
Cristo serán una categoría y se constata que los muertos resucitarán
primero. Luego, los que queden y
viven todavía (pues consta que en su persona traslada la causa de aquellos)
luego de haberse realizado la resurrección de los demás ellos junto que
aquellos irán al encuentro de
Cristo. Te pregunto, lector, ¿qué es eso que resucitan primero? Y luego,
¿eso de que los que quedan al mismo tiempo serán arrebatados? ¿Qué significa
eso de primero y eso de luego? Si esto no establece un orden entre ellos, no
se puede entender, no hay nada razonable en lo que dice Pablo. Ellos dicen
que si establece un orden pero entre la resurrección
de aquellos y el rapto o el ir al encuentro de estos. Bien. Pero si
todos resucitan al mismo tiempo ¿por qué se dice que estos resucitan
primero? Si aquellos ya han muerto antes de ser arrebatados ¿cómo dice que
nosotros que vivimos, los que permanecemos seremos arrebatados juntos? Está
claro que el que es arrebatado
no está muerto, para que sepan como dice Epifanio: ¿Cómo es que en otro
lugar tú demuestras que Elías y Henoc no han gustado la muerte sino que han
sido arrebatados al cielo como dice
Capítulo XXI.
Aceptamos con mucho gusto que las cosas que pueden explicarse sin hacer
excepciones de las leyes divinas, son más fáciles de entender respecto a lo
que dice
Esto los comprenden perfectamente todos los hombres y no hay razón porque
los últimos sucesos prevalezcan en este rubro ya que aquellos que tienen las
primicias del Espíritu se consideran como gimiendo bajo el peso y sometidos
a la vanidad y a la muerte[272].
Ahora bien, la cuestión si se dará la muerte velocísima antes de la
resurrección de los demás de manera que resucitan
juntos como opinan Tomás y otros más o si más bien se da la muerte en el
arrebatamiento mismo como les parece a Agustín y también a Ambrosio, no me
preocupa mucho con tal que se respeten las palabras paulinas que indican que
los santos están vivos cuando resuciten los muertos anteriormente. Pero no
preceden al encuentro de Cristo por el poder de una resurrección
vertiginosa. De otra manera fue
muy fácil para el apóstol de consolar así a los tesalonicenses: Nos os
entristezcáis por los muertos
[pg, 634]
como si les hubiese sucedo algo
peor. Ni los que vivimos y
parecen permanecer no moriremos tampoco sin que
antes todos mueren. Luego resucitaremos al mismo tiempo para que vayamos
juntos al encuentro con Cristo. Pero no se expresó así sino más bien ha
profesado que habrá vivos que quedan cuando los muertos resuciten.
Realmente la velocidad de la resurrección serán tanta que los vivos
no pueden preceder a los muertos anteriormente sino que todos juntos
ascenderán al encuentro de Cristo. Pues así si somos esperados por ellos,
Dios ha provisto algo mejor para nosotros de manera que no serán consumados
sin nosotros[273]
y así dará igual si ellos esperados por nosotros para juntos seamos llevado
al cielo, vayamos hacia el hombre perfecto en la medida de la edad de
plenitud de Cristo[274].
Ellos resucitarán, nosotros seremos arrebatados y, sin
embargo, seremos arrebatados todos y resucitaremos todos. En contra,
¿el arrebatamiento al encuentro con Cristo que tiene de común con el cuerpo?
¿Por qué no más bien sea absorbido lo mortal por la vida y que se nos
sobrevista con la morada que es de los cielos? ¿Por qué en el arrebatamiento
son despojados y no más bien sobrevestidos?[275]
Los que preguntan esto piensen en lo que les respondería
Pablo que desea y anhela lo mismo, que ciertamente habrá que salir
del cuerpo, o mientras tanto, para que estén presentes ante el Señor.
Conviene que la muerte prevenga al juicio particular de cada uno, conviene
que también haya juicio
particular en el alma de antes
que se lleve a cabo respecto a los que están con cuerpo y alma. Debe
realizarse el juicio particular antes que se pronuncie el juicio público.
Ahora bien, si Pablo, arrebatado al cielo, escuchando palabras arcanas, no
sabe si fue en el cuerpo o fuera del cuerpo[276],
¿hay que sorprenderse que aquellos que son arrebatados en la eterna
felicidad, estén mientras tanto
un momento fuera del cuerpo para que el alma salido y libre para escuchar
antes las palabras arcanas, luego
regrese el alma glorificada al cuerpo y lo posea como inmortal y
glorioso? Yo también creo que estos que son absorbidos vivos por el infierno
(si se mencionan también quienes
en su cuerpo
[pg. 635]
han descendido allá como piensa Epifanio[277]),
yo creo que ha acontecido la muerte y serán juzgados en el alma, luego
volverán al cuerpo para sufrir eternos tormentos. No necesito otra razón que
lo establecido que todo hombre muere una vez y luego el juicio.
Tampoco creo que ni Elías o Henoc ni nadie de los hombres que sean
inumes de la muerte para siempre cuando Cristo mismo ha orado de ser
liberado y, sin embargo, la ha gustado[278].
Tampoco ha dispuesto para nosotros de manera distinta cuando se la impuso el
Padre como ha enseñado a los suyos. Aplazará la muerte de Elías y Henoc pero
a su tiempo en provecho de la Iglesia y con la alabanza de Cristo saldarán
la deuda tanto tiempo aplazada como piensan muchos Padres. Sin embargo,
dicen que si en arrebatamiento van al encuentro aquellos últimos, no será
simultánea la resurrección de todos. Yo, en cambio, pregunto cuál pasaje de
Capítulo XXII
He expuesto en este tema tan oscuro lo que pienso. Sin embargo, cuando se
trata de cosas que ignoramos ni se encuentran claramente en las Escrituras,
conviene ser sobrios, como exhorta Pablo[288]
para que no nos apoyemos demasiado en nuestras opiniones y perdamos la
certeza de las cosas mismas. Pues, si queremos ser cristianos, conviene que
creamos en la resurrección de los muertos cuando venga Cristo para juzgar a
vivos y muertos, como lo dice claramente Agustín en este punto[289].
Pero no es vana nuestra fe que, aunque sea algo del futuro que no podamos
comprender perfectamente. Pues cómo será el futuro que ahora a medida de
nuestras fuerzas de raciocinio suponemos como será realmente, imposible para
que podamos saberlo.
Esto lo recomienda la documentación cristiana y también la razón de la
prudencia humana. Cualquiera que está medianamente dotado, cuando le cuentan
una historia o cuando le describen caminos y ciudades por donde irá, si le
suceden cosas difíciles que no capta suficientemente y las cosas que se
contradigan entre sí en su apariencia,
[pag. 638], si hay que considerara
digno de fe lo que escucha o lee, ¿acaso no se pone en seguida a pensar que
no se pueden comprender bien hasta que uno lo ve con sus propios ojos y
comprender como dependen mutuamente? De esta manera aplica
la congruencia de la información, en lo que le puede suceder, y, sin
embargo, mantiene su juicio a base de lo que ha recogido de información
hasta que mire con sus propios ojos. ¿Acaso no nos sucede esto
a diario a los que caminamos, navegamos, o solamente damos una
vuelta? En mi caso la realidad de los indios no era las mismasque escuché
después que la he experimentado y visto. La encontré, la que me la
explicaron sin mentir, sin embargo encontré que la realidad de las Indias
era distinta y he tenido otro juicio muy diferente
de acuerdo como la he experimentado.
Por eso descubrí que mi manera de pensar era muy distinta. No dudo
que si mirara en el lugar mismo a Constantinopla o París, lugares que nunca
he visto, entonces la frecuencia, dimensión y la mole de los edificios y
todo lo demás que de alguna manera he conocido por la lectura o por lo que
me han contado, con todo, adquiría un conocimiento muy mucho distinto y me
reiría de mi mismo: Frecuentemente sucede que escucho cosas y las discuto y
me parece a mí mismo que soy un experto. Es humano y cosa de todos los días.
Si esto lo reclama la prudencia de los hombres que cuando hay testigos
fidedignos no dejes de tener confianza, y lo que no comprendes bien respecto
a lo que cuentan, hasta que lo veas, ¿por qué hacemos injuria a la Verdad
inmutable por la diversidad de nuestras opiniones respecto a tantas cosas
celestes y muy por encima de lo que se puede expresar en admirable multitud
copiosa y magnitud, también cuando algunas cosas nos parecen que no son muy
coherentes entre ellas? Cuán exigua es nuestra mente y cuán grandes sus
excelencias. Así será que digamos cuando hemos traspasado la apariencia de
los cosas mismas: Como habíamos oído lo hemos visto
en la ciudad de nuestro Dios, su
monte santo[290].
[pg. 639]. Por eso la venida futura de Cristo para juzgar, el fuego ante
su
faz, el sonido de las trompetas, la resurrección de los muertos, los
ministerios de los ángeles, la ida al encuentro en los aires de los justos
para separación de los impíos y sus gemidos, el examen de vivos y muertos,
el juicio y la sentencia irrevocable por la cual los buenos son destinados
para el cielo y los malos para el infiero perpetuo, todo esto lo
consideramos con fe como certísimo y sabemos que la misma palabra de
Dios lo ha atestiguado. En cuanto a la manera de cómo sucederán estas cosas,
qué orden observarán entre sí, respecto a esto no tenemos suficiente
información. Pero piadosamente cada uno opina a su manera. Y para someter yo
mismo un comentario, suelo pensar de estas cosas que de todos estos signos
terribles que predecirán como próximo el juicio futuro, el último será el
fuego que precederán ante el juez que está descendiendo. Ardiendo este fuego
en todas partes pienso que los malignos arderán según el Apocalipsis,
desciende el fuego de Dios desde el cielo y los devora[291].
Han de purificarse los probos y justos como insinúa el apóstol, si es que
les queda alguna mancha, pero no han de ser matados[292].
En ese momento se cumplirá lo que está escrito:
Entonces, estarán dos en el campo: uno es tomado, el otro dejado; dos
mujeres moliendo en el molino: una es tomada, la otra dejada[293],
dos estarán en el lecho, uno es tomado, el otro dejado. Así como el mundo
fue devastado por el diluvio así la futura devastación será por el fuego,
como enseña Pedro[294]
y Cristo coincide. Cuenta el
libro de Éxodo y lo comenta más ampliamente el libro de
Como serán juzgados los hombres y abiertos los libros en el juicio.
Capítulo XXIII.
De ninguna manera podemos pensar acerca de cómo se realizará el juicio en el
cual se dará la razón de todos los méritos de los buenos o de los malos ya
que se reclamará toda palabra ociosa, como testifica el mismo juez[307].
Tampoco existirá ninguno de los
hombres desde el primero hasta el último
que no comparezca ya que han sido convocados allí. Todos estaremos
ante el tribunal de Cristo, como
referiré, y cada uno según ha llevado adelante lo de su vida propia sea
bueno, sea malo. Este querella tratará de cada uno y su análisis particular
será conocido por cada uno[308].
De esta manera aparecerá digno de odio o de amor[309].
Dice: No juzguéis antes del tiempo
hasta que venga el Señor quien iluminará lo escondido de las tinieblas y
manifestará los pensamientos de los corazones y entonces cada uno recibirá
la alabanza de Dios correspondiente[310].
Finalmente cito lo de los sibilinos que nadie podría decir más brevemente lo
que entonces sucederá: Todas las cosas
escondidas de todos serán patentes para todos. Esto parece lo prueba la
verdad del evangelio: Nada encubierto,
que no será revelado, no habrá nada oculto que no se sabrá[311].
Todo esto que parece requerir el espacio
de mucho años, por Dios
se hará con tanta celeridad que las Sagradas Escrituras no sólo hablan del
día del juicio sino también de la hora del juicio[312].
Más aún, puesto que por las leyes y la majestad de las eternas potencias
[pg
642]
una tarea de tanta envergadura no se llevará a cabo con la dilatación
de las acciones humanas, por eso tantas y tan grandes maravillas
no requerirán una larga demora de tiempo.
Así como se ilumina todo el hemisferio en el cual hay tantas cosas y
tan diferentes entre sí, porque es permeada por la luz de este sol que sale
y al mismo tiempo lo percibe la multitud de ojos, unos en un punto cercano
de la casa y otros mirando lejísimos astros, así también aquel sol de
justicia al aparecer purísimo y
fulgente en el cielo, iluminará lo escondido de nuestras tinieblas, como
dice el apóstol, y todo estará
expuesto y perspicuo a los ojos descubiertos de todos. Puesto que estamos
acostumbrados a lo nuestro el Espíritu Santo aplicará también alguna forma
de juicio humano para que podamos captar alguna comprensión del juicio
divino. En el libro del Apocalipsis leemos así:
Luego vi un gran trono blanco, y al que estaba sentado sobre él. El
cielo y la tierra huyeron de su presencia sin dejar rastro. Y vi a los
muertos, grandes y pequeños, de pie delante del trono;
fueron abiertos unos libros, y
luego se abrió otro libro, que es el de la vida; y los muertos fueron
juzgados según lo escrito en los libros, conforme a sus obras. Y el mar
devolvió los muertos que guardaba,
En el día del juicio se ha de publicar lo escondido de todos, también los
pasos de los justos.
Capítulo XXIV
Pero mucho dudan si también las maldades o pecados que los justos en el
pasado cometieron y que fueron perdonados por la clemencia de Dios y por la
legítima penitencia, serían hechos patentes en aquella magna y admirable
asamblea. El Magister Sententiarum opina que no será publicado todo aquello
que cometimos de grave e inicuo, lo que apenas hemos osado susurrar en el
oído del sacerdote del Señor, que estas cosas no serán sacadas a la luz
delante de los ángeles y la asamblea gloriosa de los santos. Repugna y
espanta el corazón que se sepa tamaña ignominia. Realmente es infantil
esta manera de pensar y
totalmente extraña a la transformación de la nueva vida. Estará patente
realmente todo lo que hicimos, lo bueno y lo malo. No sacarán algún consuelo
los impíos de los actos buenos ni de los actos malos el pudor del bueno.
Esta es no solamente la enseñanza común de las escuelas teológicas
universales sino
[pag. 645]
también de los santos Padres Jerónimo, Agustín,
Ambrosio[322],
especialmente de Anselmo que ha argumentado de manera precisa y sutil[323].
A mí me parece que es verdad lo que dice que nada es secreto que no sea
revelado. Tampoco nada escondido que no venga a la luz[324].
Esto lo dice también
satisfactoriamente Pablo cuando dice: ¡Cada
uno vea como construye![325].
El día del Señor lo manifestará porque se revelará en el fuego. Por este
pasaje también es cierto que también de los que tienen a Cristo como su
fundamento, es decir, una fe viva, se habla de vicios y pecados, de ellos se
hace mención. Y dice que también los defectos de estos
serán conocidos en el futuro en el día del Señor aunque, sin embargo,
serán salvos.
Finalmente para que se resalte
la misericordia y gracia de Dios, para que se conozca la eficacia de la
pasión de Cristo, para que sea más conspicuo el esfuerzo de penitencia de
los justos y de gratitud por los pecados perdonados, ciertamente es
necesario que el número, la gravedad y la medida de los pecados leves o
graves sean conocidos. Eso es escrutar a Jerusalén con lámparas[326],
eso es pesar a cada uno en la
balanza[327],
eso es juzgar las justicias[328].
Pues, si apareciesen solamente las cosa buenas y se ignorasen las cosas
malas que Dios tanto tiempo ha
quitado y emendado, se haría necesaria una gran ausencia de la divina gloria
y gracia que tan admirablemente se ha ocupado para sostenernos en nuestras
debilidades y en curarlos. Esta gloria de su Dios, esta dulcísima caridad de
Cristo no se la envidiarán los Santos que aman a Dios más que a sí mismos
sin parangón. Así se presentarán
a todos y, para decirlo en broma,
enseñarán sus cicatrices por medio de las cuales declaran
la pericia y la benignidad inefable del médico celestial para con
ellos. Habrá realmente una mirifica alegría de los justos unida a la máxima
alabanza de Dios al pensar en sus mismas heridas y al presentarlas para que
se vea de qué peligros han sido sacados
[pg.
646], cuán queridos han sido para
Dios y su Cristo, de dónde y hasta dónde han venido, es decir, de lo más
profundo abismo hasta la máxima bienaventuranza. Ni siquiera les afectará la
tristeza o la vergüenza, no importa
cuáles y cuántos fuera el número de sus crímenes. Pero tampoco
causará a otros, no importa quienes sean, desprecio o hastío. Pero ni
siquiera les subirá la murmuración o la ira a los impíos, aunque hayan
cometido pecados similares o de menores y se vean atados
por esos pecados que a otros han sido perdonados por Dios.
Manifestará Dios su justicia y
se declarará como el Señor de los suyos. Finalmente aparecerán todas estas
cosas de los justos como bañadas en la sangre del cordero y no queda nada de
corrupto.
Es así que ellos y todos los demás verán aquello
como que en modo alguno tiene algo que ver con ellos si es un beato,
a quien Dios no le imputa el
pecado y cuya maldad ha sido corregida[329].
Pues, como una pequeña gota es absorbida y eliminada por el vastísimo
océano, así los pecados cometidos
serán perdonados por Dios y destruidos en su infinita caridad y
eliminados como cantó el profeta[330]:
quitará nuestras iniquidades y hundirá en lo profundo del mar
todos nuestros pecados. Y también habla así otro profeta[331]:
ya no habrá recuerdo del pasado porque se han entregado al olvido nuestras
angustias anteriores. Y el apóstol Pablo dice:
Porque en otro tiempo fuisteis tinieblas; mas ahora sois luz en el Señor[332].
Pues no quedará nada de tiniebla cuando venga la luz plena. Y en otro lugar:
Y tales fuisteis algunos de vosotros.
Pero habéis sido lavados, habéis sido santificados, habéis sido justificados
en el nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios[333].
En consecuencia, ambas cosas son verdad para que el alma cante a su Dios
quien ha curado todas sus dolencias[334].
Con todo, ni volverá más a la memoria. Quedará en pensamiento el mal para
alegría sobre la salvación. Pero no quedará para el dolor por haberlo
cometido.
Es cierto, a los que no tienen una fe robusta ni están ejercitados para
llevarlo a nivel espiritual no es fácil explicar estas cosas. Sin embargo,
habrá más bien que predicar aquello
[pag. 647] que los buenos disfrutan del
bien y a los malos se les
será recitado públicamente todas sus maldades para
el sumo oprobio e ignominia de
ellos. Hay que explicar e inculcar cuidadosamente para que
detesten el pecado[335]
y sirva para la confesión. Por eso hay que pronunciar ásperamente estos
testimonios divinos. ¿Pensaste
inicuamente que era semejante a ti? Te argüiré y de acusaré ante tus ojos[336].
Y aquello del profeta: Mostraré a las naciones tu vergüenza[337].
Y lo de otro profeta: Ahora voy a
derramar sin tregua mi furor sobre ti y a desahogar mi cólera en ti; voy a
juzgarte según tu conducta y a pedirte cuentas de todas tus abominaciones
que serán en medio de ti[338].
Y aquello ‘Me da vergüenza’ y ‘iré ante mi padre’[339].
Pensemos también en el pudor del
hombre o de la virgen cuando en la reunión de los hombres se recitan sus
maldades y debilidades ocultas para aquella eterna confusión ya que son
manifestadas al escuchar todo el cielo y toda la tierra,
y esto más ampliamente
ha de ser explicado para pueblo al recibir la palabra. Estas cosas
más ocultas no es fácil de sacar de los arcanos de la teología. Es como lo
hacen los pintores que también respecto a los cuerpos glorificados, como por
ejemplo de Cristo que resucita, cubren esas partes que para nosotros no son
honestas y tampoco moldean un
cuerpo desnudo aunque realmente los cuerpos gloriosos son desnudos y cuando
revisten la estola de la inmortalidad todas las partes son honestas y
decentes. Sin embargo, para que no ofendan
los ojos las velan y las cubren, como dije, aquellos cuerpos. De la
misma manera conviene que el escriba prudente y perito en las cosas del
reino de los cielos proceda igual que de la vida futura no saque aquellas
cosas que podrían de alguna
manera herir a los de ánimo sensible y de fe poco fuerte.
Nosotros que no escribimos esto para
el vulgo, pensamos que también aquello hay que añadirlo de que en aquel día
y ante los ángeles y ante los
hombres hay que abolir totalmente todo que necesariamente limita la vida de
los mortales. Es que simplemente
[pag. 648] todo lo de los ángeles, de los
hombres y del mismo Dios será conocido a todos en la medida de la capacidad
que cada uno de los
bienaventurados ha recibido. Pues no habrá revelaciones ni
iluminaciones nuevas. Tampoco habrá nada fijo que se haya hecho en el tiempo
o en la eternidad que no resplandezca en plena luz y no sea expuesto a los
bienaventurados ojos de todos los santos. Tampoco seguirá oculto pensamiento
alguno o conversación privada o algún hecho secreto. Todas las leyes del
secreto serán disueltas con las
gobernaban la providencia los
procedimientos humanos mientras corrían los tiempos. Llegados a la eternidad
no le sigue nada de incómodo de que lo sepan todos. Ahí no se puede
preguntar: ¿Cómo se abrirá el campo de la inmensa felicidad ya que todas las
cosas de Jesús, todas las cosas de María, todas las cosas de Pablo, todas
las cosas de Lorenzo, todas las cosas de Agustín, todas las cosas de Inés,
todas las cosas de Ignacio, todas las cosas de todos, de los ángeles, de los
apóstoles, de los mártires, de los doctores, de las vírgenes, de los
elegidos de Dios, de nuestros seres queridos serán bien común de todos y le
será expuesto en mayor envergadura y libremente comunicado
de cualquiera de los bienaventurados
quien vea, comprende, y en ellos para todos habrá tanta abundancia de
fruición y de visión cuanta será la capacidad de cada quien.
Pues, ¿cómo no podría ser de otra manera cuando Dios será todo en
todos[340]?
Acerca de la problemática especial
en el juicio respecto a las obras de misericordia.
Capítulo XXV.
Aunque habrá que aportar todo lo sucedido en el juicio general como dice el
Eclesiastés[341],
con todo, las divinas letras
enseñan que habrá cuestión de algunas cosas especiales antes que todo lo
demás. Se conoce la forma del
juicio divino, la expuso nuestro rey mismo[342],
en lo que atañe a la beneficencia y a la caridad
[pag. 649]
de los buenos en
su favor, es decir a favor de los suyos, dará un testimonio honorífico y
premiará con la claridad del reino eterno ya que tuvieron
compasión de los hambrientos, vistieron al desnudo, ayudaron al
necesitado y al oprimido y todo lo demás que trae a la memoria. Por todo
ello los invita dulcemente a formar parte del consorcio de la gloria
paterna.
Duramente hablará a los ímprobos que se han perdido ni se han dignado de dar
alimento a los indigentes y les enseña que lo que no han hecho a los suyos
lo han hecho a él. Finalmente les ordena de ir a las bien merecidas penas
del fuego eterno.
Ahora bien, habiendo recordado estas cosas y eso bajo autoridad divina,
fácilmente podemos entender la importancia tiene para Cristo
la misericordia y la limosna de la que también Tobías afirma que
libra de la muerte y no deja que el alma se vaya a las tinieblas[343].
Así pues los misericordiosos alcanzarán misericordia[344].
Los Padres reflexionan mucho y
maravillosamente sobre el hecho del por qué, a pesar de los muchos deberes
de la cristiana piedad y de las que indudablemente hay que rendir cuentas de
todos en aquel juicio, sea sola o preferentemente se dice que Dios la
exigirá a los hombres. Especialmente lo hace Crisóstomo[345].
Podemos sólo brevísima y certeramente hacer alusión a cuáles son las obras
de misericordia y cuáles se tomarán en cuenta en menor grado a los hombres y
cuáles son las propias para el cristiano ya que de esta manera Jesús quiere
reconocer a los suyos si tienen caridad al uno al otro[346].
A partir de todo ello no es difícil deducir cuál será la severidad de aquel tribunal de cara a las eternas malas acciones, crímenes y vicios cuando la negligencia respecto a las espontáneas beneficencias será castigada con el fuego eterno. Ahora bien, si todo este discurso de Cristo y la respuesta de estos y todo aquello que se refiere respecto a aquel juicio, se llevará a cabo a viva voz con sonido externo o si más bien será una locución intelectual e interna, porque de eso también discuten los teólogos[347] [pag. 650], y si importa poco que opinemos de un modo o del otro, sin embargo conviene más a la dignidad de aquel lugar y para despachar más rápidamente, más plenamente aquella multitud de causas, es más apropiado que todos los hombres vean con sus ojos al juez, que acojan las palabras del juez con su mente y expresan con la mente también lo suyo. Eso mismo parece insinuar el apóstol: como quienes muestran tener la realidad de esa ley escrita en su corazón, atestiguándolo su conciencia, y los juicios contrapuestos de condenación o alabanza… en el día en que Dios juzgará las acciones secretas de los hombres, según mi Evangelio[348]. Pues, si uno cree que por lo menos la sentencia final del Señor habría que proferirse con la pronunciación de la voz, que realimente el hombre y los hombres no solamente se les hablará al alma sino también estando en cuerpo, entonces argumenta de manera más probable y de acuerdo a nuestros mayores[349] con tan la magnitud de este misterio no exceda la demora del tiempo. Existen algunos puntos como centrales de las obras divinas de los cuales salen innumerables líneas e incomprensibles en su dimensión. De este tipo suelo meditar en mi interior tres especialmente. Primero aquello: Dijo y se hizo[350]. El que vive eternamente lo creó todo por igual[351]. Lo segundo: El Verbo se hizo carne[352]. Finalmente esto mismo: El iluminará los secretos de las tinieblas[353]. Estas son breves expresiones, Sin embargo, producen por sí mismas grandes efectos. La reflexión humana no podrá alcanzar nada de todo ello. Sin embargo, hay que acercarse y en cuanto sea permitido, será una abundante fuente de sabiduría y piedad. [pag. 651]
Capítulo XXVI.
Lo que dijimos de las cosas, así hemos de opinar de las personas. No habrá
nadie de aquellos por quienes Cristo derramó su sangre del cual no se le
exigirá en aquel juicio la razón de su vida realizada. Los mismos apóstoles
primeros de quienes está escrito que se sentarían sobre doce tronos y
juzgarán las doce tribus de Israel[354],
también ellos han de ser juzgados por el juez de vivos y muertos. También
Pablo dice lo mismo respecto a su persona[355].
Todos estaremos ante el tribunal de Cristo. Se refiere a sí mismo como quien
está de pie y no como que está sentado. Pedro
también dice de sí mismo: Porque
ha llegado el tiempo de comenzar el juicio por la casa de Dios. Pues si
comienza por nosotros, ¿qué fin tendrán los que no creen en el Evangelio de
Dios?[356]
Con cuánta seguridad, sin embargo, ellos esperarán este fallo del juicio
divino lo explica Juan de manera óptima:
En esto ha llegado el amor a su
plenitud con nosotros: en que tengamos confianza en el día del Juicio[357].
Sin embargo, estos serán juzgados de
manera que ellos mismos juzgarán a otros tal como el Señor lo ha profetizado
para aquellos que han seguido la perfección evangélica de acuerdo a los
apóstoles. Así lo atestiguan los
santos Padres, especialmente Agustín pero también Gregorio y Beda[358].
De ellos estos está escrito: los
elogios de Dios en su garganta, y en su mano la espada de dos De Temporibus
Novissimis - De los Últimos Tiempos, el Fin del Mundo, el Juicio Final,
autor: José de Acosta de la Sociedad de Jesús p. 6filos; para
ejecutar venganza en las naciones, castigos en los pueblos, para atar con
cadenas a sus reyes, con grillos de hierro a sus magnates, para aplicarles
la sentencia escrita: ¡será un honor para todos sus santos![359]
De ahí
[pag. 652]
es aparente que como los perfectos juzgarán a los santos
menos perfectos y de la misma manera los impíos han de ser juzgados por
todos los santos. Así como está también escrito en otro lugar: El día de su visita resplandecerán, y como chispas en rastrojo correrán.
Juzgarán a las naciones y dominarán a los pueblos y sobre ellos el Señor
reinará eternamente[360].
De esta manera consta que tal será aquel juicio que los hombres serán
juzgados al mismo tiempo. Especialmente los varones apostólicos asistiendo
con una prerrogativa de gloria al sumo juez que este profeta anuncia, serán
confirmados más por la santidad de su vida y el esplendor y el poder de
gloria que por el ruido del habla. Si alguien se admira de que los santos
que han de juzgar a todos los impíos, que mire nada más lo que refiere
Por tanto, como dije, más cuentan las obras que la fe y no tanto lo exterior
de estas obras sino su alma que es la intención, eso será condenado. ¡Ay de
nosotros miserables que estamos seguros por una especie de vida cristiana
exterior y no tenemos fuerza alguna! ¿Cuántos muchos decepcionados
de sí mismos de malos que fueron, recapacitan?
Con todo entre todos quienes serán juzgados, las causas de aquellos
que
presiden serán tratadas con mayor diligencia para que el Señor
les haga un juicio apropiado con discernimiento. Leemos lo siguiente:
Dios se levanta en la asamblea divina,
en medio de los dioses juzga[367].
Y en Ezequiel: Aquí estoy yo contra
los pastores: reclamaré mi rebaño[368].
Y en general se dice en el libro de
También Elías recuerda cuántos estragos sufrirán los impíos: Y
en saliendo, verán los cadáveres de aquellos que se rebelaron contra mí; su
gusano no morirá su fuego no se apagará, y serán el asco de todo el mundo[372].
Por estas expresiones se enuncia de manera muy apta la gran miseria de los
condenados. Esta, aunque sea inmensa y eterna no provocará
dolor alguno ni conmiseración de los santos. Más bien será un
espectáculo voluptuoso[373].
Será ejecutado con la espada de doble filo por la cual golpeas tanto y ella
es la misma palabra del omnipotente que divide la luz de las tinieblas
cuando les dice a aquellos: ¡Aléjense de mí y vayan al fuego eterno! En
cambio a estos: Vengan para poseer el reino preparado para ustedes. E irán
los impíos al suplicio eterno y los justos a la vida eterna. Amén.
* *
*
Fin.
(Sigue un índex rerum)
[1] Mt 24, 36-39.
[2] Lc 21, 34-35.
[3] Cf. 2 Pe 3; Apc 3 y 16.
[4]
1 Ts 5, 2-3.
[5]
Lc 21, 25-26.
[6]
Is 13, 7-8.
[7]
Is 13, 9.
[8]
Mt 24, 30.
[9] Lc 23, 30.
[10] Is, 2, 19. En el original error de imprenta. Dice Esai I.
[11] Cf. Amor 5 y Oseas 10 passim.
[12] Cf. Sab 5, 17 ss.
[13] Cf. Agustín, ep 80 ad Hesych.
[14]
Cf. Gen 10, 1 s.; Gen 7, s.
[15]
Cf. Anselmo, 2 Tes 5; Tomás lectio
[16] Lc 21, 28. En el original dice Luc 20.
[17] Sab 5, 17. 20.
[18] Is 13, 7-8.
[19] Os 10, 8.
[20] Mt 24, 30.
[21] 2 Pe 3, 10.
[22] Sap 5, 20-23.
[23] Amos 5, 18-20.
[24] Agustín en su epístola 80.
[25] Apc 3, 3.
[26] Ecl 9, 12.
[27] Cf. Mc 13, 33ss.; Mt 24, 36. 44.
[28] Lc 12, 40.
[29] Lc 12, 46.
[30] Prov 1, 26-27.
[31] Ecl 12, 3 y passim.
[32] Así es la explicación del B. Prospero en su libro de praedict, parte 3, cap. 15.
[33] Cf. 1 Ts 5, 3. Ireneo en su libro 5 refiere a la venida súbita del Anticristo aquello de: ‘Cuando digan paz, etc. …
[34] Cf. Mt 25. El original dice 28.
[35] 1 Ts 5, 4.
[36] Sab 7 y 11.
[37] Cf. Lc 12,
[38] Prov 29, 1.
[39] Cf. 12, 46.
[40] Cf. Prov 1, 27.
[41] Cf. 1 Tes 5, 3.
[42] Cf. Job 21, 23.
[43] Cf. Teophr. In 1. ad Tes cap. 5.
[44] Cf. Dan 12, 11-12.
[45] Anselmo, comentario al mismo pasaje de Pablo.
[46] Cf. Jerónimo en su comentario a Daniel 12
[47] Cf. Ruperto libro 13 de Victoria Verbi Dei, cap. 15.
[48] Dan 12, 11.
[49] Dan 12, 12.
[50] Cf. 1 Ts 4, 7.
[51] Dan 12, 8-9.
[52] Dan 12, 10.
[53] 1 Tes 5, 3.
[54] 1 Tes 5, 4. Así lo explica Tomás en su comentario a la 1 Tes cap. 5 y afirma que esta es la opinión de Agustín en su epístola 80.
[55] Lyranio super 13 comentando Tes 5.
[56] Glosa ordinario, ibi. Anselmo ibi.
[57] Cf. Ex 9 y 10.
[58] Cf. Salmo 7, 4-5.
[59] Cf. Mt 27, 51-53.
[60] Cf. 1 Re 24 y 26. Conviene investigar si cita 1 Sam como 1 Re.
[61] Cf. Ecl 9, 12
[62] Cf. Apc 10, 5-7.
[63] Cf. Mt 24, 29.
[64] Cf. Abul in 244 Matt q. 67 y 47. Jansenio en Concord c. 122
[65] Cf. Sof 1; Jr 30, Joel 2; Apc 10.
[66]
Cf. Apc 14; Mt 13; Mt 22; Is 25.
[67] Cf. Joel 3, 9 (texto latino)
[68] Sb 5, 17. 20.
[69] Sab 5, 18-20.
[70] Cf. Is 13, 4 y 5.
[71] Is 13, 2.
[72] Apc 16, 14.
[73] Cf. Salmo 10, 20 y Mt 24, 31
[74] Cf. 2 Pe 3, 10.
[75] Mt 24, 29.
[76] Agustín, epist. 80.
[77] Cf. Lc 21, 25.
[78] Agustín, 18 de civit cap. 13.
[79] Cf. Hilario, Jerónimo, Crisóstomo in 24 Mt.
[80] Cf. Mt 24, 29.
[81] Is 13, 10.
[82] Ez 32,7.
[83] Joel 2,10; cf. 3, 4.
[84]
Joel 2, 11
[85]
Ps 97 (96), 4-5.
[86]
Is 13, 13.
[87]
Cf. Ag 2, 6.
[88]
Cf. Heb 10, 27.
[89]
Cf. Lc 21, 25-26.
[90]
Sb 5, 22-23.
[91] Sb 5, 21-22.
[92] Apc 16, 18 y 21.
[93] 2 Pe 3, 10.
[94] Sl 97 (96), 3.
[95] Dan 7, 10. Cf. Agustín, 18 De civit cap. 23.
[96]
Gregorio, Hom.
[97]
Cf. Job 31 passim.
[98] Hipólito in orat. De consum saeculi.
[99] Luc. Libro 1 de divin praem cap. 16.
[100] Lc 21, 26.
[101] Is 13, 7-8.
[102] Jer 30, 6-7.
[103] Basilio, hom. 1 Hexam.
[104] Juan Dama libro 2 c. 6.
[105] Ambrosio, libro 1 Hexa cap. 6.
[106] Crisóstomo, hom 10 ad popul Ant y hom 15 ad Rom.
[107] Justino, in confut. Arist.
[108] Salmo 102, 25-28 (101, 26-29)
[109]
Cf. Heb 1, 10-12.
[110]
Cf. Mt 24, 29.
[111]
Rom 8, 20-21.
[112] Crisóstomo, hom. 14 ad Rom.
[113]
Cf. Apc 21, 1.
[114]
Cf. Is 65, 17.
[115]
Is 51, 6.
[116]
2 Pe 3,7.
[117]
2 Pe 3, 10.
[118]
2 Pe 3, 11-12.
[119] Cf.
2 Pe 3, 13.
[120]
Clemente Romano, libro
1 de Recogn.
[121]
Basilio, hom.
[122] Cf.
Is 51,10.
[123]
Cf. Eusebio, libro
prep. Evang. 15
[124]
Dionisio, libro de
divin nom cap. 4 p. 1.
[125]
Tomás, 4 contra gentes
6.
[126] En el original: salmo 142. Pero la cita aparece en el salmo 148, 3-5: laudate eum sol et luna laudate eum omnes stellae et lumen, laudate eum caeli caelorum et aqua quae super caelum est, laudent nomen Domini quia ipse dixit et facta sunt ipse mandavit et creata sunt, statuit ea in saeculum et in saeculum saeculi praeceptum posuit et non praeteribit
[127]
Agustín, libro 20
Ciudad de Dios, caplitulos 16 y 18; Jerónimo, comentario a Isaías 65
libro 18.
[128]
Cf. 1 Cor 7, 31.
[129]
Is 65, 17; cf. 66, 15-16.
[130]
Cf. Apc 21, 1.
[131]
Cf. Is. 30, 26.
[132] Cf.
Salmo 71, 5.
[133]
Cf. 2 Pe 3, 5-7.
[134]
Cf. Ecli 1, 3.
[135]
Apc 21, 1.
[136]
Rom 8, 19.
[137] Cf.
Agustín, libro 20 de
Civitate Dei capítulo 16.
[138]
Agustín, libro 20 de
Civitate Dei capítulo 16, 18 y 3; comentario al salmo 96.
[139]
Cf. Scotus in 4 d. 48 q.
[140]
Cf. 1 Ts 4, 17.
[141]
Cf. Mt 25, 46.
[142]
Salmo 97 (96, 3).
[143]
Salmo 50 (49), 3.
[144]
Joel 2, 3.
[145]
Cf. Jerónimo,
comentario a Joel.
[146]
1Cor 3, 13-15.
[147] Cf.
Agustín, libro de fide
et operibus capítulo 15.
[148]
Cf. Agustín in Ench
cap. 68 y tratado sobre el salmo 90.
[149]
Agustín, libro 21 de
Civitate Dei cap. 26.
[150]
Anselmo, comentario al
capítulo 3 de al 1 carta a los corintios.
[151]
2 Ts 1, 6-10.
[152]
Cf. Dan 7, 10.
[153]
Cf. 2 Ts 1, 7.
[154]
Joel 2, 3.
[155]Cf.
Tomás in 4 d. 48 q. 2 a 3.
[156]
Cf. Rom 8,20.
[157]
Agustín, 20 de Civitate
Dei cap. 18.
[158]
Cf. Mt 25, 31 en
adelante.
[159]
Cf. Mt 25, 41.
[160]
Cf. Agustín 20 de Civil
c. 16.
[161]
Tomás in addit. q.
[162]
En la misma qaestio
art. 9.
[163]
Basilio, comentario al
Salmo 28.
[164]
Cf. 2 Pe 3, 5-7.
[165]
Gen 7, 11-12.
[166]
Cf. Dionisio de cal.
Hier. C. 15.
[167]
Cf. Mt 25, 31-32.
[168]
Cf. Miqueas 2, 12.
[169]
Hilarión, comentario a
Mateo can. 25.
[170] Mt
24, 28.
[171]
Hch 1, 11.
[172]
Joel 4, 1-2. En el
original Joel 3.
[173]
Ibid. 4, 12.
[174]
Cf. Mt 25, 35. 42.
[175]
Cf. Mt 13, 30
[176]
Cf. Apc 14, 19-20.
[177]
Cf. Arius Montanos,
comentrario a Joel.
[178]
Cf. 2 Cro 19.
[179]
Cf. Mag in 4 di. 43.
[180]
Cf. Miq 5, 1.
[181]
Cf. Os 11, 1.
[182]
Zac 14, 3-8.
[183]
Cf. Sab 5, 17ss.
[184] Cf.
Ex 15 passim.
[185] Cf.
Hch 1, 9-11.
[186]
Cf. Mt 25, 32.
[187]
Cf. Ps 75(76), 8 y 96
(97), 4.
[188]
Cf. Ps 76(77); Mt 24; Mt 25;
Amos 5;Sof 1; Ex 15; 2 Pe 3; Mal 4.
[189]
Cf. Const. Apost. Libro
7 cap. 33.
[190] Cf.
Dan 11.
[191]
Cf. Zac 14.
[192]
Cf. Mt 25, 31ss.
[193]
Cf. Mt 25, 1ss.
[194]
Cf. Jerónimo,
comentario in 25 Mt.
[195]
Lactancia libro 7 cap.
19.
[196]
Cf. Casiodoro
comentario al salmo
[197]
Crisóstomo, homilía 79
sobre Mateo.
[198]
Tomás in add. q.
[199]
Cf. Mt
24, 30.
[200]
Hipólito, De la consumación del mundo.
[201]
Apc 1,
7.
[202]
Sab 5,
6.
[203]
Zac
12, 10 y 12, 12.
[204]
Is 53,
6.
[205]
Así lo
indica M. en 4. di. 48. Pero Crisóstomo
hom. 77 sobre Mt escribe eso mismo lo que Hipólito y Jerónimo
dicen respecto a Mt 24.
[206]
Abulense q. 99 sobre el capítulo 24 de Matero.
[207]
Cf.
Gal 6, 14.
[208]
Cf.
Salmo 107, 14.
[209] 1Ts
4:16.
[210] 1Co
15:52.
[211] Mat
24:31.
[212]
Sof 1,
15-16.
[213]
Cf. Mt
25, 6.
[214]
Cf. Jn
5, 25. 28-29.
[215] Jb
26:14cf. Gregorio comentario ad locum.
[216]
Apc
10, 7.
[217]
Gen 1,
3. El original dice “Genes.
[218]
Greg.
17 moral. 21.
[219]
Tomás
q. 16. ar. 2 añadido 1 Tes 4 lect. 2; Anselmo, 1 Tes 4; Abulens. q.
72 referente al cap. 22 de Mateo. S(¿c?)otus 4 dis. 43 q. 1 art4.
[220] Cf.
Ex 19,
16.
[221]
Cf.
Hch 2, 2.
[222]
Cf.
Hch 9, 4.
[223]
Así
muy bien Ambrosio en su comentario al pasaje, también Mag a 4 dist.
43.
[224]
Teofilac to comentando 1 Tes 4.
[225]
Ireneo
libro 5.
[226]
Epifanio, in Anco. 11; Jerónimo libro 2 contra Rufino.
[227]
Teodorito; Agustín libro 21 civitate; Tomás in 4 contra genee y en 4
sent. Di. 43 y 44.
[228]
Cf. Mt
22, 23ss.
[229]
Cf.
Crisóstomo homilía 8 sobre 1 Ts.
[230]
Cf. Mt 24,
31; Tomás in addi qu. 70 ar. 3.
[231]
Ez 37,
9.
[232]
Cf. 1
Cor 15, 52.
[233]
Dan
14, 36.
[234]
1 Sam
3, 4.
[235]
Cf.
Apc 20, 13.
[236]
Cf. Mt
25, ¿?.
[237]
Cf.
Sal 1, 5.
[238]
Mt 25,32.
[239]
Sotus (Scotus?) in q. di. 43 q.
[240]
Jerónimo, ad. Mine y Alex. Tomo 3.
[241]
Ambrosio, comentario al capítulo 15 de 1 Cor.
[242]
Cf.
Num 16, 29; Dt
11, 4.
[243]
Cf.
Sal 105, 16.
[244]
Epifanio in Ancoratu.
[245]
Cf.
Sal 55, 15.
[246]
Cf.
Crisóstomo ho. 42 sobre 1 Cor 15.
[247]
Cf.
Orígenes libro 1 sobre la primera carta a los Tesalonicenses.
[248]
Concilio Trid. Sess. 4.
[249]
1 Ts
4, 15-17.
[250]
Epifanio libro 2 tomo 1 heresías.
[251]
Jerónimo comentario a la carta a Marcela en el tomo 3.
[252]
Cf.
Apc 11, 7.
[253]
Cf.
Agustín, libro 2 Peccat mer cap. 31.
[254]
Idem,
libro Rect 2 t 33.
[255]
Cf.
Cayetanus, Faber, Erasmus.
[256]
Cf.
Agustín, q. 2 ad Ducitium en el tomo 4.
[257]
Cf. Mat 25, Hab. 3; Heb
10; 2 Pe 3; Fil 3.
[258]
Mt 24, 27.
[259]
Cf. Buenavent in 4. d 43
q. 1 Tho lect. 2 in 4 c 1 Ts; Abul. Q. 74 in 22 Mt; Sotus in 4 di.
43. q. 2 a. 4.
[260]
Cf. Agustín ad Ducit. Q
[261]
Cf.
Cierto Ambrosio Compsas en Sixto libro 6 annotación 265.
Sotus in 4 dist 43 q.
[262]
Cf.
Jerónimo, ad Marcelam tomo 3 de q. 4.
[263]
Cf.
Ammboarios en el comentario al 4 caplitulo de
2 Tes.
[264]
Agustin, de Civitate libro 20 c. 20.
[265]
Cf.
Anselmo, comentario a 1 Cor 15.
[266]
Cf.
Idem, comentario 4 cap.
2 a 2 Ts.
[267]
Agustin a Dulcitio q. 3 en el tomo 4.
[268]
Cf.
Hch 9,7.
[269]
Salmo
88, 49.
[270]
Cf. 1
Cor 15, 36 y 22.
[271]
Cf. 2
Cor 5, 6.
[272]
Cf.
Rom 8, 22-23.
[273]
Cf.
Heb 11, 40.
[274]
Cf. Ef
4, 13.
[275]
Cf. 2
Cor 5, 4. (En el original dice 1 Cor)
[276]
Cf. 2 Cor 12, 3-4.
[277]
Cf. Epifanio in Ant.
[278]
Cf. Hebr 2, 9; Mt 26, 12; Lc 22, 42ss.
[279]
Cf. 1
Cor 15, 52.
[280]
Cf. Mt
27, 52.
[281]
Cf.
Ambrosio 1 Cor 15.
[282]
Cf.
Scotus in 4 di 43.
[283]
Durand in 4 dist. 43 q 4
[284]
Cf. Agustín 20 de civit
tomo 20.
[285]
Cf. Greg. 34 moralia c 7.
[286]
Job 41, 25 (41, 16).
[287]
Cf. Lc
21, 26.
[288]
Cf. Rm
12, 3.
[289]
Cf.
Agustín 20 de civit c 20.
[290]
Cf.
Salmo 47, 9.
[291]
Cf.
Apc 20, 9.
[292]
Cf. 1
Cor 3, 13.
[293]
Mt 24,
40-41
[294]
Cf. 2 Pe 3, 7.
[295]
Cf. Ex 10, 23 passim; Sab 18 y 18.
[296]
Cf. 1
Tes 4, 15.
[297]
Cf. Lc
21, 28.
[298]
Gregorio, mor. 34 c. 7.
[299]
Cf. Jn
5, 28.
[300]
Cf.
Apc 20, 8; Mt 24, 31.
[301]
Cf.
Mt 24, 27.
[302]
Cf. 1
Ts 4, 17.
[303]
Cf. Mt
25, 33.
[304]
Sb 5,
5.
[305]
Lc 23,
30.
[306]
Mt 25,
9.
[307]
Cf. Mt
12, 36.
[308] Cf.
2 Cor
5, 10.
[309]
Cf. Rm
12, 14.
[310]
1 Cor
4, 5.
[311]
Mt 10,
26. Apc 14
[312]
Cf.
Apc 14, 7.
[313]
Apc
20, 11-15.
[314]
Cf. 2
Pe 3, ver el versículo.
[315]
Cf.
Agustín 20 de civit c 14; Ricardo de San Victor comentario a Apc 20.
[316]
Cf.
Apc 20, 15.
[317]
Cf.
Beda, comentario a Apc 20.
[318]
Cf. Rm
8, 29 ss.
[319]
Cf. 2
Tim 4, 8; 1 Cor 11
[320]
En el
original aparecen las palabras pero no la cita bíblica: libro y
versículo.
[321]
1 Cor
2, 2.
[322]
Jerónimo, comentario al cap. 7 de Daniel; Agustín 20 de Civit
cap.14; Ambrosio, in Psalm 43 et 1 Cor 4.
[323]
Anselmo, libro de simil c. 60 y Mt 22.
[324]
Lc 4,
22. La cita original el Mtt 10 o 20: borroso
[325]
1 Cor
3, 10.
[326]
Cf.
Sof 1, 12.
[327]
Cf.
Dan 5, 27; Job 31, 6.
[328]
Cf.
Salmo 75, 2.
[329] Cf.
Salmo 32, 2.
[330]
Cf.
Miq 7, 19.
[331]
Cf. Is
65, 16.
[332] Ef
5, 8.
[333]
1 Cor
6, 11.
[334]
Cf.
Salmo 102, 3.
[335]
Cf.
Salmo 94, 8.
[336]
Cf.
Salmo 51, 21: Esta cita no aparece en el original.
[337]
Cf.
Nah 3, 5..
[338] Ez
7, 8.
[339]
Cf. Mt
10; Lc 9. No encuentro referencia alguna para la palabra
‘erubescam’. La palabra ‘erubescam’ aparece en Sal 25(24), 2 y 20; 2
Cor 2,8
[340]
Cf. 1
Cor 15, 28.
[341] Cf.
Ecle 12, 14.
[342]
Cf. Mt
21 pero la referencia es a Mt 25, 31 “el juicio final”.
[343]
Cf.
Tob 4, 10.
[344] Cf.
Mt 5, 7.
[345]
Crisóstomos desde la homilía 32 hasta la 37, al pueblo antioqueno.
[346]
Cf. Jn
13, 34.
[347]
Cf. Mag. In 4 di. 47.
[348]
Rm 2, 15-16.
[349]
Esto
lo dice el catecismo de Pio V en la exposición del símbolo.
[350]
Cf. Gen 1 passim; cf. Salmo 148, 5.
[351]
Ecli
18, 1.
[352]
Jn 1,
14.
[353]
1 Cor
4, 5.
[354]
Cf. Mt 14, 28.
[355]
Cf. Rom 14, 10.
[356]
1 Pe 4, 17.
[357]
1 Jn
4, 17.
[358]
Agustino in Psal 80; Gregorio 20 mor.
Cap 24; Beda in sermone S. Benedicti Magni
in 4 di 47.
[359]
Salmo
149, 6-9.
[360] Sab
3, 7-8.
[361]
Sab 4,
16.
[362]
Mt 12,
4l.
[363] Cf.
Jn 3, 18.
[364]
Cf.
Prov 16, 2.
[365]
Cf. 1
Pe 1, 17.
[366]
Cf. Mt
7, 22-23.
[367]
Sal
81, 1.
[368]
Ez 34,
10.
[369]
Sab 6,
5-6.
[370]
Is 49,
25.
[371]
Apc
19, 17-21a. En el original no está anotada la cita de cap. Y vers.
[372]
Is 66,
24.
[373]
Cf. Hebr 4, 2-3 y Mt 23 passim.