Decreto
"OPTATAM TOTIUS"
(Sobre la Formación Sacerdotal)
Proemio
Conociendo muy bien el Santo Concilio que la anhelada
renovación de toda la Iglesia depende en gran parte del ministerio de
los sacerdotes, animado por el espíritu de Cristo, proclama la
grandísima importancia de la formación sacerdotal y declara algunos
principios fundamentales de la misma, con los que se confirmen las leyes
ya experimentadas durante siglos, a la vez que se introduzcan en ellas
las innovaciones que responden a las Constituciones y Decretos de este
Santo Concilio, y a las renovadas circunstancias de los tiempos. Esta
formación sacerdotal es necesaria por razón de la misma unidad del
sacerdocio, para todos los sacerdotes de ambos cleros y de cualquier
rito; por tanto, estas prescripciones, que van dirigidas directamente al
clero diocesano, hay que acomodarlas a todos con las mutaciones
necesarias.
I. En cada nación hay que establecer unas normas de
formación sacerdotal.
1. No pudiéndose dar más que leyes generales para
tanta diversidad de gentes y de regiones, en cada nación o rito
establézcanse "unas normas peculiares de formación sacerdotal" que han
de ser promulgadas por las Conferencias Episcopales, y revisadas en
tiempos determinados, y aprobadas por la Sede Apostólica; en virtud de
dichas normas, se acomodarán las leyes universales a las circunstancias
especiales de lugar y de tiempo, de manera que la formación sacerdotal
responda siempre a las necesidades pastorales de las regiones en que ha
de ejercitarse el ministerio.
II. Fomento más intenso de las vocaciones
sacerdotales.
2. El deber de fomentar las vocaciones pertenece a
toda la comunidad de los fieles, que debe procurarlo, ante todo, con una
vida totalmente cristiana; ayudan a esto, sobre todo, las familias, que,
llenas de espíritu de fe, de caridad y de piedad, son como el primer
seminario, y las parroquias de cuya vida fecunda participan los mismos
adolescentes.
Los maestros y todos los que de algún modo se
consagran a la educación de los niños y de los jóvenes, y, sobre todo,
las asociaciones católicas, procuren cultivar a los adolescentes que se
les han confiado, de forma que éstos puedan sentir y seguir con buen
ánimo la vocación divina. Muestren todos los sacerdotes un grandísimo
celo apostólico por el fomento de las vocaciones y atraigan el ánimo de
los jóvenes hacia el sacerdocio con su vida humilde, laboriosa, amable y
con la mutua caridad sacerdotal y la unión fraterna en el trabajo.
Es deber de los Obispos el impulsar a su grey a
fomentar las vocaciones y procurar la estrecha unión de todos los
esfuerzos y trabajos, y de ayudar, como padres, sin escatimar sacrificio
alguno, a los que vean llamados a la parcela del Señor.
Este anhelo eficaz de todo el Pueblo de Dios para
ayudar a las vocaciones, responde a la obra de la Divina Providencia,
que concede las dotes necesarias a los elegidos por Dios a participar en
el sacerdocio jerárquico de Cristo, y los ayuda con su gracia, mientras
confía a los legítimos ministros de la Iglesia el que, una vez
reconocida su idoneidad, llamen a los candidatos que solicitan tan gran
dignidad con intención recta y libertad plena, y, una vez bien
conocidos, los consagren con el sello del Espíritu Santo para el culto
de Dios y el servicio de la Iglesia.
El Santo Concilio recomienda, ante todo, los medios
tradicionales de la cooperación común, como son la oración instante, la
penitencia cristiana y una más profunda y progresiva formación de los
fieles que hay que procurar, ya sea por la predicación y la catequesis,
ya sea por los diversos medios de comunicación social, en dicha
formación ha de exponerse la necesidad, naturaleza y excelencia de la
vocación sacerdotal.
Dispone además que la obra de las vocaciones, ya
establecida o por establecer en el ámbito de cada diócesis, región o
nación, según los documentos pontificios referente a esta materia,
organice, metódica y coherentemente, y promueva con celo y discreción
toda la acción pastoral para el fomento de las vocaciones, sirviéndose
de todos los medios útiles que ofrecen las ciencias psicológicas y
sociológicas.
Es necesario que la obra de fomento de las vocaciones
trascienda generosamente los límites de las diócesis y de las naciones,
de las familias religiosas y de los ritos, y, considerando las
necesidades de la Iglesia universal, ayude, sobre todo, a aquellas
regiones en que los operarios son llamados con más urgencia a la viña
del Señor.
3. En los Seminarios Menores, erigidos para cultivar
los gérmenes de la vocación, los alumnos se han de preparar por una
formación religiosa peculiar, sobre todo por una dirección espiritual
conveniente, para seguir a Cristo Redentor con generosidad de alma y
pureza de corazón. Su género de vida bajo la dirección paternal de los
superiores con la oportuna cooperación de los padres, sea la que
conviene a la edad, espíritu y evolución de los adolescentes y conforme
en su totalidad a las normas de la sana psicología, sin olvidar la
adecuada experiencia segura de las cosas humanas y la relación con la
propia familia. Hay que acomodar también al Seminario Menor todo lo que
a continuación se establece sobre los Seminarios Mayores, en cuanto
convenga a su fin y a su condición. Conviene que los estudios se
organicen de modo que puedan continuarlos sin perjuicio en otras partes,
si cambian de género de vida.
Con atención semejante han de fomentarse los gérmenes
de la vocación de los adolescentes y de los jóvenes en los Institutos
especiales que, según las condiciones del lugar, sirven también para los
fines de los Seminarios Menores, lo mismo que los de aquellos que se
educan en otras escuelas y de más centros de educación. Promuévanse
cuidadosamente Institutos y otros centros para los que siguen la
vocación divina en edad avanzada.
III. Organización de los Seminarios Mayores
4. Los Seminarios Mayores son necesarios para la
formación sacerdotal. Toda la educación de los alumnos en ellos debe
tender a que se formen verdaderos pastores de almas a ejemplo de Nuestro
Señor Jesucristo, Maestro, Sacerdotes y Pastor, prepárense, por
consiguiente, para el ministerio de la palabra: que entiendan cada vez
mejor la palabra revelada de Dios, que la posean con la meditación y la
expresen en su lenguaje y sus costumbres; para el ministerio del culto y
de la santificación: que, orando y celebrando las funciones litúrgicas,
ejerzan la obra de salvación por medio del Sacrificio Eucarístico y los
sacramentos; para el ministerio pastoral: que sepan representar delante
de los hombres a Cristo, que, "no vino a ser servido, sino a servir y
dar su vida para redención de muchos" (Mc., 10,45; Cf. Jn., 13,12-17), y
que, hechos siervos de todos, ganen a muchos (Cf. 1 Cor., 9,19).
Por lo cual, todos los aspectos de la formación, el
espiritual, el intelectual y el disciplinar, han de ordenarse
conjuntamente a esta acción pastoral, y para conseguirla han de
esforzarse diligentes y concordemente todos los superiores y profesores,
obedeciendo fielmente a la autoridad del Obispo.
5. Puesto que la formación de los alumnos depende
ciertamente de las sabias disposiciones, pero, sobre todo, de los
educadores idóneos, los superiores y profesores de los Seminarios han de
elegirse de entre los mejores, y han de prepararse diligentemente con
doctrina sólida, conveniente experiencia pastoral y una formación
espiritual y pedagógica singular. Conviene, pues, que se promuevan
Institutos para conseguir este fin o, a lo menos, hay que celebrar
cursos oportunos y asambleas de superiores de seminarios en tiempos
preestablecidos.
Adviertan bien los superiores y profesores en qué
gran manera depende de su modo de pensar y de obrar el éxito en la
formación de los alumnos; establezcan bajo la guía del rector una unión
estrechísima de pensamiento y de acción, y formen con los alumnos tal
familiar compenetración que responda a la oración del Señor "que sean
uno", e inspire a los alumnos el gozo de sentirse llamados. El Obispo,
por su parte, aliente con especial predilección a los que trabajan en el
Seminario, y con los alumnos muéstrese verdadero padre en Cristo.
Finalmente, que todos los sacerdotes consideren el Seminario como el
corazón de las diócesis y le presten gustosa ayuda.
6. Ivestíguese con mucho cuidado, según la edad y
progreso en la formación de cada uno, acerca de la rectitud de intención
y libertad de los candidatos, la idoneidad espiritual, moral e
intelectual, la conveniente salud física y psíquica, teniendo también en
cuanta las condiciones hereditarias. Considérese, además, la capacidad
de los alumnos para cumplir las cargas sacerdotales y para ejercer los
deberes pastorales.
En todo lo referente a la selección y prueba
necesaria de los alumnos, procédase siempre con firmeza de ánimo, aunque
haya que lamentarse de la escasez de sacerdotes, porque Dios no
permitirá que su Iglesia de ministros, si son promovidos los dignos, y
los no idóneos orientados a tiempo y paternalmente a otras ocupaciones;
ayúdese a éstos para que, conocedores de su vocación cristiana, se
dediquen generosamente al apostolado seglar.
7. Donde cada diócesis no pueda establecer
convenientemente su Seminario, eríjanse y foméntense los Seminarios
comunes para varias diócesis, o para toda la región o nación, para
atender mejor a la sólida formación de los alumnos, que en esto ha de
considerarse como ley suprema. Estos Seminarios, si son regionales o
nacionales, gobiérnense según estatutos establecidos por los Obispos
interesados y aprobados por Sede Apostólica.
En los Seminarios donde haya muchos alumnos, salva la
unidad de régimen y de formación científica, distribúyanse los alumnos
convenientemente en secciones menores para atender mejor a la formación
personal de cada uno.
IV. El cultivo intenso de la formación espiritual.
8. La formación espiritual ha de ir íntimamente unida
con la doctrinal y la pastoral, y con la cooperación, sobre todo, del
director espiritual; ha de darse de forma que los alumnos aprendan a
vivir en continua comunicación con el Padre por su Hijo en el Espíritu
Santo. Puesto que han de configurarse por la sagrada ordenación a Cristo
Sacerdote, acostúmbrense a unirse a El, como amigos, en íntimo consorcio
de vida. Vivan su misterio pascual de forma que sepan unificar en el
mismo al pueblo que se les ha de confiar.
Enséñeseles a buscar a Cristo en la meditación fiel
de la palabra de Dios, en la íntima comunicación con los sacrosantos
misterios de la Iglesia, sobre todo en la Eucaristía y en el Oficio; en
el Obispo que los envía y en los hombres a los que son enviados,
especialmente en los pobres, en los niños y en los enfermos, en los
pecadores y en los incrédulos. Amen y veneren con amor filial a la
Santísima Virgen María, que al morir Cristo Jesús en la cruz fue
entregada como madre al discípulo.
Cuídense diligentemente los ejercicios de piedad
recomendados por santa costumbre de la Iglesia; pero hay que procurar
que la formación espiritual no se ponga sólo en ellos, ni cultive
solamente el afecto religiosos. Aprendan más bien los alumnos a vivir
según el modelo del Evangelio, a fundamentarse en la fe, en la esperanza
y en la caridad, para adquirir mediante su práctica el espíritu de
oración, robustecer y defender su vocación, obtener la solidez de las
demás virtudes y crecer en el celo de ganar a todos los hombres para
Cristo.
9. Imbúyense los alumnos del misterio de la Iglesia,
expuesto principalmente por este sagrado Concilio, de suerte que, unidos
con caridad humilde y filial al Vicario de Cristo, y, una vez ordenados
sacerdotes, adheridos al propio Obispo como fieles cooperadores, y
trabajando en unión con los hermanos, den testimonio de aquella unidad,
por la cual los hombres son atraídos a Cristo. Acostúmbrense a
participar con corazón amplio en la vida de toda la Iglesia, según las
palabras de San Agustín : "En las medida que cada uno ama a la Iglesia
de Cristo, posee al Espíritu Santo". Entiendan los alumnos con toda
claridad que no están destinados al mando ni a los honores, sino que se
entregan totalmente al servicio de Dios y al ministerio pastoral.
Edúquense especialmente en la obediencia sacerdotal
en el ambiente de una vida pobre y en la abnegación propia, de forma que
se acostumbren a renunciar ágilmente a lo que es lícito, pero
inconveniente, y asemejarse a Cristo crucificado.
Expónganse a los alumnos las cargas que han de
aceptar, sin ocultarles la más mínima dificultad de la vida sacerdotal;
pero no se fijen únicamente en el aspecto peligroso de su futuro
apostolado, sino que han de formarse para una vida espiritual que hay
que robustecer al máximo por la misma acción pastoral.
10. Los alumnos que, según las leyes santas y firmes
de su propio rito, siguen la venerable tradición del celibato
sacerdotal, han de ser educados cuidadosamente para este estado, en que,
renunciando a la sociedad conyugal por el reino de los cielos, se unen
al Señor con amor indiviso y, muy de acuerdo con el Nuevo Testamento,
dan testimonio de la resurrección en el siglo futuro, y consiguen de
este modo una ayuda aptísima para ejercitar constantemente la perfecta
caridad, con la que pueden hacerse todo para todos en el ministerio
sacerdotal. Sientan íntimamente con cuanta gratitud han de abrazar ese
estado no sólo como precepto de la ley eclesiástica, sino como un don
precioso de Dios que han de alcanzar humildemente, al que han de
esforzarse en corresponder libre y generosamente con el estímulo y la
ayuda de la gracia del Espíritu Santo.
Los alumnos han de conocer debidamente las
obligaciones y la dignidad del matrimonio cristiano que simboliza el
amor entre Cristo y la Iglesia; convénzanse, sin embargo, de la mayor
excelencia de la virginidad consagrada a Cristo, de forma que se
entreguen generosamente al Señor, después de una elección seriamente
premeditada y con entrega total de cuerpo y alma.
Hay que avisarles de los peligros que acechan su
castidad, sobre todo en la sociedad de estos tiempos; ayudados con
oportunos auxilios divinos y humanos, aprendan a integrar la renuncia
del matrimonio de tal forma que su vida y su trabajo no sólo no reciba
menoscabo del celibato, sino más bien ellos consigan un dominio más
profundo del alma y del cuerpo y una madurez más completa y capten mejor
la felicidad del Evangelio.
11. Obsérvense exactamente las normas de la educación
cristiana, y complétense convenientemente con los últimos hallazgos de
la sana psicología y de la pedagogía. por medio de una educación
sabiamente ordenada hay que cultivar también en los alumnos la necesaria
madurez humana, la cual se comprueba, sobre todo, en cierta estabilidad
de ánimo, en la facultad de tomar decisiones ponderadas y en el recto
modo de juzgar sobre los acontecimientos y los hombres.
Esfuércense los alumnos en moderar bien su propio
temperamento; edúquense en la reciedumbre de alma y aprendan a apreciar,
en general, las virtudes que más se estiman entre los hombres y que
hacen recomendables al ministro de Cristo, como son la sinceridad de
alma, la preocupación constante por la justicia, la fidelidad en las
promesas, la urbanidad en el obrar, la modestia unida a la caridad en el
hablar.
Hay que apreciar la disciplina del Seminario no sólo
como defensa eficaz de la vida común y de la caridad, sino como elemento
necesario de toda la formación para adquirir el dominio de sí mismo,
para procurar la sólida madurez de la persona y formar las demás
disposiciones del alma que ayudan decididamente a la labor ordenada y
fructuosa de la Iglesia. Obsérvese, sin embargo, la disciplina de modo
que se convierta en aptitud interna de los alumnos, en virtud de la cual
se acepta la autoridad de los superiores por convicción interna o en
conciencia, y por motivos sobrenaturales. Aplíquense, no obstante, las
normas de la disciplina según la edad de los alumnos, de forma que
mientras aprenden poco a poco a gobernarse a sí mismos se acostumbren a
usar prudentemente de la libertad, a obrar según la propia iniciativa y
responsabilidad y a colaborar con los hermanos y los seglares.
Toda la vida de Seminario, impregnada de afán de
piedad y de gusto del silencio y de preocupación por la mutua ayuda, ha
de ordenarse de modo que constituya una iniciación en la vida que luego
ha de llevar el sacerdote.
12. A fin de que la formación espiritual se
fundamente en razones verdaderamente sólidas, y los alumnos abracen su
vocación con elección madura y deliberada, podrán los Obispos establecer
un intervalo conveniente de tiempo para una formación espiritual más
intensa. A su juicio queda también ver la oportunidad de determinar
cierta interrupción en los estudios o disponer un conveniente ensayo
pastoral para atender mejor a la aprobación de los candidatos al
sacerdocio. También se deja a la decisión de los Obispos, según las
condiciones de cada región, poder retrasar la edad exigida al presente
por el derecho común para las órdenes sagradas, y resolver sobre la
oportunidad de establecer que los alumnos, una vez terminado el curso
teológico, ejerciten por un tiempo conveniente el orden del diaconado,
antes de ordenarse sacerdotes.
V. Revisión de los estudios eclesiásticos.
13. Antes de que los seminaristas emprendan los
estudios propiamente eclesiásticos, deben poseer una formación
humanística y científica semejante a la que necesitan los jóvenes de su
nación para iniciar los estudios superiores, y deben, además adquirir
tal conocimiento de la lengua latina que puedan entender y usar las
fuentes de muchas ciencias y los documentos de la Iglesia. Téngase como
obligatorio en cada rito el estudio de la lengua litúrgica y foméntese,
cuanto más mejor, el conocimiento oportuno de las lenguas de la Sagrada
Escritura y de la Tradición.
14. En la revisión de los estudios eclesiásticos hay
que atender, sobre todo, a coordinar adecuadamente las disciplinas
filosóficas y teológicas, y que juntas tiendan a descubrir más y más en
las mentes de los alumnos el misterio de Cristo, que afecta a toda la
historia del género humano, influye constantemente en la Iglesia y
actúa, sobre todo, mediante el ministerio sacerdotal.
Para comunicar esta visión a los alumnos desde los
umbrales de su formación, los estudios eclesiásticos han de incoarse con
un curso de introducción, prorrogable por el tiempo que se necesario. En
esta iniciación de los estudios propóngase el misterio de la salvación,
de forma que los alumnos se percaten del sentido y del orden de los
estudios eclesiásticos, y de su fin pastoral, y se vean ayudados, al
propio tiempo, a fundamentar y penetrar toda su vida de fe, y se
confirmen en abrazar la vocación con entrega personal y alegría del
alma.
15. Las disciplina filosóficas hay que enseñar las de
suerte que los alumnos se vean como llevados de la mano ante todo a un
conocimiento sólido y coherente del hombre, del mundo y de Dios
apoyados en el patrimonio filosófico siempre válido,
teniendo también en cuenta las investigaciones filosóficas de los
tiempos modernos sobre todo las que influyen más en la propia nación, y
del progreso más reciente de las ciencias, de forma que los alumnos,
bien conocida la índole de la época presente, se preparen oportunamente
para el diálogo con los hombres de su tiempo.
La historia de la filosofía enséñese de modo que los
alumnos al mismo tiempo que captan las últimos principios de los varios
sistemas retengan la que en ellos se prueba como verdadero, y puedan
descubrir las raíces de los errores y rebatirlos.
En el modo de enseñar infúndase en los alumnos el
amor de investigar la verdad con todo rigor, de respetarla y demostrarla
juntamente con la honrada aceptación de los límites del conocimiento
humano. Atiéndase cuidadosamente a las relaciones entre la filosofía y
los verdaderos problemas de la vida, y las cuestiones que preocupan a
las almas de los alumnos, y ayúdeseles también a descubrir los nexos
existentes entre los argumentos filosóficos y los misterios de la
salvación que, en la teología superior, se consideran a la luz de la fe.
16. Las disciplinas teológicas han de enseñarse a la
luz de la fe y bajo la guía del magisterio de la Iglesia, de modo que
los alumnos deduzcan cuidadosamente la doctrina católica de la Divina
Revelación; penetren en ella profundamente, la conviertan en alimento de
la propia vida espiritual, y puedan en su ministerio sacerdotal
anunciarla, exponerla y defenderla.
Fórmense con diligencia especial los alumnos en el
estudio de la Sagrada Escritura, que debe ser como el alma de toda la
teología; una vez antepuesta una introducción conveniente, iníciense con
cuidado en el método de la exégesis, estudien los temas más importantes
de la Divina Revelación, y en la lectura diaria y en la meditación de
las Sagradas Escrituras reciban su estímulo y su alimento.
Ordénese la teología dogmática de forma que, ante
todo, se propongan los temas bíblicos; expóngase luego a los alumnos la
contribución que los Padres de la Iglesia del Oriente y del Occidente
han aportado en la fiel transmisión y comprensión de cada una de las
verdades de la Revelación, y la historia posterior del dogma,
considerada incluso en relación con la historia general de la Iglesia;
aprendan luego los alumnos a ilustrar los misterios de la salvación,
cuanto más puedan, y comprenderlos más profundamente y observar sus
mutuas relaciones por medio de la especulación, siguiendo las enseñanzas
de Santo Tomás; aprendan también a reconocerlos presentes y operantes en
las acciones litúrgicas y en toda la vida de la Iglesia; a buscar la
solución de los problemas humanos bajo la luz de la Revelación; a
aplicar las verdades eternas a la variable condición de las cosas
humanas, y a comunicarlas en modo apropiado a los hombres de su tiempo.
Renuévense igualmente las demás disciplinas
teológicas por un contacto más vivo con el misterio de Cristo y la
historia de la salvación. Aplíquese un cuidado especial en perfeccionar
la teología moral, cuya exposición científica, más nutrida de la
doctrina de la Sagrada Escritura, explique la grandeza de la vocación de
los fieles en Cristo, y la obligación que tienen de producir su fruto
para la vida del mundo en la caridad.
De igual manera, en la exposición del derecho
canónico y en la enseñanza de la historia eclesiástica, atiéndase al
misterio de la Iglesia, según la Constitución dogmática De Ecclesia,
promulgada por este Sagrado Concilio. La sagrada Liturgia, que ha de
considerarse como la fuente primera y necesaria del espíritu
verdaderamente cristiano, enséñese según el espíritu de los artículos 15
y 16 de la Constitución sobre la misma.
Teniendo bien en cuenta las condiciones de cada
región, condúzcase a los alumnos a un conocimiento completo de las
Iglesias y Comunidades eclesiales separadas de la Sede Apostólica
Romana, para que puedan contribuir a la restauración de la unidad entre
todos los cristianos que ha de procurarse según las normas de este
Sagrado Concilio.
Introdúzcase también a los alumnos en el conocimiento
de las otras religiones más divulgadas en cada región, para que puedan
conocer mejor lo que por disposición de Dios, tienen de bueno y de
verdadero para que aprendan a refutar los errores y puedan comunicar la
luz plena de la verdad a los que no la tienen.
17. Como la instrucción doctrinal no debe tender
únicamente a la comunicación de ideas, sino a la formación verdadera e
interior de los alumnos han de revisarse los métodos didácticos, tanto
por lo que se refieren a las explicaciones, coloquios y ejercicios, como
en lo que mira a promover el estudio de los alumnos, en particular o en
equipos. Procúrese diligentemente la unidad y la solidez de toda la
formación, evitando el exceso de asignaturas y de clases y omitiendo los
problemas carentes de interés o que pertenecen a estudios más elevados
propios de la universidad.
18. Los Obispos han de procurar que los jóvenes aptos
por su carácter, su virtud y su ingenio sean enviados a institutos
especiales, facultades o universidades, para que se preparen sacerdotes,
instruidos con estudios superiores, en las ciencias sagradas y en otras
que juzgaran oportunas, a fin de que puedan satisfacer las diversas
necesidades del apostolado; pero no se desatienda en modo alguno su
formación espiritual y pastoral, sobre todo si aún no son sacerdotes.
VI. El fomento de la formación estrictamente
pastoral.
19. El afán pastoral, que debe informar enteramente
la educación de los alumnos, exige también que sean instruidos
diligentemente en todo lo que se refiere de manera especial al sagrado
ministerio, sobre todo en la catequesis y en la predicación, en el culto
litúrgico y en la administración de los sacramentos, en las obras de
caridad, en la obligación de atender a los que yerran o no creen, y en
los demás deberes pastorales.
Instrúyaseles cuidadosamente en el arte de dirigir
las almas, a fin de que puedan conformar a todos los hijos de la Iglesia
a una vida cristiana totalmente consciente y apostólica, y en el
cumplimiento de los deberes de su estado; aprendan con igual cuidado a
ayudar a los religiosos y religiosas para que perseveren en la gracia de
su propia vocación y progresen según el espíritu de los diversos
Institutos.
En general, cultívese en los alumnos las cualidades
convenientes, sobre todo las que se refieren al diálogo con los hombres,
como son la capacidad de escuchar a otros y de abrir el alma con
espíritu de caridad ante las variadas circunstancias de las relaciones
humanas.
20. Enséñeseles también a usar los medios que pueden
ofrecer las ciencias pedagógicas, o psicológicas, o sociológicas, según
los métodos rectos y las normas de la autoridad eclesiástica.
Instrúyaseles también para suscitar y favorecer la acción apostólica de
los seglares, y para promover las varias y más eficaces formas de
apostolado, y llénense de un espíritu tan católico que se acostumbren a
traspasar los límites de la propia diócesis o nación o rito y ayudar a
las necesidades de toda la Iglesia, preparados para predicar el
Evangelio en todas partes.
21. Y siendo necesario que los alumnos aprendan a
ejercitar el arte del apostolado no sólo en la teoría, sino también en
la práctica, que puedan trabajar con responsabilidad propia y en unión
con otros, han de iniciarse en la práctica pastoral durante todo el
curso y también en las vacaciones por medio de ejercicios oportunos;
éstos deben realizarse metódicamente y bajo la dirección de varones
expertos en asuntos pastorales, de acuerdo con la edad de los alumnos, y
en conformidad con las condiciones de los lugares, de acuerdo con el
prudente juicio de los Obispos, teniendo siempre presente la fuerza
poderosa de los auxilios sobrenaturales.
VII. Perfeccionamiento de la formación después de los
estudios.
22. Debiéndose proseguir y completar la formación
sacerdotal después de acabada la carrera de los estudios por las
circunstancias sobre todo de la sociedad moderna, las Conferencias
episcopales podrán en cada nación servirse de los medios más aptos, como
son los Institutos pastorales que cooperan con parroquias oportunamente
elegidas, las Asambleas reunidas en tiempos determinados, los ejercicios
apropiados, con cuyo auxilio el clero joven ha de introducirse
gradualmente en la vida sacerdotal y en la vida apostólica bajo el
aspecto espiritual, intelectual y pastoral, y renovarlas y fomentarlas
cada vez más.
CONCLUSION
Los Padres de este Sagrado Concilio, prosiguiendo la
obra comenzada por el Concilio de Trento, mientras confían a los
superiores y profesores de los Seminarios el deber de formar a los
futuros sacerdotes de Cristo en el espíritu de renovación promovido por
este Santo Concilio, exhortan ardientemente a los que se preparan para
el ministerio sacerdotal que consideren cómo en ellos se deposita la
esperanza de la Iglesia y la salvación de las almas, reciban, pues,
amorosamente las normas de este Decreto, de forma que lleguen a producir
frutos ubérrimos que permanezcan para siempre.
Todas y cada una de las cosas contenidas en este
Decreto han obtenido el beneplácito de los Padres del Sacrosanto
Concilio. Y Nos, en virtud de la potestad apostólica recibida de Cristo,
juntamente con los Venerables Padres, las aprobamos, decretamos y
establecemos en el Espíritu Santo, y mandamos que lo así decidido
conciliarmente sea promulgado para gloria de Dios.
Roma, en San Pedro, 28 de octubre de 1965.
Yo, PABLO, Obispo de la Iglesia católica.
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