Constitución Dogmática
"DEI VERBUM"
(Sobre la divina revelación)
Proemio
1. El Santo Concilio, escuchando religiosamente la
palabra de Dios y proclamándola confiadamente, hace cuya la frase de San
Juan, cuando dice: "Os anunciamos la vida terna, que estaba en el Padre
y se nos manifestó: lo que hemos visto y oído os lo anunciamos a
vosotros, a fin de que viváis también en comunión con nosotros,y esta
comunión nuestra sea con el Padre y con su Hijo Jesucristo" (1 Jn.,
1,2-3). Por tanto siguiendo las huellas de los Concilios Tridentino y
Vaticano I, se propone exponer la doctrina genuina sobre la divina
revelación y sobre su transmisión para que todo el mundo, oyendo, crea
el anuncio de la salvación; creyendo, espere, y esperando, ame.
CAPITULO I
LA REVELACION EN SI MISMA
Naturaleza y objeto de la revelación
2. Dispuso Dios en su sabiduría revelarse a Sí mismo
y dar a conocer el misterio de su voluntad, mediante el cual los
hombres, por medio de Cristo, Verbo encarnado, tienen acceso al Padre en
el Espíritu Santo y se hacen consortes de la naturaleza divina. En
consecuencia, por esta revelación, dios invisible habla a los hombres
como amigos, movido por su gran amor y mora con ellos, para invitarlos a
la comunicación consigo y recibirlos en su compañía. Este plan de la
revelación se realiza con hechos y palabras intrínsecamente conexos
entre sí, de forma que las obras realizadas por Dios en la historia de
la salvación manifiestan y confirman la doctrina y los hechos
significados por las palabras, y las palabras, por su parte, proclaman
las obras y esclarecen el misterio contenido en ellas. Pero la verdad
íntima acerca de DIos y acerca de la salvación humana se nos manifiesta
por la revelación en Cristo, que es a un tiempo mediador y plenitud de
toda la revelación
Preparación de la revelación evangélica
3. Dios, creándolo todo y conservándolo por su Verbo,
da a los hombres testimonio perenne de sí en las cosas creadas, y,
queriendo abrir el camino de la salvación sobrenatural, se manifestó,
además, personalmente a nuestros primeros padres ya desde el principio.
Después de su caída alentó en ellos la esperanza de la salvación, con la
promesa de la redención, y tuvo incesante cuidado del género humano,
para dar la vida terna a todos los que buscan la salvación con la
perseverancia en las buenas obras. En su tiempo llamó a Abraham para
hacerlo padre de una gran pueblo, al que luego instruyó por los
Patriarcas, por Moisés y por los Profetas para que lo reconocieran Dios
único, vivo y verdadero, Padre providente y justo juez, y para que
esperaran al Salvador prometido, y de esta forma, a través de los
siglos, fue preparando el camino del Evangelio.
Cristo lleva a su culmen la revelación
4. Después que Dios habló muchas veces y de muchas
maneras por los Profetas, "últimamente, en estos días, nos habló por su
Hijo". pues envió a su Hijo, es decir, al Verbo eterno, que ilumina a
todos los hombres, para que viviera entre ellos y les manifestara los
secretos de Dios; Jesucristo, pues, el Verbo hecho carne, "hombre
enviado, a los hombres", "habla palabras de Dios" y lleva a cabo la obra
de la salvación que el Padre le confió. Por tanto, Jesucristo -ver al
cual es ver al Padre-, con su total presencia y manifestación personal,
con palabras y obras, señales y milagros, y, sobre todo, con su muerte y
resurrección gloriosa de entre los muertos; finalmente, con el envío del
Espíritu de verdad, completa la revelación y confirma con el testimonio
divino que vive en Dios con nosotros para librarnos de las tinieblas del
pecado y de la muerte y resucitarnos a la vida eterna.
La economía cristiana, por tanto, como alianza nueva
y definitiva, nunca cesará, y no hay que esperar ya ninguna revelación
pública antes de la gloriosa manifestación de nuestro Señor Jesucristo
(cf. 1 Tim., 6,14; Tit., 2,13).
La revelación hay que recibirla con fe
5. Cuando Dios revela hay que prestarle "la
obediencia de la fe", por la que el hombre se confía libre y totalmente
a Dios prestando "a Dios revelador el homenaje del entendimiento y de la
voluntad", y asistiendo voluntariamente a la revelación hecha por El.
Para profesar esta fe es necesaria la gracia de Dios, que proviene y
ayuda, a los auxilios internos del Espíritu Santo, el cual mueve el
corazón y lo convierte a Dios, abre los ojos de la mente y da "a todos
la suavidad en el aceptar y creer la verdad". Y para que la inteligencia
de la revelación sea más profunda, el mismo Espíritu Santo perfecciona
constantemente la fe por medio de sus dones.
Las verdades reveladas
6. Mediante la revelación divina quiso Dios
manifestarse a Sí mismo y los eternos decretos de su voluntad acerca de
la salvación de los hombres, "para comunicarles los bienes divinos, que
superan totalmente la comprensión de la inteligencia humana".
Confiesa el Santo Concilio "que Dios, principio y fin
de todas las cosas, puede ser conocido con seguridad por la luz natural
de la razón humana, partiendo de las criaturas"; pero enseña que hay que
atribuir a Su revelación "el que todo lo divino que por su naturaleza no
sea inaccesible a la razón humana lo pueden conocer todos fácilmente,
con certeza y sin error alguno, incluso en la condición presente del
género humano.
CAPITULO II
TRANSMISION DE LA RELEVACION DIVINA
Los Apóstoles y sus sucesores, heraldo del Evangelio
7. Dispuso Dios benignamente que todo lo que había
revelado para la salvación de los hombres permaneciera íntegro para
siempre y se fuera transmitiendo a todas las generaciones. Por ello
Cristo Señor, en quien se consuma la revelación total del Dios sumo,
mandó a los Apóstoles que predicaran a todos los hombres el Evangelio,
comunicándoles los dones divinos. Este Evangelio, prometido antes por
los Profetas, lo completó El y lo promulgó con su propia boca, como
fuente de toda la verdad salvadora y de la ordenación de las costumbres.
Lo cual fue realizado fielmente, tanto por los Apóstoles, que en la
predicación oral comunicaron con ejemplos e instituciones lo que habían
recibido por la palabra, por la convivencia y por las obras de Cristo, o
habían aprendido por la inspiración del Espíritu Santo, como por
aquellos Apóstoles y varones apostólicos que, bajo la inspiración del
mismo Espíritu, escribieron el mensaje de la salvación.
Mas para que el Evangelio se conservara
constantemente íntegro y vivo en la Iglesia, los Apóstoles dejaron como
sucesores suyos a los Obispos, "entregándoles su propio cargo del
magisterio". Por consiguiente, esta sagrada tradición y la Sagrada
Escritura de ambos Testamentos son como un espejo en que la Iglesia
peregrina en la tierra contempla a Dios, de quien todo lo recibe, hasta
que le sea concedido el verbo cara a cara, tal como es (cf. 1 Jn., 3,2).
La Sagrada Tradición
8. Así, pues, la predicación apostólica, que está
expuesta de un modo especial en los libros inspirados, debía conservarse
hasta el fin de los tiempos por una sucesión continua. De ahí que los
Apóstoles, comunicando lo que de ellos mismos han recibido, amonestan a
los fieles que conserven las tradiciones que han aprendido o de palabra
o por escrito, y que sigan combatiendo por la fe que se les ha dado una
vez para siempre. Ahora bien, lo que enseñaron los Apóstoles encierra
todo lo necesario para que el Pueblo de Dios viva santamente y aumente
su fe, y de esta forma la Iglesia, en su doctrina, en su vida y en su
culto perpetúa y transmite a todas las generaciones todo lo que ella es,
todo lo que cree.
Esta Tradición, que deriva de los Apóstoles, progresa
en la Iglesia con la asistencia del Espíritu Santo: puesto que va
creciendo en la comprensión de las cosas y de las palabras transmitidas,
ya por la contemplación y el estudio de los creyentes, que las meditan
en su corazón y, ya por la percepción íntima que experimentan de las
cosas espirituales, ya por el anuncio de aquellos que con la sucesión
del episcopado recibieron el carisma cierto de la verdad. Es decir, la
Iglesia, en el decurso de los siglos, tiende constantemente a la
plenitud de la verdad divina, hasta que en ella se cumplan las palabras
de Dios.
Las enseñanzas de los Santos Padres testifican la
presencia viva de esta tradición, cuyos tesoros se comunican a la
práctica y a la vida de la Iglesia creyente y orante. Por esta Tradición
conoce la Iglesia el Canon íntegro de los libros sagrados, y la misma
Sagrada Escritura se va conociendo en ella más a fondo y se hace
incesantemente operativa, y de esta forma, Dios, que habló en otro
tiempo, habla sin intermisión con la Esposa de su amado Hijo; y el
Espíritu Santo, por quien la voz del Evangelio resuena viva en la
Iglesia, y por ella en el mundo, va induciendo a los creyentes en la
verdad entera, y hace que la palabra de Cristo habite en ellos
abundantemente (cf. Col., 3,16).
Mutua relación entre la Sagrada Tradición y la
Sagrada Escritura
9. Así, pues, la Sagrada Tradición y la Sagrada
Escritura están íntimamente unidas y compenetradas. Porque surgiendo
ambas de la misma divina fuente, se funden en cierto modo y tienden a un
mismo fin. Ya que la Sagrada Escritura es la palabra de Dios en cuanto
se consigna por escrito bajo la inspiración del Espíritu Santo, y la
Sagrada Tradición transmite íntegramente a los sucesores de los
Apóstoles la palabra de Dios, a ellos confiada por Cristo Señor y por el
Espíritu Santo para que, con la luz del Espíritu de la verdad la guarden
fielmente, la expongan y la difundan con su predicación; de donde se
sigue que la Iglesia no deriva solamente de la Sagrada Escritura su
certeza acerca de todas las verdades reveladas. Por eso se han de
recibir y venerar ambas con un mismo espíritu de piedad.
Relación de una y otra con toda la Iglesia y con el
Magisterio
10. La Sagrada Tradición, pues, y la Sagrada
Escritura constituyen un solo depósito sagrado de la palabra de Dios,
confiado a la Iglesia; fiel a este depósito todo el pueblo santo, unido
con sus pastores en la doctrina de los Apóstoles y en la comunión,
persevera constantemente en la fracción del pan y en la oración (cf.
Act., 8,42), de suerte que prelados y fieles colaboran estrechamente en
la conservación, en el ejercicio y en la profesión de la fe recibida.
Pero el oficio de interpretar auténticamente la
palabra de Dios escrita o transmitida ha sido confiado únicamente al
Magisterio vivo de la Iglesia, cuya autoridad se ejerce en el nombre de
Jesucristo. Este Magisterio, evidentemente, no está sobre la palabra de
Dios, sino que la sirve, enseñando solamente lo que le ha sido confiado,
por mandato divino y con la asistencia del Espíritu Santo la oye con
piedad, la guarda con exactitud y la expone con fidelidad, y de este
único depósito de la fe saca todo lo que propone como verdad revelada
por Dios que se ha de creer.
Es evidente, por tanto, que la Sagrada Tradición, la
Sagrada Escritura y el Magisterio de la Iglesia, según el designio
sapientísimo de Dios, están entrelazados y unidos de tal forma que no
tiene consistencia el uno sin el otro, y que, juntos, cada uno a su
modo, bajo la acción del Espíritu Santo, contribuyen eficazmente a la
salvación de las almas.
CAPITULO III
INSPIRACION DIVINA DE LA SAGRADA ESCRITURA Y SU
INTERPRETACION
Se establece el hecho de la inspiración y de la
verdad de la Sagrada Escritura
11. Las verdades reveladas por Dios, que se contienen
y manifiestan en la Sagrada Escritura, se consignaron por inspiración
del Espíritu Santo. la santa Madre Iglesia, según la fe apostólica,
tiene por santos y canónicos los libros enteros del Antiguo y Nuevo
Testamento con todas sus partes, porque, escritos bajo la inspiración
del Espíritu Santo, tienen a Dios como autor y como tales se le han
entregado a la misma Iglesia. Pero en la redacción de los libros
sagrados, Dios eligió a hombres, que utilizó usando de sus propias
facultades y medios, de forma que obrando El en ellos y por ellos,
escribieron, como verdaderos autores, todo y sólo lo que El quería.
Pues, como todo lo que los autores inspirados o
hagiógrafos afirman, debe tenerse como afirmado por el Espíritu Santo,
hay que confesar que los libros de la Escritura enseñan firmemente, con
fidelidad y sin error, la verdad que Dios quiso consignar en las
sagradas letras que nuestra salvación. Así, pues, "toda la Escritura es
divinamente inspirada y útil para enseñar, para argüir, para corregir,
para educar en la justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto
y equipado para toda obra buena" (2 Tim., 3,16-17).
Cómo hay que interpretar la Sagrada Escritura
12. Habiendo, pues, hablando dios en la Sagrada
Escritura por hombres y a la manera humana, para que el intérprete de la
Sagrada Escritura comprenda lo que El quiso comunicarnos, debe
investigar con atención lo que pretendieron expresar realmente los
hagiógrafos y plugo a Dios manifestar con las palabras de ellos.
Para descubrir la intención de los hagiógrafos, entre
otras cosas hay que atender a "los géneros literarios". Puesto que la
verdad se propone y se expresa de maneras diversas en los textos de
diverso género: histórico, profético, poético o en otros géneros
literarios. Conviene, además, que el intérprete investigue el sentido
que intentó expresar y expresó el hagiógrafo en cada circunstancia según
la condición de su tiempo y de su cultura, según los géneros literarios
usados en su época. Pues para entender rectamente lo que el autor
sagrado quiso afirmar en sus escritos, hay que atender cuidadosamente
tanto a las formas nativas usadas de pensar, de hablar o de narrar
vigentes en los tiempos del hagiógrafo, como a las que en aquella época
solían usarse en el trato mutuo de los hombres.
Y como la Sagrada Escritura hay que leerla e
interpretarla con el mismo Espíritu con que se escribió para sacar el
sentido exacto de los textos sagrados, hay que atender no menos
diligentemente al contenido y a la unidad de toda la Sagrada Escritura,
teniendo en cuanta la Tradición viva de toda la Iglesia y la analogía de
la fe. Es deber de los exegetas trabajar según estas reglas para
entender y exponer totalmente el sentido de la Sagrada Escritura, para
que, como en un estudio previo, vaya madurando el juicio de la Iglesia.
Por que todo lo que se refiere a la interpretación de la Sagrada
Escritura, está sometido en última instancia a la Iglesia, que tiene el
mandato y el ministerio divino de conservar y de interpretar la palabra
de Dios.
Condescendencia de Dios
13. En la Sagrada Escritura, pues, se manifiesta,
salva siempre la verdad y la santidad de Dios, la admirable
"condescendencia" de la sabiduría eterna, "para que conozcamos la
inefable benignidad de Dios, y de cuánta adaptación de palabra ha uso
teniendo providencia y cuidado de nuestra naturaleza". Porque las
palabras de Dios expresadas con lenguas humanas se han hecho semejantes
al habla humana, como en otro tiempo el Verbo del Padre Eterno, tomada
la carne de la debilidad humana, se hizo semejante a los hombres.
CAPITULO IV
EL ANTIGUO TESTAMENTO
La historia de la salvación consignada en los libros
del Antiguo Testamento
14. Dios amantísimo, buscando y preparando
solícitamente la salvación de todo el género humano, con singular favor
se eligió un pueblo, a quien confió sus promesas. Hecho, pues, el pacto
con Abraham y con el pueblo de Israel por medio de Moisés, de tal forma
se reveló con palabras y con obras a su pueblo elegido como el único
Dios verdadero y vivo, que Israel experimentó cuáles eran los caminos de
Dios con los hombres, y, hablando el mismo Dios por los Profetas, los
entendió más hondamente y con más claridad de día en día, y los difundió
ampliamente entre las gentes.
La economía, pues, de la salvación preanunciada,
narrada y explicada por los autores sagrados, se conserva como verdadera
palabra de Dios en los libros del Antiguo Testamento; por lo cual estos
libros inspirados por Dios conservan un valor perenne: "Pues todo cuanto
está escrito, para nuestra enseñanza, fue escrito, a fin de que por la
paciencia y por la consolación de las Escrituras estemos firmes en la
esperanza" (Rom. 15,4).
Importancia del Antiguo Testamento para los
cristianos
15. La economía del Antiguo Testamento estaba
ordenada, sobre todo, para preparar, anunciar proféticamente y
significar con diversas figuras la venida de Cristo redentor universal y
la del Reino Mesiánico. mas los libros del Antiguo Testamento
manifiestan a todos el conocimiento de Dios y del hombre, y las formas
de obrar de Dios justo y misericordioso con los hombres, según la
condición del género humano en los tiempos que precedieron a la
salvación establecida por Cristo. Estos libros, aunque contengan también
algunas cosas imperfectas y adaptadas a sus tiempos, demuestran, sin
embargo, la verdadera pedagogía divina. Por tanto, los cristianos han de
recibir devotamente estos libros, que expresan el sentimiento vivo de
Dios, y en los que se encierran sublimes doctrinas acerca de Dios y una
sabiduría salvadora sobre la vida del hombre, y tesoros admirables de
oración, y en los que, por fin, está latente el misterio de nuestra
salvación.
Unidad de ambos Testamentos
16. Dios, pues, inspirador y autor de ambos
Testamentos, dispuso las cosas tan sabiamente que el Nuevo Testamento
está latente en el Antiguo y el Antiguo está patente en el Nuevo.
Porque, aunque Cristo fundó el Nuevo Testamento en su sangre, no
obstante los libros del Antiguo Testamento recibidos íntegramente en la
proclamación evangélica, adquieren y manifiestan su plena significación
en el Nuevo Testamento, ilustrándolo y explicándolo al mismo tiempo.
CAPITULO V
EL NUEVO TESTAMENTO
Excelencia del Nuevo Testamento
17. La palabra divina que es poder de Dios para la
salvación de todo el que cree, se presenta y manifiesta su vigor de
manera especial en los escritos del Nuevo Testamento. Pues al llegar la
plenitud de los tiempos el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros
lleno de gracia y de verdad. Cristo instauró el Reino de Dios en la
tierra, manifestó a su Padre y a Sí mismo con obras y palabras y
completó su obra con la muerte, resurrección y gloriosa ascensión, y con
la misión del Espíritu Santo. Levantado de la tierra, atrae a todos a Sí
mismo, El, el único que tiene palabras de vida eterna. pero este
misterio no fue descubierto a otras generaciones, como es revelado ahora
a sus santos Apóstoles y Profetas en el Espíritu Santo, para que
predicaran el Evangelio, suscitaran la fe en Jesús, Cristo y Señor, y
congregaran la Iglesia. De todo lo cual los escritos del Nuevo
Testamento son un testimonio perenne y divino.
Origen apostólico de los Evangelios
18. Nadie ignora que entre todas las Escrituras,
incluso del Nuevo Testamento, los Evangelios ocupan, con razón, el lugar
preeminente, puesto que son el testimonio principal de la vida y
doctrina del Verbo Encarnado, nuestro Salvador.
La Iglesia siempre ha defendido y defiende que los
cuatro Evangelios tienen origen apostólico. Pues lo que los Apóstoles
predicaron por mandato de Cristo, luego, bajo la inspiración del
Espíritu Santo, ellos y los varones apostólicos nos lo transmitieron por
escrito, fundamento de la fe, es decir, el Evangelio en cuatro
redacciones, según Mateo, Marcos, Lucas y Juan.
Carácter histórico de los Evangelios
19. La Santa Madre Iglesia firme y constantemente ha
creído y cree que los cuatro referidos Evangelios, cuya historicidad
afirma sin vacilar, comunican fielmente lo que Jesús Hijo de Dios,
viviendo entre los hombres, hizo y enseñó realmente para la salvación de
ellos, hasta el día que fue levantado al cielo. los Apóstoles,,
ciertamente, después de la ascensión del Señor, predicaron a sus oyentes
lo que El había dicho y obrado, con aquella crecida inteligencia de que
ellos gozaban, amaestrados por los acontecimientos gloriosos de Cristo y
por la luz del Espíritu de verdad. Los autores sagrados escribieron los
cuatro Evangelios escogiendo algunas cosas de las muchas que ya se
trasmitían de palabra o por escrito, sintetizando otras, o explicándolas
atendiendo a la condición de las Iglesias, reteniendo por fin la forma
de proclamación de manera que siempre nos comunicaban la verdad sincera
acerca de Jesús. Escribieron, pues, sacándolo ya de su memoria o
recuerdos, ya del testimonio de quienes "desde el principio fueron
testigos oculares y ministros de la palabra" para que conozcamos "la
verdad" de las palabras que nos enseñan (cf. Lc., 1,2-4).
Los restantes escritos del Nuevo Testamento
20. El Canon del Nuevo Testamento, además de los
cuatro Evangelios, contiene también las cartas de San Pablo y otros
libros apostólicos escritos bajo la inspiración del Espíritu Santo, con
los cuales, según la sabia disposición de Dios, se confirma todo lo que
se refiere a Cristo Señor, se declara más y más su genuina doctrina, se
manifiesta el poder salvador de la obra divina de Cristo, y se cuentan
los principios de la Iglesia y su admirable difusión, y se anuncia su
gloriosa consumación.
El Señor Jesús, pues, estuvo con los Apóstoles como
había prometido y les envió el Espíritu Consolador, para que los
introdujera en la verdad completa (cf. Jn., 16,13).
CAPITULO VI
LA SAGRADA ESCRIUTURA EN LA VIDA DE LA IGLESIA
La Iglesia venera las Sagradas Escrituras
21. la Iglesia ha venerado siempre las Sagradas
Escrituras al igual que el mismo Cuerpo del Señor, no dejando de tomar
de la mesa y de distribuir a los fieles el pan de vida, tanto de la
palabra de Dios como del Cuerpo de Cristo, sobre todo en la Sagrada
Liturgia. Siempre las ha considerado y considera, juntamente con la
Sagrada Tradición, como la regla suprema de su fe, puesto que,
inspiradas por Dios y escritas de una vez para siempre, comunican
inmutablemente la palabra del mismo Dios, y hacen resonar la voz del
Espíritu Santo en las palabras de los Profetas y de los Apóstoles.
Es necesario, por consiguiente, que toda la
predicación eclesiástica, como la misma religión cristiana, se nutra de
la Sagrada Escritura, y se rija por ella. Porque en los sagrados libros
el Padre que está en los cielos se dirige con amor a sus hijos y habla
con ellos; y es tanta la eficacia que radica en la palabra de Dios, que
es, en verdad, apoyo y vigor de la Iglesia, y fortaleza de la fe para
sus hijos, alimento del alma, fuente pura y perenne de la vida
espiritual. Muy a propósito se aplican a la Sagrada Escritura estas
palabras: "Pues la palabra de Dios es viva y eficaz", "que puede
edificar y dar la herencia a todos los que han sido santificados".
Se recomiendan las traducciones bien cuidadas
22. Es conveniente que los cristianos tengan amplio
acceso a la Sagrada Escritura. Por ello la Iglesia ya desde sus
principios, tomó como suya la antiquísima versión griega del Antiguo
Testamento, llamada de los Setenta, y conserva siempre con honor otras
traducciones orientales y latinas, sobre todo la que llaman Vulgata.
Pero como la palabra de Dios debe estar siempre disponible, la Iglesia
procura, con solicitud materna, que se redacten traducciones aptas y
fieles en varias lenguas, sobre todo de los textos primitivos de los
sagrados libros. Y si estas traducciones, oportunamente y con el
beneplácito de la Autoridad de la Iglesia, se llevan a cabo incluso con
la colaboración de los hermanos separados, podrán usarse por todos los
cristianos.
Deber de los católicos doctos
23. La esposa del Verbo Encarnado, es decir, la
Iglesia, enseñada por el Espíritu Santo, se esfuerza en acercarse, de
día en día, a la más profunda inteligencia de las Sagradas Escrituras,
para alimentar sin desfallecimiento a sus hijos con la divina
enseñanzas; por lo cual fomenta también convenientemente el estudio de
los Santos Padres, tanto del Oriente como del Occidente, y de las
Sagradas Liturgias.
Los exegetas católicos, y demás teólogos deben
trabajar, aunando diligentemente sus fuerzas, para investigar y proponer
las Letras divinas, bajo la vigilancia del Sagrado Magisterio, con los
instrumentos oportunos, de forma que el mayor número posible de
ministros de la palabra pueden repartir fructuosamente al Pueblo de Dios
el alimento de las Escrituras, que ilumine la mente, robustezca las
voluntades y encienda los corazones de los hombres en el amor de Dios.
El Sagrado Concilio anima a los hijos de la Iglesia
dedicados a los estudios bíblicos, para que la obra felizmente
comenzada, renovando constantemente las fuerzas, la sigan realizando con
todo celo, según el sentir de la Iglesia.
Importancia de la Sagrada Escritura para la Teología
24. La Sagrada Teología se apoya, como en cimientos
perpetuo en la palabra escrita de Dios, al mismo tiempo que en la
Sagrada Tradición, y con ella se robustece firmemente y se rejuvenece de
continuo, investigando a la luz de la fe toda la verdad contenida en el
misterio de Cristo. las Sagradas Escrituras contienen la palabra de Dios
y, por ser inspiradas, son en verdad la palabra de Dios;por
consiguiente, el estudio de la Sagrada Escritura ha de ser como el alma
de la Sagrada Teología. También el ministerio de la palabra, esto es, la
predicación pastoral, la catequesis y toda instrucción cristiana, en que
es preciso que ocupe un lugar importante la homilía litúrgica, se nutre
saludablemente y se vigoriza santamente con la misma palabra de la
Escritura.
Se recomienda la lectura asidua de la Sagrada
Escritura
25. Es necesario, pues, que todos los clérigos, sobre
todo los sacerdotes de Cristo y los demás que como los diáconos y
catequistas se dedican legítimamente al ministerio de la palabra, se
sumerjan en las Escrituras con asidua lectura y con estudio diligente,
para que ninguno de ellos resulte "predicador vacío y superfluo de la
palabra de Dios que no la escucha en su interior", puesto que debe
comunicar a los fieles que se le han confiado, sobre todo en la Sagrada
Liturgia, las inmensas riquezas de la palabra divina.
De igual forma el Santo Concilio exhorta con
vehemencia a todos los cristianos en particular a los religiosos, a que
aprendan "el sublime conocimiento de Jesucristo", con la lectura
frecuente de las divinas Escrituras. "Porque el desconocimiento de las
Escrituras es desconocimiento de Cristo". Lléguense, pues, gustosamente,
al mismo sagrado texto, ya por la Sagrada Liturgia,llena del lenguaje de
Dios, ya por la lectura espiritual, ya por instituciones aptas para
ello, y por otros medios, que con la aprobación o el cuidado de los
Pastores de la Iglesia se difunden ahora laudablemente por todas partes.
peor no olviden que debe acompañar la oración a la lectura de la Sagrada
Escritura para que se entable diálogo entre Dios y el hombre; porque "a
El hablamos cuando oramos, y a El oímos cuando leemos las palabras
divinas.
Incumbe a los -prelados, "en quienes está la doctrina
apostólica, instruir oportunamente a los fieles a ellos confiados, para
que usen rectamente los libros sagrados, sobre todo el Nuevo Testamento,
y especialmente los Evangelios por medio de traducciones de los sagrados
textos, que estén provistas de las explicaciones necesarias y
suficientes para que los hijos de la Iglesia se familiaricen sin peligro
y provechosamente con las Sagradas Escrituras y se penetren de su
espíritu.
Háganse, además, ediciones de la Sagrada Escritura,
provistas de notas convenientes, para uso también de los no cristianos,
y acomodadas a sus condiciones, y procuren los pastores de las almas y
los cristianos de cualquier estado divulgarlas como puedan con toda
habilidad.
Epílogo
26. Así, pues, con la lectura y el estudio de los
Libros Sagrados "la palabra de Dios se difunda y resplandezca" y el
tesoro de la revelación, confiado a la Iglesia, llene más y más los
corazones de los hombres. Como la vida de la Iglesia recibe su
incremento de la renovación constante del misterio Eucarístico, así es
de esperar un nuevo impulso de la vida espiritual de la acrecida
veneración de la palabra de Dios que "permanece para siempre" (Is.,
40,8; cf. 1 Pe., 1,23-25).
Todas y cada una de las cosas contenidas en esta
Constitución Dogmática han obtenido el beneplácito de los Padres del
Sacrosanto Concilio. Y Nos, en virtud de la potestad apostólica recibida
de Cristo, juntamente con los Venerables Padres, las aprobamos,
decretamos y establecemos en el Espíritu Santo, y mandamos que lo así
decidido conciliarmente sea promulgado para gloria de Dios.
Roma, en San Pedro, 18 de noviembre de 1965.
Yo, PABLO, Obispo de la Iglesia católica.
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