Comentario Bíblico: LA HISTORIA DE JOSÉ DE EGIPTO
Emiliano Jiménez Hernández
ÍNDICE
1. BUSCO A MIS HERMANOS
2. RASTREANDO LAS HUELLAS DE DIOS
3. LOS SUEÑOS DE JOSÉ
4. EN BUSCA DE SUS HERMANOS
5. JOSÉ EN CASA DE PUTIFAR
6. CALUMNIADO, ES ENCARCELADO
7. SUEÑOS DEL FARAÓN
8. JOSÉ, SEÑOR DE EGIPTO
9. PRIMER ENCUENTRO CON SUS HERMANOS
10. ME DEJÁIS SIN HIJOS
11. SEGUNDO ENCUENTRO
12. EL BESO DE PAZ
13. LOS HERMANOS UNIDOS EN TORNO AL PADRE
14. NO ME ENTIERRES EN EGIPTO
15. JACOB BENDICE A SUS HIJOS
16. DIOS CAMBIA EL PECADO EN GRACIA
NOTA BIBLIOGRÁFICA
1. BUSCO A MIS HERMANOS
Jacob, después de su largo exilio, se establece en Canaán, el país donde sus
padres habían residido como extranjeros. Sus hijos, ya crecidos, se alejan
de él con sus ganados. Sólo le queda en casa José, el hijo que su esposa
Raquel le ha dado en su vejez. Es su preferido, pero el padre ama a todos
sus hijos. Por ello llama a José y le dice:
-Tus hermanos deben estar con los rebaños en Siquén. Ve a ver cómo están
ellos y el ganado y tráeme noticias.
José, aunque conoce el odio que le tienen sus hermanos, responde al padre:
-Heme aquí.
El padre, rico en ternura y amor, envía a José en busca de sus hermanos,
guardando en sus oídos la última palabra de entrega y obediencia de su hijo.
Así José parte del valle de Hebrón, donde deja a su padre y parte, solícito,
hacia Siquén. Fiel, recorre el corazón de la tierra cananea, pero inexperto,
se extravía. Desorientado, camina a campo abierto, dando vueltas desde las
faldas del monte Ebal hasta la ladera del Garizín, sin encontrar a sus
hermanos. Al mediodía, el sol hiere implacable, sin que nada se libre de su
calor. El aire se enrarece y se carga de espejismos. El campo es una
desolación; la tierra reseca, agrietada por el sol, despide vapores de
fuego, más ardientes que el fuego de la fragua atizada para fundir los
metales; los rayos del sol deslumbran los ojos. Ante su ardor ¿quién puede
resistir? Los pastores recogen sus rebaños en torno a un pozo o en lo alto
de las colinas donde corre, de vez en cuando, una ligera brisa, que alivia
el sofoco... José se acerca a uno de estos rebaños amodorrados. Le sale al
encuentro el pastor, que le pregunta:
-¿Qué buscas, muchacho?
José, con su voz reseca de calor y susto, contesta:
-Busco a mis hermanos.
En esta frase José resume la misión de toda su vida: "busco a mis hermanos".
Él no comprende seguramente todo el significado de esta búsqueda, pero en la
obediencia al padre vive su identidad más profunda. Sólo al final de su vida
encontrará a los hermanos como hermanos, reunidos en torno al padre, que les
bendice.
José, enviado por el padre a buscar a sus hermanos, es imagen de Jesucristo,
a quien el Padre envía a buscar a sus hermanos perdidos (Mt 15,24). Cristo
recorre los campos en busca de la oveja perdida, desciende hasta la tumba de
Adán para devolverlo a la vida, revuelve toda la casa, buscando la dracma
perdida... El Padre, después de haber enviado a los profetas, "envió a su
propio Hijo, diciendo: respetarán a mi hijo" (Mt 21,37). Cristo, enviado por
el Padre, cumple la misión que el Padre le ha encomendado y también él, como
José, al final de su vida, vuelve al Padre "como Primogénito de muchos
hermanos" (Rm 8,29).
Desde su nacimiento hasta el final de su vida, José busca a sus hermanos. Su
necesidad de hermanos la lleva inscrita en su mismo nombre. Raquel, su
madre, asiste al nacimiento sucesivo de cuatro hijos de Lía, su hermana y
rival. El amor del marido no le basta. El gozo, la satisfacción de su
hermana, los niños que crecen, todo es un reproche constante, una afrenta a
su esterilidad. La esperanza ya ha durado bastante y comienza a
transformarse en desesperación. El hombre tiene prisa, pero Dios tiene otra
medida del tiempo. Y ser estéril es una afrenta insoportable. Si no puede
ser madre, su vida no tiene sentido. El grito de Raquel a su esposo es
desolado, aterrador:
-¡Dame hijos o me muero!
-¿Soy yo Dios para darte o negarte el fruto del vientre?
Le grita también Jacob sin poderse contener. ¿No es Dios el único origen de
la vida, la fuente de todos los seres? ¿Por qué los labios de Raquel
destilan la sospecha celosa de Dios? ¿Quién le pone en el corazón la duda de
que Dios se reserva para El solo una intensidad de gozo y una fuente de
placer negada a los hombres?, ¿por qué inocula en la mente de su marido la
pregunta venenosa, insidiosa de la serpiente? ¡Raquel, Raquel, nueva Eva
seductora!
En la tarde, al llegar a la tienda, Jacob no encuentra a Raquel, sino que le
espera Lía:
-Dormirás conmigo, pues he pagado por ti con las mandrágoras de mi hijo.
Que una mujer pague por dormir con Jacob es la última humillación que él
podía imaginar Sus mujeres han puesto en venta su virilidad. No logra
entender lo que le cuentan. Sin poder salir de su asombro escucha la
trifulca del día.
Rubén salió al campo con los segadores del trigo. Encontró unas mandrágoras
y se las llevó a su madre. ¿Son inocentes los niños o son ingenuos y
maliciosos? Porque Rubén es un niño. ¿Qué sabe de las mandrágoras? ¿Quién le
ha contado que las mandrágoras, por su raíces con figura de niño pequeño, y
sus frutos como pequeñísimas manzanas y su olor penetrante, tienen la
propiedad de acrecentar el deseo y la pasión y poseen un poder generativo,
que por lo demás quién sabe si es cierto?
Lo cierto es que, al llegar Rubén con las mandrágoras, Raquel se entera.
Ella se sabe amada, preferida, pero está insatisfecha, ansiosa de un hijo y,
al ver las mandrágoras, un fuego incontenible le abrasa las entrañas; desea
las mandrágoras como estimulante de la fecundidad. El ansia le obliga a
suplicar a su hermana como favor o concesión:
-Dame algunas mandrágoras de tu hijo.
Y en su boca las palabras tu hijo suenan con acento dolorido; yo no tengo
hijo y quisiera tenerlo y quizás las mandrágoras de tu hijo me ayuden... No
te pido todas; dame algunas, déjame compartir tu dicha y que tu hijo nos dé
alegría a las dos. Pero Lía reacciona con dureza; exasperada, responde:
-¿Te parece poco quitarme mi marido, que quieres quitarme también las
mandrágoras de mi hijo?
Raquel insiste, conciliadora o interesada:
-Que duerma contigo esta noche a cambio de las mandrágoras de tu hijo.
Y Lía, furiosa, ofendida:
-¡Qué descubrimiento! ¡Jacob es mi marido!
Y Raquel, ya sin miramientos:
-¡No te engrías tanto! Jacob se enamoró de mí desde el principio y si ha
aceptado trabajar catorce años con nuestro padre ha sido sólo por mí. Y si
no hubiera sido por el engaño perpetrado en la noche de bodas, jamás
hubieras visto su cara. Es como si no fueras su esposa; has llegado a él en
mi lugar, a escondidas, con engaño. Si no hubiera sido por aquel fraude ni
siquiera estarías aquí, hablándome de esta manera. Por eso te he dicho que
si me das las mandrágoras, te dejo por una noche a Jacob.
Y Lía, hija de la astucia de su padre o, quizás mejor, como buena discípula
de Jacob, que no quiso ofrecer la comida por espíritu fraterno a su hermano
fatigado, sino que explotó su hambre para un trato inicuo, arrebatándole la
primogenitura, así Lía aprovecha las mandrágoras para cerrar un trato,
ciertamente más modesto que el de Jacob: una noche de amor con él, una noche
sustraída a la esposa favorita.
Así fue como, al volver del campo, al atardecer, Lía le salió al encuentro y
le soltó a bocajarro:
-Dormirás conmigo, pues he pagado por ti con las mandrágoras de mi hijo.
Los frutos mágicos de la mandrágora no sirven a Raquel para nada. Como
Rebeca sigue estéril hasta que el Santo se acuerda de ella, escucha la
súplica de su alma y le abre el seno, quedando encinta. Y no es que fuera
fácil el embarazo de Raquel. Sólo el deseo de dar a luz una vida da fuerzas
a la madre para llevar adelante el embarazo y para arriesgar su vida, que
siente que se le escapa de las entrañas, en el parto. Pero el gozo de ver y
sentir una vida entre sus brazos la hace olvidar las penalidades y dolores:
-Dios ha retirado mi afrenta, exclama Raquel, gozosa. Y en seguida desea
repetir la experiencia dolorosa y gozosa. Llama al niño José, diciendo:
-El Señor me dé otro.
El deseo de Raquel de otro hijo es la primera palabra que llega a los oídos
de José y se le queda grabada dentro como la misión de su vida: buscar a sus
hermanos.